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Risorgimento por lizergchan

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Notas del capitulo:

Capítulo final!!!

 

Nos vemos en la secuela!!!

Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, sino a su autor Hidekaz Himaruya-sama, este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Parejas: RusiaxMexico, kesesee

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene YAOI, Lemon, mpreg, rape, angustia (para Alfred XD), y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

Beta: Usarechan.

 

 

 

OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO

 

 

 

Capítulo 23.- h2;l4;kl9;m0;k l5;k2;k4;l9;kk5;k6;k2;

 

Tlakuepalistli

 

 

Era el primero de diciembre del 2018. Casi once años del resurgimiento del imperio Atlante.

 

 

Argos estaba sentado tomando un poco de vodka con Rusia; aun faltaban algunas horas para la boda pero Iván se mostraba un poco nervioso.

 

Todos en el mítico imperio estaban emocionados por el enlace, pues no todos los días, dos países contraían nupcias. Al contrario de su gente; Argos se notaba ausente y melancólico desde unos meses atrás, como si algo le molestara o preocupara. Sus nietos, así como Asteria y Oberón habían tratado de averiguar el motivo que tenía al albino en tal estado, pero cuando le preguntaban, Argos, sólo sonreía y negaba con la cabeza. España, quien ahora tenía una estrecha relación con el atlante, también había tratado de hablar con él, pero tampoco tuvo suerte.

 

 

Ahora Iván trataba de descubrirlo. En esos momentos, el ruso se encontraba bebiendo un poco de vodka con el atlante, hablando de cosas vanas.

 

—¿Te sucede algo? —le preguntó Argos pues de un momento a otro, Rusia se había desconectado de la realidad. Iván sonrió como solía hacerlo.

—Rusia le pregunta lo mismo a Atlántida, da —dijo dejando su vaso a medio terminar en la mesita que lo separaba del mayor. Argos levantó una ceja sin comprender —. Atlántida ha estado actuando raro últimamente, da.

 

Argos dejó escapar un suspiro; en realidad no se esperaba que se diesen cuenta de su estado anímico. ¿Es que era tan transparente?, eso no le agradaba en lo absoluto.

 

—Sólo estoy un poco melancólico —se excusó el atlante acomodándose mejor en su asiento. Miró detenidamente a Rusia y preguntó —. ¿Conoces o has escuchado sobre el calendario de mi hija  Maya o de sus profecías?

—Da —respondió. El tema fue muy conocido y se hablaba mucho de él, en especial en esos días del resurgimiento de Atlántida y de la guerra; después sobrevino la paz y prosperidad y se pensó que las profecías mayas hablaban del imperio.

 

 

Rusia se puso serio, si algo había aprendido de su “papá suegro” era que no debía tomar a la ligera nada que tuviese relación con él.

 

—¿Sucederá algo malo? —Argos negó con la cabeza. Se excusó repitiendo que estaba nostálgico pues el tema del calendario y las profecías mayas, inevitablemente le hacían recordar a sus hijos.

 

Rusia se mantuvo en silencio; por alguna razón, el recuerdo de aquella tarde en la Casa Blanca, llegó a su mente.

 

<<Cuando llegó al lugar que María le indicó, encontró a México de rodillas, herido de una pierna (posiblemente un impacto de bala) y Alfred lo estaba apuntando con su pistola, directo a la cabeza. La furia se apoderó de Rusia, sacó su tubería, olvidándose por completo del arma que Asteria le había dado y arremetió contra el norteamericano, logrando que se alejara del moreno.

 

—Por fin apareciste, communist pig —dijo Alfred. El estadounidense estaba completamente fuera de sus cabales y eso se podía ver a simple vista.

 

Las pupilas de América estaban dilatadas; una sonrisa torcida adornaba sus labios; era como estar viendo a un completo psicópata.

 

—Iván… —México estaba feliz de ver a su pareja, pero al mismo tiempo le preocupaba lo que Alfred pudiera hacerle.

Te haré pagar por lo que hiciste —dijo Rusia colocándose entre el moreno y su atacante. Alfred comenzó a reír como un verdadero lunático, causando que Pedro se estremeciera.

