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Risorgimento por lizergchan

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Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, sino a su autor Hidekaz Himaruya-sama, este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.


Parejas: RusiaxMexico, kesesee


Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene YAOI, Lemon, ¿Quieren mpreg?, rape, angustia (para Alfred XD), y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.


Beta: Usarechan.


 


 


 


OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO


 


 


 


Capítulo 3.- Visitemos al abuelo Atlántida


 


 


Argentina fue el primero en llegar a casa de los gemelos. Como era su costumbre inició una pelea con ambos, aunque sólo María participaba. Chile, Venezuela y El Salvador fueron los últimos. Todos los latinos vestían los trajes más típicos de sus casas; rebosantes de alegres colores. Cuando todos estuvieron reunidos se prepararon para ir al punto de reunión que sería la pirámide del sol.


 


—Che, ¿Rusia vendrá con nosotros? —preguntó Argentina mirando a Iván quien estaba sentado entre ambos mexicanos.


—Por supuesto que si boludo —respondió María imitando el acento de su primo.


—Pero… —Colombia iba a protestar pero se quedó frío al sentir la mirada asesina que María y Pedro le lanzaban. Tragó grueso, de México del Sur se lo esperaba pero Pedro…


 


Tomaron sus cosas; todos traían varias maletas en las que llevaban comida típica de su región y algunos regalos para su abuelo. México del Norte tomó sus cosas y las de su hermana pero Rusia se las quitó.


 


—Yo puedo solo, Rusia-san —dijo Pedro apenado. Iván le dio una de las sonrisas sólo dedicadas a él.


—Yo las llevaré, da —el sonrojo del moreno aumentó cuando sus hermanos y primos comenzaron a canturrear en español “son novios, son novios”. Hasta que María les mostró su mejor mirada asesina.


 


Estaban a punto de abordar el autobús que los llevaría hasta Teotihuacán. Todos estaban contentos, hablando y haciéndose bromas entre ellos (especialmente a Pedro), pero el feliz momento no duró mucho pues ni bien salieron de la casa se encontraron con Alfred junto a la mayoría de los países europeos y asiáticos.


 


— ¿Papá Antonio?/¿Mamá Portugal?


— ¡Ha, ha, ha! —la chillona risa de Alfred era tan molesta que bastó con eso para arruinar el buen humor que los hispanos tenían.


— ¿Qué hacen aquí? —la panameña frunció el ceño siendo imitada por todos sus hermanos y primos.


—Iremos con ustedes, mon petit.


 


¡Por supuesto que no!, ellos no querían que les arruinaran su momento feliz. No lo permitirían.


 


—¿Y por qué está Rusia con ustedes? —cuestionó Inglaterra.


—Rusia es cuate —sentenció la mexicana.


 


Esta declaración causó molestia en los europeos y en Alfred quien era el que más furioso estaba; ¡ése maldito ruso se las pagaría!


 


—¿Es que no quieren que los acompañemos? —cuestionó Romano —, malditos mocosos.


 


Los latinos se sintieron atrapados; las miradas de sus padres los desarmaron completamente. Terminaron aceptando siempre y cuando no intervinieran en la reunión familiar. Muchos aceptaron de mala gana; subieron al autobús que ahora les resultaba pequeño e incómodo.


 


A falta de lugares, muchos tuvieron que sentarse en las piernas de su pareja, hermano o primo. Alfred tuvo que sentarse en la parte de atrás con Arthur. Desde su sitio podía ver a México del norte sobre Rusia, detrás de ellos estaba España con Romano en sus piernas y María sentada junto a ellos hablando animadamente con su papá España.


 


 


El autobús dio un brinco cuando pasó por un bache, ocasionando que los países sentados en las piernas de otro se abrazaran a sus compañeros para evitar caerse. América frunció el ceño al notar como Iván pasaba un brazo alrededor de la cintura de Pedro para pegarlo más a su cuerpo. ¡Lo iba a matar! Estaba a punto de ir a romperle la cara a ese ruso y arrebatarle a Pedro, pero se contuvo pues todos sus primos se le echarían encima.


