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El fantasma de la abadía. por nezalxuchitl

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Notas del capitulo:

¡Que me bese con los besos de su boca! Mejores son que el vino tus amores. ¡Qué hermoso eres, amado mío, qué delicioso! Puro verdor es nuestro lecho.   


(Shir Hashirim, fragmento. Rey Salomón)

9º Tentación.

 

El vidrio corredizo de la ducha estaba empapado de vapor. Detrás de este el exquisito cuerpo del jovencito era reconfortado por la ducha. El pelo apelmazado le caía sobre la frente, tapándole los ojos... las largas pestañas mecían gotas cristalinas.

Una vez que estuvo bien mojado y calientito Teo sacudió la cabeza, tomó uno de los shampoos y se lavó la cabeza, sin cerrar la llave del agua, haciéndolo de prisa, inclinándose para delante, dejando que el agua formara una cortina líquida y brillante sobre su trasero... eso se sentía taaan bien... Teo se enderezó para enjuagarse la espuma, cerró las llaves y frotó su cuerpo directamente con la pastilla de jabón, usando sus manos para generar espuma, limpiando su cuerpo con autocaricias firmes y descuidadas.

Abrió de nuevo las llaves del agua y una vez que el último rastro blanco hubo desaparecido de su piel las cerró, corrió la puerta de vidrio y cogió la toalla que estaba a la mano. Se la enredó en torno a la cintura y salió, relajado, oliendo bien. Se paró frente al espejo, cogió otra toalla y con ella se secó el cabello. Al terminar se miró en el espejo por si había (esperanza inútil) algún rastro de barba que afeitar pero nada. Nada de barba.

Como en esos juegos de encontrar las diferencias entre los dos dibujos Teo se fijó que había algo raro en el reflejo que le devolvía el líquido hiperenfriado que colgaba de la pared. Detrás de el había una sombra gris.

El corazón le brincó en el pecho, se volteó sin respirar. Ahí parado cerca de la otra pared estaba un hombre. Hecho de humo solido pero trasparente, como un holograma en 3D a blanco y negro. Llevaba una capa larga y un gorro. Con una túnica hasta medio muslo, mallas y botas hasta la rodilla. Un medallón le pendía de una gruesa cadena en medio del pecho y tenia una cara de absoluto asombro. Lo miraba, y estaba impactado, como si Teo y no él fueran la aparición sobrenatural.

Teo le sostuvo la mirada, temblando, en lo que el antiquísimo mecanismo de huir o pelear se activaba en su cerebelo, enviando señales electroquímicas a todas partes. Luego corrió hacia la puerta, que, en caridad de Dios, no estaba detrás del fantasma y siguió corriendo con las sandalias mojadas hasta que llego a la pieza de Enrico. Irrumpió en ella cuando el barón estaba desnudándose.

-¡Teodoro! - gritó, cubriéndose púdicamente con la camisa que acababa de quitarse. Pero al ver al chico mojado y desencajado la soltó y se llegó a él- ¿Qué pasa?

Teo se le abrazó.

-U...u...u-uun hombre en mi habitación!!!

-¿¡Que!? - exclamó Enrico - Eso es imposible... el sistema de seguridad es Cancerberi...

El barón tenía protegido su hogar con la misma compañía que su banco. Lo que no impidió que Teo se fugara y el fantasma entrara.

-U-un algo!!! ¡En mi baño!!!

-Pero querido, no puede ser...

-¡Venga! - Teo lo jaló.

Enrico lo siguió. Atravesaron la habitación y miraron por la puerta abierta del baño. Seguía ahí, con la diferencia de que se había quitado el gorro y con una mano lo detenía y con la otra se rascaba la cabeza.

-¡Mamma mia! - gimió Enrico.

El fantasma los miró. Se abrazaron con fuerza, Enrico enterrando sus uñas en la desnuda espalda de Teo. La aparición extendió su mano espectral hacia ellos y abrió la boca.

