Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Unrequited love por Kayazarami

[Reviews - 36]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Capítulo 3. Enfrentamiento.



El techo era aburridamente blanco. Hacía dos horas que había llegado a esa ridícula conclusión y a pesar de ello continuaba mirándolo, como si la respuesta a sus problemas fuera a aparecer dibujada en la impoluta superficie. A su lado, tumbado en la misma cama, Naraku se había quedado dormido.

Aquello no ocurría a menudo. El chico de cabello ondulado era desconfiado por naturaleza y no se sentía seguro en ningún lugar. Mucho menos en la Mansión de los Taisho, en donde la posibilidad de encontrarse con Sesshômaru lo mantenía siempre tenso.

InuYasha sabía que su amigo estaba al límite de sus fuerzas. Él y Miroku parecían estar compitiendo por ver cual pasaba más horas “cuidándolo”. Se sentía vigilado y le fastidiaba tanto como le agradaba saber que se preocupaban por él.

Suspiró y dio media vuelta, posando su mirada en el hermoso rostro del chico durmiente. Así, tan tranquilo y relajado, el pelinegro podría haber pasado por un ángel sin problemas. No entendía por que el imbécil de su medio hermano podía rechazarlo y aún menos comprendía como es que Naraku, siendo tan fuerte como era, le había permitido a semejante idiota entrar en su corazón, un lugar tan sumamente especial y reservado únicamente para él y Miroku.

Los parpados temblaron y al minuto siguiente dos ojos oscuros y soñolientos lo observaban.

—Buenos días, mi bella durmiente —se burló.

—¿Hum? —sin decir nada, el chico se frotó los ojos con las manos y tras un par de bostezos y estiramientos, se incorporo y quedó sentado—. ¿Cuánto he dormido?

—Un par de horas nada más.

—Vaya. Hacía… No, ni siquiera recuerdo haber dormido alguna vez fuera del orfanato.

—Estas agotado. ¿Cuánto tiempo hace que no duermes?

—El mismo que tú.

Ambos callaron, cada uno recordando sus propias desgracias amorosas. Naraku se levantó finalmente y entró al baño. InuYasha se incorporó también y se disponía a acompañarlo cuando alguien abrió la puerta sin tocar y, parando en seco, bufó fastidiado. Solo había una persona en toda la Mansión que se sentía lo suficientemente importante como para no respetar la intimidad de los demás.

Bueno, eran dos en realidad, pero la esposa de su padre jamás hubiera perdido su valioso tiempo en pisar su habitación. Prefería invertirlo en gastar dinero de forma desproporcionada en ropa, fiestas, zapatos y mil frivolidades más.

La mirada de asco de su nada querido hermano mayor lo trajo de vuelta a la tierra.

—De modo que al fin te marchas.

—Si. Pasado mañana me perderás de vista y con suerte para siempre, así que ahora lárgate de aquí.

—Esta es mi casa, pequeño bastardo.

—Y esta es mi habitación, niñato rico que se cree mejor que los demás.

—Este niñato no sale corriendo del país cada vez que tiene un problema.

—Claro que no, prefiere ignorarlo y hacer como si nada pasara. Como si el ser homosexual se fuera a solucionar solo. Como si eso fuera un jodido problema. Pero bueno, no te lo reprocho, al fin y al cabo padre ha estado sacándote las castañas del fuego durante toda tu vida.

—Al único que padre tuvo que sacar de un mugroso orfanato fue a ti —una pequeña sonrisa retorcida se dibujó en el rostro del mayor al ver como un enfermizo color blanquecino comenzaba a inundar la cara de InuYasha—. Un niño abandonado que nadie quería y que nadie querrá nunca. No te quería tu madre, no te queremos nosotros y el idiota ese por el que suspiras no te hace ni caso. No eres nada, InuYasha.

—¡CALLATE AHORA MISMO, SESSHÔMARU! —gritó una voz y el aludido se dio la vuelta sorprendido para encontrarse de frente con Naraku, que sin dudarlo medio segundo le encajo el puño derecho en su pálido rostro, haciendo que perdiera momentáneamente el equilibrio y retrocediera un par de pasos.

—¡Serás gilipollas! —le gritó el pelinegro, lleno de furia—. Si vuelves a hablarle así te juro que te mato, desgraciado.

Y sin decir más, agarró a InuYasha fuertemente del brazo y lo arrastró fuera, dejando a su hermano mayor aún aturdido.







Muchas horas después, InuYasha conseguía unos momentos de soledad tras asegurarles una y otra vez a sus dos preocupados amigos que estaba bien, que las tonterías de Sesshômaru ya no le afectaban lo más mínimo.

