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Northwestern por Choped

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Capítulo 2.


 


     A la caída de la noche, aunque hacía relativamente poco que había dejado el pueblo y era más agradable caminar mientras la noche estuviera presente y las temperaturas bajaran que durante el día bajo un sol abrasador que no daba tregua,  buscó resguardo al pie de una roca de tamaño mediano. Allí se cobijó, encendió un pequeño fuego con unos matojos resecos y asó un conejo que cazó por el camino (era mejor no gastar sus provisiones si no era necesario). Disfrutó de la tranquila cena sin más compañía que el aullido de una pareja de coyotes en la lejanía y después permaneció largo rato contemplando las estrellas antes de dormirse. Aún recordaba como cuando era niño, durante las largas travesías a través del Océano Tenebroso, su padre le enseñó a identificarlas aunque nunca consiguió aprender a guiarse de ellas. Rió interiormente, la nostalgia y la morriña  si bien no eran las mejores compañeras de viaje, al menos, hacían compañía.


    El cielo comenzó a clarearse y con él la actividad de los múltiples y diminutos animales que aprovecharon la noche para alimentarse cesó. En contraposición a los pequeños organismos, el pelirrojo que desde crío estaba acostumbrado a madrugar y  aprovechar cada minuto de sol, emprendió de nuevo su marcha hacia su destino, el fuerte. Si llevaba bien la cuenta, aquélla debía ser la tercera vez que recorría los mismos parajes para ir a Grand Line, así que no habría problemas para llegar; sólo tenía que preocuparse de no caer deshidratado.


    Ésa quizá siempre fuera la parte más difícil del trayecto pues el incisivo sol de mediodía no daba ni un minuto de descanso, y a menos que encontrara una roca muy grande o un cactus de considerables dimensiones, no había una triste sombra en la resguardarse. En ese aspecto aún a días de hoy seguiría preguntándose como un ser humano sanamente cuerdo y coherente podría querer vivir e invadir unos territorios como lo eran aquellos, tan áridos y secos que la tierra apenas daba frutos excepto en zonas muy puntuales donde el clima se suavizaba y las precipitaciones eran más abundantes, como era el caso del pueblo o el asentamiento Lacota que además disfrutaban de un espléndido río de cristalinas aguas; sin duda lo más codiciado de los alrededores. Puede que en realidad ese fuera el único motivo, el río. Pero el mundo estaba lleno de ellos, ¿por qué tenía que ser precisamente ése?


   La respuesta a la eterna pregunta era y seguiría siendo la avaricia y un afán incontrolado por poseer todo cuanto la Tierra brindara.


   No quiso darle más vueltas a la cabeza o realmente el sol acabaría licuando sus neuronas. Si seguía al ritmo que iba, alcanzaría el fuerte en poco más de cinco o seis días con sus respectivas noches.


    Y no se equivocó, tal como había predicho, en la tarde del sexto día, vislumbró en el horizonte la inconfundible silueta de Gran Line, que se erguía orgulloso de estar allí por muy perdido y en medio de la nada que se asentara.  Poco después ya se encontraba en las puertas.


-         Capitán, ¡cuánto tiempo señor!- le saludó su segundo al mando, un chico rubio al que el pelo le tapaba el ojo izquierdo. Éste lucía un uniforme azul índigo, un pañuelo de un par de tonalidades menor alrededor del cuello de la camisa, con remaches en dorado y unas botas negras para rematar el conjunto; exactamente igual que el resto de soldados pero con más galardones - Hace seis meses que partió de vuelta al pueblo, ¿qué tal va todo por allí?


-         Todo perfecto-sonrió como era su costumbre- lo he dejado en manos de un buen amigo así que no habrá problemas- se dirigió a su despacho que no era más que una pequeña caseta de madera enfrente de los barracones de los muchachos, integrado perfectamente casi a ras del grueso muro de postes que aislaba y protegía el fuerte de ataques enemigos.


-         Señor, si me lo permite, algún día tendríamos que conocernos, no hace más que contar maravillas de ese hombre.


-         Claro, no hay problema, la próxima vez que vuelva a Solèy te vienes conmigo- salió anudándose el pañuelo ya con el mismo uniforme que el resto puesto- Y dime, ¿alguna novedad importante por aquí?


-         Ninguna señor mas que los salvajes se están moviendo y sospechamos de un posible ataque contra nosotros.


