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West Lake por Hisue

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Notas del capitulo:

¿Hace cuánto no actualizo? Anyway... creo odio este mes. Si estaban por aquí el año pasado, tal vez leyeron que mi papá murió por estos días. Tuve que ir a la misa por eso, aunque no soy creyente, ni nada por el estilo. Además, me robaron el celular, jodido tercer mundo, y tal vez me quede sin trabajo porque están en “reestructuración”, y al parecer eso implica botar gente a diestra y siniestra. Genial.

Y mejor dejo de soltar bilis y vamos al capítulo. Disculpen por la tardanza, gracias por seguir aquí, y hay un fic de este fic, lo cual es muy raro, pero muy halagador a la vez (o tal vez no, dadas las muertes xD)

(Pondré el link de ese fic la próxima semana, i promise)

 

79


 


Gabriel se detuvo, observando la fachada del restaurante. Mientras tomaba el taxi, Wade le envió otro mensaje, otro escueto texto indicando que estaba bien y que no era necesario que fuera. Como si fuera a creerle, o a relajarse sabiendo que podía volver a empeorar. Cruzó la puerta pero se detuvo, examinando el sitio. Ese lugar no tenía nada que ver con los lujosos restaurantes a los que su padre le llevaba, ni siquiera con el comedor del colegio. Estaba más cerca de un MacDonalds rural, como los restaurantes que salían en las películas. Miró a los lados, buscando a alguien familiar y se fijó en la chica que miraba el celular, pareciendo aburrida, en la barra. Antes de poder acercarse a ella, la puerta se abrió, y Adriana entró, cargando unas bolsas.


-¿Gabriel? -preguntó- ¿Qué haces aquí?


-Wade adora venir aquí -contestó. Estiró una mano para quitarle una de las bolsas y Adriana le recompensó sonriendo-. Quería saber qué clase de lugar era.


-¿En serio? -dijo, sonando incrédula. Gabriel nunca había mostrado el menor interés en ella o su casa-. Sígueme. Él está adentro.


Gabriel caminó detrás de ella, saludando con un leve asentimiento a la chica de la barra, quien apenas lo miró. Adriana le hizo entrar detrás de la barra y por una puerta que daba a una cocina. La voz de la otra chica la hizo salir, dejando la bolsa en una mesa. Gabriel se quedó de pie en el umbral de la puerta, observando. El lugar era pequeño y había un olor a comida llenando el aire. Dos mujeres se movían entre las dos mesas y él se preguntó cuál sería la madre de Adriana antes de mirar a su amigo. Wade estaba sonriendo, usando un delantal sobre su ropa y cortando algo. La escena era extraña, Wade sólo se acercaba a las cocinas para pedir de comer, pero Gabe no podía recordar la última vez que lo vio tan feliz. Él conocía sus sonrisas y esta era auténtica, brillante, casi inocente. No podía recordar la última vez que había visto inocencia en el rostro de su amigo y que esta fuera real.


-¡Gabe! -exclamó, al notar su presencia, moviendo una mano a modo de saludo. Las dos mujeres se giraron y una de ellas se acercó a él secándose las manos en el delantal. Era la mayor, Gabe notó, tal vez la madre de Adriana, a juzgar por el parecido.


-Es un gusto conocerte -dijo la mujer, sonriendo ampliamente y estrechando su mano-. Soy Laura.


-Es la mamá de Adriana -agregó Wade.


-Un gusto -contestó Gabriel. Se extrañó por la reacción de la mujer, hasta que recordó que su padre pagaba la educación de Adriana.


-Oh, no, el gusto es mío.


-Ella no me creía cuando le decía que era tu mejor amigo -intervino Wade. Laura giró el rostro, al parecer para regañarlo, pero estaba sonriendo. Y Wade también y dejó que Laura se acercara a él y le tocara el rostro.


-Estaba tan preocupada por ti y así me pagas.


Gabriel desvió el rostro. Él nunca había visto a Joanna tratar así a Wade, bromeando, con la calidez que Laura tenía en la mirada. Mientras miraba a su amigo sonreír, luciendo feliz incluso en una cocina y con las manos sucias, se preguntó si no debió ser así siempre. Si hubiera nacido en otro lugar, lejos de sus padres.


-Como sea -Wade se acercó a él, con un delantal en la mano-. Es una regla de la casa que todos deben ayudar, no eres la excepción.


