Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Guerreros Legendarios por Shiochang

[Reviews - 5]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Guerreros Legendarios
El pasado del faraón

[[ El joven príncipe despertó sobresaltado, había tenido un extraño sueño, un sueño lleno de imágenes muy vívidas y llenas de erotismo que habían hecho palpitar su corazón de manera alocada y que también había despertado sus hormonas, lo podía ver en sus ropas manchadas con su semilla. Pero ¿qué había sido? ¿Quién era ese joven que acariciaba su piel con tanta delicadeza?
- Su Alteza - le dijo uno de los guardias entrando en la habitación manteniendo la mirada en el suelo, no podía ver a su amo a los ojos o moriría - el faraón desea verlo de inmediato.
- ¿A qué se debe el apuro? - apartó la ropa cubriendo sus partes pudientes.
- Quiere que usted vaya a Tebas a buscar un cargamento especial, un reino vecino le ha enviado a su alteza un grupo de esclavos y su señor padre dijo que escogiera usted mismo quiénes podrían servirlo en su casa y quienes enviaría a trabajar a las canteras - le informó.
- Está bien, que preparen mi carro mientras me visto - ordenó fastidiado y lo vio salir, de inmediato se vistió y fue al salón de conferencias a despedirse de su padre.
- Estás molesto, Deia - afirmó el faraón divertido al verle la mala cara.
- Dispones de mí como si yo no tuviera otras ocupaciones que cumplir - replicó.
- ¿Cómo sabes si uno de los esclavos nuevos te gusta? - le dijo divertido.
- Ojalá, o me vas a tener que encontrar la manera de compensarme por este viaje ridículo - le dijo y se retiró sin acordarse ni de comer - podría estar el joven con el que sueño - sonrió al fin y se subió a su carro sin mirar al auriga que conducía.

El viaje fue bastante agotador, en especial teniendo en cuenta que no había comido antes de salir de palacio. Lo primero que hizo fue pasar a la casa del gobernador a comer mientras este le informaba que los esclavos habían llegado esa mañana a la ciudad, en total eran 30, ocho de ellos eran jóvenes y uno de ellos tenía gran cantidad de habilidades, pero no habían conseguido hacerlo hablar ni a la fuerza.
- Yo me encargaré de averiguar su edad y su nombre - dijo él y lo siguió a las bodegas donde estaban los esclavos y él comenzó a revisarlos uno por uno - estos dos, envíalos a mi casa, los otros servirán para el trabajo de las canteras, se ven muy fuertes - miró a su alrededor contando a los esclavos - falta uno.
- Perdón, Alteza, lo tuvimos que encerrar en una celda especial porque rompió las cadenas que lo apresaban.
Deia entró en la celda y vio al muchacho cabeza gacha con grilletes no sólo en los tobillos, sino también en el cuello. Sintiendo lástima por aquel joven viendo lo golpeado que estaba, se acercó a él y le levantó el rostro para verlo a los ojos.
- ¡Dioses! - gimió asombrado, era el joven que aparecía en sus sueños - libéralo de inmediato - ordenó furioso y el gobernador obedeció asustado de inmediato - pobrecito - le acarició el rostro, pero el joven se lo retiró - déjanos solos.
- Sí, su alteza - se retiró.
- ¿Cómo te llamas?
- Heero Yuy - respondió en voz baja pero bien modulada.
- Bonito nombre - le sonrió - Yo soy Deia Mon, príncipe de Egipto.
- Entonces, no debo mirarlo a los ojos - bajó la mirada.
- ¿De dónde vienes?
- De un lugar muy lejano - respondió.
- ¿Qué edad tienes?
- 20 años, señor.
- Eres mayor que yo - pasó un dedo por el brazo y sintió como una corriente eléctrica le llegaba desde la punta de los dedos hasta el pecho - y eres muy guapo ¿Qué es lo que sabes hacer?
- Sé leer y escribir.
- No dice nada - acarició la barbilla lentamente - ¿sabes algo más?
- Sé hacer masajes con una técnica especial, reparar fracturas y torceduras, corregir dolencias musculares.
- ¿Masajes? - un dulce rubor cubrió su rostro al pensar en sentir sus dedos acariciando su piel y se alegró que no lo mirara a la cara.
- También sé hacer acupuntura - agregó al ver que lo comenzaba a entusiasmar.
- ¿Qué es eso?
- Una técnica especial con pequeñas púas que no duelen y que sacan los malos humores del cuerpo y del alma - dijo tranquilo y lo sintió estremecerse - no duele - insistió - también podría maquillarlo.
- Me servirás personalmente, pero primero conseguiré que te curen las heridas - se levantó - ¿por qué no hablaste de inmediato? No te habrían golpeado.
- Me trataron mal - replicó - sólo mi amo me puede tratar así, y ninguno de ellos lo era, vengo destinado a servir y complacer al príncipe de Egipto.
- Está bien - se sonrojó a un más imaginando las miles de forma en que podría complacerlo y los muchos sentidos que estas palabras implicaban.
- ¿Me llevará a su casa?
- "Y a mi cama" - pensó y asintió dándole la espalda.
- ¿Cómo debo llamarlo?
- Todo el mundo me dice Su Alteza - se volvió hacia él - pero ellos son egipcios, y tú eres mi esclavo, debes llamarme amo.
- Está bien, amo.
"Pronto lo dirás en otro tono" se sonrió y salió a buscar al gobernador.

