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Rock ya no por favor por Vampire White Du Schiffer

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Notas del capitulo:

Esto es mi auto-regalo de cumpleaños. Así de patoso está el asunto. Felicitaciones a mis tocayos (?.
Este fic sigue a flote por dos razones:
1.-Por mi beta, aunque puede que él pueda vivir sin esto, jo~. De todos modos, sigo aquí por ti, Bebo.
2.-Por los que leen-comentan-agregan. Así es, por todos los que echan una hojeada por acá y creen que vale la pena (o quizá no tanto) esto.

En realidad, y ya se habrán dado cuenta, todas las parejas andan flojas, y por eso agrego estas notas: No me inspira nada del D18, ni del PA, vamos, ni el 10069.
Por lo que hoy hay más RC. Mi favorito.

Y ya paro mi verborrea.

Capítulo XIV.

Décimo cuarto escenario.

Era rock. Claramente se sorprendió pero era mejor reservarse las reacciones, no iba a mostrarse débil o algo por el estilo. Quiso salir de allí rápido pero sus pies no le obedecieron, esperó de pie hasta que Verde estuvo frente a él.

Colonnello se quedó estancado. No sabía cómo reaccionar. En su vida pasada, De todos aquellos lugares donde había pasado, caminando o en automóvil, Mortality acaparaba. Y ahora, en aquel tugurio, jamás habría pensado que su música seria primordial. Esos acordes, esos gritos, eran como volver a su pasado... e inevitablemente sonrió. Cierto, todo el mundo, todo su mundo era la música. Y en parte era la carga de su maldición.

—¿Sabes, kora? Es un halago que me reconozcas como músico, pero te quiero varios metros lejos –dijo poniendo ambas manos sobre la camisa color verde pálido del doctor que lo tenía contra la puerta –. Y hablo muy en serio, kora. –advirtió.

—Todavía no consigo lo que quiero de ti –aprovechándose de ser más alto que Colonnello, lo miró desde arriba, con obvia gallardía.

—No quiero saber qué podrías querer de mí, kora –se burló.

—Bueno –se acomodó los lentes sobre el puente de la nariz –, haré que te enamores de mí. Y ese experimento empieza ahora.

+ : : : : +

Mukuro terminaba de bañarse. Secó sus cabellos tan rápido como pudo, vistiéndose casi con la misma velocidad. Iba llegando ya tarde a la disquera, al parecer Lal les tenía noticias. Agradables o no, no lo dijo.

Miró su celular tendido a su lado. Nada nuevo. Recordaba cuando el estúpido de Byakuran no cesaba de enviarle mensajes, llamarle a horas inmorales…

—Sí, claro –se echó a reír –, como si lo extrañaras.

Lo cierto era que no se había metido mucho de pata después del asunto de guerra de bandas que terminó con el despido-renuncia de I.

Así que cruzaba por una etapa que, por pensamiento le vino, Primo jamás conocería: Abstinencia. Además, rebajó la dosis de chocolate que consumía a diario, casi prefería fumar sino fuera porque Dino todavía el niño-ecologista que revendía las cajas completas de tabaco a sus espaldas.

Dino le gustaba por eso quizá. Aunque de un tiempo acá… Dino ya no era de los suyos y la traición se podría pagar con la muerte, por suerte o atino, Mukuro no lo echó de cabeza con los dos monstruos que regían Mortality.

—De cualquier forma no tardarán en liar una buena y se enterarán de todo –se dijo a sí mismo mientras bajaba de la limusina y se encontraba con Lal. Mientras caminaban juntos a la oficina no paró de hacerle preguntas.

—¿Qué piensas que tenga tan turbado a Primo?

—La verdad no lo sé –se encogió de hombros –. Probablemente esté pasando por un episodio de iluminación. –no escapó a una mirada reprobatoria –¿Te parece raro que ande de puta en puta diario? a mí no –sonrió –, ahora que la verdad –la miró de perfil y presionó el botón del ascensor –es que el que te preocupa es tu marido.

