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Madness por zeldenciel shuichi

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Notas del capitulo:

Hola!


Aquí les traigo el segundo capítulo. Espero que sea de vuestro agrado y desde ya les agradezco por tomarse las molestias de leerlo.


También le agradezco a las chicas que me dejaron sus comentarios =)

Madness: Capítulo II

 

 

            Anochecía y un apuesto rubio se encontraba sentado en el lujoso sillón de su penthouse, fumando tranquilamente después de un ajetreado y alocado día de trabajo. Aspiraba el tóxico humo de su cigarrillo con suma calma, repasando mentalmente cada uno de los episodios vividos en el hospital psiquiátrico, mientras frotaba lentamente una de sus sienes para calmar la cefalea que hace rato le molestaba.

 

            Su mente divagaba entre los acontecimientos ocurridos junto a su nuevo paciente, aquel niño de cabellos rosados, poseedor de unos enigmáticos y hermosos ojos violáceos, que era atormentado por varios trastornos mentales sin causa definida y, que además, acostumbraba inexplicablemente, a deshacerse de sus médicos tratantes a como diera lugar. Sin embargo, él, el gran médico Eiri Uesugi, aún no podía entender cómo semejante ángel que desbordaba belleza y carisma, podía ser el mismo demonio del cual le habían advertido tanto sus superiores cuando aceptó el trabajo, aunque él prefería llamarlo “desafío”.

 

            El simple hecho de que otros tantos especialistas no hubiesen podido curar a ese niño, constituía un desafío magnánimo para él, que podría llevarlo a la cima de su carrera como psiquiatra. Si pudiera lograr hacer de Shuichi un joven feliz, con una vida normal sin trastornos ni cuadros de demencia, podría aumentar su enorme ego de médico y, con ello su reputación subiría como la espuma. Por eso, no permitiría que un mocoso orate arruinara sus magníficos planes.

 

            Miró el reloj en la pared por largo rato. Había perdido la noción del tiempo divagando con sus expectativas de vida y, con ello, la hora había avanzado demasiado rápido y ya era medianoche. Bufó con cansancio, aplastando lo que quedaba de su cigarrillo en el cenicero, dirigiéndose, luego, hacia su habitación para descansar. Mañana le esperaba un largo y movido día, pues primero debía ir a su consulta a atender unos pacientes y, después, iría a hacerle una visita a su paciente. Si quería sobrevivir a ese aburrido día, tendría que descansar bastante. ¿Por qué había elegido estudiar Psiquiatría?

 

            Entró a su habitación arrastrando los pies y, sin tomarse la molestia de quitarse la ropa y ponerse el pijama, se recostó sobre la cama para continuar meditando sobre su aburrida vida. La enorme soledad que se respiraba en cada rincón del penthouse empezaba a crear en el rubio la necesidad de tener a alguien con quien compartirlo. El problema radicaba en encontrar a la persona perfecta para hacerlo.

 

            Ya tenía pensado algunas posibilidades para llenar aquel vacío asfixiante. Por ejemplo, podría comprarse un perro, un gato, un canario o cualquier otra mascota que, por último, hiciera ruido o saliera a su encuentro cuando llegara, pero él nunca había tenido una mascota en su vida y, no tenía idea ni tampoco se sentía capaz de cuidar a alguien que no fuera él mismo.

 

            Tal vez podría convencer a su padre para que su hermano menor viviera con él en Tokio, pero eso sería un poco difícil, ya que su hermano aún iba a la escuela y el mocoso era un tanto insoportable. Quizás podría encontrarse una novia, pero últimamente, todas las tipas que lo frecuentaban, no eran más que unas putas que lo único que deseaban era dinero, sexo y lujos. Todas las mujeres, según el rubio, eran unas víboras descerebradas, estaban podridas por dentro y, él, aunque no fuera la persona más buena del mundo, no deseaba compartir su vida con alguien que ni siquiera podía contarse los dedos de las manos o que no fuera capaz de pensar en otra cosa que fuesen diamantes u hoteles cinco estrellas. Eiri Uesugi merecía algo mucho mejor que eso o, por lo menos, eso creía él.

 

            Cerró los ojos y se dejó llevar por esos pensamientos y, así, lentamente, se fue sumiendo en un sueño profundo en donde su vida era ligeramente mejor que la real. Su mundo de ensueño, su vida ideal se encontraba escondida en su inconsciente, allí donde todo era posible y donde sólo él podía entrar.