Shut up and death, communist pig —dijo y disparó, directo a la cabeza del ruso, milagrosamente, no le pasó nada, pues para sorpresa de Alfred y Pedro; la bala se quedó estática en el aire, momentos después, un enorme tigre blanco fantasmal apareció –por unos segundos –, alrededor de Rusia, protegiéndolo.

 

El enorme felino gruñó; lanzó un zarpazo contra Alfred quien se estrelló contra una pared, haciendo que esta se destrozara y le callera encima sepultándolo. Iván estaba agotado; Asteria le había advertido que no usara esa técnica a menos que fuese indispensable, pues, al no saber manejarla, acabaría con toda su energía.

 

—¿Pedro se encuentra bien? —le preguntó Rusia ayudando a su pareja a ponerse de pie. México asintió, besó los labios de su amado y sonrió —, Nicolai está esperando por nosotros, da.

 

Ambos escucharon como se removían los escombros; se tensaron cuando Alfred salió y disparó; la bala impactó directo en el estómago de Rusia quien parecía desplomarse en cámara lenta.

 

Al ver como Iván caía al suelo; México gritó, sus ojos se volvieron rojos, a su alrededor se formaba un aura oscura. Una enorme águila translúcida apareció; su garra atrapó a un desconcertado Alfred, asfixiándolo hasta hacerlo perder el conocimiento, después levantó vuelo destrozando el techo y todo lo que estuviese a su paso.

 

—Iván… yo… —el cuerpo de Pedro ya no soportó mas y finalmente colapsó, estaba demasiado cansado.>>

 

 

 

—Bueno… —habló Argos sacando a Iván de sus pensamientos —. Es hora de que te prepares, no querrás dejar a mi nieto plantado en el altar, ¿verdad? —Rusia negó con una sonrisa infantil. Salió rumbo a su habitación para prepararse.

 

 

 

Los niños, ahora con la apariencia de adolecentes de quince años; y Alejandro quien era el único que aun permanecía siendo un niño; se encontraban en la sala de juegos. Rose, Alice y Julchen hablaban de lo que se pondrían para la boda y la fiesta, mientras que Sonnen e Iker trataban de animar a Nicolai quien se sentía fuera de lugar al no haber crecido como los demás, siendo que él había nacido primero.

 

—Ah este paso, yo seré el único niño —se quejó Nicolai. Iker le dio unas cuantas palmaditas en la espalda a para reconfortarlo.

—No es tan malo —dijo Sonnen con tranquilidad —, Aun está Sealand, Letonia, Wy* y Seborga*

 

Nicolai soltó un bufido; ¡gran consuelo!, dos micro naciones que ni siquiera era tomadas en cuenta, un chico loco que gustaba vestirse de marinerito y se creía que era una gran nación cuando ni siquiera era un país y otro que temblaba como “perro chihuahua” y que le tenía miedo sólo por ser el hijo de Rusia.

 

—Quisiera ser como ustedes —se lamentó el niño. Sonnen sonrió, pasó un brazo alrededor del cuello del niño, revolviéndole el cabello con el puño cerrado.

—Kesesese, oresama es demasiado awesome para que puedas llegar a ser como él.

 

Sonnen tenía el mismo ego que su padre, pero con el talento de su “madre” para la música.

 

Las chicas habían dejado de conversar cuando escucharon a Alejandro quejarse, aunque solo fuese leve. Alice frunció el ceño, se acercó al trío, molesta.

 

—¡Deja en paz a mi sobrino, tú, bastardo! —le gritó Alice, jalándole la oreja a Sonnen quien comenzó a quejarse y diciendo que él no estaba molestando a Nicolai.

 

Alice era la viva imagen de Antonio pero su carácter era como el de Romano, aunque ella no se asustaba o se quejaba por todo, a diferencia de su mellizo que solía llorar por cualquier cosa.

 

—Alice, déjalo en paz, por favor —pidió Julchen, quien al igual que Alemania, solía ser quien ponía el orden entre sus amigos. Ella era una calca perfecta de su padre; muy disciplinada y madura.

—¡No me molestes, maldición! —le recriminó la castaña, ahora ahorcando a Sonnen, mientras Iker  comenzaba a llorar.

