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Guerreros Legendarios por Shiochang

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Guerreros Legendarios
La espada de San Miguel II

El pequeño príncipe miraba con ojos asustados a aquel joven que decía tener el poder de borrarle la memoria. Había ido a verle porque quería saber si en realidad era lo que le dijeron los sacerdotes, alguien que le quitaría el lugar que le correspondía, pero lo que había escuchado era muy extraño, hablaban de cosas y de lugares lejanos y de un tal Cristo, del esplendor de una ciudad que vendría dentro de muchos años.
- No creo que nos haya estado espiando - dijo Quatre compadeciéndose del muchacho - los sacerdotes han estado metiéndole ideas ridículas en la cabeza acerca de Deia.
- Pues ha escuchado cosas que no debería - dijo Wufei jugando con el mechón que lo señalaba como primogénito del faraón - Esas cosas no las hace un joven de alta alcurnia ¿verdad?
- Wufei - le dijo Trowa - no lo molestes, no ves que está asustado.
- Los débiles tienen miedo - dijo este y lo dejó.
- Hasta los más fuertes pueden sentir miedo, Wufei - le replicó Heero - Deia, libéralo para que nos diga que hacía espiándonos.
- Yo no los espiaba - se defendió el muchacho- solo quería saber si es cierto que él tiene los poderes de Ra.
- ¿Te refieres a mis poderes síquicos? - dijo Deia y este asintió - Bueno, los tengo, pero yo no pretendo quitarte tu herencia ni mucho menos, yo fui faraón, poco tiempo, pero lo fui y te diré que no es nada agradable el tener tantas responsabilidades que no tienes tiempo ni de pensar, mucho menos para hacer las cosas que te gustan.
- Pero tú eres el verdadero descendiente de Ra ¿verdad?
- No pretendemos hacerte daño - lo interrumpió y puso sus ojos en blanco mientras se concentraba al máximo y al poco rato el chico desapareció y el cayó agotado al suelo.
- ¿Qué pasó?
- Borré sus recuerdos de cuando llegó aquí y lo hice creer que se quedó dormido.
- Descansa, Deia, te ves agotado - dijo Quatre - yo veré con Trowa la manera de viajar cómodamente a Grecia.

Un gran navío los esperaba a las orillas del mar, Heero no había querido que viajaran por tierra como comúnmente se hacía, porque llevaban mucho oro y si había algo que quería evitar era que los robaran, aunque sabía que corrían el mismo riesgo viajando por mar.
- Pensar que cuando era pequeño en lo único que pensaba era en ver el mar - dijo Quatre pensativo - era una obsesión para mí, cada vez que mi padre viajaba yo le pedía que me llevara pero hasta que no cumplí los doce años no me dejó acompañarlo, siempre me dejaba con una de mis hermanas.
- Pues yo soñaba con hacerme pirata - dijo Trowa divertido.
- ¿Pirata? - dijo Deia - ¿qué es eso?
- Eran hombres de mar que atacaban y robaban otras embarcaciones - le dijo Heero abrazándolo - ¿por qué querías serlo?
- Me gustaban mucho las novelas de Emilio Salgari, él los mencionaba en gran parte de sus novelas, pero me gustaba en especial El Corsario Negro.
- Pero si esa novela es más que trágica - dijo Wufei.
- Lo sé, también es trágica la historia de Sandokán y los tigres de Mompracen y casi todas sus novelas, incluido el León de Damasco y el Capitán Trueno, pero me encanta la manera en que enfoca el romance.
- Y este tipo se dice duro - se burló el chino.
- Por lo menos yo me identifico con una figura humana, no con un animal, tigre.
- ¡No me llames así!
- Oigan, no se peleen - les dijo Deia - no entiendo de lo que hablan.
- Son novelas románticas y de aventuras - le explicó Quatre - pero su autor era trágico en si, se suicidó haciéndole el harakiri.
-. Cuando regresemos, te prestaré algunas - le prometió Trowa.
- Si tenemos a donde regresar - dijo Wufei.
- Eres un pesimista ¿sabias? - le dijo Heero - mejor vayamos a comer, comienza ha hacer frío aquí fuera.