 

            Cuando volvió a abrir los ojos, ya era de día y faltaban tan solo unos minutos para que sonara el despertador. Se sentó sobre la cama, maldiciéndose a sí mismo por quedarse dormido con ropa y sobre la cama, mientras se estiraba y bostezaba para desperezarse. Contempló la enorme habitación con algo de tristeza, sintiendo la fría y horrible soledad calar sus huesos, mientras su cuerpo se estremecía en un mar de temores.

 

            Apagó el despertador antes de que sonara, se levantó y comenzó a alistarse para empezar con un nuevo día de trabajo…

 

 

            Ya entrada la mañana, salió de su consulta médica maldiciendo a medio mundo, pues dos de los cinco pacientes que atendería esa mañana, no llegaron a la hora acordada. Se despidió de sus colegas y le dejó dicho a su secretaria que corriera todas las citas de la tarde para la mañana del día siguiente, pues estaría “muy ocupado” en el hospital.

            Subió a su lujoso Mercedes, y lo echó andar rumbo a su nuevo trabajo, sintiéndose ansioso por ver a su nuevo paciente. No sabía porqué, pero cada vez que pensaba en Shuichi se sentía algo raro, como si un fuego le recorriera de pies a cabeza. Ese niño tenía algo que revolucionaba su ser ¿pero qué?

 

            Rápidamente, llegó al hospital. Se estacionó y sin saludar al guardia, entró al edificio. Esta vez, las mujeres del lugar no se detuvieron a admirar su belleza y elegancia, sino que se detuvieron para murmurar a su paso sobre ciertos asuntos que no logró escuchar, pero que al parecer involucraban a su paciente. Caminó raudo por los pasillos, dirigiéndose con el alma en un hilo hacia la sala de médicos, en donde encontraría a su joven asistente. Yuki tenía un mal presentimiento.

 

           —¡Eiri-sensei, qué bueno que llega! Ya estaba preocupada. — Maiko se le acercó a penas le vio entrar. Se veía consternada y temerosa, parecía que algo no andaba bien.

           —¿Sucedió algo?— preguntó despreocupado, abriendo su casillero para sacar su bata. Se la colocó y, mientras abrochaba los botones, esperó a que la mujer hablara.

            —Es Shuichi… Tuvo un ataque de histeria y…decapitó a “mamá”. — Maiko le mostró al rubio el conejo rosado, sosteniendo en una mano el cuerpo y, en la otra, la cabeza. Eiri quedó sorprendido, ahora entendía el porqué de la preocupación de la muchacha y el porqué las mujeres de la recepción murmuraban tanto. Eso no era una buena señal—. No sabemos qué pasó. Cuando llegamos a calmarle ya la había decapitado— suspiró como si se hubiese sacado un peso de encima, haciéndole entrega del destrozado peluche, al médico.

            —¿Cuándo fue eso?— preguntó sin alarmarse tanto, cogiendo el peluche para observarlo detenidamente.

            —Hoy en la mañana, cuando despertó.

            —Bien. Iré a ver cómo está. Ve si puedes coserle la cabeza. —Eiri le devolvió el peluche y, luego, buscó entre su ropa, la llave de la habitación de Shuichi, pero pronto se dio cuenta que no la tenía—. Maiko, ¿y las llaves?

            —Las tengo yo, pero aquí tengo una copia. La encontré anoche cuando estuve arreglando mi casillero. — La muchacha le entregó la llave, la cual estaba atada a un llavero cuadrado, que en el centro, tenía un botón—. Tiene una alarma, en caso de que Shuichi le ataque o haya problemas, sólo debe presionar el botón e iremos en su ayuda. — Eiri se guardó la llave en el bolsillo sin prestarle mucha atención a su asistente y, asimismo, se dirigió al laboratorio para preparar una jeringa con calmantes.

 

            Subió las escaleras sin prisa, peldaño por peldaño hasta llegar al tercer piso. Con suma calma, buscó la habitación de Shuichi y, cuando la encontró, observó por la ventanilla para asegurarse de que no había peligro para entrar. Recorrió con su gatuna mirada cada rincón de la acolchada habitación, encontrando a su paciente acurrucado en una esquina lejos de la puerta, abrazando sus rodillas, mientras escondía su cabeza entre ellas.