—Eh… Alice, querida… creo que… se está poniendo azul —comentó Rose un poco nerviosa —ella era la mezcla perfecta de sus padres; sus ojos verdes, su cabello rubio y claro; había heredado la capacidad de ver hadas como Inglaterra y Francia*, además de que conocía mucho de magia gracias a su abuelo —. Lo vas a matar.

—¡Es lo que quiero!

 

Julchen hacia lo posible para que se detuviera pero la castaña estaba demasiado entretenida asfixiando a Sonnen; Iker lloraba cada vez más fuerte, Rose veía la escena preocupada. Nicolai estaba con los brazos cruzados y con una expresión que denotaba enojo a punto de estallar.

 

—¡Es suficiente! —gritó Alejandro, ganándose la mirada aterrada de sus amigos. Los cinco tragaron grueso cuando se percataron que el niño tenía los ojos rojos y un aura oscura a su alrededor —Kolkolkol…

—Eh… jejeje. Nos portamos bien, nos portamos bien, ¿verdad, chicos? —dijo Alice soltando a Sonnen; los otros asintieron con la cabeza.

—Eh, miren la hora, Alice, querida, es mejor que vayamos a prepararnos para la ceremonia —comentó Rose, la castaña asintió y salió corriendo junto con ella, seguidas por Iker.

—Gracias… —dijo Sonnen con dificultad, se despidió de Julchen y Alejandro, para después salir de la habitación; quedaban solo un par de horas para la ceremonia y él ni siquiera había tomado un baño.

—¿Tú no me tienes miedo? —preguntó Nicolai. Él tenía un carácter tan cambiante, como su padre, siempre oculto tras una sonrisa infantil, que era difícil saber cuando estaba alegre de verdad o cuando estaba triste o enojado.

 

 

Julchen no respondió, lo que fue mal interpretado por Alejandro, quien bajó la mirada, comenzando a sollozar. La rubia se sintió culpable; se acercó a él y lo abrazó con cariño, tratando de reconfortarlo.

 

—Ninguno de nosotros te tiene miedo. Eres nuestro amigo y te queremos, ¿lo entiendes?

—Pero…

 

Julchen no era muy buena mostrando su afecto y mucho menos para consolar a alguien, pero por alguna razón, ella era la única (aparte de Pedro), que podía lograr calmar a Nicolai.

 

—Es mejor que vayas a vestirte o la señorita María te reprenderá —ambos soltaron en risas. En esos últimos días, México del Sur había estado de un humor insoportable, pues quería que todo estuviese perfecto para la boda de su hermano y pobre del que llegara a contradecirla o estorbarle.

 

—¿Crees que tenga que ver con que el tío Luciano no haya llegado a un? —Julchen se encogió de hombros.

 

Hacía ya cinco años que Argentina y México del Sur dejaron de ser pareja; ahora el argentino estaba con Chile y María con Brasil y las cosas parecían estar bien para ambas parejas.

 

 

 

En la sala de reuniones, se encontraban los superiores de los futuros esposo, así como los de las naciones invitadas a la boda.

 

Henry Lane Willson era todo lo contrario a su homónimo quien fuese embajador en México en los tiempos de Díaz y Madero. El actual presidente de Estados Unidos, era un hombre muy alto para los estándares normales de su país. Amaba a su patria, tanto que eso lo hacía ser intransigente, necio e incluso terco y egoísta cuando creía que algo pudiese perturbar la paz de su mandato. Era precisamente, Willson, la razón por la que todos se encontraban ahí.

 

—Esta boda es solo entre dos personas que se aman —dijo Kiara. Los años le habían sentado de maravilla, pues se convirtió en una hermosa mujer —. La política nada tiene que ver en esto.

 

Sin embargo, Willson no lo aceptaba. Son dos hombres que han tenido un hijo y que tienen más años que todos los de esta sala juntos. Muchos estaban de acuerdo con el estadounidense; en esos últimos años, los latinos se habían vuelto potencias e incluso tenían algo parecido al G8, el cual se llamaba NL (Naciones Latinas). La unión de unos de ellos con Rusia no era algo para tomarse a la ligera.

 

—Señores, me parece que estamos cometiendo el mismo error que nuestros predecesores —habló el primer ministro de Noruega.

