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Rock ya no por favor por Vampire White Du Schiffer

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Notas del capitulo:

Chale, se me está haciendo costumbre actualizar cada año. Por favor, ya línchenme (?) Ando girando en mi silla de rueditas <3 

Capítulo XVII.

Décimo séptimo escenario.

 

Movió la cabeza de lado a lado, ocultando la risa con disimulo.

─No tengo deseos de contártelo y ya, kora –dijo por segunda vez en el día y se inclinó más en el sofá en que acaba de caer –. Lo de Reborn quedó en el pasado y estás tratando de psicoanalizarme, no me quieras engañar, kora.

─¿Traigo puesta la bata y estamos en mi consultorio? –sonrió con calma –. Lo único que pregunto es qué pasó entre él y tú. De antemano ya lo sé, pero quiero escucharlo de tu boca, ya sabes, es la clase de ego que tengo y puede subir.

Colonnello lo miró fijamente y sabiendo que aquél hombre no se iba a cansar hasta obtener lo que quería y decidió contestar frugalmente.

─Ya debiste investigarlo, ya lo sabes pero eres horrible y quieres que lo diga –resumió la discusión de todo el día, frunció el entrecejo y chocó el dedo pulgar en el labio inferior –. Solía meterme con el esposo de mi hermana –cuando lo dijo quedó con algo de sorpresa, no se pensó que lo soltaría así, sin sentir asco por sí mismo –. Y no me importa lo que pienses, kora –sonrió, algo sombrío hubo en ello –. Quiero beber algo.

─¿Nada que suelte mejor tu lengua que el alcohol?

─Hasta los seres malditos pueden tener suerte –enarcó una ceja, Verde se le acercó –. Incluso tú-kora.

 

 

+ : : : : +

Yellow diamonds in the light,
And we’re standing side by side.
As your shadow crosses mine,
What it takes to come alive..

It’s the way I’m feeling I just can’t deny,
But I’ve gotta let it go.

We found love in a hopeless place,
We found love in a hopeless place.
[i]

 

─Cuando cantas así me haces sentir tan tierno, kora –se recargó en el marco de la puerta.

─¡Colonnello! –dijo Lambo quitándose la diadema –. Creí que nos veríamos más tarde –fue a su encuentro, dando señales a la cabina que por el momento estaba finito.

─Debo regalarte un reloj, es tardísimo-kora –le pasó un brazo por los hombros y comenzaron a caminar.

─Lo siento –se disculpó levantando la mano derecha y cerrando los ojos –. Últimamente Xanxus ha presionado mucho y no descansa hasta que logre lo que él llama «perfecta basura».

─Un hombre de poesía –se burló –. Ahora, lo que nos atañe…  ¿Para qué necesita mi ayuda el joven romántico-kora?

Lambo se echó a reír y le pegó en el costado.

─No te burles, no todo puede ser rock, sexo y drogas, como en tus canciones –subieron al auto seguidos de un par de monigotes que ya habían aprendido a ignorar.

─¿Quieres comida china?

─No me cambies el tema, ¿qué tienes contra las canciones de amor?

─¡Ya, está bien-kora! –se mesó los cabellos rubios –. Todos andan muy preguntones este día… no me gustan por lo cursis. El amor no es así-kora.

─¿Ah, no? –lo miró con interés, uno muy inocente –. Entonces, ¿cómo es?

─Una cosa amarga difícil de tragar, kora –respondió con aire ausente, mirando la ventana en lugar de los inquisidores ojos verdes de Lambo –. No te creas, no es que yo lo esté, ni siquiera, sólo que he visto lo que le hace a las personas, las hace vulnerables, incluso algo estúpidas y se olvidan hasta de sí mismas. Una clase de enfermedad en etapa terminal-kora.

─Yo creo que te equivocas.

 

+ : : : : +

─¿Contrataste un investigador privado? –preguntó sin  ocultar el asombro.

─Suena como algo que yo haría –agregó Mukuro.

─Necesito saber cómo pinta el tiempo allá –respondió Primo, calando al cigarro –. Y ninguno de ustedes tiene un contacto que yo deseé usar.