Los siguientes tres días de viaje habían sido agotadores, pese a todas sus experiencias de viajes. Heero siempre había viajado en avión, igual que Trowa, Wufei había viajado en Sampan varias veces y Deia había viajado en variadas ocasiones en velero, pero no era nada comparado con viajar por el Mediterráneo y con mal clima y para colmo en una embarcación que parecía se iba a dar vuelta de campana cada vez que la golpeaba una ola, en realidad el único que había disfrutado de la experiencia era Quatre. Wufei se había mareado la segunda mañana y la mera mención de comida lo obligaba a correr a la borda para vaciar el estómago, Trowa lo había seguido pocas horas más tarde y ambos se mantenían con un extraño color verde en la piel, Heero no se sentía tan mal pero igual estaba pálido y no podía comer, y Deia, bueno, no se había enfermado de milagro, aunque tampoco se le veía muy sano.
Quatre estaba feliz, de todas maneras, porque aquello le daba una excusa para cuidar de su querido Trowa y que este no reclamara por sus cuidados y atenciones. Lo acomodó con cuidado sobre las almohadas y le dio a beber todo el líquido posible para que no se deshidratara.
Deia procuraba no mirar por las ventanillas mientras cuidaba de Heero y Wufei, este último no era ni la sombra de sí mismo, tanto así que ni siquiera lo había bromeado por dar muestras de debilidad, era como para tenerle lástima, pero, claro, no iba a decírselo ni en broma, de seguro cuando se recuperara una vez en tierra lo mataba.
- Mañana llegaremos a Creta - les dijo el capitán sonriendo benévolamente ante los cinco jóvenes - allí capearemos lo peor del temporal.
- ¿Lo peor? ¿Acaso no lo hemos pasado ya? - dijo Wufei palideciendo todavía más si se puede.
- No, la tormenta apenas comienza - le sonrió tratando de calmarlo - pero es una suave.
- No quiero ni imaginarme una fuerte - susurró Heero ocultando el rostro en el pecho de Deia - si no pisamos pronto tierra, me voy a enfermar en serio.
- Calma, Heero, esto se va a acabar pronto, ya verás que cuando vayamos cruzando a Grecia el mar vuelve a estar tranquilo y disfrutas el resto del viaje - le acarició el cabello.
- Ojalá - dijo Trowa casi sin voz apoyado en el regazo de Quatre - todo lo que tengo en el estómago me baila.
- Pero si sólo haz bebido agua - lo acarició el rubio - mejor descansen, cuando estemos en tierra nos preocuparemos de otras cosas ¿les parece?
- Claro - respondió Deia y se sonrió al ver que los "enfermos" ya dormían.

Cnosos era una ciudad muy prospera según podía verse a simple vista, las casas eran de un rico aspecto arquitectónico que habrían entusiasmado sobremanera a Wufei si hubiese estado en condiciones de apreciarlas, pero el capitán les dijo que podría verlas más tarde ya que sospechaba que iban a estar allí a lo menos una semana mientras la tormenta amainaba.
Quatre consiguió una hermosa vivienda para los cinco mientras estuvieran allí, así que con Deia de inmediato instalaron a los enfermos en sus habitaciones lejos del mar para que se recuperaran un poco.
- Te ves menos pálido en tierra firme - le sonrió Quatre al trenzado que bebía té del que le había fomentado Heero a beber como panacea para todos los males.
- Odio las tormentas, me ponen los pelos de punta, pero no quería que cargaras con los cuatro, así que lo intenté superar para ayudarte.
- Gracias, Deia, no creo que hubiese podido con todos - aceptó - Trowa de por sí es demasiado para mí, es tan independiente que no le gusta que lo cuiden.
- A Heero tampoco le hizo gracia el que se enfermase con tanta facilidad, al menos estamos un poco lejos del mar y podrán reponerse antes de seguir camino a Atenas.
- Creo que podríamos ir al mercado de la ciudad si mejora el clima un poco, me gustaría conocer un poco de las costumbres de esta gente - sonrió - y podríamos comprar alimentos frescos, estoy cansado de comer frutos secos.
- Si, ojalá los chicos también se sientas mejor, me gusta cuidarlos, pero eso de tener que vigilar su sueño inquieto comienza a agotarme.
- Te gusta mimarme pero no cuidarme ¿eh? - lo regañó Heero y este se puso rojo - ya sé que castigo te voy a dar por eso - lo abrazó - si te sientes bien.
- ¿No deberías estar descansando? - lo regañó también y se volvió hacia él - supongo que te sientes bien si tienes ánimos de semejante cosa.
- ¿Sabes si Trowa...?
- Duerme como un angelito - respondió - lo mismo que Wufei, creo que ni cuenta se dieron que entré a verlos.
- Entonces iré a hacerle compañía - sonrió - y no hagan locuras ¿quieren?
- ¿Locuras? - repitieron los dos y Quatre se rió con ellos.

