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El Señor del viento por Shiochang

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Notas del capitulo:

Por un error, del que no me percaté hasta ahora, no subí un capítulo, espero me perdonen

El Señor del viento

 


Quisiera pedir perdon por el error 


Travesía

Naruto se deslizó al otro lado de la puerta en llamas como un ángel que cruzara el umbral del infierno. Sasuke la contempló un momento, y acto seguido fue tras el.


—¿Estáis loca? —gritó—. ¡Apartaos de ahí!


Naruto no le hizo caso y avanzó cojeando por el sendero, con la cabeza y los hombros orgullosamente erguidos. Sasuke sabía que debía de costarle un tremendo esfuerzo caminar así, y lo siguió. Las llamas envolvían la puerta de entrada, y había unas cuantas viñas ardiendo cerca suyo, pero de momento el fuego sólo había alcanzado una pequeña parte del jardín. Al caminar por el sendero en pos de Naruto, vio el esmerado diseño de senderos y parterres, pero también observó que el jardín estaba ya destrozado, y no por obra del fuego. Se veían tallos y sarmientos desnudos, y parterres enteros que habían sido cavados pero no plantados de nuevo.


Naruto se dirigió hacia una pared lateral, donde había un enrejado de madera combado contra la piedra, al que se aferraban varios tallos casi desnudos excepto por unas pocas flores ajadas. Sasuke estaba lo bastante cerca como para atraparlo en un par de zancadas, pero en lugar de eso se detuvo, listo para sacarlo rápidamente de allí si era necesario. A su espalda, la puerta y unas cuantas ramas secas crepitaban devoradas por las llamas, y sobre su cabeza se extendían nubes de humo y chispas, pero el fuego aún no había alcanzado aquel rincón.


Había una rosa blanca colgando de la parte más alta del emparrado, como un pequeño remolino de pétalos de color claro bajo la luz del fuego y de la luna. Naruto estiró la mano para cogerla. Entonces Sasuke se acercó y arrancó la flor para el, depositándola en la palma de su mano. A pesar del fuerte olor a madera quemada, percibió un leve retazo de la delicada fragancia de la rosa.


Naruto se acercó la flor a la cara para inhalar su aroma.


—Mi madre amaba estas rosas —dijo con voz suave y ronca y con lágrimas en los ojos. Sasuke aguardó, esperando alguna dura acusación por parte del joven, pero este parecía tranquilo al acariciar los bordes de la flor con la yema de un dedo—. El jardín era lo único que nos quedaba de ella.


—Lo siento —murmuró Sasuke—. No lo sabía.


Naruto dejó escapar una risa hueca y áspera, sorprendiéndole.


—El asedio destrozó este jardín antes de que vos lo incendiarais, Halcón de la Frontera. —Paseó la mirada alrededor—. Hemos arrancado todo lo que era comestible, incluso las flores. Esta rosa floreció hace escasos días. Kakashi quería que yo la echara a la sopa, pero me negué. —Contempló el pálido capullo, y empezó a temblarle el labio inferior.


Aquel joven le confundía: tan dulce y triste cuando esperaba verla enfurecido. Pero no tenían tiempo para coger rosas, con un incendio bramando cerca de ellos y un centenar de soldados ingleses a las puertas del castillo.


—Naruto, hemos de irnos —dijo en tono calmo pero firme.


—No me habéis dado tiempo de despedirme —murmuró— antes de lanzar esa flecha ardiendo. Dadme ahora esa oportunidad.


Sasuke suspiró y se pasó los dedos por el pelo en un gesto de arrepentimiento. Se había dado mucha prisa en llevar a la práctica su decisión de quemar el castillo; tal vez se había precipitado, pero no tenían tiempo que perder. No había sido su intención causarle a Naruto aquella pena. Recordó el jardín de su propia madre, un remanso de aromas y colores que le había proporcionado escondites a él y a su hermano mayor, y que había creado agradables recuerdos. Pero ahora ya no existía; se había quemado, igual que le ocurriría pronto a este jardín.


—Cuando yo era pequeña, mi padre trajo el primero de estos rosales de una cruzada —dijo Naruto—. Decía que mi madre poseía una magia especial en las manos para cultivar rosas. —Sonrió—. El jardín siempre estaba repleto de rosas blancas, rosadas, rojas, desde la primavera hasta el otoño. Cuando murió, mi padre la enterró en nuestra capilla para que pudiera estar siempre cerca de sus rosas, y cerca de nosotros. —Señaló más allá de la tapia del jardín, hacia un lugar del que sobresalía el tejado de una pequeña capilla con sus tejas de arcilla relucientes bajo el resplandor del fuego—. Dios mío, si el fuego alcanza la capilla. ..


—Ya he dicho a mis hombres que empapen de agua el tejado de la capilla para protegerla —dijo Sasuke—. Yo no quemo iglesias.


Naruto asintió. Una lágrima le asomó a un ojo y permaneció allí, temblando.


Sasuke sintió el irresistible impulso de tocarlo; una mano en el hombro, un dedo para enjugar aquella lágrima titilante, algún gesto de consuelo, pero se contuvo y cerró con fuerza el puño para reprimir aquel deseo.


Y aguardó, inmóvil y silencioso, mientras un muchacho delgado y de cabello de sol acariciaba una rosa en medio de toda aquella destrucción.


En algún lugar recóndito y filosófico de su mente, adiestrada por monjes eruditos para ver el simbolismo en todas las cosas, se dio cuenta de que el cielo y el infierno existían en perfecta dualidad allí, en aquel jardín destrozado, en aquel dulce y encantador joven, en la pureza de la rosa, en la oscuridad y la devastación que les rodeaba.