─En el caso de que quisieras colarte en el mundo del espectáculo para conseguir información yo tengo a mi pequeña Chrome, pero –hiso énfasis –, lo que tú pretendes es conseguir es una lista de direcciones y de sujetos que puedan causarte problemas para reencontrarte con tu juguete del semestre.

─¿Pretendes asesinar a alguien? –sacó Dino.

─Quizá no, todavía. No puedo prometer una buena función sino sé contra qué juego.

─Ah, ya entendí –dijo Mukuro –. ¿Un par de jugarretas y luego entras?

─Ajá.

─Yo me rindo –suspiró el rubio –. Ustedes solo buscan destrucción y caos.

Aunque Primo sabía que lo del investigador era pura pantalla, lo único que debía hacer llegando a América, era seguir a Dino.

+ : : : : +

Primo lo había acordado. Todo trato con Reborn debía surtírsele más en beneficio. Pero al final los dos habían resultado tan hijosdeputa que las cosas cuadraban en el sadismo de ambos como piezas de rompecabezas. Un sádico pacto con jugosas ganancias. Así cantaba esto. Además, Primo sabía el secreto de Reborn, aunque nunca pensó en usarlo en contra de éste, sí que lo tenía guardado para bono de emergencias. Una palanca, un paracaídas, un chaleco en caso de necesidad.

No hay mucho que decir acerca de Primo, un primate que gustaba de su trabajo y de todas sus consecuencias sin tener que pagarlas. Ya tenía cierta edad y la disquera de Colonnello empezaba a ganar brillo; punto aparte, su pequeño hermano era un lastre, precisamente por pequeño y por desear corromperlo lo dejó varias veces en los parques, en las tiendas, en los cines, intentando desligarse de él. Y hubiera surtido efecto de no haber sido por Mukuro que fungía como la nana suplente. Quién hubiera dicho que el vecino de cabello color azul índigo se volviera así de indispensable para Dino.

Primo supo de inmediato que había otra razón detrás de los sentimientos de Mukuro, pero también prefirió guardárselo como arma para el futuro. Antes de llegar a la veintena propuso el negocio a su hermano y al otro. Una banda de rock y lo que viniese sería bueno. Primo se costeó por medio de sus truculentos negocios varios profesores que enseñaron a Mukuro a tocar la guitarra, batería, bajo… lo que fuera. El chico de ojos bicolores tenía talento, y eso lo descubrió cuando el primer profesor renunció por parecerle insoportable.

—Tienes agallas, enano –dijo Cavallone –. Mientras que tú eres el mocoso más miertero que he conocido –se refirió a Dino.

Respecto a éste el complejo de inferioridad se mantuvo bajo, y él realmente no quería formar parte de ninguna banda. Pero tenía una debilidad: era fácil de manipular. Con un par de lavadas de cerebro ya estaba ardiendo en ganas por aprender. Con él resultó más difícil, pero la habilidad de Primo y Mukuro combinadas hicieron pasar por alto la falta de Dino, cosa que se fue arreglando con el paso del tiempo.

La meta del mayor de los Cavallone siempre fue una: la disquera de Colonnello que ya era administrada exclusivamente por Lal y Reborn.

Cuando estuvieron listos llegaron pomposos, bajo estrictas órdenes de Primo de parecer las próximas estrellas que Japón necesitaba. Dieron la imagen, y a Reborn le agradó de inmediato el líder de la banda, aunque no por ello se disgustaban a ratos por lo parecidos que eran.

Cuando se conocieron esos dos monos de la civilización moderna seguro que alguien se arrepintió de no haberlo impedido. Seguramente. Tal vez entre ése arrepentido, pudiere cuadrar Lal. Como sea que fuere, las ventas de M. no estaban mal. Nada mal y porque la dueña de la disquera imprimía todas sus energías en mantener el barco a flote después de que el berrinchudo de su hermano mayor quisiera fugarse a América.

