Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Rock ya no por favor por Vampire White Du Schiffer

[Reviews - 65]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

+ : : Sexto Escenario : : +

Sí le hubiera podido decir adiós cuando era el momento. No. El hubiera es una palabra que se emplea para errores con posible corrección. Empero, aquí, ¿Cuál error urgía remediarse antes?

Cuando Dino entró, sus ojos se salieron del rango normal, se encontró a Hibari, tendido en el piso. Dormido. Con fiebre. Se la había descubierto al arrodillarse ante él y tocarle la cara. Estaba cubierto solamente por una gabardina negra. Mukuro, masculló el nombre con desoladoras ganas de asesinato. Escuchó que Hibari pronunciaba algo entre sus sueños febriles, miró a sus costados y el único lugar factible para dejarle era esa maldita cama donde aún se sentía el calor de cuerpos conocidos. Uno mas que el otro. Cargó al moreno y lo dispuso sobre el colchón, después de haberle quitado toda sábana y cambiarlas por unas, aunque mas antiguas, limpias.

-No sabes cuánto lo siento, mi hermano realmente te hizo daño –acarició la cabeza de cabellos negros y lacios con delicadeza. A su derecha había una pequeña cómoda en la que sacó un botequín, lo primero que necesitaba era ciertas atenciones.

Con pena y poca destreza, pudo encargarse de limpiar la zona más dañada. Pasó el tiempo y sólo podía ver dormir a Hibari después de la medicina que le dio en la boca. Primero dudó, pero se la tuvo que colocar en la propia para pasarla a Hibari. Un beso sin querer serlo. Aunque… rayos, le supo bien a pesar del horroroso tinte medicinal.

-Dino… Dino –estaba claro que ese era su nombre, lo raro, que despierta curiosidad inmediata, fue que Hibari lo soltaba en son de súplica. Que Dino distinguió después como otra cosa. Se le antojaba pensar que entre el subconsciente del moreno el superhéroe era él. Sonrió bobamente y después movió la cabeza en sentido negativo.

-Lo lamento, Hibari, pero ni siquiera merezco eso.

+ : : : : +

Lo azotó contra el pozo.

-Veamos sí eres tan tremendamente encantador como hace rato, Mukuro-kun.

Qué rápido se podían cambiar los papeles. Aquél que tanto se había regocijado en poseer a un cuervo de ojos platinados, se encontraba en una posición parecida a la de éste último. Su respiración era agitada.

-Soy el Amo de este Juzgado, ¿qué tienes que decir a tu favor, pequeño acusado?

-De acuerdo –pasó la mano derecha por debajo de sus cabellos azules –. Violé a tu querido Hibari-chan. Eso es todo.

-Fufu, no me cabe la menor duda, Mukuro-kun, eres toda una joya. Podrías desencadenar una guerra civil tú solo –se encogió de hombros y dejó caer la botella vacía que le había dado a tragar a Mukuro desde que le obligó a salir de esa cabaña.

El sol ya estaba llegando al gran fondo azul.

-Tendré poca consideración contigo –se fue desabrochando el botón del pantalón. Y puso la rodilla en el piso de tierra sosteniendo el rostro del Ilusorio con ambas manos –. Eres bastante guapo, músico-chan, ¿por qué no me cantas?

-Lamento tener que responder como hace rato: no pierdo mi tiempo con sujetos como tú.

-Oww, hieres mis sentimientos lechosos –y le besó –. Se nota que ustedes los que ya son famosos utilizan el mundo a su antojo; es una verdadera lástima lo que ocurre aquí, ¿verdad?

-Ustedes son los que deberían lamentarlo, ¿crees que se librarán fácil de ésta?

-Fufu, no, no querido Mukuro-kun, esto es parte del plan. Aunque sí constituye una desgracia lo que hiciste a Hibari-chan, y por eso es que te voy a castigar, ¿te parece si jugamos a las mordidas?

+ : : : : +

Fue entrando sin preparación alguna, sólo le quitó el pantalón cuando vio que toda la piel de Mukuro era tan preciosa que valía la pena llenarla con golpes. Se dedicaron a escuchar el canto de las aves y al viento silbante. Un listado de cosas pendientes: lamer la nuca de Mukuro, masturbarle con rapidez, besar su boca grosera, penetrarle como un idiota. Para su suerte pudo con todo eso y más.

