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Against the rules por Altair

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Notas del capitulo:

¡Último capítulo! Siento mucho todo el retraso que llevé a lo largo del fic, especialmente en los primeros capítulos. ¡Va a hacer casi un año que publiqué el primero! Creo que se alargó mucho, y ya era hora de darle un final.

Me he esforzado hasta límites insospechados, me he dejado los ojos en él, y algo de sueño también. (Ayer estuve escribiendo hasta las cuatro de la mañana xDU ¡Cuando la inspiración llega, no puedes ignorarla!)

Espero que este último capítulo sea del agrado de todos.

El sonido de jadeos mezclados era lo único que se escuchaba en muchas millas a la redonda. Ni Sebastian ni Grell parecían dar el brazo a torcer; el primero lanzando incesantes ataques y el segundo, esquivándolos y bloqueándolos. Habían perdido la cuenta del tiempo que llevaban así. Quizás ya una hora. Ciel comenzaba a impacientarse. A su mayordomo no debería llevarle tanto tiempo ocuparse de ese “asunto”.

-Sebas-chan, ¿no te cansas? –le preguntó en cuanto pudo arrinconarle entre un árbol y su guadaña-.

-En absoluto –respondió serio pero con una sonrisa-.

-Oh, esto es como aquella vez, ¿verdad? –recordó nostálgico-.

-Sí, pero en circunstancias diferentes, me temo –y le propinó una fuerte patada que lo llevó un par de metros hacia atrás, dejando la motosierra clavada en el árbol-. Lo siento.

El demonio lanzó cuatro de sus cuchillos de plata contra él, que esquivó de puro milagro. Sebastian arrojó otros cuatro, de los que uno acabó en el hombro derecho del pelirrojo.

-¡Ah…! –gimió-.

El rojo comenzó a deslizarse desde su hombro lentamente. Pareció camuflarse en el abrigo una vez lo alcanzó, a la altura del codo. Siguió bajando. Ahora llegaba a sus guantes y comenzaba a salpicar en el suelo, gota a gota desde sus finos dedos.

Un quejido profundo salió de su garganta cuando lo retiró, haciendo que saliera algo más de sangre. Lo lanzó de vuelta hacia el mayordomo, que no tuvo problemas en interceptarlo con sus propias manos. Lo miró; todavía estaba manchado. El shinigami había probado su sangre, pero él no hizo lo mismo con la suya. Tenía curiosidad, así que pasó la lengua por el filo del utensilio teñido de escarlata. Un sabor a metal muy intenso llegó a su boca, acompañado de un aroma peculiar y adictivo. Abrió los ojos lo más que pudo, y estos se tornaron púrpuras. Los demonios no tenían sentido del gusto para la comida humana, pero el sabor de la sangre sí lo podían captar. A través de él, captaban también el sabor de un alma antes de poder devorarla. Era una conexión directa entre el cuerpo y esa parte intangible.

-¿Te gusta? –preguntó burlón el pelirrojo-.

-Mucho.

Grell se acercó al árbol donde se había quedado incrustada su preciada motosierra, retirándola de un tirón.

Después, todo se quedó en silencio. No más suspiros, quejidos ni respiraciones agitadas. No más movimientos. Solo el sonido de la lluvia que de pronto comenzó a caer. Los dos seres sobrenaturales se miraron a los ojos por unos momentos, y el conde apartó la mirada molesto, con un gesto de desaprobación.

-Termina ya, no quiero coger un resfriado.

El silencio fue cortado por el motor de la motosierra al accionarse y el sonido de más filosos cuchillos atravesando el terreno y cortando las gotas de agua que caían.

Por la cabeza del shinigami solo pasaban pensamientos como “¿Cómo me libro yo de esto ahora? ¿Acabará bien? ¿Sobreviviremos los dos?” y un montón de cuestiones similares que parecían no tener solución. Sin embargo, el mayordomo lucía fresco y nada distraído, como si ya hubiera puesto sus pensamientos en orden. Aunque podría ser perfectamente una farsa, pues nadie finge mejor que un demonio.

