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Risorgimento por lizergchan

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Notas del capitulo:

Hello!! Nuevo capitulo

 

En el proximo Lemon!!!

Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, sino a su autor Hidekaz Himaruya-sama, este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.


Parejas: RusiaxMexico, kesesee


Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene YAOI, Lemon, ¿Quieren mpreg?, rape, angustia (para Alfred XD), y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.


Beta: Usarechan.


 


 


 


OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO


 


 


 


Capítulo 4.- En la guerra y en el amor parte I


 


 


El interior de la nave era enorme. En ella el modernismo y lo antiguo se mezclaban en un equilibrio casi de fantasía. Atlántida personalmente llevó a sus nietos a sus habitaciones; todas decoradas con símbolos mayas, aztecas, incas, etc., esto causó sentimientos encontrados en muchos de ellos.


A los otros países (a excepción de Rusia), los puso en parejas y sus alcobas no tenían ni la elegancia o el tamaño que la de los latinos e Iván.


 


 


Llegaremos a Atlántida en tres horas, descansen y siéntanse libres de explorar la nave.


 


 


España fue uno de los que le tomaron la palabra a Argos; deambulaba por el enorme lugar, de vez en cuando se encontraba tripulantes que lo veían curiosos o simplemente lo ignoraban. Se detuvo frente a una puerta que se abrió causando un zumbido.


 


Adentro había más atlantes; sentados frente a extraños controles, en el centro de la habitación estaba Argos, a su lado se encontraba un enorme holograma de la tierra; muchos de los países tenían puntos rojos o azules. Antonio lo interpretó como los lugares que fueron afectados por la catástrofe; algo captó su atención en el mapa, parecía…


 


—Sal de aquí —Argos no se molestaba en ocultar su desprecio por el asesino de sus hijos. España no se dejó intimidar, se acercó al globo para mirarlo con mayor detenimiento.


— ¿Esa es Atlántida? —señaló un lugar en el mapa donde se veía una gran extensión de tierra que hasta hace poco no existía. Argos le respondió un “sí” brusco.


 


 


Antonio sabía que el mítico continente lo odiaba, no necesitaba ser un genio para darse cuenta. Pero debía hacer su mejor esfuerzo para cambiarlo; por Romano y sus hijos.


 


—Deberíamos tratar de llevarnos bien —Atlántida frunció el ceño, la furia lo carcomía, ¡¿Cómo se atrevía?!


No lo pensó, sólo reaccionó, propinándole un golpe con el puño cerrado; Antonio cayó al suelo con el labio roto y un feo moretón en la mejilla derecha. Los atlantes presentes, se hundieron en sus asientos, temerosos de la furia de su país quien en esos momentos tenía los ojos de un tono carmesí.


 


 


—Mataste a mis hijos, destruiste su legado y alejaste a mis nietos de sus raíces… —Argos tomó a Antonio de sus ropas, levantándolo varios centímetros del suelo —dime una cosa. Si yo decidiera matar a tu pareja y todo lo que amas, ¿querrías ser mi amigo después de eso?


 


España desvió la mirada, se mordió la lengua. Por un momento se puso en el lugar de Atlántida y comprendió la tristeza que el gran imperio debía sentir. Argos lo soltó, dejando que España callera de rodillas. Antonio tenía la cabeza baja, algunas lágrimas escaparon de sus ojos. Él lo miró con indiferencia.


 


—Abuelo, ¿Qué le haces a papi? —Atlántida se sorprendió al ver a Panamá y Costa Rica acercarse a España para abrazarlo. Ambas le dedicaron una mirada de reproche al albino quien no podía ocultar su asombro.


 


—Lucía, Fernanda —España estaba asombrado al ver a dos de sus pequeñas hijas protegiéndolo del atlante, ambas le sonrieron y besaron sus mejillas, fue ahí cuando se percataron del moretón.


— ¿Por qué lastimaste a nuestro padre? —le preguntó Fernanda. La costarriqueña tenía el ceño fruncido, al igual que su hermana. A los ojos de Argos se veían tan adorables que hizo que todo el odio y rencor que sentía se desvanecieran.


—Niñas —las llamó Argos —, ¿lo quieren a pesar de lo que les hizo a sus padres y a ustedes?


