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Risorgimento por lizergchan

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Notas del capitulo:

Gomen por la demora!!

Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, sino a su autor Hidekaz Himaruya-sama, este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Parejas: RusiaxMexico, kesesee

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene YAOI, Lemon, mpreg, rape, angustia (para Alfred XD), y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

Beta: Usarechan.

 

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

Capítulo 17.- Inicia la guerra

 

 

Antes del bombardeo a Atlántida; Alfred había ido a visitar a los Nórdicos para hacer una alianza con ellos. Sólo Dinamarca y Noruega aceptaron unírsele, Finlandia y Suecia se declararon neutrales. Turquía, Egipto, Taiwán y Corea también se les unieron, aunque sólo por lo que América les prometió. Con ellos, Alfred estaba seguro de que ganaría.

 

 

Días después de declarada la guerra; Canadá fue a visitar a su hermano con la esperanza de poder convencerlo.

 

—¡Matt! —exclamó Alfred, estaba feliz de ver a su hermano —, ¿has cambiado de opinión respecto a unírteme?

 

Canadá bajó la mirada, centrando su atención en Kumajiro. Tomó fuerzas, debía lograr que su hermano entrara en razón.

 

—Alfred, esto es una locura. El señor Argos no te ha hecho nada…

—¡Claro que sí! —estalló en cólera. Por supuesto que Atlántida le había ofendido; el imperio le quitó a su hijo y a la persona que él mas amaba ¡y encima se atrevió a golpearlo! Él y Rusia debían pagar por eso.

 

Canadá frunció el ceño, no era posible que su hermano fuese tan ciego, tan… idiota, como para no darse cuenta que ese “amor” que decía sentir no era más que una simple obsesión que podría llevarlo a su destrucción si no se detenía a tiempo.

 

Mathew suspiró; le pidió que si en verdad amaba a Pedro lo dejara ser feliz, aunque eso pudiese causarle una gran tribulación.

 

—¡Tú no sabes nada! —Mathew ya no lo soportó mas, se acercó a su hermano y lo abofeteó haciendo que sus gafas se movieran un poco. Estaba harto… harto de la estupidez de su hermano, de ser siempre invisible para él y para la mayoría, estaba cansado de que lo confundieran con Alfred y lo golpearan por cosas que no tenía culpa alguna.

—¡Eres un idiota! —le gritó exacerbado de ira —, ¡tú no amas a Pedro!, ¡sólo estas obsesionado con él!

 

Si en verdad lo amaras, serias feliz de verlo con la persona que él ama, aunque esa persona no seas tú.

 

Canadá dejó a su oso en el suelo, se acercó a América, tenía las mejillas sonrojadas. Cerró los ojos y besó a su hermano en los labios, tan sólo fue un pequeño roce, pero fue suficiente para dejar al mayor en estado de shock.

 

—Yo te amo… —Alfred no supo que decir, jamás se esperó tales palabras de Canadá, pero, tal vez, podría utilizarlo a su favor.

 

“Si me amas, entonces ayúdame en esta guerra”

 

Mathew negó con la cabeza; amar no significaba hacer lo que la otra persona quería, no era convertirse en su esclavo.

 

Amor, se llama el juego. En el que un par de ciegos juegan a hacerse daño*. Canadá recordaba haber escuchado esa frase en una canción de cuyo nombre no recordaba, pero no estaba de acuerdo.

 

Amar era la libertad de elegir.

 

El amor nos hace reír, nos hace llorar, nos hace cantar, nos hace tristes o alegres, nos hace buscar una razón de existir, de pedir, de dar, nos hace ser independientes, pero sobre todo… nos hace vivir…

Al menos, esa era la forma en que Canadá veía el amor.

 

—Ayúdame Matt, ayúdame a ganar esta guerra —le pidió América nuevamente, pero Canadá volvió a darle otra negativa y es que Mathew sentía que le debía demasiado a Atlántida como para unirse a una guerra sin sentido (Si Argos no lo hubiese ayudado con lo del desastre, quizás nadie lo hubiese hecho). Además, no quería que su abuelo Oberón y su papá Francia sufrieran por su causa.

—Por favor Matt, quiero recuperar a Pedro y a nuestro hijo —suplicó. Alfred bajó la mirada, algunas lágrimas se asomaron por el rabillo de sus ojos —, ni siquiera pude estar en su nacimiento… no sé si fue niño o niña.

Canadá guardó silencio por un momento, indeciso entre decirle o no, pero finalmente decidió decirle, tal vez así entraría en razón.

 

—Fue un niño… se llama Alejandro Nicolai…

—¿Nicolai? —América hizo una mueca de asco. No era posible que SU hijo tuviese un nombre tan… comunista.

—Es el hijo de Iván —le dijo Mathew adivinando los pensamientos de su hermano. Sacó algunas fotos donde el pequeño Alejandro salía solo o con los otros bebés, se las mostró a su hermano con la esperanza de que viera el enorme parecido que el infante tenía con su padre ruso; pero Alfred no vio el violeta en esos grandes y preciosos ojos que eran la calca de Iván. América sólo veía una ilusión, un niño que era igual a él cuando era pequeño.

Mathew apretó los puños, era imposible hacerlo entrar en razón. Lloró, le dolía tanto, pero nada podía hacer. Cargó a Kumajiro y antes de irse le entregó una carta.

 

—No vine de mi casa. Estuve en Atlántida desde la reunión —confesó con la voz entrecortada a causa del llanto que luchaba por contener —. Papá Francia e Inglaterra lucharán del lado del señor Argos, ya que nuestra hermana Rose nació en su casa… por favor, Al, aún hay tiempo de detener esta locura.

