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Rock ya no por favor por Vampire White Du Schiffer

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Capítulo XII.

Décimo Segundo Escenario.

Reborn se paseaba de lado a lado, como se diría para dejarlo más claro: como fiera enjaulada. Había discutido por segunda vez en el día con Lal, y al fin acaba la semana. Semana de peleas. Toda la ciudad se agitó por las noticias y fue entretenido por esos días, porque ahora Mortality ya era la única banda en el medio que seguía siendo pedida a gritos. Aunque la otra tenía ya su parvada de fans que estaba plantada frente a la disquera desde que se dio a conocer su despedida imprevista. Tenían sus pancartas y estaban a punto de lanzar bombas molotov hasta que Lal tomó cartas en el asunto. Eso ayudaba a aumentar la tensión en la pareja.

−¡Deja de joder, Reborn, tú hubieras hecho lo mismo en mi lugar, Colonnello merecía eso y más! –estaba ya al punto de hastío.

−Lo dudo, lo impulsivo queda en tu familia –se cruzó de brazos y se negó a dejarla pasar –. Llámalos y hazlos regresar. Ahora mismo.

−Estás demasiado raro –replicó –. Esto debió ponerte contento, siempre odiabas pelear con mi hermano y ahora… -incluso ella misma le pareció raro –, ahora parece que lo extrañas.

−Él es la imagen de esta empresa, ¿se te olvida? la pérdida de los novatos coincide con el porcentaje de bajas en las ventas que está escrito en el reporte, lo sabes, pero ni siquiera eso nos hundiría. En cambio, ¿qué te parece esto?: el fundador se esfumó sabrá él y el demonio dónde, con la banda y en malos términos familiares puesto que ni tú ni yo hemos podido saciar la curiosidad de los medios por primera vez en mucho tiempo. Analízalo y luego podrás venir con tu apología –salió primero y azotó la puerta.

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Cavallone exhaló el humo del cigarro y casi hunde el filtro en la piel de la mujer que estaba a su lado en la cama. Más dormía aquella y no valía la pena, el grito no iba a ser el que él quería escuchar. Las quejas iban a ser féminas y eso no quería. Estaba ansioso. Aún seguía esperando que la calentura por Alaude se le bajara; si ya se había deshecho de él, ¿qué ponía en el punto siguiente de la lista? Nada. Todo igual. Rutina y nada más.

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Tranquilidad. Quizá demasiada. No podía dormir. Revisó su celular y no había nada. Estaba pensando en la posibilidad de que el manager les haya ordenado tirar los teléfonos para desaparecer incluso en ese concepto. Se imaginó que perderse con Byakuran aquél día traería el enojo de los jefes, pero no estaba planeado que hasta Colonnello fuera desplazado. Por ello Reborn estaba castigándolos. No más orgías. No alcohol por un rato. No chocolates. Obviamente por eso Mukuro seguía sin conciliar sueño. La abstinencia nunca le sentará bien.

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Dino… Dino sí sabía dónde estaban aquellos cuatro. Pero no iba a decir nada. Por eso guardaba celosamente el número de contacto y la dirección del hotel bien grabada en su cabeza. Nadie le haría decir nada. Era cosa fácil, porque desde hace más de una semana que nadie le dirigía la palabra.

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Luce era su representante y América había sido benevolente con las dos. Tenía mucho que agradecerle a Luce, era más que una persona que la traía de vuelta en vuelta, más que nana, más que una amiga. Casi era su madre. Y por ello era muy buena amiga de Unni, la pequeña nieta de Luce.

Chrome siempre se preguntaba qué edad tenía Luce, pero prefería guardar la magia. Aria, la hija de Luce, estaba en otro país y prefería que Unni permaneciera en Norteamérica por un rato en lo que crecía y decidía qué hacer en el mundo. El negocio de la familia era la música, desde la generación de Luce hasta que la cadena se rompió por Unni, no tenía la suficiente voz, en cambio Chrome sí.

Ahora estaban las tres almorzando tranquilamente, y la mujer vio el asombro en la cara de Chrome.

−¿Sucede algo malo? –preguntó, después de dejar la taza de café a un lado.