Pasando un poco a ésta situación fraternal, si bien era cierto que Colonnello siempre había sido un hermano sobre protector con ella, al transcurrir de los años cambió. Y en parte se debió a la llegada de Reborn. Al saber Lal que su hermano, de trece años, seguía empecinado con la idea triunfar como estrella de rock y que ella intentó detenerlo, supo que cualquier esfuerzo resultaría infructuoso. Si los dos resultaban igual de tercos seguramente era culpa de la sangre. Lo traían en las venas y ya. Por eso resolvió que la mejor idea era dejarse llevar por el caudal y después construir un dique que dirigiera el cauce completo. Es decir, se puso del lado de Colonnello para darle el avión y después poder surgir como la mandamás. Fue inteligente y funcionó por un rato. Por un rato que duró meses. Luchas y muchas canciones. Pero amateur al fin y al cabo.

Las fiestas los animaban. Por supuesto, como todo principiante que al alcanzar la meta le gusta regodearse en lujos pero sobre todo en excesos, por más insulso que fuese como cantante. Incluso Lal entró en escena con su personalidad intacta, una brillante y ambiciosa mujer, hermana de un afortunado cantautor que apenas inciaba.

La aparición de Reborn… eso sí que fue una sorpresa. Y vino a cambiarlo todo.

Llegó un día, con dinero a raudales, exigiendo ser manager de Colonnello. Justo el que Colonnello necesitaba.

Fue por una discusión entre Reborn y Lal que las cosas tomaron curso nuevo. Una plática en la que él alegaba la falta de inspiración verdadera y carencia de mano dura. Colonnello tendría quince años, pronto uno más; con eso y sumándole su atractiva apariencia era un milagro que todavía no se hubiese vuelto un semental empedernido. Extraño, pero real: la vida de Colonnello residía en la música, y sí, en festejarla, para el resto había poco tiempo.

—Eres su hermana, lo mimas demasiado y lo has vuelto opaco –dijo el hombre con aire de omnipotencia, cruzado de brazos.

Tenía razón. Toda la magnificencia que Reborn podía desplegar como rayos de sol fue lo que necesitó Lal para comprender lo mal que había hecho todo el tiempo.

 

XVIII.

Décimo octavo escenario.

 

Estaban platicando mientras esperaban las galletas de la fortuna, Colonnello quiso continuar ausente por lo que, por rara ocasión, no fue gran plática. Lambo se sentía apenado por ello, y quería encontrar una manera para mejorar el estado de animo de su amigo, pero no iba a lograr mucho sino se daba una idea más o menos del camino a donde apuntaba la mente de Colonnello en estos momentos.

─¿Somos mejores amigos, no? –inquirió en medio de una sonrisa.

─¿kora? –se sobresaltó y quitó la mano en la que apoyaba su barbilla –. Sí, claro, ya lo sabes.

─Quiero que volvamos a ésa plática respecto a tu…

─Definitivamente no, kora –replicó con fastidio. Suficiente tenía con el maniático de Verde asolándole todos los días, incluso en esos en los que aparentemente estaban ambos ocupados hasta tarde.

─Entonces seré yo el que hable –le jaló de la muñeca y lo obligó a sentarse de nuevo, mesa de por medio –. No sé en qué basas tu parecer tan… depresivo, pero sí sé algo: eres querido por muchos, Colonnello y no –le arrebató la palabra –, no me refiero a tus fans que todavía se pueden encontrar –y el rubio tuvo que aceptarlo, Verde existía –nosotros, tus amigos, y tu familia, a pesar de todo, son ejemplos –mal plan, pero eso Lambo no lo podía saber –. Eres muchas cosas con las que yo sólo puedo llegar a soñar –confesó, bajando la mirada a la mesa –, eres decidido, fuerte y no dejas que juicios ajenos influyan en ti, y es por eso que creo… no –movió la cabeza y lo miró a los ojos –, la persona que te ama deberá superarte en muchos aspectos, porque también eres terco e impulsivo, por lo que sabrá detenerte cuando sea necesario –se echó a reír –. Casi podría augurar que aquella persona que decida hacerse de ti será una especie de monarca, como un villano de cuento –se detuvo porque ni él mismo supo a dónde había ido a parar. Ambos se quedaron en silencio, cada cual por sus razones, durante varios minutos en los que se sintió cierta incomodidad.

─¿Me dices todo esto porque somos amigos, kora?

─Si pudiera ser sincero –se encogió ligeramente de hombros con aire triste –, lo siento en mi corazón –tocó su pecho –, sólo alguien así merecerá tu atención.