 


Panamá se separó de España, se acercó más a su abuelo y le sonrió con cariño.


 


—Papá Antonio siempre fue bueno y cariñoso con nosotros —dijo Lucía —. Nos contaba cuentos y nos cantaba antes de dormir, nos enseñaba con paciencia y amor.


—Y no se enojaba cuando le hacíamos bromas —agregó la panameña.


—Él es nuestro padre —dijeron al mismo tiempo.


 


Atlántida suspiró pesadamente, cerró los ojos sintiéndose derrotado por primera vez. Sonrió, al menos habían sido sus nietas y no un enemigo.


 


 


Tratare de llevarme bien con él. Sus niñas sonrieron, le dieron un gran abrazo de oso antes de marcharse, dejándolos solos nuevamente.


 


—Les prometí que me llevaría bien contigo —dijo mirándolo con el ceño fruncido —, lo cumpliré… pero no significa que llegarás a agradarme —España sonrió de medio lado, él pensaba justamente eso.


 


 


OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO


 


 


Pedro y María estaban en la habitación de Mathew, el canadiense era muy apreciado por ambos hermanos; ellos eran de los pocos (si no los únicos) que no se olvidaban o ignoraban al rubio.


 


—Y entonces el dijo “¡Soy un héroe!” —los tres estallaron en risas. Con ambos mexicanos siempre eran risas, diversión. El canadiense se sentía a gusto estando con ellos.


—En verdad te compadezco Mat —comentó María dándole algunas palmaditas en la espalda.


—Es cierto, tener a Alfred como hermano… ¡y encima parecerte a él!, debe ser una tortura —agregó Pedro imitando la acción de su hermana.


 


Los dos morenos siempre terminaban dándoles sus condolencias por la mala jugada (según ellos), que el destino le había hecho al darle un gemelo tan idiota, escandaloso e insoportable como lo era Alfred F. Jones. Canadá tan sólo les daba una sonrisa nerviosa, sus primos mexicanos eran bastante peculiares.


 


 


— ¿Cómo será Atlántida? —preguntó Canadá ejerciendo un poco de presión en Kumajiro.


— ¿Quién eres? —le preguntó el oso.


—Soy Canadá —los dos morenos sonrieron, siempre les pareció graciosa la forma en la que el rubio y su mascota  se relacionaban.


 


Siguieron conversando por largo rato hasta que la voz de Argos se escuchó por toda la nave: habían llegado a su destino.


 


 


Al salir de la nave. La mayoría esperaba encontrarse con un paisaje destruido, pero en su lugar se toparon con una civilización floreciente. La arquitectura tenía una belleza casi mística, las calles estaban hechas de granito de un ligero color blanco. A lo lejos, se podía apreciar una pirámide aún más grande que las de Egipto, pero con un diseño parecido a las que se encontraban en Latinoamérica.


 


Fueron recibidos con los honores de los reyes; pasaron a través de varios jinetes con espadas en alto, formando una especie de túnel, la alfombra roja a sus pies era de un material bastante fino. Al final del camino se toparon con un hombre ataviado con túnicas de finas sedas, sobre su cabeza llevaba una especie de tiara de oro con una piedra en el centro que parecía ser jade. Tras él había varios vehículos  de extraños diseños que no tenían ruedas.


 


—Maestro Atlántida —habló el hombre haciendo una reverencia —, me alegra que regresara a salvo, ¿Ellos son sus nietos?


 


Atlántida negó con la cabeza; le explicó que muchos de ellos eran otros países que estaban ahí para conocer su casa. El hombre asintió con la cabeza; se presentó como Umna, miembro de la casa real.


 


Subieron a los transportes que, para sorpresa de todos, se levantaron varios centímetros del suelo. El viaje duró un par de horas, pues la gente salía de sus casas para vitorear a la caravana; lanzaban flores, algunas eran conocidas, otras no, pero todas despedían un dulce aroma.


 


Las calles no eran tan amplias como en las grandes urbes de Estados Unidos, ni había tantos edificios; el lugar era más parecido a las vías del gran imperio Azteca e Inca. Esto trajo a España una punzada de culpa, si nunca hubiese llegado a América (el continente), ¿Así luciría ahora?


 


El paisaje fue cambiando, dejando las casas y mercados atrás; a lo lejos pudieron ver un enorme muro y grandes construcciones: un palacio.