-Wade, no hagas eso -advirtió Laura-. Eres un invitado, Gabriel, no lo escuches.


-Vamos, ¡es una regla! -ignoró la mueca de desconcierto pintada en el rostro de Gabe y le puso el delantal por el cuello, aguantando la risa-. Esto es serio, tienes que ayudar. Ganarse el pan, ese tipo de cosas.


-¿Es lo que haces cada vez que vienes aquí? -preguntó, bajando la voz. No pudo ocultar la disconformidad en su voz, no es que tuviera nada contra las labores de cocina, pero no era algo de lo que debían ocuparse. Y esperaba encontrar a su amigo desconsolado, algo parecido a lo que había visto en casa de Teresa. No así, sonriendo y haciendo bromas. No es que le molestara el cambio, es que sentía que había venido por nada-. ¿Podemos hablar?


Wade asintió, para después volverse a Laura.


-Voy afuera un momento -anunció.


-Anda. No necesitas estar aquí, vienes a relajarte, no a trabajar -le dio un par de palmadas en la mejilla y Gabriel notó que su mirada se posaba por un instante más largo del necesario en la cicatriz. Laura parecía dolida y preocupada de una forma en que Joanna nunca mostró estar.


Siguió a Wade fuera del restaurante y éste se sentó en la vereda, expectante.


-Pensé que te encontraría peor -dijo, sentándose al lado de Wade-. ¿Qué fue lo qué pasó?


-Nada importante... -comenzó a decir éste, pero se detuvo al ver la mirada de advertencia en el rostro de Gabriel. Era más fácil hablar con Gabe, pero incluso así, no quería hacerlo. Ya estaba luciendo demasiado débil en un muy reducido espacio de tiempo-. Te dije que no tenías que venir, te mandé un mensaje.


-Como si pudiera... -murmuró Gabriel. Se rascó el cuello, incómodo-. ¿Fue igual que la otra vez?


-Sólo pasó un momento -contestó Wade, reticente y recordando cómo se había quedado de pie delante de la puerta cuando Adriana le pidió salir a comprar un agua mineral. La puerta, el mundo fuera de esa casa lucía de repente peligroso y amenazador. Pensando en ello ahora, su reacción le parecía tonta-. Sólo perdí los estribos un poco. Pero me recuperé.


Gabriel observó su rostro sonriente. Wade no parecía “recuperado”. No había mucha sinceridad en la sonrisa que lucía, sólo era una mueca que resultaba triste de observar. Nada como lo que había visto en la cocina.


-¿En serio? -preguntó, su incredulidad patente.


-Dios, gracias por tu confianza.


-No quiero que te pase nada. Fue mala idea que vinieras, sólo piensa en lo que harías si esto sigue pasando o empeora.


-¿Y lo mejor es que me quede encerrado en el colegio? -inquirió, amargamente.


-No, claro que no -negó Gabe-. Sólo me gustaría hacer algo para ayudarte, algo que lo solucione de verdad.


Wade lo miró un momento. Después, fijó los ojos en el piso, haciendo una mueca de disconformidad. Había creído que el pequeño niño que necesitaba que Gabe permaneciera lo más cerca posible estaba olvidado ya. Se suponía que las cosas eran al revés ahora.


-Sólo mantente cerca -dijo. A Gabriel le enfadó un poco que sonara más resignado que otra cosa-. No pongas esa cara, no hay mal que dure cien años.


-Sí, en especial porque todos mueren antes que se cumplan -murmuró Gabriel. Wade bufó.


-No seas tan optimista Gabe, te desilusionarás -ironizó.


-Estaban aquí -Adriana se acercó a ellos, con la manos en la espalda, interrumpiendo su charla-. ¿Me ayudarás hoy? -preguntó a Wade.


-A tus órdenes, pero espero una buena compensación -dijo éste, estirando una mano que Adriana tomó.


