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un nuevo cuento de hadas por Fallon Kristerson

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Notas del capitulo:

Este capítulo no termina de convencerme, pero aún así lo subí xD que les grade! ^^

Capítulo 6: Abrigos quemados y tormenta de nieve

Al iniciar la guera nunca sabes con exactitud qué se te viene encima.

No estaba seguro de qué había sucedido, solo sabía que lo había asustado y mucho. De pronto estaban ahí esos hambrientos ojos sin dejar de mirarlo, mientras lo iba acorralando contra el armario. Primero sintió pánico al verlo acercarse así de pronto, verdaderamente creyó que lo iba a comer. Luego sin embargo, al sentir ese calor acariciarle el rostro y las puertas de madera impedirle seguir retrocediendo, en el momento en el que estaban tan cerca el uno del otro, sintió como su estómago y todo su ser se daba un revolcón. Recordó que ni si quiera había opuesto mucha resistencia, y dudaba de que lo hubiera hecho si el peliazul se hubiese propuesto el proseguir. "¿¡Pero en qué demonios estoy pensando!? Nadie dijo que él quería..." No se atrevió ni si quiera a terminar su propio pensamiento. El príncipe se envolvió en la enorme toalla que había sacado de su armario y su mirada quedó clavada en la cama que ahora compartía con el intruso.

Se comenzaba a preocuparse por sí mismo. "¿Qué fue todo eso, cómo es que de pronto me sentí tan mareado?" Se acercó, ligeramente tambaleando, a su armario y luego sacó de él ropa limpia. Dejó caer al suelo su toalla, sintió como el agua ahora helada goteaba de sus hebras rojas y luego recorría su espalda. Sentía frío. Inconcientemente alzó su mano y la llevó hacia su cuello, para luego dejar que sus dedos repasaran las quemaduras. La verdad, no eran heridas muy graves, el chico solo no quería que se supiese de ellas y se andase chsimoseando de que el dragón lo estaba cocinando. Uno repentino esaclofrío lo hizo temblar.

-Ahora sí no importaría tenerlo aquí soplándome en la nuca,- murmuró amargado el quinceañero.

Mientras se vestía, su mente estaba lejos de su cuerpo, tratando de explicarse el por qué de su reacción tan extraña. " Yo... apenas opuse resistencia" Aquello no quería salirse de su mente. "¿Por qué? ¿Por qué no traté de defenderme? ¿En serio iba a permitirlo?" Terminó de cambirse, sin embargo no se movió de su lugar. Miles de ideas y preguntas lo atormentaban. Y se sentía mareado, su mirada estaba fijada en algún lugar de aquella habitación.

De pronto oyó como alguien tocaba a su puerta de manera repentina, sacándolo de su trance. Antes de que él pudiera reponder algo, la puerta se abrió e hizo aparición el rey de Hyotei. Entró luciendo como siempre su típico porte tan elegante y orgulloso.

-¿Qué me hace tan digno de recibirte en mi humilde cuarto?- preguntó entre malhumorado y burlón el adolecente, que hace unos segundos miraba perdidamente al vacío.

-¿Cómo que qué? ¿El drama que llevaste a cabo en el comedor no te hace lo suficientemente digno?

El pelicereza no respondió, solo se dio la vuelta, dirigiéndose hacia su ventana. No quería admitirlo, pero se sentía ofendido, le era que su hermano apoyaba a aquel endemoniado dragón que había osado irrumpir tan descaradamente en su perfecta vida. No iba a admitirlo, menos ante el monarca.

-No fue mi culpa, si hubieras estado ahí pudiste haberlo evitado. Después de todo eres el rey, ¿o no?- Al chico le costaba ocultar la amargura en su voz.

-No tenías que reaccionar de manera tan histérica. Nadie te iba a obligar a quitarte la chalina, solo tenías que decir que no querías.

