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El Señor del viento por Shiochang

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El Señor del Viento

 

Un azor es decidido y salvaje, Sasuke y Naruto son algo parecido, por eso los escogí para ocupar el lugar de los personajes originales.

A la fuerza

 

Sai abrió la puerta y empujó a Naruto por delante de él al interior del dormitorio. El se apartó y caminó hasta el rincón más alejado de la cámara para situarse junto a la percha del azor. Gawain chilló con fuerza y cerró las garras.

—Tiene hambre —dijo Naruto, dirigiendo una mirada torva a Sai—. Y lleva demasiado tiempo aquí solo. Enseguida vuelve a caer en el estado salvaje. —Recordó que Sasuke había señalado en cierta ocasión que si el no disponía de ninguna otra protección, podría valerse del azor. De modo que cogió el guante, introdujo en él la mano y le ofreció el puño a Gawain.

El terzuelo se subió al guante, mirando con sus brillantes ojos de color bronce a Sai, que estaba de pie junto a la puerta. Naruto le miró de soslayo y a continuación fue hasta el arcón de madera, donde había dejado el zurrón. Sacó de él una tira de carne cruda que había preparado Sasuke antes de abandonar el peñasco y la depositó sobre el guante. El azor la asió con una pata, bajó la cabeza y empezó a desgarrarla con el pico.

Sai se acercó a el.

—Te has convertido en toda una halconera desde la última vez que te vi —le dijo—. Pero yo descubrí que este pájaro es demasiado salvaje y malhumorado. Nunca aprenderá a cazar, tiene demasiado mal genio. Yo le habría dejado en libertad, pero tu padre dijo que él se encargaría de cuidarlo.

—Sasu estaba seguro de que su primer dueño lo había echado a perder —dijo Naruto, mirándole furiosa—. Ahora viene volando hasta Sasu suave como el mismo viento. —Habló con calma, pero disfrutando de cada palabra.

Sai se acercó un poco más.

—¿Y tú? ¿Tú también obedeces las órdenes de Uchiha?

El se volvió a medias.

—No lo mires tan fijamente. A Gawain no le gusta. De hecho —dijo Naruto cuando el terzuelo levantó la cabeza para dirigir a Sai una mirada de pocos amigos, igual que hizo ella— me parece que no le gustas tú. A lo mejor deberías marcharte. —Gawain deglutió el resto de la tira de carne y abrió el pico. Naruto le murmuró unas palabras y le acarició el pecho con un dedo.

Sai permaneció de brazos cruzados observando al azor. Su rígida actitud flotaba en el aire, poniendo nervioso a Naruto. El terzuelo también lo notaba, porque alisó ligeramente las plumas y giró la cabeza y sus ojos relucían como el ámbar bajo las cejas blancas y oblicuas. Naruto se mantuvo atenta a cualquier indicio de que fuera a tener una rabieta y le murmuró con voz suave.

—¿Te ha enseñado Uchiha a manejar a este azor? —preguntó Sai.

—Sí —contestó el, acariciando al ave.

—¿Y qué más te ha enseñado? —continuó él suavemente. Su mirada inexpresiva lo desconcertó.

Naruto hizo una serie de ruiditos ligeros al azor mientras trataba de buscar una respuesta adecuada.

—Me ha enseñado lo que es la libertad —dijo con cuidado.

—¡La libertad! —exclamó Sai, burlón—. ¿Has aprendido eso de un proscrito que se esconde en una maldita roca? Te ha retenido como rehén, y ha considerado eso como una acción noble, supongo. Y tú te has creído su voto de libertad para sí mismo y para Escocia. —Sacudió la cabeza negativamente—. Siempre me ha parecido que tenías muy poca experiencia con las personas, Naruto..., con los hombres. Esto es una buena prueba de ello.

—He entendido de qué hablaba Sasu. Al fin y al cabo, la libertad —prosiguió Naruto, tenaz— es lo que tú, mi tío y el padre Dounzu considerasteis oportuno quitarme.

—Nosotros no te hemos quitado nada —replicó Sai—. Acordamos entre nosotros que necesitabas ser guiada y protegida.

—Pues ahora pienso de forma distinta.

—Ya lo veo. Dime qué más te ha enseñado ese proscrito. —Sai se acercó más a el, tanto que Naruto sintió la tensión que se desprendía de él como el calor del fuego. Sai le tocó la cabeza y fue deslizando la mano por su brillante cabellera—. ¿Has sido una buena alumna? —murmuró.

—Déjame —dijo Naruto en voz baja pero firme, volviendo el rostro.

Él bajó la mano, cálida y pesada, hasta su hombro.

—¿Te ha tocado? —le preguntó.

Sus dedos se flexionaron por un instante, con la misma fuerza que las garras del azor. Naruto reprimió un gesto de dolor y permaneció tranquilo e impertérrito bajo su mirada y su mano. No contestó.

Sai dejó resbalar los dedos por su espalda, hasta llegar a la cintura.

—¿Te ha tocado así? O así... —Subió la mano por su brazo, y su ancho pulgar rozó el costado de su pecho.

Naruto retrocedió, con el corazón latiendo angustiado. El azor alzó las alas, chilló y estiró el pico.

—Vete, Sai —dijo. Pero él siguió sus mismos movimientos, girándose cuando se giró el. No podía huir de él dentro de los limitados confines de la habitación.

—Desde que te fuiste de Aberlady te has vuelto más salvaje, —murmuró Sai—. En otro tiempo eras dulce, sumisa. Necesitas un poco de mano dura ahora que has... probado el sabor de la libertad. —Le tocó de nuevo el pelo, peinándoselo hacia atrás. El apartó la cabeza bruscamente.

—No me toques —le dijo.

Sai asió un puñado de cabello, haciéndole daño, y lo obligó a acercar la cabeza al rostro de él. Naruto profirió un pequeño grito. El terzuelo levantó las alas nervioso, aferrando con fuerza el puño.