Gabriel, sin saber qué más hacer, los siguió dentro del restaurante. Wade y Adriana desaparecieron detrás del mostrador y Gabriel se sentó en una de las mesas libres, desde dónde podía observar la barra. Se sentía fuera de lugar y ver a Wade salir, acercarse a una mesa ocupada por dos señoras y sonreír mientras les tomaba la orden, no ayudó a que se sintiera mejor. Nunca se había imaginado verlo haciendo esta clase de cosas, aunque parecía animado e incluso se mantuvo sonriendo cuando le tocó tomar el pedido de un par de chicos. Gabriel ladeó la cabeza, extrañado, aunque ahora que lo pensaba terminó ayudando a los empleados de Susan la vez que fueron al hotel. Se preguntó si estaba fingiendo o si éste era el verdadero Wade, lejos de un lugar en el que tenía que ser cínico, lejos de sus padres. Suspiró y alzó la vista cuando notó que Wade estaba frente a él.


-Mírate, allí sentado, deberías ayudar.


-Tú no deberías hacer esto -comentó-. ¿Te diviertes?


-Es sólo un rato -contestó-. Según Adriana, no me reiría si tuviera que hacer esto ocho horas seguidas, pero dudo que vaya a comprobar su teoría. Ahora, ¿desea algo, su señoría?


Gabriel parpadeó. No había nada raro en la manera en que Wade hablaba, excepto por la sonrisa traviesa y el rastro de coquetería en su voz. Extrañaba el tiempo en que no se sentía afectado por eso.


-Ni siquiera sé qué sirven aquí.


-Elegiré por ti. No te preocupes, te gustará -dijo, antes de alejarse. Gabriel desvió la vista hacia la ventana, maldiciendo entre dientes. Odiaba a su mente y los caminos que tomaba sin su consentimiento. Quería hacer cosas con esa sonrisa en el rostro de Wade. Si tenía que ser sincero consigo mismo, quería hacer cosas con más partes de su cuerpo y le preocupaba lo rápido que sus fantasías habían pasado de quiero acordarme cómo besa a más, aunque la sola idea le resultara perturbadora. Empezaba a descubrir que no importa qué tan equivocada o incluso repulsiva te resulte una idea, podías seguir teniéndola. Incluso, podías acostumbrarte. Aunque él no quería acostumbrarse, pagaría por extirpar esa clase de pensamientos de su mente.


Agradeció cuando notó que Wade se acercaba acompañado de Laura, y miró tratando de no lucir suspicaz, el plato que puso delante suyo.


-Te he dicho mil veces que no tienes porqué hacer el trabajo de Adriana -le dijo ella, negando con la cabeza-. Siéntate y come.


-Usted podría sentarse con nosotros también -dijo Gabriel. No quería estar solo con Wade mientras a su mente le pareciera divertido conjurar imágenes de su mejor amigo respirando agitado, sonriendo mientras se lamía los labios.


-Tiene razón -dijo Wade-. Los atenderé. Y le prometo que serán los últimos y dejaré que Adriana haga su trabajo.


-Es un buen chico -murmuró Laura, cuando Wade se alejó. Gabriel alzó la vista, todavía distraído por sus fantasías-. Estaba preocupada por él, me alegra ver que no está afectado.


Gabriel se mordió el labio con demasiada fuerza, la culpa recorriéndole. Había llegado aquí para asegurarse que estaba bien, no para perder el tiempo con estúpidas fantasías.


-Parece que le gusta estar aquí -contestó.


-A mi Adriana le cae muy bien. Y si no fuera por tu padre, ella no habría tenido oportunidad de conocerlos, ¿lo sabías?


-Escuché algo de eso, pero no demasiado. Tampoco pregunté.


-Tu padre es un buen hombre -Gabriel esbozó una sonrisa. Casi prefería volver a sus fantasías que poner una cara feliz mientras le comparaban con su padre. Hasta Mike creyó que Henry era bueno.


-Supongo que sí -contestó.


-Y te pareces mucho a él -Laura sonrió-. Pero aunque me alegro, me preocupa mi hija. Ella puede ser un poco alocada a veces.


-Creo que sabe bien lo que quiere -comentó Gabriel. No conocía mucho a Adriana, pero no parecía la clase de persona que guardaba ilusiones tontas. De otra forma, ya se hubiera enamorado de Wade, aunque varias veces dudaba que su relación fuera solo “amigos con derechos”. Se preguntó si Laura seguiría teniendo tan buena opinión de Wade si sabía que ellos se acostaban. Lo dudaba.