 


Tardaron algunas horas en llegar a su destino; muchas de las calles aun estaban siendo reconstruidas y otras estaban completamente destruidas, lo que hacía el trayecto muy complicado.


 


 


Las grandes pirámides y templos se mantenían intactas, como si los mismos dioses las hubiesen protegido. Los latinos bajaron del autobús y se dirigieron a pie a la gran pirámide del Sol.


 


—Che, ¿tenemos que subir todo eso? —se quejó Marcelo. El argentino veía de mala gana los 63 mts que tenía la pirámide.


 


Todos soltaron un suspiro; tomaron sus cosas y se enfilaron para comenzar a subir las escaleras. No habían subido ni la mitad cuando ya se habían cansado, ¡y aún les faltaba la mayor parte!


Como si los dioses de Teotihuacán los hubiesen escuchado. Pudieron distinguir la imponente figura de Atlántida bajando los escalones.


 


— ¡Tata! —exclamó María en cuanto el legendario imperio estuvo a unos cuantos metros de ellos. Al llegar a su encuentro, les sonrió con ternura. Todos ellos se veían tan hermosos usando los tocados, las plumas de aves, el jade, los metales preciosos y las telas de vivos colores.


Los hispanos también se sentían orgullosos del gran imperio que según las leyendas, había sido el más poderoso de la tierra.


 


 


—Ahora que están conmigo. Quiero que vivan en mi casa —la propuesta fue muy repentina, ¿vivir con su abuelo?, eso sería lindo, pero no deseaban volver al tiempo en que eran colonias… por eso se habían independizado.


 


Atlántida pareció darse cuenta. No. Él no tenía intenciones de hacerlos parte de su imperio, y se los hizo saber. Lo que Argos deseaba era tenerlos a su cuidado, enseñarles para que se convirtieran en las grandes naciones que estaban destinadas a ser.


 


 


—Mi gente ayudará a la suya a recuperarse de la catástrofe —les prometió —, ¿vendrán conmigo? —todos asintieron; creían firmemente en su palabra. Algo en su interior les decía que él jamás les mentiría o lastimaría.


—Tata —lo llamó Pedro. Él no acostumbraba a bajar la cabeza o hablar de la forma sumisa en la que lo hacía en ese momento, pero Argos merecía todo su respeto —. ¿Puedes ayudarlos a ellos también? —señaló al resto de países que se encontraban tan lejos que apenas eran visibles.


 


Atlántida miró al mexicano, le acarició la cabeza. Se parecía tanto a su querido Cintéotl. Asintió la con la cabeza. Lo que sus nietos quisiera, él lo cumpliría.


 


Se acercó a las naciones, los latinos venían detrás de él. Al ver al imponente imperio, los países se pusieron en guardia, mas Argos tan solo hizo una leve inclinación con la cabeza.


 


—Soy el gran imperio de Atlántida, mi nombre humano es Argos —se presentó con voz seria pero cordial —. A pedido de mi nieto, hijo de Cintéotl; les ayudaré a recuperarse.


 


Alfred frunció el ceño, ¿Cómo iba a ayudarles ése idiota?, él no fue el único que parecía confundido con el ofrecimiento del imperio, pero ninguno dijo nada.


 


Argos les dio la espalda; sus nietos estaban poniendo algunas mantas en el suelo y colocando comida sobre ellas. Atlántida miró sobre su hombro.


 


—Son bienvenidos, si desean acompañarnos.


 


 


Como era su costumbre, Rusia se sentó entre ambos mexicanos, frente a ellos se encontraba Argos quien había entablado una animada conversación con Iván. Alfred frunció el ceño.