 


— ¡Se parece a la ciudad prohibida, aru! —exclamó china al ver las dimensiones, arquitectura y exquisitos diseños del lugar.


—Tal vez no lo recuerde —habló el atlante que conducía el transporte —; usted estuvo aquí cuando era un niño, mucha de su arquitectura la copió de la nuestra.


 


Los que iban con Yao se sorprendieron, no porque el chino hubiese visitado Atlántida antes y no lo recordaba, si no porque ‘¡había sido niño alguna vez!


 


Cuando llegaron fueron recibidos por un gran número de sirvientes, quienes tomaron a los invitados de Argos y los condujeron a sus habitaciones. Atlántida se fue a su oficina junto con Umna ya que éste estaba ansioso por saber de su sobrina y del mundo exterior.


 


—Las cosas fuera de Atlántida son peores de lo que imaginábamos —comentó Argos desolado.


—No me sorprende —dijo el hombre mientras servía un líquido azul en dos copas, le entregó una al país —. Hizo bien en alejarnos de eso.


 


Atlántida ya no estaba tan seguro, si se hubiera quedado, abría protegido a sus hijos. Suspiró; de nada valía pensar en el “quizás” y en el “hubiera”. Sus vástagos estaban muertos, pero podía intentar enmendar su error; educando a sus nietos y convirtiéndolos en imperios aun más grandes que él.


 


 


—Por cierto —habló Umna sacando al país de sus pensamientos —, el maestro Oberón y la maestra Asteria llegaron ayer. Deben de estar en el campo de entrenamiento.


 


Argos sonrió. Estaba seguro que Asteria era la única ahí, lo más seguro era que Oberón estuviese entre una enorme pila de libros. Dejó la copa en el escritorio, aun sin haberle dado ni un sorbo. Tomó su capa y se la colocó de lado, dejando un brazo descubierto y el otro completamente cubierto; se despidió del hombre y salió de la oficina.


 


 


 


Los países se encontraban en sus respectivas habitaciones, instalándose en lo que sería su hogar en lo que duraba su estadía. Los sirvientes les llevaron ropas a los latinos para que se cambiaran. Las chicas usarían vestidos con faldas que les llegaban un poco más arriba de las rodillas, los chicos usaban unas togas que les llegaban más abajo del muslo, como el que usaba Argos; por lo que todos decidieron usar pantalón o shorts de licra de bajo. Al conjunto se le agregó una tiara de oro con cuarzos de distintos colores para las chicas y un par de brazaletes gruesos del mismo material para los chicos.


 


 


Los latinos decidieron reunirse en la habitación de Brasil para comentar sus opiniones. Las chicas hablaban de los regalos que encontraron en sus alcobas que iban desde joyas hasta perfumes y vestidos de las telas más finas.


 


—Mujeres —comentaron los hombres soltando un suspiro conjunto.


—El viejo sí que se ha lucido —comentó Chile.


—La ropa, las joyas, las armas, ¡la comida! —dijo Cuba al recordar todo lo que encontró en su habitación.


—Deberíamos buscar la forma de agradecérselo —comentó Perú. Todos asintieron con la cabeza.


— ¡Hagamos una pachanga! —exclamaron ambos mexicanos.


—Me gusta la idea —comentó Brasil.


—Entonces hay que comenzar con los preparativos —dijo Cuba.


— ¡Yo pongo las chelas! —exclamó Pedro emocionado. Dos de sus maletas –las más grandes –, estaban repletas de tequila y otras bebidas alcohólicas.


—Nosotras nos encargaremos de la comida —dijeron las chicas al mismo tiempo.


—Esto, creo que estamos olvidando algo —comentó la pequeña Costa Rica.


— ¿Y qué es? —cuestionó Venezuela.


—Los otros países —todos suspiraron pesadamente.


—Che, no tenemos porque invitar a esos boludos —comentó Argentina cruzándose de brazos.


— ¿Ni a papi Toño, ni mami Roma? —cuestionó el pequeño Puerto Rico.


— ¡Ellos sí! —exclamaron/gritaron todos a la vez.


— ¡También Mathew e Iván! —exclamó María ocasionando un sonrojo en su mellizo.