−No, nada –respondió con su vocecita tierna –, aquí dice que en la compañía de Japón algo ocurrió, una de las bandas amateur desapareció.

−¿Y por qué pareces tan asustada? –agregó Unni, poniendo una mano sobre el hombro de la chica –. ¿Los conoces? –tomó el periódico y vio una fotografía del ex grupo.

−Es Mukuro-sama, claro que lo conozco. Debe estar en problemas, debo ayudarlo –se levantó de inmediato, más las dos la detuvieron.

−Calma, él sabe que estás aquí… a ver –le quitó la nota y revisó rápidamente –. Aquí dice que sólo están suspendidos temporalmente por problemas con la disquera, no creo que debas preocuparte de más –continuó mirando –, también menciona que uno de sus recientes vástagos, la que mencionas, estaba funcionando por el auspicio del primer dueño de la disquera, Colonnello. Eso sí que es una sorpresa.

−¿Por qué llegó apenas una noticia como esta? –quiso saber Unni.

−Llevaban un mes trabajando, a lo mucho, querían probarlos un tiempo más antes de lanzarlos a medios internacionales, eso quiero pensar. Colonnello es una persona sumamente talentosa, por eso nos dolió cuando se alejó y eso que no soy muy apasionada amante del rock; y ahora enterarme que regresó como manager…

A la vida le gustaba jugar a crear casualidades, en ese momento Luce recibió una llamada de su secretaria. Alguien quería tener una cita con ella.

Al mismo tiempo, otro cantante, de pop, al igual que Chrome, estaba llegando al aeropuerto para recoger a sus invitados.

+ : : : : +

Verde se levantaba muy temprano. Salía a correr por la playa. Le gustaba el ligero sabor salado en el aire. Siempre los audífonos puestos y con la música a buen volumen. Estaba en forma porque no dejaba escapar ningún aspecto de su persona. Era inteligente, era profesionista, exitoso y deportista por mero pasatiempo. Correr le ayudaba a aclarar. Lo relajaba, tanto o más como poner la música a volumen moderado para que no hubiese muchas quejas con los vecinos. Era una lástima que su tiempo de vacaciones llegaba a su fin, el lunes tendría que regresar a la capital y seguir en el negocio.

Por suerte, tenía algo que lo animaba a seguir. Una persona de la que tenía alguna foto. Y eso que era hasta cierto punto ególatra y autónomo como para aceptarse dependiente del amor, imposible.

+ : : : : +

Estuvieron esperando una hora y media. Colonnello dio la orden de no moverse hasta que su contacto llegase por ellos. Estaban a salvo porque gracias al cielo aun no eran conocidos aquí, por ahora.

Arreglar los papeles de esos tres problemáticos también conllevo sus problemas. Mas Colonnello, con un par de tratos rápidos, consiguió sacarlos a tiempo antes de que alguno intentara detenerlos y, rayos, que odiaba huir. Pero era necesario. Los tres estaban hartos y él también.

El rubio estaba ensimismado en sus asuntos cuando alguien le abrazó intempestivamente, alguien que en primer impulso no reconoció por estar… vestido de vaca.

−¡La-Lambo! –soltó cuando le pudo quitar la capucha blanca con manchas negras –¡Qué rayos!

−¡Shhh, vengo encubierto! –le cubrió la boca con la pata-mano –. No pueden reconocerme aquí o nos atraparan –dijo nervioso.

−¡Eres una botarga! –se quitó la mano y comenzó a reírse –. Te ves tan tierno.

Se burló tanto que el pobre se puso a llorar sin control, por suerte Colonnello ya lo había llevado a otro lado menos transitado.

−Yo que venía con las mejores intenciones –se sonó la nariz con un pañuelo regalado –. Eres tan cruel, Colonnello –pidió un abrazo en compensación.

−Hey, ya, lo siento –contenía otra carcajada –. En serio, te ves genial –le evito la mirada.

−De acuerdo –tomó aire –. ¿Dónde están tus amigos?

−En la zona consular –bufó –. Una oficina donde los tuve que encerrar porque estaban inquietos.

−Suena como su fueran tus hijos –rió.

