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El fantasma de la abadía. por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

If you go, I don't know what to do. If you go, I don't know where to be. It would kill to let it go, to let it die away; your eyes, your soul in me...

(Si te vas, no se que haré. Si te vas, no sabre donde estar. Me mataria dejarlo ir, dejarlo morir; tus ojos, tu alma, estan en mi... - Norther, If you go, fragmento.)

61º If you go...

 

Sin incomodarle en los dedos el frío que no quería sentir Lotario trabajaba incansable en la sacristía de la parroquia de Castilleja. La luz del monitor, que iluminaba sus rasgos medio trasparentes, era la única dentro de la alta estancia. Mikael dormía en la pieza contigua y traducía y editaba al mismo tiempo en el photoshop.

La simplicidad de las líneas con que estaban dibujados los libros ilustrados, doujinshis, que traducía contrastaban a veces con los argumentos que daban sostén a aquella novedosa obra de arte. Aunque no comprendía como aquella labor contribuía a la predicación del Evangelio y la salvación de las almas era indudable que lo hacía, si no, ¿Cómo estaría tan fervorosamente empeñado en ello un sacerdote?

Seguramente aquellos relatos ilustrados eran una nueva manera de enseñar el catecismo a los niños, si bien las parábolas a veces estaban muy ocultas. Pero eran entretenidas y le hacía bien el trabajo, mantener la mente y las manos ocupadas en algo le evitaba tener que pasar el tiempo pensando en Teodora, sufriendo dulcemente por ella...

Lotario terminó aquel doujinshi, lo guardó como le enseñara el padre Mikael y abrió el siguiente. La portada, que era la única pagina a color, mostraba a dos amigos cariñosamente abrazados en un campo de flores. La escena estaba pintada de manera muy dulce e inocente. Editó el título: "Battousai, el lavador", por una tal Adanhel Shinomori. En la primer pagina se veía el porque del título; el muchacho pelirrojo lavaba arrodillado frente a una tinita, con un bebé cargado en la espalda, a la manera de las mujeres indígenas de distintas partes del mundo. De hecho, pensó Lotario, parecería una madre si por entre el amplio escote de su camisa típica japonesa no se distinguiera su sexo por la absoluta planicie de su pecho.

Su amigo, un pelinegro muy alto y ancho de hombros, que usaba una extravagante capa llegaba y lo increpaba. Oh, resultaba que era su maestro. Y que iba a enseñarle la lección secreta de... ¿Qué? "hitenmitsurugi amakakeru ryu no hirameshi": ¡vaya! Eso era intraducible, mejor dejarlo tal cual. En una página completa se mostraba al pelirrojo, que era muy hermoso, diciendo que estaba dispuesto a lo que fuera por aprender la lección. En la siguiente su maestro sonreía con un brillo en el colmillo y lo besaba.

El ánimo de Lotario se exaltó un poco pero pasó la página: ya había editado besos en otros doujinshis, pero solían ser historias románticas entre hombre y mujer que finalizaban con un beso, siguiendo el modelo argumental que comenzaba a ponerse de moda en sus tiempos.

En la página siguiente los besos y caricias subían de tono. Lotario enrojeció, volviéndose más corpóreo. No aprobaba aquello pero consideró si la historia no se desarrollaría en el Japón feudal, como había pensado, sino en la antigua Grecia, en cuyo caso estaría algo justificado.

Pero cuando en la siguiente pagina se mostraron las partes pudendas de ambos hombres, realizando actos definitivamente sexuales, actos que el jamás había visto ni practicado y que conocía únicamente por las bromas groseras de otros caballeros cerró la pagina y ardió, no sabía si de cólera o de pudor afrentado.

¡Un sacerdote no debería ver aquellas cosas! ¡Era pornografía! Se dirigió al dormitorio del padre, dispuesto a recriminarlo por sus reprobables aficiones, pero este dormía tan plácidamente, abrazado a una almohada (la almohada que usara Henno...) que no tuvo corazón para despertarlo.

Regreso al escritorio y escribió en un post-it:

"Reverendo padre:

                              Me escandaliza que en vuestra colección de doujinshis los tengáis que afrentan al pudor, a la decencia y a la naturaleza. Me rehúso a colaborar en la propagación de material que corrompe la inocencia e incita a la sensualidad. No puedo creer de ninguna manera que esto sea labor pastoral. Para mi próxima confesión os demandaré una explicación de este vergonzoso suceso.

Lotario da Milano"

Lo pego en la pantalla del ordenador y se desvaneció con rumbo a su limbo. En la soledad de su cama Mikael se revolvió en sueños y susurró un nombre.

