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Risorgimento por lizergchan

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Notas del capitulo:

Nuevo capitulo!!!!

Disclaimer: Los personajes de Hetalia no me pertenecen, sino a su autor Hidekaz Himaruya-sama, este fic lo hice sólo y únicamente como diversión.

Parejas: RusiaxMexico, kesesee

Aclaraciones y Advertencia: Este fic contiene YAOI, Lemon, mpreg, rape, angustia (para Alfred XD), y lo que se me vaya ocurriendo, kesesesese.

Beta: Usarechan.

 

 

 

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Capítulo 16.- Nacimientos y declaraciones

 

 

La reina Kiara había dado un discurso que logró convencer al mundo de la inocencia de los atlantes por ende, la reunión se llevó a cabo sin más complicaciones, aunque la tensión se sentía en el ambiente.

 

Los líderes de la milicia de Atlántida habían reforzado la seguridad, ahora no sólo los Leviatanes protegían a su país; en los últimos días, dos nuevos grupos Hidra y Mictlán, la fuerza naval y aérea respectivamente, habían entrado en acción para salvaguardar la integridad de todos los ciudadanos.

 

 

 

Esa mañana, Pedro fue trasladado a su habitación para que estuviese más cómodo. Después de estar una semana dentro de la cámara de recuperación; por fin conocía a su hijo.

 

Rusia miraba con ensoñación a su pareja mientras éste acunaba al pequeño en sus brazos.

 

—Tiene tus ojos —dijo Pedro a Iván. El ruso sonrió y besó los labios de su pareja sin importarle que sus suegros,  algunos de sus cuñados y su hermana mayor estuvieran observándolos.

—Pero gracias al cielo que sacó tu nariz —comentó Antonio causando que su hijo y su “yerno” lo fulminaran con la mirada.

—¿Cómo piensan llamarlo? —preguntó Romano mientras acariciaba su abultado vientre.

—Se llamará Alejandro Nicolai —respondió Pedro. En ese momento, el pequeño comenzó a llorar clamando por alimento.

—Pero… ¿Por qué tiene el cabello blanco? —cuestionó Ucrania. Los presentes fijaron la vista en el bebé que comía tranquilamente.

 

 

En los últimos días, la cabellera del pequeño Alejandro había adquirido un blanco que parecía tener luz propia, igual al de Argos y los atlantes.

 

—Parece que abueleo* —comentó María entre risitas.

—Tal vez tenga que ver con que fue concebido y nacido en Atlántida —comentó Cuba.

—Tiene mucho sentido —lo apoyó Chile.

—Yo sólo espero que no saque lo idiota de su abuelo —comentó Romano mirando a España.

—¡Oh!, Lovi eres muy cruel —lloriqueó Antonio ocasionando que sus hijos se rieran de la expresión de su padre.

—Por cierto —dijo Pedro después de un momento —. ¿Dónde está tata? —todos se miraron entre sí. Lo cierto era que Argos había estado actuando extraño en los últimos días. Los latinos sospechaban que tenía que ver con los recientes atentados ocurridos a Estados Unidos y a México.

 

 

 

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Argos y Temiscira se encontraban reunidos con Kratos, Atal, Tleyotl, Comandante de las fuerzas aéreas y la reina Kiara.

 

 

Estados Unidos se había negado a seguir participando en la reunión si Atlántida lo hacía, incluso había hecho un veto a todo lo que viniera del viejo Imperio –como si eso realmente pudiese afectarlos –. Lo más preocupante eran las recientes noticias; los atlantes que se encontraban en el país Norteamericano habían comenzado a ser asesinados brutalmente, otros con más suerte, eran encarcelados por crímenes que no cometieron o eran golpeados sin que sus agresores tuvieran castigo.

 

—Esto es una provocación para que declaremos la guerra y seamos vistos por el mundo como los malvados y ellos como las víctimas —dijo Asteria cruzándose de brazos.

—Si es lo que quieren, hay que darles gusto —habló Tleyotl con seriedad. Los dos militares asintieron con la cabeza.

—¡¿Están locos?! ¡¿Tienen una maldita idea de lo que pasara si Argos vuelve a probar la sangre?!

—Asteria, por favor, tranquilízate —le pidió Argos.