−Hey, no será la primera vez que trate con niños, ¿recuerdas? –le puso la mano en la cabeza.

Lambo se sonrojó. Sus ojos verdes aún seguían vidriosos por las lágrimas y sus cabellos desarreglados por la capucha ya desaparecida. Era ligeramente más joven que Colonnello. Ambos habían estado juntos en una especie de gira-experimento en la que su fusión temporal resultó en un verdadero éxito, pero de eso ya muchos años.

Ahora, ambos con lentes y ropa casual tomaron a los vástagos y dispusieron de una camioneta con ventanas negras. Lambo había aprendido a ser cuidadoso, y viajaba discreto… con disfraz de vaca. Algo todavía no le quedaba claro, quizá.

−Será un placer que se queden en mi casa –dijo sonriente.

−Eh, no lo tomes a mal, Lambo-chan –dijo Byakuran –, pero estaríamos mejor solos. Ya sabes, queremos planear cosas malévolas y si estás cerca podría violarte y mucho.

Lambo dirigió una mirada de pánico a Colonnello.

−Gracias, pequeñajo, pero no te causaremos más problemas –le revolvió los cabellos negros, y permanecía abrazándolo, pues iban muy juntos –. Lo que sí queremos es entrevistarnos cuanto antes con la persona encargada de tu disquera.

−Bu-Bueno –se rascó el mentón –. Xanxus será rígido, pero les aseguro que en el fondo es bueno.

−MUY en el fondo –masculló Colonnello.

+ : : : : +

Fueron teloneros, de nuevo. Varias veces, varios días, hasta que se convirtieron en semanas. Colonnello les pidió que tuvieran paciencia. Esto ya no era Japón, y si querían lograr grandes eventos, primero debían sufrir. Todos lo sabían. Lambo insistió en ayudar a alojarlos por lo que les prestó una de sus casas cerca de él. Por ello los visitaba seguido. La vida de este personaje era más tranquila pues ya estaba sentado en el trabajo cargado a cuestas y se podía dar el lujo de ir por donde quiera a pesar de las obligaciones propias.

Esto era algo que Colonnello extrañaba. Esa presión que hace que te olvides de tus problemas, porque frente a ti sólo tienes el escenario. Se creyó que así pasaría esta vez, pero él no estaba cantando ni manipulando los instrumentos, sólo observaba y daba ánimos, quizá por eso mismo tenía mucho tiempo para pensar en él… en el hombre que estaba casado con Lal.

Cuando supo que el asunto del embarazo de Alaude no fue más que un artilugio para sacarlos de la cabaña e ingresarlos en la ciudad para obtener una oportunidad… vaya que estaban desesperados, pero les dio crédito, al igual que él, estaban dispuestos a todo por obtener fama, tal como hizo un día. La suerte o la coincidencia los habían unido, y aunque no los consideraba verdaderos amigos, eran aliados, que es más importante. Tenían las mismas metas. Empezaron dos meses muy duros.

+ : : : : +

Mientras, Mortality terminó su periodo de castigo y fue entonces cuando retomaron la carrera abandonada en pleno clímax. Pero estaban rotos, por lo menos adentro. Dino era ganador a la ley del hielo del año y por eso sólo recibía recados «aparece aquí, mira la cámara, y toca». Su hermano estaba peor que enojado y era muy fácil notarlo. Mukuro ya ni le jugaba bromas, pero Dino pensaba que eso era muy injusto, todos habían estado buscando este resultado, él no. Y ahora resultaba que sobre él caían las culpas de todo el mundo. Ni siquiera se atrevía a hablar con Reborn, porque éste detectaría en seguida algo.

Aunque todos ya estaban hartos sobre el tema de Immortality se veían forzados a responder en las entrevistas.

Dino se mantenía en contacto con Hibari, casi diariamente. Cuando podía hablaba con él unos cortos minutos. Deseándole suerte en el siguiente evento que tenían, enviándole ánimos desde el otro lado del continente, y sobretodo, mandándole amor y besos.

Mukuro estaba sufriendo ataques de ansiedad y porque Dino no se daba cuenta de nada.

