¿Cuánto tiempo llevaba allí, encogido sobre si mismo? No lo sabía; lo único que sabía era que quería correr, alejarse, huir, llegar lo más lejos posible y no regresar jamás. Quería correr, pero el cuerpo no le respondía; por mucho que se gritase a si mismo que tenía que levantarse, salir de allí y avisar a alguien su cuerpo permanecía inmóvil, aovillado en aquel rincón, mientras en su mente no dejaban de repetirse aquellas malditas imágenes, aquello que acababa de contemplar. Tenía que levantarse, tenía que salir de allí, pero el temor a ser descubierto era más fuerte, y tal vez por eso su cuerpo permanecía paralizado. Pero tenía que levantarse, tal vez así dejaría por fin de ver aquello en su cabeza, tal vez así las imágenes se detendrían y desaparecerían. Ya no había luz, ya no se escuchaba nada; quizás ya se habían ido y él podría marcharse sin que nadie le viese. O a lo mejor seguían allí agazapados, aguardando en silencio a que saliese para hacerle a él lo mismo. No podía saberlo, y el pánico se aferraba a su garganta y le dificultaba la respiración, volviendo tarea imposible pensar con claridad. Pero debía hacer algo, lo que fuese, no podía quedarse allí encogido sobre si mismo y recordando una y otra vez los horrores de los que había sido mudo testigo: tarde o temprano aquel escondite suyo dejaría de ser seguro. Tarde o temprano alguien daría con él, y entonces solo Dios sabe lo que le pasaría, pensó, sintiendo el amargo envite de las nauseas forzándole a apretar los labios y cerrar fuertemente los ojos.
A través de los párpados cerrados percibió luz en la habitación, cerca de su escondite. Temblando, se encogió aún más sobre si mismo, abrazándose las piernas y rezando por que aquellas voces y aquellos pasos se alejasen, suplicando internamente que las luces se apagaran y nadie pudiese encontrarle. Las voces estaban cada vez más cerca, y él estaba cada vez más aterrorizado; no entendía lo que decían, pero sonaba amenazador, y después de lo que había contemplado esa misma noche prefería seguir sin saber qué decían…
Por favor, por favor, por favor. ¡Por favor, que se vayan!
Repentinamente se hizo el silencio en la sala. ¿Se había ido? Abrió lentamente los ojos y contuvo un alarido de terror al encontrarse de frente con otro par de ojos que lo contemplaban fijamente. Le estaban hablando, pero él ni siquiera podía escuchar lo que decían; lo único que escuchaba era el sonido atronador de su propio pulso latiendo desbocado mientras contemplaba fijamente aquellos ojos oscuros. En realidad, tampoco importaba demasiado lo que le dijesen, sabía de sobra lo que venía después, se dijo a si mismo. ¿Por qué, por qué tenía que acabar todo de aquella manera? Él no quería morir, no quería morir, se repitió una y otra vez antes de caer hacia la negrura.
* * *
-¿Qué tenemos?
El policía alzó la cabeza de sus notas y la inclinó levemente a modo de saludo.
-Varón, en torno a los cincuenta años. Un indigente lo encontró mientras rebuscaba en los contenedores.
El comisario se acercó al cuerpo tendido en el suelo y dejó escapar un silbido entre dientes.
-¿Es él? –inquirió mirando a la forense, que en aquellos momentos estudiaba la temperatura del cuerpo con un termómetro rectal para determinar aproximadamente la hora de la muerte.
La mujer alzó la vista hacia él, apartando con la mano un mechón de cabello rosado y clavando sus orbes verdes en los ojos bicolor del comisario.
-Aún hay que hacer algunas comprobaciones: comparar la ficha dental, llamar a un familiar que lo reconozca…
-¿Es él? –le cortó el hombre, repitiendo la pregunta y contemplándola con seriedad por entre sus cabellos plateados.
-Yo diría que sí. Kakashi…
El hombre suspiró.
-Haz las comprobaciones primero: tenemos que estar seguros al cien por cien antes de avisar a los de arriba. Habrá que llevar esto con cuidado; se nos va ha echar encima la prensa, Sakura.
La forense asintió y volvió a concentrarse en su trabajo mientras el comisario se dirigía de nuevo a su acólito.
-Quiero que embolséis y fotografiéis lo que hay aquí. ¿A dónde conduce el rastro? –inquirió, señalando con la cabeza el reguero de sangre que unía la puerta trasera de uno de los edificios con el contenedor en el que se halló el cuerpo.
-Entra en ese edificio de oficinas de al lado. Varios de nuestros hombres han subido a peinar el edificio, pero parece ser que no queda nadie en él; debieron traerle hasta aquí y liquidarlo aprovechando que esto se queda vacío de noche…
-Aquí Sasuke Uchiha, ¿me reciben?
El repentino sonido de la radio sobresaltó a ambos hombres.
-Alto y claro, hijo –se apresuró a contestar el comisario.
-Estoy en el despacho principal de la tercera planta. Aquí se termina el rastro de sangre. Por favor, que suba un equipo médico, aquí hay alguien más.