Lal respingó.

—No te metas en lo que no te importa, mocoso.

—Deberías pensar lo mismo –ignoró –, no culpo a Reborn por estar tan molesto, después de todo él era quien comandaba el barco.

—No te permito que me hables de esa manera –se sacudió el cabello hacia su espalda –. Menudo problema me faltaría, que ustedes también se sublevaran.

—Oh vaya –sin contenerse, rió –. ¡No se lo han dicho!

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Reborn sostenía el periódico y leía, línea tras línea, que Inmortality estaba ganando terreno rápidamente. Y todo porque la compañía de un cantante de pop decidió acogerlos, todo eso olía a Lambo, lo sospechaba. Debió haberlo sabido desde el principio, el idiota de Colonnello no huiría a terrenos sin arar, sino a uno donde su plan rindiera cosechas casi de inmediato. Frunció las aspas de papel y lo dejó sobre el escritorio.

—¿Ya llegó la hora? –inquirió Primo, sentado en el sofá, a un lado de un Dino muy tranquilo.

—Falta tu sermón –respondió Reborn y no hizo caso de los alegatos del moreno, en ese momento llegaba Lal y Mukuro.

—Bien, se supone que yo los llamé aquí para decirles algo positivo –se cruzó de brazos la molesta mujer –, y resulta –miró a Mukuro –que son ustedes los que tienen que hablar, pues adelante –extendió la mano derecha –. Soy toda oídos.

—Nos vamos –dijo Primo –, y no hay nada que puedas hacer. Tranquila –sonrió –, esto le vendrá bien a la compañía.

—Están dementes –frunció los labios en un rictus casi amargo –. Ya firmé contratos por varios meses, cuatro para ser exactos, con personalidades importantísimas del país que les permitirán…

—No me interesa –replicó Primo –. Estoy harto de esta inmunda isla –se levantó –, mientras tu juegas con papeles y a la burocracia yo me oxido, si sabes lo que quiero decir.

—No, no lo entiendo –contuvo el volumen de su voz –. Lo que sí Entiendo es  que intentas hacer otro de tus berrinches, Primo, pero consentirlo no cabe en mis planes actualmente. ¿Tienes algo que decir, Reborn? –una especie de ira asesina para la persona que más amaba en el mundo.

—Que ya preparé todo para marcharnos en tres semanas, si hay algo que Mortality pueda hacer en ese tiempo para los planes que tenías, adelante, hazlo, pero para el próximo mes vete olvidando de los contratos que ni siquiera me hiciste ver.

—¡Soy la maldita dueña de esta disquera, Reborn! –explotó sin más, apretando los puños y encarándose sólo a él.

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Alaude se siguió entrevistando con Knuckle.

Kyōya mordía cosas hasta la muerte.

Byakuran jugaba al SM, sanamente.

Inmortality subía como la espuma.

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Capítulo XV.

Décimo quinto escenario.

 

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Mortality decidió que ya no tenía nada más que hacer en la oficina de la jefa, por lo que salieron, Reborn estaba siguiendo ya sus pasos cuando Lal, en un arranque de sentimentalismo inesperado, preguntó:

—¿Me sigues queriendo?

Reborn desprendió la mano del picaporte con lentitud, se viró con cuidado hasta mirar a los ojos a su esposa. Sonrió complacido.

—Sí.

Si Lal pudiera llorar de felicidad lo haría. Desde hacía tiempo, recabó en que perdió realmente la cuenta, que no recibía ni una palabra de cariño. Sí caricias, uno que otro mimo, pero…

—Entonces, ¿por qué estás…? Hace rato que tú y yo no hacemos el amor y creo que…

—Déjame aclararte las cosas –la interrumpió, y Lal se dio cuenta de que la sonrisa de su esposo no era para nada tierna –, hay dos razones para que por gusto siga casado contigo –la atrapó contra el escritorio, poniendo las manos a ambos lados de la cintura de ella –, la primera es porque si me divorcio el idiota de tu hermano quedaría enojado y sin ti y sin él yo quedo en la ruina.

