Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El fantasma de la abadía. por nezalxuchitl

[Reviews - 339]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Ven, ven a mi y cubreme con tu amor...

 

8º Ven a mi.

 

Lotario resentía la ausencia de Teodora. De su arrobamiento místico había obtenido tanta energía que podía mantener su gallarda figura incluso en la Realidad.

-Ven a mi... - canturreaba Lotario paseando entre las sombras de la abadía.

Llegó a la iglesia. A sus ojos, aparecía como fue antes del incendio, a pesar de que el nunca la vio antes del incendio. Todavía en gris, algo mas trasparentes las partes que no existían sino como él, como espectros. Solo la luz se filtraba de colores por los vitrales que representaban escenas sacras.

Un grueso monje se afanaba alrededor del altar mayor. La tonsura y el hábito blanco y negro delataban a un benedictino. La gordura, la enorme cruz que le pendía sobre el pecho y el tremendo anillo de su mano izquierda revelaban que era el Abad. Tenia mucho tiempo que Lotario no lo saludaba. Hizo la genuflexión frente al altar y se acerco hasta la primorosa barandilla de madera que separaba a los celebrantes de la grey.

-Dios os de la paz, señor Abad.

-Dios os de la paz, hijo mío. - el abad, cuyos ojos fueron negros en vida, seguían brillando cuando sus dedos tocaban las gemas de los ornamentos sagrados.

-¿Vais a celebrar misa?

-No, no... recuento mis tesoros... - el abad extendía sobre el inmaculado mantel vasos de consagrar, relicarios, custodias - sorprendí a un pilluelo aquí, y mucho temo que me haya robado.

-No hagáis eso en el altar. - Lotario juntó las esquinas del mantel y bajó el improvisado atado al suelo - No pequéis de blasfemia.

Solo entonces el abad se fijó en Lotario. Tenía mucho tiempo que no lo veía corpóreo. El abad lo juzgaba un tonto por no alimentarse.

-Ya no puedo pecar. - dijo - Ni orar, ni celebrar misa. Sobre este altar que tanto veneráis se tiran a dormir los rapazuelos.

-No estéis tan seguro, de que no podáis pecar. - Lotario elevó los ojos hasta la cúpula, inundada de luz, de la iglesia - Además, ¿Quién os va a robar?  Solo vos sabéis que la cripta del tesoro guarda aun todas sus riquezas bajo nuestros pies.

-Incurrís en el error durante el enunciado mismo. Si vos lo decís, vos también sabéis. Pero vos sois un honrado caballero... no como ese pilluelo, ya lo he visto, rondando, varias veces por aquí.

-¿Varias veces? - se extrañó. La única persona que había estado por ahí era Teodora.

-Si. La otra noche, y anoche. Y hoy: hace nada que ha estado. Para mí que viene sobre mis tesoros...

-¿Cómo era?

-Es un rapazuelo, imberbe aún. De elevada estatura y esbelto talle.

-¿No será mas bien una doncella?

-Sabrá Dios. Las gentes usan ahora unas ropas tan extrañas. Pero todas las veces ha venido con una bolsa.

-¿Tenia, por ventura, los ojos azules y el cabello corto y castaño?

-Si, en verdad, así los tenía. ¿Le habéis visto también?

-Le he llamado. - dijo Lotario.

-Muy mal hecho. Los vivos no tienen que frecuentar a los muertos.

-Ella es Teodora. - dijo Lotario cada vez mas alto.

-Vuestra amada... -el abad lo miró con desconfianza y recogió sus tesoros en el mantel - ... vos le habéis dicho la ubicación de mi tesoro y queréis entregárselo...

-¿Qué desaguisados decís, fraile? - se exasperó Lotario.

-Si... queréis darle mi tesoro: mis crisopacios, mis turmalinas, mis límpidos diamantes...

-Nadie mas que vos desea esas piedras frías.

-... mis zafiros, mis inigualables rubíes... ¡Pero no lo conseguiréis! Bien que la he espantado y no volverá por aquí!

-¡Que dices desdichado!? - por primera vez en su existencia, Lotario cogió del cuello de la ropa a un religioso.

-¡La he ahuyentado! ¡Esa pequeña no volverá por aquí, no con el recuerdo de mis manos de espectro cerrándose en torno a su garganta!

-¡Medid vuestras palabras! - Lotario estaba furioso. El abad se retorció pero lo estampó contra el ornamentado sagrario - Medid vuestros poderes. No se os ocurra volver a hacerle daño, o me las pagareis.

-No podéis matarme... - la codicia daba valor al Abad.

-No, pero puedo, en verdad, liberar esas inútiles piedras de su largo enterramiento. Darlas a quien de verdad las necesite para que, con el valor de su importe, se compre un arado.

-No os atreveríais... sois un hombre honrado.

-Por eso mismo. Me atrevo a todo con tal de defender lo que amo. No os olvidéis que yo era uno de los principales gentileshombres de la corte del emperador Federico, abad, y que vos solo erais famoso por bajar un cadáver.

-¡Queréis las joyas para vuestra amada! - chilló el abad.

-No. - Lotario aflojó la presión - El único tesoro que a Teodora le hubiese placido eran los libros que morí por salvar. El verdadero tesoro de vuestra abadía, perdido en gran parte por vuestra ineptitud. - lo soltó - No interfiráis entre Teodora y yo. La llamare y ella vendrá. Quedaos con Dios, señor abad.

Lotario se alejó caminando por en medio de las dos hileras de bancas, tan trasparentes como el mismo. La sombra negra creció en torno al abad, que se apuró a meter todas sus joyas al escondite.

 

***

 

Ni Enrico ni Teo estaban muy convencidos de ir de día de campo a la abadía el domingo, pero los planes ya estaban hechos, el consultor del comité para la conservación del patrimonio cultural llegó puntual con el tren de las ocho. Ni modo.