Una devastación que había causado él.


—Naruto —dijo. Notaba cómo la emoción le contraía la garganta, pero continuó—. Hace años yo perdí mi castillo cuando los ingleses le prendieron fuego. Los... los que estaban dentro murieron. Mi familia, mis hombres, mi... —No pudo terminar la frase.


Naruto le miró.


—Vos sabéis cómo me siento —le dijo suavemente—. Vos sufristeis algo incluso peor, y aun así habéis incendiado Aberlady.


—Sí —respondió él con voz ronca.


—Sé que no teníais más remedio —susurró Naruto.


Sasuke asintió en silencio. Cuando lanzó aquella flecha ardiendo hacia el techo de paja experimentó un profundo vacío interior. En aquel momento, al surgir aquella llamarada, se reavivaron en él dolorosos recuerdos de hacía seis años. Pero los bloqueó de nuevo; no tenía tiempo ni fuerza dentro de sí para dejar que aflorasen otra vez.


Al contemplar a Naruto, hubiera preferido que el joven le gritara y le lanzara insultos, que se hiciera eco de la rabia que él sentía y sangrara la pesadumbre que llevaba en su interior. Pero la profunda tristeza de Naruto le conmovió, le desafió, le turbó. Allí estaba el, sosteniendo en la mano aquella rosa blanca, ajada y manchada de hollín, y de pronto quiso... algo que no supo definir. Hacía años que no sentía aquel ardor tan puro, tan abiertamente.


En ese momento Naruto le miró de nuevo, y él vio en sus ojos traslúcidos que no le guardaba ningún rencor por haber prendido fuego a Aberlady. En sus ojos vio —Dios le asistiera— perdón.


Se dio la vuelta. Por espacio de largos instantes de pánico, tuvo la sensación de que la dura coraza que rodeaba su corazón empezaba a agrietarse. Con la siguiente inspiración, y con otra más, logró cerrar de nuevo la rendija. Se recordó a sí mismo la razón por la que había ido a buscar a la profetisa de Aberlady, y por la que había decidido que era conveniente quemar el castillo. Puede que Naruto Uzumaki fuera un joven en desgracia, necesitado e imposiblemente encantador, pero se recordó a sí mismo que era la única garantía que poseía, y que debía utilizarla tal como había planeado.


—La práctica de quemar castillos cuenta con la aprobación de los Guardianes del Reino de Escocia —dijo fríamente—. Es una acción necesaria para evitar que los ingleses se hagan con propiedades escocesas.


Se volvió hacia el. Naruto parpadeó. Aquellos ojos tristes e impresionantes casi lograron desarmarle de nuevo, pero no le resultó fácil desviar la mirada.


—Lo sé —repuso—. Pero... esperaba que mi castillo se salvase.


—No seáis necia. Los ingleses están preparando sus máquinas de asalto para derribar las puertas en cuanto amanezca. Durante semanas, habéis estado dispuesta a defender estos muros para impedirles entrar. Yo me he encargado de impedirles la entrada, al menos de momento, por el bien de Escocia y por vuestro propio bienestar. —Su tono de voz era duro.


Naruto frunció el ceño. Sasuke vio cómo su genio se inflamaba de nuevo al tiempo que sus límpidos ojos azules relampagueaban.


—No creo que el Halcón de la Frontera se preocupe por el bien de Escocia —barbotó.


Él encajó el duro golpe, sorprendido de que pudiera herirle tan fácilmente. Pero sintió que pisaba terreno más firme habiéndoselas con cólera y conflicto que con la tristeza, la dulzura de aquel doncel. Eran muchos los que compartían la opinión de él que había expresado Naruto. Al fin y al cabo, su reciente fama de traidor había comenzado a raíz de la propia profecía del joven, meses atrás. Entonces explotó de ira.


—Venid —dijo bruscamente, agarrándola del brazo sano con la intención de llevarla hacia la puerta de entrada.


Pero ella no se movió del sitio.


—¿Por qué os importa mi bienestar? Dicen que el Halcón de la Frontera sólo es leal a sí mismo. Dicen...


—Ya sé lo que dicen —ladró Sasuke. Lanzó una mirada más allá de la estructura de la puerta en llamas. El fuego del patio, que iluminaba el cielo, había devorado los edificios exteriores y ahora avanzaba hacia la torre. En las sombras de la pared posterior vio a sus hombres y a la guarnición de Aberlady, esperando.


—Venid —dijo firmemente, agarrándola de la muñeca—. Tenemos que salir de aquí. Vamos.


El se resistió. El resplandor del fuego brilló en sus mejillas y en su cabello oscuro al levantar la vista hacia él.


—¿Por qué habéis venido aquí, Sasuke Uchiha? —le preguntó.


—He venido a rescataros, lo creáis o no —repuso él en tono impaciente.


—No lo creo —replicó Naruto—. Hay algo más. Decidme qué es.


Sasuke se inclinó hacia delante.


—¿Es que estáis ciega? ¡Todo está ardiendo a vuestro alrededor! No tenemos tiempo para conversar.


El le miró boquiabierto, y las lágrimas que había en sus ojos se hicieron más abundantes. Sasuke no podía comprender por qué lo afectaba tanto lo que le dijo.


—Por ahora, yo soy vuestro paladín —musitó en tono acre—. Más tarde podréis llamarme lo que os plazca.