Salio de la casa de Miroku, en donde se habían refugiado, y caminó durante mucho rato. Iba pensando en su vida, en sus recuerdos de aquella ciudad y las cosas que iba a echar de menos. Cuando sus pasos se detuvieron, alzó la vista y se encontró ante La Guarida del Fauno, un local donde se podía disfrutar de un café y algún dulce a cualquier hora, escuchando música relajante, donde habitualmente se organizaban lecturas. Era frecuentado por universitarios de los cursos más altos.

Una pequeña sonrisa se dibujo en el rostro de InuYasha y procedió a entrar. Pidió al camarero un par de croissants y un café con leche. Escogió la mesa más apartada y alejada de los clientes que conversaban y permitió a su mente divagar un poco más mientras sus oídos se deleitaban con Betthoven.

Lo iba a añorar. A Miroku, las clases, su rutina, el orfanato que tan a menudo visitaba, los niños, las clases extracurriculares de Inglés con el pesado de Totosai, las largas horas de estudio en la biblioteca antes de los exámenes, las salidas por la tarde, las noches divertidas junto a Miroku y Kôga… A Kôga.

Dios, a él si que iba a echarlo de menos.

Era la persona que menos tiempo llevaba en su vida y había llegado a quererlo de una forma que no había podido querer a nadie más. Al final, como todo, había salido mal, pero había conocido algo nuevo. Algo que no siempre era malo.

Le había gustado la sensación cosquilleante en su estomago cuando lo veía en la facultad, como se le aceleraba el corazón cuando sus piernas se rozaban por debajo de la mesa o cuando uno u otro se pasaba bebiendo y el otro lo llevaba prácticamente abrazado a él para evitar que se cayera.

Lamentablemente, con su confesión, todo eso se había perdido.

—InuYasha…

Pero Miroku había tenido razón al tenderle la pequeña trampa para obligarlo a declararse. Él era valiente. Y el amor no había que temerlo. En estas circunstancias, con su amigo prefiriendo claramente a las mujeres no tenía caso, pero en el futuro, cuando amase de nuevo a un hombre con el que no existiera ese inconveniente, pensaba luchar por ello.

—InuYasha…

Valía la pena luchar para descubrir que más podía ofrecerle el amor en el futuro. Y ahora él quería ese futuro lejos de todo su pasado. Quería un presente en un lugar sin dolor, sin recuerdos. Comenzar de nuevo y pelear.

—InuYasha!

Se sobresaltó ligeramente al escuchar su nombre en grito y alzó la cabeza que había mantenido semi inclinada mientras pensaba para encontrarse con unos ojos profundos azules que lo miraban bastante enfadados.

—¡Por fin! Llevo diez minutos llamándote y ni caso me hacías.

—Kôga… ¿Qué haces aquí?

El moreno pareció titubear. Su compañero se mordió el labio. Kôga se veía particularmente atractivo ese día. Llevaba unos vaqueros gastados y una camisa con los dos primeros botones desabrochados. De su cuello pendía de un fino trozo de cuero su amuleto, un colmillo de lobo. Su largo cabello permanecía como siempre recogido en una alta coleta.

Y parecía nervioso. Se lo quedo mirando sin saber que decir. Él tampoco sabía que decirle.

—Estaba… Bueno, he quedado con alguien aquí.

“Por supuesto” pensó “¿Para que pregunto?”.

—Está bien —le dijo, levantándose.

—¿Te vas? Pero si tu café y croissants están intactos...

InuYasha sonrió tristemente y tocó con la mano la taza de café. Frío. ¿Cuánto rato había estado ensimismado?

—No importa —le hizo un gesto al camarero para que le trajera la cuenta y poder salir de allí antes de que la afortunada chica de turno llegara. Prefería mantener esa imagen tan hermosa de Kôga en su mente, probablemente sería la última vez que lo vería y era mejor que no se le encogiera el corazón al recordarlo besuqueándose con nadie.

—No. Me voy yo. No es necesario que tú…

—Kôga, déjate de tonterías. No has hecho nada malo. Y por favor, deja de hacerme sentir como si… —el camarero dejó el papel con el importe en la mesa, sacó su dinero y lo dejo sobre el platillo—. Mira, da lo mismo —se levantó y se puso la chaqueta—. Adiós.

—Hasta el Lunes, entonces —dijo su amigo, de forma extraña—. Oh, mira, InuYasha, yo…

—¡Kôga, cariño!

Reconoció la voz y el peliplateado cerró fuertemente los ojos durante unos segundos. Ayame, esa era Ayame, una de las habituales de la discoteca de la zona norte que le gustaba a Miroku. Era una chica realmente alegre y simpática. En otras circunstancias, se habría alegrado de verla. La observó darle un corto beso en los labios a su amigo antes de reparar en él.