Durante unos segundos el shinigami se distrajo al cuestionar por qué él parecía tan poco preocupado, y apenas vio venir un cuchillo que iba en dirección a su cabeza. Pudo reaccionar a tiempo, pero éste le cortó un mechón de pelo rojo, que cayó al suelo delicadamente.

-¡Mira lo que hiciste! ¡Me costó mucho tiempo dejarlo así!

-Oh… Pues yo creo que te quedaría mejor el pelo corto.

El pelirrojo lo miró entre sorprendido, avergonzado y confuso. En medio de una batalla y él le daba consejos de imagen…

El pelinegro se acercó, dándose el lujo de mirarlo a los ojos a tan solo unos pocos centímetros de distancia, atrapando su mirada. Le acarició el pelo y le susurró al oído:

-Déjame demostrártelo…

-Espera, espera, estamos en una pelea…

-¿Y qué más da? Es mi pelea, yo decido como llevarla y qué hacer –sacó de su frac otro cuchillo plateado-. Basta con que cumpla al final… Esto es un pequeño descanso.

Llevó el utensilio hasta su cabeza, haciendo unos pocos cortes rápidos y limpios. El shinigami apenas tuvo tiempo de suspirar y su pelo ya estaba corto. Corto como alguna vez lo tuvo. Hace mucho tiempo, cuando era joven… Por un momento recordó sus días como novato junto a Will.

-Mucho mejor… –le acarició las mejillas con ambas manos y le dio un leve beso. Después le sonrió, una sonrisa como pocas veces antes le había visto-.

El shinigami se quedó sin aliento. Tampoco podía moverse. Sabía que estaba luchando por su vida, pero le era imposible alejarse y seguir con la pelea como si nada. Solo la voz del conde les sacó a ambos del trance.

-¡Sebastian! ¡¿Qué demonios estás haciendo?! ¡Termina de una buena vez!

Maldito crío… Fue lo que pensaron ambos.

Se separaron y continuaron con la pelea, más pronto de lo que les hubiera gustado. Sebastian volvió a lanzar sus cuchillos. Los proyectiles plateados aterrizaron muy cerca del conde, y una idea se asomó por la retorcida mente de Grell. De un largo salto y cegado por la ira llegó justo hasta delante de niño, y alzó su guadaña. Había acumulado un extraño e inevitable odio hacia el joven conde, y sus manos no vacilaban al agarrar la motosierra y dirigirla hacia él con toda la fuerza que tenía dentro. Pero el demonio se interpuso. Debía salvar a su amo. Así que fue hacia él como un rayo y, de espaldas al shinigami, lo protegió con su cuerpo y su vida.

Pero por fortuna para él, el shinigami reaccionó a tiempo y desvió el filo. Si siguiera su curso, lo habría partido en dos, pero el demonio solo sufrió un corte profundo en su brazo derecho. La carne comenzó a expulsar ese líquido rojo. Espeso. Muy oscuro. Y de la sangre caída, se formó una cinta que comenzó a reproducir la vida de Sebastian como mayordomo.

-Cinematic Record… –susurró el conde notablemente molesto-.

-Esto ya lo he visto –se quejó el pelirrojo-. Tu vida con esos torpes y el conde.

-Pero esta vez… hay más que ver –dijo el mayordomo costosamente-.

Tras la revelación hecha por el demonio, Grell se fijó en las escenas. Casi al final, vio los momentos que el demonio había vivido con relación al shinigami.

Vio su charla con el conde, evitando su muerte a cambio de destrozarlo por dentro. Ese plan que había recomendado el mayordomo para no tener que matarlo.

Después de eso, lo vio en territorio shinigami. Surcando los pasillos con andares felinos y silenciosos, hasta llegar a la biblioteca. Encontrándose con él, besándolo de pronto… acostándose con él, encima de la mesa y sobre el sofá. El conde les dirigió una mirada de puro asco a ambos. Esas imágenes le traían a su cabeza los recuerdos y el dolor de aquel día. No comprendía como ellos parecían disfrutar tanto de algo que él había comprobado en sus propias carnes y, según sus recuerdos, era de las cosas más desagradables y sucias que podría hacer un ser humano. O cualquier antropomorfo con los órganos en su sitio.