La casa del príncipe era un hermosa construcción de ladrillos con leves toques dorados como incrustaciones de oro y piedras preciosas, pero la habitación del joven era lo más impresionante, las cortinas de doble seda traídas de oriente y las delicadas y trasparentes de tul que separaban la estancia del baño la hacían una delicia para el joven que no podía quitarse de la cabeza la sensación de haber descansado en los brazos de su ahora esclavo personal, aún podía sentir como las mariposas bailaban en su estómago de solo pensar en lo cerca que estuvo de probar los labios del esclavo.
- Su alteza - le dijo un guardia - lo esclavos ya han sido instalados en sus habitaciones.
- ¿Y Heero?
- En la habitación que usted ordenó, Su alteza.
- Hazlo venir - ordenó y espero que saliera antes de ir al baño, quería saber que se sentiría que aquel lo bañara, no había mejor manera de hacer que lo acariciara entero, sólo había un problema, sabría que lo excitaba, pero no le importaba en lo absoluto. Se desnudó y entró al agua tibia a esperar a su esclavo.
- Ordene, amo - le dijo sin mirarlo a los ojos, los esclavos mayores lo aleccionaron en la atención del príncipe, aunque eso lo sabía, y le dijeron que debía hacer todo lo que este quisiera menos convertirse en su amante, podía hacerlo con él si se lo pedía, pero debía ser siempre el trenzado quien lo tomara, no podía ser de otra manera, y tampoco debía dar su opinión ni aunque se la pidiera.
- Quiero que me bañes - le ordenó y vio como se agachaba a su lado - no, entre conmigo.
Heero se quitó la ropa e iba a entrar cuando lo pensó mejor.
- ¿Adónde vas? - le dijo Deia molesto al ver que se retiraba de su lado sin haberlo tocado siquiera - haz lo que te ordené.
- Le pondré unas sales especiales que traje para usted desde mi tierra - le dijo y al poco rato regresó con una botella cuyo contenido vertió en el agua y de inmediato comenzaron a hacer burbujas que despedían un dulce aroma - es de violetas, como sus ojos - le dijo y bajó la mirada.
- Anda, métete conmigo - le dijo con los sentidos exacerbados por el aroma y el deseo de sentir su piel desnuda contra la suya.
Heero no era un chico tímido, nunca lo había sido y sabía que por ello había terminado allí, como esclavo de un príncipe siendo que él era un buen trabajador, era fuerte, pero su obstinación había terminado obligando a su señor a venderlo y había terminado en tierras tan lejanas sin ninguna posibilidad de regresar a su hogar.
- ¿En qué piensas? - le dijo apoyándose en su pecho mientras este le lavaba los músculos pectorales y bajaba por su abdomen - eres muy silencioso.
- En mi hogar - respondió y lo siguió limpiando.
- ¿En dónde aprendiste estas cosas?
- Yo hacía esto para mi señor, estuve seis años con él.
Deia sintió la punzada de los celos brotando en su pecho, el muchacho era hermoso y ahora era suyo, pero ya antes había tenido otro dueño al que acariciaba igual, al que tal vez le había dado su virginidad, y varias lágrimas se asomaron a sus ojos sin poder evitarlo.
- ¿Por qué llora, amo?
- Estoy triste.
- ¿Por mí? No debe estarlo, yo no lo estoy, mi antiguo señor era un hombre muy vengativo y me vendió porque me vio besando a una de mis hermanas y no me quiso creer que era de cariño.
- …l ¿te tocó?
- Fue por eso que me vendió, no lo dejé y casi lo mato cuando intentó tomarme a la fuerza.
- Debiste hacerlo - se volvió hacia él y este bajó la mirada - no hagas eso, te autorizo que me mires a los ojos mientras no haya nadie más a nuestro alrededor.
- Gracias, amo.
- Siempre y cuando acudas de inmediato a mí cuando te llame.
- Cómo usted diga - empezó a frotar su espalda suavemente y Deia suspiró gozando de las caricias - pero quiero hacerle una pregunta.
- ¿Qué cosa?
- Me dijeron que tuviera cuidado con usted, que si quería mi cuerpo, debía entregárselo, pero que no debo tocarlo a usted.
- Eres muy directo - intentó evadirse.
- Me gustan las cosas claras, amo.
- Está bien - se volvió hacia él y apoyó la cabeza en su hombro - si yo tuviese esposa, podríamos hacer lo que quisiéramos, pero debo llegar "virgen" al tálamo nupcial.
- Entiendo - lo miró a los ojos - pero puedo besarlo y acariciarlo ¿verdad?
- Sí, hasta dormir conmigo, siempre que no nos pillen.