—Si ese proscrito te ha tocado como un hombre toca a una mujer —dijo Sai apretando los dientes—, le mataré lentamente hasta que grite suplicando clemencia y me ruegue que le perdone por haberme puesto los cuernos.

Gawain graznó otra vez y se lanzó fuera del puño con un fuerte batir de alas, tensando las correas al elevarse. Naruto levantó el brazo y resistió la fuerza que hacía el azor. Sai lo soltó, y entonces elo se quedó totalmente inmóvil hasta que la rapaz cesó en su frenético aleteo. El corazón le latía desbocado.

—Es un pájaro muy fastidioso —comentó Sai amargamente.

—No sería tan fastidioso si tú no estuvieras aquí —replicó Naruto sin levantar la voz—. Y hablando de perdonar, eres tú el que debe pedir perdón a Sasuke Uchiha. —Ayudó al azor a regresar al puño—. Le traicionaste, y también a todos nosotros, y a Escocia. —Tenía ganas de gritarle y despotricar contra él, pero la actitud nerviosa del azor le exigía hablar en tono calmo y paciente, dijera lo que dijera.

—Hice lo que había que hacer. Wallace era un agitador, y muchos querían detenerle, tanto escoceses como ingleses. Yo no fui el único que contribuyó a su ejecución. Y seguiré haciendo todo lo que esté en mi mano para que sus secuaces sean llevados ante la justicia. Así habrá paz en Escocia —dijo—. La paz del rey de Inglaterra.

—Habrá paz en Escocia —concordó Naruto—, pero será con un rey escocés. El rey Eduardo jamás gobernará Escocia. —Alzó la vista y vio cómo el semblante de Sai se transfiguraba como si lo hubieran golpeado.

—Tú has visto eso —siseó—. ¿Cuándo?

Naruto se alejó unos cuantos pasos y tomó asiento sobre el arcón de madera que había junto a la ventana. No respondió, sino que se limitó a susurrar al azor.

—¡Por el cielo, has profetizado para él! —Sai cruzó la estancia y se sentó en el arcón, al Iado de Naruto —. ¿Qué le has dicho? ¿Qué es lo que sabe?

—¿Qué secretos sabe él que no sepas tú? —preguntó Naruto—. He olvidado lo que vi. Eso no debería sorprenderte.

Sai la aferró del brazo y apretó los dedos.

—Dímelo.

—No puedo. —Trató de soltarse el brazo—. ¿Por qué te interesa tanto? ¿Qué es lo que quieres de mí?

—He de saber todo lo que predices —contestó él—. Debo conocer cada una de tus profecías... por ser mi esposa.

—No puedes poseerme a mí, ni el don que yo tengo —replicó Naruto.

Él se pasó una mano por la frente, frunciendo el ceño para sí mismo.

—Mandaré buscar al sacerdote. Él se sentará contigo y tú profetizarás otra vez. Me dirá lo que le has dicho a Uchiha.

—¿Por qué te importa tanto? El don es mío, y puedo utilizarlo como yo quiera.

—¡No! —exclamó Sai, mirándola—. Es mío si eres mi prometida, y mi esposa. Y se lo he prometido al rey Eduardo.

Naruto se quedó mirándolo, horrorizado.

—¿Qué estás diciendo?

—He prometido al rey que le llevaré a la profetisa —contestó Sai—. Y él, a cambio, me ha prometido una gran recompensa. Una recompensa muy importante. —Se pasó la lengua por los labios.

Naruto sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

—¿Serías capaz de entregarme a él? ¿Como si fuera un... un saco de oro, o una copa de plata, o un pedazo de tierra? —Elevó el tono de voz a causa de la indignación. El azor se agitó inquieto y el le rascó las patas, sin prestar atención a las temibles garras, con la mirada fija en Sai.

—Dentro de dos semanas tengo que comparecer ante el rey Eduardo y presentarte a ti como mi esposa. Debes profetizar para él, y si resulta complacido, se mostrará generoso con los dos. Has de predecirle un futuro dorado.

—Estás loco —dijo Naruto—. No puedo hacer semejante cosa.

—Hace poco me ha llamado, Naruto. Tenemos que acudir.

—Envió sus capitanes a poner sitio a Aberlady con el propósito de capturarme —dijo ella—. Es seguro que ya está informado de que me escapé, o de que sucumbí en el incendio. —Miró furioso a Sai, recordando lo que este había dicho a Alice acerca de su supuesta muerte.

—El padre Dounzu me dijo que estabas viva, él lo supo cuando atendió al muchacho proscrito herido. De modo que yo hice llegar al rey el mensaje de que te tenía en mi poder. Y también le dije que eras mi esposa.

—Presuntuoso —dijo el.

Él agitó la mano en un gesto de desprecio hacia el comentario.

—Mi intención era rescatarte de ese forajido en cuanto fuera posible. Un compromiso es tan valido como una boda, y además el padre Dounzu puede casarnos rápidamente. El rey envió inmediatamente un mensaje con la fecha de nuestra audiencia con él en Carlisle. Espera  que tú acudas, y también espera un relato completo de tus profecías.

—No pienso profetizar para el rey inglés —dijo Naruto.

—Nadie frustrará sus expectativas —dijo Sai—. Ni tampoco las mías. Harás lo que se te ordene. Yo no tengo otra alternativa, de modo que tú tampoco la tienes.

—Jamás profetizaré para él —insistió Naruto, poniéndose de pie.

Sai hizo lo mismo. La mayor estatura de ella no le procuraba ninguna seguridad, ni disminuía el miedo que le royó las entrañas al mirar sus ojos negros y oscuros.

Sai lo cogió otra vez del brazo con tanta fuerza que la obligó a apretar los dientes.

—Predecirás el futuro para Eduardo de Inglaterra.

—Si le dijera lo que sé del futuro —repuso ella, despacio—, tú no recibirías esa gran recompensa.

Él apretó los labios hasta que se le pusieron de color blanco.

—Entonces debes decirme a mí el futuro que ves, antes de decírselo al rey. Lo harás ahora mismo. —La empujó hacia la percha del azor—. Deja ese pájaro, y empezaremos.

