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Rock ya no por favor por Vampire White Du Schiffer

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Notas del capitulo:

*Advertencia: La primera sección donde dice 6918 es un lemon, pueden brincarlo sí gustan, no se pierde la trama original. 


*La segunda es Primo Cavallone x Alaude


*La tercera es Reborn x Colonnello

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Capítulo V

Quinto escenario.

Cómo se podría olvidar la calidez de aquel verano infernal. El gustoso gato de ojos de vidrio podría mofarse de sus intentos débiles. Ah, entonces se supo víctima. Le echaron en cara algo que le dolía de lleno en su lozano orgullo. No. claro que no iba a perdonarlo. Ese Cavallone era un pérfido. Promiscuo. Desdeñoso humano. ¿Por qué olvidar a alguien así? Hibari lo sabía.

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Ese verano asesino.

La cigarra cantó con parsimonia. Y el estoico estruendo de un trueno en el cielo le trituró los tímpanos. La cueva. Aquel refugio secreto era una anormalidad. Nunca gustaba de esconderse, de huir. Pero en aquel tiempo sólo tenía cuatro años. Lo conoció esa noche húmeda. Cual gacela que escapa de un hambriento carnívoro llegó a su escondite para refugiarse de la tormenta.

Un Ave María no sirvió para apagar la llama de su infantil pasión. Lo vio. El cabello de color Trigal le aprisionó sus ojos. Cual fuego de Infierno. El verano.

Se supo enamorado.

Su manita se aferró a la del desconocido. No era su culpa, estaban solos y se acurrucaron para olvidar las penas personales. El Trigo le dijo palabras amables, que guardó en el corazón de pequeño león. El agua caía a borbotones. Se engancharon en un fuerte abrazo. Y vieron cómo las estalactitas fruían de agua.

Un vicio oculto. Tan inocente que tuvo que mentir sobre su nombre. Un sentimiento vagabundo. Un caliente sentido de purgatorio. Las campanas sinceras entregaron su canto en la Belle Epoque. Tal vez digno de un estallido de carcajadas, querubines de alas burlonas y gestos ambiguos.

Yo no puedo quedarme.

Y entendió sus palabras. Era feo, le dijo. Su sentido de la belleza aún no estaba desarrollado, tenía menos de cinco años, ¿qué niño se piensa horrible a menos que se lo digan?

Pero nunca te olvidaré.

No te voy a perdonar.

Fue todo. Juro venganza.

A pesar de lo mucho que lo quería.

 

+ : : 6918 : : +

+Antes de la Llegada del Amanecer+ 

-Eres bastante lindo, pequeña ave –canturreó aventurándose aún más entre las piernas delgadas del moreno de ojos platinados. Su lengua le pasó con humedad por todo el cuello.

-Nn… -su garganta estaba enrojecida, ¿gritar? ¿Quién de su altivez se atrevería siquiera a pensarlo? Estaba prisionero del que se suponía era cazador.

Ese había sido su primer error. Tomar a una lechuza en lugar de un caballo.

El pago por su estupidez sería caro. El adulto apretaba las nalgas del menor sin mantener algún cuidado. Le dijo al oído palabras sucias. Te partiré en dos, pequeña zorra. Se notaba el nivel de sabiduría al tocarle. Hibari se sentía asqueado, más por la idiotez propia que por la ajena. Había caído en el juego del Gato, cual ratón atraído por la trampa con un minúsculo pedazo de queso.

Su boca era apretada por sus dientes. Los jadeos debían ser suficientes para Mukuro. El forcejeo se limitó a separarle la cadera en apremiante manera. Era su primera vez y por un momento el placer le embargó la coherencia. Pero fue efímero.

El Ilusorio le golpeó más de una vez. Debía cumplir bien su faena. No sería cosa fácil. El menor era excesivamente terco. Desprenderle de la camisa fue una odisea en esencia misma. Ninguno de los dos creía en cuentos de hadas y tal vez por eso cada uno hizo muy bien su papel.

El peli índigo indicó una marcha al moreno. Su sudor cayó perpetuo en su salinidad por las curvas vírgenes de confines y estallidos de calambres. Cientos de cortos cosquilleos agudos legaron al vientre del activo.

-Oya, ¿Qué no piensas gritar? –preguntó al entrar lentamente con su palpitante miembro caliente.

La intromisión tan lenta tomo esotérica. Un secreto viril guardado en caja. El instinto prevaleció. Hibari sentía la cabeza desprenderse de su lugar. Para, dijo una vez. Pero el otro no le escuchó. Le mordió la clavícula hasta sacarle alma. Podía sentir la estrechez, el delicado punto rosa, hirviéndole el deseo carnal. El pequeño era un bocado delicioso, y lo iba a devorar con una ternura bestial.

Su sadismo llegó muy alto cuando tomó los tobillos de Hibari para ponerlos sobre los hombros respectivos. Entrando profundo, con vesania.