La relación entre los dos era bastante calmada y grata, en especial para el joven príncipe que sentía una felicidad especial cuando estaban juntos, pero pasó algo inesperado. Una tarde dormía tranquilamente apoyado en el regazo de Heero cuando su padre entró intempestivamente a su habitación y los encontró juntos. El grito que dio se escuchó en toda la casa y de inmediato Heero fue apresado pese a los ruegos del trenzado.
Pero el faraón estaba furioso, no quería saber más del muchacho y lo envió a prisión por haber profanado a su hijo y debía esperar la sentencia de muerte para los siguientes días. Deia lloraba y no salía de su habitación, se negaba a comer y se la pasaba más en la celda de Heero que cumpliendo sus obligaciones.
Los días pasaron lentamente para los jóvenes, Deia había conseguido detener la sentencia amenazando a su padre con una rebelión si mataba a su esclavo amado, con suicidarse porque no hay otro heredero.
Una noche el faraón ordena la muerte del joven, pero sus sacerdotes lo sacan de prisión y lo llevan al templo de Ra pues temen por la vida del joven primogénito del faraón, las estrellas les han dicho que él es la única salvación de su reino.
Pasan los días y el príncipe es llamado a cumplir un rito al templo por los sacerdotes y esa noche el faraón es asesinado mientras él duerme tranquilamente entre los brazos de Heero. Regresan juntos a la capital del reino y el trenzado se convierte en faraón por lo que le comienzan a buscar esposa, cosa que no lo hace nada de feliz.