---


Mike cerró el grifo de agua y miró su reflejo en el espejo. Exhaló hondo, tratando de quitarse el nerviosismo. No había necesidad alguna de estar nervioso, tomó una decisión, las cosas con él y Alan eran serias, o algo así, ahora y él no tenía ninguna razón para escapar al baño después que terminara de revisar sus tareas y comprobara que, al menos, recordaba un poco de la clase de historia. Ninguna razón, excepto que no podía aguantar los nervios. No tenía porqué cambiar nada, ¿verdad?


-¿Estás bien allí dentro? -preguntó Alan, detrás de la puerta-. No quiero que te vayas por el desagüe, Michael.


-Qué gracioso -murmuró Mike. Al menos, su forma de fastidiarle no había cambiado. Cuando volvió a hablar, lo hizo en voz alta-. Ya salgo, no tienes que esperarme.


Alan estaba de pie a unos metros de él cuando abrió la puerta y Mike desvió los ojos sin pensar.


-Tengo la extraña sensación que me estás evitando. No sé por qué -bromeó.


-He estado aquí todo el día -replicó Mike, mirándolo. Alan sonrió.


-Y aún así, siento que me evitas -quiso preguntar si estaba arrepentido, pero no quería sonar inseguro-. ¿Puedo besarte?


Mike parpadeó, tomado por sorpresa. Alan ya se estaba acercando, pero se detuvo antes que sus cuerpos se tocaran. Miró a Alan, a la sonrisa que adornaba sus labios y se dio cuenta que esperaba que contestara. Por alguna razón, aquello lo irritó. No que esperara una respuesta, sino la sonrisa indolente, como si estuviera saliéndose con la suya. Frunció el ceño y el cambio en la expresión de Alan fue drástico. De la sonrisa casi de burla pasó a la estupefacción.


-Yo no... -empezó a decir, pero Mike cortó sus palabras poniendo sus manos sobre sus hombros y besándole.


-No tienes que pedir permiso -susurró, bajando la mirada. Alan puso un dedo debajo de su barbilla, empujando su rostro hacia arriba y, volviendo a sonreír, lo besó otra vez. No sólo un roce, como el beso de Mike. Mordisqueó su labio inferior y trató de no ceder a la tentación de empujar a Mike contra la pared, y probar más que sus labios. Se conformó con el beso que compartían y con acariciar su cuello, recorriendo con la yema de sus dedos el camino que quería hacer con sus labios.


Mike lo apartó un momento después. Tenía la respiración descompasada y se lamió los labios, de manera inconsciente. Notó que tenía las manos apretadas en la camiseta de Alan y las apartó, carraspeando, ganándose una risita de parte de Alan.


-No te avergüences, Michael -dijo, divertido.


-Eres molesto -murmuró Mike-. ¿Volvemos a estudiar?


-¿Vas a aceptar que te pague? -alzó una mano para indicarle a Mike que guardara silencio-. Mira, mi madre le iba a pagar al tutor, y no estás en posición de rechazar nada. Además, me siento mal si sólo me haces favores.


-¿Y tú estás en posición?


-Para tus estándares, sí. No tengo el excesivo dinero de antes, pero creo que todavía es más que el que tú tienes.


-En realidad, iba a decir que sí -dijo Mike, sonriendo-. Sé que no estoy en posición de rechazar dinero.


-Podrías dejar de enseñarle a otras personas y ser mi tutor particular -comentó, siguiendo a Mike fuera del pasillo. Mike lo miró por encima del hombro, negando-. Vamos, apuesto que Betty se las arreglaría sin ti.


-Ella es la que menos dejaría -contestó Mike, suspirando. Betty había regresado bajo la tutela de Susan, a pesar que le molestaba. Mike no entendía porqué siempre terminaba volviendo a aceptar ser su amiga, con lo mal que la trataba, pero le parecía mal dejarla sola. Hablaba más que antes, al menos-. ¿Vamos a cenar? Ya es tarde.


Alan asintió, y Mike se sorprendió girando el rostro para mirarlo cada pocos minutos. Era la sonrisa, decidió. Alan sonreía mucho más y que esa sonrisa luciera más sincera hacía que su rostro pareciera menos duro, más accesible. Le gustaba la sonrisa.


---


Entrando al cuarto que le habían asignado, Gabriel suspiró, dejando caer su chaqueta. El día no fue tan relajado como él creyó que sería. Wade se las arregló para obligarlo a trabajar y a pesar que no fue nada pesado, incluyendo el buen humor de Laura y Adriana, aún así estaba cansado. Había presenciado un par de discusiones en la cocina y fuera de ella, y la mirada reprobadora de un par de hombres al ver los abiertos coqueteos de Wade con sus novias porque, por supuesto, eso no sería algo que lo detendría.


