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Risorgimento por lizergchan

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Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, sino a su autor Hidekaz Himaruya-sama, este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Parejas: RusiaxMexico, kesesee

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene YAOI, Lemon, mpreg, rape, angustia (para Alfred XD), y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

Beta: Usarechan.

 

 

 

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Aquí están los resultados de las votaciones, y el ganador ya esta, ¡Será niño!

Votaciones actuales:

 

Cuates: 1

Gemelos (niños): 4

Mellizos (niña y niño): 6

Niño: 7

Niña: 5

Gemelos (sexo indefinido) 4

 

 

 

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Capítulo 12.- Familia real

 

 

En el recién inaugurado aeropuerto, llegaron dos de las naves que traían a uno de los países de América y el otro de Europa. Rusia no había podido esperar más tiempo, esos meses lejos de Pedro fueron los más largos y desesperantes de toda su vida; con él estaban sus dos hermanas, en la terminal se encontró con María que hablaba animadamente con su jefe. Iván iba a pasar de largo para no interrumpirlos, pero la mexicana lo vio y se acercó a los tres hermanos.

 

—¡Hola Iván! —Nathasha le dedicó una mirada de ultratumba pero ella ni se inmutó. Su mejor amiga era la muerte y si a ella no le temía, mucho menos a la bielorrusa. —Llegaste antes.

—Da, María también —contestó con una sonrisa inocente, la morena le devolvió el gesto.

—Pus, ya me andaba por ver a mi carnal —contestó con una sonrisa.

 

 

Pensaban que Asteria u Oberón irían a recogerlos, pero nunca se esperaron que Pedro fuese quien los recibiera. Su redondo vientre de siete meses se delineaba bajo la túnica blanca y la capa azul que traía, al ver a Iván se lanzó a sus brazos, teniendo cuidado de no aplastar su estómago; le plantó un beso sin importarle los reclamos de Cerberos o las miradas asesinas que su “cuñada” le lanzaba, el bebé dio algunas patadas como si le diese la bienvenida a su padre.

 

Rusia, al sentirlo, se separó del mexicano para agacharse y colocar su cabeza en el vientre al instante sintió otra patada y luego otra; sonrió, su hijo se escuchaba fuerte y saludable.

 

La bielorrusa frunció el ceño, iba a alejar a su hermano del mexicano pero el enorme lobo se interpuso; tenía el pelo erizado y gruñía mostrando los dientes. Pedro lo abrazó, pues Cerberos parecía estar a punto de atacarla. Se creó una gran tensión y para aminorarla, María se acercó a su hermano, bromeando de lo gordito que estaba.

 

 

—¿Viniste solo? —le preguntó Iván, un poco preocupado de que su pareja se paseara sin compañía y en su estado, él negó con la cabeza, señalando a Asteria quien estaba a algunos metros de ahí, recargada en una pared cercana a un gran ventanal por donde se podían ver los aviones extranjeros y naves atlantes que se iban y llegaban. Cuando la amazona se percató de que la observaban, se acercó al grupo. María fue la primera en saludarla.

 

Umna hablaba con el presidente de México, dándole la bienvenida en nombre de la familia real. El superior de los mexicanos se despidió de ellos antes de irse con el atlante.

 

—Vengan, el transporte nos espera —dijo Asteria; los condujo al vehículo que los llevaría a la ciudad sagrada, era el mismo de la primera vez pero ahora tenía algo diferente, las banderas de Rusia y México lo adornaban.

 

Las calles no habían cambiado, pero resaltaban los nuevos negocios, muchos de ellos eran de latinoamericanos. María hablaba animadamente con Ucrania, Cerberos y Bielorrusia tenían una especie de competencia de miradas, lo que Rusia aprovechaba para tener a Pedro entre sus brazos y acariciar su abultado vientre, Temisquira estaba concentrada en el camino.

 

 

—Asteria, ¿podemos ir a comer un helado con Carmelita? —dijo Pedro, la aludida asintió sin mirarlo dando un largo suspiro. Primero debía avisar a Argos o le daría un ataque si su MUY embarazado nieto no llegaba a la hora designada. Presionó el rubí que estaba en medio del largo brazalete que llevaba en el brazo derecho, este empezó a parpadear y segundos después se visualizó la imagen de un Argos de unos 10 cm y translucido que parecía flotar sobre la gema.

—Argos, tu nieto tiene antojo de helado… otra vez —esto último lo dijo mitad en broma, mitad fastidiada —, iremos a su lugar favorito.