 


Maldito Rusia…


 


—Ve… ¡Está delicioso! —exclamó Veneciano. El italiano estaba comiendo un poco de cebiche que Perú le había servido.


 


Alemania, Prusia, Francia y España probaban cuanta bebida alcohólica les ofrecían; aunque Francis y Antonio también comían los manjares que les servían.


 


—Pienso llevarme a mis nietos a vivir conmigo una temporada —le comentó Atlántida a Rusia. La noticia no le sentó muy bien a Iván quien por nada quería separarse de Pedro… simplemente no podría existir sin él —, ¿nos acompañarás?


 


América escuchó toda la conversación, gracias a que se encontraba sentado a la izquierda de María, pero no fue el único; España y Romano también lo escucharon pues ellos se encontraban sentados a la derecha de Argos.


 


—Me encanta estar con Pedro y María, da —contestó el ruso. Atlántida sonrió. No era ningún tonto, se había percatado de cada gesto y movimiento que su pequeño guerrero hacia al estar con el extranjero y se alegraba de que fuera correspondido.


 


Alfred apretó los puños; no podía permitir que el maldito de Rusia estuviera solo con Pedro y María, ¡ellos eran suyos!, debía hacer algo para impedir que ese viejo se los llevara.


 


—No estoy de acuerdo —habló Arthur para alivio de América —, ¿Cómo sabemos que no planea declararnos la guerra?


—No tengo intenciones de atacar sus diminutos países —respondió Argos, estaba tranquilo gracias a la presencia de sus nietos que le transmitían una gran calma.


 


Inglaterra frunció el ceño, no estaba conforme con la declaración. Francia también manifestó su inconformidad. América sonrió cuando a ellos se les unió China, Japón y Alemania. Argos estaba llegando al límite de su paciencia. No iba a permitir que unas pobres imitaciones de naciones se metieran entre sus nietos y él.


 


—Permítanos pasar unos días con usted —habló Antonio —, así estaremos tranquilos.


 


Atlántida miró detenidamente a Antonio. El español sólo se interesaba por los que hasta ese momento eran sus hijos. Suspiró pesadamente. Bien, si deseaban ir con ellos se los permitiría pero no aceptaría que se metieran entre él y su familia.


 


Mañana por la tarde vendrá mi transporte. Preparen sus cosas porque no pienso tolerar un retraso.


 


—Tata, ¿no deberíamos ir al puerto? —el negó con la cabeza, le sonrió con ternura a su pequeña; la inocencia de sus niños era tan agradable y refrescante.


 


 


 


En la residencia de los pinos se encontraban reunidos todos los presidentes de Latinoamérica y los líderes de los países más poderosos del mundo. Todos miraban con seriedad a la joven de blancos cabellos que estaba frente a ellos.


 


—Algo como esto. Puede ser tomado como una declaración de guerra —dijo el primer ministro de Inglaterra.


 


La joven sonrió. La mayoría de los presentes eran hombres, pero todos le doblaban o triplicaban la edad; aun así, ella no se dejaría intimidar por nadie. Era la reina del gran imperio atlante, el más fuerte que el mundo viera jamás.


Los reclamos de los líderes mundiales se convirtieron en amenazas, palabras con dobles intenciones o sarcásticas, pero ella era una reina y no caería en provocaciones.


 


Esto debe ser obra del gobierno Estadounidense.


 


Ninguno se dio cuenta en qué momento se olvidaron de la atlante y comenzaron a atacarse entre ellos. La reina ya comenzaba a entender porque Argos había tomado las decisiones que tomó en su momento.


 


— ¿Ya terminaron de pelear por su biberón? —los interrumpió, harta de las peleas sin sentido. Los presentes la fulminaron con la mirada —. Ahora entiendo porque el mundo ha decaído tanto —se lamentó —. El maestro Atlántida sólo desea ayudar a los descendientes de sus amados hijos…


 


Las naciones no tienen sentimientos. Hacen lo que sus superiores les ordenen; ellos viven para obedecer…


 


La monarca frunció el ceño, ¡esos idiotas consideraban al espíritu de sus naciones como simples objetos! Sentía lástima por ellos. Más que nunca comprendía el deseo de su amado imperio.