Lal estaba con los ojos vueltos enormes platos, sorpresa, tan agria que le cerraba la garganta y con trabajo logró articular.

—¿Es por eso? ¿O es que hay otra mujer que te complace?

No quería saber la verdad y por pura estupidez evitó la cara del moreno.

—¿Es esa tu segunda razón? –continuó preguntando —¿Porque puedo servirte de escudo mientras te revuelcas con tus putas? –gritó y golpeó a Reborn en el pecho, intentando propinarle cachetadas o algo, arrancarle el corazón, el alma, lo que fuera.

—No, la segunda es… —le atrapó por ambas muñecas y la besó en la mejilla –que eres aún fértil –la liberó, sólo para irse quitando el saco y la corbata frente a ella —. Quieres que te toque, ¿no? –se rió, como un ladino sabe reír.

 

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Subió las persianas y dejó que el sol le iluminara la cara. Sonrió satisfecho, con algo más de lo usual. Tenía motivos de sobra para eso. Aun no cantaban las consecuencias por lo que hizo hace horas, pero poco relevantes serían si conseguía llegar a la meta. Podría considerarse que está a medio camino. Sacó un cigarro y lo fumó hasta que el humo despertó al ocupante de la cama.

—Reborn, sabes que odio el tabaco, kora –dijo en medio de un bostezo, tratando de quitarse lo perezoso de los ojos. En seguida se reprendió. Las caderas le dolían un poco y reconoció que no sabía dónde estaba sino hasta que vio la silueta frente a la ventana.

—Nombre equivocado –replicó y se sentó al borde de la cama. Dejó la colilla en el cenicero y atrajo el rostro de Colonnello –. Tendremos que ensayar la parte en que dices el nombre correcto –sonrió con maldad –. De lo contrario serás castigado como ayer, sin posibilidad de levantar libido por deseo propio sino por la droga que te dé.

Colonnello permaneció en silencio, y no luchó cuando Verde chocó sus labios con los suyos.

—¿Entiendes?

—Realmente no importa, kora. Habiendo ocurrido lo que pasó aquí –tenía la mano derecha sobre las sábanas y la otra sobre el pecho desnudo del doctor –lo que yo piense es relativo.

—No me agrada mucho eso, pero me conformo con que no quieras matarme después.

—Necesito olvidar, si la droga o tú lo logra da lo mismo.

Verde, con el ceño ligeramente fruncido se levantó y le dio la espalda por un segundo.

—La primera vez que te escuché cantar pensé: «Este idiota no durará», pero un mes después me tenías pegado a los medios para saber cualquier cosa sobre ti –le miró de soslayo –. Poco a poco fui comprando todos los discos, cargando tú música hacia todos lados. Incluso en aquél mueble –señaló uno cargado a una esquina, esmeradamente limpio – hay revistas, recortes de periódicos de cuando estuviste en este país dando la gira con aquel cantante. Claro, él no me interesaba en lo más mínimo, en cambio tú sí –se acercó a un escritorio y de un cajón extrajo una fotografía para mostrársela –. Por medio de un alcahuete mío firmaste esto.

Colonnello la tomó entre sus manos y sin querer desplegó una sonrisa.

—No fue mi mejor ángulo, kora. Cualquier cámara podía captarme sin darme cuenta.

—La elegí por esa razón –volvió a sentarse en la cama –. Tu cara me fue difícil de olvidar y por eso mismo la guardo. Hay cosas en el mundo que es preferible dejar atrás, lo piensas mucho seguramente. Pero si me acosté con un cantante de rock no es para desaparecer de su vida y borrar el recuerdo, sino para encajarme en ella a como dé lugar.

—Já, no te vas a quitar nada más que llegue a pedírtelo, ¿kora?

+ : : : : +

Escucha, Kyōya, iré para allá dentro de dos semanas… ¿No te alegra?