Para el moreno más de una cosa había acabado.

-¡¡¡¡Ahhhh!!!! –y fue el único grito justificado.

No bastándole con eso, entró y salió completamente. Era como jugar a pescar con un cordel. Daba vueltas. Regresaba. Al punto exacto. Su pene estaba ardiendo y se calmaba cada vez que Hibari le cubría por entero.

-Eres tan pequeño –dijo burlescamente –, diviérteme más, anda –su voz era demoniacamente sensual. Hibari le golpeó en la mejilla con un fuerte e imprevisto puñetazo. Manó sangre de la boca azul, que segundo después, despidió una sonrisa feliz –, me conformaré contigo, idiota –le mordió la oreja, casi creyó arrancársela.

La piel era suave, tersa, sin cicatrices, algo sumamente extraño de encontrar.

Mukuro siguió moviéndose. Hibari rogaba internamente que todo acabase pronto. Su más grande humillación a manos de un tipo odioso y ególatra. Altanero y falto de tacto. Tal y cómo él era. Por eso su fricción le dolía mucho más.

Verse sobajado de esa manera, ser violado por una persona que nunca quiso conocer de esta manera era algo diabólico que solo a Asmodeo se le pudo ocurrir.

Las caderas de Hibari fueron marcadas por los dedos de Mukuro, con fuerza. Entrando. Saliendo. Imprimiendo un impulso mas satánico que arrancó suspiros de pena. La inconformidad fue más y más arriba. Ahora era sometido por besos sucios.

Mukuro salió completamente una vez más, se aprovechó del estado de inconsciencia y exhaló todo su esperma en la cara distorsionada de Kyoya. Dejándole ver a este último el éxtasis en los ojos del Ilusorio.

Fue entonces que se fue acomodando el pantalón y sonriendo.

Si. Esta fase de su plan estaba resultando.

Una maquinación torcida que Primo sabía.

 

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Estuvo dentro de ese ano aún después de acabar. Sin embargo, se necesitaba mucho más que eso para tenerle conforme. El sentimiento de satisfacción aún era casi inalcanzable para el Bronco. La intemperie le sentaba a la perfección, se burló Primo. Estaban usando el árbol firme de respaldo. Los pantalones quedaban a los tobillos de ambos. Alaude tenía las manos sobre la cabeza, primo se mantenía entre sus piernas. Besándole, atrayéndole hasta saciarse de su boca para descender a los mordisqueados botones color ciruela.

No había contado con la fase de escapista de ese loco caballo. Algo que en sus planes brillantes no estaba, y seguro que con ninguno de sus compadres iba a contar en ese paraje tan inhóspito que conocía a la perfección. La simpatía de un esplendor gitano. Eso era Primo Cavallone.

-Por favor –murmuró en un rayo de voz que casi le parecía ajeno –, no puedes odiarme –le mordió el lóbulo derecho de la oreja.

-Apártate.

-Oh, cae ante mi pequeño embrujo, no serás el primero ni el último.

-Ah… -su jadeo era de cansancio. Su camisa estaba abierta, y caía con gracia a su espalda. Su pecho pálido subía y bajaba con rapidez.

¡Una maravilla! Eso había sido la primera sesión de sexo. Todavía le ardía el vientre y se simulaba en sus mejillas el calor de la brutalidad erótica. Una mentira no bastaría para decirse fue violación, claro que no. al final fue tan disfrutado que…

De nuevo Primo pasaba demoniacamente su lengua entre los dedos propios, el semen de Alaude se había convertido en su droga efímera. Por supuesto, el día de mañana tendría alguien más a su merced. Por eso era impío. Un deseo que ardía como mil infiernos. Como la cálida antorcha del amanecer.

Algún ángel envidioso había lanzado a Primo del Suelo Celestial. Probablemente por la impía alma de éste último. Conseguía lo que quería cuando lo decía. Ese era un problema para los demás. Lo peor de todo, lo sabían los dos, es que nunca estaría solo.

Primo volvió a besarle. La llama les rodeó, quemándoles y haciéndoles olvidar el frío nocturno. El corazón de Alaude poseía de nuevo ese pinchazo de dolor.

Una aberración.

Tal vez Dios le estaba juzgando.

La Crueldad de Cavallone de nuevo entraba a su ultrajada cavidad anal. Su ineptitud fue algo que nunca se tocó.

-¡¡¡¡Ah!!!! –un gemido enloquecedor, algo que hinchaba el estúpido y enorme ego del moreno.

Algo parecido a un temblor de nuevo en su estomago. Al ver la cara delirante de Alaude cambió un poco, otra vez, su cara asesina por una extraña. De nuevo hacía lo que quería.

