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Las aventuras de Atobe Keigo por Neko uke chan

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–¡Keigo Atobe, espera! ¡Estás cometiendo el peor error de tu vida! Si tu objetivo es ser deportista profesional tendrás más oportunidades aquí en Francia, como empresario. Y aprovechándola podrás hacer buen uso de tu buena posición en el mundo de las finanzas ¡Todos los US Open serán patrocinados por ti!– pareciera que en ningún momento hubiese respirado por que todas las palabras salieron atropelladas; tomando una bocanada profuna, estiró los labios trémulos para forzar una torcida sonrisa y agregar, espirando labia de negocios –¿Qué dices sobrino? ¿No te gustaría escalar a la cima de la economía privada?

Atobe ignoró el revoltijo de indignación que le nació en la boca del estómago, buscando estabilidad mental para no escupirle a la cara allí mismo. El vómito verbal de su tío solo emitía un falso entusiasmo codicioso en nombre de su deporte e ingenuas creencias sobre la facilidad que brinda el dinero en un campo que solo ve frutos por el esfuerzo. Solo alguien totalmente ignorante podía afirmar que sembrando semillas surgen las cosechas sin más.

Se puso en pie lentamente, sacudiendo un poco el traje y ajustando las solapas, para luego dedicarle una mirada penetrante con sus ojos violetas congelados como el hielo

–Para ti, soy Atobe Keigo: Capitán del Equipo de Tennis de Hyotei Gakuen. Y sobre eso,  soy deportista, no hombre de negocios– su voz cargada de repugnancia contenida solo le brindaba un aspecto sínico a su encantadora sonrisa –, así que me voy, no tengo nada que hacer aquí, discutiendo cosas que no van al caso. Me retiro– hizo un ademan de despedida y cerró la puerta tras sí.

Descendió los veinte pisos que le separaban de su limusina esperándole, llegó al hotel donde se hospedaba y desde la recepción canceló la reservación pendiente de los próximos cuatro días (para cumplir la semana). Ya en la habitación contactó a la aerolínea para cambiar la fecha del vuelo de regreso a Japón para el día siguiente. Se aflojó la corbata, se quitó los mocasines marrones y se lanzó a la cama.

 La quietud del cuarto le hizo percatarse de la tortuosa fuerza con la que latía su corazón y el escozor en sus ojos. Despeinó sus cabellos con hastío y cubrió su rostro con la suave almohada del juego de sábanas y, por primera vez en días, con la cabeza más despejada en lo que parecían años, pensó en Jiroh.

Sonrió y susurró antes de quedar dormido, el dolor de cabeza le vencía. La habitación frente a sus ojos quedó a oscuras aunque fuesen las cuatro de la tarde.

Ya voy Jiroh, espérame.

~~

Para variar, el reloj despertador de nuevo se había averiado por la caída a la que lo empujó la mañana anterior por perturbar su sueño, obviando intencionalmente que esa perturbación le indicaba que debía apresurarse para ir a clases. Cuando al fin algo de lucidez le aclaró la mente, se levantó apresurado y realizó su rutina vespertina a una velocidad vertiginosa.

Aun así llegó tarde por media hora, atravesando un campus alborotado. El profesor no se tomó mucho tiempo en regañarle ya que estaba acostumbrado a los retrasos del chico. Si no lo habían expulsado del colegio era por dos razones: su promedio razonable (aunque requería de empujones para pensar) y las movidas sigilosas e internas del capitán del club más popular de la región que adquiría cada vez más admiradores y prestigios entre sus miembros titulares.

Se sentó en su puesto habitual y tras cruzarse de brazos y bostezar se percató de la ausencia de algunos de sus compañeros de clases, la mayoría compañeros también de tenis  

¿Todos se habrán quedado dormidos? se rascó la cabeza.

–Akutagawa ¿eres miembro del club de tenis, cierto? – le llamó el profesor, el chico asintió confundido – ,entonces deberías acompañar a tus compañeros para recibir a su capitán de equipo– su corazón dio un vuelco imprevisto y violento, sentía como se le contraían los músculos del rostro y con claridad recordó a las muchachas emocionadas y bailoteando a gritos cuando llegó apresurado al campus.

Eso sólo explicaba una cosa.

Sin siquiera abrir la boca para pedir permiso salió corriendo del salón sin cerrar la puerta corrediza. El docente suspiró y anotó en su nómina “Con ese alumno se cumple la mitad del salón ausente. Se pospone la clase”

 –Hagan lo que quieran– anunció resignado, y el aula se vació detrás de Jiroh.

