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Risorgimento por lizergchan

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Notas del capitulo:

Lo prometido es deuda

 

Aqui les traigo el lemon!!

Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, sino a su autor Hidekaz Himaruya—sama, este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.


Parejas: RusiaxMexico, kesesee


Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene YAOI, Lemon, ¿Quieren mpreg?, rape, angustia (para Alfred XD), y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.


Beta: Usarechan.


 


 


 


OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO


 


 


 


Capítulo 5.- En la guerra y en el amor parte II 


 


—¿Pedro quiere ser uno conmigo? —el moreno asintió más que feliz, ¡por supuesto que quería!, él amaba a Iván, a ése mismo a quien consideraban un monstruo pero que en realidad era una persona dulce, tierna y cariñosa.


—Te amo —sí, definitivamente Pedro José García estaba completamente enamorado de Iván y por supuesto que el ruso le correspondía.


 


 


La noche estaba tan tranquila y mística. Era como si el bosque mismo deseara aquel anhelado encuentro. Iván creía estar en un sueño. No estaba acostumbrado a sentirse así. Era cálido, reconfortante, y a la vez muy extraño. Una tersa mano acarició su rostro y unos brillantes ojos cafés lo miraron con deseo.


 


— Pedro... — susurró, comprendiendo que no era un sueño. Todo era realidad.


 


El moreno le sonrió, buscó sus labios para fundirlos con los suyos en un profundo beso; Rusia fue empujando al mexicano hasta hacerlo recostar por completo en el mantel. Acarició su cabello, titubeante al comienzo, con más confianza y cariño después. Era tan suave y despedía un agradable olor a chocolate.


 


Deslizó sus manos hasta el cuello del joven país, sintió su piel cálida y suave, su respiración comenzando a agitarse. Se alejó del cuello del moreno, subió a su rostro, posando la mano en su mejilla que a pesar de la escasa luz se podía apreciar un hermoso sonrojo.


 


Rusia se inclinó sobre el joven, casi rozando sus labios, sintiendo el cálido aliento que despedía un tenue olor a licor. Pedro entreabrió los ojos en el momento en que Iván lo besó bruscamente; no se quejó, él también sentía la misma desesperación que el ruso. Abrazó al albino, era imposible que se sintiera más feliz. Tenía a Iván con él, besándolo, bajando por su cuello, dejando un húmedo rastro y hasta besar su pecho.


El ruso se detuvo un momento para quitarle la toga, dejándolo sólo con los pantalones de licra que eran como una segunda piel. El mexicano también hacía lo propio despojando al mayor de la pesada gabardina y la delicada bufanda que Iván siempre usaba.


 


La lengua del albino comenzó a jugar con los erectos pezones de Pedro. El ruso acarició la espalda del joven, arañándola suavemente, produciendo deliciosos escalofríos en el mexicano.


 


Pedro lo acariciaba también, tocando su torso desnudo, intensificando los suaves roces cuando Iván aumentaba sus besos. En alguna parte de su mente, estaba aterrado por el giro que comenzaban a tomar las cosas. El recuerdo de las innumerables veces que Alfred lo tomó, aún estaban demasiado claras en su mente y ver que el albino parecía dispuesto a hacer lo mismo...


 


Pero tenía temor de negarse. Miedo de que Iván pensara que lo estaba rechazando. Trataba de disfrutar de cada movimiento que hacía e intentaba no pensar en Alfred, no ver su rostro ni su expresión. Cuando Iván  comenzó a quitarle los pantalones, Pedro se mordió los labios para evitar decir algo. Sólo cerró los ojos, clavando sus uñas en los hombros del albino hasta que brotó sangre. Sabía que Iván no era igual a América, porque lo estaban haciendo por amor, algo que nunca podría llegar a sentir por ése yanqui.


