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Tentacle Nation! por Innis

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Notas del fanfic:

Tentáculos, tentáculos y más tentáculos. SI no os gusta ese tipo de yaoi buscad otro fanfiction.

La historia y los personajes me pertenecen y están protegidos por registro legal.

Notas del capitulo:

Tentáculos, tentáculos y más tentáculos. SI no os gusta ese tipo de yaoi buscad otro fanfiction.

La historia y los personajes me pertenecen y están protegidos por registro legal.

 

 

Encuentro 1: Bolt Madox fracasa en su misión y se mete en un lío
Los dientes se apretaban a la altura de los caninos, dejando entrever apenas la punta de la lengua a través de la brillante dentadura entre gemido y gemido; las cadenas, colgadas del techo mantenían la camilla de cuero a duras penas recta por la intensidad de las embestidas, pero su ocupante, atado y a merced de un grupo de nueve hombres dispuestos a mantener su cuerpo “bien ocupado” toda la noche, mantenía la calma como podía, inmerso en oleadas de placer y pánico. Su primer impulso había sido intentar morder las correas que mantenían apresadas sus muñecas a ambos lados de su cabeza, pero comprendió nada más probarlo, el material era demasiado grueso y fuerte incluso para una dentadura canina como la suya. De hecho, lo único que consiguió fue sentirse aún más humillado ante aquellos hombres, que ahora se reían de la debilidad del zorro...pero después de todo, ese material había sido creado para asegurar la sumisión obligada de su ocupante. Gimió con todas sus fuerzas cuando aquel marinero se corrió dentro de él, notando el semen pegajoso y caliente deslizarse entre sus muslos sudorosos y manchar la camilla, humedeciendo su trasero y haciendo aún más notoria la acumulación de aquel fluido debajo de este. A punto del orgasmo, notó una garra sucia bombeando perezosamente su erección, mientras él intentaba resistirse moviendo en un vano intento las caderas para deshacerse del toque, y corriéndose finalmente sobre su estómago por cuarta vez en la noche mientras escuchaba con la mente en blanco por el orgasmo como aquella pandilla volvía a mofarse.


-Es mi turno de jugar con el cachorro...-gruñó uno de los pescadores, empujando con fuerza a un miembro más débil del grupo para acercarse a la entrada abierta ante él.