—Es cierto. Ya hubo una guerra gracias a la intolerancia de…

—¡¿Insinúa que fue culpa de mi país?! —gritó Willson enfurecido, interrumpiendo al presidente de Rusia —Porque si es así…

—Dudo mucho que esa fuese la intención —intervino Kiara con parsimonia —. Por favor, no se exalte. Como dice el primer ministro Sveine, no debemos cometer los errores del pasado. Estuvimos en una guerra que nos costó muchos recursos, especialmente, preciosas vidas humanas. ¿Dejaremos que algo como eso vuelva a suceder?

 

 

Los presentes hablaban entre ellos; muchos de eran niños cuando sucedió la tercera guerra, sufrieron terribles hambrunas a causa de ella. Algunos de los presentes aun seguían sufriendo los estragos que dejó la misma. Kiara suspiró con desgano; a pesar de todos los sinsabores, las personas parecían no poder o no querer cambiar.

 

 

 

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Por fin el momento de la boda llegó. El lugar elegido fue el jardín privado de Avalón. Antiguamente, los países enlazaban sus vidas en la tierra de las hadas, pues se creía que era la cuna donde las naciones habían nacido.

 

 

Asteria, Oberón y Argos se encontraban frente a todos; como los países más antiguos, serían los que llevarían a cabo la ceremonia. Atlántida estaba en el centro, Temisquira a su derecha y Avalón a la izquierda; los tres llevaban túnicas blancas con capuchas como las que los druidas usaban. De sus cuellos colgaba un pesado dije con el símbolo del infinito.

 

Rusia llegó poco después; estaba vistiendo algo parecido a lo que solía usar en la época de los zares; su traje fue confeccionado con oro y joyas preciosas, hecho por las hadas de Oberón. Poco después llegó Pedro, luciendo su traje parecido al que su papá Azteca usaba en las ceremonias a los dioses; su pecho descubierto estaba pintado con extraños diseños; de sus hombros colgaba una capa con bellas plumas.

 

Iván le sonrió; movía los labios diciendo palabras sin sonido: Te vez hermoso. El mexicano le devolvió el gesto: Tú también.

 

 

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La ceremonia fue únicamente vista por las naciones  pues solo ellas tenían el derecho de entrar a ese lugar sagrado. Después de la unión, pasaron a la fiesta que se llevaría a cabo a los pies de la pirámide principal en Atlántida.

 

 

Mientras los países, civiles y mandatarios se divertían. Las tenciones entre los líderes de las naciones parecían haber desaparecido como por arte de magia. Pero no todo era alegría y camaradería; en la base militar que se encargaba de la seguridad. Uno de los radares había detectado algo inusual.

 

—¿Qué debemos hacer, General? —le preguntó un soldado a Atal. En la pantalla se podía ver una pequeña señal en las afueras del sistema solar, al mismo tiempo, los scanner habían encontrado una perturbación en la Pirámide del Sol, Chichen Itzá y Machu Picchu.

 

Atal se sobó las sienes; lo último que necesitaban en ese momento era tener esa clase de problemas; todo mundo estaba en una fiesta y no quería arruinarles la diversión sólo por algo que bien podría ser una simple falla en los sistemas.

 

—Utilicen las cámaras satelitales y vean de que se trata —ordenó la mujer —. No podemos importunar al maestro Argos.

 

 

 

Sin embargo, Atlántida había sentido aquella perturbación, al igual que Avalón y Temisquira. Argos reconoció una energía familiar y se preocupó; con disimulo se fue de la fiesta, debía averiguar lo que sucedía.

 

 

Ajenos al posible peligro, los países y los otros invitados disfrutaban de la comida, la música y la bebida. En esos momentos, Iván y Pedro bailaban un vals (obligados por María), que era tradición en todas las bodas y quince años en México. El pequeño Alejandro estaba con Kiara, a pesar de las diferencias de edad, ambos se llevaban de maravilla; la reina consideraba a la joven nación como un hermano pequeño, sentimiento que era compartido por Nicolai.

 

 

Argos entró a la base de seguridad, donde se encontraba Atal y Kratos, éste último había sido llamado por la mujer apenas un par de minutos antes de la llegada del imperio. Los dos militares se veían tensos pues la extraña “aparición” a las afueras del sistema solar ya no estaba, pero aun existía fluctuaciones desconocidas en el continente Americano.