—No me detendré hasta no ver a ese viejo a mis pies —Canadá cerró los ojos, hizo una mueca de dolor, como si esas palabras fueran cuchillos penetrando su corazón.

—Bien, en ese caso… Canadá se declara neutral… —con esas últimas palabras, se fue, dejando a su hermano, solo y molesto.

 

Alfred miró la carta, su nombre estaba escrito con la inmaculada y elegante letra de Pedro.

 

 

Alfred, te pido, por favor que detengas esta locura.

Yo amo a Iván con todo mi corazón, no a ti.

Él y yo tuvimos un hermoso bebé que se parece tanto a él;

Pero te aseguro que encontrarás a alguien que te ame con la misma intensidad que tú a esa persona.

 

P.D. Si aún así decides seguir con esto, te aseguro que hare hasta lo imposible por proteger a mi familia.

 

Atte.: Pedro Cuautli García.

 

 

América hizo pedazos la misiva; estaba furioso, seguramente Argos o Iván lo habían obligado a escribirla. Si cerraba los ojos, era capaz de ver al mexicano, llorando mientras era forzado a escribirle tantas mentiras.

 

—No te preocupes mi pequeño Alexander —dijo mirando la fotografía de Nicolai —, papá los rescatará a ti y a mamá y estaremos juntos… te lo prometo.

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

Atlántida no contaba con muchos recursos humanos, sus ejércitos eran apenas la cuarta parte de las fuerzas militares estadounidenses, pero cada uno de ellos valía por cuatro de sus enemigos. Lo que los atlantes carecían, lo compensaban con naves (marinas y aéreas) y vehículos bélicos equipados.

Siglos habían pasado desde que el imperio se hundió en las frías aguas del mar que llevaba su nombre. En todo ese tiempo, los atlantes se habían volcado completamente a la tecnología y el desarrollo de la misma. Por largos años, fueron observadores silenciosos, estudiando y aprendiendo del comportamiento de ese mundo del cual ya no pertenecían.

 

 

Argos estaba en su habitación, preparándose para la batalla; su atuendo, podría ser clasificado como obsoleto e incluso prehistórico, pero él amaba esas viejas ropas que sus hijos y esposa llegaron a usar (aunque con algunas diferencias).

Estaba un poco nervioso y preocupado por lo que pudiese suceder entre combate y combate; tenía miedo de que “esa” parte de él regresara y no pudiera controlarse.

 

—Ixchel, protege a nuestros nietos y a aquellos a quien estimo —hizo una plegaria a su amada para que interviniera para obtener el favor de sus dioses.

 

 

Kiara también se estaba preparando para guiar a su pueblo en tan difíciles momentos. Como cualquier persona (especialmente alguien de su edad), estaba asustada de lo que pudiese suceder.

 

—Las pruebas de los dioses pueden ser tan difíciles y crueles —se dijo. En unos días cumpliría trece años de edad y cinco como gobernante. Era aún muy joven, en todos los sentidos, pero ya se iba a enfrentar a algo que sus antecesores jamás se hubiesen imaginado.

 

—Majestad —la llamó un joven al que Kiara reconoció como el prometido de su tío —, ya todo está listo —ella agradeció su ayuda. En unos minutos emitiría un comunicado a toda su nación para infundirles valor.

 

 

 

Asteria estaba investigando los sistemas de seguridad; no era posible que este hubiese fallado, ella misma había revisado todos los equipos y estaban en perfecto estado. No existía ningún error, en los últimos diez meses.

 

—Tiene razón, maestra Asteria —dijo uno de los ingenieros encargados —. El sistema de protección antiaéreo fue desactivado a las 1600 horas y vuelto activar a las 1620 horas.

—¿Puedes rastrear al responsable? —el atlante asintió, pero eso le tomaría horas o tal vez días.

 

Asteria lo dejó trabajar, debía informarle a Argos lo que había descubierto.

 

 

 

El primer ataque fue en las costas de Cuba y Costa Rica; América conocía el punto débil de Atlántida: sus nietos, por lo que estos eran sus blancos principales –aunque no tocaba a México –. España y Brasil habían contenido la refriega. Como respuesta, Argos mismo había lanzado un bombardeo en Boston.

 

 

—Estas armas son increíbles —comentó Antonio mirando la punta de la lanza que Asteria le había dado. Cuando ella les entregó el armamento, todos pensaron que estaba loca, ¡¿Lanzas y flechas contra tanques?! Pero quedaron anonadados cuando las saetas destruyeron los barcos daneses.

—Debemos estar alertas —dijo la amazona. Se encontraban en las costas de Santa Cruz del Sur, Cuba; desgraciadamente, la guerra, en su mayoría, se estaba llevando a cabo en los territorios de los latinos.

—Yo protegeré mi casa —dijo Jorge con seguridad —, por favor, vayan a ayudar a mis hermanos.

—¡De ninguna manera te dejaré solo! —lo regañó España. No quería abandonar a ninguno de sus hijos en esta guerra. La amazona se acercó a Antonio y colocó una mano en su hombro.

—Mis guerreras se quedarán aquí —anunció Asteria, posó sus ojos en el cubano quien estaba serio —. Eres un gran guerrero, lo sé, porque tuve el honor de instruirte por algunos meses… se que sabrás llevarlas a la victoria.

—Se que podrás hacerlo solo —lo apoyó Brasil —. En el pasado, Cuba soportó los ataques de Estados Unidos, se que lo harás bien.

 

Jorge sonrió, agradeciendo la confianza de su primo y de la amazona. Le prometió a su padre, a Brasil y a su maestra que no permitiría que el enemigo avanzara.

 

—Buena suerte…

 

 

Continuará…

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

Amor, se llama el juego. En el que un par de ciegos juegan a hacerse daño: Amor se llama el juego de Joaquín Sabina.

 


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