Odiaba cometer esos errores, más cuando su socio, Hombre Pelícano, le había advertido por lo menos cinco veces que ir medio desnudo, con cuero y correas marcando su trasero, al peor puerto de la ciudad, sólo le traería problemas. Bolt simplemente se rió de él en su cara, moviendo su trasero de forma provocativa antes de salir por la puerta, dejando la insinuante visión de su preciosa y frondosa cola pelirroja escurriéndose por la entrada en la retina de su socio, que masculló entre dientes lo difícil que era convivir con un joven tan presuntuoso. No se podía decir que hubiera tomado precauciones al entrar al local: confiado por el éxito de sus dos últimos encargos y con armas ocultas en una entallada chaqueta de cuero había entrado a aquel tugurio empujando las puertas con fuerza, como si fuera el amo del lugar. La oscuridad apenas dejaba distinguir el rostro de los parroquianos, y parecía una típica taberna portuaria del sur de la ciudad: humedad penetrante que salía de las paredes, donde el papel decorativo con motivos marinos goteaba y amenazaba con caerse a tiras en cualquier momento; un ancla y un par de motivos náuticos de pésimo gusto y por supuesto, una barra de bar llena de copas sucias y borrachos. Apartó un alga enredada en su bota con un gesto de asco, notando todas las miradas sobre su persona mientras avanzaba hacia la barra moviendo su cola con evidente coquetería: acostrumbrados a toda clase de híbridos marinos, encontrarse con un magnífico ejemplar mamífero y de suave pelo en lugar de escamas no era algo que ocurriese todos los días. Y más si esa persona era un hermoso ejemplar de zorro rojo, con un trasero redondo y perfecto que apretaban aún más la carne, marcada ya de por sí los pantalones de cuero. Una camisa de seda negra semitransparente dejaba más bien poco a la imaginación y un sugerente collar de perro se ajustaba con una correa a su cuello, resaltando la piel pálida del chico zorro, que se rascaba distraído sus acolchadas orejas antes de tomar asiento. Bolt Madox ya había tenido problemas con su carácter en el reformatorio: no sólo no se ajustaba al tópico de la astucia general de los zorros, sino que sus acciones rayaban lo temerario o lo estúpido, y lo más normal es que ambos atributos fueran siempre de la mano. No se paraba a pensar en las consecuencias de sus actos con demasiada frecuencia, y aunque su actitud y estudios no le permitirían nunca ascender a un puesto de funcionario, su cuerpo y sus ojos ámbar le habían proporcionado un puesto cómodo de secretario para un tratante de telas, que se negó a aceptar. No se arrepentía de su decisión ni de la pérdida de un futuro cómodo, a pesar de años de vender su cuerpo al mejor postor, pues todo eso le permitió finalmente conocer a su actual socio. La seducción le había regalado jugosa información en su último encargo cuando se infiltró como uno de los amantes de un conocido millonario en la parte alta de la ciudad, pero no había pensado en la posibilidad de que la discreción pudiera ser una clave para mantenerse vivo, ni que aquel submundo, aunque conocido, tenía sus propias sorpresas. Pero como siempre, no hizo caso de los consejos de su socio de dar la información justa en el momento justo y puso todas sus cartas encima de la mesa, haciendo un gesto con la mano para llamar al camarero, ocupado entre las sombras, que acudió cabizbajo. El zorro notó que la peculiar iluminación del local, donde apenas quedaban un par de bombillas enteras y caldeado por el humo del tabaco barato no le sentaban nada bien a la fachada de su acompañante, y cuando lo tuvo a dos palmos de su cara, inclinado sobre el mostrador se sintió por primera vez intimidado desde su entrada en el local. Aquellas extrañas protuberancias que había considerado fealdad entre las sombras ahora se mostraban claramente como nidos de minúsculos moluscos que parecían respirar, deslizándose por los improvisados cráteres. Sintió deseos de vomitar cuando una oleada de olor salado le golpeó en la cara y, durante una milésima de segundo, pensó que preferiría enfrentarse a una panda de “tentacles” antes de aguantar una charla con la halitosis facial de ese tipo.


-¿Qué quieres? -espetó, secando un vaso con más fuerza de la aconsejable, aunque como bien notó Bolt, a pesar de estar inclinado aquellos ojos lo miraban de reojo con lujuria y deseo mal contenidos.


El zorro casi respiró aliviado cuando una ráfaga de humo nubló su desarrollado sentido del olfato. Uno de sus vecinos en la barra, que como el resto de parroquianos miraban con curiosidad mal disimilada y otros deseos más oscuros el cuerpo del mamífero, encendió un apestoso cigarrillo con envoltura de alga. A pesar de que aquel olor, junto con las algas quemadas, no era su favorito al menos disimilaba el fuerte olor salado que procedía de su interlocutor y que amenazaba con noquearlo.


-Que recibimiento más frío -ronroneó el zorro, moviendo su cola con inquietud y anticipación. No sabía de qué se preocupaba “Hombre Pelícano”, un par de sonrisas y ese camarero zoquete aprendería italiano para poder cantarle ópera- este lugar no es tan maravilloso como me contaron...-meloso, miró al camarero con la más inocente de las sonrisas- me gustaría beber algo...-la cola se agitó nerviosa mientras la adrenalina empezaba a llenar las venas de su amo, y con el olor corporal suavizado se veía con fuerzas para seducir a aquel hombre- me gustaría tomar... “el especial de la casa”.


El camarero ni se inmutó, y Bolt habría pensado que su petición caía en saco roto de no ser por el largo silencio que siguió desde la pregunta hasta la respuesta del trabajador.