 

—No puede ser… —tanto Atal como Kratos miraron a Atlántida con preocupación. Argos tenía los ojos abiertos como platos y se encontraba más pálido de lo normal; su cuerpo temblaba ligeramente.

—¿Maestro Atlántida? —lo llamó el General con preocupación; no era usual ver a alguien como el imperio en tal estado.

—Preparen una nave, la más rápida —les ordenó antes de abandonar la habitación. Necesitaría de la ayuda de Avalón y Temisquira.

 

 

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Los tres antiguos países regresaron a media noche; horas después de que la fiesta terminara. La mayoría ya se encontraba en sus habitaciones. Rusia y México disfrutaban de su noche de bodas.

 

Iván había llevado a Pedro a la recámara nupcial; ambos riendo en voz alta mientras corrían hacia ella, deteniéndose aquí y allá para besarse, sin importarles con quien pudiesen toparse.

 

Rusia lo tomó gentilmente, marcando cada centímetro del cuerpo moreno con sus besos y caricias…

 

—Te amo —Le suspiró en el oído ni bien entraron a la habitación.

 

Un beso profundo reclamó su aliento. La mano de Rusia entre sus piernas lo hizo morderse el puño para no dejar salir algún ruido muy fuerte.

 

—Rusia quiere escuchar a México gemir, da —le reprochó haciendo un puchero como lo haría un niño cuando le quitan un juguete.

 

 

Todo sucedió tan rápido… en un momento ambos se besaban con voracidad y al siguiente estaban tendidos sobre la cama, desnudos, acariciándose con manos y labios.

 

México gimió y su espalda se levantó de la cama cuando el ruso mordió con fuerza una de sus tetillas mientras sus hábiles manos acariciaban su ingle.

 

—A Pedro le gusta, da… —afirmó Rusia mientras seguía abusando de los sensibles botoncitos de carne, disfrutando del estremecimiento en el cuerpo más pequeño. Pedro soltó un gemido que escapó impidiéndole contestar; una lasciva mano cubierta de aceites tomó su intimidad comenzando a acariciarlo con insistencia.

 

Rusia comenzó a besarle el cuello moreno que le sabía a chocolate. Sus manos recorriendo las largas –y para ese momento –, temblorosas piernas del mexicano, mientras su cuerpo encajaba gradualmente entre los muslos.

 

México cedió a los avances de Iván. Todo él se sacudía ligeramente, sus gemidos eran cada vez más fuertes, excitando aún más al ruso.

 

Iván sonrió contra el cuello moreno ahora completamente marcado y fue por su boca, tomándola en un beso arrebatador. Lo sintió responder; las piernas, que se habían separado para dejarlo reposar cómodamente entre ellas, terminaron por abrirse completamente a él  (como siempre que estaban juntos), abrazándolo por las caderas, impidiéndole escapar; las manos de Pedro, que hasta ese momento habían estado aferradas a las sábanas, se aferraron a la espalda del ruso, arañándolo. Eso lo hizo gemir.

 

Ahondaron el beso mientras la posición era aprovechada para frotar sus cuerpos. Rusia rompió el contacto; un hilo de saliva se rehusó a terminar aquella unión, sus labios húmedos y rojos se abrían y cerraban tratando de recuperar algo de aire mientras seguían aquella cadencia.

 

—México será uno con Rusia —jadeó Iván en el oído de su ahora esposo, causando una reacción inmediata en éste, que clavó su uñas en la blanca espalda. El ruso sonrió.

 

Iván entró lentamente en el cuerpo de Pedro, no hacía falta preparación. Los gemidos de placer iban en aumento a medida que la penetración se hacía más profunda, más necesitada y violenta, haciendo que ambos se llenaran de arrebatador placer.

 

Finalmente, ambos se corrieron, Rusia dentro del moreno y éste entre ambos vientres.

 

—Te amo —le dijo el mexicano mientras se acomodaba en los fuertes brazos de su amado.

—Iván también ama a Pedro, da —dijo el ruso con una sonrisa. Besó los cabellos de México antes de quedarse profundamente dormido.

 

 

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En la enfermería del palacio de Argos; las tres antiguas naciones se encontraban en espera de información.