 


—El maestro Atlántida ha sido un gran consejero para mis ancestros y para mí —dijo. Por primera vez, la furia, la decisión y el orgullo eran visibles en ella.


 


El ser la representación de un país, el ser casi inmortal no los hace menos humanos. Atlántida, como todos los que son como él; pueden amar, reír, enojarse, llorar, odiar… están tan vivos como cualquier otro ser.


 


 


Los presentes se quedaron sin habla. Jamás habían conocido a una persona con tal determinación y amor a su patria. Ella era digna de admiración.


 


—Dejen que sus países tomen la decisión en esta ocasión.


 


 


OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO


 


 


Ya comenzaba a hacerse de noche, la temperatura descendía a cada minuto.


 


— ¡Achu! —los latinos que sólo usaban taparrabos o que no habían tenido la precaución de llevar algo abrigador. Comenzaron a titilar a causa del frío.


 


Rusia miró a Pedro que se abrazaba a sí mismo, temblaba ligeramente pero no decía nada; se quitó la bufanda y la gabardina y se las colocó a Pedro. No había necesidad de preocuparse por María, pues ella y las otras latinas se cubrían con sus rebozos o ponchos.


México del Norte miró al ruso avergonzado. Daba gracias a la poca luz, de lo contrario se darían cuenta de su sonrojo que hacía que su morena piel tomara un gracioso tono.


 


—Es mejor que regresemos a casa —comentó María. Sus hermanos y el resto asintieron. Recogieron las cosas y comenzaron a subir al autobús.


—Vamos tata, es hora de irnos —le dijo Belice al notar que Argos no se movía del lugar donde estaba.


 


En el autobús, los latinos se peleaban por quien se sentaría con su abuelo; el único que no participaba era Pedro que fue “secuestrado” por Rusia y nuevamente se encontraba sentado en sus piernas. La discusión terminó cuando Argos se sentó al lado de ambos, tomando a México del Sur y a Colombia para sentarlas en sus piernas.


 


Cada media hora se turnarán, de ese modo todos se sentaran conmigo. Asintieron no muy conformes.


 


Los otros países veían la escena familiar de diferentes maneras: con perversión, con celos, envidia, con molestia y dos de ellos con tristeza.


 


 


Al llegar a su destino fueron recibidos por el jefe de ambos México y por la joven monarca. Ella, al estar frente al imperio, hizo una reverencia que fue imitada por Argos.


 


—Majestad —habló Atlántida —. Quiero presentarle a mis nietos —la joven se acercó a los latinos, regalándoles una hermosa sonrisa que sonrojó a más de uno.


—Es un honor conocerlos —dijo e hizo una ligera reverencia que fue torpemente imitada por los avergonzados hispanos —. Soy la reina Kiara.


 


Kiara no tenía más de trece años. A pesar de su juventud era una líder sabia y justa que superaba, por mucho a los intelectuales de su reino y de muchos otros países.


 


 


Al estar la mayoría de los países y sus jefes en los pinos, muchos de ellos debían compartir habitación, algo que no muchos líderes aceptaron y por ello prefirieron irse a sus embajadas, llevándose o dejando a sus naciones.


 


 


Eran más de media noche, pero ni Atlántida, ni Kiara se habían ido a dormir. Ambos se quedaron en la sala, hablando en su idioma para evitar que oídos curiosos los espiaran.


 


— ¿Estás seguro de eso, maestro? —Atlántida asintió con la cabeza. Kiara dejó escapar un pequeño suspiro. Las cosas se complicarían de ahora en adelante. La reina se levantó del sofá donde se encontraba sentada. Le sonrió a Argos e hizo una ligera reverencia.