— ¿Por qué invitar al oweonado de Rusia?  —cuestionó Chile ganándose una mirada asesina de María que asustaría a la misma Natasha —Yo nada mas decía.


 


Todos comenzaron a discutir cuando Paraguay se le ocurrió decir que debían invitar a todos, unos estaban de acuerdo en invitar a sus tíos Francia, Italia, Grecia, Prusia y Alemania, pero se negaban a que América y Rusia asistieran; finalmente quedaron de acuerdo en invitar a todos, (aunque deseaban pasar de Alfred).


 


Se pusieron a trabajar; la fiesta se efectuaría en la enorme estancia que separaba sus habitaciones. Cuando los sirvientes se enteraron de lo que estaban planeando los nietos de su amado país, no dudaron en ayudarlos, facilitándoles el trabajo.


 


 


OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO


 


 


Atlántida se encontraba con sus dos amigos en el campo de entrenamiento. Argos y Asteria acababan de terminar su duelo amistoso quedando en empate.


 


—Así que trajiste a los lastres —habló Oberón sin despegar la mirada de su libro. Estaba sentado sobre el muro que separaba el campo de las gradas. Atlántida asintió con la cabeza.


—Tsk. En verdad no sé por qué los has traído —habló Asteria cruzándose de brazos.


—Oberón. Tú, como el gran Avalón deberías estar preocupado por tus hijos —comentó Argos para después mirar a la única mujer de los tres —, y tú…


—Sí, sí, yo como Temiscira debería preocuparme por el retrasado mental de mi hermano —dijo de mala gana.


—No todos somos como tú, viejo amigo —Avalón dejó su libro de lado para mirar a Argos. Temiscira le dio la razón a su compañero.


 


 


Atlántida fue quien decidió dejar el mundo, hundiéndose en las aguas del océano, mientras que ellos habían sido desplazados… de no haber sido por Argos, ellos hubiesen desaparecido como sus antecesores.


 


 


Mientras tanto, Alfred estaba explorando (cofespiandocof).  Caminaba por los amplios pasillos, seguro de que nadie se daba cuenta de su presencia. Se escondía cuando escuchaba que alguien se acercaba.


 


 


Descubrió por accidente la casa de Atlántida, donde se hospedaban los latinos. Entró con sigilo; llevaba más de diez minutos ahí cuando divisó a Pedro hablando animadamente con Luciano. Alfred frunció el ceño, el brasileño estaba demasiado cerca del mexicano para su gusto. Se escondió tras una esquina cuando ambos latinos se fueron acercando; ninguno de los morenos pareció darse cuenta de la presencia del rubio.


 


— ¡Esta vez sí le ganaré al tío Gil! —comentó México animado. Luciano soltó una risita.


—Si el premio es un beso de Rusia-san. Estoy seguro que sí —Alfred frunció el ceño, vio como Pedro se ponía nervioso y comenzaba a mover los brazos de arriba abajo violentamente diciendo cosas que ni él mismo comprendía.


 


Ambos latinos desaparecieron al doblar una esquina, no lo habían descubierto.


 


Ese comunista se las pagaría, ¡Pedro era suyo! ¡Le pertenecía! Y no iba a dejar que ese idiota amante del vodka tocara su propiedad.


 


 


—Esto no se quedará así.


 


 


 


OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO


 


 


 


Rusia caminaba por los enormes pasillos del palacio, estaba triste pues Pedro y María no se encontraban con él. Por el camino se topó con algunos sirvientes que no parecían temerle, tal vez porque no lo conocían o simplemente porque no producía ningún sentimiento de temor. Finalmente, le preguntó a uno de ellos por el lugar donde se hospedaban los latinos.


 


 


Ellos se encuentran en el palacio del maestro Atlántida. El joven sirviente se ofreció a llevarlo, Iván agradeció la ayuda.


 


Para llegar a casa de Argos debían atravesar el pequeño bosque a caballo o en auto pues el trayecto era de dos horas. Justo cuando el sirviente traía las monturas; Argos y sus amigos aparecieron montados en tres majestuosos caballos tan negros como la noche.


 


 


—Iván —habló Atlántida bajando de su caballo —. ¿Sucede algo? —cuestionó. Rusia negó con la cabeza le dijo que sólo quería ir a ver a Pedro y a María.


