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Las aventuras de Atobe Keigo por Neko uke chan

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Notas del capitulo:

Penúltimo capítulo, trataré de subir el otro, que es corto, para mediados o finales de Junio.

La claridad atravesaba las cortinas con parsimonia y a sus anchas, esparciendo los primeros rayos vespertinos del sol aún sin la intensidad que cobraría horas después. Una suave brisa mañanera refrescaba sus facciones, jugando entre sus cabellos.


No recuerdo haber dejado la ventana abierta razonó al estar un poco mas consiente. Abrió los ojos y parpadeó repetidas veces.


–Buenos días Atobe. Feliz cumpleaños– escuchó la vocecilla de su titular más peculiar nada más incorporarse.  Estaba frente a las cortinas del ventanal tratando de amarrarlas con el cordón destinado a ello. Keigo dirigió su borrosa vista al reloj.


 –Son las siete de la mañana– dijo con la voz ronca.


 –Sí, el día recién comienza y hay mucho por hacer, cumpleañero– sonrió, haciendo un meloso énfasis en las sílabas finales. Atobe lo miró sin dar crédito.


 –Nunca despiertas tan temprano... ¿cuánto tiempo llevas aquí? – preguntó librándose de las sabanas. Jiroh aun volteado y luchando contra la cenefa le contestó con nimiedad.


 –Estoy aquí desde las cinco y media, pensaba venir antes pero ni los mayordomos estarían despiertos para abrirme, y tendría que infiltrarme, y sería muy problemático que llamaran a la policía o algo– una mirada que reflejaba lo absurdo del comentario se posó en su espalda.


 – ¿Sabes que eso es allanamiento de morada, cierto? Y el estar aquí sin mi permiso para verme dormir es acoso–se levantó y se encaminó hacia el chico.


–¿Y qué tiene? tu siempre me acosas, tu si deberías ir preso– se quejó, frunciendo el ceño ante el aparentemente complicado nudo que no terminaba de anudar, por lo que los brazos grandes del mayor pasaron por sus hombros y se dirigieron a sus manos para ayudarle a terminar la estresante tarea.


Aprovechando la cercanía susurró  a su oído


 –Sólo Ore-sama puede acosarte– aclaró altaneramente, acercando más su cuerpo al del otro.


–Eso no e- ¡SACA ESO DE AHÍ!– gritó azorado al sentir la cercanía de cierta parte de la anatomía del chico que peligrosamente se aproximaba por su espalda. Atobe rió con picardía.


– ¡Deja de dormir desnudo!– reprochó, volteando para reprocharle con la peculiaridad de querer hacerlo con los ojos cubiertos por sus manos. No recibió respuesta inmediata, por lo que tentativamente separó los dedos medio y anular para ver a través de la abertura, pero no encontró a Keigo.


 – ¿Eh?


La puerta del baño se abrió y de ella salió el bocchan, vistiendo vaqueros negros ajustados y una franela holgada que dejaba al descubierto sus torneados brazos, de un color gris en contraste perfecto con su cabellera.


 – ¿Vamos a salir, no? Supongo que no habrás venido tan temprano solo para verme desnudo.


 Sin decir mucho más salieron de la mansión. Por petición de los padres de Atobe, el par se vio en la aprehensión de prometer que volverían de su salida hasta un máximo de horas al mediodía, para así poder llegar a tiempo para la reunión que habría esa tarde en la casa.


–Bueno, son las  siete y media de la mañana, si desayunamos ahora deberíamos estar de regreso para el almuerzo.


–No me preocupa la hora de llegada, lo que me preocupa es el concepto que tengas tú de desayuno.


Atobe le miró indeciso y él solo suspiró, añadiendo:


 –Digamos que este lado de los plebeyos no lo conoces tanto como sería normal, así que sólo sígueme y te daré un tour por la “vida diaria de un adolescente promedio” –recitó emocionado, demasiado para ser un simple paseo. Keigo se empezaba a dar una idea de lo que sería el regalo de parte del chiquillo.


Pasearon por la ciudad en autobús, transitando desde las pocas zonas deshabitadas del distrito comercial hasta el centro del bullicio, las colas y las tiendas. Desayunaron en un modesto puesto de ramen conocido por el holgazán, comieron helados (seguidamente del desayuno) en una plaza cercana y saliendo de allí pararon en una farmacia para comprar unos digestivos.


–Definitivamente no vuelvo a comer un postre contigo ¡a las ocho de la mañana!– gruñó Keigo, tomando el digestivo con agua.


Esperaron un par de minutos a que la medicina hiciera su efecto, mientras Jiroh zapateaba impaciente por seguir avanzando.


Tras asegurarse de que el cumpleañero se sintiera mejor reanudaron su marcha, parando en unas canchas callejeras de tennis.