El día terminó con la cena y una animada charla frente al televisor, en el que incluso él participó, relajado y consumido por la simpleza de sentarse y charlar de tonterías, en una mezcla de comentarios sobre el colegio, bromas y chismes sobre los artistas. Una simple familiaridad. Empezaba a entender porqué a Wade le gustaba tanto venir, esa simpleza era algo que su amigo nunca tuvo y que él perdió junto a su madre.


Se sorprendió un poco cuando la puerta se abrió, dejando pasar la figura de Wade.


-Tendremos que compartir cuarto otra vez. Ya no hay otro.


Gabriel miró la cama. De nuevo, no era tan grande ni tan cómoda como la suya y no le apetecía tenderse junto a Wade cuando a su mente se le daba por ir por derroteros que no controlaba en lo absoluto. Se levantó, suspirando.


-Supongo que dormiré en el piso -comentó. Wade, que ya estaba sacando una camiseta vieja de la mochila que había llevado consigo, giró el cuello, extrañado. Ahora que lo pensaba, tampoco durmió con él en casa de Teresa, e incluso con sus pesadillas, Gabriel ya no se metía a su cama en mitad de la noche. Se preguntó si le pasaría algo.


-No seas idiota, la cama no es tan pequeña -Gabriel enarcó una ceja-. Y no vas a ir a molestar a Laura para que te dé más sábanas, ya debe estar dormida. Y no pienso darte las de la cama, no quiero pasar frío.


Gabriel suspiró. Ellos siempre hacían eso, se vería extraño si seguía insistiendo. Asintió, recordando que no había traído más que la ropa que llevaba puesta.


-¿Tienes algo que te sobre?


-¿Has venido sólo así? -preguntó, tirándole una camiseta.


-Pensé que te iba a recoger y regresar-Gabriel bufó. Se cambió, él y Wade eran casi de la misma talla y el pantalón que le tiró después le quedaba bien, aunque no tan suelta como las suyas. Se apoyó en la pared, observando mientras su amigo se cambiaba, silbando algo entre dientes. Su buen humor no había disminuido en todo el día y eso hizo a Gabe sonreír. Se acomodó en la cama, tratando de encontrar una postura cómoda y apenas notó cuando se quedó dormido.


Despertó horas más tarde, con los suaves sonidos de los jadeos de Wade de fondo y se congeló durante un largo instante, con los ojos fijos en el techo, sintiendo la boca seca, hasta que notó que más que jadeos eran sollozos ahogados. Se giró en la cama, estirando una mano para sacudirlo.


-Despierta, Wade -llamó-. Vamos, está bien, despierta.


Notó la tensión en el cuerpo de Wade cuando despertó. Su amigo se quedó un momento inmóvil, antes de girarse boca abajo, enterrando el rostro en la almohada.


-Otra vez -susurró, su voz soñolienta y amortiguada por la almohada-. Lo odio.


Gabriel movió la mano que mantenía en su hombro hacia arriba, posándola en su cabello. Se había acostumbrado a la oscuridad lo suficiente para ver la piel del cuello de Wade y el color de la camiseta.


-Lo siento, pero dicen que no hay mal que dure cien años -comentó, repitiendo las palabras de Wade.


-Ni nadie que los sobreviva, ¿verdad? -murmuró Wade.


-No quise decir eso -sus dedos bajaron hasta el cuello de Wade y esta vez, el suspiro que dejó escapar no tenía nada que ver con el dolor.


-Tus dedos están fríos -Gabriel sonrió. Incluso ahora, se sentía extraño al estar tocándolo, la mezcla de sus habituales sentimientos por Wade y el deseo de inclinarse y probar su piel. Definitivamente raro. Pero para Wade no parecía haber nada extraño en la forma en que lo tocaba y se relajó visiblemente bajo sus dedos.


-Eres un quejica -murmuró Gabriel-. Siempre lo has sido. Llorón y pequeño.


Wade dejó escapar una risita y Gabe sonrió. Le gustaba ese sonido, mejor que los sollozos y mejor que las carcajadas que le había escuchado soltar junto con Adriana.