Bien —respondió la imagen —por favor, cuídalo mucho y dale mis saludos a mi pequeña guerrera y a Rusia. —la comunicación terminó y Asteria cambió de dirección, en el camino pudieron distinguir a varios atlantes que usaban túnicas grises, llevaban largos brazaletes como los de Asteria, sandalias tipo romano que les llegaban casi a las rodillas, una capa azul con el escudo del leviatán bordado en hilo blanco, en la cintura llevaban una empuñadura sin hoja.

 

—¿Quiénes son? —preguntó María pues no se veían como civiles.

—Son los leviatanes, la élite del ejército atlante —respondió Asteria sin despegar la mirada del camino.

—¿Por qué hay tantos?, ¿ha ocurrido algo malo? —dijo Ucrania preocupada. La amazona negó con la cabeza; les explicó que ellos eran los encargados de la seguridad, antes, durante y después de la reunión de las naciones para evitar cualquier posible problema u amenazas.

 

Asteria estacionó cerca de la mexicana. Rusia bajó primero, cargó a Pedro con la excusa de evitar que México se fatigara, increíblemente, Cerberos no le gruñó, estaba demasiado ocupado ladrándole y gruñéndole a Natasha a quien veía como una amenaza para su amo y realmente no se equivocaba.

 

—¡Suelta a mi hermano! —gritó Bielorrusia cuando Iván tomó a Pedro por la cintura para acercarlo más a él.

—Tranquila —dijo asteria colocándose entre la chica y la pareja. —Una flor tan linda como tú se ve más hermosa cuando sonríe —Natasha  se sonrojó, nunca le habían dirigido tales palabras con tanta naturalidad como lo hacía la amazona, quedó en estado de shock cuando ella tomó una de sus manos y la besó como lo haría un caballero con una dama.

 

Ambos mexicanos, Iván y Yaketerina estaban sorprendidos, la misma Natasha lo estaba aún mas, tanto que no hizo nada cuando Pedro recargó su cabeza en el brazo de su pareja, ni cuando éste lo abrazó acariciando el enorme vientre para sentir el movimiento de su hijo.

 

Al entrar a la mexicana, vieron a Carmen sobre una tarima improvisada, tocando y cantando al ritmo de los aplausos. El lugar estaba casi lleno, había tanto extranjeros como atlantes; al verlos, Juan se encargó de las naciones personalmente dejando a sus empleados a cargo de los demás.

 

—¡Pedrito! —dijo el mexicano —, no te había visto desde ayer —saludó cordial. Su atención se centró en la morena, le sonrió ampliamente —. ¡María! Qué bueno verte, estas hermosa —dijo abrazándola —. Mi nombre es Juan Domínguez, para servir a Dios y a usted.

—Es un placer.

—Él es Iván, la representación de Rusia —lo presentó Pedro —, y ellas son sus hermanas, Yaketerina y Natasha son Ucrania y Bielorrusia, respectivamente.

—Es un placer —dijo Juan a Iván saludándole de mano —, me da mucho gusto conocer al fin a quien le movió tan feo el tapete a nuestro querido Pedrito.

 

 

Juan los llevó hasta una mesa vacía que sus empleados acababan de limpiar. Tomó su orden, María pidió un helado de chocolate, Asteria pidió por Natasha quien aun continuaba conmocionada y Yaketerina, Pedro pidió un helado Atlántida, que consistía en 23 sabores de helado con caramelo, crema chantillí, cacahuate, fresas, dos galletas y una cereza coronando la cima).

 

—Pedrin, con razón estamos como estamos —comentó acariciando el estómago —. Por cómo comes, seguro que llevas un regimiento, jejeje.

 

Juan dejó de acariciarle el vientre a Pedro cuando escuchó un “kolkolkol” a su espalda, volteó dándose cuenta que Rusia tenía un aura espeluznante, que lo hizo retroceder, por suerte para él, su esposa había terminado de dar su espectáculo y se acercó a las naciones, Juan se despidió y dejó que Carmen los atendiera.

 

 

 

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Argos estaba en su oficina junto a Oberón; el atlante revisaba algunas solicitudes de empresas extranjeras; las rechazadas las dejaba a su derecha y las aceptadas a su izquierda. Avalón estaba aburrido, algo no muy propio de él, quien siempre lo ayudaba con el papeleo. Oberón dio un pequeño suspiro tomando algunas de las solicitudes rechazadas, levantó una ceja al darse cuenta de un detalle.

 

—¿Por qué mas del 90% de las solicitudes rechazadas son estadounidenses?

 

El atlante dejó lo que estaba haciendo para mirar a su amigo con el ceño fruncido, Oberón casi podía jurar que había un pequeño brillo carmesí tras ese dorado.