La noche se hizo larga para algunos, pero para Deia y Heero se hizo cortísima, habían estado demasiado tiempo separados y sin amarse, así que el tiempo no les bastaba, sin embargo, lo hicieron con calma, no deseaban provocar un nuevo periodo de abstinencia.
- ¿En que piensas, mi amado faraón?
- En lo bien que se está entre tus brazos.
- Me alegro que te guste mi calor - le masajeó suavemente los hombros - a mí también me gusta el tuyo - le besó el cuello - y tu dulce sabor.
- ¿Sabes? Me gustaría hacerlo sentado sobre sus piernas.
- ¿Y por qué?
- Quiero ver la expresión de tu rostro mientras me tomas ¿aceptas?
- No sé, ya lo hemos hecho dos veces esta noche y no quiero rayar en la lujuria, no me gustó nada que nos castigaran por perder el control.
- Será la última ¿sí? Además, en aquella ocasión hicimos el amor toda la noche, no dejamos de acariciarnos ni dormidos ¿recuerdas?
- Mmm - se sentó y comenzó a acariciarlo suavemente antes de sentarlo sobre él - espero no hacerte daño, corazón.
- Nunca lo harías - lo acarició a su vez siguiendo las líneas de su cuello con los labios - sólo que me dejaras.
- Nunca lo haré, te amo demasiado, me siento incompleto sin ti - paseó los dedos por su pecho y comenzó a acariciarle suavemente las tetillas mientras Deia hacía lo mismo en su pecho pero con los labios - sigue, me gusta mucho.
De repente se escuchó un violento ruido y si vio una potente luz que iluminó la habitación por unos segundos que hizo saltar al trenzado del susto.
- Lo siento - le dijo a Heero - les tengo miedo a las tormentas.
- Ven acá, corazón - le tendió los brazos y lo acunó contra su pecho - tranquilo, no pasa nada, la tormenta ya se irá - le acarició los cabellos estirándolo entre sus dedos y besándolo en las mejillas - ella está afuera y nosotros dentro, no puede hacernos nada.
- Tengo miedo - ocultó el rostro contra su pecho.
Heero se sintió mal, su pequeño temblaba como hoja al viento, así que decidió distraerlo con pequeñas caricias en algunos lugares erógenos, lo que fue transformando sus espasmos de miedo en placer.
- ¿Te sientes mejor? - le susurró sensualmente al oído mientras bajaba su mano preparando el camino del amor - ¿Quieres?
- Si - y se entregó a su amado.