La boca de Rokudo lanzaba gemidos, tan locos y sensuales que devoraban ambas almas de manera súbita. Sin pensarlo dos veces, Byakuran le murmuró al oído el plan. El perteneciente a la banda de Rock se sorprendió y después se echó a reír. Besó a Byakuran en la boca cuando pudo, le mordió el labio. El albino se encantó de ese consentimiento tan tácito y para cuando se dieron cuenta, estaba uno dentro del otro, en el pozo de agua. El sol pegaba aún en sus pieles, y no se comparaba al calor que desprendían los poros carnales. Pequeñas muertes, llamadas orgasmos. Con burla, se prestó para aquel jueguito. De cualquier forma, pensó Mukuro, Primo ya encontraría la solución a este problema. La identidad de Byakuran era lo único que no encajaba en la corta historia recién conocida.

Mukuro abrió las piernas con obvia resignación complacida. Nadie tendría el gusto de verle sobajado. No, Rokudo jamás se arrodillaría ante alguien para implorarle amor, sexo, u otra cosa. No de nuevo. La negativa que recibió en su adolescencia fue lo que le marcó ese orgullo tan grande como el cielo que les abarcaba.

-Ahh maldito Byakuran –bramó con increíble deleite, jamás se había dejado poseer de esta forma. En verdad, lo guardaba para alguien en especial.

Alguien demasiado torpe como para darse cuenta de ello.

-Fufu, promiscuo –le lamió la línea de la columna. Ya le había puesto en cuatro en el suelo caliente. Las rodillas del ilusorio ardían, la tierra le quemaba y la fricción contra las pequeñas piedras era demasiada. Hubo un momento en que Mukuro cerró los ojos con fuerza. Encontraron la puerta al Edén –¿Qué nadie te ha cogido como yo? –inquirió para poco después mordisquearle la oreja con deseo –. Dime, pequeña zorra –y siguió ejerciendo movimientos sensuales. A veces restregaba su pelvis, deslizando el pene en el trasero de Mukuro. Lugar ya entrado en práctica, si se ponía a recabar. No quería acabar, y le sacó. Le volvió a dejar en el piso. Era una maravilla en hechura.

La respiración agitada. Descontrolada y sin anhelos de serlo. El corazón pegaba fuertemente contra su pecho, Byakuran lo supo porque también lo sentía. La espalda del ilusorio ahora contra la tierra y el albino entre los arcos triunfales. El cielo seguiría siendo azul. Probablemente volviéndose rojo al caer el siguiente orgasmo. El guitarrista se aferró al cuello del supuesto violador. Cosa que no encuadraba en el tipo. Sí pudiera volar, con las alas de Byakuran, seguro, muy seguro, alcanzaría el Sol. Pero debía tener cuidado. Sino, cual Ícaro caería, se quemaría. Quiso ser dragón para calcinar a Byakuran con un solo soplido. Incluso el suspiro que le regaló fue poca cosa. El vientre seguía apreciando el roce del arpa lasciva. Y se perdieron entre palabras hoscas, sin sentido, ásperas y erróneas. La ofensiva tomó única forma cuando Mukuro movió sus caderas hacia atrás y adelante dejando que la punta del pene de Byakuran alcanzara la próstata con tosca facilidad. Gritos de vehemente placer. Brazos de bordes suaves. Besos candentes. Consentidos. Apasionados. Y llenos de un sabor que alcanzaba nivel de rareza.

+ : : : : +

-Ya cállate, y bésame –fue ordenación. Entonces surgió la relación de supra a subordinación. Uno manda el otro obedece, allí radica la belleza. En su simplicidad. Como un niño pequeño que estaba perdido podría hacerle mejor frente a esta situación que Dino.

-Hi-Hibari, no sabes lo que pides –intentó librarse de los poderosos brazos que ya le rodeaban la nuca. Lo tenía tan cerca.

-Eres un cobarde –aún diciéndole eso, se atrevió a besarle con trémula a los labios. Dino sintió un cosquilleo y calor ricos. Pero se apartó con un baile de temblores y tartamudeos.

-No… no es eso, estás muy lastimado.

-Esto es lo que quiero –le mordió el labio inferior.

-No te entiendo.

-Déjate de tanta negativa estúpida –le regañó, dolido y todo, dejó a Dino debajo de sí. Aún parecía sofocado y la fiebre no disminuía. El italiano notó su estado de sopor, le detuvo esa boca precoz, pero Hibari era sumamente insistente. Con apremió posó sus caderas sobre la cintura del potro. Inmediatamente una película de poses eróticas bañó la mente Cavallone. Al punto de dejarlo como fósil. Muero y sin oportunidad de sacarlo de la tierra.