Cavallone estaba idiotamente normal. Seguía con sus conquistas, derrotando a todos en las conversaciones y destruyendo todo a su paso. Se tomó muy en serio el concepto de huracán.

Mortality tuvo una época oscura. No sacaron canciones nuevas en el plazo que se les concedía y cada vez se hablaban menos entre sí. Reborn comenzaba a ausentarse, aludiendo a asuntos más importantes. Lal estaba cayendo en desesperación y se le notaban ya las ojeras y el mal humor hacia todos. Qué diferente eran las cosas cuando su hermano estaba allí para respaldarla.

Reborn tenía razón, lo que mantenía la maquinaria funcionando era él y sin él, ella  todavía podía menos que antes.

Siempre había estado envidiándolos a ambos, por tener luz propia. Tanto su marido como el traidor sin nombre. Ella en cambio debió echar golpe al doble para ganarse su lugar… un lugar cedido, no ganado, queda mejor.

No podía mantener la casita de cristal sin romperse. Ya tenía fisuras.

+ : : : : +

Byakuran se encontró son Shoichi una tarde en la que llovía mucho. Apenas había salido de trabajar en la grabación de una nueva canción y quiso dar una vuelta por el parque, para recordar a su obsesión Mukuriana. Pero entonces un grupo de matones estaba golpeando a un pelirrojo de gafas rotas y sangre en la boca.

Sin más, intervino, porque tenía ganas de fanfarronear. No salió impune, no era un súper hombre, pero aquellos salieron mal librados. Él, apenas un golpe en el estómago que le había ayudado a mejorar la táctica de ataque para no subestimarlos de nuevo. Queda de más decir que ese tal Shoichi quedó agradecido al término de estar casi alabándolo como nuevo dios.

−Eres tú, ¿verdad? –le preguntó tomándolo por las muñecas –. El cantante de la banda que abrió la semana pasada. Sabía que si te esperaba todos los días cerca de tu trabajo te encontraría –seguía lloviendo así que era difícil saber si eran lágrimas de verdad –. Byakuran-san, yo amo su música y…

Una verborrea horrenda, palabras atropelladas y sollozos molestos. Pero hubo algo en todo ese patoso show que despertó algo en Byakuran. Lástima, interés, quién sabe. Además, sin Mukuro cerca, debía encontrarse medios de diversión.

Empezaron a salir.

+ : : : : +

Alaude estaba decepcionado, por culpa de Giotto y de nadie más. A lo mejor. Entonces dijo que en sus tiempos libres se dedicaría a dar de vueltas por las noches en busca de presas. La arquitectura. Tomaría fotos, quiso enfocar su sentir de esa manera, era mejor que escribir y sacar una paupérrima biografía como hacían tantos charlatanes. En una de sus juegas cayó en una iglesia. Estaba paseándose por la nave cuando una voz le llamó a las espaldas.

−Pareces perdido –dijo.

−Nada de eso –respondió fríamente y guardó la cámara –. ¿Está prohibido el paso? –inquirió porque el sacerdote se interpuso muy tranquilo.

−Los caminos de Dios son abiertos a todo el mundo, pero temo que de dejarte ir perdería la oportunidad de hablarte con calma –le extendió la mano, mostrándole el banco.

Alaude no tenía nada que hacer por ese rato, por eso accedió a escuchar la absurda plática de ese hombre de cabellos negros.

−¿Cómo te llamas?

−¿Es un interrogatorio? –preguntó Alaude, enarcando una ceja.

−Es más una charla entre caballeros.

−No es fácil de pensar eso trayendo tu ropa –señaló.

−Tienes toda la razón, pero entonces déjame comenzar primero a mí. Me llamo Knuckle.

−Alaude –respondió rápido.

−Eso pensé –soltó una corta risa. A Alaude le parecía extraño, y le parecía un sacerdote fuera de lo común, en su rostro había marca, una banda blanca sobre la nariz. A lo mejor se lo merecía, la idea le hizo reír –. Se escucha hablar mucho de ti, tranquilo –le puso una mano en el hombro –, no pienso pedir autógrafos o robarte –sonrió –, sólo quiero saber si te puedo ayudar.