 


 


Iván lo observó, sus mejillas sonrojadas, su respiración irregular. No le importaba el dolor que Pedro le producía al herirlo en los hombros, pero le llamaba la atención el miedo que parecía tener. Se inclinó un poco más, tirando de los pants de Pedro hasta deslizarlos por las piernas del joven y lanzarlos lejos, junto con los calzoncillos. Entrecerrando los ojos observó su cuerpo, viendo pequeñas marcas de cicatrices en su pecho, brazos y piernas que no parecían haber sido causadas por alguna guerra. Acaso...


 


— Pedro — murmuró, sintiendo que la rabia lo llenaba. Siguió las marcas con la mirada, bajando por el pecho, hacia el vientre, por su entrepierna, los muslos y ahí estaban unas iniciales: AFJ. No pudo evitarlo, apretó los puños, descargando un fuerte golpe contra la tierra, dejando escapar un kolkolkol.


 


 


¡¿Ese maldito rubio se había atrevido a tocar a Pedro?! ¡¿Por qué México no le dijo nada?!


 


 


Sintió que una mano se cerraba alrededor de su puño que temblaba debido a la fuerza del golpe. Levantó la mirada, y a través de sus lágrimas de rabia vio que Pedro negaba con la cabeza.


 


Estoy bien, parecía decir. Ayúdame a borrar su recuerdo de mi cuerpo y de mi mente.


 


Y como Iván no se movió, Pedro se incorporó a medias para besarlo de nuevo. Pasó sus brazos alrededor del furioso albino, atrayéndolo hacia sí, contra la manta.


 


El albino no dijo nada, sólo devolvió el beso. Pasó su mano sobre el cuerpo desnudo del joven, por sobre las iniciales, como si quisiera hacerlas desaparecer con su calor.


Volvió a crear un camino desde sus labios hasta su pecho. Pedro se estremeció ante esto, Iván sonrió. Comenzaba a hacerse adicto a esa piel, a esos gemidos.


 


Mientras lamía a la altura de su estómago, su mano buscó la entrepierna de Pedro, sintiendo su erección, cerró sus dedos alrededor de la capital del chico, frotó lentamente. Oyó que Pedro contenía el aliento debido a la sorpresa y lo acarició de nuevo, para oírlo dejar escapar un gemido.


 


Iván.


 


 


En silencio, continuó bajando un poco más, hasta que finalmente pudo envolver con sus labios aquella firme calidez. Succionó despacio, complacido al oír que la reacción del joven fue un gemido ahogado. Sentía su propia y dolorosa excitación. Quería tomar al moreno en ese momento, pero al mismo tiempo quería hacerlo sentir que ya no soportaría más. Deseaba seguir oyendo sus gemidos de placer.


 


Lamió la palpitante hombría. Pedro arqueó la espalda, mordiéndose el labio inferior; jamás había experimentado tanto placer. Llevó sus manos al cabello de Iván, obligándolo a tomarlo más y luego alejarlo unos milímetros, imponiéndole un ritmo acompasado por los sonidos que escapaban de sus labios.


 


Acarició la entrepierna del mayor con su pie derecho, mientras que, Iván buscaba la entrada del moreno, intentando no pensar en las iniciales que el rubio había dejado en la piel morena.


 


Alfred pagaría caro ese atrevimiento.


 


 


Bajó nuevamente, pero esta vez no aprisionó el miembro del moreno, se dirigió directamente al pequeño orificio que invadió con su lengua de tal forma que el joven se sintiera próximo al clímax, para luego dejarlo ir y volver a comenzar.


 


— Iván... hazlo... quiero ser uno contigo — murmuró Pedro en algún momento, sus ojos entreabiertos intentando enfocarse en el albino, que sonreía levemente. No, no lo iba a complacer aún.


 


El joven país se incorporó, extendiendo su mano para posarla tras el cuello del albino y atraerlo hacia sí y poder besarlo. Imitó sus movimientos, dejando sus labios y comenzando a bajar por el pecho desnudo de Iván. El albino estaba sentado entre el pasto y la manta, Pedro tuvo que inclinarse para poder buscar el botón de sus pantalones, su cabello castaño ocultaban sus mejillas furiosamente sonrojadas.