-Oye... -llamó, pero se interrumpió al notar que Wade ya se había dormido, su respiración acompasada otra vez. Gabriel suspiró, enredando los dedos en su pelo. Estaba a punto de decirle que se lo cortara de una vez.


---


Gabriel entró al colegio, restregándose los ojos. Se sentía fuera de lugar observando a Wade y Adriana coquetear todo el camino al colegio y agradeció cuando ella se despidió de ambos. Ellos se quedaron de pie, esperando. Habían notado un auto familiar acercándose al colegio y cuando Adriana se perdió de su vista, Wade dejó de sonreír, mirándolo de reojo.


-¿Y me vas a decir porqué mi madre está por llegar al colegio? -preguntó. Gabriel pudo sentir su furia a pesar del tono ligero que usó.


-He estado esquivando darle una explicación desde la semana pasada. Tal vez se cansó de mis rodeos. No le dije nada de tus pesadillas, si eso estás pensando.


-Gracias por la amabilidad -ironizó Wade.


-Vamos, no saltes a mi garganta ahora.


Wade pareció apaciguarse. Se relajó mientras ambos veían al auto azul entrar y dirigirse a la cochera y esperaron hasta que Joanna se acercó a ellos, flanqueada por un hombre que ellos no habían visto antes. Al menos, pensó Wade, no era otro novio. Demasiado viejo y mal encarado para el gusto de su madre, aunque incluso sus guardaespaldas lucían con un poco más de estilo que ese hombre. Captó el brillo de un arma cuando el hombre acomodó su chaqueta y parpadeó. Su madre estaba tomando demasiadas precauciones últimamente.


-¿Planean hablar aquí? -les preguntó Joanna, acercándose. Se inclinó para decirle algo al hombre que asintió, y retrocedió hasta el auto.


-Sólo te esperábamos -dijo Gabriel, acercándose para saludarla. Wade empezó a caminar sin esperarlos y ambos sacudieron la cabeza-. Él cree que estás aquí por... bueno, él -se disculpó Gabe.


-¿Hay algún otro motivo? -contestó Joanna. Gabriel se mordió los labios. No quería verlos discutir, pero dejarlos solos sería una opción mucho peor. Cuando llegaron al cuarto, Wade ya estaba allí, sentado sobre la cama.


-Espero que dejes las florituras de lado y me digas a qué viniste.


-Florituras -repitió Joanna, clavando la mirada en su hijo-. Está bien. Sabes porqué estoy aquí. Me preocupa tu inestabilidad. No lo vi hace un par de semanas, pero es obvio ahora. Comprensible, también. Y creo que debes hacer algo para superarlo y dejarlo atrás.


Wade le dirigió a Gabriel una mirada enfadada, que éste regresó encogiéndose de hombros. Él no le había dicho todo a Joanna, pero lo que dijo era suficiente para que ella saque conclusiones.


-Estoy mejorando -replicó. Su madre ladeó el rostro, su incredulidad visible.


-No juguemos este juego, Wade. No estás bien. Y aunque lo odies, necesitas ayuda.


-No me salgas con psicólogos tú también. ¿Has pensado qué diré cuando vaya a uno? ¿Tengo que contar sobre tu lista de amantes y tus delicadas atenciones hacia mí?


Gabriel se removió en donde estaba, la espalda apoyada en la puerta del armario. Nunca había disfrutado observar los enfrentamientos entre ellos y sólo se habían vuelto peor cuando Wade creció. Se alejó un paso, al notar la tensión en el cuerpo de Joanna, pero ella no alzó el brazo y Gabriel dejó escapar un suspiro. Mucho mejor, Gabe no quería observar golpes hoy. No quería saber cómo reaccionaría si ella se atrevía a golpearlo con él mirando.


-¿Qué es lo que necesitas, entonces?


Wade lo pensó un momento y desde su posición, Gabriel lo observó sonreír. No confiaba en esa sonrisa. 


-Quiero aprender a disparar -dijo. Joanna no pudo ocultar su sorpresa, ni Gabriel, que al fin abandonó su posición.


-¿De qué demonios hablas? -exigió, acercándose a su amigo-. ¿Qué tiene que ver eso con nada? ¡Necesitas ayuda, no aprender a disparar, por Dios, Wade!