La noche era calmada, las estrellas parecían ser más brillantes esa noche, Deia pretendía convertirla en la más grande de su vida, va a entregarle su cuerpo a Heero, a amarlo como nunca y a nadie, pero sabe que este no lo va a aceptar fácilmente, ya de por sí ha sido difícil conseguir que le permita tenerlo, el amarlo no ha sido un lecho de rosas, más bien un lecho con más de alguna espina filosa.
- Si no te dejas hacer, vas a tener problemas - le dijo la primera vez cuando intentó poseerlo y vio como sus ojos se entristecían y tuvo que seducirlo para borrar el hielo de sus ojos - te amo - le dijo besándolo apasionadamente en los labios - te amo.
Heero había sonreído tiernamente y le había rodeado el cuello con los brazos antes de entregarse a él por completo diciéndole que lo amaba también.
- Yo a ti mi faraón, yo a ti.
Y con aquello contaba para lograr lo que quería, nunca se entregaría a alguien más sin haber sido primero de su Heero. Pero ¿cómo conseguirlo? ¿Cómo conseguir que Heero lo tome sin tener que obligarlo?
- ¿Qué pasa, mi faraón? - le dijo levantando su rostro para poder maquillarlo - lo noto preocupado.
- No me quiero casar, Heero - replicó atrapando su mano para atraerlo hacia él - quiero ser feliz, pero dudo lograrlo sin ti.
- No debería pensar así, mi faraón - lo besó en los labios - yo siempre estaré a su lado, no lo dude.
- Pero es que no quiero estar con nadie que no seas tú - le devolvió el beso.
- Está loquito, mi faraón, por eso lo amo.
Deia sonrió acomodándose en su hombro abrazándolo por la cintura, debía empezar por allí para conseguir sus objetivos, esa noche debía ser magnífica, debían gozarla como nunca, después de casado no podría pasar el tiempo a su lado tanto como quisiera, las obligaciones serían demasiadas.
- ¡Faraón! - llegó gritando un guardia y se separaron bruscamente.
- ¿Qué sucede?
- Señor, la señorita Helfali acaba de llegar y los sacerdotes quieren saber si comienzan a preparar su boda para mañana.
- ¡No! - dijo sin precaución - para dentro de tres días, diles. ]]

Deia miró al Heero que dormía a su lado profundamente ¿cómo pudo olvidarlo así? No podía ser cierto, en su vida anterior fueron uno, se amaron, pero las diferencias los separaron.

[[ Amanecía y Heero no estaba a su lado como siempre desde que había asumido como faraón, le llamó la atención y le pareció extraño que no viniera a verlo tan pronto lo llamó, por lo general estaba muy atento a sus deseos, incluso los más pequeños. Entró a la habitación del joven y vio que la cama estaba estirada. Avanzó más y vio que había un papiro sobre la ropa:

"Amo, usted es la persona que más me importa en esta vida, es por eso que creo que es lo mejor que lo abandone, usted debe cumplirle a su pueblo y a usted mismo y yo sólo soy un estorbo, perdone que lo haga así, pero es necesario. Heero".

Deia sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor, ni siquiera había conseguido que lo tomara, había mucha gente a su alrededor como para intentarlo, pero tenía planes para quedarse a solas con él, y esta traición echaba por tierra todo. Volvió a acostarse y sintió como las lágrimas caían sin control por su rostro despintado.
- ¡Heero! - susurró en el silencio esperando despertar y ver que aquello había sido un terrible pesadilla y que él seguía a su lado, que acariciaba su piel y se volvían uno, que la pasión los desbordaba una vez más y que su sueño de entregarse al joven de ojos cobalto se cumplía.
Pero no estaba sólo en la habitación, una mujer de cabellos castaños estaba esperando en momento preciso para atacar. Espero que el joven se calmara y se quedara medio dormido para amordazarlo mientras su amante le lanzaba una maldición:

"El sueño eterno para el Faraón Deia Mon, un sueño que sólo el amor verdadero podrá romper..."

El joven comenzó a perder la conciencia lentamente, sentía que su cuerpo se iba haciendo más y más liviano y a la distancia escuchó la voz de Heero gritando:
- ¡Guardias, han atacado al faraón! - el ruido de sus pasos los escuchaba levemente - ¡atrapen a los traidores!
"Heero no me ha abandonado, fue una mentira".
- Amo, no se muera - le rogó remeciéndolo un poco - no me deje.
Pero Deia no podía abrir los ojos por más que intentaba.
- ¡El libro de los Muertos! - y ya no escuchó más. ]]

Miró de nuevo a Heero que permanecía a su lado pero de espaldas a él con una duda profunda clavada en su mente ¿cómo era que había estado allí más de tres mil años si el amor estaba a su lado? Se acercó a Heero y lo abrazó por la espalda, iba a intentarlo visitando las vidas pasadas de él.