Luego, vino la escena nocturna en la mansión. El rechazo del mayordomo. Grell recordó este momento con un nudo en su garganta, mientras el conde veía como sentimientos muy humanos afloraban en su demonio. Jamás hubiera pensado que lo vería suplicar por el perdón de alguien de esa manera tan… patética.

Y la charla con Ronald. Al pelirrojo casi se le saltan las lágrimas al descubrir que su amigo había ido hasta allí para hablar con el mayordomo, para ayudarlo, aún si no tenía nada que ver con él. Cómo decidieron que el demonio iba a hacerse pasar por shinigami para infiltrarse en la zona residencial y hablar luego con él. Y su patética manera de echarlo de su habitación. Se avergonzó un poco al verlo.

Después, una escena que Ciel conocía: su charla con el demonio ordenándole acabar con la vida del dios, y la expresión de sorpresa sobre su cara.

Y también su “muerte”. La manera en que lo estrangulaba era definitivamente mucho más siniestra ahora que estaba en todos sus sentidos para apreciar la imagen. Y como Ronald había cuidado de él hasta que se hizo de noche y Sebastian volvió a por ambos. Como se habían hecho, si no amigos, al menos aliados. Por él.

Y su reconciliación. La explicación. Ciel no se creía lo que escuchaba. ¿Qué su demonio de verdad amaba a esa criatura? No, no podía ser. Era torpe, molesto, raro… Y un hombre. Para sus ojos, ya era demasiado impuro, sin sumarle el extra de ser especies distintas. Era la primera vez que osaba desobedecer una orden de esa manera, y ver su firme negación con sus propios ojos le dejó una ligera sensación de traición en el cuerpo.

Tras eso, pudo ver la charla de Ciel tras irse de la mansión por la mañana. Lo había descubierto todo. ¡Y por tremenda tontería! Debería haber sido más cuidadoso. El demonio aceptó la orden de asesinarlo. Esta vez de verdad. Cuando salió al pasillo, pudo verlo inquieto y paseando su mirada de un lado a otro, pensando. Debatiéndose en su interior sobre si debía matar al shinigami o matar a Ciel. Evidentemente, no quería matar a su amante, pero todavía era demasiado pronto para tomar el alma del conde; aún no se había cumplido su venganza… Pero su rostro se iluminó, dando con la solución. Soltó una carcajada siniestra y se dirigió a su habitación con una sonrisa en la cara.

-Hasta aquí puedes ver –dijo de pronto el mayordomo recuperándose y atinándole un fuerte golpe al shinigami. El Cinematic Record se detuvo al momento-.

El pelirrojo cayó al suelo sin saber de dónde vino el golpe. Se había quedado embobado viendo en primera persona lo que había sucedido hasta llegar a la situación en la que se encontraban ahora. No aguantaba más. Quería desahogarse con alguien, quería matar al conde. Volvería a intentarlo. Sí, con toda su rabia, con ojos llorosos se levantó, no sin esfuerzo. Con expresión desencajada soltó una risa macabra.

-Todo es culpa tuya, conde… –sus ojos no enfocaban, y su sonrisa era de nuevo la de un demente, un asesino-. ¡Todo! –gritó con todas sus fuerzas y se abalanzó sobre él de nuevo-.

El ataque fue torpe, guiado más por un impulso repentino que por otra cosa, así que al demonio no le costó demasiado mandarlo de nuevo al suelo. Allí tumbado comenzó a sollozar. Sebastian lo veía con impotencia, obligado a permanecer inmóvil tras sus fríos ojos indiferentes. Por dentro le dolía que estuviera sufriendo de esa manera, pero pronto pasaría… Solo un poco más…

De nuevo, las lágrimas que Grell había estado derramando esos días volvieron a sus mejillas, como siempre, silenciosamente. Se sentía acabado. No tenía fuerza psicológica suficiente como para levantarse y seguir luchando. Se sintió débil. No alargó su brazo para alcanzar la Death Scythe que había quedado en el suelo a su lado cuando el demonio se acercó, probablemente para rematarlo. Lo miró unos segundos a la cara. ¿Cómo podía estar tan tranquilo, sin rastro de remordimiento en sus ojos?