 

            Yuki metió la llave y giró la perilla, entrando sigilosamente para no asustar al muchacho. Podía ser peligroso acercarse, pero de todas maneras, correría el riesgo.

Cuando entró y comenzó a caminar hacia el chiquillo, escuchó los sollozos de Shuichi, quien, de vez en cuando, murmuraba frases llenas de angustia que se atoraban en su garganta, pudiendo, a duras penas, pronunciarlas sin que se apagara su voz.

            Eiri agudizó sus oídos para poder escuchar sin necesidad de acercarse tanto y, así, prestando toda su atención, comenzó a ser partícipe de los tristes pensamientos que el chico albergaba en lo más profundo de su mente.

 

            —¿Por qué?... ¿Por qué me haces esto, mamá?... Yo siempre he sido un niño bueno… ¿Por qué me dejaste aquí? Ya no me quieres, ¿verdad?... ¿O nunca me quisiste?... Yo no he hecho nada malo… No merezco estar aquí… No quiero estar encerrado… Tengo miedo… Tengo miedo, mamá… ¿Por qué? Dime, mamá… ¿Por qué me abandonaste en este horrible lugar?... Aquí nadie me quiere… No me gusta estar solo, me da miedo estar solo… No me abandones, mamá…— Se detuvo por un momento para llorar amargamente, sintiendo una opresión en su pecho que le impedía respirar con normalidad. Sus sollozos hicieron eco en la blanca habitación y, a penas se hubieron calmado, continuó—. ¿Crees que algún día alguien me quiera, mamá? No, ¿verdad?… ¿A quién le gustaría un niño como yo?... Soy feo, ni siquiera terminé la escuela…Soy un tonto y un inútil…Jamás se enamorarían de mí… No sirvo para nada… ¿Por qué nací? ¿Para qué? ¿Para pasar el resto de mi vida encerrado?... ¿Por qué me tuviste, mamá?... ¿Por qué no vienes a buscarme? Me lo prometiste… Dijiste que vendrías por mí… ¿Ya me olvidaste?... Ya no quiero estar aquí… Quiero ver a Ryuichi… No me separes de él… Déjame ir con Ryuichi…— Otra vez comenzó a llorar con amargura, aferrándose aún más a sus piernas, sin darse cuenta de los bellos ojos ambarinos que le miraban con lástima.

 

            Eiri había puesto mucha atención a cada palabra, grabando mentalmente cada una de las frases sueltas que había pronunciado Shuichi, esperando encontrar alguna pista que le fuera útil para empezar un tratamiento. Sin duda, sus palabras denotaban algún tipo de trauma relacionado con su verdadera madre y, lo más importante, dejaban al descubierto el estado mental del niño, dando un sin fin de pistas que tal vez le ayudarían a que Shuichi fuese un paciente más cooperativo.

 

            Repasando sus palabras, podía concluir que a Shuichi no le gustaba estar ahí, odiaba estar solo, detestaba el encierro y necesitaba a alguien que lo quisiera. Ahora bien, esperaba poder suplir cada una de esas faltas, pero Yuki tenía una pequeña duda que le dejaba intranquilo. ¿Quién era ese tal Ryuichi?

            El joven médico se hallaba tan sumido en sus pensamientos ideando estrategias con la información recién obtenida, que no se dio cuenta que Shuichi ya había salido de su crisis emocional y, en ese preciso momento, su miraba se posaba en el bien formado cuerpo del rubio, observándole de pies a cabeza con cierto dejo de odio en la mirada.

 

“¿Cuánto tiempo lleva aquí? ¿Habrá escuchado algo?”, se preguntó mentalmente, sin quitarle la vista de encima, contemplando seriamente los ojos ambarinos que recién se habían detenido a observar los suyos. Yuki sonrió al darse cuenta que Shuichi llevaba rato viéndole con cara de pocos amigos. Trató de acercársele, pero se detuvo, pues aquella mirada penetrante, seria y llena de odio no era una buena señal. “Después de esto no querrás volver, medicucho de cuarta”, pensó a la vez que se ponía de pie, suavizando su mirada para que el médico no se asustara. Había llegado el momento de actuar.

 

            —¡¡Yuki onii-chan!!— exclamó alegremente, lanzándose a los brazos del rubio, restregando su cara en la bata blanca, buscando secar sus lágrimas.