Henno.

 

***

 

La casona se llenaba con el cálido olor del heno durante las navidades. Padre era rico y durante el invierno,  podía darse el lujo de tapizar las baldosas de piedra del suelo con paja y heno, que inundaban todas las habitaciones de un agradable olor, además de hacerlas mas cálidas.

A ella le gustaba colgar muérdagos junto a la chimenea aunque la práctica no fuera bien vista por la Iglesia, al recordar demasiado a los rituales paganos celtas. Acogió con alborozo la idea de representar en el hogar, con animales o figurillas, el nacimiento en Belén en cuanto Francisco de Asís lo inventó. No le parecía que fuera una bufonada, ni convertir la pascua de la Navidad en un arco circense. Le parecía que aquello, tan alegre, habría gustado al pobre niño palestino en cuyo honor era la fiesta. Y regalaba dulces a los niños, aunque no le gustaban los niños...

Teo observaba embobado el fuego crepitar en la chimenea. Madonna se había negado a sustituir el verdadero fuego por una de esas pijerías como las pantallas que simulaban llamas: fuego de verdad en una chimenea de verdad. Teo se había quedado frente a ella, con un adorno de muérdago de verdad en la mano, viendo cosas que ningún otro era capaz de ver.

Madonna le dirigió una mirada hastiada al yerno que no había escuchado su petición por otra serie de luces. Ludovico acudió presuroso, sacándola cuidadosamente de la cajita y pasándosela a mami. Enrico dejó la esfera en cualquier lugar del árbol y le levantó la mano a Teo. El chico reaccionó.

-¿Qué pasa?

-Estamos debajo del muérdago. - lo besó - No voy a dejarte bajar esa mano nunca.

Teo sonrió y usando una especie de cincha adhesiva adornó la chimenea con muérdago.

-Ni eso te salvará. - continuó Enrico - Te pondré la cara junto a las cenizas y te besaré.

-No es por eso - dijo cogiendo otro adorno y pegándolo a la derecha del primero - siempre me ha gustado poner muérdago aquí. Desde antes.

Enrico cogió otro adorno y lo puso a la izquierda, formando un ramillete de tres. Madonna amaba la simetría.

-Se ve hermoso. 

Federico, menos tristón que de costumbre, tarareaba colgando esferas de cristal veneciano en el perfectamente cónico pino de la sala de bailes. Teodorico cambiaba las fundas de los cojines para que combinaran con las alfombras de temporada: nadie hacia caso de la parejita, aun así, Enrico se arrumacó mas con Teo.

-Cuéntame que más hacías antes.

-Tapizábamos de paja todos los suelos. Una vez Lotario llegó con cascabelitos de cobre y los colgó en los conejos de limpiarse los dedos.

-¿En serio? - preguntó entusiasmado.

-Si. Al principio me pareció muy mono, pero al tercer día de la novena de Adviento tenia los nervios crispados.

-¡Divino! Lotario... ¿Cómo está?

-Bien. - contestó Teo, tratando de hacerlo intrascendente.

-¿Sigue yendo con el padre Mikael?

-Am... no. Solo a confesarse.

-¿Qué pasó?

-El padre lo puso a traducir un doujinshi yaoi con escenas eróticas. - Enrico lo miro como si acabase de decir que los cerdos volaban - ¡No me mires así! No lo puse yo sino ese cura loco.

-¡Dios santo! ¿Quién te lo contó? ¿Lotario?

-Mikael.

-¡Caros, hay hombrecitos de jengibre que colgar! - los instó Teodorico batiéndoles palmas detrás - Ludovico, no trates de comértelos porque los barnizaron con barniz de uñas.

-¡Porca trolla... - comenzó Ludovico, que ya llevaba a los dientes una.

-¡Ludovichi! - lo reprendió rápido Madonna.

-¿Quién fue el demente que ordenó eso?

-Yo - dijo Teodorico.

-¿Y porque, cabecita de arrayán? - Ludovico cogió la cabeza de Teodorico como si fuera una nuez y él un cascanueces gigante.

-Porque brilla más. Y quítame tus sucias manos de encima, que me despeinas.

-¿Despeinarte? Te voy a matar, ¡con lo que me gustan los hombrecitos de jengibre!

-Te gustan los hombrecitos de todo tipo. - Teodorico se mantenía altivo.

-¡Pero más los de jengibre! ¡Te romperé el coco!

-Ludovichi, te prohíbo que rompas el coco a tu hermano. Ludovico, díselo.

