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La ley de la vida por Magic Crystal

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Notas del fanfic:


Disclaimer: No me pertenecen los personajes de Prince of tennis, son de Konomi-sensei. El resto de los personajes y la historia son mías, por lo que no la copies sin mi permiso.
Pairings: Tezuka/Fuji, Oishi/Eiji, Sanada/Yukimura, Atobe/Ryoma, entre otras.
Timeline: AU, Tezuka tiene 27 años y Fuji 26. Los demás tienen edades dispares.

Notas del capitulo:

Aquí empiezo con la versión corregida. No cambio para nada el sentido del fic, solamente se arreglan dedazos, faltas de redacción y las pequeñas partes donde encontré una que otra incoherencia. Ningún comentario hasta donde hice esta cuenta.

Para los nuevos lectores, bienvenidos. Espero que no sea este fic una pérdida de tiempo.

Portada Capítulo I (TezukaxFuji);

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LA LEY DE LA VIDA

Fojas I: El caso Echizen


El alegato estaba en su punto cúlmine. La sala de estilo decimonónico hacía juego con ese trío de vejetes que estaban más en el otro mundo que en éste, casi dormidos, esperando que pronto terminasen de hablar las partes para dictaminar sentencia y terminar al fin con la jornada. A pesar de ello, la voz sobria pero contundente de uno de los abogados se escuchaba implacable sobre sus motivos por los cuales su defendido no debería recibir cinco años de presidio por estafa sino solamente tres y, por ende, podía cumplir su condena en libertad. 

—Tal como se afirma en fojas 175, el imputado fue mal calificado sobre las agravantes…

Bla, bla bla. Hasta el contrario estaba harto después de ver como hablaba uno de los mejores abogados de Japón. Todos sabían que caso que Tezuka Kunimitsu tenía en sus manos era un juicio ganado y hasta en los más imposibles encontraba una minucia que lo hacía salir victorioso. 

Era de aquellas personas que de vista inspiraban respeto. No perdía la calma ni con la peor situación y daba lo mejor de sí en cada caso que se le otorgaba, por muy fácil o difícil que fuera. Era una de las personas más hábiles de su rubro a pesar de sus veintisiete años y su poca experiencia en tribunales. Sin duda, era el mejor dinero invertido por parte de su jefe, Yukimura Seiichi. 

Tezuka salió apresurado de la sala de la Corte marcando un número desde su móvil. Hoy era un día que quebraría con la rutina, seguramente el de cabellos azulados le presentaría a sus nuevos procuradores, más conocidos en el mundillo leguleyo como “esclavos”, que trabajarían para él durante los próximos seis meses. 

—Yukimura-san, ¿pasa algo? Tengo tres llamadas perdidas suyas —cuestionó con un tono firme, pero acelerado el de lentes —. Al parecer ya tiene contratados a los nuevos procuradores. 

—Sí y no —respondió Seiichi relajadamente, incluso se podía decir que se escuchó una leve risilla por parte suya —. Por supuesto que tengo a los chicos que trabajarán contigo —le respondió mirando por encima a los dos que estaban al frente suyo —, aunque el motivo por el cual te llamo es mucho más importante. ¿Vendrás a la oficina pronto? 

—Me dirijo ahora mismo para allá, ¿por qué? 

—Me alegra. Pues hay un caso muy difícil y el derecho penal es lo tuyo —el de ojos avellana frunció el ceño, la voz de Yukimura rara vez era severa en las conversaciones informales —, pero no estoy seguro que aceptes llevarlo. 

—No importa lo difícil que sea, lo ganaré como dé lugar —contestó algo ofendido por las desconfianzas de su jefe. 

—No desconfío de tus habilidades, Kunimitsu —Seiichi volvía a ser el hombre conciliador de siempre —. Cuando llegues a la oficina verás cuales son las “complejidades” de este caso. Te veo al rato, hasta pronto. 

—Claro. 

Cortó. No le había puesto muy de buen humor que Yukimura-sama lo estuviese limitado. Era de las personas que se dedicaba ciento por ciento al trabajo sin descanso alguno, transmitiendo toda su pasión a la profesión. No era de naturaleza sociable, aunque atendía a todos con cortesía. Si además se sumaba el hecho de ganar todos sus casos, se transformaba en el rostro visible para la firma en que trabajaba. 

