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El sol no sabe dejar de brillar por blendpekoe

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Desde el día de la pequeña confesión de Alan, hubo cambios en nuestra relación.

El primero fue, podría decirse, que lo nuestro se sentía como una relación. Fue algo que surgió espontáneamente, tener más libertad de palabra y ser influyentes en la vida del otro.

También yo me atreví a mostrarme más afectuoso y él no se demoró en corresponderme. Tomarnos de las manos, abrazos, besos y susurros pasaron a ser naturales y a cargar un significado más emocional y menos sexual. Pero aún no encontraba cómo expresarle mi deseo de tenerlo en mi vida de forma permanente, el futuro era algo de lo que no hablábamos.

Cosas que Alan traía, como ropa o cds, comenzaron a quedar en mi casa, ganándose su propio lugar. Tenía alguna extraña fascinación con los ochentas, reflejado en la cantidad de música y dvds con vídeos de la época, también varias películas. Mi cocina se hizo su territorio y se saludaba con mis vecinos, mantenía más y mejor trato con ellos que yo. Cuando mi celular estaba a su alcance, al sonar atendía si era alguno de mis amigos, solamente para darles a ellos motivos para hacerme bromas. Se dormía viendo partidos de tenis conmigo pero siempre preguntaba quien había ganado al despertarse y si me ponía a hablar sobre el susodicho deporte, hacía de cuenta que me entendía.

Yo terminé accediendo en practicar los ejercicios de respiración junto a él, lo que significó una experiencia muy particular y agradable. También resultó ser un momento bastante íntimo entre nosotros, que nos llevó a practicarlo regularmente.

Cada vez me convencía más de que jamás tendría otra oportunidad de conocer al alguien ni remotamente parecido a él.

 

El siguiente gran evento fue recibir la muy inesperada noticia de que los padres de Alan querían conocerme. Él parecía muy positivo al respecto, pero a mí me preocupaba ese interés de ellos ya que era provocado por la preocupación de no saber con quien pasaba su hijo la mayor parte del tiempo.

Sabía que ellos eran conscientes de la homosexualidad de Alan. Su madre lo descubrió por accidente. Después de un escándalo y el drama habitual de los nietos que nunca llegarán, lo aceptaron. Eso era un punto bueno en todo el asunto.

El día acordado fui solo a su casa y almorzaríamos juntos allí. Fue muy incómodo todo el tiempo, eran amables pero me miraban con recelo. Creo que no les gustaba la diferencia de edad. Yo no dejaba de sentirme nervioso. Las primeras charlas parecían interrogatorios apenas disimulados en las que di lo mejor para dar una buena impresión. La tensión con su padre fue la primera en disminuir y en medio de la comida me servía vino un poco resignado, aunque seguía habiendo cierta distancia en el trato. Con su madre todo era simplemente difícil, no se dejaba impresionar sólo asentía analizando cada una de mis palabras. Alan intentaba crear un ambiente ameno para la reunión, ponía mucha voluntad en eso, y sus padres respondían a sus intentos con deseos de no hacerlo sentir mal, no por tener alguna apreciación hacia mí. Posiblemente eso evitó algún ataque directo por parte de ellos.

Después del almuerzo, en un instante que quedé solo con el padre, me pidió que lo acompañara afuera. Me imaginé lo que pasaría: me daría algún tipo de advertencia, en el mejor de los casos; en el peor, me amenazaría. Lo que fuera, solamente rogaba que sucediera rápido. Salimos al patio trasero donde se puso a fumar y al invitarme no pareció creer que no fumara.

—No me agrada todo esto —admitió de repente vigilando la puerta trasera de la casa—. Alan debería estar con alguien de su edad. —Me miró desaprobándome—. Pero aunque las cosas no son como me gustaría, él está contento.

Yo no hacía intento de responder, era obvio que no quería escucharme hablar sino que yo lo escuchara a él. Esperaba que no intentara enlistar todas las razones por las cuales no debería estar involucrado con su hijo, no quería verme en una escena donde terminaran mal las cosas. Quería que todo saliera bien por Alan, o lo mejor posible.

—A veces me harta cuando se pone a hablar de ti —su tono perdió seriedad—. Ya sabrás que hay días que no para de hablar.

Estuvo en silencio después de eso, fumando incesantemente, me hizo sentir menos tenso pero seguía impaciente en poder darle fin a mi visita antes de que algo pasara y todo se arruinara. Tenía la sensación de estar dentro de una bomba de tiempo. Alan apareció con el aviso de que su madre preparaba café.