—No. —Naruto negó con la cabeza lentamente, con aplomo, clavando su mirada en la de él, aunque le temblaban las rodillas de miedo.

—Siempre has hecho lo que ha dicho tu tío —dijo Sai. —Yo espero lo mismo. Ese nuevo gusto que has adquirido por la libertad no te servirá de nada conmigo. —Se llevó una mano al puñal—. Si tanto te gusta la libertad, puedo cortar esas correas y dejar libre a ese maldito pájaro —dijo—. Si no quieres que lo haga, apártalo de ti.

Naruto comprendió que no tenía alternativa, pues no podría soportar que el azor se perdiera o sufriera daño. Furiosa, apretó los labios y guardó silencio, y se dio la vuelta para depositar el azor sobre la percha. En ese momento, Sai movió de repente la mano y le agarró con fuerza el brazo. Lo atrajo hacia sí inexorablemente, peligroso y sin pronunciar palabra. Le deslizó una mano a la espalda y lo empujó hasta que los cuerpos de ambos se tocaron, el pecho de Naruto aplastado contra su ancho pecho, las ropas de los dos envolviéndoles con su calor. Los ojos de Sai eran dos estanques oscuros, ávidos, aterradores.

—El cura me advirtió que tomar placer físico de ti podría comprometer tu don de la profecía. —Naruto sintió su aliento caliente en el rostro—. Pero si te has entregado a ese proscrito, y aun así has profetizado para él, ahora sabemos que sigues conservando el don. Supongo que por ello —murmuró, rozando la mejilla de Naruto con los labios— debo darle las gracias, antes de matarle.

El apartó bruscamente el rostro y empujó contra su pecho.

—Basta —le dijo—. Yo no he dicho que me haya entregado a él.

—No hace falta que lo digas —replicó Sai—. Lo leo en tu cara. En la cara de él. Tal vez algún día encuentre una razón para perdonarte por ello, si me prometes entregarte a mí y a nadie más y me concedes la plena custodia de tu don. Ningún hombre puede poseerte de manera tan completa como un esposo. —y le dirigió una sonrisa tensa.

—No pienso prometerte nada —dijo Naruto con dificultad. Sentía la boca caliente de Sai bajar lentamente por su mejilla y su cuello. Se estremeció violentamente y le empujó otra vez, pero él la sujetaba con garra de acero. A su lado, sobre la percha, Gawain chilló y agitó las alas, moviéndose inquieto adelante y atrás.

—¿Y qué si he profetizado para él antes de entregarme? —preguntó Naruto, conteniendo una exclamación al sentir de nuevo los labios de él acercándose a los suyos—. En ese caso no sabríamos si sigo conservando el don, ¿verdad?

Sai se detuvo de pronto, como si todo el calor le hubiera abandonado de repente y se hubiera convertido en un témpano de hielo. Su mano le sujetaba el brazo como si fuera de hierro.

—Dímelo —rugió—. Dime qué has hecho. Y dime exactamente lo que le has dicho. —Flexionó los dedos sobre su brazo, abriéndolos y cerrándolos con crueldad. Naruto gritó y forcejeó contra él.

En ese momento el terzuelo chilló de nuevo, extendió las alas y saltó, yendo a posarse sobre la mano de Sai, a escasos centímetros de la percha. Agitó las alas con furia sin dejar de chillar, y sus patas amarillas se cerraron convulsivamente, hundiendo con fuerza las garras. Sai lanzó un rugido y soltó a Naruto, tambaleándose hacia atrás y luchando frenéticamente por librarse del azor. Naruto corrió hacia ellos, observando horrorizado la escena.

—¡Suéltalo! —exclamó, y trató de acercarse para alcanzar las correas—. ¡Te soltará si lo sueltas tú!

Sai lanzó el brazo hacia fuera, una y otra vez, enloquecido. Por fin, el azor le soltó y agitó las alas para elevarse hacia el techo de la habitación. Naruto saltó y atrapó el extremo de las correas, y tiró de ellas hacia abajo con todas sus fuerzas al tiempo que sostenía en alto el puño enguantado. Gawain se posó sobre él con un último aleteo y se quedó quieto. Parpadeó en dirección a Naruto y luego en dirección a Sai, agachó la cabeza y se puso a arreglarse las plumas con toda calma.

Sai contuvo la respiración, intensamente dolorido, y se miró la mano al tiempo que escupía fuertes juramentos. Naruto habló en voz baja al azor, lo acarició y observó a Sai sin acercarse a él.

—Me ha roto el dedo —dijo Sai, mostrando el dedo índice hinchado y ensangrentado—. No puedo moverlo. ¡Condenado pájaro! —Hizo una mueca de dolor y se cubrió el dedo herido con la otra mano.

—Tener halcones resulta peligroso —dijo Naruto—. Deberías haberte acordado. Deberías haber sido más prudente. No le ha gustado verte tan cerca de él, ni tan cerca de mí —añadió, acariciando el lomo de Gawain. No estaba segura de la razón por la que el azor había saltado a la mano de Sai, pero se sentía inmensamente agradecida por su intervención.

—¿Qué es lo que pasa aquí? —preguntó una voz desde la puerta—. He oído gritos desde las escaleras.

Naruto se giró rápidamente y vio al padre Dounzu de pie en las sombras, junto a la puerta, entrando en la habitación.

—Ese maldito pájaro me ha roto el dedo —musitó Sai, sosteniéndose la mano y mostrándosela al sacerdote.

El padre Dounzu se adelantó para mirar y después movió en un gesto negativo su cabeza gris y parcialmente afeitada.

—Por lo visto nunca les caes bien a los halcones, Sai —dijo. Dirigió una mirada al terzuelo posado en el puño de Naruto—. ¿Es ese el mismo azor que dejaste en Aberlady?

—Sí —murmuró Sai—. Y ya le queda poco tiempo en este mundo. Deberías habértelo comido cuando tuviste la oportunidad, Naruto —gruñó, dando un paso hacia ella. Naruto dejó escapar un leve grito y retrocedió.