−Si fuera tan fácil resolver los problemas ajenos, tu Dios realmente existiría.

−Bueno, en su lugar –concilió – puedes usarme a mí.

−Vaya, un premio de consolación –se cruzó de brazos y platicaron –. Es tranquilo –se refirió al santuario –, vendré cuando quiera aunque no estés.

−No me separo de aquí –rió –. Así que… las puertas siempre están abiertas.

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Capítulo XIII.

Décimo Tercer Escenario.

Esta noche quería hablar con él. Otra vez. Incluso tocarle, apretarlo entre sus brazos y susurrarle al oído, a coqueto, que lo extrañaba mucho. Tanta agitación hizo que cayera de la cama. Pegó un grito enorme y poco después tenía a Mukuro tocándole la puerta.

−Hey, idiota, ¿muerto ya? –inquirió abriendo lentamente y fue recibido con una almohada.

−Ese milagro tan tuyo de hablarme –se trepó de nuevo y se cubrió hasta la cabeza –. Sólo un sueño.

−Humm, pesadilla se me antoja –se sentó en el borde de la cama de Dino –. Ya. De acuerdo, por mi parte te levanto el castigo.

−¡Sólo eso me faltaba! ¿Qué quieres? ¿Qué te agradezca, oh su majestad?

−Kufufu, me encantaría –le talló la almohada en la cara y Dino comenzó a patalear –. Escucha, bobo, ni yo sé qué nos pasó.

−¿Fue muy rápido? –se sentó y permanecieron a la ligera oscuridad hasta que Dino prendió la lámpara de la mesita dispuesta a su izquierda.

−Algo. Intenta comprender, supongo –quiso empezar y se pasó los cabellos para arreglarlos en la coleta acostumbrada –. Reborn y tu hermano son demasiado brutos en su carácter, debería caber en ti o en mi la prudencia pero –se encogió de hombros –no... Es más fácil planear unas vacaciones que una vida entera.

−Precisamente porque es mejor huir que enfrentar a los problemas, ¿no? –juntó las rodillas a su pecho –. Kyōya me gusta, en serio.

−Lo sé –dijo sin apurarse –. Ya no te haré bromas –levantó las manos, desarmándose y riendo –, pero a cambio debes decirme lo que sabes.

−No sé nada que no se sepa ya –miró a otro lado –. Llevan dos meses en América, las noticias ya se lo dijeron al mundo entero. Empezaron con Xanxus y parece que están pasando por muchas peripecias. Por lo menos ya sabemos dónde están, hasta la Jefa Lal respiró de alivio.

−Han intentado ponerse en comunicación con ellos –suspiró.

−Pero nadie les responde –se burló –. Menos de lo que se merece, a decir verdad.

−Hablas como adulto juzgando–se rió –. Ni tú te la crees –se acostó a los pies de Dino y miraba el techo –. Será mejor que despertemos de una buena vez.

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Así, transcurrieron seis meses.

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Colonnello no se rindió. Experimentó durante mucho tiempo la sombra de Reborn, no había cosa que no se lo pudiere recordar.

Después de todo Reborn era parte de su vida y arrancarlo iba a ser trabajoso a menos que mediara algún remedio mágico. En ocasiones creía ver a su cuñado en cada esquina al salir del trabajo. Incluso alguna que otra mirada de proceder oscuro le ponían la piel de gallina. En sus noches, pues su casa se pintaba ya sola desde que I. ascendió con brutalidad suficiente como para necesitar una morada propia ganada con dinero de sus conciertos ya logrados, trataba de calmarse pero no funcionó. Triunfo poco a poco en lo profesional. Colonnello estaba satisfecho por ello, no sin duda el esfuerzo que dio para lograrlo. Pero desde aquella fecha de inicio de soledades tuvo pesadillas. Y dejó de dormir.

Necesitaba calmantes o cosa parecida. Que le hicieran olvidar a Reborn. Qué maravilloso sería eso, se pensó. Con esos delirios de persecución y/o insomnio no duraría mucho su vida. Creyó necesario visitar a un doctor.