 


El súbito contacto de los labios de Pedro contra su excitación hizo que Iván dejara escapar un gemido, mientras cerraba los ojos. México no tardó en lamer completamente el sexo del albino como si se tratara de una paleta de caramelo; él mismo gemía y jadeaba, porque en ningún momento Iván lo dejó ir.


 


Los dedos del ruso entraron en el moreno, preparándolo para lo que seguía.


 


Iván comprendió el propósito de Pedro, aún era demasiado pronto. Continuaron así un momento, conteniéndose, ahogando gemidos; las manos acariciando, los labios devorándose. Atrajo a Pedro hacia sí, posando sus manos en la cintura del joven, sentándolo casi sobre sus piernas. Pedro lo abrazó con fuerza, rodeando su cuello, preparándose para lo que debía venir.


 


— Te amo... — dijo el mexicano, cuando el sexo de Iván tocó su entrada, pero el susurro pronto se convirtió en un gemido. Se deslizó hacia adentro con un ligero empujón y otro gemido de Pedro en su oído lo hizo cerrar los ojos. Ambos ganaron un ritmo que lo hizo entrar más y más en el joven, que ahogadamente jadeaba contra su cuello.


 


Tener a Pedro en sus brazos era tan placentero, esconder su rostro en el cuello moreno, y sentir su familiar presencia.


 


 


La presencia de Alfred siempre acosando a Pedro, eso lo llenaba de miedo e impotencia porque no podía estar siempre a su lado para poder protegerlo. El temor de perderlo sólo hacía que Iván deseara más que nunca ser uno con él.


 


La sensación que los embargaba era extrema y las oleadas de placer los recorrían intermitentemente. Un ligero movimiento y ambos apretaban los ojos, dejando escapar un jadeo. Pedro era quien llevaba el ritmo ahora: arriba y abajo, aumentando la velocidad a medida que ambos se acercaban al clímax.


 


Lo alcanzaron al mismo tiempo, el placer convirtiéndose en una explosión de calidez entre ellos, un gemido conjunto salió de sus bocas, resonando en el bosque.


 


Permanecieron así, con sus cuerpos sudorosos, abrazados. Rusia aún no había salido de Pedro y cuando hizo intento de hacerlo, el moreno lo detuvo.


 


—Quiero estar así un ratito —Iván sonrió, besó la frente de su moreno y los cubrió a ambos con el mantel. La comida y el vino estaban regados en el suelo, inservibles.


 


 


OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO


 


 


 


Era más de media noche cuando la fiesta terminó, muchos de los países se habían quedado dormidos en el suelo o en algún mueble, tal era el caso del conocido Bad trió que dormían plácidamente en uno de los amplios sillones. Gilbert tenía a Roderic con su cabeza recostada en el pecho, Antonio a Lovino y Francis a Arthur, éste último tenía una mueca de disgusto, aunque estaba bien sujeto al francés. Algunos latinos estaban en el suelo, junto a sus hermanos o solos.


 


 


Atlántida aún estaba despierto, su nieto y Rusia no habían regresado pero no estaba preocupado por él, su instinto le decía que Iván jamás lo dañaría.


 


Salió a la terraza para tomar un poco de aire fresco; ahí se encontró con Avalón y Temiscira, ambos sentados en el barandal, mirando la luna que bañaba todo con su delicada luz.


 


—Esto es lo que más extrañaba —comentó Oberón —. La brisa, la luna, el calor del sol… había olvidado lo bien que se sentían.


 


Argos se deprimió; su egoísmo había sido la perdición de sus hijos y el sufrimiento de su gente y de sus amigos.


 


—Lo siento —se disculpó Argos llamando la atención de ambas islas que hasta ese momento no se habían percatado de su presencia —, si yo…


—Hiciste lo que era mejor para tu gente —lo interrumpió Asteria —. Nos salvaste a tu pueblo y a nosotros.