-Puedo servirte lo que a todo el mundo...whisky de barril -el tono frío y el escupitajo que soltó en el vaso no ayudaban a que al zorro empezara a apetecerle un trago, y mucho menos cuando vio como lo extendía por el interior de cristal, extendiéndolo con el paño sucio. Tragó saliva e hizo de tripas corazón, asintiendo ante el ofrecimiento, la situación empezaba a volverse tensa: creía que podría contactar facilmente con un distribuidor de drogas con el santo y seña que le habían facilitado en los callejones “el especial de la casa”, y como siempre, confiado en exceso de su éxito, había olvidado preparar un plan B. Su cola y sus orejas empezaron a bajar con precaución, y con cara compungida observó cómo rellenaba el vaso que había estado limpiando con un líquido parduzco que no olía nada bien.


-Me gustaría...un vaso limpio -comentó al tener aquel mejunge frente a él. El camarero soltó un bufido irónico, y cogió el vaso delante de él para volcar el contenido en otro igual de sucio para volver a alcanzárselo mientras escuchaba un par de risas apagadas- yo...me refería a...


-Deja de torturar al chico, Nell...dale algo decente.


Bolt volteó a su derecha, notando como un hombre ocupaba el taburete a su derecha. El desconocido le sonreía mostrando un par de dientes de oro mientras colocaba un par de billetes sobre la barra, que el camarero se apresuró a recoger, asintiendo. No era su tipo, pero a pesar de eso podía apreciar cierto atractivo en aquel rostro maduro y rasgos regulares, sólo estropeados por un parche sobre su ojo derecho, pelo negro engominado y echado con esmero para atrás y su camisa y pantalones formales, que a pesar de estar gastados le daban un aire elegante alejado del resto de parroquianos. El zorro, a pesar de su sorpresa inicial, cogió uno de los cigarrillos de la pitillera de plata que le ofrecía, asintiendo y sonriendo de forma agradecida. A diferencia de los cigarrillos con forro de alga de los suburbios, este estaba hecho de papel, y no dejaba de maravillarse de estar hablando con alguien que podía permitirse semejante lujo en aquel lugar. Nunca había fumado uno de esos, pero se sentía reconfortado por tener a alguien más “sofisticado” a su lado en aquel tugurio.


-Me llamo Klein -se presentó el desconocido, encendió la llama de su mechero para encender el cigarrillo de su improvisado acompañante, acercándose lo suficiente para que el zorro pudiera distinguir unas sospechosas escamas blanquecinas y brillantes que sobresalían del parche, y sintiese un escalofrío de temor ante lo que eso pudiera significar- mi mutación es interesante, pero no es nada de lo que un cachorro como tú deba asustarse...no soy “uno de ellos”-aseguró con un tono seductor- ¿decepcionado?- preguntó malicioso.


Bolt no tenía que objetar, por lo que dio una calada al cigarrillo, estornudando al notar cómo el humo iba por el lado equivocado, y abriendo la boca en busca de aire. Notó como casi al instante Klein soltaba una suave carcajada, encendiendo el suyo con un gesto causal y pasaba una mano por su espalda, dando unos golpecitos con buen humor para facilitarle la respiración, aunque cuando el zorro finalmente lo hizo, observó que esta no se había movido ni un centímetro de su piel, aunque ya no era necesaria.


-Yo soy Bolt, Bolt Madox -se presentó de forma apresurada y nerviosa. Por más que intentaba comportarse como un hombre adulto y capaz de solucionar sus propios problemas, ese tipo de situaciones aún lo desesperaban y humillaban. No sólo había quedado como un crío al atragantarse con el humo, sino que había dado su nombre real al primer desconocido que encontraba. Klein le sonrió y pudo notar como el ojo sano le miraba de arriba a abajo, estudiándolo, no sin cierto aire condescendiente que le molestó un poco.


-¿Puedo tocarla? -preguntó Klein con un tono divertido.