Se agachó y lo tomó en brazos. A continuación, atravesó la puerta, que chisporroteaba ya convertida en un ascua, y cruzó el patio del castillo en medio de una lluvia de brillantes chispas.


 


El joven podía haber tenido la cortesía de desmayarse, pensó Sasuke mientras descendía, poniendo una mano después de la otra, por la fuerte soga anudada. De ese modo podría haber bajado por el precipicio llevándolo como él quería, echado sobre el hombro y cabeza abajo. Tanto él como Henry Wood habían discutido con el para convencerlo de que permitiese que Sasuke lo transportara sobre el hombro; un ratito en esa posición no le haría ningún daño, le dijeron. Pero Naruto protestó obstinadamente contra aquella idea, y Sasuke cedió por fin: la situó de cara a él, atado a su torso.


También se rindió al insistir el en que necesitaba algo de ropa y otras cosas, de modo que la huida se retrasó un poco más mientras Naruto y Kakashi iban a meter sus pertenencias en un saco de cuero, que Kakashi acarreaba ahora en su descenso.


Aunque Naruto no se había quejado, Sasuke vio las huellas del cansancio y del hambre en su rostro. Cuando lo tomó en brazos percibió con toda claridad su debilidad física. Era un joven de buena constitución, pero el hambre y las heridas habían consumido sus fuerzas. Además, oyó cada uno de los gemidos de dolor que el trataba de reprimir.


Miró a un lado y a otro y vio a los otros hombres, descendiendo con ayuda de largas cuerdas, moviéndose en silencio y a ritmo regular sobre la escarpada superficie de la roca. Todos los que habían salido de Aberlady estaban debilitados tras la tensión del asedio. Sasuke ordenó a sus propios hombres, que se encontraban en forma y descansados, que acompañaran con cuidado a los supervivientes de Aberlady en la bajada por el barranco.


Volvió a mirar a Naruto.


—¿Qué tal vais? —le preguntó.


—No envidio a los pájaros —repuso el irónico, con su pálido rostro a escasos centímetros del de él. Lo tenía frente a frente, las piernas de él le ceñían las caderas y su brazo sano le rodeaba el cuello. Sasuke la había sujetado a él con un arnés de cuerda, como un osezno a su madre, dejándole las manos y los pies libres para manejar la escala de cuerda. Ahora mismo se preguntaba cómo era que ocultaba tan bien que era doncel.


—Ah, en ese caso, prometo que no echaré a volar —dijo riendo a medias. Naruto hizo una mueca y miró hacia abajo, y al mismo tiempo su brazo se aferró a él con más fuerza—. No miréis abajo —le dijo rápidamente—. Tranquila, estáis a salvo. —El aflojó la mano que le rodeaba el cuello y escondió el rostro en su hombro.


La pared del precipicio era muy alta, de roca viva, y en algunos puntos caía cortada a pico. La cara norte, por donde estaban descendiendo ellos, era muy empinada e irregular. Estaba salpicada de salientes cubiertos de musgo y grietas que proporcionaban apoyo para pies y manos, algunos lo bastante grandes para permanecer de pie sobre ellos. Cada hombre fue avanzando con cuidado. A la luz de la luna, un trozo de hierba o de roca suelta podría confundirse con un lugar seguro al que asirse. La niebla flotaba alrededor de la pared de roca formando un velo tenue y desigual, y haciendo el descenso todavía más peligroso.


Sasuke y sus hombres lo habían escalado a la luz del día, sirviéndose de sogas sujetas a ganchos de escalada que iban lanzando hacia arriba a medida que avanzaban. El camino de bajada supuso un desafío mayor de lo que Sasuke había imaginado. Durante las horas que pasaron en el castillo, él y los hombres habían confeccionado dos largas escalas de cuerda, y añadieron fuertes nudos todo a lo largo de las demás sogas para ayudarse en el descenso. Pero era un proceso lento y penoso, pues las cuerdas no eran lo bastante largas para llegar hasta el suelo, de modo que, después de sujetarlas bien a los ganchos de hierro, se veían obligados a soltarlas y volver a atarlas a lugares distintos, mientras los escaladores aguardaban en estrechos rebordes de la pared.


Sasuke miró hacia abajo y vio el suelo oscuro más allá de la niebla. Volvió la vista hacia el castillo, que se alzaba muy por encima de sus cabezas, con sus muros en llamas iluminando de un resplandor rojizo el cielo de la noche. La luz de la luna les ayudaba y les estorbaba al mismo tiempo; si pudieran ver por dónde iban, también podría verles el enemigo. Tan sólo la oscuridad y la traicionera niebla les protegían.


Sasuke sabía que los ingleses podrían descubrir su huida en cualquier momento y atacarles sobre la pared del precipicio, donde serían más vulnerables. Esperaba que el incendio les distrajera de forma que se no se les ocurriera enviar una patrulla a recorrer la zona hasta que el barranco estuviese otra vez desierto.


Un viento frío le empujó el pelo sobre los ojos, y giró la cabeza para despejar la visión. Bajó otro peldaño de la escala, apoyando el peso en el refuerzo de sujeción de la cuerda. El peso del joven no suponía una carga, aunque sus largas piernas y su brazo herido, firmemente vendados, resultaban difíciles de equilibrar. Su arco y su carcaj le rebotaban en la espalda a causa del viento, y se detuvo un momento sobre la escala, aferrándose a ella fuertemente con una sola mano y apoyando la otra alrededor de las caderas de Naruto mientras recuperaba el aliento.