Como el ferrari solo tenía dos plazas y había que llevar al consultor y al almuerzo Enrico sacó el todoterreno. Ese auto no le gustaba: era demasiado grande.

Asistieron a misa siendo objeto de mil cuchicheos, cumpliendo el refrán que reza "pueblo chico infierno grande". El consultor asistió con ellos: era una mujer de veintipocos años con el cabello disparejo y escandalosamente morado... quizá también ella fuera objeto de algunos cuchicheos.

Antes del mediodía ya estaban en las ruinas de la meseta. Enrico, quien ya había oído relatar todo sobre la abadía extendió el mantel en el exterior de la iglesia, a la sombra del pórtico. Dispuso los primorosos panquecitos, cubiertos de chocolate y con una fresa en la cúpula, los emparedados partidos en triángulos, los empaques plásticos del jugo tenían forma de manzanas y peras. Enrico juntó las manos y sonrió: había quedado igual que como venia pintado en el libro de Mickey Mouse que poseía desde su infancia.

Por cortesía se acercó al consultor que explicaba a Teo como gente sin maquinaria pesada pudo levantar piedras de toneladas de peso para construir esos muros.

-En este espacio - estaba parada a la altura del primer arco de la nave - aquí arriba debía de ir el primer ábside: un contrapeso, un punto geométrico donde coincidían las líneas del primer cubo formado por estos dos arcos - señaló a sus lados - y las imaginarias paredes divisorias - subió y bajó la mano como un mimo frotando una pared invisible - que se dan cada que un arco termina. El ábside solía estar adornado con una flor de la que colgaba una araña.

Teo y Enrico asintieron y la pelimorada continuó con su monólogo.

-Es una lástima que se haya perdido. Los techos de las iglesias ardían como los aviones caza en las películas de guerra. Como estaban montados sobre madera y la seguían conservando en su interior, eran más vulnerables al fuego. Además, el fuego que destruyó ésta iglesia venia de arriba, pavesas en aras del viento.

Teo, que ya había estado de noche ahí, visualizó el suceso.

-Aquí en Lombardía no hay mucha luz, así que los vitrales solían ser pequeños, coloridos y arriba. - señaló el hueco del rosetón del pórtico - los arcos solían ser de ebanistería. En latitudes más meridionales los arquitectos antiguos crearon verdaderos prodigios de luz, como la catedral de Barcelona...

-La catedral del mar. - interrumpió Teo.

-Así es. Veo que has leído a Ildefonso Falcones. - sonrió la pelimorada.

-Umberto Eco se inspiró en esta abadía para su novela El nombre de la rosa. - dijo con orgullo Enrico.

-Así es. - volvió a sonreír la mujer- Y Bram Stoker se inspiro en las ruinas de la abadía de Whitby para crear la famosa Carfax Abbey. Yo he estado ahí y la presencia del vampiro es casi tangible. - la mujer cerró los dedos a la altura de su cara.

Era muy empática, además de simpática. Teo notó que el barón, inconscientemente, flirteaba con ella. El consultor los guió por las ruinas de la abadía como si estuviera habituada a dar tours por ella. Iban a los lugares que más le interesaban y les explicaba lo que eran, lo que deducía, lo que podría ser.

Al oír relatos de pasadizos subterráneos, criptas y bodegas bajo tierra el niño interior de Teo se alborozó. Avanzar hachón en mano por un estrecho pasaje manchado de humedad, osarios tapizados de esqueletos, todavía con sus hábitos puestos... le brillaban los ojos.

-¿Y no se podrían buscar y abrir esos pasajes? ¿Poner luz eléctrica y eso? - preguntó.

-Si, seria fascinante. - la niña interior, siempre de fuera, del consultor, se sumaba a la aventura. - Estoy casi segura de que esa torre alberga mil secretos. Es anterior al resto del conjunto... - se acercó a un muro interior y lo toco con veneración - me atrevería a decir que incluso anterior a los romanos... Con un análisis de radiactivos, radiografía de los cimientos, investigación histórica... quizá se pudiera precisar... - soltó el muro y chasqueó la lengua- Pero eso requiere fondos, y desgraciadamente el gobierno esta mas interesado en mandar recursos a las victimas de catástrofes naturales en países tercermundistas que en atender su propio hogar. - su expresiva cara se mostraba seria, casi enfadada. - "Farol de la calle, oscuridad de su casa."- citó el dicho.

Siguieron recorriendo el lugar y conversando, hasta que, de vuelta al pórtico de la iglesia, se sentaron a comer un almuerzo estropeado por pájaros y hormigas, las cuales, en los libros de Mickey Mouse, no se advierte se comportan con tal descaro. En determinado momento Teo se molestó por el constante coqueteo del barón: especie de licántropo moderno, depredador sexual... ¡bah! A él no había intentado devorarlo ni tantito... y eso le molestaba... porque... pues... significaba que no era deseable, ¿no?

Partieron al caer la tarde, llevando consigo una inquietante compañía que no pesaba ni ocupaba espacio en el todoterreno azul.

 

Continuará...

 

Notas finales:

Los crisopacios, las turmalinas... yo poseo un collar de turmalinas, pero mi joya mas preciada es una amatista engarzada en plata, en forma de lágrima, como si la hubiese llorado una diosa... ;)

La catedral del mar es un buen libro, posiblemente lo unico bueno que Falcones vaya a escribir jamas.

¡Proximo capitulo; Tentacion: las apetencias sensuales arrasan... ¿quien sera capaz de resistirlas?!

Se vienen a leer con un pañuelito para el sangrado nasal y un abanico para la sorpresa.

Besitos malvados.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).