—Sacrificaste mucho de tu territorio por ello —agregó Oberón.


—Pero si me hubiera quedado… de no haber sido tan cobarde, tal vez mis hijos… —Avalón y Temisquira pusieron un dedo en los labios del mayor, haciéndolo callar.


 


Eres un padre maravilloso, pero a veces exageras sobreprotegiéndolos.


 


Atlántida no dijo nada, sólo atinó a bajar la mirada. Asteria tomó a Argos por la barbilla, obligándolo a mirarla; esos ojos verde oliva que alguna vez amó tenían un brillo de preocupación.


 


—¿Recuerdas por que los dioses nos pusieron el rostro adelante y no atrás? —lo cuestionó.


 


Para que siempre miráramos al presente y no al pasado.


 


Atlántida sonrió. Agradecía infinitamente que Oberón y Asteria estuvieran con él, de no haber sido por ellos, quizás se habría dejado arrastrar por la oscuridad de su pasado. Continuaron hablando de lo mucho que el mundo cambió en su ausencia.


 


—Es hora de ir a dormir —dijo Avalón. El cielo ya comenzaba a matizarse con los colores del amanecer.


—Vayan ustedes —habló Argos —, esperaré la llegada de mis nietos.


 


Ninguno dijo nada al respecto, se despidieron del atlante y se fueron a sus respectivas habitaciones para descansar, por lo menos unas horas.


 


Argos levantó la vista al cielo; la luna aún continuaba en lo alto, transmitiéndole un extraño sentimiento.


 


Tlazoltéotl —murmuró.


 


 


OoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoOoO


 


 


Iván tenía a Pedro entre sus brazos, ambos continuaban desnudos, cubiertos por la manta y el grueso abrigo del ruso. El albino se maravillaba contemplando al moreno mientras éste dormía; era tan hermoso, su pequeño cuerpo, musculoso pero no demasiado. Su cabello rebelde y a la vez suave, como Pedro; esos ojos que le mostraban siempre su infinito amor. Todo él había logrado derretir su corazón.


 


Los rayos del sol comenzaron a filtrarse por las copas de los árboles, testigos de la entrega de los amantes. El mexicano comenzó a removerse cuando la luz le dio de lleno en el rostro. Abrió los ojos, encontrándose con la sonrisa de Iván, le devolvió el gesto y lo besó con cariño.


 


—Buenas, Iván —dijo el moreno. Su voz estaba cargada de júbilo.


—Pedro se ve muy hermoso mientras duerme, da —el comentario hizo que el aludido se sonrojara.


 


México se incorporó, olvidando que estaba completamente desnudo, regalándole a su amante una hermosa vista que no había podido admirar la noche anterior a causa de la precaria luz. Iván frunció el ceño cuando su atención se centró en aquellas iniciales; al notarlo, Pedro intentó cubrirse con la manta pero Rusia no se lo permitió.


 


—¿Cuándo? —cuestionó. Pedro bajó la mirada, se sentó en el suelo frente a Iván.


 


Cuando me quitó mis gafas, también abusó de mí.


 


Algunas lágrimas escaparon de los ojos de Pedro; recordó las innumerables veces que le siguieron a esas, todas igual de horribles que la anterior.


 


—¿Por qué no me lo dijiste? —le cuestionó mientras lo abrazaba.


 


Porque Alfred me amenazó con hacerle lo mismo a María.


 


La confesión hizo que la furia aumentara más, ¡ése maldito capitalista iba a pagar con sangre todo el daño que le hizo a Pedro!


 


 


 


La mayoría de los países ya estaban despiertos, aunque muchos no por gusto. El desayuno estaba listo y servido en el enorme comedor que nada tenía que envidiarle al del palacio de Versalles o cualquier otro. Alfred se percató que los únicos que faltaban eran México del Norte y el comunista. Miró de reojo a Atlántida quien también se percató de la ausencia de su nieto; sonrió, el imperio se veía molesto.