—Mucho me temo que una era oscura será nada comparado a una guerra con América —comentó Atal con voz trémula. Estaba consciente de los sentimientos del imperio y lo que éste haría para proteger a su familia, sin importarle que esto lo llevara a la destrucción.

 

Atlántida cerró los ojos, meditando lo que debían hacer para procurar el bienestar de su gente y también de su familia.

 

—Comandante Tleyotl —lo llamó Argos con severidad, sus ojos tenían un ligero brillo carmesí —, ordene a una flota de naves comerciales ir a América y traer a los nuestros.

—¿A toda América, maestro? —Atlántida negó con la cabeza.

 

Sólo Estados Unidos y Canadá.

 

Argos lo sentía por Mathew pero el parecido que la gente de ambos países tenía era demasiado y si no vetaba también a Canadá podría llegar a ser un grave riesgo para la seguridad de su imperio.

—Me parece que es lo mejor… al menos por el momento —dijo Kratos dándole la razón a su nación.

—No estoy de acuerdo —habló Kiara por primera vez desde que iniciara la reunión.

—¿Qué sugiere? —cuestionó Asteria —Canadá me agrada, es un gran chico pero no veo otra alternativa.

—Enviaré un mensaje a la ONU informando lo sucedido y también nuestra decisión de sacar a nuestros hermanos de Estados Unidos… no haremos nada que sea considerado hostil y le de las armas a ése… país.

—¿Qué podría hacer esa ONU por nosotros? —Kratos era escéptico, desconfiaba de todo los extranjeros y dudaba que estos hicieran algo por ayudar a un imperio al que, seguramente consideraban un intruso.

 

 

 

La xenofobia era algo común en Atlántida, sobre todo entre sus líderes, pero, esta vez, el General tenía razón para pensar de esa manera.

 

 

 

En Norteamérica; Alfred y el secretario de Defensa habían logrado convencer al congreso del peligro que Atlántida representaba para el país; como resultado, muchos atlantes habían terminado en prisiones federales, siendo tratados como criminales de alto nivel. A muchos de ellos los torturaban para sacarles información sobre su nación, pero había sido inútil, todos los prisioneros eran simples civiles no mayores de dieciocho años que se habían ofrecido para prestar ayuda humanitaria al mundo y que ahora, se arrepentían profundamente.

 

 

En una habitación, se encontraba una joven de largos cabellos blancos, ahora manchados por la sangre y tierra, su piel estaba lacerada a causa de la tortura a la que era sometida por su verdugo… un oficial estadounidense que era de rasgos latinos pues sus padres eran de ese origen, aun así, el hombre se deleitaba lastimando a la chica que tenía la misma edad que una de sus hijas.

 

 

—¡Te he hecho una pregunta, asquerosa atlante! —le gritó antes de propinarle una bofetada que acabó por romperle el labio.

—Y-yo… n-no… no lo sé… —dijo entrecortado, sus ojos estaban completamente enrojecidos a causa del llanto que la invadía.

—Olvídalo —dijo Alfred quien acababa de entrar —, ella no sabe nada.

—¿Cómo esta tan seguro?

—Estuve en Atlántida lo suficiente como para saberlo —respondió simplemente —. Llévala con los demás y ve que atiendan sus heridas.

—Sí, señor.

 

 

 

Ajeno al sufrimiento de los atlantes y la iniquidad de Alfred. Inglaterra, Francia y Canadá se encontraban con Oberón; el antiguo reino los había llevado hasta sus jardines secretos. El lugar era una pequeña floresta donde habitaban hadas, unicornios, duendes e incluso había un dragón dormitando en los márgenes del lago.

 

—¡Es hermoso! —dijo Inglaterra fascinado con lo que veía. Algunas hadas se le acercaron curiosas.

—Esto es todo lo que queda de mi casa… mi corazón —dijo Oberón con cierta tristeza —. Argos fue quien lo salvó de ser destruido.

 

Un hada se posó en el hombro de Avalón mientras que un unicornio lamía su mano para que lo acariciara.

 

—Disculpe, ¿Por qué nos trajo aquí? —preguntó Canadá temeroso de no ser escuchado. Como respuesta, Avalón se acercó a él y acarició su cabeza, dándole una sonrisa, de esas que creyó no poseer.