-¡¡¡Ahhh!!! ¡Ahh! ¡De-Detente! –las manos esposadas del pasivo se impusieron al pecho semidesnudo de Primo, éste las apartó de un manotazo. Encerró su alma compasiva, pues la tenía, y penetró las entrañas de Alaude. Cual títere masacrando la marioneta, rompiéndole los hilos, cortándole el aura con unas tijeras doradas. Un hombre monstruoso.

Alaude temblaba. La figura de Primo era imponente. Ninguna luz le opacaría jamás. Su poderío se extendía más allá del fin del mundo. Un temor abarcando las penas. Las incertidumbres.

-Canta –ordenó Primo –, canta y resuena para mí –añadió con verdadera maldad. Se afianzó de los lacerados muslos. Su mirada fiera se clavó en los ojos vidriosos del pasivo.

-Te odio –masculló, y en seguida gimió muy alto.

-Nunca me olvides entonces –le lamió las comisuras de los labios. Penetró más veces de las que se podrían contar.

Alaude sólo aventaba alaridos de placer, untando su cabellera rubia ceniza contra el fuerte árbol. Era como encontrarse entre dos titanes. El solo pensamiento pervertido le avergonzó.

                         

+ : : : : +

¿Cuándo habían empezado a hacer esto? Corónelo no recordó la fecha hasta que Reborn le azotó contra el sillón de cuero. La segunda, tal vez tercera semana del tercer mes desde su llegada del Nuevo Mundo sucumbió a la piel de su cuñado.

Estúpido. Provinciano. Burdo. Áspero.

-Quédate quieto –murmuró Reborn.

-Cállate, kora, y suéltame –alegó, pero sabía que no se habían visto en una semana completa; Reborn estaba hecho una furia de necesidad –¿Por qué no mejor llamas a tu esposa?

-Responde con sinceridad, ¿te gustaría eso? –se acomodó sobre las caderas del Coronel, y éste emitió un sonido bivalente.

-Eres insoportable, Kora –apretó la quijada. Tener a Reborn encima… Dios, qué débil era.

Cierto. No soportaría saber que su amante retornase al lecho matrimonial. Pero siempre le gustaba echarlo en cara. Tanto como para sí, como para Reborn. Como uno de los peores traicioneros sería condenado a algún círculo del Infierno. Allí merecía estar. Por el momento estaba siendo acosado justamente por su hermano filial.

Una leve tonadita. Una caja de música. La misma melodía que había sido nombrada en la boda. Algo empalagoso y romántico. Pero no iba con ninguno de los dos.

El manager se relamió los labios y besó a Corónelo en la boca. Lentamente éste cedió. Le gustaba, el sabor de la saliva corrosiva. La prohibición. El tácito consentimiento embriagante. Se encontraba absolutamente cansado de sus exigencias. Pero era esa clase de insecto precavido. Temía la ira. Temía al Sol por ser capaz de quemar todo bajo sus rayos.

Una salmuera despiadada sobre su fracaso. Cómo anhelaba cortar sus lazos. Incluso, en un instante, no quiso existir. Creía que el engaño era un cuclillo doble pero vestido de fruta deliciosa. Una preciosidad de amante. Eso había conseguido.

Las manos de Corónelo en algún punto rodearon la cabeza de Reborn. Apretándolo contra su cuello ahora atacado. Le quitó el sombrero y lo dejó caer en el suelo alfombrado de la oficina. Suspiraba inmediatamente. Le dedicó un par de palabras sin sentido más y después se rindió.

-Cada vez es más fácil –dijo Reborn despectivamente, mordiendo las tetillas del rubio con fuerza. Arrancando un alabado gemido lleno de fruición.

-Apresúrate –le pidió al oído. La desesperación se apoderó de su raciocinio. El mismo se quitó la chamarra y la camisa, pero lo que seguiría sería brutal, ya se conocían lo suficiente para saberlo.

El vaho fue tangible en un minúsculo encuentro. El corazón del rubio latía rápidamente. Tocó la entrepierna de Reborn con ansias.

-¿Prisa? –le preguntó, sonriendo de medio lado.

-Entre más rápido… -y no quiso terminar la oración.

Minutos después, los dedos del Coronel fruncían el cuero del sillón. Su boca era atada por una mordaza. La saliva fue abundante hasta el desborde. Un éxtasis y placer estúpidos. Enormes. Le valía poco en ese momento que sus heridas resurgían. No importaba que los cardenales, señas moradas, bailaran de nuevo en su piel nívea.

-Cualquier cosa, daría yo por cambiar –pensó el hermano de Lal Mirch –¡Ahhh! ¡Ahh! ¡Ahhh! 

Reborn se despojó de su ropa negra, con calma, necesitaba saber más sobre el rubio. Cada gesto, cada segundo debía ser guardado para fines desconocidos. Seguían moviéndose. Atrás hacia adelante. Siguiendo un sendero trazado en la lujuria.

Un infierno personal.

-Reborn…

Un último gemido. El más precioso de todos. El que cantaba su nombre endemoniado.


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