 


Pasaron unos minutos antes de que las enormes puertas se abrieran, permitiendo el paso a ambas naciones. América frunció el ceño al notar que ambos venían tomados de la mano, pero volvió a sonreír cuando Argos se levantó de su lugar, dirigiéndose a la pareja ante la atenta mirada de los presentes.


 


Las naciones enteras contuvieron el aliento cuando Argos comenzó a levantar el brazo, ¡era el fin de Iván! Todo quedó en silencio cuando la mano se posó con delicadeza en el hombro del ruso en vez de golpear su rostro.


 


—¿Eres feliz? —le preguntó al moreno, éste sonrió. Miró al ruso que mantenía una sonrisa infantil —Bienvenido a la familia —todos estaban con la boca abierta, ¡acaso Argos se había vuelto loco!


 


Oberón y Asteria comenzaron a aplaudir, a ellos se les unió México del Sur, los otros latinos y finalmente los demás, sólo Alfred se mantuvo quieto.


 


América estaba furioso, ¡esto debía ser una broma!, ése maldito ruso se las iba a pagar, le haría sufrir como nunca.


 


 


 


Después del desayuno, muchos países se fueron a sus habitaciones para descansar; por desgracia, Pedro no pudo pues su melliza irrumpió en su alcoba gritando enfurecida. Pedro bajó la mirada, nunca creyó que su hermana pudiese estar enamorada de Rusia.


 


 


—¡Eres un traidor y un egoísta! —repetía mientras lo golpeaba en el pecho, tenía algunas lágrimas en sus ojos.


—María, yo…


—¡Yo quería ser la primera en enterarme! —Pedro estaba realmente confundido, ¿Qué era lo que su hermana le reclamaba?


 


 


¡Soy tu melliza!, ¡yo debí ser la primera en saber de tu relación con Iván!


 


 


Fue entonces que Pedro comprendió el enojo de su hermana y se sintió culpable. Desde que eran niños, siempre se contaban todo, no había secretos entre ellos, bueno… sólo uno: Las vejaciones a las que Alfred lo sometía.


 


—Lo siento —se disculpó —, yo sé que debí decírtelo a ti primero, pero… —tragó grueso cuando la furiosa mirada de la morena se concentró en él.


—Cuéntamelo —¿ah?, nuevamente estaba confundido —, suelta la sopa, quiero saber cómo te fue con Iván.


 


Los colores se le subieron a la cara, ¡su hermana era una pervertida! Definitivamente María pasaba demasiado tiempo con Hungría. Terminó contándole lo sucedido; cuando la mexicana estuvo satisfecha, le dedicó una sonrisa a su muy avergonzado hermano y se fue.


 


—A veces me da miedo —se dijo Pedro soltando un suspiro. De ahora en adelante sería acosado por su hermana cada vez que tuviera intimidad con Rusia.


 


Ya me chingé…


 


Tomó una muda de ropa y se metió al baño para tomar una ducha.


 


El cuarto de baño era enorme; había una alberca poco profunda en la que fácilmente podía entrar toda su familia y aún sobraría espacio, en el agua flotaban pétalos de rosas rojas. Se desvistió, entrando de lleno al  agua, ¡estaba perfecta!


 


El cuarto de baño parecía haber salido de alguna película de la antigua Roma o del antiguo Egipto, por sus diseños.


 


 


Cerró los ojos, disfrutando de la sensación que producía el agua al contacto con su piel y la tranquilidad del momento. De pronto, algo lo jaló bruscamente, lanzando su cuerpo desnudo contra el frío suelo de mármol.


 


—Did you have fun with the communist, little bitch?


—Alfred… —Pedro miró aterrado a su agresor. Los ojos de América destilaban veneno, su rostro estaba contraído a causa de la furia que lo invadía.


 


Estaba perdido…


 


 


 


Continuará…


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