—¡Ya basta! —exclamó el padre Dounzu—. No es más que un pájaro. Ten un poco de sentido común. Véndate el dedo y deja de quejarte. He venido a decirte que acabo de hablar con Karin. Te está esperando en tu cámara. Está complaciente —agregó.

Sai le fulminó con la mirada.

—Karin —dijo— es incapaz de mostrarse complaciente. Quiero una esposa como Dios manda: esta.

—Ten paciencia. —El padre Dounzu se volvió para mirar a Naruto. Él también era considerablemente más bajo que el, con su encorbada constitución y su rostro duro y con papada, aunque todavía agradable—. Siéntate, muchacha, y habla conmigo. —La tomó del brazo y la condujo hasta la cama, la hizo sentarse en el borde y a continuación él se hundió en el colchón a su lado. Cruzó las manos manchadas de tinta por dentro de las mangas y las apoyó sobre su  panza.

—Naruto —dijo—, esta mañana en el bosque...

—Traicionasteis mi confianza —le espetó el. Si hubiera escuchado a Sasu, pensó para sus adentros, nada de esto habría sucedido.

—Acepté permitir que me siguiera una patrulla porque estaba muy preocupado por tu bienestar. Teníamos que rescatarte de las manos de los proscritos. No había necesidad de celebrar la reunión que pretendía ese forajido.

—¿Y qué pasa con Karin? —preguntó Naruto. Dirigió una mirada a Sai, que estaba sentado en la silla de cuero atendiendo su herida, la cual había vendado con un trozo de tela que encontró en el arcón.

—Se siente bastante contenta de estar aquí. Es una desgracia que Uchiha creyera que se encontraba retenida en contra de su voluntad. A lo largo de estas semanas ha sido... una compañera para Sai de buen grado.

—Seguro que conocéis la situación algo mejor —replicó Naruto. Él se encogió de hombros.

—Me preocupa tu bienestar, no el de ella. Tu honor estaba injustamente amenazado. Te hemos salvado. ¿Dónde está tu gratitud?

—Vos os quedasteis atrás y permitisteis que me hicieran prisionera.

—No seas tan dura —dijo el padre Dounzu—. Sai te ama y desea que seas su esposa. Y además quiere que te conviertas en la profetisa de un rey. ¿Ya te ha contado la noticia? —Le tomó la mano.

Naruto la retiró y se puso a acariciar las plumas del pecho del azor.

—Sí, ya me la ha contado. No pienso hacerlo.

Vio que Sai intercambiaba una rápida mirada con el sacerdote. Durante unos momentos, los dos hombres parecieron hermanos gemelos en la forma, el color, y sobre todo en su siniestra determinación de controlarla a el todavía más estrechamente que antes. Pero no dejaría que ocurriera tal cosa; no podía. Esos días se habían terminado.

Pensó en Sasuke encerrado en la mazmorra, y tuvo la sensación de que el corazón se le retorcía dentro del pecho. Haría todo lo que pudiera para liberarle, y a los demás también, de los planes que habían tramado estos dos hombres.

—Naruto —dijo el padre Dounzu—, durante años he tomado nota cuidadosamente de tus visiones y las he interpretado. En los dos últimos años, me he dado cuenta de que son demasiado significativas para que nos las guardemos para nosotros. Empecé dándolas a conocer desde mi púlpito, ya estás enterada de eso. —El asintió, atento a lo que decía—. Y envié copias a los Guardianes del Reino y también a otros nobles escoceses.

—¿Pero por qué? —preguntó Naruto, sinceramente desconcertado.

—Porque creo que son verdaderamente extraordinarias, son obra de Dios. Podrías hablar para reyes, Naruto, y así lo harás. He estado preparando un libro con todo lo que he ido anotando hasta ahora, y tengo la intención de enviárselo al Papa en persona. Hace unos meses envié una serie de predicciones tuyas, encuadernadas en cuero fino, al rey Eduardo.

Naruto se quedó mirándolo, incrédulo.

—¿Habéis hecho eso sin que yo lo supiera? Son palabras pronunciadas por mí, padre. Para decirlas soporté la ceguera y... y los rigores de vuestra custodia.

—No necesitábamos consultarte, muchacha —repuso él, no sin amabilidad—. Nos habrías rogado que no lo hiciéramos, con decorosa modestia.

—Así que fuisteis vos quien llamó la atención del rey Eduardo acerca de mí —dijo Naruto—. ¡Y por esa razón se puso sitio a Aberlady!

—Yo no sabía que el rey reaccionaría de esa manera. Pero tu tío se inclinaba por guardar en secreto tus predicciones y compartirlas sólo con unos cuantos elegidos. Sir Sai y yo decidimos acudir al rey Eduardo. Consideramos que era lo mejor. —Le mostró una ancha sonrisa—. Y ahora el rey de Inglaterra quiere que seas su profetisa particular. No podríamos haber sido más afortunados eligiendo patrón.

—¡Patrón! —Naruto se puso en pie—. ¿Es que pretendéis ganar dinero con mis profecías?

Sai se puso de pie también y la agarró del brazo.

—Para mí será un honor y un orgullo el hecho de que mi esposa goce de ese favor.

—Querrás decir que goces tú de ese favor —replicó con acritud.

—Las profecías son lo que importa —dijo el padre Dounzu—. Son un fenómeno notable en alguien de tu juventud, y guardan significados que ahora sólo podemos imaginar. Pediré al rey que financie mi estudio de los mismos.

—¡Jamás tomaré parte en semejante plan!

—Nos necesitas a nosotros, Naruto —dijo Sai—. Tú apenas entiendes el poder que posees. Tú eres como la tinta sobre el papel, la arcilla en la mano. Alguien debe controlar tu potencial. —Volvió la vista hacia el sacerdote—. Padre, ha profetizado para el proscrito y se niega a decirme qué le ha dicho. Le he pedido que provoque para mí las visiones aquí, pero también se ha negado a eso. Hemos de estar seguros de que nos dice todo lo que ha visto. Creo que tengo un medio para convencerla.