Otra fuerte ráfaga de viento les azotó, y oyó que Naruto lanzaba una leve exclamación. Su cabellera ondeó igual que una bandera, enredándose en una densa cortina dorada con el pelo de él. La siguiente racha de viento les hizo chocar violentamente contra la pared del precipicio. Naruto lanzó un grito al golpearse el brazo contra la roca y enterró la cara en el hombro de él con un áspero sollozo.


Sasuke se volvió para protegerlo de la fuerza del viento y permaneció inmóvil para darle unos instantes para recuperarse. El respiró hondo y levantó la cabeza, y le indicó con un gesto que podían continuar.


—Buena chica —dijo él en tono de aprobación. Miró hacia abajo para buscar el siguiente peldaño —Ya no queda mucho. Casi hemos llegado.


Se asombró al oír que Naruto reía; era más bien un dudoso chillido asustado, pero una risa al fin y al cabo. Sonrió a medias y reanudó el descenso.


 


Naruto sabía que debía estar aterrorizado, pero se sentía extrañamente segura, envuelta en un manto protector hecho a base de soga y capas, bien sujeta al cuerpo duro y sólido del proscrito. Apoyó la cabeza en el hueco de su hombro y estudió su nítido perfil, recortado contra la luna.


Ya había descubierto que no podía mirar la oscura superficie del suelo que se extendía al pie del barranco, y que tampoco podía levantar la vista hacia el castillo, donde un resplandor de un vivo color rojo iluminaba el cielo; el hecho de ver su hogar ardiendo lo hería profundamente. Y toda mirada a derecha o a izquierda, a los otros hombres que descendían por las sogas, hacía que lo recorriera un escalofrío de miedo. Tampoco podía cerrar los ojos del todo, ni pensarlo siquiera, porque el mundo se convertía en un lugar incierto, aterrador, lleno de oscuridad y de agudo e infinito dolor.


De modo que miró al proscrito y descubrió una extraña seguridad en medio del peligro. Su fuerza física sostenía con facilidad el peso de los dos, y sus largos brazos y sus potentes músculos hacían que aquel temible descenso pareciera no requerir esfuerzo alguno. Dependía enteramente de su fuerza, de su capacidad y de su buena voluntad. No tenía otra alternativa que confiar en él... de momento. Apoyó la mejilla contra su hombro y sintió cómo se movía su cuerpo musculoso, sólido y fiable, cálido en contacto con el suyo.


Sasuke se detuvo en la cuerda respirando agitadamente, buscando fuerzas para continuar. Naruto le miró.


—¿Qué tal vais? —le preguntó, tal como él le había preguntado tan a menudo.


Sasuke asintió con brusquedad.


—Bastante bien. Casi hemos llegado. —Aspiró profundamente y se dejó caer hasta el siguiente peldaño.


Naruto experimentó una intensa y maravillosa emoción. Ambos colgaban entre el cielo y la tierra, entre la noche y el amanecer. Atado a él en una extraña intimidad —con las mejillas tocándose, las respiraciones mezclándose, los vientres apretados el uno junto al otro, los corazones latiendo al unísono—, Naruto se sintió muy bien protegido. Uchiha literalmente tenía su destino en las manos y estaba arriesgando su propia vida para ayudarlo. Las piernas de él se movían debajo de su cuerpo, los muslos empujaban suavemente, rítmicamente, contra sus caderas. Los brazos se extendían alrededor de el para asir la cuerda en el ininterrumpido movimiento de descenso.


Por fin él apoyó los pies en el suelo. Soltó la escala y se apartó de la ingente pared de roca que se alzaba sobre ellos. Sostuvo a Naruto en brazos y permaneció así durante unos momentos, su mejilla contra la suya, su respiración jadeante, recuperando las fuerzas. El sonrió y apretó el brazo sano con que le rodeaba el cuello, en un impulsivo abrazo más que en un gesto de miedo como había hecho antes. Sasuke murmuró algo que se llevó el viento.


En ese momento, Geordie Shaw alcanzó el suelo de un salto y corrió hacia ellos para ayudar a deshacer los nudos que ataban a Naruto y Sasuke. Al cabo de unos instantes, Naruto se vio separado de él y depositada de pie en el suelo. Sasuke la sostuvo con un brazo por la cintura mientras hablaba con Geordie, pero Naruto se dio perfecta cuenta del frío viento que les separó a ambos.


Sasuke bajó la vista hacia el y le dirigió una sonrisa breve e íntima al tiempo que le acariciaba la mejilla.


—Habéis sido muy valiente —murmuró, y se alejó de el.


Naruto aguardó mientras los hombres iban llegando al suelo de uno en uno, pero su mirada estaba fija la mayor parte del tiempo en Sasuke Uchiha, observando cómo él y sus hombres ayudaban a los demás y luego recogían las sogas para enrollarlas y ocultarlas detrás de una gran roca.


El regresó a su lado y extrajo una flecha de su carcaj, la colocó en el arco que llevaba y la disparó hacia lo alto del precipicio. El fuste adornado con la pluma, blanca a la luz de la luna, tembló en el viento.


—Eso es —dijo—. Así sabrán quién ha estado aquí.


Se volvió hacia Naruto y le tendió los brazos sin decir nada. El fue hacia ellos de buen grado, y Sasuke lo levantó del suelo. Sintiendo cómo el agotamiento lo calaba hasta los huesos, se dejó llevar una vez más en sus brazos y procuró no recordar que se lo llevaban de Aberlady para siempre.


—¿Adónde vamos? —quiso saber.


—Al bosque —respondió Sasuke.