            —¿Qué tal, Shuichi? ¿Cómo te has sentido hoy?— preguntó fingiendo no haber escuchado su plática consigo mismo, haciendo cuenta, además, que no estaba enterado de la mutilación al peluche, ya que esperaba que el mismo Shuichi pudiese comunicárselo.

            —¡Súper bien, Onii-chan! Shuichi siempre se porta bien— exclamó alegre de forma infantil, mintiendo descaradamente, mientras se separaba del rubio. “Idiota”.

            —¿Estás seguro? ¿No has hecho nada malo?— volvió a preguntar sabiendo de antemano, que el niño le estaba mintiendo.

 

            Esta vez, Shuichi pareció meditarlo, llevándose, en un acto infantil, un dedo a los labios para simular una actitud pensativa. Su cabeza se ladeó y, en seguida negó rotundamente, volviendo a apretujar entre sus brazos el fornido cuerpo del médico. Yuki no quedó contento con la respuesta y trató de apartar al menor para obligarle a decir la verdad y, así, entre tanto forcejeo, Shuichi escabulló su mano dentro de uno de los bolsillos de la bata, obteniendo, sin que el médico lo advirtiera, la jeringa con la dosis de calmantes.

 

            Shuichi se separó del rubio, escondiendo la jeringa robada en su espalda, alejándola de la vista del médico. Hasta el momento, su plan marchaba bien, pues Yuki no había advertido el hurto y con lo idiota que era, se había tragado el cuento del niño bueno. Sin embargo, aún faltaba una cosa. ¿Cómo le explicaría al medicucho que había mutilado a “mamá”?

 

            —Eres un verdadero mentiroso, enano— le recriminó—. Me dijeron por ahí que te has portado mal. Ahora, dime. ¿Qué hiciste con mamá?— Shuichi bajó la cabeza simulando estar arrepentido o, por lo menos, apenado, pero en realidad, sólo quería esconder su rostro para reírse. ¡Qué estúpido era el médico!

            —¿Te refieres al peluche?— preguntó con cierta ironía, desconcertando de inmediato, al rubio. ¿Shuichi había llamado peluche a mamá? Acaso, ¿el mocoso se estaba burlando de él?— Pues… Intentó matarme, pero yo lo decapité antes de que intentara algo. Kumagoro es un tonto. Pensó que podría manipularme, pero no sabía que yo era más astuto que él— soltó una risita tonta, sin levantar la cabeza, pues estaba muerto de la risa por las reacciones de su médico y, no quería que éste se diera cuenta de que se estaba burlando de él.

            —¿Quién es Kumagoro?— preguntó intrigado, mostrándose intranquilo al no poder ver el rostro de Shuichi. Tenía un mal presentimiento y una vocecita le decía que Shuichi estaba tramando algo, pero no tenía cómo averiguarlo.

            —¿Quién más va hacer? ¿No estamos hablando de “mamá”?— preguntó enfatizando con sarcasmo la palabra “mamá”—. Mamá se llama Kumagoro… Pero es obvio que no es mi mamá. Es un estúpido peluche…— Shuichi se acercó sigilosamente hasta el mayor, manteniendo ambas manos en la espalda, con las cuales acababa de sacar el tubito que protegía la aguja de la jeringa. Yuki estaba sin palabras, pues la actitud extraña de Shuichi dejaba mucho que desear. ¿Qué rayos estaba tramando? ¿O sólo era una manifestación más de su enfermedad?— ¡Dime, Onii-chan!— exclamó con su habitual tono infantil y alegre— ¿Sabes dónde está mamá? Yo… Cuando desperté…— La voz de Shuichi se quebró y empezó a llorar, apoyando su cabeza en el pecho del médico, mientras le abrazaba para esconder la jeringa detrás de éste—. Mamá ya no estaba… Me abandonó de nuevo… ¿Por qué?

            —Tranquilo, Shuichi. Mamá no te ha abandonado, sólo está en reparaciones— susurró con cierto dejo de ironía acariciando los sedosos cabellos rosados con ternura— Descuida, ya vendrá por ti…

            —¿De verdad?— El menor levantó la mirada enfocando los ojos ambarinos del médico con aire de esperanza. Eiri asintió sonriendo, pensando que todo esto era una soberana estupidez, pero tratando con un enfermo mental, sólo podía seguirle el juego… Craso error… Shuichi aprovechó la confianza que el rubio le daba y, así subió sus manos hasta su cuello y se preparó para dar el golpe—. Eres un estúpido— dijo en tono sombrío, dejando descolocado al médico, quien no alcanzó a reaccionar al ataque.