—Adelante, entonces —dijo el padre Dounzu—. Siéntate, muchacha.

Naruto dio un paso atrás, en dirección a la puerta.

—Ven aquí y dame ese maldito azor —dijo Sai. Se detuvo un instante para rebuscar en el zurrón de ella, extrajo la pequeña caperuza de cuero y avanzó hacia Naruto.

—Te atacará —le advirtió la muchacha al verle acercarse.

—Que lo intente —replicó él, agarrándola del brazo para atraerla hacia sí. Naruto pensó en lanzarle el azor a la cara y echar a correr, pero Sai se las arregló para colocar la caperuza al terzuelo en un solo movimiento enérgico y rápido.

Gawain chilló y se debatió durante unos instantes, y por fin se quedó quieto en el puño. Sai tiró de Naruto hacia sí, con la mirada fija en la suya. El se resistió, pero carecía de fuerza para contrarrestar la de él. Sai sacó una tela oscura que llevaba escondida en el cinturón, se la puso a Naruto alrededor de la cabeza y se la anudó por detrás.

La oscuridad descendió sobre ella súbitamente y de modo total. Dejó escapar una exclamación y tiró de la venda, pero Sai aferró su mano libre y se la sujetó a la espalda al tiempo que la empujaba paso a paso, venciendo su resistencia.

—Encontré la tela en el arcón —dijo—, y pensé: ¿Qué pasaría si te provocara la ceguera a la fuerza? A lo mejor profetizabas de mejor grado. ¿Qué opináis vos, padre?

—Una idea interesante, hijo mío —respondió el cura—. Pero no hagas daño a la muchacha, tiene gran valor para nosotros. Siéntala ahí, eso es. Trae, Naruto, deja que nosotros depositemos al azor en su percha.

Naruto sintió que le quitaban el guante y el azor y oyó a este piar, pero sabía que permanecería tranquilo si tenía la caperuza puesta. Sai le cogió las manos —sabía que era él porque tenía los dedos ásperos y su tacto fuerte y directo era el de un hombre que maneja armas, arreos y caballos— y se las ató a la espalda.

—¿Por qué me haces esto? —le preguntó—. Padre Dounzu, ¿por qué os unís a sir Sai en actos de traición? Yo confiaba en vos. Mi tio os creía un sacerdote digno.

—Yahiko Uzumaki siempre ha mirado por el bien de su único retoño —contestó el cura—, y yo siempre he mirado por el bien del mío.

—¿Vuestro... retoño? –Naruto ladeó la cabeza con el ceño fruncido. Entonces el significado de aquellas palabras lo dejó estupefacto—. ¿Sai es vuestro... hijo?

—Así es, mi hijo —contestó el sacerdote—. Le vi luchar en su infancia, queriendo ser igual que los otros niños aunque era el hijo bastardo de un sacerdote y de una heredera escocesa que murió al traerle al mundo. Encontré una familia noble con la que criarle y le inculqué orgullo y ambición. Era lo único que podía darle para protegerle en este mundo temporal. Ahora, Naruto —dijo en voz baja—, estás sumida en la oscuridad. Eso debería provocar las profecías.

—No —exclamó el girando la cabeza, tratando de sacudirse la venda, y con ella el miedo—. No quiero hacerlo.

La mano de Sai le apretaba el hombro.

—Lo harás, muchacha —le dijo—. Nuestra conversación sobre la libertad y el estado salvaje, y sobre ese maldito azor tuyo, me ha mostrado el modo perfecto de domarte.

—¿Domarme? —repitió Naruto, con el corazón retumbándole en el pecho.

Sai se inclinó sobre ella. Naruto aspiró su aliento, sintió su calor.

—Te mantendré despierta tantos días y noches como sea necesario —amenazó—. Sin comida, sin dormir, sólo escuchándome a mí. —Le acarició el hombro como si fuera un ave y le habló en tono suave y paciente. Pero el captó un punto de frialdad en su voz, igual que hielo que penetrase en sus venas.

—Cuando estés lista para obedecerme —su mano le recorrió el hombro, le rozó una cadera y se apartó— como esposo y amo tuyo, entonces nos dirás profecías lo bastante grandiosas para satisfacer a un rey.

—No —susurró el, inclinando la cabeza.

La mano de Sai se detuvo sobre su cabello, acariciante, y él rompió a reír.

 

Sasuke se puso de cara a la pared de piedra y alargó la mano para coger las cadenas. Con la fuerza de los hombros y de los brazos, elevó el cuerpo hasta que sus pies se despegaron del suelo, y luego descendió de nuevo y volvió a subir. Repitió la operación hasta que los músculos empezaron a dolerle por el esfuerzo y hasta que el sudor empezó a gotearle por la frente y a humedecerle el cuello y el pecho.

—Te agotarás —observó Yahiko Uzumaki.

—¿Qué otra cosa tengo que hacer? —musitó Sasuke. Agarró firmemente las cadenas, apoyó las plantas de los pies en la pared y extendió las piernas. A continuación las flexionó hacia dentro y empujó hacia fuera de nuevo—. En estos últimos días he perdido fuerza por culpa de la herida de la cabeza y de los estupendos banquetes que sirven aquí.

Yahiko Uzumaki emitió un gruñido.

—Yo también ejercitaba el cuerpo al principio, pero ahora sólo quiero sobrevivir. Un pequeño cuenco de gachas por la mañana y un poco de cerveza aguada a lo largo del día no son gran cosa para alimentar la fuerza ni la voluntad de un hombre.

—Bueno —ironizó Sasuke, mirando al techo—, siempre queda la hora de la cena.