[[ Escuchó un fuerte ruido afuera de la habitación de su amo y se levantó apoyándolo con cuidado para no despertarlo. Se quedó unos segundos viéndolo y luego salió. Hacía unos cuantos días un sacerdote le dijo que había quiénes querían deshacerse de su amo, y por lo mismo había hablado con los guardias leales para que tuviera protección noche y día.
Se alejó por el pasillo y salió al patio en donde interrogó a los guardias que le dijeron que habían visto sombras en el patio pero que no habían podido encontrar a sus dueños, pero que seguirían buscando. Regresó a la habitación y lo que vio lo dejó mal, una mujer tenía a su amo amordazado y un hombre sostenía un libro mientras se reía.
- ¡Yo seré el faraón!
- ¡Guardias, han atacado al faraón! - los guardias atraparon a la mujer pero el hombre desapareció - ¡Atrapen a los traidores! - vio a los guardias salir y abrazó a su amado trenzado - amo, no se muera, no me deje - le rogaba mientras lo remecía. En eso vio algo en el suelo y se puso pálido - ¡El libro de los muertos!
Toda la mañana estuvo acompañando al dormido faraón, esperaba que en cualquier momento despertara de aquel horrible sueño, pero no conseguía despertarlo y comenzaba a desesperarse.
- No sabemos que maldición fue - dijo el sacerdote junto a la cabecera del faraón - no nos queda más remedio que esperar que despierte sólo.
- ¿No se puede intentar algo? …l no tiene herederos ¿recuerdan?
- Si, pero sin saber que maldición le echaron, es imposible prácticamente que consigamos hacer algo más que perturbarlo.
- Mi amo - apartó los cabellos de la frente - debemos evitar que lo ataquen de nuevo, hay que ocultarlo.
- ¿Qué propones?
- Enterrarlo como si hubiese muerto, pero no momificarlo, él respira y algún día va a despertar y a ocupar su verdadero lugar.
- Su pirámide está lista, pero nunca pensamos que tan pronto tuviera que ser ocupada y menos por él.

La ceremonia fue preparada tal como lo decían las reglas, sin embargo, el faraón parecía vivo para muchas personas y los sacerdotes leales hicieron esparcir la idea que la muerte se había enamorado de él y que por eso seguía tan bello después de tantos días.
Después de cumplido el ritual, Heero regresó solo a la pirámide, iba a despedirse de su amado faraón antes de sellar definitivamente el sarcófago, un sarcófago que sólo él podía abrir. Pasó los dedos delicadamente por los dibujos y presionó el que decía "Amado" y este se abrió.
- Lo amo tanto, mi faraón que no puedo seguir así, regresaré a casa, allí lo recordaré siempre y reviviré nuestros días de felicidad - le cubrió el rostro con un fino paño de lino y puso la máscara mortuoria sobre su bello rostro - ojalá despierte y se olvide para siempre de mí, lo único que quiero es que sea siempre feliz - cerró la tapa del sarcófago y dijo - sólo la persona correcta podrá abrirlo, nadie podrá profanarlo, mi amo - y se marchó.
La pirámide fue sellada heréticamente y su nombre quedó inscrito en la puerta.
Heero se alejó navegando por el Nilo con los ojos arrasados en lágrimas y con un profundo dolor en el corazón que lo acompañó hasta el día de su muerte en su hogar en la Isla Yuy de la cual se convirtió en príncipe e iniciador de una gran dinastía de guerreros fuertes, valientes e inteligentes. ]]

Así que eso era lo que había pasado en sus vidas, estaba escrito que volviera a aquel amor imposible y volvieran a ser.
- Lo olvidé porque tú lo pediste - lo movió con cuidado y se apoyó en su hombro - te amé antes y te amo ahora.
- Yo a ti, mi faraón, yo a ti - le respondió medio dormido abrazándolo fuerte.

Continuará...

¿Por qué? Yo no lo sé, averígüenlo en el siguiente capítulo, a la misma hora y en el mismo canal.
Ya, espero que algunas cosas vayan quedando claras y si no, ya veré que hago.
Este capítulo se me ocurrió de un chispazo, una locura que me dio por explicar lo que he dicho antes y lo el comienzo, y para que se entienda también lo de los dos Dúo, también hubo dos Heero, pero como este se fue y murió, hay sólo uno.
Va dedicado a todos mis lectores y lectoras, espero les guste.
Shio Chang.

Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).