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Dino quería escaparse y cuanto antes fuera posible. Más pronto, más rápido incluso regresaría a tiempo para el próximo concierto… quizá. Estaba tan molesto con su hermano que no estaba pensándose ya muy serio el asunto de la banda. Se levantaron, por supuesto, del tropiezo causado por el castigo. Mortality no era cualquier banda de cuarta y los fans los perdonaron con vertiginosa fuerza después de unas disculpas dadas a su estilo: rompiendo el record localmente.

Ahora, en el ámbito internacional, inevitablemente se enteraron: la competencia ya estaba brillando en América, no en vano tantos meses de ser la bazofia de otros músicos, no en vano el cansancio. Ellos sabían de eso porque también tuvieron que vivirlo. Ahora se estaban preguntando, incluyendo a Reborn, ¿qué hacer ahora y para después?

Hablaron con Lal.

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Kyōya estaba en su cuarto, durmiendo. Amaba esa soledad que le confería el sueño y por ello lo buscaba frenéticamente, cuantimás que el trabajo era en ocasiones extremo y pesado… por suerte el celular estaba en silencio porque sus quimeras se enojarían al momento de ser destruidas. Había tomado la precaución de ponerlo entre sábanas para no verle la molesta luz que le avisaba de una intervención y lejos.

Dino le llamaba insistentemente. Diario, dos veces por día. Era tedioso, sí, pero de una forma lo animaba tanta bobera en una persona. Una sonrisa desplegada por un comentario estúpido. Había descubierto que verdadero odio hacia el ser patoso que llamaba no existía a raíz, o a pelo. Estaba allí, efectivamente, pero era mejor disfrutar de la desesperación del rubio mediante este hechizo.

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Shoichi no cabía en felicidad. Podría explotar su corazón por toda la devoción que soltaba hacia Byakuran. Aunque Byakuran, claro, estaba buscando rebeldía por lo que no se cansaba de ser infiel al chico pelirrojo y mirada perturbada.

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Bianchi tenía vida tranquila y le gustaba porque el trabajo le era emocionante. Todos los días podía enterarse de algún chisme nuevo. Otro hombre quejándose de su madre, otra mujer con obsesiones múltiples, la cleptómana era su favorita. El consultorio tenía tanta categoría entre las estrellas que ella se deleitaba con verlos y en ocasiones robarse algunas firmas en la ficha de visitas para guardarlos, pues podían fungir de autógrafos sin la cantaleta «Con amor». Definitivamente ser la asistente le permitía esas excentricidades y más cuando el jefe le daba pequeños regalos consistentes en pertenencias olvidadas, nada digno de recuperarse en tratándose de los dueños y digno de guardarse cuando se trataba de Bianchi. Aun así era una mujer bastante dedicada y bonita. Y recelosa con su propio secreto profesional y de lealtad.

No era de sorprenderse que personas llegaran sin cita previa, vaya que los famosos sabían gozarse de impertinentes y lo bastantes importantes como para llegar sin anuncio mandando a volar el pequeño sistema burocrático; debía ser asunto urgente para que el jefe decidiere atenderlo de inmediato, claro si la víctima de adentro no sufría un ataque en lo mientras.

Pero el hombre que estaba ya sentado desde hace dos segundos sin mediar palabra en la elegante sala de espera, hizo que Bianchi pegara un brinco de su asiento casi para tocar los dos pisos siguientes.

−Hey, ¿tardará mucho allá? –señaló la puerta, con gesto malhumorado, cansino –. Puedo volver otro día –masculló, viendo que la mujer se dirigía hacia él –. Oye, para allí.

−Lo siento –se inclinó como para confirmar algo –. Usted es…

−Un paciente que perderá la poca paciencia que me dieron sino me responde rápido, señorita.

−Me encargaré de que lo atiendan enseguida –respondió dándose la vuelta inmediatamente, caminando con premura y presionando el intercomunicador –. Jefe, créame, merece la pena que usted salga.

Te he dicho que no quiero ver a nadie en una hora. –contestación desde el otro lado. Colonnello lo escuchó y no dudó en ponerse de pie.

−Sabía que estaba muy ocupado –soltó con enojo –. Puedes decirle al idiota de allá atrás –dijo con la mirada clavada en la puerta –que se vaya al infierno, hey.