—Es aquí donde mi nieta, tu hermana ha de nacer…

—¿Aquí? —cuestionó Francia. No le agradaba que su princesa naciera en un lugar como ese, sin higiene alguna.

—Todos mis hijos nacieron en un lugar como este —Arthur no lo sabía, de hecho, ni siquiera recordaba a la persona que lo engendro.

 

En un tiempo, Avalón fue uno de los lugares elegidos por las naciones para casarse, engendrar y donde las nuevas naciones nacían.

 

 

Francis estaba pensativo; había algo que rondaba su cabeza desde que se enteró del estado de Inglaterra pero que por uno u otro motivo no había podido indagar.

 

—¿Qué serán los bebés? —Oberón miró a su yerno sin entender —. ¿Serán naciones? ¿Estados?, ¿repúblicas?, ¿capitales?...

 

Avalón lo meditó un momento, no estaba seguro de si estaba o no en lo correcto al hablar.

 

 

En las fronteras de Atlántida se habían descubierto cinco pequeñas islas que estaban comenzando a ser pobladas pero había algo que no concordaba, eran seis niños los que nacerían (o nacieron en el caso de Alejandro), ¿significaba que los mellizos serían una sola nación?

 

 

 

Poco después, Canadá y Avalón se fueron para dejar a la pareja a solas; Mathew quería hablar con Oberón pero le daba vergüenza hacerlo delante de su papá Francis y de Inglaterra. Fueron a la biblioteca privada del mayor, ahí nadie los molestaría.

 

 

—¿Qué querías decirme, pequeño? —Avalón sabía bien que no era un padre o abuelo cariñoso como lo era Argos, pero el pequeño canadiense le provocaba sentimientos de ternura que el antiguo reino no sabía que tenía.

—Señor Oberón… —el aludido lo abrazó en un impulso, haciéndolo callar.

—Eres el hijo de Arthur, por tanto mi nieto —Mathew bajó la mirada avergonzado. No estaba acostumbrado a recibir muestras de cariño pues casi siempre era invisible para los demás.

—¿Qué sucederá con Alfred? ¿Le declararan la guerra? —preguntó preocupado.

 

Avalón le aseguró que argos, lo menos que quería era tener una guerra pero eso no le impediría proteger a su gente y a su familia.

 

“Si habría guerra, definitivamente no sería Atlántida quien la iniciara”.

 

Poco a poco, Oberón fue cambiando el tema; quería saber más de Canadá, deseaba compensar de alguna forma su ausencia, no sabía porque pero tenía esa enorme necesidad.

 

—Oberón… ¡oh!, lo siento —era Argos que acababa de entrar, se veía bastante agotado, unas marcadas ojeras enmarcaban sus ojos.

—Está bien —dijo el aludido sin ocultar su preocupación por el atlante —. Mathew, nos veremos a la hora de la cena, te llevare a comer donde tú quieras —el canadiense asintió con la cabeza, besó la mejilla de su abuelo e hizo una reverencia al viejo imperio antes de irse.

 

Atlántida se recargó en una de las estanterías de libros, levantó una ceja interrogante.

 

—Él es mi nieto y me agrada —dijo mirando a otro lado para impedir que Argos se diera cuenta de su sonrojo.

—Me alegra que lo veas así —comentó Argos sonriendo. Avalón suspiró, era inútil ocultarle sus sentimientos, después de todo, ellos…

—Desearía que sólo Mathew y la pequeña que nacerá pronto, fuesen mis únicos nietos —suspiró —. Ese mocoso de Alfred es una deshonra para mi familia…

 

Argos se le acercó, obligándolo a refugiarse en sus brazos. Así como Oberón una vez le dijo a Arthur, él le dijo:

 

No tienes culpa alguna del comportamiento de ése mocoso.

 

 

Los padres no siempre eran culpables del proceder de sus hijos. A veces, una persona, aún criada con amor y buenos principios, podían, en la adultez, ser  asesinos, violadores, ladrones, etc. En ocasiones, el comportamiento de una persona dependía de su propia mentalidad y no de la forma en que fueran criados.

 

 

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Pocas semanas después; nacieron los bebés. El primero en llegar fue el hijo de Prusia y Austria a quien llamaron Sonnenlicht, un día después nació Rose, la hija de Francia e Inglaterra, tres días después, los mellizos Iker y Alice y tan sólo una hora más tarde la pequeña Julchen llegaba al mundo.