El príncipe ahora estaba convencido de que su hermano lo había traicionado por completo. Con un movimiento brusco abrió la ventana, por la cual automáticamnete entró una ráfaga de viento frío, la cuel le hizo recordar algo indeseado y a la vez padecer otro temblor.

-No todos podemos fingir tan bien que todo va de las mil maravillas,- el chico se inclinó ligeramente hacia el exterior, para luego murmurar para sí mismo: -No todos nos ocultamos tras una máscara...

-¿Que dices?- interrumpió el monarca sus balbuceos.

-Nada.

Entre los hermanos se expandió un incómodo silencio, como hace mucho no lo experimentaban. El mayor pasó la mirada por la habitación, tratando de acordarse cuando había sido la última vez que había estado ahí. No podía, no podía recordarlo. Pero sí recordaba que el orden de los muebles, y los muebles mismos, habían cambiado. Recordaba que solía haber una cuna cuando él tenía seis años.

-Bueno, solo quería decirte que Jiroh no lo había hecho intencionalmente. Él no sabía.

La puerta se volvió a cerrar e inmediatamente el cumpleañero se dio la vuelta. Era normal que el rey se disculapara por el lirón (aunque este luego lo hacía también) con el pelicereza, pero nunca se tomaba la molestia de ir a buscarlo a su habitación. El adolecente volvió a cerrar la ventana, molesto, pero sin estar muy seguro del por qué, no sabía si era por el hecho de que su cumpleaños se había echado a perder, o porque su amo ahora le hacía cosas extrañas. La cabeza le dolía, su cuerpo tiritaba ligeramente. Había algo que lo molestaba y no lo quería dejar en paz. Rendido se desplomó sobre la cama, ocultando su rostro bajo una de las almohadas. "Me las vas pagar, bestia endemoniada... De alguna manera u otra."

El chico se sentía cansado, pesado. El dolor en su cabecita solo se intencificaba más y más. "Pero... ¿Qué diablos quería hacerme? ¿Por qué apenas me defendí?" Se volvió a quitar la almohada de encima. "Voy a enloquecer... Y no me extrañaría si ese fuera su plan, así como lo veo, solo se quiere divertir a mi costa." Así permaneció por varios minutos, llenándose de preguntas y dudas, hasta que una única lo resumía todo. "¿¡Pero qué mireda me pasa!?" Quiso desgarrar todas las almohadas, si era posible, el colchón también. Se sentó en el borde de su cama, así que sus piernas estaban suspendidas a centímetros sobre el sueloYa traía entre sus manos a la primera víctima de tela y plumas, cuando la puerta se habrió de golpe. "Hablando del rey de Roma... No, un momento, ¡Yo no estaba pensando en él!"

-Tengo que hablar contigo.- "Mierda..."

-Se oye como si fuera la persona más desgraciada del reino.

-Tómatelo como quieras, pero antes que nada: ¿qué pasó entre tu hermano y tú?

-Nuestros asuntos no te conciernen,- contestó desafiante el menor.

-Como desees...

-¿Qué quieres-, le cortó.

El peliazul lo miró de manera penetrante, el príncipe de pronto se sintió bien pequeño, más aún al ver como el mayor se comenzaba a acercar a donde él se encontraba sentado. Con movimientos lentos se posicionó delante suyo, luego se agachó en cuclillas, acabando ambos rostros a la misma altura. El pelicereza casi podía percibir el aliento cálido de su dueño. Este sorpresivamente alzó una mano y la pasó con suavidad sobre la mejilla de Gakuto. Una caricia que no tuvo el efecto planeado: una cachetada por parte del hermano menor de la familia real.

-¿¡Qué haces!?- El dragón no se inmutó ante la agresión, no se movió de su lugar. Solo alejó otra vez la mano de la cara del adolecente.

-Lo siento...- murmuró.

-¿Qué quieres?- susurró casi el niño.

-Hablar contigo sobre algo que te incumbe tanto a ti, como a mí.