En ese momento, se abrió la puerta y el jefe salió. Era una persona con cara de profesionista, se le notaba a leguas, pero la sorpresa poco disimulada le causó impresión a Colonnello de que había algo raro allí.

−Pasa –ordenó, a serio modo y entró en el consultorio, dejando la puerta a invitación abierta.

Colonnello se fijó en la mujer que seguía con la mirada ensoñadora clavada en él. Esos dos están locos, pensó; aun así entró, dejando que Bianchi casi se lanzara para escuchar detrás del muro lo que allí ocurriría.

−Lamento la rudeza de hace un rato –comenzó al acomodarse un par de lentes sobre el puente de la nariz –. Mi asistente siempre olvida quitar el dedo del botón –no lo perdía de vista y en seguida tomó asiento frente al diván –. Puedes sentarte aquí.

−No me tomaré mucho de su tiempo –replicó Colonnello –. Sólo necesito la receta.

−Ah –soltó el psiquiatra –. ¿Por qué no mejor primero hablamos? –extendió la mano, reiterando la muestra de hospitalidad.

Colonnello lo ignoró por unos segundos, se ocupó de estudiar a al doctorcito y su entorno. No había reconocimientos en las paredes, tan común y molesto en otro consultorio. Era un lugar pomposo, de eso no ha lugar a dudas pero no quería ni darse la vuelta, sentía la mirada penetrante de aquel sujeto tratar de desentrañarlo.

«Calma», se dijo a sí mismo, después ya habría tiempo, lo que le urgía era tomarse un descanso, le seguiría el juego al tipo por un rato, obtendría la prescripción y ya.

−Muy cansado –dijo el hombre de lentes –. ¿Por qué decidiste venir?

−Ya lo dije, quiero pastillas. Necesito dormir –se dejó caer en el diván, se extendió a lo largo y enlazó sus manos para apoyar allí su cabeza –. Un amigo mío dijo que este consultorio de mala muerte no podía ser tan malo. Aquí estoy.

El que debía resultar ofendido poco mostró, sólo una pequeña sonrisa y sujetó un bolígrafo.

−Agradeceré a tu amigo, entonces… temo que nuestra presentación pase así como si nada. Por eso, cuéntame, Colonnello, ¿A qué se debe tu padecer?

−Ese es su trabajo decirlo, hey –cerró los ojos, no iba a confesarse, menos con un sujeto tan extraño como él –. Tienes toda la pinta de psicópata.

−¿En  serio? –rió –¿Por los cabellos? –en cierta manera había algo allí, de oscuridad verdosa, aparte pequeños ojos.

−Creí que los psiquiatras no usaban bata.

−Es por mera costumbre –se encogió de hombros ya que veía a Colonnello.

−Supongo que debí salir en las noticias últimamente –comentó –. Y pronunció bien mi nombre. No se emocione, doctorcito, no obtendrá nada de mi –se sentó y enfrentó –. La chica de allá –se refirió a la asistente – me confirma su obsesión por las estrellas de la tv.

−No por cualquiera –repuso –. Eres tú alguien que nunca esperé.

−Me siento afortunado… ¿ya charlamos suficiente? De verdad me muero por conciliarme con Morfeo.

−Estaré celoso –replicó –. Sin embargo, accederé –se puso de pie y fue hasta su escritorio del que de un cajón extrajo un frasco transparente con píldoras rojas –. No es lo que pides, pero te ayudará a sosegarte –advirtió cuando lo entregó –, puedes tomar una ahora mismo.

−¿Y quedarme dormido acá? No, gracias. Debe tener una agenda ajetreada, como yo –sonrió –. Me urge olvidar… -se pensó y por eso hizo caso. La pasó a saliva.

El psiquiatra estaba frente a un equipo estéreo y dándole la espalda al rubio empezó la música.

−Hace tanto que quería verte –dijo.

−Esa es…

La música de Colonnello.

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Primo Cavallone se abrochaba la camisa y pasó rozando la botella de alcohol con el pie. Había dos chicas desnudas a espalda contra las sábanas aun sonriéndole e invitando una ronda más de apuestas calurosas.

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