-Grell –lo llamó silenciosamente; éste atendió-. ¿Por qué no te defiendes?

-Ya no importa, ganaste tú. No me veo capaz de seguir con esto.

-Me lo imaginaba… –suspiró-. Entonces, creo que ha llegado la hora… –Grell asintió y tragó saliva-.

El demonio se agachó y recogió la motosierra silenciosamente. Se sentó encima del shinigami y acercó su cara a la del pelirrojo, que solo lo miraba sumiso.

-Oh, venga, ¿en serio? Pensé que alguien como tú lucharía hasta el final. Alguien así no merece la pena. ¿Dónde está el shinigami del que me enamoré? Quizás debería irme con ese chico rubio. ¿Cómo se llamaba? ¿Ronald?

-¡¿Quéee?! ¡Nonono, ni se te ocurra! ¡Sebas-chan, tú eres mío y de nadie más! –y como si hubiera saltado un resorte, Grell se levantó y lo empujó, tumbándolo-.

-Oh, sí, era muy lindo.

-¡Él no es gay! –se acercó y le arrebató la guadaña antes de que el demonio se diera cuenta. Sebastian se preguntó cómo lo habría hecho, pero no importaba, iba a seguir luchando-.

-Pero puede que sea bisexual –replicó mientras el shinigami intentaba atacarlo con la motosierra. El demonio esquivaba con maestría cada golpe que iba hacia él-.

-¡Me lo habría dicho!

-Nunca se sabe. Además, ¿quién podría resistirse a mis encantos, aún si es hetero? –pasó una mano por sus cabellos, haciendo que bailaran en el aire mientras esquivaba otro nuevo ataque-.

-¡No lo permitiré!

Grell se preguntaba el por qué de esa repentina situación. ¿Cómo que iba a ir a por Ronald? ¿Tan rápido se había cansado de él? ¿O le había parecido demasiado patética la manera en la que dijo que no pensaba seguir luchando? Quizás eso. Dijo que le gustaba su forma de ser tan impulsiva. Quizás… al verlo así de sumiso había perdido el interés.

-Y si no, está Undertaker. Es un poco ruidoso, pero creo que es un buen partido, ¿no te parece?

-¡Ya, cállate! –gritó con furia al pensar que se había cansado de él-.

Los ataques no cesaban, y su fuerza y rapidez iba incrementando con el tiempo. Sus sentimientos estaban influyendo de manera imprevista en esto. Cuanto más hablaba el mayordomo, más cabreado estaba y más ganas tenía de partirlo en dos con la motosierra. Habían quedado atrás los pensamientos de “No soy capaz de hacerle daño” y “Prefiero morir a que muera él”, y uno nuevo florecía ahora. Odio puro. Quería hacerlo sufrir. Que sintiera tanto dolor como él al escuchar cada palabra que salía de su boca. Comenzó a llorar. Lágrimas de furia.

-Oh, ¿no me digas que te he hecho llorar? –se burló-.

-Cállate –dijo con tono ausente-. ¡Cállate! –repitió, esta vez de manera autoritaria-.

-Ah, veo que te decidiste a tomar la iniciativa. Ya era hora.

-¡Que te calles! –lanzó otro ataque, que fue esquivado por poco. Al demonio cada vez le costaba más-. Pensé que estar contigo sería lo más maravilloso que me podía pasar. ¡Ahora veo que me equivoqué! ¿Sabes? Pensaba morir por ti, para no tener que matarte. ¡Te amaba! ¡Hasta la muerte! Pero… ya que piensas eso… ¡No me voy a quedar de brazos cruzados!

Al demonio le sorprendió la rudeza con la que, una a una, escupió las palabras. Se clavaron directamente en su pecho. Pero no iba a dejar que eso le intimidara o le hiciera sentir mal. Debía continuar. Al fin y al cabo, así lo había decidido, y no pensaba dar marcha atrás. Lo siguió provocando.

-Me gustaría ver como me matas. Si eres capaz, claro –soltó con tono hiriente-.

-Idiota… Púdrete en el infierno –y avanzó-.

-¿Eh…?