-¿Eh? -Bolt se sonrojó y lo miró entre sorprendido y confundido. Klein volvió a soltar otra carcajada, ahora sin contenerse. El pelirrojo se revolvió nervioso notando que todo el bar estaba atento a la conversación. La atención que había pretendido desde su entrada había sido superada con creces, y aunque le fastidiase, todo era culpa suya.


-Tu cola...nunca he visto una así antes -aclaró Klein, explicándoselo como a un niño de cinco años. Bolt se sintió incómodo, a pesar de que las palabras del hombre eran amables le daba mal espina. Aún así, confuso por la situación, y para que negarlo, orgulloso de ser un ejemplar raro en aquella ciudad, simplemente asintió- Gracias...


La mano que se sostenía en su espalda bajo de forma lenta y suave apenas rozando con la punta de los dedos la piel, siguiendo la línea de la columna vertebral. Aquello era más erótico que si únicamente se hubiera dedicado a apretar con fuerza su trasero. Y le gustaba aquel tacto áspero recorriéndole, como atestiguó un suave ronroneo. Su cola estaba plagada de receptores sensitivos y nervios, por lo que unas buenas caricias y frotamiento hacían que se sintiera tan necesitado y satisfecho como un gatito. Klein, acostumbrando a tratar con gente de todo tipo, continuó moviéndose de manera experta por la espalda del menor. No le había pasado desapercibido la actitud del zorro al entrar en el local, acostumbrado a aquella actitud gallita propia de delincuentes jóvenes e inexpertos de los bajos fondos. Primero se lucían orgullosos como pavos reales y luego caían a merced de hombres como Klein, que se dedicaban a arrancarles una a una las plumas con malvada diversión. Encontró su objetivo a escasos centímetros de su trasero, divertido por la reacción involuntaria de aquella extensión peluda, que se encrespó entre sus dedos con vida propia, enredando perezosamente su larga extensión por encima de la muñeca. Sorprendido por esta reacción, el tuerto no pudo menos que usar su ojo sano para echar un ojo al menor, comprobando que las orejas afelpadas del pelirrojo se echaban para atrás y cerraba los ojos tenso en un gesto avergonzado. El camarero dejó un par de vasos, que si no estaban limpios del todo, al menos tenían un líquido de un color menos turbio y volvió a su rincón oscuro con un gesto de hastío y un leve aroma maloliente que no dejó indiferente a Bolt, que notaba que el resto del local volvía a hablar entre susurros, con el sonido de fondo de fichas de juego de alguna partida de cartas aislada. A pesar de su sorpresa inicial, el zorro atribuyó este cambio a la presencia de Klein, creyendo que con el moreno a su lado los otros parroquianos considerarían a la “preciosa novedad” como alguien ocupado. Idiotizado por las caricias, se sorprendió cuando la mano del desconocido acarició su cuello, echándolo un poco para atrás e inclinándolo sobre él.


-Tu piel es suave también -comentó Klein admirativo, bajando el tono para evitar oídos curiosos- oí que querías “algo especial”-al ver los ojos abiertos como platos de Bolt volvió a sonreír con superioridad


Parecía su día de suerte, aquel atractivo zorro rojo parecía aún más ingenuo que los delicuentes juveniles con los que trataba. El zorro, sin notar el peligro que se cernía sobre él, echó una mirada precavida a ambos lados para comprobar que nadie les prestaba atención, dando una larga calada a su cigarrillo para intentar sentirse tranquilo y seguro de nuevo. Asintió, tembloroso por las caricias en su cola y con ganas de ronronear cuando la mano del tuerto se enredaba entre el pelo, con apariencia de no ser consciente de las sensaciones que estaba causando en el pelirrojo.


-No me digas que te ha comido la lengua el gato...-Klein entornó los ojos, dando unas palmaditas en su muslo en señal de camadería- vamos...te los he quitado de encima, lo menos que puedo pedir es que me indiques por qué andas solito, así vestido y pidiendo un camello con tan poca sutileza.