Los tablones de madera que formaban el techo plano eran los mismos que constituían parte del suelo de la cámara que había en el piso superior. Aquella estancia era utilizada por los soldados de la guarnición como comedor. Siempre que los hombres se reunían para cenar, hablando y pisando el suelo con fuerza, se colaban entre las tablas diminutas migas de comida que acababan cayendo al suelo de la mazmorra. Yahiko había enseñado a Sasuke cómo recoger rápidamente los mejores restos, arrastrándose sobre manos y rodillas, antes de que los ratones se apoderasen enseguida de lo demás.

—Sí —dijo Yahiko, levantando la vista—. Normalmente son migas de pan o de cebada, pero me apetece muchísimo un poco de carne.

—Puede que os echen unos cuantos huesos de pollo por las grietas del suelo —señaló Sasuke. Bajó los pies y se dio la vuelta para sentarse, limpiándose el sudor de la frente y lamiéndose después la mano para recuperar el agua y la sal que su cuerpo había perdido.

Yahiko Uzumaki le observó fijamente.

—Ese ojo tiene mejor aspecto. Está menos hinchado y los hematomas están desapareciendo. ¿Puedes ver por él?

Sasuke miró alrededor, entornando los párpados.

—Ha mejorado un poco.

—¿Ves a un viejo idiota?

Sasuke le miró, frunciendo el ceño.

—No —respondió despacio.

—Sí, le ves. Me he equivocado contigo, muchacho.

—Yo jamás esperaría que aprobarais al proscrito que ha cortejado a vuestra sobrina y después la ha perdido —murmuró Sasuke.

—Ah, no la has perdido —dijo Uzumaki. Sonrió a medias y sacudió la cabeza—Ella te ama de verdad, lo he visto en sus ojos. Pero yo sí la he perdido. Me he tomado muy en serio lo que ha dicho —dijo, frotándose la frente con sus dedos nudosos—. Y además he estado pensando. Naruto tiene razón. Yo la he tratado de modo injusto durante estos últimos años, y ahora se ha rebelado contra mí. Siempre he creído que era una muchacha tímida y dulce, pero ha cambiado.

—¿Tímida? No —dijo Sasuke, reprimiendo una sonrisa—. Pero sí es dulce, y siempre lo será, aunque como un golpe de brisa o una corriente de agua. Hay una gran resistencia bajo esa dulzura suya.

—En efecto. Es más fuerte de lo que yo creía.

Sasuke asintió.

—Lo es. Pero yo tampoco quiero perder mi fuerza. Tengo la intención de salir de aquí y llegar a ella de algún modo.

Uzumaki sonrió con tristeza.

—Me he equivocado contigo, y te pido perdón. Llevas aquí... ¿cuatro días? ¿Cinco? No veo a un traidor; veo un rebelde y un hombre al que admiro. Veo en ti honor y determinación, y profundo amor por mi sobrina. —Le dirigió una mirada sombría—. ¿Tienes algún plan para escapar?

—He pensado en las posibilidades —dijo Sasuke en tono bajo—. Si regresa Karin, tal vez podría conseguirnos una llave. Si eso falla, puede que vuelva Sai, y yo le estaré esperando. La otra vez se me acercó, pero no le golpeé lo bastante fuerte. Que venga una segunda vez —dijo, estirando la cadena entre las manos, haciendo rodar fríamente el acero—. Si le amenazo con romperle el cuello, tendrá que ordenar que nos dejen libres después de devolvernos las armas. Eso, al menos, nos daría una oportunidad.

—Aquí hay doscientos soldados —advirtió Uzumaki.

—Y un guardia que al parecer nos apoya. Puede que haya más. Con sólo unos cuantos soldados de nuestra parte, podemos recuperar nuestra libertad. —Vio la expresión dubitativa de Uzumaki y suspiró—. ¿Qué otra esperanza nos queda, Yahiko? —le preguntó con gravedad. El hombre respondió con un movimiento de cabeza.

Sasuke se volvió y puso los pies sobre la pared. Subió el tronco, volvió a bajarlo, arriba, abajo. Sentía cómo sus músculos se contraían y se estiraban, y cómo la fuerza volvía poco a poco a su cuerpo. Estaría preparado, se dijo. Pronto llegaría el momento de utilizar esta fuerza que ahora estaba acumulando.

 

Naruto quería tomar un baño. Se dio la vuelta y cruzó otra vez la habitación, contando los pasos, llegando hasta la cama al paso número once, girándose para regresar de nuevo a la percha del azor. Movió los hombros, todavía con las manos atadas a la espalda, y se apartó el pelo suelto del hombro con una sacudida de cabeza. Quería un baño caliente, lavarse el pelo, ponerse un vestido limpio, tomar una buena comida. Por encima de todo, deseaba sentir el tranquilizante calor de los brazos de Sasu rodeándolo. Si estuviera allí, su amor lo envolvería igual que si fuera una capa, y el dormiría profundamente al fin.

Las lágrimas le hormiguearon en los ojos detrás de la venda que los cubría. Pero eso no bastaba; había descubierto cuánto escocían las lágrimas al secarse. De modo que respiró hondo y procuró alejarlas. Diez pasos, once.

Su pie chocó con la base de la percha. Gawain gorjeó, y Naruto se quedó junto a él y le cantó suavemente el kyrie. La repetitiva melodía los calmó a los dos.

Se giró de nuevo y avanzó en medio de la oscuridad. Por la ventana le llegó el ruido que hacía una bandada de alondras junto con la reciente frialdad del aire, ambos signos de que había llegado la mañana. Pronto regresaría Sai.

Se le doblaban las rodillas de cansancio, pero continuó de pie. Si entraba Sai —tal como había hecho antes, sin avisar— y la encontraba durmiendo, la obligaría a levantarse, no con rudeza, pero sí de forma implacable. Su decisión de tratarlo como a un halcón al que doblegar resultaba profundamente aterradora. A causa de aquella constante atención por su parte, Naruto no había dormido más que una o dos horas desde que él lo maniató y le vendó los ojos. Apenas había comido, y lo único que había visto era la arenosa oscuridad de la venda.