-¿Mi esclavitud?

-No exageres. Y antes de que me des otro golpe, todo esto es tu culpa.

-¿Pero qué...

-Déjame hablar.

-...-

-Me he dado cuenta de que no eres mío por completo, déjame terminar, y quiero que lo seas. Pero no de la manera que piensas.

-¿Ah, no?- replicó esceptico el príncipe. -¿En qué estoy pensando?

-No preguntes cosas que sabes tú mismo. Gakuto...,- "¿Gakuto? ¿Desde cuando me llama por mi nombre tan seriamente?" –quiero decirte que me robaste el corazón.

Ahora sín el pelicereza estaba convencido de que aquello no iba en serio.

-¡Ja, ya crees que soy tan idiota de caer en eso! Sí, claro, como si un dragón se interesara por alguien que no fuese su comida...

-No me dejaste terminar...

-No necesitas terminar, ya sé lo que va a segui...

-Gakuto, cierra la boca.- El príncipe lo miró atónito, nadie en su vida (excepto su padre, su hermano y Shishido...) había osado callarlo, menos alguien que, según el punto de vista del adolecente, era tan despreciable. –Estoy hablando en serio, quiero que veas que lo estoy haciendo. Quiero que seas mío...

-¿¡Y me lo pides así!? ¿¡Por qué no de frente me tomas!? Sería lo más logico para ti, ¿¡o no!?- El chico había comenzado a alzar la voz inconcientemente, sus mejillas se teñieron de un precioso rojo carmín. Solo segundos después se dio cuenta de lo que había dicho, hecho que le hizo bajar la cabeza para no tener que mirar al dragón. –Yo...

No hubo respuesta, solo el silecio se apoderó del lugar. Sus miradas cruzadas no fueron interrumpidas por nada, ni si quiera cuando el mayor volvió a elevar su manos, llevándola de nuevo hacia su gatito. Lo sujetó por la nuca, delicado y con firmeza a la vez. El pelicereza apenas notó el momento en el que sus labios se unieron. Solo recordaba un intenso calor invadir su cuerpo, apoderándose de él. Y cuando estuvo solo, solo recordó dos palabras:

-Déjame conquistarte...


-¡Mira Gaku! ¡¡Está nevando!! ¿Gaku? Gakuto, ¿estás aquí?

-¿¡Eh!? ¿Qué, cómo, qué?

-Dije que está nevando,- dijo un ofendido Jiroh, haciendo una pequeña mueca que fue ignorada por su cuñado. Este se había quedado hipnotizado por los blancos copos que caían, o mejor dicho, flotaban por el abiente de invierno.

Desde aquel incidente del cumpleaños del adolecente, habían pasado ya casi tres meses. Tres eternos meses en los que el dragón actuaba como si nada hubiera sucedido, once semanas de sileciosa tortura para el hermanito menor de la familia real. Dormían separados por casi un metro en la cama (hecho por el cual el príncipe despertaba en medio de la noche tiritando de frío), el peliazul no le hablaba si no era extremadamente necesario y si lo hacía, no lo llamaba ya por ninguno de los apodos que la había puesto a su propiedad. De vez encuando incluso, el dragón desaparecía por días enteros. Había perdido su manera coqueta con el pelicereza y este casi comenzaba a extrañarla. Más bien ahora la usaba con las doncellas, que en un principio habían reaccionado de forma traumada, pero que sin embargo les gustó la idea de que un dragón las estuviese seduciendo. "¿Ese esta su manera de supuestamente conquistarme?"

-¡Hooooolaa! ¡Gaku, vamos afuera!-El príncipe soltó un suspiro inaudible y puso los ojos en blanco, pero luego accedió a salir con el lirón. Salió de la sala en la que se encontraban, para dirigirse a su habitación y buscar un abrigo.