-Cállate -espetó Wade. Gabriel se congeló en el sitio. Estaba acostumbrado a su furia, pero no a esto. Sólo una palabra dicha fríamente, desechando cualquier opinión que pudiera tener. Se cruzó de  brazos, enfadado-. ¿Necesitan una explicación? Tengo una. No necesito un psicólogo, sé lo que pasó, no me siento culpable. Lo único que siento, de la única forma que me siento es inútil. No fue sólo esa vez, ellos siguen aquí, cada maldita noche -señaló su frente con un dedo, su voz cada vez más furiosa-. Me hacen lo mismo, ¿y saben qué es lo peor? Cuando sueño que resultó de alguna otra manera, cuando sueño que todo salió bien. Porque es mentira. Porque no pude hacer nada. Eso es lo que me molesta y lo que me tiene así, ¿está bien? Necesito saber que puedo hacer algo, eso es lo único que necesito.


-Está bien -aceptó Joanna, después de observar a su hijo un largo rato-. Si es así, supongo que tendré que prepararlo. No tengo que decirlo, pero no le digas a tu padre de esto.


-Nunca hablaría con ese tipo, no te preocupes.


Wade salió del cuarto, dejándolos solos y Gabriel se volvió hacia Joanna.


-No estarás pensando...


-Lo estoy, Gabriel, si es lo que quiere...


-Pero eso no le va a ayudar en nada -interrumpió Gabe-, no tienes que seguir cada loca idea que cruce por su cabeza.


-Qué irónico. Pensaba que odiaba mi manera de no tenerlo en cuenta -Joanna sonrió al ver a Gabiel cruzarse de brazos.


-No es lo mismo.


-No te preocupes, hay personas mucho menores que ustedes que saben manejar armas. Y entiendo el concepto, si logra convencerse a sí mismo que la próxima vez que pase podrá hacer algo, se sentirá mejor. Es lo que yo haría.


A Gabriel no se le pasó por alto que ella estaba complacida y se extrañó. Joanna complacida con Wade era un raro espectáculo.


-No habrá próxima vez.


Joanna se limitó a mirarlo un largo momento, sin decir nada y Gabriel sintió el impulso de desviar la mirada ante su escrutinio. Wade compartía con ella el gris de sus ojos y se pregunto si algún día lo vería como veía a Joanna ahora, la mirada fría en vez del muchacho sonriente que había visto en casa de Adriana. Si seguía al lado de su madre, no debía guardar muchas esperanzas.


-Tengo que irme, no tenía planeado venir hoy, pero era mejor solucionarlo pronto.


-¿Adónde vas?


-¿Escuchaste las noticias? Han capturado a uno de los hombres involucrados en el asalto. Quiero conocerlo. Nos vemos, Gabriel.


Ella se marchó y Gabriel abandonó el cuarto también. Como suponía, Wade estaba cerca, esperando por él.


-Esa fue una muy corta visita -comentó Wade. 


-No sé qué piensas, pero no estoy de acuerdo.


-Anotado, ¿vamos a comer?


Gabriel suspiró, asintiendo. Se detuvo a unos pasos de la puerta a escuchar la voz de Mike, que se acercaba por otro pasillo, acompañado de Alan.


-No deberías quejarte -le escuchó decir y no pudo evitar mirarlo. Estaba sonriendo, una pequeña y suave sonrisa que trataba de ocultar bajo una expresión de severidad. Conocía esa expresión, sabía que estaba complacido por algo. O alguien que no era él.


-Vas a matarme. Tendrás que explicarte cuando encuentren mi cadáver.


-¡Estás exagerando! -Mike soltó una risa y Gabriel no supo si lo que sentía era dolor o rabia, o una mezcla de ambas que le hizo apretar los puños. Maldita sea, pensó que lo estaba superando-. Nadie muere por estudiar...


Mike se detuvo de golpe, al verlos.


-He escuchado de gente que se suicida porque son incapaces de soportar la tensión de los exámenes -dijo Wade, su voz tan ligera como siempre-. Tal vez eso cuente como muerte por estudio, ¿no crees, Gabe?


-Creo que sólo un idiota se mataría por eso -contestó Gabriel, manteniendo sus ojos fijos en Mike.


-Y yo creo que no tienes sentido del humor -intervino Alan. Gabriel alzó los ojos hacia él. Se le ocurrían un montón de cosas que decirle, pero no quería ver a Mike defendiéndolo.