Naruto asintió con la cabeza, demasiado cansado para preguntar más. Por la mañana se enfrentaría a la verdad, formularía preguntas, pero ahora por fin sentía la bendición de pisar tierra firme y el dulce calor de los brazos de él abrazándolo. Deseaba confiar en Sasuke Uchiha un poco más, sin pensar en lo que le depararía el futuro. Así que cerró los ojos mientras él lo llevaba en dirección a los árboles.


 


La luz de la mañana disipó la niebla mientras el grupo avanzaba a través del bosque a pie y a caballo. Naruto montaba un semental blanco de patas suaves cuyo ancho lomo estaba cubierto por una manta. Geordie iba sentado tras el, rodeándole la cintura con los brazos mientras sostenía las riendas. Mientras cabalgaban, contempló los altos árboles que se mecían a su paso y después el grupo de hombres y caballos que avanzaba por el sendero de tierra.


Al amanecer, Sasuke les condujo hasta el lugar donde habían escondido los caballos de guerra, señalando que él y sus hombres los habían «tomado prestados» de soldados ingleses. A Naruto no le importaba lo más mínimo que los caballos pertenecieran al mismísimo rey Eduardo; estaba tan exhausta que se sentía profundamente agradecida por tener la oportunidad de ir a caballo.


Dado que varios homb!es de la guarnición se habían separado del grupo para ir en busca de familiares cercanos, había suficientes monturas para todos, aunque algunos tuvieran que compartir la suya. Sasuke iba a lomos de un enorme semental negro y Kakashi montaba un bayo; Naruto les vio uno al lado del otro, a la cabecera del grupo, enfrascados en una conversación.


Para el, la mayor parte de la mañana había transcurrido sumido en una nebulosa de cansancio, dolor y el tedio de cabalgar, pero lo soportó todo en silencio. Los hombres mostraban preocupación por el, aunque notó que Sasuke Uchiha se mantuvo a distancia desde que comenzó el viaje. Le vio mirar a los demás con frecuencia, y oyó sus enérgicas órdenes cada vez que el sentía sed o quería detenerse a descansar, como si él supiera lo que necesitaba. Siempre había unas manos voluntarias dispuestas a ir a buscarle comida o agua, a bajarlo del caballo o ayudarlo a montar de nuevo. Pero aquellas manos nunca eran las de Sasuke.


Los hombres se mantenían atentos y vigilantes mientras avanzaban, con las armas preparadas en todo momento. Se detuvieron justo después del amanecer a pescar algunos peces de un arroyo y cocinarlos. Sin embargo, Naruto tenía tan poco apetito que sólo comió bayas y bebió agua fresca.


Ya fuera cabalgando o descansando, los hombres charlaban amigablemente acerca de la extensión del territorio y del confuso mapa de la situación política. Naruto se dio cuenta de que los proscritos del Halcón de la Frontera y los supervivientes del asedio pronto se convirtieron en una banda de camaradas unidos por su audaz huida y su común odio por el enemigo. Pero el frágil vínculo que se había establecido entre Naruto y Sasuke parecía disolverse a medida que se adentraban en el bosque. Naruto, conforme avanzaba el día, llegó a tener la certeza de que Sasuke la evitaba deliberadamente. Apenas le dirigía la palabra, y sus rápidas y frecuentes miradas hacia ella eran inextricables. Parecía distante y sombrío. Incluso sus profundos ojos azules se habían endurecido hasta adquirir el color del acero. Cabalgaba apartado del resto, o al Iado de Kakashi o del proscrito Henry Wood, con la mirada grave y alerta.


Naruto se recordó a sí misma que Sasuke era un forajido y un proscrito del que se decía que había cometido traición. Ahora que había penetrado en su mundo, probablemente descubriría si aquellos rumores eran ciertos.


Pero echaba de menos sentir sus brazos rodeándola, y anheló escuchar su voz tranquila junto al oído. Necesitaba desesperadamente el consuelo que él le había procurado antes. Su actitud distante, después de la naturalidad que había existido entre ellos, la hería de manera inesperada. En el precipicio, suspendida con él entre el cielo y la tierra, había conocido una emocionante mezcla de peligro y seguridad. Ahora, cada vez que oía su voz o captaba una de sus miradas, notaba que se le aceleraba el corazón. Era un hombre proscrito en el que no se podía confiar, pero lo tenía fascinado.


Suspiró, impaciente por sus propios pensamientos, y volvió la cabeza para aliviar la rigidez que sentía en el cuello. El brazo le dolía mucho, y también el tobillo, y durante aproximadamente la última hora se había recostado contra Geordie. Todavía más incómoda era el hambre, una sensación cada vez más intensa y difícil de ignorar ahora que disponían de comida. Antes, su estómago no estaba muy seguro, pero ahora se sentía famélico.


El sol se elevó por encima de las copas de los árboles mientras el grupo avanzaba, y finos haces de luz se filtraron entre las hojas. Varios metros delante, Sasuke marcaba un paso tranquilo siguiendo la senda del bosque. Al girar la cabeza el sol arrancó un destello azulado a su pelo que provocó a Naruto una extraña sensación en el centro del cuerpo. Al cabo de un rato, Sasuke levantó una mano y se detuvo. Los otros hicieron un alto detrás de él, con un leve crujido de cuero y un entrechocar metálico de armas. Sasuke hizo dar la vuelta a su semental negro y fue hasta Kakashi, que se había detenido junto a Naruto y Geordie.


—Gracias a Dios no nos han seguido —dijo Sasuke a Kakashi con voz grave que se oyó con facilidad en el silencio del bosque—. Podemos arriesgarnos a tomarnos un pequeño descanso cerca de aquí si la dama así lo desea. —Dirigió a Naruto una fugaz mirada de un color oscuro e intenso.