Corrió por los pasillo, ignorando olímpicamente las reprobaciones de una de las monjas, con quien había chocado al doblar la esquina. Cuando por fin llegó a su puerta, estab sin aliento, pero sin una pisca de frío. Abrió y entró a su habitación. Sin molestarse en cerrar la puerta, se acercó a su armario, solo para llevarse una gran sorpresa.

-¿¡Pero qué...

-¿Sucede algo, Gaku?- pronunció una melosa voz a sus espaldas, dos fuertes brazos de pronto se aferraron a su cuerpo. Sintió como su temperatura subía aún más.

-¿¡Qué le hiciste a mis abrigos!?

-Ya no los necesitas,- susurró de forma sensual en su oído la voz. El príncipe sintió como si su oreja derecha estuviese expuesta al vivo fuego.

-¿Qué, planeas convertirme en estatua de hielo? ¡Claro que los necesito, dragón del demonio!

El mencionado solo rió en voz baja, soplando con diversión sobre el cuello expuesto del adolecente. Este dio un respingo al sentir otra vez esa desmesurada calidez tomarlo. El mayor sonrió satisfecho, la primera parte de su plan había funcionado a la perfección...

-He dicho que no los necesitas, ya no mas. ¿Y sabes por qué?- El pelicereza no respondió. –Porque ahora me tienes a mí para impedir que te congeles...


-Ga... ¿Gakuto?- El amigo del chico miró boquiabierto la escena que se desenvolvía ente sus ojos. Un bastante alterado pelicereza venía hacia él, su expresión de mal humor puesta al máximo, trayendo consigo, literalmente colgando de él, a cierto peliazul que sonreía descaradamente.

-¿Qué...

-No preguntes,- le interrupió el príncipe molesto. Jiroh solo se encogió de hombros y salió corriendo en dirección Atobe, quien también había tenido que acceder a salir al frío invernal. El príncipe se sentó en el piso, dándole poca importancia a que si se mojaba por la nieve. La sonrisa de su amo se ensanchó aún más.

-Te molesta. –El dragón se sentó a su costado, sin dejar de abrasarlo.

-¿Qué cosa?

-Sabes de qué estoy hablando.

-No, no lo sé,- cortó el menor.

-Te molesta que tu hermano le dedique más tiempo a él que a ti en toda tu vida.

El niño no respondió, aquello había sido un golpe bajo. Solo agachó la cabeza y murmuró algo inentendible para quienn estaba junto a él. El viento no soplaba con fuerza, pero el frío era insoportable para cualquiera que no tuviese un horno portátil y peliazul. La fina blancura que revoleteaba por el aire le daban al ambiente un poco de alegría. La mirada del mayor estaba clavada en la cereza, sin importarle mucho que esta fuera atacada por otro temblor. Sus rojas hebras captaban toda su atención, igual que su pálida piel. Los copos que quedaban atrapados en el cabello del más pequeño se derretían instantáneamente. El dragón volvió a dejar que su aliento recorriera el pálido cuello del chico.

-Solo di que es verdad...- susurró.

-No es eso... Es solo que... Hace cinco años él jamás habría salido en invierno para hacer algo así como un hombre de nieve...

-Se puede decir entonces que Jiroh tiene un don para con tu hermano.

-No, se puede decir que...- el chico calló por unos segundos, pareciendo que cambiaba de idea acerca de lo que iba a decir. -Olvídao.

-Si así lo deseas... Solo pienso que si no quieres que todo el mundo sepa que está celos, deberías tal vez intentar siendo menos obvio.

-Solo cállate... No quiero hablar de eso.

Una suave ráfaga desordenó graciosamente el cabello del príncipe, dándole un aire un tanto inocente. El peliazul sonrió feliz por el gesto pensativo y callado que tenía ahora el menor, pero a la vez se sintió extraño sintiendo tal cosa. "¿Desde cuándo me siento completo con solo tener a una persona específica a mi lado? ¿Qué tiene él de especial? Pero es solo un niño..."