Y lo único que había oído, cuando Sai estaba allí, era su voz suavizada engatusándolo, convenciéndola para que le escuchara, para que le dejara cuidar de el, para que cediera a sus deseos y a lo que él juzgase conveniente. Sus manos suaves al tocarla y su voz al oído eran una parodia de la genuina paciencia y amabilidad de Sasuke, tanto para con el azor como para con el.

Siguiendo el consejo práctico de su propio padre, Sai había permitido que Karin le hiciera breves visitas, varias veces al día, para lavarle la cara y las manos y ayudarla en sus necesidades físicas. La joven había recibido instrucciones de no hablar; Sai aguardaba de pie al otro lado de la puerta, escuchando, para asegurarse de ello. Naruto sentía filtrarse su malevolencia a través de la gruesa hoja de roble. Pero había hallado verdadera alegría en los susurros y abrazos de Karin. El llanto apenas contenido de la muchacha no hacía más que entristecerla y provocarle lágrimas de agotamiento y frustración en sus ojos tapados.

Con todo, una hora o dos de sueño le habían despejado extrañamente la cabeza. Paseó a través de su omnipresente oscuridad procurando no hacer caso de la aguda sensación de hambre en el estómago y la igualmente aguda sensación de miedo que invadía sus pensamientos. Si profetizaba, podría conseguir alguna cosa, se dijo; si se entregaba a Sai, este le permitiría solicitar algo que estuviera dentro de lo razonable. Se lo había dicho una y otra vez, en susurros mientras sus manos recorrían los contornos de su cuerpo. No se había aventurado más allá de unas cuantas caricias lentas y largas, aunque le prometió más cuando fuera su esposa.

Pero eso no era algo en lo que quisiera pensar. En ese momento se movió el pestillo de la puerta y oyó cómo esta se abría. Giró en redondo y dio un paso atrás al oír los fuertes pasos de Sai.

—Naruto. —Dios, cuánto odiaba aquella voz, que en otro tiempo le pareció agradable—. Ven a comer. Sé que tienes hambre.

El negó con la cabeza en silencio y retrocedió hasta tropezar con la percha del azor. Sai avanzó hacia el.

—Eres mucho más testaruda de lo que jamás había imaginado. —Le tocó la cabeza. El la desvió con un leve gemido de protesta—. Y no tengo tiempo de esperar a merced de tu capricho. Has de renunciar a esta rebeldía, dentro de un día o dos partiremos para ir a ver al rey.

Naruto no dijo nada y permaneció con la cabeza baja y todos los sentidos alerta. Oyó cómo el azor se agitaba nervioso en su percha.

—Hoy —dijo Sai— tal vez dejemos en libertad a ese azor.

Naruto tragó saliva con dificultad y guardó silencio. Notó cómo Sai alargaba una mano hacia el terzuelo: un crujir de cuero, un gorjeo del ave encapuchada, ciega y atrapada igual que el. Unos sutiles sonidos le dijeron que Gawain estaba comiendo carne, de modo que supo que Sai le estaba dando de comer.

—Después de dejar en libertad al azor, creo que bajaré a la mazmorra y liberaré a tu amante. Le liberaré para que vaya a reunirse con Dios, claro está.

Naruto se pasó la lengua por los labios resecos para hablar.

—¿Vas... vas a matarle? —preguntó con un hilo de voz. El corazón le latía con tal fuerza que creyó que iba a desmayarse.

—Así es —respondió Sai—. Y también a tu tio. A menos que hagas lo que te pido. Se me ha terminado la paciencia, Naruto. —Hizo una pausa—. No estoy bromeando, ni tampoco negociando. El rey nos espera, y cuenta con recibir algo a cambio de su dinero. No negociará conmigo en este asunto. No tendrá la tolerancia que yo he mostrado contigo.

Naruto lanzó un suspiro y pasó junto a él rozándole, contando los pasos mientras cruzaba la habitación, dándose tiempo para pensar. No tenía ninguna duda de que Sai mataría a Sasuke, ni siquiera podía soportar la idea. Y su tío moriría también. Sai sólo se guardaba lealtad a sí mismo. Incluso Karin, que se había ganado el favor de Sai, probablemente caería víctima de la maldad de su amante. Y como golpe final, el azor sería puesto en libertad. Si se aferraba ahora a su obstinación, perdería a todos los seres que amaba.

Pero podría soportar la supervivencia y la seguridad por ellos. Su propio destino apenas le importaba en comparación con el inestimable valor de aquellas otras vidas. Si cedía, Sai sería generoso con ella, no sufriría ningún daño, tendría todo lo que necesitara... excepto libertad y amor. Sin esas cosas, sin Sasu, tal vez su vida se marchitara; pero si él moría, irremisiblemente dejaría de florecer. La decisión era obvia. La alternativa resultaba impensable.

Renunciaría a sus posibilidades de ser feliz y de vivir en paz a cambio del bien de las personas a las que amaba. Pero debía hablar ya, mientras aún tenía fuerzas para decidirse, o de lo contrario perdería todo el valor.

Se volvió. Una sensación negra y vacía le recorrió todo el cuerpo, una pesada sombra que se tragó toda esperanza y borró todo el brillo de su futuro. Pero el hecho de saber que Sasu, su tío y Karin vivirían surgió como una chispa en medio de su oscuridad, como la llama de una vela en lo profundo de un abismo.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó en tono sepulcral. Sabía lo que quería él. La pregunta era una declaración de capitulación. Se sentía ajena a todo, cada vez más insensible.

—Profecías —contestó Sai con simplicidad—. Y tu mano en matrimonio, hoy. Quiero que mi esposa sea la profetisa del rey.

Naruto alzó la cabeza vendada.

—Solicito un favor matrimonial. —Sai guardó silencio, pero el sabía que la estaba mirando fijamente y se sintió desnudado, amenazado por una mirada que ni siquiera podía ver.

—Quiero que les dejes en libertad —dijo—. A mi tío, a Sasuke y a Karin. Si prometes dejarles salir de aquí por su propio pie y sin sufrir daño alguno, aceptaré lo que tú quieras.

Oyó que él daba un paso.