─Una clase de monstruo, kora –viró la vista.

─Y es eso precisamente lo que yo nunca llegaré a ser para ti, ¿verdad? –sonrió –. Porque por eso somos los mejores amigos.

+ : : : : +

 

Después de eso, no llamó a Verde ni respondió ninguna llamada. Se encerró en su habitación, lo bastante enojado como para azotar la puerta y tirar varias cosas al piso.

Porque Lambo tenía la razón.

+ : : : : +

 

Mukuro y Chrome estaban sentados, tomando una limonada mientras platicaban de cosas importantes como…

—Sí, he visto a Byakuran-san en alguna fiesta, siempre está acompañado.

—Ya veo –sonrió con maldad –, parece que ha encontrado juguete nuevo.

—¿Eh?

—Nada, no importa –deslizó la pajilla por la bebida, dejando que el frío escurriera –. Parece que será divertido volver a encontrarnos.

—Mukuro-sama –murmuró la niña –. Hay algo en Byakuran-san que no me agrada, me da miedo, no piensa encontrarse con él, ¿o sí?

—Sabes que es inevitable –reconoció –, pero no haré nada peligroso, así que no temas –le sonrió.

—En lo que respecta a ese muchacho… -comenzó y sujetó con ambas manos su vaso.

—¿Qué sucede?

—El chico que lo acompaña.

—¿Qué hay sobre él?

—Se ve muy triste y por eso –se le iluminaron los ojos –¡No quiero que Mukuro-sama se involucre con Byakuran-san! ¡Siempre daña a las personas!

—Tranquila, pequeña Chrome, mientras esté mentalizado sobre la estupidez de ese sujeto no habrá problema. Además, no estoy solo en esto, te tengo a ti, ¿no? Confía en mí.

 

+ : : : : +

Por supuesto que no tenía ningún plan, a veces le era divertido dejar que las cosas se le acumularan, como los problemas, y algún día tendrían solución, no es como si el mundo se le viniera abajo solo por enterarse de que Byakuran tenía nueva pareja sentimental no era esa clase de persona que sufría como heroína en pleno drama; para ser más claros, le daba completamente igual… y en eso estaba mintiendo. Sabía que era cuestión de tiempo, la decisión de Primo acaeció tan abruptamente que por un segundo le tomó por sorpresa. Esa historia estaba agarrando el tinte policías y ladrones. Por un lado la banda I. les había chupado la popularidad, como sanguijuelas. Eso era lo que simbolizaba la nueva banda, y Mukuro los odiaba por eso y odiaba también a Primo, por arrastrarlo siempre en estos vericuetos.

Pero retomando sus pensamientos sobre Byakuran, ¿qué hacer? Simplemente plantear lucha, y ya. Quizá hasta el idiota de blanco lo había olvidado, los encuentros y el sudor de ambos convertido en elixir. Ojalá.

La punzada en el pecho le confirmó que hacía rato que no estaba enamorado de Dino, de nadie. Salvo, y quizá de…

No. Lo prometió, si entraría al juego sería como competidor, no como sacrificio.

Cuando vio que Dino estaba arreglándose y dejando una pequeña jaula sobre la mesa junto a la puerta no dudó en ser curioso.

—Y ¿A dónde vas?

—Ya sabes, dar vueltas –se encogió de hombros.

—Ajá, con perfume y un ave.

—Tch, no le digas nada a mi hermano, será un dolor en la espalda si se entera.

—Descuida, él está muy ocupado durmiendo.

Cuando lo vio salir, a los dos segundos apareció Primo que llamó por teléfono.

—Saldré tras ese idiota, ¿tú qué harás?

—Seré el único normal en este trío e iré a hablar con Reborn sobre nuestra obra inaugural.

—Perfecto.

Cuando estuvo con el manager en cortas palabras quedó acordado el concierto, se entrevistaron con personas del hampa musical y debido a que las redes sociales fueron metiches, tendrían buena publicidad y al parecer considerable recibimiento.

—¿Y los demás? –preguntó Reborn mientras se subía al Jaguar.

—Dejándose guiar por las hormonas –respondió Mukuro cuando estuvo puesto el cinturón de seguridad –. Hasta eso, parece que tú las estás controlando muy bien –instigó.