No cargaban sus raquetas, así que alquilaron un par a un joven que tenía su negocio (clandestino, quizás) en las adyacencias de la entrada. Luego de humillar a todos los aficionados jugadores que estaban perdiendo un rato por allí, siguieron su rumbo a un centro de juegos, donde Jiroh le enseñó que el botón reset nunca se debe presionar seguidamente de romper un record y no guardarlo en la data.


–Por eso odio los video juegos– sentenció, fulminando al dependiente con la mirada como si el pobre hombre fuese responsable de la inexperiencia en consolas que presentaba.


–No es para tanto. Además, no lo hiciste apropósito: – se encogió de hombros –te tropezaron al pasar detrás de ti, es normal en los sitios tan concurridos– trató de calmarlo, instándole de abandonar la idea de demandar al niño que lo empujó sin intención.


–De todas formas rompiste el record así que es un gran logro– animó sonriente.


–Ciertamente, estas teclas tienen comandos similares a los de las computadoras, y nadie le gana a Ore-sama en memorizar secuencias lógicas con su insight– se vanaglorió, haciendo uso de sus características maromas, ganándose una que otra mirada extrañada


–Eh, Atobe… no hagas eso por favor, no estamos en Hyotei–susurró, un tanto cohibido.


Él le concedió la licencia solo porque una niña de primaria se burló por su peculiar pose.


Keigo nunca creyó que la vida diaria de cualquier persona fuese tan diversa y distinta a la suya, experimentó situaciones que los guardaespaldas, las limosinas, las fiestas privadas, las propiedades cercadas no le habían permitido vivir y se percató de, hasta qué punto, todo eso lo aislaba de la realidad. Ahora entendía un poco mejor la “sobra de lujos” que Jiroh de vez en cuando le sonsacaba.


 La hora del mediodía llegó más pronto de lo que hubieran querido, justamente cuando empezaban a disfrutar como nunca la compañía del otro en un parque de atracciones.


Debido a la lejanía del parque con respecto a la casa de Atobe se vieron en la necesidad de optar por trasporte público, y así el susodicho conoció la cara subterránea de la ciudad, la misma por la que diariamente circulaba en trasporte particular y vidrios ahumados. No lo demostraba, no lo admitía abiertamente, pero se sentía como un niño curioso. No llegaba al punto de la ignorancia de la vida diaria (de eso estaba jacto) pero si se sorprendió de descubrir otra faceta la misma vida cotidiana que compartía de un lado opuesto.


Bajaron en la estación más cercana a la mansión que, por la extensión de la propiedad privada y limitada en cuanto a acercamiento particular, les dejaba lejos.


 Por alguna no evidente razón el dormilón se veía algo abstraído y pensativo.


–¿Pasa algo, Jiroh?


–¿Eh? ¡Si claro! Estoy perfectamente bien ¿y tú?


–No engañas a nadie con esa respuesta, mejor habla o te hago hablar.


Por su tono de voz, Jiroh sabía que no había opción a réplica, y por la penetrante mirada que doblegaba su escurridiza voluntad de morir callado, optó por hablar y sacarse esa piedra de la garganta. Aunque eso significara admitir abiertamente que había fallado catastróficamente en la ejecución del plan que había elaborado toda esa semana.


–La verdad es me siento frustrado por no poder darte nada especial en tu cumpleaños, algo más significativo que helados y pastillas digestivas, quiero decir–habló, jugando con sus manos como si encontrara en ellas el valor para expresar sus inseguridades–, estuve días pensándolo todo y al final solo pude elaborar una salida improvisada ¡como otra cita cualquiera!– se regañó entre dientes, comprimiendo con frustración sus nudillos. Atobe parpadeó repetidas veces, como si hacerlo se borrara la imagen de un Jiroh indignado y molesto como pocas veces se veía.


Resopló con alivio.


–¿Ese es tu gran problema?– el aludido levantó el rostro enfadado y dirigió su confundida mirada hacia él.


–¿Qué acaso no es unproblema?– espetó.


–No en realidad,– respondió rápidamente –por otro lado, hubiese sido un real dilema para mí si te rebajaras a darme cualquier cosa cara y elegante, dorada y extravagante como me suelen gustar. Esa frivolidad viniendo de ti seria un insulto– suavizó su mirada con un elegante gesto de la mano.


–No entiendo tu punto–confesó el dormilón.


–Simplemente no me gustaría verte detrás de un mostrador pensando en cuál de tantas cosas vanas podrías comprarme. Me agrada esa única manera tuya de dar sin forma, sin esperar nada a cambio. Casi sin pensarlo– sonrió, sosteniendo su abatido rostro entre sus manos.