Sin embargo, en los demás aspectos, era un desastre. Su familia cada vez la visitaba menos y el amor era prácticamente un campo inexistente en él. Las indirectas por parte de señoritas y uno que otro caballero, las ignoraba completamente, rechazándolas de la manera más sutil posible. A veces las necesidades de la carne le hacían tener un poco de sexo de ocasión, pero no pasaba de ello. 

Así era la realidad. Su trabajo era lo único que le daba verdaderos frutos y así seguiría siéndolo. Nada más. 


**********************************


Mientras tanto, Seiichi cortaba el teléfono, para después mirar a los dos jovencitos que estaban frente a él. Con aire paternal los observaba cómo estaban nerviosos en su primer día de trabajo, haciendo el vano intento por no verse de esa manera ante el jefe máximo, pues no dejaban de contemplar el lujoso y enorme despacho que tenía el de pelo azul. 

Hasta podía pensar que los encontraba tiernos. Pobrecitos…

Sin embargo, Yukimura Seiichi tenía un sistema para elegir estudiantes que era casi draconiano, donde la manipulación era la clave. Como era la firma más prestigiosa de todo Tokio, podía darse ciertos lujos. Dos veces al año elegía entre cientos de estudiantes a los dos que creía ser más capacitados para trabajar bajo un abogado a cargo durante seis meses. En ese lapso, los hacía trabajar a niveles estresantes y los ponía en situaciones psicológicamente difíciles, que básicamente consistían en hacerle la vida de cuadritos a su “competencia”. El que resistía mejor, se quedaba con el trabajo y punto. 

Las reglas eran simples. Ganar a costas de vender poco menos el alma al diablo y destrozar al rival. Sin embargo, los dos postulantes eran demasiado bondadosos para hacer daño a otra persona, pero como dicen los profesores: “para ser abogado es necesario tener un poco de malicia y de desconfianza”. Ya era hora de poner el conocimiento y alguna que otra lección de vida en práctica. 

—Bienvenidos a Yukimura, Oshitari y asociados —saludó cordialmente a los estudiantes —. Desde hoy pertenecerán a esta oficina y trabajarán durante los próximos seis meses de su vida. Como siempre digo a mis futuros procuradores, que esta sea una competencia limpia. 

Sí, tan limpia como una alcantarilla de suburbio. El jefe se encargaría de ello. 

—Quiero saber quién de ustedes dos es Oishi Syuichiro-kun —un retraído moreno da un paso al frente y se reverencia, por lo que luego Seiichi fija su vista en el pelirrojo —. Entonces tú debes ser Kikumaru Eiji-kun. 

—¡Hoi, Kikumaru Eiji, mucho gusto! —con mucho entusiasmo se presenta y hace una reverencia, siendo desaprobado con la mirada por Oishi. 

—Me alegro tengan energía. Muy bien, estas son las reglas —el de ojos lavanda se pone serio —. Que les quede claro que a mí no me interesan las excusas: sus actividades en la universidad o la inestabilidad emocional de sus novias no son de mi incumbencia. A mí solamente me importa que estén todos los días a las ocho y media de la mañana, que terminen a las cinco y que cumplan con todas sus asignaciones, porque el que pone la cara con el cliente soy yo. Nada más y mucha suerte a los dos. 

—Sí, gracias, Yukimura-sama —repitieron ambos estudiantes tratando de esconder la emoción de trabajar en un lugar como ése. 

El juego ahí empezaba. Los postulantes no se extenuaban trabajando porque él se los ordenara, sino por el sistema mismo: no se dejarían perder ante el otro así fuera lo último que hicieran. Trabajar para Yukimura ya era un privilegio y colocar eso en el currículum era el honor de unos pocos. Luego vendría lo demás, y con estos dos jovencitos que tenían apariencia de un pan de azúcar, esto prometía mucha diversión. 

En ese momento, el teléfono sonó nuevamente, era el anexo de la oficina. Alguien que se escuchaba jovial, pedía entrar al despacho, siendo autorizado por el de cabellos añiles. 

—Yukimura-sama, permiso —entra un chico de cabellos cereza con una gran cantidad de carpetas para dejarlas sobre la mesa de su jefe —. Logré que Oshitari-san me firmara el escrito del caso de Mitsui Traiding para dejar al tribunal justo a tiempo. 