 

—¿Te parece poco lo que ese bastardo le hizo a mi nieto? —Oberón negó con la cabeza. La verdad se lamentaba que las cosas no fueran como en antaño cuando cualquier nación podía declararle la guerra a otra que le hubiese hecho alguna afrenta, no dejar piedra sobre piedra y nadie podía meterse.

—Los antiguos deben estar revolcándose en sus tumbas —dijo Avalón.

 

Atlántida miró algún punto perdido en los enormes ventanales que dominaban la habitación. La sola mención de los antiguos le recordaba a sus hermanos, él era lo último que quedaba de las eras primigenias, la única prueba viviente de…

 

—Argos —lo llamó Oberón preocupado, él le sonrió, lo tomó de la mano obligándolo a sentarse en sus piernas. Besó la blanca piel, saboreándola como si fuese un rico dulce. Avalón tan sólo se dejó hacer.

—Te amo —dijo el atlante, pero Oberón no le creía, Argos solía decírselo muy a menudo a él o Asteria cuando estaban en la cama, sospechaba que ese “te amo” era dirigido a Ixchel y no a alguno de ellos dos.

 

Argos introdujo su mano bajo la ropa de su amante, tomó su miembro arrancándole un gemido de sorpresa, la lujuria los cegaba.

 

 

—Por los dioses. Cierren la maldita puerta si van a hacer algo tan desagradable —la pareja se separó; Argos miró con desprecio al causante de la interrupción; Unma se encontraba frente a ellos, a su lado estaba otro hombre más alto e imponente que él, pero no tanto cómo Atlántida, su nombre era Yaxkin, padre de la reina y hermano mayor de Unma.

—¿Qué quieren? —preguntó Argos enojado mientras Oberón se levantaba acomodándose la ropa.

—Necesitamos hablar de la peste a la que tú y la estúpida de mi hija menor dejaron entrar tan sonrientes.

—¡¿Cómo te atreves a faltarle al respeto a tu nación y a tu reina?! —Yaxkin le dijo que no se metiera, que esa discusión no le incumbía a él, un simple refugiado. Los ojos de Argos se volvieron rojos, hubiera arremetido contra el atlante pero trataba de mantenerse lo más sereno posible.

—Ni Oberón, ni Asteria son refugiados aquí —dijo con voz gruesa y lóbrega. —Por ellos es que tú y todos nosotros continuamos con vida; sin el poder mágico de Avalón o la fuerza de Temisquira, yo habría sucumbido igual que mis hermanos.

 

Yaxkin frunció el ceño; miró a Oberón quien estaba de pie junto a Argos, arrugó la nariz. Los extranjeros eran tan aberrantes que le causaban náuseas.

 

—La nobleza y la mayor parte de la familia real, estamos en contra de  que los extranjeros manchen la pureza y superioridad de nuestra estirpe.

 

Atlántida bufó molesto, ¿Pureza?, si esa era la razón por la que la tasa de nacimientos se había visto afectada en las últimas generaciones, precisamente a causa de esa tan preciada “pureza”. Argos tuvo que tomar una drástica decisión para salvar a su pueblo; esa fue una de las principales razones por las que emergió nuevamente.

 

—¿Prefieres la extinción? —para él era preferible que permitir que su sangre se mezclara con el impuro linaje de los hijos de los dioses, especialmente con los descendientes del señor del viento; Oberón se tensó un poco al escuchar el nombre de su abuelo.

—Los llamados latinoamericanos aún conservan vestigios de nuestra honorable casta; no son tanto problema, pero…

—Es suficiente hermano —lo interrumpió Unma. —El maestro Argos nunca ha hecho más que velar por su pueblo y nosotros no tenemos derecho a cuestionarlo.

 

Yaxkin lo miró molesto, dio media vuelta y se fue, pero los tres sabían que no se rendiría tan fácil.

 

—¿Qué piensas de esto Unma? —el aludido guardó silencio por unos segundos. Él estaba a favor de Argos pero concordaba con su hermano; los extranjeros –principalmente los Europeos –, eran una amenaza para la soberanía atlante, pues buscaban formas para imponer sus deseos. Una solución podría ser aislarlos del resto pero Atlántida se negó rotundamente, tenían pleno conocimiento de la historia mundial y sabían que ese método sólo agravaba las cosas.

 

—Lo mejor es convocar una junta del consejo.

 

El consejo era un grupo que pertenecía a los cinco poderes: el pueblo, la nobleza, la milicia, el clero y la familia real, su líder era el rey.

 

 

 

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El grupo por fin había llegado al palacio de Argos; su sorpresa fue encontrar al Bad trio y a Alemania ahí. España abrazó a sus hijos, tocó el vientre de Pedro dando saltitos de alegría diciendo lo feliz que estaba de que pronto sería abuelo. Gilbert había traído una gran cantidad de muñecos de peluche (muchos de pajaritos) para su futuro hijo o hija, Francis trajo una gran cantidad de ropa de bebé de alta costura; el lugar se había vuelto un verdadero desastre. Asteria sonrió, ya extrañaba a esos ruidosos.