—En absoluto –respondió, permanecía sentado en el balcón, mirando las aves irse muy lejos –. Preferiría que te cayera una bomba.

Sí, bueno, yo también. Pero por lo mientras eso sucede ¿no crees que deberías… ah, no sé, avisar al resto?

—¿Tengo razón para temer que tu grupo de papanatas venga?

No, menos cuando ya se ganaron fama y esa cosas.

—Además, viéndolo objetivamente ustedes no son nada originales.

Es lo mismo que le dije a mi viejo –se escuchó un suspiro —es patético que ahora imitemos sus pasos. Mi hermano descubrió que toda su frustración se debía a que su carrera estaba estancándose en Japón mientras Immortality llegó a América. Aunque personalmente presiento que lo único que quiere es volver a ver a Alaude.

—No hay dudas sobre eso –replicó con tono cansino –, pero él tiene planes diferentes y tal vez eso disguste a tu idiota hermano.

—… Kyoya, no quisiera meterme en sus asuntos, pero ¿Tú sabes si pasó algo entre ellos en el pasado?

Específica –se burló.

Oye… algo como lo que tú y yo pasamos. Por lo que me dijiste nos conocieron, pero es probable que mi hermano tampoco recuerde que…

Él no es igual de estúpido como tú para olvidar.

Anda, no seas malo~

Te lo diré cuando estés aquí –y colgó.

 

Capítulo XVI.

Décimo sexto escenario.

Shoichi comenzaba a sospechar que el juego de asfixia que tenía con Byakuran estaba perdiendo lo gracioso. O sea, la soga estaba bien, cuando apretaba un poquito, pero Byakuran tendía a exagerar su fuerza y, por más que hubiera ruegos, era imposible hacerse oír.

También estaba el asunto que era sobajado constantemente por el cantante. Sin tregua. Pero no tenía quejas, incluso aunque sus regalos terminaran en el bote de la basura Shoichi no pensaba dejarlo. Y allí radicaba lo patético de la relación.

—Ya me aburriste, Sho-chan, ¿Qué no lo ves?

—Yo haré lo que me pidas, lo que sea, pero no me puedes apartar de tu lado sino yo… moriría, sí, seguramente –se aferró al pantalón blanco del albino.

—Eso ya lo he oído –lo miró con lástima.

—¡Pruébeme, intente ordenarme algo, no me resistiré!

—Temo que no entiendes que es ése precisamente el problema, bobo… pero está bien. Ahora, suéltame que estás arrugando mi ropa –se apartó para sentarse en el sillón, el pelirrojo lo siguió hasta ponerse a su lado –. Hace rato recibí una llamada muy interesante de Hibari-chan, ¿y sabes que me dijo? –no esperaba respuesta –. Tendremos invitados no deseados por estos lares y tú, como mi fiel perro, sabes cuánto odio la sana competencia.

—No hay nada más claro –se le hincó –. Entonces, ¿qué es lo que más deseas?

—Que te mueras –sonrió –, pero antes de eso tengo una cadena de favores para ti –le tocó la nariz –. Serás un buen compañero de juegos para mi querido Mukuro-kun.

Shoichi no puso atención al tono especial que Byakuran imprimió en aquél nombre extraño, para lo único que tenía atención era en fraguar planes que sirvieran a su amo y señor para cumplir los objetivos. Si tenía que perseguir a alguien, robar algo, vestirse de una manera no suponía problema.

Para eso estaba hecho.

+ : : : : +

Mukuro estornudó con fuerza.

—Enférmate –farfulló Dino, eligiendo su ropa con cuidado.

—Gracias, yo te deseo lo mejor también, kufufu.

—¿Cómo que al fin Kyōya me corresponda mi amor enfermo?

—No tanta suerte, sino que el avión se caiga y que sólo te perdamos a ti –se echó a reír –. ¿En serio piensas llevarte todo eso a América? –se sentó sobre la maleta –. Es innecesario, allá podrás comprarte cosas nuevas. Desecha lo viejo.