—Es bastante razonable —dijo Sai, sorprendiéndola—. Les dejaré marchar después de que estemos casados.

El se dio la vuelta de cara a la ventana y sintió el aire en el rostro, en las manos.

—Deja el azor conmigo. Es mío. No debes soltarlo.

—Está bien —dijo él, hosco—. Diré a mi padre que se prepare para la ceremonia de la boda. —Calló un instante y después dijo— Naruto, espero lograr que te enorgullezcas del esposo que has elegido. Serás muy admirada en la corte inglesa.

El continuó dándole la espalda.

—Amo a otro hombre. Pero me casaré contigo a cambio de su vida y de las vidas de mi tío y de Karin. Necesito tener tu solemne juramento de honor respecto a este trato.

Sai no dijo nada, de pie junto a la puerta.

—Júralo —dijo Naruto—. Por lo que tenga más valor para ti.

—Juro que saldrán libres —dijo él—. Lo juro so pena de mi amor por ti. —y acto seguido abrió la puerta y salió.

 

El cabello de Naruto resplandecía como una madeja tejida con hebras de medio dia mientras Karin lo peinaba delante del calor del brasero. La joven había asistido a Naruto en su baño, llorando sin cesar mientras el permanecía sereno y silencioso. Naruto vigiló al azor, le dio de comer y le quitó la caperuza mientras este seguía posado en su percha, y supo que estaba tan atrapado como él.

Aunque ya sin la venda en los ojos y sin las ligaduras de las muñecas, Naruto no obtuvo ninguna satisfacción en verse libre de ellas, ni en el ansiado baño, ni en la comida caliente que tomó después. Sai le había proporcionado un vestido y una sobreveste de seda de Flandes azul oscura, ribeteados de un bordado con hilo de plata y diminutas cuentas de vidrio. El vestido y la sobreveste, junto con una camisola de seda y un velo de gasa transparente, estaban exquisitamente trabajados y eran lo más lujoso que Naruto había visto nunca. Sai le dijo que meses atrás había comprado la tela y había hecho que confeccionaran las prendas en Edimburgo, preparando el enlace de ambos.

A Naruto no le habría importado lo más mínimo que hubieran sido harapos. Permaneció en actitud pasiva mientras Karin lo vestía. En medio de aquel silencio Naruto percibía con toda nitidez la pena y la desilusión de la joven.

—Lo siento —susurró—. Lo siento de verdad. Sé que tú amas a sir Sai.

—He perdido todo el cariño por él —contestó Karin—. Pero lloro por ti, Naruto —añadió en voz baja—. Y no sé qué voy a decir a Sasu, si es que Sai verdaderamente nos deja libres.

—Dile —susurró Naruto— que le deseo paz en su vida. —Desvió la mirada, pues sintió un gélido entumecimiento que lo iba absorbiendo por dentro—. Sólo eso. No hay nada más que decir.

Karin asintió con un gesto sin dejar de peinar la cabellera de Naruto. Después le ajustó el velo, pasando la cola del mismo por debajo de la barbilla y subiéndolo de nuevo, y por último finalizó el tocado con una pequeña corona de seda enrollada.

Un golpe en la puerta precedió la entrada de Sai y el sacerdote. Sai se había puesto una túnica y sobreveste negras de buena lana ribeteadas de piel, haciendo honor a la ocasión. Se quedó mirando a Naruto e inclinó la cabeza lentamente. Karin se puso de pie, pero Naruto permaneció sentada en la silla junto al brasero.

—¿Ya es la hora de la ceremonia? —preguntó Karin.

—Pronto —contestó el padre Dounzu—. Karin, ve a decir a los guardias que vayan a buscar a nuestros invitados y les lleven a la capilla.

—¡Invitados! —explotó Isabel.

—Supongo que querrás que tu tío y... ese proscrito estén presentes en tu boda —dijo Sai.

Naruto le dirigió una mirada inexpresiva.

—No.

—De todos modos —terció el padre Dounzu—. Karin, ve. Vamos. —La muchacha dirigió a Naruto una fugaz mirada de inseguridad y se apresuró a salir de la habitación.

El padre Dounzu se sentó sobre el arcón de madera y extrajo un pergamino enrollado, un tintero y una pluma.

—Queremos que provoques una visión para nosotros, Naruto. Hemos de saber lo que dijiste al proscrito.

—Naturalmente, cumplirás tu promesa de profetizar para tu esposo —murmuró Sai—. Será un gesto de buena voluntad por tu parte que lo hagas ahora. —Sacó un cuenco de agua—. Mira aquí dentro.

Naruto inclinó la cabeza, pero no miró al agua ni a ninguno de los hombres. Respiró hondo y oyó en su mente los tonos calmos y melifluos de la voz de Sasu cantando el kyrie eleison. Oyó el sonido del agua corriendo por una pared de roca. Luego vio los regueros relucientes confluyendo en un estanque, en el interior de un paraíso en el que nunca volvería a entrar.

La paz lo inundó por entero, dulce y serena. Se dio cuenta de que por lo menos allí, en su mente y en sus recuerdos, encontraría el refugio del amor que necesitaba tan desesperadamente. Y las visiones, con independencia de lo que siguiera después, le producían una sensación de dicha auténtica, como si unas voces celestiales lo confortaran y le revelaran secretos.

Inclinó la cabeza y observó cómo se iban formando nuevas imágenes. Hombres de brillantes armaduras cubiertas de sangre, blandiendo espadas y hachas; un anciano rey, alto y de cabellos blancos, en su lecho de muerte; un noble escocés corriendo por entre brezales y ciénagas, recién convertido en rebelde, en renegado, en rey; y el león solitario, el estandarte de Escocia, alzándose victorioso sobre un campo junto al que discurría un pequeño arroyo.

Y entonces comenzó a hablar.

 

Continuará…

 

A la fuerza nada bueno resulta nunca, ya lo vieron, la profecía que Naruto hace…

Bueno, ya lo verán en el siguiente capítulo.

Shio Zhang


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