-Oye, ¿si me vuelven a dar más abrigos...

-También los quemaría,- respondió el dragón la pregunta inconclusa. Su mirada ahora estaba sujeta a un alegre noble que arrastraba tras sí a su apenado rey, quien por lo visto trataba de asesinar al bufón con solo mirarlo. No sabía cómo debía de haber sido la infancia de su príncipe, siempre se iamginó que los de su mismo nivel social siemrpe tenían una vida de ensueño, con todo lo que querían al alcance de sus delicadas manos. Pero al parecer las cosas no siempre eran así. "Si se dejaría de lado su enorme orgullo, él y Keigo serían totalmente opuestos."

-Gakuto... He notado que tú y tu hermano apenas tienen parecidos. ¿A quién le saliste, a tu mamá o a tu papá?

El pelicereza le lanzó una mirada inexplicable, como si quisiera decir dos cosas diferentes, pero no se decidía por ninguna de las dos. Sus ojos se cruzaron por un instante, hasta que el príncipe volvió a desviar la mirada, queriendo evitar que el otro viese el sonrojo que se había hecho presente.

-A mi mamá,- murmuró por fin el chico. El dragón dudó de la veracidad de sus palabras, pero decidió no seguir insistiendo. Ahora recién se percataba de que nunca había oído si quiera mencionarse a los padres de Keigo y su hermanito. Para serse sincero, le extrañaba que el rey fuese aún tan joven, no era lo normal.

-Gakuto, ¿cuántos años tiene tu hermano?

-¿Para qué quieres saber eso?

-Solo para saber.

-Veintiuno.– "Demasiado joven para ya gobernar un reino tan grande." No volvió a decir nada, solo se concentró en en el alientoq ue parecía humo al salir de la boca del adolecente. Parecía niebla. Los ojos del menor estaban fijos en el piso, con su dedo cavaba un pequeño hoyo, solo por mantenerse ocupado.

-Dime, Oshitari...- Al peliazul le sonaba tan raro que alguien lo llamse por su apellido.

-¿Qué pasa?

-¿Cuántos años tienes tú?- ambas miradas azules se volvieron a encontrar, esta vez ninguna fue desviada. Los de Yuushi vieron como un solitario coüpo cayó sobre la mejilla del menor y luego se derritió. En su caso, la nieve ni llegaba a tocarlo.

-Tengo siete veces tu edad menos tres.

El príncipe lo miró sorprendido, jamás imaginó que le llevase tantos años. Casi sentía que él mismo no había vivido nada.

-Que uno viva mucho tiempo no significa que viva muchas cosas...- El príncipe le mandó una mirada casi aterrada. –Pero ese no es mi caso,- terminó el peliazul sonriendo contento de la mueca molesta de Gakuto.


-¡Maldición!

El príncipe se odió por aquella descisión, demasiado. Había tomado prestado uno de los abrigos de Jiroh, el cual le quedaba bien grande, y tratado de huir del mal humor de su hermano y del caballero mayor. Solo se había dado un paseito, el cual al final acabó a dos kilómetrso del castillo y hubiera continuado, de no haber sido por las oscuras nubes que amenazaban con una tormenta., razón por la que tuvo que darse la vuelta. Iba hundido en sus propios pensamientos, aún un poco ofendido por lo que había dicho el dragón. "¿¡Pero qué demonios!? ¡A mí eso no debería importarme en lo más mínimo!" Pateó infantilmente un pequeño montículo de nieve que se interpuso en su paso.

-Ciento y dos años es mucho tiempo...- murmuró perdido. Todavía nevaba, pero solo leve. Sentía frío y se maldijo por ello. "Lo odio..."