 


—El transporte llegará mañana —le anunció —. ¿Quieres que nos recojan aquí? —él se negó.


 


Kiara asintió, se despidió de Atlántida y se fue a dormir. Mañana iba a ser un día bastante largo y agitado para ella.


 


Argos se quedó solo en la habitación. Las cosas habían  cambiado demasiado desde los tiempos en los que él vivía en el mundo. Sus hijos ya no estaban, ni tampoco la mayoría de los que conoció; aquellos a quienes amó desaparecieron como la espuma…


 


—Atlántida-san —el aludido se sobresaltó, ocasionando una sonrisa inocente en el culpable.


—Rusia…


 


A Argos le agradaba mucho Iván a quien veía como un niño tierno pero solitario que no sabía cómo expresar sus sentimientos y sin darse cuenta, se ocultaba tras un muro de hielo. Lo invitó a sentarse a su lado; Rusia sonrió, pero antes se acercó a una vitrina que ostentaba un letrero con letras rojas chorreantes que parecían sangre.


 


Vodka de Rusia,


No tocar o te maldeciré


Atte: María de la Concepción García (México del Sur).


 


 


Iván sacó dos botellas y dos vasos, le ofreció uno a Argos quien lo aceptó gustoso. Hablaron de sus países y culturas, de sus jefes más ilustres o queridos; hasta que terminaron hablando de su vida e inevitablemente de sus amores.


 


 


Ixchel fue el gran imperio Olmeca. Era una mujer increíble —dijo Argos con melancolía —. La amé mucho; ella me dio el tesoro más grande: mis hijos.


 


 


Rusia sintió una pequeña punzada de celos. Atlántida tenía la familia que a él siempre le hubiese gustado tener.


 


—Amas a mi ixuitl —Atlántida no lo preguntaba, lo afirmaba. El imperio sonrió al notar la mirada de desconcierto en el ruso; tenía un ligero sonrojo en las pálidas mejillas que le daban un toque encantador a los ojos del viejo reino.


 


 


Pedro tenía sangre guerrera corriendo por sus venas. No temía a la muerte, era su amiga y confidente, pero el amor era algo que podía asustar hasta al mejor guerrero.


 


 


—Deberías declarártele —le aconsejó antes de darle un sorbo al líquido que contenía su vaso.


 


Iván estaba asombrado. Él mismo fue testigo de cómo el imperio celaba a los latinos, incluso con Antonio y Lovino a quienes les dedicaba miradas asesinas cada vez que se acercaban a cualquiera de ellos.


 


—Conozco el lugar perfecto para eso —comentó desconcertando aun mas al ruso. Atlántida se dio cuenta y sonrió.


 


 


No le eres indiferente a mi pequeño. Sé que a tu lado será feliz.


 


Iván estaba tan contento. No podía creer que el imperio estuviera dándole su aprobación y apoyo para estar con Pedro… era como un sueño.


 


—Pero si lo haces llorar —por un momento los ojos dorados de Atlántida se volvieron rojos dándole un aura siniestra y amenazadora —; te haré saber en carne propia porque hasta los dioses me temían.


 


Rusia sonrió, ahora entendía de donde heredaron Pedro y María su bipolaridad.


 


 


OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO


 


 


Los países que se quedaron a dormir en los pinos; fueron despertados por un delicioso aroma, al entrar al comedor se encontraron con la mesa llena de platillos de todos los estilos. Atlántida salió de la cocina con más comida.


 


Tata, ¿tú hiciste todo esto? —pregunto El Salvador. Argos sonrió asintiendo con la cabeza. Los estómagos de todos comenzaron a rugir, clamando por alimento.


—Coman lo que gusten —dijo mas para sus nietos y para Rusia que para el resto de los países.