Bolt abrió la boca para protestar o pedirle que se metiera en sus asuntos, pero en lugar de eso bajó las orejas avergonzado. Hombre Pelícano tenía razón desde el principio: tendría que haber esperado a tener un plan sólido antes de ir a por el objetivo, o al menos dejar que lo acompañara, porque aunque quisiera negar los hechos, siempre estaba más seguro y cometía menos tonterías bajo la sombra protectora de su socio. Después de todo, le rescató de las calles y le dio un techo. Y ahora él complicaba todo el plan por terco, orgulloso y cabezota.


-Si no me vas a llevar a “tomar el especial” no responderé a tus preguntas -contestó el zorro con un gesto que intentaba reflejar seriedad y confianza. Klein se rió con ganas, dando otro golpecito en los muslos del menor. Con algo de malicia acarició el pelo en la dirección contraria, provocando no sólo dolor en el pelirrojo, sino otro tipo de agradables sensaciones.


-Mmmm...creo que será mejor que me vaya...


-Soy uno de los proveedores del “menú especial de esta noche”...-comentó el mayor usando la jerga de los camellos y volviendo a repetir el gesto, complacido por el enrojecimiento de las mejillas del zorro- no seas tonto, cachorro, estás en buenas manos -comentó meloso, jugueteando ahora con el pincel negro en la punta de su cola- no saldrías bien parado con esos tipos después de tu entrada triunfal – razonó Klein, señalando con un gesto de la cabeza a los parroquianos. Por supuesto, Bolt tampoco previó la forma de escapar en caso de problemas- y aunque salieses vivo, se correría la voz y se te fastidiarían para siempre los tratos con otros proveedores. Tú consigues lo que quieres y yo gano un buen dinero.


Bolt tragó saliva: Klein estaba en lo cierto. Miró a su interlocutor unos segundos intentando ver algún tipo de aura maligna en el hombre mientras notaba el sabor amargo del tabaco. Su razonamiento parecía coherente, y llegados a ese punto no podría salir del local sin que lo siguieran para violarlo, robarle hasta los calzoncillos o encontrarse con un puñal en el estómago. Y tal vez si consiguiera un poco de droga, el nombre de un par de proveedores o la dirección de algún cuartel, Hombre Pelícano estaría menos enfadado con él a su vuelta.


-A no ser que no tengas dinero para comprar...-continuó Klein en un tono meloso, volviendo a cambiar la dirección del pelo.


-¡Claro que lo tengo! - contestó el zorro con algo más de fuerza de la que hubiera querido -claro que lo tengo – repitió en un susurro, apartando la cola del alcance de las manos del mayor y agarrándola con aire protector sobre su estómago- llevo dinero de sobra...-ante la sonrisa de tiburón del tuerto, rectificó- quiero decir que llevo suficiente...


-Entonces vamos a un sitio más privado entonces -cortó Klein, colocándose un elegante sombrero de felpa negra y acabándose su vaso de un trago. Bolt se apresuró a apagar los restos del cigarrillo y a imitarlo, intentando acabar con el líquido de un trago, teniendo que dejarlo tras un par de sorbos debido a que el líquido bajaba con una potencia abrasadora sobre el estómago y le daba miedo volver a quedar en ridículo.


Klein espero a que acabara, permaneciendo de pie a su lado, para pasar un brazo sobre sus hombros y encaminarlo hacia uno de los reservados de la trastienda. El bar quedó de nuevo en silencio, y cuando Bolt se volteó para ver que ocurría sintió un escalofrío al ver que todos los ojos de los parroquianos estaban puestos en él, y no le gustó en absoluto las sonrisas maliciosas y lujuriosas que le transmitieron. La sensación de alivio cuando atravesaron la húmeda cortina de pelo rojo que separaba el bar de los almacenes fue indescriptible. Sintiendo que había salido del área de peligro, se dejó guiar por el moreno por el oscuro pasillo. Klein no parecía un mal tipo, incluso abrió la puerta al almacén con aire caballeroso.