Estaba tan impresionado el chico que se confundió de salón al tratar de llegar a la clase de Atobe, pero fue guiado por los gritos y bullicio que emanaban del mismo. A mitad de pasillo se veía el abarrotado salón con personas escandalosas obstruyendo el paso a la otra parte del corredor, ese aglomeramiento (mayoritariamente femenino) solo tenía una explicación razonable cuando no se trataba de algún Idiol o seiyuu famoso, y esa explicación era autógrafos y fotos con Atobe Keigo. A intervalos se sintió irritado por el montón de histéricas que chillaban el nombre de su Atobe, pero también estaba agradecido por el tiempo que ganaba con ello ya que podría prepararse mentalmente para recibirle con la apatía y somnolencia normal.

En su actual estado anímico le gritaría insultos y correría hacia él para besarlo, comprometiéndose así frente a todo ese gentío. Así que mejor sería esperar.

–Cálmense señoritas, no empujen: hay suficiente Ore-sama para todas– escuchó ahogada la voz de Atobe y seguidamente más gritos y flashes de cámaras.

Suspiró feliz, era su mismo Atobe y no otro sueño.

Sabiendo eso, que le aliviaba a niveles ridículos, Se disponía a dar vuelta y regresar a su clase, cuando la voz de Shishido lo detuvo.

 –¡Jiroh! ¿no vas a entrar a verlo? La verdad ya no hay espacio así que decidí salirme antes de perder mi gorra– bufó, detrás de él salieron el resto de los otros regulares.

–Mejor no entres aún, no podrás pasar más allá de un metro de la puerta– advirtió Yuushi, y una lagrimita quejosa de Gakuto mientras se frotaba el cabello lo corroboró.

–Esperaré a que terminen las clases, con todo ese revuelo no podré ni escuchar mis propios pensamientos– rió el de cabellos castaños y se despidió con un gesto –, regreso al aula– anunció y bajó las escaleras, los demás siguieron su ejemplo y se dirigieron a sus respectivas secciones.

¡Bien! Atobe volvió, y justo el día antes de su cumpleaños, ahora podré poner mi plan en acción.

 Caminó distraído hacia su aula, encontrándose con que había llegado tarde a la segunda hora. El día pasó lento y aburrido, pero no le importó mucho porque a la tarde podría ver a su capitán. En las prácticas tampoco pudo acercarse mucho a él, ya que tenía el habitual círculo de personas a su alrededor a modo de barrera volvía a hacer presencia.

 Solamente podía mirarle desde lejos, recostado del árbol en la colina que daba vista al campus escolar y apenas distinguía los reflejos violáceos de una cabellera que iba y venía de un lado a otra, perseguida por una parvada de personas emocionadas y ruidosas.

 

Después de jugar los partidos de práctica, Atobe de retiró a mitad dek entrenamiento para ejercer su función cómo Capitán y actualizarse con el entrenador. Llegó la hora de irse y el aristócrata del tennis no se había aparecido sino hasta mucho después del mediodía, dando dos o tres órdenes y volviéndose a retirar hasta la hora última hora de clases del día.

 Las esperanzas del holgazán de entablar contacto con su entrañable chico se reducían a la par que aumentaban las horas. En la salida observó a los chicos hablando con Keigo y retirándose después, antes de que pudiera acercarse a hablarle.

 Por culpa de su doble retraso se había visto obligado a hacer horas extras en clase (cuando se normalizó el horario) y fue el último en retirarse de su salón, alcanzando a su capitán en la entrada principal del campus.

Movido por un impulso infantil e incontrolable corrió hacia él.

Atobe sonrió de medio lado, conmovido por el gesto de añoranza que mostraba el chico. Detuvo la carrera progresivamente hasta quedar de pie frente a él, observándolo, sintiendo que la ausencia por cuatro días no había sido nada en comparación en volverlo a tener delante de él. Sonrió abiertamente con pequeñas lagrimillas en los bordes de sus párpados.

 –Atobe,… ¿no eras un poquito más esbelto antes de irte?

 Ese no era precisamente el saludo que tenía planeado al recibirle pero le traicionaron los nervios, y por ello, optó escapar con una excusa.

            La respuesta que obtuvo, sin mirarle directamente a los ojos, fue sentir como lo apresaba entre sus fuertes brazos y revolvía con delicadeza sus cobrizas hebras.

 –Quien sabe, pero eso no es del todo importante. Estoy de vuelta– susurró contra su hombro, aspirando ese olor que hasta hace minutos sentía tan lejano. Las lágrimas que había contenido desde la mañana, cuando se enteró que había regresado, se escaparon juntas y rápidamente, humedeciendo la manga derecha del uniforme del mayor.