—Estoy cansada —dijo el, agradecido.


Él asintió con brusquedad.


—Recordad a vuestros hombres, sir Kakashi, que si alguno más de ellos quiere ir a reunirse con familiares o amigos, este es el momento de hacerlo. Desde aquí giraremos hacia el sur y cruzaremos el Tweed, y después penetraremos en el corazón del bosque de Ettrick. Decidles que cualquier hombre que cabalgue conmigo se arriesgará a ser llamado proscrito y traidor tanto por los ingleses como por los escoceses.


—Los que querían dejaros se han ido ya —repuso Kakashi—. El resto se quedará.


Sasuke asintió.


—Ese bosquecillo de allí, donde son más densos los abedules, nos proporcionará un escondite seguro.


—Bien. Lady Naruto necesita un respiro —dijo Kakashi.


Sasuke lo miró de nuevo, con un brillo especial bajo las rectas cejas oscuras. Sin pronunciar palabra, hizo girar a su caballo y se dirigió hacia el bosquecillo.


Rápidamente y en silencio, le siguieron en dirección al escondite de los abedules, y una vez allí desmontaron. Geordie ayudó a Naruto a acomodarse en un lugar bajo los árboles donde había sombra y luego se aprestó a ayudar a Henry Wood y a otro de los bandidos, un joven montañés vestido con tartán, a encender fuego. A continuación, Sasuke, Geordie y un fornido forajido llamado Patrick se alejaron para capturar alguna pieza pequeña de caza para comer, mientras los hombres de Aberlady establecían una guardia alrededor del bosquecillo.


Kakashi trajo agua fría de un arroyo en su yelmo de acero y se la acercó a Naruto. El le dio las gracias y bebió, y acto seguido él se fue a montar guardia entre los árboles.


Tan sólo el montañés se quedó en el claro con el, un joven alto y delgado que llevaba las piernas desnudas excepto por unas botas bajas y gastadas y que vestía un descolorido tartán marrón y morado. Naruto se relajó contra el tronco del árbol y le observó, mientras él se inclinaba sobre el fuego y cocía unas galletas encima de una pequeña placa de hierro que sostuvo entre dos piedras.


El joven lo miró y le dirigió una sonrisa tímida y efímera, con hoyuelos, que transformó su semblante serio y juvenil. Naruto le sonrió a su vez. El se sonrojó y se apartó el pelo rubio, que le caía constantemente sobre los ojos a pesar de las desmañadas trenzas que llevaba para sujetarlo. Utilizó su daga para retirar una galleta de la plancha y fue hasta Naruto sosteniendo la galleta caliente con un pico del tartán. Se sentó a su lado.


—Una galleta de avena para vos, Naruto Uzumaki, por si tenéis hambre —le dijo. Empleó el nombre completo al estilo de las Highlands, en lugar de su título, como solían hacer los habitantes de las tierras bajas. Además, el inglés del norte que usaba tenía el tono suave y resonante propio de alguien que habla el gaélico—. Tened cuidado, está muy caliente —advirtió.


—Gracias —dijo Naruto, cogiendo la galleta gruesa y caliente con un pliegue de su vestido para no quemarse los dedos—. Me sorprende ver un montañés entre proscritos del bosque de Ettrick en estas tierras.


El joven se encogió de hombros.


—Soy un Fraser —respondió—. Quentin Fraser, de cerca de Inverness. El jefe de mi clan es Simon Fraser, al que tal vez conozcáis. He venido al sur para luchar con él por Escocia.


Naruto asintió.


—He oído decir que Simon es uno de los jefes rebeldes. ¿Cómo es que ahora estáis con Sasuke Uchiha?


—Conocí a Sasu cuando fuimos hacia el norte con algunos hombres de Wallace para ayudar a Simon en Stirling. Entonces fue cuando me uní a él. Simon me pidió que estudiase cómo eran las tierras del sur y que me aprendiera los movimientos de los ejércitos ingleses. De vez en cuando viajo hasta donde se encuentra Simon y le informo. —La miró fijamente con sus ojos de un azul intenso—. Yo confío en vos, Naruto Uzumaki de Aberlady, de lo contrario no os contaría esto. —Sonrió de nuevo y le guiñó un ojo de forma tan encantadora que Naruto sintió inmediatamente una profunda amistad por él.


—Gracias. ¿Pero cómo sabéis que puedes confiar en mí?


Quentin esbozó una sonrisa fugaz, abierta, como si conociera un secreto.


—Ah, porque poseo la Visión —dijo en voz baja—. Siempre la he poseído, y me dice que sois un buen doncel y un verdadero vidente.


Naruto sonrió. El chico cada vez le gustaba más.


—Yo también la tengo.


Quentin asintió con un gesto.


—Lo sé. Las visiones y profecías de Naruto la dorada son muy famosas en las Highlands.


Naruto se ruborizó.


—Pero mis visiones sólo me hablan de guerras y reyes, de sucesos extraños del futuro que yo no entiendo del todo. Sería agradable saber cosas sobre la gente normal, y ayudarla. ¿Vos podéis hacer eso?


El chico asintió de nuevo.


—A veces. Simplemente me viene, como una revelación. Creo que vos podríais hacerlo fácilmente, puesto que vuestro don es grande, y el mío no es más que un pobre talento al lado del vuestro. Yo también he tenido visiones, unas cuantas. He visto la muerte de seres queridos —dijo, bajando la vista y barriendo las hojas secas de su tartán—. Y no quiero verla más.