-No sé ustedes, pero yo vine aquí a comer, no a mirar una pelea por... Mike -Wade hizo una mueca al pronunciar su nombre, negando con la cabeza-. Gabe, por mi salud mental, tu próximo novio o novia, que cumpla ciertos estándares.


Entró al comedor, aún moviendo la cabeza en negación. Gabriel se mordió los labios para no ceder al impulso de defender a Mike. No le gustaba que Wade insinuara que no era atractivo. Bueno, no lo era tanto, ni siquiera Gabe podía decir que era igual de atractivo que Wade, por ejemplo. Pero era dulce, era comprensivo, era amable, y era suyo. O había sido.


-Para el registro, no intentaba pelear -masculló, antes de seguir a Wade.


Mike asintió, volviéndose hacia Alan. Él lucía molesto, pero siempre lo hacía cuando veía a Gabriel. No parecía molesto y resignado o decepcionado y eso era un alivio. No quería otra charla para explicarle que era él con quien estaba ahora, no Gabriel.


Dentro del comedor, Gabriel elevó los ojos al techo, maldiciendo su suerte. Wade estaba sentado entre Harris y Susan, y tal vez él se sentía cómodo intercambiando pullas, pero de lo que menos tenía ganas ahora era de indirectas cargadas de veneno. Cogió sólo un par de sándwiches y un café y salió del comedor. Hace mucho que no buscaba un lugar en donde dormir, alejado de todo y apenas se sorprendió cuando llegó a las gradas del pequeño estadio dentro del colegio. Se acomodó detrás de ellas, terminando de comer y acostándose usando sus manos como almohada. Había sido allí donde conoció a Mike, al menos cuando le empezó a prestar atención, gracias a un balde de agua con jabón que cayó sobre él. En ese entonces, sólo había estado un poco irritado por ser interrumpido. Ahora, el recuerdo dolía y dolía saber que había alguien más en su lugar. Cerró los ojos, tratando de aislarse del mundo y de ver en su memoria el rostro de su madre. Ella era por quién hacia todo, ¿verdad? Tenía que valerlo.


-Hey -dijo una vez a su lado, cuando empezaba a quedarse dormido. Gabriel se giró, abriendo los ojos. No era Mike, lo que no debería dolerle como le dolió, era Wade, y verlo hizo que sonriera, a pesar del dolor. Por supuesto que él era capaz de adivinar dónde estaba, o tal vez sólo había buscado en todos los lugares en los que solía dormir. Porque por supuesto los conocía.


-Hey -contestó. Mike no tenía sus ojos. Los de él eran grises, muy claros cuando les daba el sol. Mike los tenía marrones, un color bastante común que Gabe aprendió a querer y reconocer.


-Pensé que ya lo habías superado -dijo Wade, llevando una mano a la frente de Gabriel, apartando el cabello de allí.


-No es tan simple -murmuró éste. Se incorporó un poco, apoyándose en las manos. Wade observó su mirada soñolienta y se inclinó, con la intención de darle un beso en la frente, sin embargo, Gabriel se movió y terminó con los labios sobre los de su amigo. Wade se apartó, soltando una risita-. Lo siento, hermano.


Gabriel le regresó la mirada, parpadeando. Se había movido sin pensarlo siquiera, cuando lo vio acercarse. El roce había sido suave, casi fantasmal.


-Está bien -contestó-. Creo que voy a seguir durmiendo. Y si no te molesta, prefiero estar solo.


-Como quieras -aceptó Wade, aunque Gabriel pudo ver que quería decir algo en contra. No lo hizo, y Gabriel se dejó caer al piso cuando se fue. Esto se estaba saliendo de control. Sus sentimientos por Mike, el sentirse derrotado y reemplazado, y lo que sea que fuera que le impulsaba a acercarse a Wade. Como él había dicho hace unos momentos, eran hermanos. Siempre lo había considerado así. Lo mejor sería olvidarse de todo. De Mike, por mucho que le molestara dejarlo ir, de Wade, de Harris y sus estupideces incluso. Sería un buen momento para estar ocupado, pero su padre había decidido que este año tenía que dedicarse al colegio. Al menos, pensó, si Wade seguía con su ridícula idea de aprender a disparar, lo tendría que ver menos. Y sería algo menos de que preocuparse.


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