—Bien, porque sé que hoy se acababa el plazo. 

Podía haber mil causas tramitándose en la oficina, pero el hijo de dios —el apodo de Yukimura entre sus pares— siempre estaba al tanto de todo y tanto Eiji como Oishi se dieron cuenta de ello. Al gran jefe no se le podría tomar el pelo. 

—Aquí le dejo lo de hoy, más el caso que nos encargó Atobe-sama acerca el caso Echizen —señaló la carpeta que estaba encima de los otros. 

—Perfecto, Mukahi-kun —hojeó a la rápida la carpeta y la dejó donde estaba para retomar la conversación —. Ahora tienes un nuevo trabajo: ellos son nuestros nuevos postulantes, Kikumaru-kun y Oishi-kun, a los que tienes que mostrar cómo funciona todo. Cuando llegue Tezuka, preséntalos y le dices que lo estoy esperando, ¿de acuerdo? 

—Hai, Yukimura-sama —afirmó, aunque miraba de mala gana a Kikumaru. 

Por muy ceremoniosa que se dieran las cosas, los tres se conocían de la Todai. Gakuto era un año mayor que Oishi y Eiji, y desde el día en que se conocieron en la biblioteca, se habían llevado de la patada ambos pelirrojos. Era un odio parido que iba más allá de lo razonable. Kikumaru hizo una mueca de fastidio, ya había comenzado con la pata izquierda. 

O mejor dicho, había empezado como el culo desde que había enterado que la persona que amaba en secreto era su competencia. 

—Oishi, Kikumaru —al último no lo nombró de muy buena gana —. Vengan conmigo. 

Dieron las correspondientes reverencias a Yukimura y se retiraron a mirar las instalaciones, los cuales ocupaban el último piso del enorme edificio. Oficinas enormes, que mezclaban con muy buen gusto la tecnología de punta y los muebles Luis XVI, secretarias con cuerpos que envidiarían las modelos y la endiosada maquinita de café que hacía milagros en el estado anímico de las personas que apenas dormían en las noches. Oishi y Eiji no dejaban de mirar todo con la ansiedad y con la boca abierta. Era lo mejor de lo mejor, sin duda. 

Mientras tanto, el senpai les dio las instrucciones de todo tipo: nada de impuntualidades, ni de faltas de ortografía en los escritos, nada de errores al citar leyes e inclusive que se cuidaran de los chismes pues el jefe los odiaba en demasía. Más tarde conocieron a todo el mundo, incluyendo a Oshitari, un treintón que de lejos se notaba que tenía gustos por la buena vida y que lanzaba ciertas miraditas cómplices con “Gakuto” con todo descaro, por lo que se pusieron a charlar apenas se vieron. Fue ésa la oportunidad para que Eiji hablara con el moreno en voz baja. 

—Oishi, ¿cómo encuentras esto? —susurró percatándose que el otro par ni se preocupaba de ellos. 

—Está difícil por lo que veo. 

—También lo encuentro difícil, nya —confesó desganado, poniendo un dedo en su boca —. Solamente pido no equivocarme. 

—Yo tampoco. 

Eiji entrecerró sus ojos azules. Oishi siempre lo había tratado muy cordialmente, pero ponía las distancias a tal punto que sentía la muralla sobre ellos. Eran compañeros del mismo año e incluso habían compartido varios cursos, conociéndose muy bien. Kikumaru se enamoró a primera vista de Syuichiro, mas éste se las ingeniaba para rehuir de él; era como si tuviese algo personal en su contra. 

Se sentía tonto amando al de ojos verdes, al punto de rogar a veces que no nadie le viera cómo se le caía la baba mientras contemplaba al moreno. Sin embargo, los años nada más habían servido para aumentar ese sentimiento y su frustración. 

—Buena suerte, Oishi —le deseó con toda sinceridad. 

—La vamos a necesitar, que no te quepa la menor duda —le aseguró el de ojos verdes en tono neutro. 

Eiji no requería de suerte. Necesitaría un milagro para soportar esta tortura. Y eso era lo único que podía asegurar. 