Naruto suspiró.


—Yo también he visto la muerte —dijo en voz queda—. Pero normalmente olvido lo que veo. ¿Vos soléis recordarlo?


—Siempre —contestó Quentin con el semblante grave—. ¿Qué os gustaría ver, si pudierais, Naruto Uzumaki?


Ella partió un trozo de galleta y empezó a mordisquearlo.


—Si pudiera —dijo, tragando—, usaría mi visión para saber por qué Sasuke Uchiha fue a buscarme a Aberlady, y por qué ahora está tan descontento conmigo. —Le dirigió una mirada irónica—. Confío en vos, Quentin Fraser, de lo contrario no os contaría esto.


Él sonrió tristemente.


—Ah. Bueno, no sé deciros por qué Sasu lleva una carga dentro de sí, y tiene buenas razones para hacer lo que hace. Pero es muy reservado, ningún vidente puede penetrar en sus pensamientos. A decir verdad, no nos ha dicho a ninguno de nosotros por qué fue a buscaros. Pero le ponía furioso que los ingleses asediaran el castillo de una “mujer”, y yo sé que estaba decidido a sacaros de allí. Si existe alguna otra razón, yo no la conozco. —Se alzó de hombros—. Cuando él quiera decir lo que piensa, lo dirá.


Naruto contempló el perfil juvenil y delicado del muchacho mientras paladeaba el sabor a nueces de la galleta caliente.


—Vos le seguís cuando tantos le han abandonado —dijo al cabo de un rato.


—Así es. —Quentin afirmó con energía—. Nunca creeré que traicionó a Wallace. Es un hombre distinto desde que regresó del cautiverio inglés, pero siempre tendrá mi lealtad.


—¿Os dice vuestra Visión algo acerca de esa traición?


Quentin negó con la cabeza.


—Yo creo que él no lo hizo. Sasu daría su vida por un amigo. Ya lo hizo por mí en una ocasión, y por eso le debo lealtad, digan lo que digan de él. —Se puso de pie—. ¿Otra galleta de avena, Naruto Uzumaki?


El la rechazó cortésmente. Quentin le obsequió otra encantadora sonrisa y se apartó para perderse entre los árboles y dejarla sola en el pequeño calvero. El le vio marcharse, contenta de haber encontrado un amigo entre los proscritos; su manera de sonreír y su naturalidad le dejaron una cálida sensación interior.


Exhaló un suspiro y contempló el fuego que crepitaba dentro del círculo de piedras, pensando en Sasuke Uchiha y en lo que Quentin había dicho. Geordie también había insistido obstinadamente en la inocencia de su héroe, pero el lo había atribuido a su juventud. Ahora aquel montañés, un hombre de aproximadamente la misma edad que el, compartía también aquella opinión. Pero seguramente todos los nuevos seguidores del Halcón de la Frontera le creían inocente de traición. Fuera de aquel círculo persistían los rumores preocupantes acerca de él. Naruto los conocía de labios del padre Dounzu, escocés y sacerdote, un hombre que no propagaba mentiras.


Viendo que no lograba comprender el asunto, y estando demasiado agotada para intentarlo, apoyó la espalda contra el tronco del árbol, se puso una mano sobre el hombro dolorido y cerró los ojos para descansar.


El tentador aroma a ave asada la sacó del sueño y la hizo abrir los ojos. A menos de un paso de el vio la ancha espalda de Sasuke Uchiha sentado junto al fuego, vestido con el chaleco de cuero y la túnica verde. Estaba escuchando a Henry Wood y reía suavemente por algo que decía este.


Sasuke se volvió para mirar atrás y vio que Naruto estaba despierto. Lo saludó con un leve gesto de la cabeza y acto seguido se inclinó hacia delante para cortar una porción de carne, que colocó sobre un pedazo de corteza y entregó al proscrito Patrick, sentado junto a él.


Patrick se acercó a el.


—Aquí tenéis, mi señora —le dijo con voz grave y un tanto azorado, al tiempo que se arrodillaba para ofrecerle la carne humeante—. Sasu dice que seguramente tendréis hambre.


—Gracias —respondió, mirando la espalda de Uchiha, que no se giró. Patrick regresó a su sitio junto al fuego y Naruto empezó a comer con apetito. La carne estaba ligeramente chamuscada por fuera, pero por dentro estaba jugosa y deliciosa. Se chupó los dedos al terminar. Patrick lo miró y se apresuró a traerle una segunda ración.


—Gracias —dijo Naruto de nuevo—. Hasta ahora sólo he comido bayas y una galleta de avena. No me había dado cuenta de que tenía tanta hambre.


Él asintió.


—Vuestro estómago todavía no estaba preparado para comer en serio. Pero ahora que os ha vuelto el apetito, sabemos que os recuperaréis bien.


—¿Quiénes? —preguntó, mirándole sin dejar de comer.


—Sasu y nosotros —respondió él. Se sorbió la nariz y se la limpió con la manga mugrienta—. Sasu os vigila igual que un halcón vigila a sus crías. Dice que no habéis comido mucho en este viaje.


—Parece que no le importa mucho —musitó, dudando, mientras mordía un bocado de carne—. Deja que vos y los demás os preocupéis de mí, y yo os doy las gracias por ello —añadió.


Patrick se inclinó hacia delante y bajó la voz:


—Bueno, él no quiere admitir que os vigila y que vela por vuestro bienestar. No estaba muy contento con vos, siendo la profetisa, y demás.