Grell había puesto una expresión de absoluto y total desprecio, ira, asco… Todo lo negativo que alguna vez había pasado por su cabeza se juntó e hizo de su cara una ventana a su alma, donde se arremolinaban sentimientos nada buenos. Toda una vida de sufrimiento, ira reprimida, burlas, marginación, engaños, ilusiones rotas… Todo ello se reflejaba ahora en su cara. Era la primera vez que el demonio veía un rostro en el que se podía leer tanto dolor. Quedó paralizado ante él. Estático. No es que no pudiera moverse, pero se quedó quieto. Sabía lo que iba a pasar. Era el momento que había estado esperando desde que comenzó la lucha. Grell avanzó y desapareció de su vista más rápido de lo que podría captar un ojo humano. Apareció de nuevo detrás de él. Como si estuviera a punto de sufrir un castigo inevitable, el demonio solo contrajo los músculos de su cuerpo, al mismo tiempo que sus ojos se volvían púrpuras. Y Grell dejó caer la guadaña sobre su espalda. Rojo. Su rojo salió entonces y lo empapó, manchando su cara y su ropa. El demonio cayó sobre sus rodillas, con una horrorosa herida en su cuerpo. Entonces Grell volvió de su espiral de ira y se dio cuenta de lo que había hecho. La guadaña se le escurrió de sus manos temblorosas y cayó al suelo. Ciel miraba atónito la escena. Su mayordomo había fallado.

Y de repente, dejó de llover.

-¿Ves? Podías hacerlo. Solo necesitabas un poco de provocación.

-Espera… tú… –susurró- ¿dijiste eso para que yo…? –el demonio asintió levemente y con la mirada perdida en algún punto del suelo, todavía con ojos brillantes-. Sebas-chan…

El shinigami fue hasta enfrente suya y lo miró a los ojos, esos ojos demoníacos. Se agachó junto a él y lo abrazó fuertemente, como si temiera que se escapara de un momento a otro, como luego pasaría. Lloró mucho más fuerte que antes ante su inminente pérdida.

-Sh… sh… No llores. Lo hago por ti. Te amo.

Y antes de que el pelirrojo pudiera responderle, lo besó. Al mismo instante en el que sus labios se tocaron, el demonio oscureció. Su piel se fue abriendo, dejando ver su interior, solamente compuesto por materia demoníaca, malva y negra. Entonces, miles de plumas salieron de dentro inundando la zona, impidiéndole ver al conde lo que pasaba alrededor de su mayordomo. Estas envolvieron al demonio, y cuando el shinigami se quiso dar cuenta, estaba abrazando solamente un montón de plumas; suaves, negras y brillantes. Plumas de cuervo. El cuerpo del demonio desapareció, dejando una lluvia negra a su alrededor. Una bella forma de morir.

El conde no se lo creía. Un repentino dolor en su ojo le ayudo a autoconvencerse de que sí estaba pasando. Su demonio había muerto y el contrato estaba roto. Se llevó una mano al parche y lo retiró con furia. Miró su reflejo en un charco del suelo. Dos azules. La marca había desaparecido. Dio un grito lleno de rabia, escuchado únicamente por sí mismo, el pelirrojo que todavía permanecía arrodillado en el suelo con expresión vacía y un tercer visitante rubio que examinaba la escena desde lejos, subido a un árbol.

Grell reflexionaba en silencio. Lo había provocado solo para que él lo matara. Había dado su vida por el pelirrojo. No lo odiaba ni se había cansado de él. Solo quería que se cabreara lo suficiente como para atacarle en serio.

Esa fue su tercera opción. No podía morir el shinigami. Lo amaba demasiado. No podía morir el conde. Era su amo. Entonces, moriría él.

El visitante rubio bajó entonces de su escondite, desde donde había estado viendo la pelea desde que comenzó, y se acercó al pelirrojo. Ciel no le hizo ni caso, y Grell no se dio cuenta de que estaba allí.

-Grell… –escuchó su voz, pero no le respondió-. Grell –sin respuesta-. Grell, vámonos –dijo con voz apagada-.

-Ronald… ¿Puedes quedarte conmigo esta noche? –preguntó de repente-.

-Claro que puedo. Venga, tenemos que irnos –solamente asintió, no lo miró a la cara ni pronunció una sola palabra más-.