-         Mmm… no creo que lo hagan. Saben que no tendrían oportunidad contra nuestras armas de fuego, por eso se han mantenido alejados hasta ahora y no me los imagino cambiando de idea…


-         Bueno señor, a mi parecer esos salvajes son impredecibles y serían muy capaces de hacer algo así.


-         Mi querido Sanji, tienes un concepto muy pésimo de ellos. Los Lacota son gentes pacíficas que se han visto obligados a empuñar las armas para protegerse de los invasores pero todavía no son tan idiotas. De hecho, podría decir que nos superan en inteligencia, ellos saben vivir en harmonía con la naturaleza mientras que nosotros sólo atinamos a destruirla.- posó brevemente la mano en el hombro de su subordinado y dio por zanjada la charla encaminándose a atender otros quehaceres-


 


 


El primer mes pasó volando. Casi no se había dado cuenta, entre las expediciones de reconocimiento del territorio, control de los movimientos de los indígenas, la captura de nuevos caballos, todo se le había hecho tan rápido... (Aunque él siguiera yendo siempre caminando)


     Como era costumbre en él despertarse con los primeros rayos que anunciaban el comienzo de un nuevo día, el pelirrojo saltó de la cama convencido de que hoy le pasaría algo bueno. Se fue despejando como buenamente pudo a lo largo del recorrido hasta el patio central donde de un sonoro bostezo acabó de desperezarse. Tomó una cantimplora y bebió largamente de ella para seguidamente verter algo de su contenido en la mano y mojarse el cuello y el pelo, esa mañana especialmente hacía un calor sofocante impropio de las horas que eran. De pronto un grito clamó por su atención.


-         ¡¡Capitán Shanks!! Hemos capturado a un indio. Estaba husmeando entre los carros de suministros. Se trata del príncipe de los Lacota, él mismo nos lo ha confirmado.- dijo uno de los soldados que sujetaban el cuerpo de una persona por los brazos impidiendo que escapara-


Y entonces lo vio. Era un chico joven, prácticamente un chaval de la misma edad que su peliverde amigo, pero éste lucía un brillante pelo azabache ligeramente largo y alborotado adornado por una cinta roja con dos plumas de chillones colores que mostraban su estatus en la tribu. Unos ojos igual de negros se escondían tras su corto flequillo. Su piel tostada por el sol refulgía bajo los chorros dorados del alba. Su cuerpo era flaco, pero lucía unos bien definidos músculos, aunque todavía no terminados de formar.  Y la única prenda de ropa que llevaba eran unos pantalones beix, finos y transpirables, mucho más adecuados para esas temperaturas que sus engorrosos uniformes.   


   En aquel momento el muchacho no parecía en condición de querer colaborar así que los soldados lo ataron a uno de los postes del patio, tras lo cual se marcharon a descansar dejando a Cienfuegos y el Lacota solos. Su corazón retumbó con fuerza dentro de su pecho. Su pulso se aceleró y sus latidos se escuchaban resonar con fuerza. No sabía por qué le pasaba aquello y mucho menos por qué con aquel indio, pero casi podría haber jurado que le robó el corazón nada más verlo. Esos rasgos tan característicos de su raza y a la vez aniñados, sus cabellos y esa mirada… le habían cazado desde el primer momento. Además de que él siempre se había caracterizado por encontrar el amor a primera vista.


   Volviendo a la realidad el pelirrojo le observó intentando descubrir que escondían esos tristes ojos que le miraban expectantes de una explicación del por qué se encontraba allí en medio atado a un palo. Él no sabía por dónde empezar, aunque lo mejor sería interrogarle y con suerte sacarle algo de información útil sobre su tribu que favoreciera las comunicaciones.


-         ¿Cuál es tu nombre Lacota?- quiso sonar conciso e indiferente, aunque no lo consiguió, realmente le intrigaba cual pudiera ser el nombre del ángel indígena que abandonara su paraíso para dar con él-


Por unos segundos el pelinegro pareció reacio a contestar y apartó el rostro de su interlocutor hacia un lado dudoso de si responder o no a la pregunta. ¿Pero qué remedio le quedaba? Estaba preso por unos hombres extraños que invadían sus tierras, él solo contra todos los soldados, que eran más de lo que sabía contar y eso le causaba pavor, quizá si colaboraba puede que le soltaran.


-         Mi ser Luffy…

Notas finales:

Ahí tenemos a nuestro Lacota ! jejeje

Espero que os haya gustado ^^. Espero vuestros comentarios ;)


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