Naruto le devolvió una mirada ceñuda. Él no la vio, sino que se quitó el yelmo para rascarse la cabeza, hundiendo los dedos en el sucio pelo castaño. Escupió en el yelmo y lo abrillantó sirviéndose de la manga.


—Sé que a las damas les gusta la buena educación —dijo—. Así que os traeré un poco de agua en un yelmo limpio, veis. —Lo tendió para mostrárselo.


—Gracias, Patrick —dijo Naruto con tacto—. Pero creo que voy a ir yo misma al arroyo para lavarme a solas.


—Os enseñaré por dónde se va —se ofreció Patrick. La ayudó a ponerse de pie y la sostuvo con su enorme mano por la cintura mientras el echaba a andar cojeando ligeramente.


Naruto vio que Sasuke levantaba la vista cuando ellos pasaron por delante. Quentin les miró también, y le dirigió a el una sonrisa deslumbradora. Sasuke le vio y frunció el ceño.


Naruto sonrió a Quentin, sonrió a Patrick y después dirigió a Sasuke una mirada torva. Este miró a otra parte como si no lo hubiera visto y se frotó en silencio la mandíbula cubierta de barba incipiente.


 


Más avanzado el día, mientras cabalgaba a lomos del semental blanco sentado delante de Geordie, Naruto se sentía tan cansado, tan asediado por diversos dolores y por un cierto mareo, que hubo ocasiones en las que creyó que no podría seguir. Sin embargo, no dijo nada a Geordie acerca de lo incómodo que se encontraba, ni se lo mencionó a cualquier otro que preguntase por su salud.


Encontró un momento para decir a Kakashi que quería separarse de los proscritos cuando se acercaran a Stobo, donde el padre Dounzu tenía una iglesia. Sir Kakashi había accedido de mala gana. Naruto llegó a la conclusión que a él le gustaba aquella libertad de huir con los proscritos después de varias semanas atrapado en un castillo sitiado. Sin embargo, el deseaba descanso y paz. El brazo y el tobillo le dolían sin piedad, y no sabía cómo iba a curarse si seguía manteniendo aquel endiablado ritmo.


Pero una parte de el deseaba quedarse también con el Halcón de la Frontera en el bosque. Aunque fuese una locura, quería estar junto al hombre compasivo que había atendido sus heridas... pero aquel hombre había desaparecido para siempre. Si tuviera más fuerza y la mente más despejada, además de mayor audacia, le habría desafiado a que le dijera qué se proponía respecto a el, y por qué mostraba ahora tanta frialdad. Pero, agotado y exhausto, no le dijo nada, y dejó que el caballo la llevase poco a poco hacia lo profundo del bosque.


Recordó aquella contundente frase de Uchiha: que había ido a Aberlady a buscarlo, como si ambos tuvieran algún asunto que discutir. Sentía que sus intenciones se cernían sobre el como nubes de tormenta. La profetisa no podía distinguir si aquel hombre era su paladín o su enemigo; carecía del don de Quentin para simplemente «saber» algo, y deseó de corazón poder tenerlo. Agotado tras la penosa prueba de Aberlady y sin poder pensar con claridad por la falta de descanso, no pudo responder a ninguna de las preguntas que lo asediaban. Lo único que de verdad quería era un lugar donde tumbarse y dormir.


La densa bóveda del bosque dejaba pasar sólo un poco de luz, de modo que la senda se veía verde y en penumbra. Naruto oía el constante caminar de los caballos, el gorjeo de los pájaros allá en lo alto y el viento silbando entre las ramas. Eran sonidos tan suaves, pacíficos y monótonos, que estuvo a punto de quedarse dormido sobre el caballo. Tras sacudirse un poco, se recostó contra Geordie y miró alrededor. A un lado del sendero comenzaba una larga pendiente cubierta de árboles. A su espalda vio un brillante destello plateado entre los troncos. Mareado y cansado como estaba, y lento de reflejos, no se dio cuenta hasta que fue demasiado tarde de que lo que había visto era el relucir de una armadura.


Un instante después oyó el rápido zumbido de una flecha y sintió el fuerte impacto contra el cuerpo de Geordie. El joven se inclinó bruscamente sobre el, lanzó un grito y cayó de improviso al suelo.


Naruto chilló y se volvió, extendiendo las manos instintivamente, pero Geordie había desaparecido bajo los cascos del caballo. Fue todo tan rápido que apenas se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo: los hombres que lo rodeaban empezaron a gritar e hicieron girar a sus monturas. Vio el serio semblante de Kakashi pasar frente a sí por un instante, vio a Henry Wood tensar su gran arco y vio a Sasuke darse la vuelta y volver al galope, enfurecido, llevándose la mano a la espalda para agarrar su espada.


Otra flecha silbó entre los árboles y rozó a su caballo en el flanco. Trató de coger las riendas y hacerlo girar, pero el animal relinchó y se levantó de manos, con lo que casi lo hizo caer al suelo. Naruto se agarró desesperadamente a la crin con las dos manos, al tiempo que el caballo caía sobre sus patas delanteras, sacudiéndolo violentamente. Pero en un impulso de músculo y fuerza, el gran caballo de guerra saltó hacia adelante.


 


 


Continuará…

 


Quiero dedicárselo a una personita que con su lindo y largo comentario me ha dado ánimos para seguir adelante con mi historia, espero que te haya gustado y poder seguir con el resto, mira que falta mucho.


Gracias mil por sus comentarios, en el capitulo siguiente explicaré por qué Naruto necesita la protección de aparentar que es mujer.


Shio Zhang.


 


 


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