—Ese árbol —me dijo Alan señalando al final del patio— no sirve para dar frutas, las manzanas se caen antes de madurar. Y es un árbol de manzanas verdes. —Sonrió ante la ironía.

—Pero él las come igual —interrumpió su padre dirigiéndose a mí—. Dos veces se enfermó.

—Nunca vamos a saber si algún año decide dar buenas manzanas si nadie las prueba.

Su padre lo miró rechazando la teoría, con una expresión que decía que estaba habituado a especulaciones de ese tipo. Incluso a mí ya me era normal escuchar algo así. Pero Alan no siguió desarrollando la idea, aprovechó la pausa para sacarme de ahí y llevarme dentro de la casa, mejor dicho a su cuarto.

En ese momento pensé que no me hubiera venido mal aceptar el cigarrillo.

Pero me olvidé de todo al ver donde me encontraba. Era una habitación pequeña, con cosas que delataban la juventud de su dueño. Alan me mostró una foto de su último año en la secundaria y un par de cuando era chico junto a sus padres, en las cuales su padre no se parecía en nada a quien había conocido. Luego me enteraría que conocí a su padrastro.

Pero siguiendo con el momento en su cuarto; me senté en su cama mirando todo a mi alrededor. Cerca de su escritorio, en la pared, estaba su diploma de la primaria y el secundario, junto con un certificado de un curso de primeros auxilios. No muy lejos de eso se veían varias cintas de diferentes colores, de las que se dan a veces como premio por algo. Sobre el escritorio se encontraban un perro de peluche y libros de cocina y pastelería. Un equipo de audio con cds amontonados encima, un poster que solo decía glam, un espejo con estrellas brillantes pegadas, cosas escritas en un lugar de la pared, algunas revistas, un cuadro que enmarcaba la envoltura de una golosina o algo que no reconocía, una caja que fue alguna vez de chocolates llena de pequeñas cosas, en el suelo había un paraguas verde.

Estar en ese pequeño mundo me puso extraño. Alan buscaba algo en un cajón de su placard, tranquilo y despreocupado.

—Tus padres no quedaron muy impresionados.

—Van a estar bien, solamente les preocupa que seas mayor que yo.

—¿Y a ti?

Se dio vuelta mirándome.

—¿Yo?

—¿No te preocupa que sea mayor?

Sonrió sin siquiera extrañarse por mi pregunta.

—No. Es una de las cosas que me gusta.

Yo sí me sorprendí y no agregué nada. Se acercó hasta estar delante de mí, tuve que levantar la cabeza para ver su rostro.

—Hay muchas cosas que me gustan de ti.

—Alan —casi suspiré su nombre y él se acercó más, tal vez dispuesto a hacer algo, pero yo ya tenía otra cosa en mente—, me gustaría que estuviéramos juntos seriamente. Porque te quiero de verdad... no, es más que eso. —Quedó sorprendido mirándome, pero enseguida una emoción comenzó a reflejarse en sus ojos. Me sentí muy animado a continuar con su reacción—. Te amo y si fuera posible me gustaría pasar el resto de mi vida contigo.

Completamente movido por el momento se agachó para besarme y sin interrumpir el beso logró sentarse en mis piernas.

—Estoy feliz —dijo luego del beso—. ¡Muy feliz!

Tomó mi mano y la llevó a su pecho dejándola allí presionada con la suya.

—¡¿Ves?!

Yo lo miraba maravillado, sintiendo como latía su corazón.

—Yo ya no podía imaginarme separado de ti —confesó—. Pero creía que no pensabas en esas cosas, en un nosotros para siempre. —Me miró con ojos brillantes, pensativo por un momento y apretó con más fuerza mi mano—. Desearía poder hacerte sentir lo que siento porque las palabras no me sirven.

No era necesario. Lo besé trayéndolo hacia mí, su mano seguía presionando la mía contra su pecho. No necesitaba más, él era todo.

Un golpe en la puerta nos sobresaltó interrumpiéndonos, su madre se hizo presente para avisarnos que el café estaba servido y no quedó muy complacida con la vista. Creí que iba a decir algo, que la bomba estallaría, pero no emitió sonido alguno. Alan fue a su lado apurándose en distraerla y mejorar su humor, no tuvo mucho éxito. Pero nada malo sucedió en consecuencia al hecho. Al menos nada que pudiera distraerme de la enorme alegría que sentía, porque en ese momento mucho no me importaba ser considerado persona no grata. La inalterable sonrisa de Alan decía más o menos lo mismo.

Tomamos café, y sin altercados de por medio, una hora después me encontraba camino a mi casa. Más feliz que nunca.

Notas finales:

Mis redes, historias y playlists.


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