—A diferencia de ellos, tengo que satisfacer una codicia a la vez. Aunque si desaparezco por unos días no se sorprendan.

—Yo le llamaría estrategia –se echó a reír –, pero no importa, ¿tendremos algo así como otra guerra de bandas?

—Por el momento deben arañarlos donde les duela –sonrió –, un paso a la vez.

—Y luego vemos quién se hunde.

 

+ : : : : +

Hibari estaba sentado en el banco de un parque, sin nada especial en la mente y tampoco lo hubo mucho cuando vio llegar a Dino que aparecía como el sol.

—Tardaste –dijo enojado, pero el otro lo ignoró, dejó algo en el suelo y se apresuró a abrazarlo –. Me ahogo –se quejó.

—Kyōya, te extrañé tanto –lo apretó más –, creí que iba a morir.

—No seas estúpido –le empujó, pero no sirvió de nada así que suspiró –. ¿Y el resto?

—Se quedaron en el hotel, no te preocupes, tuve mucho cuidado –sonrió –. Ah, por cierto te traje algo –le mostró la jaula donde un hermoso pajarito amarillo decía Hibari por todos lados –. Es curioso, yo no se lo enseñé.

—No te creo –se le quedó mirando y por un fugaz momento Dino creyó reconocer una sonrisa, pero no dijo nada.

—Tenemos mucho para hablar –confesó –, y también –le tomó de la mano para ponerla sobre su pecho –, tengo ganas de hacerte muchas cosas, Kyōya.

Maldita sea la voz sensual de Dino Cavallone. Sería un idiota, el más grande de los idiotas, pero su voz era otra historia. El moreno solo viró la cabeza, ocultando un signo. Y un síntoma.

En breves relatos, Kyōya se enteró de todo el desbarajuste que Reborn y Primo armaron en Japón con tal de seguirlos, y todo tenía pinta de acosadores aunque no lo dijo, quería seguir escuchando las historias patéticas de Dino pero era tarde, y tenía hambre. Para cuando Dino se dio cuenta, se ofreció para invitarlo a comer.

Fue una cita en todo el sentido de la palabra; el rubio estaba peor que radiante: resplandecía, como un maldito foco, en ocasiones eso frustraba a Hibari.

Cuando las luces de neón y las parejas comenzaron a iluminar las calles, Dino creyó que era momento de…

—Escucha, Kyōya, no quiero sonar necesitado pero –frunció los labios –. Te necesito, si me entiendes –tenía rojas las orejas.

—No, no te entiendo.

—¡No seas cruel! –chilló.

—… Tengo que dejar a Hibird en casa –siguió caminando.

—¿Ya le pusimos nombre a nuestro hijo? –sonrió –. Está bien, te llevaré de regreso –dijo resignado. Por hoy había tentado mucho a su suerte, tendría que darse por bien servido con haber pasado exitosamente la tarde con el querido dueño de sus chaquetas mentales.

Sin embargo, le sorprendió que Hibari no quisiera tomar inmediatamente un taxi, sino seguir caminando hasta llegar a cierta zona que… le sacó colorete en las mejillas. Se mordió la lengua para no objetar nada, temía arruinarlo.

Hasta que estuvieron en la habitación del hotel se cruzaron sus miradas, Hibari dejó la jaula en el pasillo, iba a darle agua a Hibird cuando sintió las manos del rubio apresándole.

—Gracias, Kyōya.

Se desvistieron, se besaron. Estuvieron juntos y las horas pasaron demasiado rápido. Dino había anhelado tanto estar sumido en Hibari, de una forma que no entrañase violencia, que perdió la noción del tiempo. La profundidad de sus ojos castaños estaba volviendo loco a Kyōya. Pero no lo diría.

Hibari sabía que Primo estaba esperándolos, poco le importó.

Y dejaron a Primo Cavallone sin su presa.

—Por ahora, todavía puedo esperar –murmuró el moreno, fumando con tranquilidad en un callejón. Era cuestión de paciencia, Alaude iba a estar en sus garras pronto.

Muy pronto. 



 

Notas finales:

  1. We Found Love, cover Sam Tsui. 


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