Quatre, Deia y Heero caminaban por el mercado de la cuidad mirando todo lo que se vendía, desde dulces y extraños frutos hasta las más diferentes alhajas que hubiesen visto jamás. Heero había cambiado uno de los pendientes de Deia por dinero griego y se detuvo frente a una tienda que vendía distintos tipos de espadas. Allí lo encontraron el trenzado y el rubio.
- ¿Quieres alguna en especial? - le dijo el mercader mostrando su mercadería.
- Esa espada - le señaló una que tenía escrito en arameo Valor.
- La he vendido varias veces, pero siempre regresa a mí.
- ¿Por qué? - le dijo Deia al detenerse junto a Heero.
- No pueden sacarla de la vaina - le mostró - no se puede usar.
- ¿Cuánto pide por ella?
- Doscientos dracmas - le dijo.
Heero lo miró y le pago lo que pedía era obvio que no sabía del verdadero valor de esa espada y no pensaba decirle nada tampoco y no sería suya jamás.
- ¿No crees que es mucho dinero por una espada que no puedes sacar de su vaina? - le dijo otro vendedor y Heero vino y le mostró que sí podía hacerlo.
- Vaya, entonces esa espada estaba destinada a ser tuya - le dijo el mercader sonriente y ellos se apartaron.
- Parece que hice bien en acompañarlos - dijo Heero - ustedes no habrían reconocido mi espada ni en mil años.
- ¿Crees que todas sean igual de fáciles de recuperar? - le dijo Quatre esperanzado.
- Lo veo poco probable, pero no imposible - le dijo - compremos de comer, les apuesto que las pirañas deben haberse despertado y se están comiendo la casa a pedazos a falta de alimentos.
- Y dices que yo soy el exagerado - le reclamó Deia divertido.
Siguieron caminando por el mercado y compraron un montón de cosas, los alimentos habían sido lo principal, pero tanto Deia como Quatre se habían enamorado de unas hermosas telas y las compraron con lo que Heero terminó jurando nunca más acompañarlos ya que se estaba "muriendo de hambre".
Cuando al fin llegaron a la casa, Trowa y Wufei se les fueron encima preguntando si habían comprado pan o algo que se pudieran comer de inmediato, por lo que Heero sonrió y les entregó las hogazas.
- Bueno, gané la apuesta ¿verdad? - dijo mirando a Quatre.
- Pero la casa está intacta - dijo Deia mirando las paredes.
- Tonto.
- ¿Por qué lo dices?
- Era una metáfora ¿has visto a alguien comiéndose una casa alguna vez?
- No.
- Entonces ¿por qué creíste que este par era capaz de hacerlo?
- Porque tú lo dijiste.
- Ay, Deia - lo abrazó contra su pecho - era sólo un decir.
- Pues debes tener cuidado con lo que dices - lo regañó - no siempre te entiendo ¿sabes?
- ¿Por qué tardaron tanto? - les dijo Trowa.
- Heero encontró la espada del valor - le dijo Quatre.
- ¿En serio? - dijo Wufei y Heero se la entregó - vaya, es la tuya.
- Pero esa no es la causa de su demora ¿verdad? - insistió Trowa mirando a su novio.
- Bueno, no - admitió Deia mirando a Heero - nos entretuvimos comprando otras cosas bonitas que encontramos con Quatre.
- Y por su culpa recordé porque odio ir de compras - agregó Heero - no se decidían nunca por cual querían y al final se decidieron por todas y yo las tuve que cargar - se quejó.
- ¿Qué cosa?
- Telas - dijo Quatre avergonzado.
- Chicos, chicos - se rió Trowa divertido - espero que las telas los favorezcan y después nos luzcan sus nuevas ropas.
- ¿Aunque tenga intenciones de seducirte con ellas? - le dijo Heero - creo que lo has descuidado un poco, amigo, si cree necesario hacerlo - se burló.
- ¡Heero! - le reclamó Quatre avergonzado.
- Yo pensaba seducirlo esta tarde - le replicó Trowa divertido y Quatre lo miró escandalizado - incluso probar algunas cositas nuevas - lo abrazó.
- ¡Trowa! - le reclamó rojo al máximo.
- ¿Qué? Si no vamos a caer en la lujuria - le dijo acariciándole el rostro.
- Déjalo tranquilo, le vas a provocar un ataque - le dijo Heero divertido - o por lo menos una taquicardia.
Quatre se escabulló de los brazos de su novio y se fue a la cocina llevándose con él a Deia que sonreía divertido.

Una semana más tarde partieron de nuevo con muchas mejores condiciones en el mar, además, Deia había buscado por todo el pueblo un médico que les diera un remedio contra el mareo a sus amigos y había pagado bastante, aunque bien pudo haberse robado la formula leyéndola de la mente del curandero, pero no se le ocurrió hasta que Wufei se lo dijo.
- Eso habría estado mal - le dijo Heero - recuerda que uno de los mandamientos es "no robar", quien sabe que castigo nos dieran ahora si lo hubiese hecho.
- No sería tanto como caer en uno de los pecados capitales - le replicó.
- De todas maneras - dijo Trowa - y no podemos contaminarnos antes de unir las cinco espadas - le recordó.
- Muy bien, sólo lo dije porque gastó mucho dinero en un remedio que no lo vale.
- Pero lo hizo porque nos quiere - le replicó Heero - gracias, Deia.
- Gracias, Deia - repitió Trowa y Wufei se vio obligado a imitarlos de mala gana.
- De nada - contestó sonrojado - solo espero que el viaje no sea muy largo - sonrió apoyando la cabeza en el hombro de Heero.
- Debo buscarme una pareja en estas tierras - dijo Wufei viendo como Quatre imitaba al trenzado sin ningún reparo - a veces siento que estorbo.
- ¿Le vas a ser infiel a la chica que te espera ansiosa en China?
- Eso es del Wufei de aquí - replicó.
- Pobrecita, tanto aquí como en casa no la quieres - le dijo Deia - ¿por qué? ¿Es muy fea?
- Porque las chicas son débiles.
- Pues debiste verte cuando estábamos en alta mar - le dijo y de inmediato se tapó la boca al recibir una mirada asesina de su parte - no siempre se puede ser fuerte.
- Además, creo que no has tratado mucho con ella ¿verdad? - le dijo Heero - no sabes si ella es fuerte y valiente.
- Ni pienso hacerlo, no me gusta que me impongan cosas.
- Así que en realidad es eso y no que no te guste la chica - dijo Trowa - pero no nos haz dicho como es ella.
- Ni te lo diré - se cruzó de brazos y les dio la espalda.
- Este tipo es terrible - dijo el trenzado y cerró los ojos.
El resto del viaje fue bastante tranquilo, no hubo más problemas antes de llegar a puerto. Este era un poco rústico pero tanto a Wufei como a Trowa le interesó bastante, en especial la forma en que había sido emplazado el muelle, aquellas escaleras de piedras eran casi perfectas y Wufei se lamentaba de no haber traído sus instrumentos para medirla. Otro tanto hacía Trowa, le habría agradado medir la topología del lugar, pero así, era muy complicado.
- Pues deberían tener en cuenta que en esta época todo se hacía sin mayores instrumentos que la inteligencia humana - le dijo Heero.
- ¿Por qué nos miran así? - dijo Deia fijándose que todo el mundo los miraba.
- Porque, aparte de ser extranjeros, estamos hablando en una lengua totalmente desconocida para ellos.
- Pues deberíamos tratar de hablar en su idioma ¿no?
- Pues yo no hablo griego - dijo Wufei - por eso siempre ando con un traductor.
- Yo lo hablo, pero el moderno así que va a ser un poco complicado hacerlo.
- A mi no me miren - dijo Quatre - escasamente hablo el egipcio y el arameo antiguo, no se nada de griego, el experto es Heero.
- Se complican mucho la existencia - dijo el aludido - yo entiendo el idioma, sin embargo, creo que lo mejor es que permanezcamos juntos, Deia puede entenderlo perfectamente ¿verdad?