Desaparecieron, y tras unos instantes, aparecieron en el mundo shinigami, con dirección a los dormitorios. No se dirigieron ninguna palabra mientras caminaban. Ronald sostenía a Grell por la cintura, pues parecía que le costaba caminar, y cargaba su guadaña con la mano libre. Todavía estaba manchado de sangre, y por eso los demás shinigamis los miraban extrañados y sorprendidos y comentaban cosas entre ellos. Llegaron hasta la puerta de la habitación de Grell, que Ronald se molestó en abrir tras buscar la llave en el bolsillo de su compañero. Entonces, una chica castaña fue hasta donde estaban para anunciar:

-Ronald, te llama Will. Creo que es importante –miró de reojo al shinigami cubierto por la sangre, preocupada-.

-Sí, ahora voy. ¿Te importa esperarme aquí un momento, Grell? ¿Estarás bien?

-Claro… –afirmó con poca fuerza y se introdujo en su cuarto con desgana-.

-Oye, ¿qué pasó? ¿Grell está bien? –preguntó la chica. Ronald le respondió con una mirada desoladora que luego dirigió al suelo-.

-No está bien. Acaba de perder algo importante…

-¿Lo rechazaron? Parece mucho más serio que eso. ¿Y la sangre?

-Ojalá fuera solo eso. Él… tuvo que matar a la persona que más amaba.

La muchacha no preguntó más. Abrió sus ojos con sorpresa y dirigió su mirada a la puerta de la habitación del pelirrojo, ahora cerrada. El shinigami cargaba con un peso muy grande sobre sus hombros. Por un momento, temió que hiciera alguna locura.

-¿Y su guadaña? –preguntó temerosa-.

-Me la llevo yo. Por si acaso –dijo alzándola-.

Algo más tranquila, aunque todavía preocupada por el pelirrojo, se marchó. Ronald hizo lo mismo, en dirección al despacho de Will.

Grell entró en su habitación, y lo primero que hizo fue quitarse la ropa y tirarla al suelo. No quería tener encima la sangre de su único amor por más tiempo. Lanzó las gafas, también manchadas, sin cuidado encima de la cama, y entró en el cuarto de baño. Llenó la bañera de agua y se metió dentro, esperando que el cálido líquido se llevara sus preocupaciones de la misma manera que lo hacía con la sangre. Se abrazó a sus piernas y lloró de nuevo. Las lágrimas cayeron al agua, que mezclaba ahora suciedad, tierra, sangre y ese salado líquido. Jugueteó con su ahora corto cabello, recordando su último beso.

Tras un rato en remojo, intentando relajarse, salió, algo más tranquilo pero todavía con un gran vacío en su estómago. Se puso unos pantalones negros y una camisa blanca que ni se molestó en meter por debajo del pantalón. Recogió sus gafas y se tumbó en la cama. Las observó con cuidado. Todavía tenían salpicaduras de la sangre de Sebastian.

Entonces, una pluma negra cayó a su lado. Se puso las gafas y, aunque le molestaban las manchas para ver, la examinó. Suave, negra y brillante. Una pluma de cuervo. Sobresaltado, se levantó de repente y miró su habitación. Estaba comenzando a llenarse de plumas de cuervo que parecían provenir de todas las direcciones. Con ojos humedecidos, miraba hacia todas partes buscando la causa. Y cuando la encontró, su vacío se llenó y sus lágrimas desbordaron. Allí estaba, el demonio cuervo, con su sonrisa burlona y su traje impecable, en una esquina de su habitación. Se alejó de la cama e, incrédulo, se acercó hasta él. Lo había visto desaparecer con sus propios ojos, tras haberle cortado con la guadaña. Lo había matado… Y ahora volvía a aparecer de la misma forma en la que se fue. Pensó si se habría vuelto loco ya. Pero logró acortar la distancia y al fin estuvo frente a él. Alzó una mano y la llevó hasta su cara. Acarició su mejilla delicadamente. El demonio hizo lo mismo con ambas suyas, lo agarró por la nuca y lo acercó un poco más, para luego limpiarle las lágrimas.

-Lo siento. ¿Me echabas de menos?