 –Bienvenido a casa– se le quebró la voz, abrazándole poderosamente, elevando su rostro para apresar los labios que tanto había anhelado. Se separaron entre suaves y largas caricias. Akutagawa se retiró los rastros de humedad del rostro y una vez modulada su voz preguntó:

 –¿Adónde te fuiste? ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué vuelves sin avisar? La última vez que estuve en tu casa no me contaste nada, y no pregunté porque ya no podía hacerte bajar del avión, pero ya estás aquí, ¿no? ¡Entonces contéstame! – diferente a sus pucheros pueriles, su tono reflejaba seriedad y algo de tristeza. Exigía una respuesta satisfactoria, pero sobretodo se mostraba ansioso, ansioso de saber el motivo que lo había separado deKeigo y le obligó a cambiar su rutina para cubrir esa martirizante carencia.

–Extrañaba tus quejas y preguntas– respondió encantador, colocándole una mano en el rostro. Jiroh arrugó la frente porque sabía que así empezaban todas las tácticas del otro para desviar el tema, pero para su sorpresa, este lo tomó de la mano y de un pequeño jalón le indicó que caminara. El chico haragán se extrañó de no encontrar la siempre plantada limusina a la espera del bocchan

–¿Hoy no pasan a recogerte?

–No, iremos caminando y en así responderé todas tus preguntas.

Jiroh apretó un poco su mano.

 –No escaparás esta vez– sonrió desafiante.

–No lo haré, pero no aprietes tan fuerte, no pienso salir corriendo. Eso no es digno de un caballero– acotó, haciéndole reír.

–¿Qué tiene de gracioso? No recuerdo haber comentado nada que causara gracia– inquirió elevando una ceja.

–Me hacían falta tus regaños.
–¿Sólo eso? – con una mirada bastante significativa afianzó el agarre de sus palmas.

–¡Eso no te lo voy a decir! – bufó volteando el rostro, Atobe comenzó a caminar arrastrándolo por una parte del camino.

–Si sigues con esas niñerías no te diré nada– farfulló, con el brazo cansado por estar arrastrando los pies pesados del otro, quien se reincorporó de un salto.

–Bien, bien, ya me levanté, ¿contento? No hace falta que me regañes.

 Keigo ignoró su queja,  y en su lugar preguntó:

–¿Hay algo en especifico qué quieras saber?

            Su rostro era pasible y sereno, algo cansado y  ahora que Jiroh lo observaba bien, se percató de que mostraba más ojeras que antes de irse y estaba algo pálido. Entre cerró los ojos, para asegurarse de no estar viendo mal.

 Tras pensarlo un segundo, con una sonrisa desganada, formuló ese cuestionamiento que le estaba carcomiendo aún.

 –Quiero saber que es tan importante como para que te hayas ido sin previo aviso a quién sabe dónde, sin comunicarte si quiera una vez conmigo y para veas tan agotado

Sus ojos miel estaban fijos y reflejados en los opacos violetas, ansiosos y expectantes por una respuesta satisfactoria. El Rey del Tennis suspiró y con una mueca de agotamiento se frotó el entrecejo, cerrando los ojos, pensando en qué responderle y cómo hacerlo. Él mismo le dio cabida para interrogarle libremente así que no había forma alguna para zafarse.  

Sabía que le debía, si no varias, al menos una explicación razonable.

 –Estuve en Francia hasta anoche, porque fui convocado por mi tío tercero, dueño de una importante compañía de seguros francesa para ofrecerme el cargo de presidente sucesor cuando él se retire. –se sentaron en  los escalones de una estatua, en el centro del parque, usando las escalinatas de asiento.

–¿Tienes un tío tercero? Nunca había escuchado de él– comentó en voz baja, precavido. Por alguna extraña razón sentía que si se alteraba, dañaría el resignado ambiente que su buchou cargaba encima.

–Supe de él hace poco menos de un año, en mi cumpleaños pasado. Mi madre me comentó de sus intenciones de hacerme el sucesor de su compañía en cuanto cumpliera la mayoría de edad, y si estaba de acuerdo, iría a estudiar al extranjero de nuevo, esta vez a Francia, para especializarme en las finanzas– contó, soltando la mano de Akutagawa que tenía sujeta inconscientemente, y posando la suya propia sobre sus flexionadas rodillas.

 –¿Qué relación tienen tu madre o tú con esa persona? Dudo que sea de línea directa– de nuevo el tono quedo. 

 –Es el primo de mi tía, pero de diferente madre, según tengo entendido. Sus hijos son problemáticos y no muestran el más mínimo interés en suceder el negocio familiar, y mis primos son muy jóvenes aún así que optó por buscarme. No había tenido contacto con esa rama de la familia hasta ahora. 

–¿Y por qué te busca a ti? Eres un pariente lejano, sobrino tercero o algo así ¿qué no tiene sobrinos directos o algo así? – bufó, empezando a entender que el tema era algo complejo y engorroso.