 


Argos sonrió; escuchó la risa burlona de su amigo y recordó que no los había presentado.


 


—Iván, ellos son Avalón y ella es Temiscira —el ruso se sorprendió un poco, pero no demasiado. Con Atlántida se podía esperar cualquier cosa.


—Es un placer —habló Avalón mas por obligación que por educación —. Puedes llamarme Oberón.


—A mi Asteria —agregó la mujer con parsimonia.


—Yo soy Rusia, mi nombre humano es Iván Braginski, da —se presentó con una sonrisa infantil.


 


Ambos asintieron con la cabeza a modo de saludo.


 


—Nos veremos después —dijo Oberón, el aludido asintió. Ambos se marcharon a todo galope dejando a Argos e Iván solos. Atlántida miró al ruso; le dijo que él lo llevaría con sus nietos pero que antes tenían que arreglar un pequeño asunto.


 


 


 


Los latinos ya habían terminado con los preparativos. Los adornos en las paredes eran de vistosos colores, las cadenas de papel picado, los arreglos de flores; todo le daba al lugar una alegría única que sólo ellos podían darle.


 


Poco a poco, los países fueron llegando. Atlántida y Rusia fueron los últimos. La fiesta era animada por toda clase de música; salsa, cumbia, rancheras, corridos, etc.


 


—Kesesese, ¡ustedes no podrán ganarle al gran awesone! —exclamó Gilbert. Pedro sonrió, ¡esta vez sí le ganaría a Prusia!


 


México del Norte, Alemania, Rusia, junto con Francia y otros países más. Comenzaron un concurso de bebidas.


 


— ¿Podemos participar? —les preguntó Asteria sonriendo con superioridad, a su lado estaba Argos.


—Kesese, una chica no…


—¿Acaso temes que una “débil” mujer pueda ganarte? —lo interrumpió Temiscira con tono lúgubre haciendo que el albino tragara grueso, ella daba miedo.


 


El concurso dio inicio; vaso tras vaso, botella tras botella. Finalmente sólo quedo Gilbert, Pedro, Ludwig, Asteria y Argos. Los tres primeros ya comenzaban a marearse, la mujer sonrió; el único que podía aguantarle el ritmo era Atlántida. Finalmente, quedaron los dos mayores.


 


—¡Tú puedes tata! —lo animaban sus nietos. Él y Asteria ya llevaban doce botellas e iban en aumento. Ambos amigos se sonrieron.


 


¡Empate!


 


 


 


A la mitad de la fiesta; Rusia tomó a México del Norte y se lo llevó. A fuera los esperaba un caballo. Pedro miró a Iván pero éste, sólo le sonrió subiéndolo a la montura junto a él. Cabalgó hasta llegar a un pequeño lago que se encontraba a una hora de la casa de Argos.


 


 


Pedro estaba sorprendido, cerca del pequeño lago estaba un mantel con algunos dulces, vino enfriándose en hielo y dos copas. Bajaron del caballo; Pedro estaba confundido, ¿Qué era todo eso?


 


 


—¿Iván…? —si Pedro iba a decir algo, no pudo pues los labios de Rusia se lo impidieron. Al principio el moreno se impresionó, pero después cerró los ojos disfrutando el dulce sabor de la boca del albino.


 


Aquel beso era tan deseado, tan anhelado por ambos. Parecía un sueño y ninguno deseaba que terminara pero inevitablemente sus pulmones clamaron por aire.


 


—Iván… —Rusia le sonrió. Acarició los húmedos e hinchados labios del moreno con la yema de sus dedos, eran tan suaves.


—Me gusta mucho Pedro —el aludido se sonrojó —. ¿A Pedro le gusta Iván?


 


México se sentía en el cielo; esta vez, fue él quien inició el beso, al terminar dijo: Da.


 


—¿Pedro quiere ser uno conmigo? —el moreno asintió más que feliz, ¡por supuesto que quería!, él amaba a Iván, a ése mismo a quien consideraban un monstruo pero que en realidad era una persona dulce, tierna y cariñosa.


—Te amo —sí, definitivamente Pedro José García estaba completamente enamorado de Iván y por supuesto que el ruso le correspondía.


 


 


Continuara…


 


 


 


OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO


 


 


Proximo capitulo Lemon!!!!


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