Deia y Quatre habían ido al mercado de los pescadores a buscar pescado fresco mientras los demás buscaban la manera de viajar al interior. Heero se las había visto feas con un vendedor de caballos, pretendía venderles los animales a precio de oro y ellos se negaban a pagarle de más. Sabían que lo hacía más que nada porque eran extranjeros.
- Ni que tuvieran los dientes de oro - gruñó Wufei viendo como el japonés regateaba el precio.
Al final Heero se había salido con la suya y había comprado los cinco animales a la mitad del precio de un caballo al inicio de la discusión.
Quatre y Deia había conversado un rato con algunos pescadores y les contaron la historia de un noble que tenía una espada que nadie podía desenvainar y que ofrecía un premio enorme a quien lo consiguiera. Decían que eran miles los que lo habían intentado pero nadie lo había conseguido.
- Lo mismo pasaba con la espada de Heero - susurró Quatre - puede ser cualquiera de las otras cuatro ¿no te perece?
- ¿Y me podrían decir dónde es?
Y les dieron las indicaciones necesarias para llegar al lugar, al parecer era bastante lejos de donde estaban, así que decidieron decirle a los muchachos que descansaran primero.
Cuando llegaron a la casa que compartían, vieron que había cinco caballos en el establo y que los demás conversaban sobre las mejores rutas al interior del país.
- Hola ¿cómo les fue? - les sonrió Deia.
- El vendedor era un usurero, quería vendernos los animales por 10 veces su valor - le dijo Wufei.
- Pero tengo una pista - dijo Heero - me dijeron que a dos días de aquí hay un noble efectuando una prueba de destreza cuya última etapa es desenvainar una espada con un solo movimiento. Varios han llegado hasta el final, pero no han conseguido sacarla, así que supongo que es una de las que buscamos.
- Nosotros también tenemos un dato - le dijo Quatre - nos dijeron que un noble tenía una espada que nadie había logrado desenvainar pese a que hay un enorme premio si lo logran.
- Bien, si las conseguimos, ya serían tres las espadas y faltarían dos - dijo Trowa - es mejor que descansemos hoy, ya mañana estaremos descansados del viaje.

El noble del que les contaran los pescadores estaba a medio camino del que les habían hablado a Heero, así que el viaje no sería tan largo, sin embargo, no tenían ni la más remota idea de dónde buscar las otras faltantes.
Al llegar a la casa del primer noble, Deia se presentó como un noble de Egipto que tenía curiosidad por las historias que contaban acerca de la espada que este tenía en su poder. El hombre se la había pasado y la había examinado minuciosamente. La vaina tenía una balanza en uno de sus costados y del otro lado decía Justicia en arameo, así que se la enseñó a Wufei que la tomó y la sacó de su vaina.
- Vaya - dijo el hombre - ¿de casualidad saben lo que dice?
- Justicia - dijo Wufei - ¿ve la balanza?
- Entiendo, sólo un hombre justo podía sacarla de su vaina - miró la espada - es tuya, entonces.
- Gracias - se la enganchó al cinto.
- Y el dinero del premio.
- ¿Eh? - miró la bolsa y luego a Deia que le sonrió afirmando con la cabeza - gracias.
- Te lo ganaste.