 

—No puedo creer que esto sea verdad —comentó Asteria cruzándose de brazos.

—Ni yo… es que… esto… esto, no tiene sentido —dijo Oberón. Miró a Atlántida quien se encontraba recargado en una pared, aparentemente tranquilo, pero ellos dos sabían que no era así.

—Ve con él —le dijo Temisquira a Avalón —. En estos momentos te necesita más que a nadie —Oberón asintió; se acercó lentamente al atlante, quien, al verlo, lo atrajo en un abrazo, escondiendo su cabeza en el cuello del menor.

 

Adentro, Otoxi examinaba los signos vitales de sus pacientes, quienes, después de algunas horas despertaron.

 

 

Era alrededor de las diez de la mañana cuando Argos llamó a sus nietos y sus más cercanos amigos. Estaban preocupados, pues Atlántida los había citado en la enfermería. Los primeros en aparecer fueron Oberón y Asteria; ambos con una radiante sonrisa, algo raro en Avalón.

 

—Abuelito, ¿Qué sucede? ¿Por qué nos llamaron? —preguntó Rose que estaba sentada junto a Mathew y Alfred.

—¿Le pasó algo al viejo? —cuestionó América con una sonrisa antes de recibir un pellizco por parte de su hermana y un golpe en la nuca de parte de María.

 

Avalón decidió ignorar los comentarios de su nieto, estaba demasiado feliz como para tomarle importancia.

 

—Les tengo una sorpresa a mis nietos —habló Atlántida quien se veía más feliz que sus dos amigos; a pesar de sus enormes ojeras.

—¿Una sorpresa? ¿Qué clase de sorpresa? —preguntó Perú tan intrigado como sus hermanos y primos.

 

Atlántida sonrió nuevamente, se colocó a un lado de la puerta y dijo: Ya pueden salir. Al instante, tres personas aparecieron, vestidas con ropas tradicionales. Al verlos, los latinos comenzaron a llorar; no podían creerlo, ¡debía ser un sueño!

 

—Han crecido mucho, Kokone* —dijo uno de ellos sonriendo.

—Esto debe ser una broma —habló España, ganándose la atención de los presentes —. Azteca, Maya e Inca.

 

Los aludidos miraron al ibérico; sus ojos se volvieron rojos al instante.

 

—Tú, Khuchi * Mich'a* —dijo Inca antes de lanzarse contra España, golpeándolo en el rostro con el puño cerrado.

—¡Papá! —exclamaron los latinos y los mellizos a la vez. Sin embargo, eso no detuvo a Inca de seguir golpeando al español. No fue hasta que Alemania y Prusia lo separaron del castaño, quien tenía un labio roto y seguramente se le hincharía la cara.

—Ankuwillka —lo llamó Argos con desaprobación —, tranquilízate. Y eso también va para ustedes, Itzayana y Cintéotl —dijo, al ver que ellos también parecían estar a punto de atacar a España.

 

Atlántida suspiró, no sabía que pasaba con sus hijos para que se comportaran así, pero estaba dispuesto a averiguarlo.

 

 

 

Fin de la primera parte

 

 

 

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Como ya había dicho en el capítulo anterior, Risorgimento tener mina aquí PERO la historia no, ¡así que nos vemos en la secuela!

 

Por cierto, ¡Acepto sugerencias para el titulo de la secuela!

 

Wy: es una niña de baja estatura y de cejas pobladas. Usa shorts, un top, una gran camisa rosada y una pañoleta roja. Se le ve cargando un pincel grande a todos lados. Su cabello está atado en una cola de caballo y es ondulado. Es una micro nación en Australia.

Seborga: Es una micro nación y aparentemente está relacionado con los hermanos Italia. Es un pre-adolescente con la misma apariencia de los Hermanos Italia, incluso tiene un rulo. Su piel es más oscura que la de Italia pero más clara que la de Romano. Siempre lleva consigo un flotador.

Había heredado la capacidad de ver hadas como Inglaterra y Francia: Francia también es capaz de ver a los amigos de Arthur, aunque trate de ignorarlo (nnU).

Kokone: Hijos en plural en el idioma nahual.

Khuchi: Cerdo en Quechua.

Mich'a: Miserable en Quechua.

 


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