Madonna no podía volverse a intimidar a su hijo porque se le caía la serie. El conde, que  atiborraba de pastorcillos las cercanías del pesebre escala 1:10, se volvió a junior:

-Ludovico, obedece a tu madre.

-Te salvan las mujeres, gallina. - lo provocó soltándolo.

-Las mujeres hacen lo que sea por mí.

-¿Hasta tu novia? - preguntó Federico.

-Lorraine haría girar el mundo al revés si se lo pidiera, pero sería un caos.

-¡Que sea menos! - Federico le arrojó una esfera, que Teodorico esquivó y termino haciéndose pedazos sobre el nacimiento que acomodaba papa Ludovico.

-¡Niños! - tronó Madonna - ¡Compórtense! - bajo de la escalera y miró horrorizada el sitio que pastores y borregos tenían impuesto a San José y los suyos - Caro, será mejor que te vayas a descansar. Recuerda que estas convaleciente.

-¡Pero cara, si todavía no pongo los camellos de Baltazar!

-Los pondrás mañana caro.

El conde meneó la calva (cuando no había extraños no sentía necesidad de ponerse la peluca que ocultaba los estragos de la quimioterapia) y de mala gana obedeció. En cuando salió Madonna cogió los rebaños y los devolvió a la caja.

-Es terrible, tu padre. - dijo a ninguno de sus hijos en particular, retirando las filas de borregos prusianamente ordenados para el asedio: tantas generaciones de sacros y romanos emperadores dejan su huella genética-  Pero hay que dejarlo creer que ayuda, el pobrecito.

Teo rió bajito: era una familia magnifica, aquella. De locos que decoraban la casa un mes antes de Navidad pero que lo hacían todos juntos. Los adornos eran excesivamente elegantes comparados a los que el estaba acostumbrado, y echaba de menos las series multicolor y las esferas con los colores del arcoíris, pero el espíritu era el mismo que en su hogar. Incluso mejor, pues en su hogar su madre no compartía el espíritu navideño, dejándolo todo en manos de papá. Es decir, en manos de Violeta, que decoraba aniñada, puede que hasta herética, con cosas como su Barbie princesa del lago de los cisnes simulando a la Virgen María en un nacimiento que él, de pequeño, se empeñaba en rodear con soldaditos de plástico verde, para hacerla rabiar.

Volvió a reír al recordarlo. Ludovico, que en ese momento estaba coronado por tres coronas de adviento que mami había puesto sobre su cabeza para alcanzarlas sin tener que bajarse de la escalera lo vio feo.

-No te burles de Ludovico. - recomendó Enrico riéndose el si de su hermano.

-No lo hago... es solo que todo esto...  - Enrico temió que aquello fastidiara a su cónyuge como las compras premaritales - es tan agradable. - sonrió - Tan cálido.

Su sonrisa se volvió triste al considerar que era la última vez que decoraba para la navidad.

-Si... lo haremos muchas veces... en compañía de nuestros hijos y de nuestros nietos. - guiñó el ojo Enrico.

"No, no será así.", pensó Teo. Pero ocultó su tristeza en el fondo de sus ojos y sonrió.

-Debemos apurarnos: todavía no terminamos los muérdagos y aun nos restan las piñas.

 

***

 

Estaba aterrada. Temblaba, y no era de frío, aunque la blanca nieve cubría la iniquidad del mundo con su  manto. Estaba encerrada en el minúsculo retrete de su celda. De su celda con ventanas de barrotes mudéjares. Estaba inclinada junto al retrete tratando de vomitar, pero no podía. Tenia los ojos llorosos y la garganta irritada de tanto que se había metido los dedos en ella.

Los toquidos y la suave voz de Abdallah llamando a su puerta no hicieron sino escalofriarla.

-Perla entre las perlas, ¿te encuentras mejor? - un lastimero si le respondió - Abre, te traigo tu medicina.

Un frío que no provenía de afuera recorrió a Fiammetta hasta la punta de sus dedos. La "medicina". La había arrojado toda por el retrete.

-Mi estomago no resiste nada...

-Bébela, gacela del Líbano, te sentara bien.

-¡No quiero! - estalló con rabia la joven.

-Hermosa mía, si no abres tiraré la puerta.

A pesar de la voz dulce Abdallah era capaz de hacerlo. De un solo panzazo. A pesar de los bigotazos bonachones el padrote era un carcelero feroz. Era mejor colaborar. Si Abdallah cambiaba los mimos por el látigo... Abrió. Lucia tan consumida que su turbación no se notó. Abdallah la ayudó a sentarse en un taburete. Lucia terrible la chica, y no era para que luciera así en tan poco tiempo. Estaba sinceramente preocupado por ella. Si se malograba, no solo perdería dinero, sino que podría haber represalias. Los Benzi eran peligrosos.