—En cuanto tú te deshagas de las cosas que te regaló el pelos de nieve, con gusto.

—Hump. Colecciono basura, nada más –se sacudió las manos –. A todo esto, Primo nos invitará la cena.

—¿Y qué? –no se decidía si debía llevarse el precioso regalo que tenía para Hibari o dejarlo en Japón.

—Quiere replantear las relaciones entre nosotros. Nadie mejor que él sabe que si vamos a terreno inhóspito lo que necesita es lacayos que manejar. O sea, tú y yo.

—¿Con qué intentará comprarnos esta vez, ah? –suspiró resignado.

—A ti no hay nada que se te antoje, ¿o sí?

—Quedar definitivamente huérfano –respondió y Mukuro sólo sonrió –. Te ves ansioso –comentó sin sabor.

—Tiene meses que no lo veo –dijo con adoración –, es curioso que un maldito episodio en una cabaña haya desencadenado todo esto. Y para serte sincero no me arrepiento porque tengo la oportunidad de redimir mis estupideces.

—Ah, eres todo un romántico sin remedio, ya dejaste de gustarme –se levantó con gracia y se dirigió a la puerta.

+ : : : : +

Lal estaba viendo la ciudad debajo de sus pies. Cuando se sentía abatida, que últimamente era a diario, le gustaba subir a la azotea, sentarse al borde sin tacones y mecer sus pies descalzos. Sentir la brisa, algo libre y sin preocupaciones, corriendo entre sus dedos. Secó un par de lágrimas de los cansados ojos, las luces todavía brillaban. Trataba de visualizarse lejos de allí, de todos los meollos. Tenía una botella de licor a su lado, destapada y lista para otro trago de amargura.

Al deslizar sus dedos por la boquilla, el reflejo en realidad, le trajo un recuerdo de hace, lo que parecía, muchos años. Cuando no dudaba de nada, de nadie, de sí misma.

Cuando el amor de Reborn era cosa segura.

Miró de nuevo hacia abajo.

+ : : : : +

Alaude estaba pensando en qué debería decidir. Ambos contratantes sonaban tentadores, pero los dos pedían la misma fecha y quedar mal con uno sería embarrarse con el otro, por eso Colonnello lo llamó para elegir juntos. De cualquier forma, casi todo el trabajo de papeles y presentaciones lo depositaban en manos del rubio.

—Allí tienes las cosas, kora –se reclinó en la silla y tomó del capuchino.

—Creo que será mejor esto –le señaló en las hojas –. Sinceramente.

—Eso pensé.Avisaré a Xanxus que posponga el otro, si realmente quieren a I. soportarán la espera, kora.

Alaude permaneció en silencio, mirando fijamente al de ojos azules que al percatarse se puso serio.

—¿Sucede algo, kora?

—Es mejor que te enteres de una vez –dijo, pero no pudo ocultar su inconformidad –. Deberías haberlo sospechado, porque sólo era cuestión de tiempo. Mortality llega en una semana –hizo una pausa –, con todo lo que eso implica.

Colonnello clavó su mirada en la mesa, en el danzante humo que salía de la taza, pasó el dedo índice por el borde y sonrió de una manera que Alaude no quiso interpretar.

+ : : : : +

Primo sólo debía dejar las cosas en claro. Y sólo por eso estaba haciendo de las suyas contra todo mundo.

Notas finales:

Así están las cosas, si se antoja algo referente a los muchachos, díganme. Porque la gasolina se me acaba y el mundo hace ruido.

Los quiere, Sebi.
PD. Amo a Colonnello, ¿soy tan obvia?
PDPD. ¿Quién soy yo? ¿La de payphone, por maldita?

El capítulo fue inspirado por la fiebre Boyce Av. Acoustic Cover.
Try to tell you no but my body keeps on telling you yes
Try to tell you stop, but your lipstick's got me so out of breath


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