-¡Jesús, María y José!!! - gritó Enrico y salió corriendo, seguido de Teo.

Corrieron hasta la habitación del barón y se encerraron en ella. No había nadie más en casa. Los sirvientes tenían libre el domingo: no llegarían hasta las siete de la mañana del lunes. Tenían una larga noche por delante. Teo estaba helado, y no solo por estar semidesnudo. Enrico, en pantalones y calcetines temblaba también.

-¿Barón?

-Eeees el fantasma. - al rubio se le quebraba la voz - Eeeel faaantasma que se te ha pegado.

Teo peló unos ojotes y se acercó instintivamente a él. Enrico lo abrazó, notando lo frío que estaba y las marcas de sus uñas. Cogió su camisa y se la puso sobre los hombros.

-¿Y como sabe que se me ha pegado?

-Porque tú fuiste a la abadía... además en esta casa no espantan...  no así de feo. - Enrico se llevo una mano a la frente. ¿Qué hacer?

-¿Y si nos vamos? - propuso Teo.

-¿A dónde? Viene por ti. - el chico tembló; Enrico se dio cuenta de su error - Ya debió irse... además... si vamos a un hotel... no seria prudente. No con la demanda que tengo entablada con los que me difaman.

-Lo siento mucho... - pobre barón, pagando por algo que no había hecho.

-No, está bien... iba a pasar tarde o temprano... Lo mejor será que vayamos a dormir.

Teodoro se plantó fijamente junto a la cama del barón. Este lo miró y entendió.

-Nno... - comenzó con voz dubitativa.

-Ni loco regreso a esa habitación.

El rubio, que tampoco se sentía con ánimos de dormir solo asintió. Fue a uno de sus armarios y saco unos modernos calzoncillos a medio camino entre bóxers y truzas, un pantalón y una camisa de dormir. Se los dio a Teo.

-Me iré a duchar. - cogió un juego de ropa para el y dejo la puerta del baño entreabierta.

Teo se vistió y se metió en la cama... en la cama del barón de Belcançone. Era tamaño queen size y suave. Las sabanas de suavísimo algodón pima hicieron pensar al jovencito que el barón debía acostumbrar dormir desnudo. Un calorcillo muy especial le subió por el cuello al imaginar que estaba sobre las mismas sabanas entre las que estaba Enrico, au naturel, todas las noches.

El colchón era suave, pero no tanto como las almohadas. Montones de almohadas: el rubio pernoctaba en un verdadero nidito. Se acostó en un ladito  cerró los ojos... no podía dormir pero descansaba, oyendo correr el agua en el baño contiguo. A poco rato los amortiguados pasos de Enrico en pantuflas de felpa se oyeron. Apago la luz, pero dejo encendida la lamparita de noche, una preciosidad del rococó cuyo foquito de tugsteno, velado por el globo de cristal blanco decorado con arabescos de oro iluminaba tenuemente la habitación, no lo bastante para leer pero sí para no sentir temor de la oscuridad.

Enrico se detuvo al pie de la cama, contemplando al muchacho cuyas pestañas lucían más encantadoras que nunca y sus labios más besables que nunca. Estaba ahí, en su cama... como nunca imaginó. Iba a ser una verdadera prueba dormir a su lado, pero, bueno, para eso era ya un adulto, ¿no?

Se acostó en el otro extremo, dándole la espalda a la bella visión, bel-bezer, en provenzal... había tenido fantasías con el chico, para que negarlo. Fantasías en las que el pequeño se comportaba como la protagonista de la película "Lolita". No se sentía culpable por ello. Las fantasías son fantasías, y los hombres las tienen a montones: un pensamiento sexual cada cinco minutos, o algo así, leyó en una revista. Una publicación seria.

Fantaseaba con Teodoro lo mismo que fantaseaba con la secretaria pelirroja o con Mónica Belluci. Imágenes fugaces del tipo imagínate como se vería haciendo esto.