-Cervatillo del Nilo - le acarició la mejilla - ¿no mejoras?

-Creo que he vomitado hasta el alma... - Abdallah se mordió los labios - Quiero ver a un médico...

-Ya te he dicho que no es posible...

-¡¿Por qué no!? ¡Mi dinero debería ser capaz de comprar el silencio de cualquier médico! ¡Que se quede conmigo hasta que yo salga!

Abdallah la miró con pena, negando con la cabeza. Tenía la expresión del carnicero piadoso que se lamenta de la suerte del corderillo que va a degollar. Fiammetta aceptó el hecho de que no la dejarían tener contacto con un médico, ni con ninguna otra persona. Un medico, otra persona, quizas podrian ayudarla, sacarla de ese lugar donde la estaban envenenando. Abdallah le ofreció el vasito. Se sintió como la protagonista del film "La maldición de la flor dorada".

-¿A que quieres la medicina occidental? Los viejos remedios de Abdallah son los mejores... bebe, gacelita.

Fiammetta se llevó el vaso a los labios. Aspiro el vapor, que subía, caliente y perfumado. ¿Era eso veneno? ¿Se estaba volviendo loca? ¿Paranoica, esquizofrénica? ¿Siempre lo había padecido y ahora se le desataba? Deseo jamás haber encontrado ese maldito tesoro. Se armó de valor y bebió. Tal vez fuera solo sugestión mental pero sintió algo en el estomago. Se quedó con los ojos cerrados.

-¿Te sientes mejor? - Abdallah le secaba la frente con su mugriento pañuelo.

Fiammetta asintió.

-Quiero dormir un rato.

-Duerme, joya de inapreciable valor, duerme...

Abdallah se retiró caminando hacia atrás a tenues pasitos. Ridículo y amenazador: aquel duerme parecía querer decir para toda la eternidad.

Ludovico no se había presentado desde hacia uuuh... Las últimas personas que había visto habían sido Enrico y Teo. Enrico y Teo. Habían prometido mantenerse en contacto, pero nada, tampoco ellos... ¿estarían también en el complot o seria solo cosa de Ludovico?

Pensando y pensando en la soledad de su celda Fiammetta había llegado a la conclusión de que Ludovico quería matarla. Que había contratado los servicios de Abdallah, su hombre de confianza, como sicario, para envenenarla lentamente y quedarse con su tesoro. Maldito perro: sin tan solo tuviera el valor de ir a verla... se lo daría todo, ya no lo quería. Quería volver a su oficina, de nueve a cinco, con horas extras que jamás pagaban. Los que soñaban con tener aventuras eran unos ilusos.

Su cuento de hadas estaba terminando a la manera de los originales en alemán: en una fría tumba.

Muerta. Y aquello no era lo peor de todo: mataban a alguien más. Podía sentirlo, no estaba loca... No tendría ni siquiera un mes, pero podía sentirlo. Era mujer. Y no estaba sola. ¿Seria conveniente decirles que estaba embarazada? ¿Tendría piedad Ludovico con su sobrino? ¿O la noticia aceleraría el desenlace? Que Abdallah no se de cuenta. Que alguien me ayude.

Por segunda vez imploró la intervención divina.

 

Y por segunda vez, la respuesta, si tal era, llegó antes de lo previsto, en aquel hombre que se había materializado en el alfeizar de su ventana. De su ventana que ya no tenia celosía mudéjar de hierro oxidado. Sus ojos brillaban en la oscuridad y para ser un ángel tenía muy mala pinta. Ancho de hombros y con barbas. Inequívocamente turco. Al encender su cigarrillo vio que usaba una camisa que tenia estampados tipos tan malencarados como él.

-¿Quién eres? - la voz le salió chillona; maldijo sus cuerdas vocales.

El recién llegado expulsó una bocanada de humo. La brasa del cigarro brillaba en sus ojos y en sus dientes. El tío mostraba una amplia y franca sonrisa.

-Ya. Orhan Siyah.

 

Continuara...

 

Notas finales:

¿El séptimo de caballería al rescate? ¿Otra trampa?

Your eyes, your soul, in me...

Link a la cancion (Jul, no te la pierdas, la canta el conejito bitch y Petri le hace los coros ;) : http://www.youtube.com/watch?v=eqiaXyIPWBU

Kiitos!


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