 

**********************************

Se sentó fijando sus ojos en el mayor, que en ese instante le pasaba una carpeta que no era muy gruesa para los cánones de los abogados. Se notaba que un caso que recién se estaba iniciando. Miró con toda confianza el contenido de ella y su experiencia le indicaba que no era muy alentador, por todos lados se veía que era el autor del crimen. La única alternativa era pedir la menor condena posible, que serían diez años como mínimo.

 

—Ya has visto las noticias. Echizen Ryoma, veinte años, prominente tenista que ya está entre los primeros cincuenta lugares de la ATP. Pareja de su representante y heredero de la fortuna Atobe, Atobe Keigo. Está acusado del homicidio de Ryuusaki Sakuno de diecinueve años —narró Yukimura a modo de resumen lo que estaba en la carpeta —. Todas las pruebas apuntan a que él es el asesino, aunque jura y perjura que es inocente.

 

—Todos lo dicen lo mismo —recalcó el de anteojos indiferente a lo que opinaba Echizen del asunto —. Sabe que puede pasar el resto de su vida en la cárcel.

 

—Sí, lo sé. Pero su pareja confía ciegamente en él y por eso nos ha contratado.

 

—Lo tomo —comentó sin una pizca de emoción, todo eso era parte de la rutina.

 

—Tezuka, si fuera tú, lo pensaría mejor. Echizen-kun es una persona muy famosa y con un novio millonario, por lo que a cada audiencia que acudas, te acosará la prensa —se lo mencionó, pues conocía bastante bien que Kunimitsu no era de los que le gustaba dar declaraciones de ninguna especie —. El escándalo ya es mayúsculo, que no sería raro que te siguieran hasta tu departamento.

 

—Me interesa el caso, no los periodistas. Los sabré manejar.

 

Hubo algunos instantes de silencio entre ellos dos. Tezuka no se había dado cuenta de un detalle, que en apariencia no era para nada importante. Sin embargo, Yukimura estaba consciente que el de ojos avellana no le sería indiferente la persona que era fiscal del caso Echizen.

 

—Creo que no te fijaste quién sería el fiscal —le comentó Seiichi como quien no quería la cosa, pero había una ligera picardía en el tono de su voz.

 

—Nunca me ha interesado la contraparte, hay que ganar la causa —le dirigió una mirada algo indignado —. Me pagan para defender, no para hacer vida social.

 

Yukimura sonrió satisfecho. Tezuka era un obstinado sin remedio, pero como todo el mundo tenía su corazoncito. No era precisamente el momento más indicado para que volviera a latir, pues tenía el leve presentimiento que, de oír ese nombre, al de lentes le pasarían cosas.

 

—¿Qué te parece si te digo entonces que el fiscal es nada más ni nada menos que… Fuji Syusuke? ¿Te suena ese nombre de casualidad, Kunimitsu?

 

Enarcar levemente las cejas era mala señal si se trataba de Tezuka Kunimitsu. Era equivalente a un estruendoso grito que lo escucharía hasta el conserje del edificio, y eso que estaban en el piso treinta y cinco.

 

No le cabía duda. No había olvidado a Fuji en lo absoluto.

 

**********************************

 

¿Quién era el malnacido que había dicho que trabajar para el Estado era bueno? La maldita burocracia y su estúpida manía de recortar presupuesto lo tenían casi siempre al borde del colapso, como si fuera normal tener llevar de ochenta a noventa investigaciones al mismo tiempo. Más encima, como los delitos no tenían horario de oficina, ahí tenía que partir para interrogar y ver cosas que a estas alturas ya nada le impresionaba. Sin contar que el menú diario eran sándwiches con salsa de wasabi o ramen instantáneo. Eso no era vida.

 

Menos mal que acostumbraba a poner buena cara al mal tiempo sino hacía ratito que le hubiera pedido una licencia a Sakaki-sensei. En todo caso, investigar delitos de yakuzas y narcotráfico sería peor, estando rodeado de un par de armarios de dos metros que le vigilasen la espalda las veinticuatro horas al día, aunque tener de asistente a Sanada-kun se le asemejaba un poco. En fin.

 

Hablando del rey de Roma, era el que se asomaba después de tocar la puerta. No pudo evitar sonreír al recordar que más de alguien confundía a Sanada con el fiscal y él mismo tenía que desplegar su encantadora sonrisa para corregir el error. Claro, nadie le consideraba como tal hasta estar encerrados en las cuatro paredes de una sala de audiencia y su abrir su par de ojitos azules. Ahí sí que parecía un verdadero fiscal.