 

            El de pelo rosa aprovechó el momento para clavar, con fuerza, la aguja en el cuello del rubio, empujando el émbolo hasta el fondo, escuchando con un gusto enfermizo los alaridos del médico. Yuki empujó a Shuichi y guió su mano hasta el cuello, quitándose la jeringa. ¿Qué demonios? ¡Ése niño en verdad era un peligro!

Masajeó el área herida mientras su vista se nublaba, observando con horror cómo su agresor sonreía burlonamente y se acercaba a él con aire asesino. Cayó sobre su trasero tratando de escapar, pero los calmantes estaban surtiendo efecto y lentamente, comenzaba a sumirse en la inconsciencia.

 

            Shuichi se posó sobre él y rodeó su cuello con ambas manos, apretándolo fuertemente, con la clara intención de asfixiarlo. El médico trató de zafarse, pero por culpa del medicamento ya no tenía fuerzas. No podía ver bien y lo único que podía hacer antes de dormirse, era pedir ayuda. Las manos del muchacho se cerraban en su cuello impidiéndole respirar con normalidad, pero juntó fuerzas y metiendo una mano en su bolsillo logró alcanzar las llaves y presionar el botón, para luego caer inconsciente a merced de su paciente.

 

            La alarma se disparó y Shuichi entró en pánico, pues ya sabía lo que sucedería. Se apartó  del cuerpo del médico y se quedó viendo estupefacto lo que había hecho, pero ya no había vuelta atrás. Los enfermeros y paramédicos entraron con agilidad, yendo directamente hasta donde se encontraba el demente, apresándolo para calmar su berrinche y poder inyectarle tranquilizantes. Sin embargo, el pequeño no se iba a dejar tan fácilmente. Manoteó, pataleó y lloró alegando inocencia, con total desconocimiento de las cámaras de seguridad que habían en cada habitación y que lo incriminaban.

 

            Los paramédicos se acercaron al rubio para verificar que aún estuviera vivo y, así, rápidamente, lo tomaron entre tres y lo llevaron a otra habitación para revisarlo y esperar a que recuperara la consciencia, mientras Shuichi era inmovilizado con una camisa de fuerza e inyectado con fuertes calmantes para que durmiera el resto del día. El pequeño se durmió al rato y así, fue dejado en un rincón de la habitación.

 

            Maiko, muy preocupada por lo sucedido, acudió a la habitación en donde estaba Yuki para verificar que estuviera bien, pero como lo encontró dormido sólo pudo esperar a que por fin despertara. La calma había vuelto al hospital y, los pacientes más obedientes que recorrían los jardines, murmuraban preocupados preguntándose qué o quién había desatado la alarma.

 

 

            El día avanzó, la tarde llegó y los pacientes eran encerrados en sus habitaciones como todos los días, recibiendo antes de irse a dormir, una dosis de medicamentos como antidepresivos, antipsicóticos y pastillas para dormir. Todo había vuelto a la normalidad y el hospital se sumía en un inquietante y horrendo silencio, acompañado por la inmensa soledad que cubría cada pasillo del lugar.

 

            Los enfermeros se preparaban para el cambio de turno, algunos ya se habían ido y, aunque la asistente de Yuki ya había acabado con sus horas de trabajo, aún seguía en el hospital, esperando a que el rubio despertara.

 

            La habitación en que se encontraban era bastante amplia, tenía varias camillas y sus paredes estaban pintadas de un blanco radiante. Ese típico y desagradable olor a hospital se respiraba en cada rincón de esa habitación, mientras que el suave viento que entraba por la ventana, intentaba suavizar con su pureza el horrendo aroma. Estaban solos en la habitación y el silencio se apoderaba de ella, los minutos pasaban y el rubio aún se encontraba bajo los efectos del calmante.

 

            Maiko contemplaba preocupada el semblante serio con el que dormía, su piel se había vuelto más pálida de lo normal y aquella expresión de tristeza que mostraba su rostro mientras descansaba, hacía que la muchacha se preguntase si acaso el rubio, con toda la fama y dinero que tenía, no era feliz.