De pronto una fuerte ventisca lo sorprendió, y luego lo que caía del cielo dejaron de ser unos pocos copitos, sino que la tormenta había explotado de un momento al otro. Molesto, el chico echó a correr, tratando de como mínimo alcanzar aquel viejo granero que vio asomarse lejanamente. Sabía que ya llevaba tiempo abandonado, desde que era pequeño. Lentamente el granero se iba acercando, casi con pereza. El chico se sentía frustrado, acabaría trapado ahí por días, si tenía mala suerte. Y sabía que, desde que ese condenado dragón apareció, la tenía en gran medida.

Con dificultad abrió la gran puerta del granero, farfullando cualquier insulto. Se dejó caer pesadamente sobre un montón de paja. Miró hacia el techo, sintiendo como el frío lo quería matar. Cerró un poco los ojos.

-Vaya, vaya, ¿pero a quién se le ocurrió salir sin abrigo?

Aterrado abrió de nuevo los ojos, encontrándose el rostro del dragó a pocos centímetros. Sin embargo no hizo nada para apartarlo. ¿Ya para qué? El mayor se encontraba recostado a su costado, apoyado en su antebrazo izquierdo. Su mano de pronto se alzó para acariciar la mejilla teñida de carmesí del pelicereza.

-¿Q-qué haces aquí?

-Nada, solo me quería alejar un poco del castillo. Recuerda que no fui hecho para vivir en una sociedad muy numerosa.

-Claro, ¿cómo hacerlo?- contestó ya recobrando el aliento el menor. El dragón no se inmutó.

-Aclárame una duda, Gaku... ¿Por qué te nunca he visto a tus padres?- El aludido parpadeó un poco sorprendido, olvidando la cercanía por completo.

-¿Mis padres?- un pequeño deje de tristeza apareció en los ojos del menor. –Están muertos.

-Ya veo...- "Eso explica varias cosas." Decidió que era hhora de retomar algo que parecía haber quedado olvidado meses atrás.

-Gakuto, quiero recordarte que significas para mí.

-¿Un gato?

-Gakuto...

-Te he dicho que no te creo y tengo muchas razones para fundamentarlo.

-¿Cómo?

-¿¡El hecho de ser dragón no te dice nada!?- Parecía algo automático que el adolecente alzara siempre la voz al hablar con Yuushi.

-¿Qué tiene que ver que lo sea? No me impide amar.

-¿Amar? Si me amaras me dejarías libre...

-Gaku, los dragones no tenemos los mismos principios que ustedes los humanos.- El príncipe quería gritarle, decirle que no podía ser cierto, que había tantas cosas que hablaban en su contra, en contra de su declaración. Pero había algo que le impedía expresar lo que quería decir. –Si lo quieres oír: Te amo.

-No tiene sentido...

-Claro que sí.

-No, no lo tiene. Digo, supongamos que me gustases o incluse te amase, somos de especies diferentes. No puede ser. Y si fueras humano, ambos somos hombres. Y tú me llevas más de ochenta años.- Apenas era un débil murmullo lo que salía de la boca del menor.

-No me gusta oírte tan serio. Y no me interesa ninguno de tus argumentos.

-Pero...

El peliazul lo ignoró. Su mano siguió sin despegarse del rostro del príncipe. Si esta etapa de su plan funcionaba, no habría nada que lo detuviese a tener al príncipe para sí solo. Sus ojos se mezclaron con los de su presa.

Popr su lado, el menor se sentía cada vez más acorralado, como si el mayor lo estuviese jalando hacia un agujero del cual difícilmente saldría. Tragó saliva, se asustaba con solo pensarlo. Sentía calor, de la misma manera que sentía como el dragón lo despojaba de su abrigo y lo estrechaba aún más entre sus brazos. Los párpados le pesaban.

-Te lo voy a repetir una vez más: Te amo...

-Yuushi...

Había algo abrumador que le infundía sueño al príncipe, quien luchaba desesperadamente por no caer dormido. Sin éxito.

Con una enorme sonrisa de satisfacción y también felicidad, el peliazul sintió como la cabecita del menor caía rendida contra su pecho.

-Déjame conquistarte... de la manera correcta.


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