 

—Fuji-san, Echizen-kun está en el cuartel de la policía, esperando venir hacia acá para ser formalizado por el delito de homicidio —informó el de ojos melados, siendo oído atentamente por Syusuke mientras miraba el expediente —. El deceso se produjo anoche a eso de las veintidós horas, en una cancha de tenis callejero en el distrito de Shiba. A la víctima se le enterró el cuchillo en la zona del tórax, falleciendo más tarde producto del desangramiento camino al hospital.

 

—¿Hay pruebas que digan que es Echizen el culpable? —preguntó mirando las fotografías del cadáver que había mandado el forense, tal como si leyese el diario —Que se haya encontrado con la víctima no me es indicio suficiente para siquiera levantar cargos.

 

—Según la amiga de la víctima, habían acordado juntarse a esa hora. Por otra parte, tenía móvil pues ella pretendía separarlo de su pareja, Atobe Keigo.

 

—¿Desperdiciar una carrera brillante en el tenis por un lío pasional? —abrió sus ojos enigmáticamente, dándole a entender al de ojos melados que algo no concordaba —No tiene mucho sentido a mi gusto. Lo poco y nada que he leído de Echizen-kun, es de aquéllos que viven y penan por el tenis.

 

—No hay que nada más que hacer que interrogarlo mañana antes de la audiencia —sugirió Sanada con parsimonia —. Solamente hay que tener cuidado, Atobe-san y la prensa estarán vigilándonos.

 

—No me importa si Echizen es el hijo del mejor tenista de todos los tiempos o el novio de un multimillonario, si es culpable, se secará en la cárcel y punto —el de ojos azules respondió con vehemencia, nadie debía tener privilegios.

 

El moreno casi no se intimidaba con nada salvo que su superior se enojase, aunque no se le moviera un músculo de la cara.

 

—No me refería a eso, Fuji-san —aclaró Genichiro antes que el castaño dijese algo más —. El más mínimo error nos puede costar la cabeza, siendo que se rumorea que Yukimura, Oshitari y asociados tomará el caso.

 

—Ah, Satanás hecho persona. Quizás tengamos que negociar —ironizó sin cambiar el tono de su voz —. Tranquilo, Sanada-kun. Nadie de ese lugar me intimida.

 

—¿Ni siquiera Tezuka-san? —cuestionó el moreno sin saber el efecto que tenía ese nombre en Syusuke.

 

La relajada pose de Fuji se fue, en un intento vano por olvidar la razón por la cual él odiaba a Tezuka Kunimitsu. Gracias a Sanada, lo odiaba más. Unas ganas de retorcerle el cuello y quemarlo en aceite hirviendo, para que de ahí lo bañara en jugo de limón, eran las cosas mínimas que deseaba hacerle.

 

Los gestos de Syusuke hablaron por sí solos. Sanada captó al vuelo que Tezuka estaba de la lista negra de su superior.

Fuji no quiso acordarse de nada más y quiso volver al presente. Ya no estaba para recordar a alguien que para él estaba muerto y no existía. Tenía que volver al presente y volver al trabajo, en donde siempre había mucho que hacer.

 

—Debemos ir a Shiba ahora mismo, Sanada.

 

—¡Hai! —agachó ceremoniosamente el más alto para salir detrás de su superior.

 

A pesar de todos los discursitos que se daba a su mente, ese hombre nunca volvería serle indiferente. Casi cinco años habían transcurrido y el pecho aún se le paraba con solamente oír su nombre. Fuji se lo adjudicaba al odio incalculable que le tenía después de lo que le había hecho y el que jamás le podría perdonar.

 

En estos instantes, se estaba poniendo en el hipotético caso de que esa escoria estuviera a cargo de la defensa. Por supuesto, además de un lindo cuadro de postal digno del recuerdo: un hijo de puta defendiendo a otro.

 

El problema no era que se enfrentaría a Tezuka Kunimitsu. El problema era que Tezuka Kunimitsu había sido su novio.

 

Como si el caso de por sí no fuera difícil.

 

Que se lo llevara el diablo…


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