 


El desayuno transcurrió con relativa calma. Después de terminar, las mujeres y algunos varones levantaron los platos y los lavaron. Era más de medio día cuando los países abordaron los dos autobuses que los llevarían hasta Teotihuacán, al llegar, Argos los hizo caminar hasta el centro de la calzada de los muertos.


 


Se quitó la capa, revelando su musculoso cuerpo y su perfecta piel morena. En los antebrazos tenía un brazalete que los cubría casi por completo; estaban hechos de oro con intrincados diseños. En su cintura ostentaba una placa de metal con algunos rubís de diferentes tamaños; presionó el más grande que comenzó a flashear.


 


Segundos después, se escuchó un sonido sordo. Lentamente descendió una nave que tenía una forma parecida a la de una criatura marina.


 


Todos estaba completamente sorprendidos, ¡¿Quién demonios era Atlántida?!


 


—Es hora de irnos —dijo con una hermosa sonrisa.


 


Los latinos asintieron correspondiendo el gesto, tomaron sus cosas y subieron corriendo a la nave, seguidos por los otros países, aunque, estos con cierta reserva. El último en subir fue Rusia.


 


—No te preocupes Iván —le dijo Argos empujándolo por los hombros para que subiera a la nave —. En mi casa hay muchos lugares románticos para que te declares.


 


Lo que ninguno de los dos sabía era todos los problemas por los que Iván y Pedro tendrían que pasar para estar juntos, ¿sería su amor lo suficientemente fuerte para soportarlo?


 


 


Continuara…


 


 


OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO


 


 


Teotihuacán: (náhuatl: Teōtihuácān, 'Lugar donde fueron hechos los dioses; ciudad de los dioses' )?[1] es el nombre que se da a la que fue una de las mayores ciudades de Mesoamérica durante la época prehispánica. El topónimo es de origen náhuatl y fue empleado por los mexicas, pero se desconoce el nombre que le daban sus habitantes. Los restos de la ciudad se encuentran al noreste del valle de México, en el municipio de Teotihuacan (estado de México), aproximadamente a 45 kilómetros de distancia del centro de la Ciudad de México. La zona de monumentos arqueológicos fue declarada Patrimonio de la Humanidad por Unesco en 1987.


La pirámide del Sol: La pirámide del Sol es el mayor edificio de Teotihuacan y el segundo en toda Mesoamérica, sólo detrás de la Gran Pirámide de Cholula. Por sus considerables dimensiones se puede observar a varios kilómetros de distancia. Tiene una altura de 63 metros, con una planta casi cuadrada de de aproximadamente 225 metros por lado, por lo que suele compararse con la pirámide de Keops en Guiza (Egipto).


Rebozo: es una prenta de vestir femenina usada en México. De forma rectangular y de una sola pieza, los rebozos miden entre 1.5 m hasta 3 m de longitud, y pueden ser hechos de algodón, lana, seda o articela. Pueden ser usados como bufandas o a manera de chales. Las mujeres a menudo los usan para cargar a sus hijos y llevar productos al mercado.


Poncho: es una prenda típica de Sudamérica. Se trata de un abrigo de diseño sencillo, consistente en un trozo rectangular de tela pesada y gruesa, en cuyo centro se ha practicado un agujero para la cabeza. La tela se deja caer sobre el cuerpo, disponiendo los extremos de manera que permite mover con facilidad los brazos.


Ixchel: En la mitología maya Ixchel (pronunciado [iʃ'tʃel], "La blanca") era diosa del amor, de la gestación, de los trabajos textiles, de la luna y la medicina.


Ixuitl: El vocablo ixuitl* se refiere a una relación de parentesco, las cuales siempre se emplean en forma posesiva: iixui, su nieto (de él/ella).


 


 


Notas: ¿Qué puedo decir? XD Argos es muy sobreprotector y celoso de sus nietos, pero ni él pudo con el encantador, tierno, adorable, precioso, dulce y lindo Rusia.


 


 


Nos vemos en la siguiente, bye, bye


 


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