 

 

Unos días después, las familias se encontraban reunidas en la sala de estar, disfrutando de un momento con los nuevos integrantes.

 

—¡Kesese, mi hijo será mas awesone que su padre! —dijo Prusia emocionado.

—Kono obaka-san, deja de hacer tanto escándalo —lo regañó Austria molesto y preocupado de que su hijo fuese a despertar por causa de su ruidoso padre.

 

El pequeño Sonnen, como le decían sus padres de cariño, tenía el cabello castaño como su madre y los ojos de su padre.

 

—¡Oh!, mi pequeña Rose, ¡se ve tan adorable con esa ropa! —comentó Francis restregando su mejilla con la de su hija. Rose tenía el cabello rubio y los ojos verdes, sus cejas eran finas y delgadas (para alivio de su padre).

—¡Deja de hacer eso, frog! —lo regañó Arthur quitándole a la bebé.

 

Iker y Alice comenzaron a llorar haciendo que su padre se preocupara, mientras que Lovino lo regañaba para que los hiciera callar. Los mellizos eran la viva imagen de su madre y su padre, respectivamente. El pequeño Iker parecía haber heredado el carácter de España, mientras que Alice el de Romano.

 

Julchen, por otro lado era la viva imagen de Alemania, aunque tenía un gracioso rulito a la mitad. Ella era tranquila y casi no lloraba, más que para pedir comida o para que le cambiaran el pañal.

 

—Pedro, ¿Puedo cargarlo? —dijo Panamá, el aludido le sonrió y asintió con la cabeza, pero tan pronto como Lucía puso sus manos en el bebé, escuchó un Kolkolkol, vio con terror como Rusia era rodeado por un aura oscura y la miraba con deseos homicidas —. Mejor no…

 

Pedro ladeó la cabeza sin entender el repentino cambio de su hermana.

 

—Yo si quiero cargarlo —dijo María tomando a su sobrino de brazos de Pedro sin importarle el comportamiento de su cuñado.

 

Rusia había adoptado una conducta sobreprotectora para con Alejandro y Pedro, no dejaba que nadie se les acercara (a acepción de María y Romano (porque ambos eran unas fieras cuando estaban enojados), Argos y Asteria (porque los respetaba y estimaba) y sus hermanas).

 

—¿No les parece que Ale está creciendo demasiado rápido? —comentó Venezuela, sus hermanos asintieron; era cierto, el pequeño Alejandro ya tenía la apariencia de un bebé de ocho meses y ya comenzaba a articular algunas palabras.

 

—Las naciones crecen rápido —dijo Argos desde la puerta, con él estaba Asteria y Oberón —, aunque no puedo decir lo mismo de su gestación.

—Pero… ¿Qué naciones serán? —quiso saber Feliciano.

—Sólo el tiempo lo dirá —respondió Avalón mientras cargaba a su nieta; se acercó a Canadá y le acarició la cabeza.

 

Argos también se acercó a su bisnieto. Cuando Alejandro lo vio, trató de zafarse de los brazos de su tía, llamando la atención del mayor para que lo cargara.

 

—Hola mi pequeño —la voz de Atlántida estaba cargada de júbilo pero había un matiz extraño, como si existiera un secreto doloso.

—Hoy hace buen clima —dijo Asteria —, ¿les apetece hacer un pequeño día de campo en los jardines?

 

La idea les agradaba, pero las nuevas “madres”, como cualquier primeriza, estaban preocupados de sacar a los recién nacidos al exterior.

 

—No les pasará nada —les aseguró Oberón regresando a Rose a su “madre” —; además, me parece que les hará muy bien.

 

 

El ambiente era muy agradable; el palacio no había estado tan rebosante de alegría desde… bueno, Argos no recordaba que su hogar hubiese tenido tanta vida antes.

 

 

—¡Arg!

—¡Asteria, Oberón! —gritó Argos antes de comenzar a toser sangre.

 

 

Las alarmas comenzaron a sonar por toda Atlántida, pequeños pueblos costeros habían sido bombardeados por B-2 Spirit de la fuerza aérea norteamericana y los sistemas antiaéreos no pudieron hacer nada… habían sido desactivados desde adentro.