-Gracias...-sonrió el zorro internándose en la oscuridad delante de él. Sus sensibles orejas captaron de inmediato respiraciones fuertes y alteradas rodeándolos- Klein, enciende la luz, creo que hay alguien más aquí -ordenó, volteándose nervioso en la dirección que creía que estaba la puerta, esperando sentir la cercanía del tuerto en la oscuridad.


-Como quieras...-contestó Klein a su izquierda. Bolt se quedó quieto como un animal disecado, notando como esos sonidos los rodeaban.


Sus ojos parpadearon molestos cuando los potentes focos del techo se iluminaron, y le costó unos instantes ver con claridad lo que había a su alrededor. Cuando lo hizo , observó una camilla de cuero metálica que colgaba del techo sujeta por un par de cadenas, y un grupo de hombres, entre los que reconoció a algunos de los parroquianos del bar. Se volvió espantado hacia Klein, intentando abrir la boca sin conseguirlo para pedirle explicaciones. Con una sonrisa burlona, el tuerto sólo tocó el ala de su sombrero y le guiñó un ojo, en un gesto pícaro.

-Te dije que era el encargado del “especial de esta noche” -Bolt intentó agarrar su arma y correr hacia la puerta, pero sintió como unos brazos se cerraban alrededor de su espalda, inmovilizándolo. Klein sonrió con indulgencia- eres guapo, pero realmente estúpido...Caballeros, he traído un buen regalo, espero que sepan apreciarlo y no romperlo...


El zorro intentó en vano resistirse mientras sus ropas eran desgarradas y le obligaban a tumbarse en la camilla de cuero. Klein seleccionó un nuevo cigarrillo de su pitillera de plata, encendiéndolo con tranquilidad.


-No me importaría jugar un rato con él cuando hayáis acabado...

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  Apenas pudo gritar cuando notó como un nuevo pene se abría paso por su carnosa entrada, mojada por los restos de semen tras el orgasmo de demasiados marineros. Aunque la penetración había sido brusca y notaba como aquel miembro se clavaba hasta el fondo de su culo, el cansancio y el dolor acumulado por ser obligado a permanecer en esa postura “recibiendo”, junto con los fluidos acumulados no hacían tan doloroso el acceso. Cuando lo obligaron a abrir la boca y aceptar a la fuerza un nuevo pene, notando como su cavidad bucal era llenada por el sabor del sexo y cierto regusto a pescado. Realmente odiaba aquel tipo de mutaciones acuáticas tan desagradables, pero aún así, se dejó hacer, demasiado cansado para oponerse y sabiendo que morder sólo le ocasionaría aún más problemas. Así que simplemente se dejó hacer mientras dejaba que lo manipularan. Empezó a gemir mecánicamente con cada nueva estocada, notando como la camilla se balanceaba violentamente con cada nueva golpe en su trasero.
Klein contemplaba con una sonrisa de superioridad la situación. No podía creer que alguien fuera tan estúpido e insensato para meterse por su propio pie en una de sus guaridas. Tuvo noticias de un par de personas sospechosas que parecían demasiado interesados en encontrar proveedores y comprar droga en grandes cantidades, y por su experiencia en el campo, aquello sólo podría significar dos cosas: un “tentacle” rico quería kilos de sustancias para fiestas o sus “mascotas”, o un híbrido normal, sin el caché y dinero para costearla, intentaba jugársela de mala manera. Y no había liquidado a medio suburbio para dejarse embaucar por un novato. Aunque no podía negar que sería un trofeo interesante en su cama después de ver la manera en que gemía y gritaba, su expresión era tan dulce a pesar de la angustia. Por eso estaba molesto de ser interrumpido por el camarero cuando este lo agarró del hombro bruscamente. Klein le echó la peor de sus miradas, soltando el humo retenido en la boca sobre el apestoso rostro del empleado en un gesto de desdén.