 –Sé que suena raro viniendo de mi, – soltó con un resoplido –pero eres esa parte de mi vida poco lujosa y realista que tantas veces ignoro, y que a veces me hace falta.


La mirada, aún empañada del chico, provocó una sonrisa que podría calificarse de tierna en el otro, pensando que su terquedad podría equipararse a su somnolencia constante.


–Si no terminas de convencerte con mi razonamiento, puedes verlo de esta manera: me regalaste una excursión por partes de la ciudad que no conocía, probé cosas que de otra forma hubiese rechazado y me hiciste usar y montarme en aparatos que no tienen gracia alguna– Akutagawa soltó una risita ante la revelación.


–Si no te conociera diría que estás mintiendo solo para hacerme sentir mejor, pero eso es mucho trabajo para alguien acostumbrado a ser directo, ¿no?– rió –Y supongo que, de alguna manera, mi idea de regalo fue darte algo diferente e interesante, así que viéndolo desde otro lado ese algo bien podría ser una experiencia.


–Fue todo un safari– dramatizó con ademanes de agotamiento, haciéndole reír en consecuencia.


Le abrazó por impulso, escondiendo su rostro en su pecho.


–Feliz cumpleaños… Atobe.


–Sólo por hoy, y sólo para ti soy Keigo nada más– con una mano sostuvo su mentón y elevó su rostro para apresar sus labios furtivamente, concentrándose solo en sentir y saborear los sentimientos y emociones que emanaban. Se separaron lentamente, tomándose el tiempo de observar al otro.


–Debería de llevarte a pasear al centro de la ciudad más seguido, hoy tu actitud es diferente… ¿cómo diría? Estás muy romántico– opinó ruborizado.


– ¿Romántico? ¿Ore-sama? Yo soy todo un Adonis y un Eros, mi querido Jiroh…eso es de esperarse para alguien de mí pedigrí, deberías estar agradecido por conocer esa parte mía– con un gesto presuntuoso apiló su melena hacia un lado, dándole un toque de película a la escena.


 –Cómo digas– contestó sin mucho esfuerzo. Alimentarle el bien crecido ego, es otro regalo para alguien cómo él marcó una tilde en su lista mental de “pequeñas cosas que hacen feliz a Ore-sama (aplicable sólo en Atobe Keigo)”


–Vaya, tanta idolatría hace perder la noción del tiempo, dejemos de alabarme unos momentos y volvamos a mi mansión, donde podrás seguir alabándome con más soltura– comentó, viendo las agujas en su reloj de pulsera alinearse en las doce.


– ¿Bromeas, verdad? – bufó, con un rostro que bien exige que aquello no fuera en serio.


–Eso depende de en qué sentido quieras alabarme– inquirió.


–Mejor vamos a tu casa, supongo que deberás prepararte y todo eso– obvió el alusivo comentario y dio marcha hacia la mansión, pero el aludido no le siguió.


 –Ciertamente debería de estar alistándome y verificando los detalles finales, –concordó pensativo –y por eso quiero que vengas conmigo.


– ¿Qué? Pero sabes que esas fiestas no me gustan, ¡no encajo en ellas!– se defendió, mostrándose inconforme.


 –Lo sé, pero haz el sacrificio sólo por esta noche. Y lo tomaré como un “complemento” del regalo– palabras afables, sugestivas, adornando de destellos la mirada inquisitiva y la oportunidad de completar el combo de aprecios que quería otorgarle ese día. Muchas posibilidades en una sola frase. Además, sería una manera de complacer ambas partes interesadas. –Bien, pero ve entrando a tu casa mientras yo regreso a la mía a cambiarme – cedió al fin.


Atobe asintió complacido y le dijo antes de darse vuelta –Tómate tu tiempo, pero regresa antes de las seis – se separaron hacia sus respectivos sitios de referencia.


A las horas de haber llegado, haberse aseado, cenado y alistado, partió con tiempo suficiente hacia la mansión protagónica de la rígida velada que le esperaba. Verificó los últimos arreglos del corbatín del smoking blanco y tras pasar una mano por sus extrañamente desenredadas greñas, aspiró su propio perfume (préstamo de su padre) y tosió por el fuerte aroma Creo que usé una loción muy fuerte dedujo con lagrimillas en los ojos. Se calmó y tras echar un último vistazo a sus lustrados mocasines negros, dio marcha a la fiesta. Tras caminar unos pasos y pisar por descuido una goma de mascar en el suelo, decidió pedir taxi para lograr llegar decente a la reunión, sin caerse en un charco de lodo o algo similar por el camino. El taxista lo llevó de inmediato y sin preguntas al frente de la susodicha propiedad, encontrándose así varios autos costosos estacionados en los bordes de la redoma que daba entrada a la ostentosa privada.


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