 

            En los dos días que llevaban trabajando juntos, había notado que el médico era un hombre muy frío y solitario, hablaba lo justo y lo necesario y, aunque tratara de mostrarse serio, sus ojos evocaban una profunda herida que llenaba su corazón de tristeza. Esos ojos ambarinos y seductores escondían un secreto que sin duda era la causa por la cual Yuki se mostraba tan distante con las personas.

 

            Lentamente, la mano que Maiko tenía entre las suyas, se movió por unos instantes, alertando a la mujer del inminente despertar del rubio. Un quejido se escuchó suavemente y al instante, los dorados ojos del médico se abrieron con parsimonia parpadeando en reiteradas ocasiones hasta lograr acostumbrarse a la luz artificial de la lámpara. Observó su alrededor en silencio tratando de identificar el lugar en el que se encontraba, hasta encontrarse con los ojos marrones de la muchacha.

 

            —¡Qué bueno que despertó!— exclamó sonriente soltando la mano del rubio—. ¿Se encuentra bien?

            —Descuida, sólo estoy un poco mareado. Ese niño me pilló desprevenido. —Eiri movió su mano hasta el cuello, sobando el lugar en donde había sido enterrada la aguja, quejándose en el acto, pues cada vez que se tocaba, era víctima de un agudo dolor punzante en la herida.

            —Ya es tarde, has dormido mucho. —Yuki sonrió con fastidio, recordando el ataque de su paciente, preguntándose qué había sido de él—. El director me pidió que le dijera que se tomara el día de mañana como libre. Yo le aconsejaría que renunciara al hospital…Shuichi es realmente peligroso.

            —Un crío no es un obstáculo para mí… Además, Shuichi es un desafío personal, no voy a descansar hasta que logre curarlo, pero tomaré en cuenta las palabras del director. —Yuki se levantó sentándose en el borde de la cama—. ¿Y Shuichi?

            —Debe estar durmiendo. La dosis que se le dio le hará dormir hasta mañana. —El rubio no dijo nada y se levantó para caminar hacia la salida. Miró la hora en su reloj, maldiciéndose por haber dormido tanto, pues hace dos horas había terminado su horario.

            —Bien, nos vemos mañana. —Yuki cruzó la puerta sin siquiera voltearse hacia la muchacha, dejándola sola en la sala. ¿Qué manera de comportarse era esa? Maiko frunció el ceño, molesta por la actitud arrogante del médico, sintiéndose tonta por haberse preocupado tanto en vano. Mejor se habría ido a penas terminó su horario.

 

            Eiri salió del hospital rápidamente sin dirigirle la palabra a nadie, subió a su auto y lo puso en marcha hacia su penthouse. Tenía muchas ganas de llegar a su hogar, pues después de esa horrible tarde, necesitaba alejarse del hospital y olvidarse por un momento de su paciente y su extraño comportamiento.

            Ahora podía hacerse una leve idea de lo que Shuichi, posiblemente le hizo a los otros médicos que lo trataron, pero a diferencia de ellos, Yuki Eiri no se rendiría tan fácilmente.

 

            Mañana volvería al hospital como si nada, a pesar de las advertencias de su asistente y del pedido del director para tomarse el día libre. Quería darle a Shuichi una linda sorpresa, imaginándose el rostro de éste, cuando le viera cruzar el umbral de la puerta de su habitación.

            Ahora que había descubierto muchas de las necesidades del pequeño, tenía la obligación de idear una estrategia y llevar a cabo un plan efectivo para curar a su paciente. Sólo debía investigar un poco más y pasar más tiempo junto al chico. Así, si todo salía bien, en un par de meses, Shuichi sería una persona común y corriente.

 

 

Continuará…

 

 

Notas finales:

Qué les pareció?

Este capi estuvo bien intenso jaja Aquí ya empezamos a conocer un poco más de la mentalidad de Shuichi

Qué creen que le habrá pasado a Shu para terminar así? De verdad estará loco? Es un psicópata? jaja

Por si hay alguien que lea mis otros fic, les ruego paciencia porque he tenido muchísimo trabajo en la universidad y a penas tengo tiempo para dormir. Así que no he podido escribir nada de nada u.u

Bueno, ya me largo!

Dejen sus comentarios =)

Coman y duerman harto, sino terminaran como Shu xD

saludines!


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