-No me gusta que me interrumpan un buen show -aclaró molesto con un tono burlón que no indicaba nada bueno- ¿es que acaso no soy lo bastante explícito cuando doy una orden?.


-Jefe...-empezó el camarero tragando saliva, sin continuar. El tuerto se dio cuenta de que algo iba mal cuando notó como las horribles facciones del empleado se torcían en un gesto de angustia, pues recordaba de sobra cómo un tipo había acabado con cemento en sus pies a 200 metros de la orilla sólo por preguntarle una dirección y no haberle dado las gracias. Si aquel idiota se había atrevido a fastidiarle una buen espectáculo a sabiendas de los riesgos a los que se exponía las noticias debían de ser jugosas.


-De acuerdo...deja de temblar como un alga -se encogió de hombros condescendiente- ¿qué demonios ha ocurrido: hemos perdido algún contenedor-almacén?


-No señor, e-el científico...-se acercó más a su rostro para susurrar en privado, a pesar de la cara de evidente repugnancia del moreno- e..”el tentacle”...


La cara de Klein se oscureció, observando de reojo al zorro rojo, abiertos de piernas y penetrado por otro de los pescadores. Le gustaba darle ese tipo de caprichos a sus hombres, no por aprecio, ni mucho menos, sino porque sabía perfectamente que sólo se llegaba a complacer a esos semi-anfibios sucios y paletos a través de una botella o un buen trasero, y que si prometías ambos en buenas cantidades tendría un pequeño ejército de brutos y descerebrados dispuestos a matar y morir por él. Y todo por un precio módico en comparación con la mano de obra. Podía manipularlos y conservar su posición de poder. Pero eso no se aplicaba a los “tentacle”: la clase dominante, los amos del dinero y la tecnología, y por supuesto, con una mutación de tentáculos sumamente peligrosa que podía aplastarte y sacarte los intestinos. Si había aceptado tratos con el científico sólo era porque el dinero se conseguía con facilidad, en grandes cantidades y se libraba de los cadáveres de su despensa. Pero no era normal que el huraño tentacle saliera de su guarida tan pronto desde su última compra, y menos sin presentarse con un grupo armado de guardaespaldas.


-Dile que no estoy, que estoy ocupado, que tengo un cliente...lo que más rabia te dé -cortó Klein, dando una calada y volviendo a poner su atención en el espectáculo principal, intentando escurrir el bulto.


-Pero...j-jefe...


-Buenas noches, Herr Klein -contestó una voz fría e inexpresiva.


Klein pudo sentir ese aura helada que precedía sus tratos con el tentacle antes de escuchar su voz, y tragó saliva de modo mecánico mientras su piel se ponía de gallina por la baja temperatura que empezaba a colarse en el ambiente. Frente a él estaba un hombre delgado y más alto que él, cubierto hasta los pies con una enorme gabardina marrón oscuro, un sombrero a juego que cubría su cabeza y parte de su rostro, del que únicamente sobresalían algunos cabellos plateados, su boca y nariz cubiertas con una bufanda clara de cachemir y unas gafas de aviador con los cristales velados en un suave color amarillo ocultando sus ojos. A pesar del color blanco nuclear de su brillante piel y los rumores que decían que Albano Bonasera era un hombre muy atractivo debajo de todas aquellas capas de ropa, Klein le tenía miedo a su piel helada como un cadáver y todo lo que aquella gabardina y adornos pudieran ocultar, por lo que cuando no le quedaba más remedio, le trataba como un príncipe.


-Señor Bonasera -con una sonrisa fingida y amable se apresuró a coger la mano del tentacle y llevarla a sus labios en un gesto servicial, mientras su receptor ni siquiera reaccionaba, indiferente al gesto- no le esperábamos tan pronto de nuevo en nuestra modesta morada...-a pesar de su tono tranquilo y educado, se notaba a cien leguas que el tuerto escupía sus palabras con odio. Cuando soltó la mano, esta cayó como un peso muerto sin fuerza sobre uno de los laterales del tentacle.