 

—¡¿Pero qué impertinencia?!  —dijo una joven atlante, su blanco cabello estaba recogido en un complejo peinado, usaba un vestido azul, una cinta roja con bordes de oro en la cintura, su cabeza estaba adornada con una tiara de plata con un zafiro de unos diez centímetros en el centro. La amazona la miró fastidiada. —Suelte al nieto de Argos —ordenó la mujer al darse cuenta que Iván tenía abrazado a Pedro.

—Itziama —la voz de Asteria era inflexible —. Iván es la pareja de Pedro y todos ellos son invitados de Argos, así que te lo pediré sólo una vez. Lárgate de aquí —ella soltó un “jum” indignada, dio media vuelta y se fue molesta.

—¿Quién era esa? —preguntó Romano.

—La hermana mayor de la reina —todos miraron a la amazona; no sabían que Kiara tuviese hermanos y si ella era la menor, ¿Por qué era ella quien gobernaba?

 

Al morir el rey, su sucesor no era siempre su  primogénito, pues el gobernante debía ser elegido por su sabiduría e inteligencia, sin importar si era un plebeyo, un anciano o un niño.

 

De los cinco poderes se escogían a los más sabios, inteligentes y mas honorables; el consejo les realizaba una prueba en presencia de Argos y era él quien nombraba a su nuevo superior. Ambos mexicanos quedaron fascinados con la forma de elegir al líder en Atlántida. Les parecía maravilloso, mucho mejor que las elecciones en su casa que no eran otra cosa que un estúpido concurso de popularidad.

 

 

 

 

Alfred estaba en una alcoba con motivos infantiles; globos, payasos. Una hermosa cuna se encontraba en una esquina y una mecedora a su lado. Estaba inmensamente feliz, la habitación de su hijo era preciosa, estaba seguro que le gustaría a Pedro. En una repisa había peluches de jaguares e incluso un cuadro de ellos dos cuando aún eran jóvenes.

 

Su celular comenzó a sonar, sacándolo de su ensoñación, era el secretario de defensa quien le tenía estupendas noticias; lo citó en una bodega abandonada a las afueras de la ciudad. La llamada terminó y su sonrisa se amplió aún más, corrió a su habitación para buscar las llaves de su auto e ir lo más rápido posible al lugar acordado.

 

 

El sitio parecía una ciudad fantasma, el silencio era tal que no se escuchaba ni siquiera el sonido de algún animal. El secretario de defensa se encontraba recargado en su automóvil, le dio el saludo militar e ingresaron a la construcción que daba la sensación de que se caería en cualquier momento; una parte del techo se había derrumbado permitiendo que la luz entrara pero no lo suficiente para despejar las tinieblas completamente.

 

Así que eso es la representación de este país —la voz se escuchaba distorsionada por algún aparato que resonaba por todos los rincones y hacía imposible precisar de dónde provenía.

—¿Quién eres? —preguntó Alfred, aunque su mirada estaba fija en su acompañante.

—Nuestro amigo prefiere mantenerse en las sombras, al menos por el momento —explicó el secretario.

Confórmate con saber que puedo ayudarte —agregó la voz. La estridente risa de América provoco que la estructura se quejara.

 

¿Cómo podría ayudar al gran héroe? ¿Qué era lo que quería ése tipo a cambio? La voz le respondió que lo ayudaría a conseguir sus deseos si él le ayudaba a derrocar a la reina de Atlántida. ¿Por qué tenía tal interés?

 

No deseo que basura como ustedes manchen la pureza y superioridad de mi estirpe —América estuvo a punto de responder, pero el secretario de defensa se lo impidió; era un aliado demasiado valioso para perderlo por las sandeces de Alfred.

 

—¿Qué ganamos nosotros? —preguntó el hombre. La voz le respondió que les proveería del material más valioso, el coltán. Los dos estadounidenses abrieron los ojos de par en par, el también llamado oro azul era fundamental para la construcción de cualquier aparato tecnológico, el mineral era tan raro cómo costoso y vital para la vida moderna. La voz no sólo les ofrecía gran cantidad de este, también tecnología atlante, que era muy superior a la de cualquier país del primer mundo.

 

 

Alfred y el secretario aceptaron el trato, ayudarían a derrocar a la reina atlante, pero de ningún modo dejarían ir un botín tan grande como lo era Atlántida, Estados Unidos se lo quedaría.

 

Continuará…

 

 

 

 


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