Asteria y Oberón se encontraban mal heridos y los atlantes exigían la sangre de sus enemigos.

 

En esos momentos, Argos se encontraba en su oficina, con él estaba Rusia, el Bad trio y Alemania.

 

—¿En verdad le declarara la guerra a América? —cuestionó Iván, Argos asintió con la cabeza —En ese caso… Rusia desea hacer una alianza con Atlántida, da.

—Te lo agradezco, pero no quiero que tú o mis nietos se vean involucrados en esta pelea.

—Lamento contradecirlo, pero desde un principio fue nuestra guerra —aseguró Antonio.

—Es cierto —habló Gilbert —, le debemos mucho y oresama siempre paga sus deudas, kesese.

 

Atlántida suspiró, interiormente estaba agradecido por el apoyo que le brindaban pero temía que ellos pudiesen salir lastimados, o peor aun… sus nietos.

 

—Por lo visto tenemos visitas —dijo Asteria quien estaba con Oberón, ambos se sostenían él uno a la otra para evitar caerse.

—No deberían de estar de pie —los regañó Argos apresurándose a ayudarlos a sentarse, al igual que Rusia.

—Lo mismo digo de ti, idiota —dijo Avalón con el ceño fruncido.

 

Los países se miraron entre sí, hasta ese momento ninguno se había percatado de ese detalle: ¿Por qué Avalón y Temiscira estaban heridos si no eran parte de Atlántida?

 

 

—Porque si lo somos —dijo Oberón.

 

 

Algunos años antes del hundimiento de Atlántida, una gran guerra se llevó a cabo. Las naciones primigenias (hermanos y hermanas de Argos), comenzaron a sucumbir ante el poder del que ellos llamaban “El gran destructor”.

 

 

—Tonallitl –padre de Ixchel –, Pandora –madre de la antigua Grecia –, Dyfde –madre de Avalón – y Odián –abuelo de los países donde reinaba el hielo –, y yo, fuimos los únicos en quedar de pie.

—Todos ellos eran los hermanos mayores de Argos —dijo Asteria —. Su tecnología era como la de Atlántida, aun así no fueron rivales para “él”.

—¿Él? —cuestionó España. Atlántida cerró los ojos y con voz sombría respondió: Mi padre.

 

 

Después de un tiempo, Argos se quedó solo, todos sus hermanos habían muerto a manos de su progenitor. Atlántida tuvo una batalla encarnizada con el destructor y logró derrotarlo, pero la guerra había tenido un alto costo para Argos, todo su cuerpo tenía heridas profundas, su brazo derecho estaba tan lastimado que seguro lo perdería.

 

El imperio comenzó a hundirse en las frías aguas.

 

 

—Oberón y yo no podíamos permitir que Argos muriera —dijo Temiscira con seriedad.

—Así que, le dije a Asteria que había una forma de impedir que eso sucediera, aunque no era seguro que Atlántida dejara de hundirse… pero, tal vez podríamos salvar la mayor parte.

—¿Qué hicieron? —preguntó Francia.

 

Nos hicimos uno con Atlántida.

 

 

La magia de Avalón creó un domo sobre la mayor parte del territorio atlante y la fuerza de Asteria evitó que lo que estaba dentro de la cúpula colapsara; para evitar que Argos desapareciera, ambos, sacrificaron sus cuerpos que curaron las heridas del atlante.

 

Todos permanecieron callados, ninguno sabía que decir o hacer con la información que acababan de conocer.

 

 

En América; Alfred estaba regocijándose viendo el televisor, en el aparato se podía apreciar la imagen de la reina Kiara que anunciaba la guerra en contra de Estados Unidos por los ataques cometidos por su fuerza aérea.

 

Atlántida es un pueblo de paz, pero eso no significa que no nos defenderemos —dijo la reina —, hemos callado la masacre de nuestra gente en suelo estadounidense, callamos cuando Alfred F Jones lastimó a uno de nuestros invitados, pero esta vez… no callaremos mas… si Estados Unidos quiere guerra, entonces, yo, la reina Kiara Mictaltan, cumpliré su deseo… desde este momento, el imperio de Atlántida está en guerra con Estados Unidos de América.

 

 

Continuara…

 

 

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Abuelio: Es decir, que heredo rasgos de sus abuelos, (en este caso, de su bisabuelo XD)

 


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