—¡InuYasha! ¡No puedo creer que estés aquí! —se acercó y lo abrazó demasiado fuerte para su gusto. No pareció notar su rigidez o falta de respuesta—. Diablos, Miroku estaba tan triste ayer. No puedo creer que vayas a marcharte.

—Si, bueno, Ayame, aún tengo muchas cosas que preparar y no me gustaría importunarlos, de modo que…

—¿Marcharte? —Kôga lo miró ligeramente alarmado—. ¿De que esta hablando, InuYasha?

—¿Cómo que…? ¿Es que no lo sabes? —le preguntó asombrada la chica—. ¡InuYasha se marcha el Lunes a Estados Unidos, tonto! ¿Y tú te haces llamar su amigo?

—¿Estados Unidos? ¿El Lunes? —los ojos azules del moreno lo taladraron—. ¿Te vas a marchar? ¿A otro país? —su tono de voz aumentó—. ¡¿Sin decirme nada?!

—Mira, Kôga, yo…

—¡¿Tú?! —estalló, furioso—. ¡¿Qué clase de amigo eres tú?! ¡Te vas a marchar! ¡Pretendías irte sin decirme nada! ¡¿Cómo demonios puedes decirme que-que, bueno, decirme eso y luego simplemente marcharte?! ¡¿No cuentan para nada estos malditos dos años de amistad?! ¡No ibas a decirme nada!

—¡Maldito estúpido! —gritó InuYasha, fuera de sí—. ¡Estas montando una escena! —le reprochó a gritos, abriendo los brazos para que se fijara en su alrededor. Todos los clientes y el servicio estaban mirándolos. Ayame tenía la boca abierta de la impresión.

Sin decir nada más, salio del local a paso rápido. Esa no era el último recuerdo que quería tener de él, pero no pensaba quedarse para que empeorara.

Corrió un tramo y se adentró en el parque. Ya era de noche, apenas había nadie. Nadie para ver la mueca de dolor y disgusto que cruzó su cara mientras se dejaba caer apoyando la espalda en el tronco de un árbol y se abrazaba a si mismo.

No iba a llorar. No tenía ya edad para semejantes tonterías, pero necesitaba un momento, un momento para tranquilizarse y olvidar.

Diablos, le había montado una escena.

Él no podía soportar eso. Su madre jamás había permitido que él llamara la atención sobre ellos. Las pocas veces que había ocurrido, el castigo había sido severo. Hay cosas que es difícil superar.

Un sonido de pisadas rápidas lo alertó de que ya no estaba solo, pero no se movió. Al diablo con la parejita que estuviera por ahí, que se fueran a otro sitio.

—¿Estás bien? —le preguntó esa voz, demasiado cerca. Alzó la cabeza y se encontró los ojos azules que le atormentaban, demasiado cerca—. Joder, lo siento. No debí ponerme así. Pero InuYasha, diablos, no puedes marcharte. No quiero que te marches. No por mí. Mierda, todo es mi culpa.

Había verdadera angustia en sus palabras y el chico lo miró, con sus ojos dorados clavándose en su alma.

—No digas eso, idiota. No es tu culpa —alzó la mano y la posó suavemente en la mejilla del moreno—. Esta decisión es bastante cobarde por mi parte, pero lo necesito. Necesito empezar de cero. Necesito olvidarlo todo. Enamorarme de ti no ha sido lo peor que me ha sucedido en la vida, créeme.

Kôga cerró un momento los ojos y suspiró. Su mano se movió, apoyándose sobre la de InuYasha y presionando ligeramente. Luego abrió los ojos. El corazón del peliplateado se disparó. Aquel recuerdo, junto con el de su beso, iba a atesorarlos de por vida.

—Lo siento.

—No lo sientas. Tú no tienes la culpa de no haberte enamorado de mí, joder. Yo sabía perfectamente que eras hetero. Hasta tendría que estar agradecido por que no me hayas mandando al diablo por maricón y aún te importe tanto como amigo como para montarme una escena. Eres realmente una buena persona. Ha sido genial ser tu amigo. Y me alegro mucho de haberme enamorado de ti, aunque no haya podido ser, por que Kôga, pese al distanciamiento y todo, nunca he dejado de pensar que eres mi amigo.

—Nunca he dejado de serlo —afirmó, de forma entrecortada. E InuYasha supo que no le salían las palabras—. Nunca voy a dejar de serlo. Me he comportado como un imbécil contigo estas últimas semanas, pero realmente eres importante para mí.

—Gracias —sonrió el de ojos dorados—. Muchas gracias.

—Y si esto sale mal, voy a seguir siéndolo.

—¿De que hablas?

—De esto.

Y sin media palabra más, tiró de la mano que aún estaba sobre su rostro y aproximandolo a él, lo besó.

Continuará…



Notas finales:

Espero que os guste. =3


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).