Klein volvió a tragar saliva. Por eso odiaba tratar con aquellos seres, eran fríos e insensibles a cualquier estímulo externo y nunca sabías qué estaban pensando. Al contrario que el zorro, aquel tipo si podría ser un contrincante difícil en caso de una trifulca. Esperaba que fuera a recoger cadáveres o alguna sustancia química y desapareciera lo antes posible.


Los anteojos de Albano Bonasera echaron un rápido vistazo a la habitación. En el centro, atado a una camilla, abierto de piernas por las cadenas de las paredes, que abrían su trasero a sus torturadores y con un cansancio al borde de la inconsciencia estaba el zorro rojo que había ido a buscar.


-¿Puedo ofrecerle una bebida, un té...o quizás algo más fuerte? -preguntó el tuerto, consciente de que ni el científico bebería nada ni apostaba un céntimo a que hubiera una bolsita de té en ese tugurio ni querría tocar “el especial usado de esa noche”.


El brazo se quedó extendido en el aire, señalando la camilla con extraña decisión. Klein observó la dirección con aire escéptico hasta llegar al zorro atado, que ya había caído dormido presa del agotamiento.


-Está usado y contaminado con “material genético ajeno” – contestó el tuerto sin entender para qué querría el tentacle un chico como aquel, pudiendo comprar cualquier mascota mamífero a estrenar- no creo que te valiera para mucho.


-Lo quiero a él – inexpresivo y decidido, Bonasera no había bajado el brazo.


-No creo que...


Las piezas de plata en grandes cantidades y en su mano le convencieron de lo contrario. Realmente no era ético vender a alguien que no te pertenecía, pero según su punto de vista, él era el idiota que invadió su territorio primero. Aunque realmente tenía ganas de probarlo, por plata su curiosidad sería agua pasada.


-Sólo hay un problema...-comentó Klein de manera casual, dispuesto a sacar un poco más de dinero por el trato- le prometí a mis hombres que podrían jugar con él hasta hartarse, y como comprenderá, señor Bonasera, entregárselo de inmediato sería perder su confianza.


El científico asintió en silencio, contando el número de personas en el almacén y echando un ojo a los fluidos desparramados por el suelo. Lo habían estado violando un buen rato y posiblemente acabarían como mucho en una hora. Por otra parte, aquello de alguna manera lo beneficiaba.


-¿No lo matarán ni dañarán gravemente, verdad? -preguntó Bonasera de manera inexpresiva, aunque por dentro sentía cierto temor por las condiciones en las que quedaría el zorro.


-No, por supuesto que no...


-Me lo llevaré cuando hayan acabado -dejando de una pieza a Klein, el bajo de la gabardina rozó sus pantalones cuando el tentacle dio la vuelta en dirección al bar – Herr Klein...-paró unos instantes y aún confuso notó como los anteojos se clavaban en él- tomaré ese té que tan amablemente me ofrecía.


Klein esperó a duras penas a que el otro se hubiera alejado del almacén para golpear la pared con el puño y soltar una carcajada producto de la sorpresa. Todo el mundo sabía que sus ofrecimientos se cumplían a rajatabla, incluido el tentacle, y ahora tendría que soltar al zorro en aquel para excusarse de que el agua no estaba aún caliente pero su pedido sí preparado para que lo recogiera cuanto antes y se largara. Después de todo, no podía quedar mal con los clientes y no darle algo que él mismo le ofreciera minutos antes. No sabía si era casualidad o Bonasera se la jugó, pero ordenó que desataran al zorro en aquel instante. Si había algo de lo que estaba seguro era que no había una maldita bolsita de té en todo el local.

 

Notas finales:

Si os ha gustado comentad!! REVIEWS!

Me lo merezco aunque sea por tener que aguantar publicidad de condones mientras arreglo los párrafos y me peleo con el editor tinyMCE XD


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