Pero esta noche las imágenes fugaces querían condensarse en una película. El jovencito estaba al alcanze de la mano, lo había visto prácticamente desnudo, ¡le había clavado las uñas, por dios!

Un ruido lo sacó de sus cavilaciones.

-¿Qué fue eso? - preguntó Teo.

-Haabrá sido el perro. - Enrico trató de sonar relajado y convincente.

El ruidito se repitió. Teo se pegó a él y Enrico se le abrazó. El perro aulló.

-Poobrecito. - dijo Enrico- Se me olvidó darle de comer.

A la suave luz ambos se miraban, con las narices casi pegadas. El barón tenía una erección; Teo la sentía contra su cadera. El calorcillo se apoderó de él. ¿Cómo era posible sentirse excitado cuando se tenía miedo? El barón olía delicioso, su cuello emanaba calidez... Teo se lo miraba absorto, esa piel que se perdía bajo la cómoda camisa del piyama... Se pegó más a él; también estaba duro. Enrico se mordió el labio inferior, luego lo soltó, tratando de rodarse para su extremo de la cama. Pero Teo se aferró a él. El rubio jadeó.

-Teodoro si seguimos juntos voy a besarte... - le advirtió.

-Pues hágalo. - Teodoro se montó sobre él y se apoderó de su boca en la semioscuridad.

Enrico gimió y se negó a corresponderle... lo besaba con la inexperiencia de quienes son vírgenes pero con la pasión de quienes quieren dejar de serlo. Arrobado por la pasión, venciendo al miedo con el placer lo estrechó desde abajo y le enseñó como se debía besar. Teo enloquecía, olvidado de todo, en esos momentos solo existía la boca de Enrico, la lengua de Enrico... ¿quien hubiera imaginado que un simple beso se podía sentir así?

Enrico procuraba tener las manos quietas pero con un chico tan delicioso era casi imposible. Su mano se deslizó por la suave curva de una nalga. Sus penes se presionaban entre sus vientres. Enrico se movió para que se frotaran. Era un estimulo leve pero estaban en un grado de excitación tan alto que no necesitaban más. Sus lenguas seguían enlazadas y la saliva escurría por las comisuras de la boca de Enrico, abajo.

Teo meneaba su cadera por instinto y se dejaba llevar por todo lo que Enrico le hacia sentir. Una mano le apretaba el trasero y otra le sujetaba la nuca, húmeda aun. Teodoro tocaba lo que podía, metiendo las manos por debajo de la camisa, tan calientito ahí... el barón metió la mano por debajo de la ropa y apretó directamente la nalga de Teo... luego la deslizó lentamente hasta su entrepierna y lo masturbó.

El chico separó su boca y lo llamó por primera vez por su nombre.

-Enrico!

Con una mirada que parecía decirle "calla y goza" el rubio estiró el cuello para besarle la barbilla, el cuello... tomó una de sus manos y la puso sobre su propia erección.  Teo la coló bajo el pantalón de Enrico y lo masturbó también, echando el cuello atrás para que se lo besaran. Apretó los labios al momento de correrse, pero no cejó en su empeño hasta sentir sus dedos pegajosos por el esperma de Enrico.

Sin saber que hacer se dio la vuelta y fingió dormir. Enrico se lo quedó mirando un largo rato antes de encontrar escape en el mundo de la inconsciencia.

 

Continuara...

 

Notas finales:

Son mejores al olfato tus perfumes; ungüento derramado es tu nombre, por eso te aman las doncellas...

Estos versos fueron escritos por Salomón, un rey hebreo que vivio hacia el año 950 a. C. שִׁיר הַשִּׁירִים, Shir Hashirim, Cantar de los cantares.

Busquen recrearse en los textos clasicos, en serio, son de lo mejor que hay: somos hijos de ellos.

Besos de miel.

¡Proximo capitulo: "¿Como decirle que le amo?"!

 


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