No, no estaba loco. Era real. Era su demonio el que estaba allí. Jamás confundiría su tacto ni su voz con una ilusión.

-Tonto, pensé que te había matado… –dijo todavía con tono ausente-. Me sentía muy mal –ahora se notaba emoción en sus palabras-.

-Ya pasó, estoy aquí, estoy vivo… –lo abrazó tiernamente-. Volví a por ti. Ahora podemos vivir nuestra vida, los dos juntos.

-Pero… los demás shinigamis… –balbuceó-.

-No me importan. Vendré y les diré una y mil veces que estoy enamorado de ti, y que no serán capaces de echarme ni de hacerme cambiar de idea.

-No te aceptarán, lo sabes –rió el pelirrojo ente los cálidos brazos del demonio-.

-Me es igual.

Se acercaron lentamente y sus labios se rozaron. Habrían jurado que habían pasado días desde aquel último beso que se dieron, cuando había sido hace tan solo un rato. Disfrutaron del sabor de la boca contraria como si temieran perderlo de un momento a otro. Poco a poco, el beso fue ganando intensidad, y Grell comenzaba a dominar. Arrinconó al demonio contra la pared de su cuarto y lo besó salvaje y húmedamente. El demonio, por supuesto, se dejó hacer. Pasó una mano por la nuca de Grell y se aferró a sus cortos cabellos rojos. Le gustaba más su pelo así. Ahora no molestaba tanto.

-Te quiero –susurró el pelirrojo en cuanto dejó de saborear su boca-.

-Yo también… Pero yo no te quiero hasta la muerte –Grell puso cara interrogante. Recordó su confesión: “¡Te amaba! ¡Hasta la muerte!”-. Te amo hasta el más allá –lo abrazó-.

-Hn, tonto –gimió a modo de risita suave. Ahora que había vuelto de entre los muertos solo por él, no le cabían dudas de que su amor era verdadero-. Entonces… ¿Cómo sobreviviste?

-Dejé libre mi verdadera forma por unos instantes. Comencé a transformarme cuando la guadaña me atravesó. Por eso mi piel se caía a trozos. Luego solo me transporté a mi mundo. Y yo mismo rompí el contrato. ¿Fue bonito el detalle de las plumas?

-Muy dramático –dijo recordando los dolorosos momentos que pasó-. Pero sí, fue precioso –confesó finalmente, mientras se abrazaba con más fuerza a él-. Mm… Sebas-chan… –el otro atendió la llamada-.

Ante la mirada del demonio, el shinigami se revolvió entre sus brazos. Dejó una mano libre, que utilizó para llevar a la cara y retirarse las gafas de ella. Las observó con un pequeño deje de tristeza, para luego poner una sonrisa en el rostro y mirar al demonio con ilusión. Él comprendió enseguida, así que lo soltó y lo miró con seriedad.

-¿Estás seguro?

-Sí… Lo hago por nosotros. No creo que me echen de menos.

-¿Y ese chico, Ronald?

-Creo que lo entenderá.

Grell sonreía, pero era una sonrisa cargada de pena. Esperaba que Ronald pudiera perdonarle algún día por lo que estaba a punto de hacer.

 

 

 

Un alegre shinigami rubio entraba ahora a la habitación, decidido a animar a su superior. También se sentía muy mal por la pérdida de Sebastian, pero debía ayudarlo a él a salir de este bache que estaba atravesando. No quería que Grell volviera a su espiral autodestructiva.

-¡Grell, ya estoy aquí! ¿Estás bien? Will se alargó un poco con…

Pero se calló cuando advirtió que no había nadie en el cuarto. Al principio se extrañó, pero comprendió todo al hallar las gafas rojas de Grell encima de la mesilla de noche, junto a una pluma negra y brillante. Solo sonrió y salió de allí en silencio, cerrando la puerta despacio.

Notas finales:

¡Espero que os haya gustado!

Si tiene buena acogida, y teniendo en cuenta que va a hacer un año que comencé a publicarlo, podría escribir un pequeño extra para celebrarlo. :3 Pero dependerá de los reviews. ~ De momento, el fic queda finalizado aquí.

Y bueno, nos leemos pronto en otros fics.


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