+ : : : : +

Básico y tal vez fácil de entender. Hibari no era Hibari, o por lo menos ya había enloquecido. Estaba apretando las sábanas con sus dedos crispantes en nerviosismo y placer.

Kyoya sabía cómo despertar una hombría. Sólo necesitaba de esa lengua rosadita y húmeda. Pasándola con paciencia sobre la entrepierna de Dino y listo. Había un plato grueso y erecto que devorar como entremés. Tiempo después el moreno estampó la cara contra la pelvis, dejando que la punta del pene de Dino llegase hasta la garganta. La campanilla retumbó. Y un eco estremeció la piel del rubio. Frunció los labios y no aguantó más. El sentimiento de ver a Hibari con la cara llena de semen arrasó con todo su raciocinio.

-¡Ah! ¡Lo-Lo siento! –dijo deliberadamente, queriendo tomar alguna prenda para limpiarle, pero de nuevo toda acción fue en vano. Kyoya pasó la lengua por los lugares que ésta alcanzaba y lo peor de todo es que pareció disfrutarlo. Claro, en el marco completo, Dino estaba vergonzosamente horrorizado.

Ya entrado en experiencia sin quererlo en realidad, Hibari estuvo apunto de penetrarse a sí mismo. Pero recayó en la cuenta de sus actos, tuvo asco. Se apartó de Dino, y éste quiso saber qué ocurría. Qué era lo que existía detrás de todas estas cosas sin sentido.

-Ustedes –comenzó a decir Hibari – servirán para nuestros propósitos. Antes les admiraban –se quitó de la lista – ahora no son mas que un simple obstáculo en nuestra meta verdadera –se quitó la gabardina de Mukuro y la arrojó al piso, se recostó en la cama y abriendo las piernas se quedó mirando al baterista –. Anda, hazme lo que quieras, tu hermano ya lo hizo, ¿qué es lo que te detiene, estúpido Cavallone? Ya has dañado a tantos que no tienes derecho a andarte con miramientos.

+ : : : : +

El libreto estaba escrito. Dino se prendió como foco de luz al tener a semejante bocado tan disponible y preparado. Olvidándose de su código de moral, sí es que a una blasfemia de esa índole se puede invocar bajo esa denominación, y perfiló su dotada virilidad a la ultrajada cavidad anal de Hibari.

-Mmm –gimoteó. Aún estaba ardiente del último encuentro. Como una marca distintiva, primero fueron deslices lentos. Se despedía y luego entraba por la casa tan acostumbrado que repitió el proceso cada vez mas rápido. Poco elocuente y muy especial. Dino recordó algo al ver los orbes casi llorosos de Hibari. En un flash le vino a la mente la imagen de un pequeño niño que le imploraba quedarse para siempre en un mundo al estilo Peter Pan.

En seguida, ese hecho se borró, pues Kyoya gimió provocadoramente de nuevo. No tenía tiempo que perder en nimiedades. Entró con mas fuerza. Sus caderas no encajaban en las pequeñas piernas de Hibari. Era una afrenta. Ofensa tras ofensa. Se cubrió con el sudor del moreno tantas veces que olvidó su nombre y el de él también.

+ : : pasaron dos semanas : : +

-Nos los tendremos que llevar –declaró Primo Cavallone sentado tranquilamente en el sillón de la primera cabaña –. Eso, o…

-Ni lo pienses, hermano –interrumpió Dino.

-Yo digo que esos tres podrían divertirnos más.

-Lo dice el que fue violado –se burló el mayor de los Cavallone –. Le saqué la verdad a Alaude. Y ya tengo el contrapeso perfecto –se levantó tan campante y seguro como siempre.

-¿Para qué seguir con sus ideas? –inquirió Dino –. Esto está mal.

-Me importa relativamente poco lo que pienses –alegó Primo –. ¿Querías salir de tu aburrimiento, no es así? –enarcó una ceja –. Deseabas probar algo diferente y aquí lo tienes. Estos inútiles se convertirán en algo bueno con el tiempo –miró su mano derecha –. Y es un juego que quiero moldear a mi antojo –sonrió resueltamente –. ¿Qué dices, Mukuro?

-Haré que parezca más divertido –no se tardó en responder.

Dino no agregó nada. Sólo se quedó mirando a los lujosos automóviles que se terminaban de aparcar en la carretera. En una de ellas llegaba su manager con gesto alegre, muy a su estilo.

-¿Y bien? –preguntó Reborn –. ¿Quién se siente lo suficientemente médico para dictaminar que alguien se embarazó por ti, Primo?


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).