 –No tiene hermanos, por ende no tiene sobrinos. Su esposa solo tiene un hermano que aún no tiene hijos. Se lleva mal con la mayoría de su familia paterna, por eso buscó en la familia materna y allí es donde se conecta con mi tía política– explicó monótonamente, evidenciando el poco gusto que le daba la conversación. Jiroh hizo un puente con el revés de sus manos, entrelazándolas y apoyando sobre ellas su barbilla. Pensando un poco a fondo sobre ese entreversado árbol familiar de los Atobe.

–Es decir, en su familia cercana nadie tiene nada que ver con empresas, y el único con aptitudes necesarias, o sea, tú, vive aquí, en Japón y es un familiar lejano– concluyó inteligentemente. Cuatro días seguidos pensando habían resultado en una mejoría del razonamiento secundario que normalmente evitaba usar; pese a ello había algo que no terminaba de comprender. Atobe lo miró sorprendido por la reciente lógica-comprensiva demostrada, pero fue asediado de nuevo por la pregunta del chico.

-¿Entonces para qué te citó en Francia? En tal caso, él tendría que haber venido hasta Japón– la mirada de Keigo se tensó un poco, así Jiroh supo que había tocado algún punto delicado y crítico.

El mayor tragó varias veces, y suavizando la tensión de su mandíbula respondió en voz baja:

 –Se suponía que debería haber ido después de mi cumpleaños para quedarme a vivir allá– lo miró fijamente y encontró sorpresa y miedo en los ojos contrarios. –, por eso me fui antes, porque si él llegase a venir, sería para llevarme de forma definitiva.

–¡Eso no tiene sentido! No puede llevarte así como así, ¿y tus padres qué? ¡No pueden estar de acuerdo con eso! – se paró de un salto, subiendo la voz en indignación, y sus orbes se tornaron brillantes por la ira contenida. Solo entonces fue consciente de lo cerca que estuvo de perderlo.

–¡Cálmate Jiroh! – Ordenó –Fui para negarme, aunque las intenciones de mis padres eran que me dirigiera para allá con antelación para instalarme, y después ellos irían para ver cómo progresan las cosas, en su interés de acercar relaciones con esa parte de la familia ¡pero eso no me importa ya! No iré para convertirme en un burócrata desdichado, ni mucho menos ser el peón de quien negó parte de mi familia por años hasta que vio lo que siempre he valido– siseó alterado, espirando fuertemente, sin darse cuenta se había levantado y apretado los puños hasta dejarlos blancos.

Jiroh nunca lo había visto tan alterado y molesto, aún con recelo quiso ofrecerle seguridad al otro, con sus manos acarició un poco los tensos brazos, envolviendo con su palma aquellos puños comprimidos y lo instó a sentarse de nuevo con un gesto.

 –…Atobe, yo…lamento haberte forzado a hablar de algo tan incómodo– se disculpó, apenado.

–No– le cortó –, realmente no debí haberlo ocultado haciéndote preocupar. La verdad es necesitaba decirlo y sacármelo, Gracias por escucharme.

Jiroh chasqueó la lengua disgustado.

–Sabes que no puedes con todo solo, ¿cierto? El trabajo en equipo es importante, eres nuestro capitán, mi capitán, y quiero que lo tomes en cuenta la próxima vez que mandes en avión a otro continente para enfrentar tus problemas sin apoyo–su dolida mirada le hizo reflexionar que verdaderamente, al menos en apoyo, no estaba solo. Por mas independiente y autosuficiente que sea.

Atobe esbozó una ladina sonrisa y le tomó por la cabeza, acercándola a su pecho.

–Supongo que sí, tengo que aprender a relegar responsabilidades al jugador en banquilla, aunque no me gustan los dobles.

–Siempre seré tu jugador en la banca, al menos cuando me necesites…y cuando no esté durmiendo, – Keigo se levantó, y le incitó a levantarse él también.

 –Mejor vámonos que se hace tarde, – apuntó el aristócrata –además, necesito de favores que solo tú puedes concederme– lo abrazó por atrás y lamió su mejilla, ruborizándolo.

~~

Se encaminaron a sus casas por la misma vía y charlaron sobre temas más amenos y triviales, que convergieron en cuántas clases que se había perdido el buchou y el cuándo tendría que presentar las actividades que había acumulado (un examen, entrega de trabajo e informe).

 Jiroh se ofreció a ayudarle solo por ser cortés, porque ambos sabían que esa no era la mejor alternativa a tomar, sin embargo, Atobe se negó amablemente. Al llegar a la puerta de entrada de la casa de la familia Akutagawa, este se despidió con un beso y una sonrisa y anunció feliz:

 –Mañana voy temprano a tú casa, no te librarás de mi

–Lo sé. Estaré esperando–se despidió y comenzó andar con las manos en los bolsillos.

 Creo que sí, mañana será un cumpleaños interesante pensó interesado al imaginar la travesía del chico levantándose temprano. 


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