Al otro día llegaron a la enorme casa del noble que hacía las pruebas de agilidad, su casa era enorme y Wufei se dedicó a explorarla por completo mientras los demás trataban de averiguar cómo participar de la competencia y si podían ver la espada antes de hacer la prueba, si se trataba de agilidad, sería Trowa quien participara, pero ¿y si la espada era de Quatre o de Deia? Sería imposible que la desenvainara.
- Este lugar es bellísimo - dijo Wufei al encontrarse con ellos en uno de los patios - estas piedras son del mármol más fino que haya visto jamás, el arquitecto es un verdadero genio, los colores se contrastan en perfectas armonía con la naturaleza, la iluminación es constante y permite una excelente ventilación.
- Me alegro que le guste - le dijo el dueño de casa - a mi abuelo le costó muchísimo la construcción de nuestro hogar y murió sin disfrutarla, lo asesinaron antes que terminara de edificarla.
- Perdone, señor ¿sería posible ver la espada antes de la competencia?
- Siempre que no traten de sacarla de la vaina - les advirtió.
Heero se adelantó y la tomó girándola entre sus dedos, de un lado había un león y un arco con una flecha y del otro decía "fuerza" en arameo. Le hizo un leve gesto a Trowa y se la devolvió a su dueño antes de dirigirse al patio de competición.
- ¿Es la de Trowa? - dijo Quatre.
- Sí, es fuerza - asintió.
La prueba era un tanto complicada teniendo en cuenta las vueltas que se daban por el enorme patio trasero de la mansión. Era como las pruebas del pentatlón de las olimpiadas y Trowa se sonrió seguro de conseguir la victoria, ya antes las había superado cuando estaba en la Universidad.
- Cuidado, Trowa - le pidió Quatre - no te vayas a hacer daño ¿sí?
Trowa se puso en el punto de partida junto a otros seis competidores e iniciaron la carrera con obstáculos, le siguió la natación, el salto con garrocha, el salto largo y finalmente debía alcanzar la espada colgándose de una liana. En las primeras dos pruebas, Trowa se mantuvo parejo con los otros competidores, pero ya en el salto con garrocha y el largo les tomó ventaja y fue el primero en tomar la liana para balancearse hasta donde pendía la espada. Enredando la misma entre sus tobillos, se colgó como mono y tomó la espada entre las manos y la desenvainó sin mayores problemas. Sin embargo, no podía descolgarse porque se le había enredado como nudo en su tobillo derecho.
Quatre contenía el aire al verlo desde abajo, se veía tan peligroso lo que estaba haciendo, pero se tuvo que tapar la cara cuando vio lo que su amado pretendía hacer para liberarse.
- ¡Trowa! - gritó desesperado.
Trowa ignoró el temor en la voz del rubio y puso entre los dientes la vaina de su espada y en el siguiente movimiento se dobló, cortó la liana y se dejó caer, cayendo de pie con los brazos en alto.
- ¡Trowa! - volvió a gritar Quatre echándose en sus brazos llorando.
- Tranquilo, estoy bien - lo abrazó poniendo la espada en su vaina - ya, ya pasó - le acarició la nuca - sabía que podía.
- ¡Que podías matarte! - le recriminó - estaba muy asustado.
- Bien, ahora debemos buscar pistas sobre las otras dos - dijo Heero.

Continuará...

¿Dónde estarán las otras espadas? Y ¿qué estará sucediendo en el presente? Sépanlo en el siguiente capítulo, a la misma hora y en el mismo canal.

Ya está bueno, me estoy cansando con la historia (es mentira), pero a quienes se imaginan el final (faltan dos capítulos), les recomiendo que no lo hagan, tengo planeado un final totalmente inesperado (ni yo me lo espero)
En cuanto a la visita a Creta, esta es la cuna de la cultura minoica (es la isla del Minotauro) y están en el período pre Helénico, es decir alrededor de cinco siglos antes de la edad de oro de Grecia.
Con respecto a las pruebas de Trowa, bueno, de alguna manera tenía que demostrar las habilidades innatas del latino ¿no?
Ojalá les guste el capítulo.
Shio Chang.

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