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Irresistible por starsdust

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Notas del capitulo:

 

En el capítulo anterior:

Al volver de una misión, El Cid encuentra un viejo templo abandonado en un bosque prohibido, de donde surge un sátiro. La criatura desparece antes de que El Cid pueda darle alcance, y poco después El Cid siente la necesidad de volver al santuario, ya que tiene un mal presentimiento sobre Sísifo. Al llegar al templo de Sagitario, todo resulta estar en orden, excepto por El Cid, que se siente apabullado por la necesidad de estar con Sísifo...



Lo que ocurrió a continuación se sintió como un sueño. El Cid tenía conciencia de lo que ocurría, pero no era capaz de controlar sus acciones. Era un actor obligado a seguir un libreto escrito por otra persona, sin poder tomar sus propias decisiones, aunque sintiendo en carne propia las consecuencias de las mismas. Hasta el más mínimo roce tenía el efecto de una daga afilada clavándose en su interior, excitándolo y destrozando sin piedad lo poco que quedaba en pie de su habitual reserva.

A pesar de la sorpresa, o quizás a causa de ella, Sísifo no opuso resistencia, y se dejó llevar por los gestos decididos y precisos de su compañero. El Cid encontró el cuerpo del otro caluroso y flexible, como una pieza de metal lista para ser moldeada en la forma de una espada. Sus manos amasaron la piel de Sísifo mientras se desprendían de la ropa que se atravesaba en su camino y despejaban el espacio que llevaba hasta sus muslos.

"¿Por qué no te resistes?", pensó con molestia, sin poder quitar los ojos de la boca entreabierta y temblorosa de un Sísifo que respiraba agitadamente. Aquella visión solamente servía para intensificar el deseo que lo consumía.

Se sentía afilado, hirviente, listo para atacar, a pesar de que sabía que esa no era la manera de correcta de comportarse, esa no era la forma en que él acostumbraba a actuar. Susurró con dificultad el nombre de Sísifo, buscando desesperadamente anclarse a la realidad de algún modo, pero entonces llegó el momento de internarse en él, y todo se volvió borroso.

En ese lugar donde el placer se volvió tan intenso que causó que la realidad se resquebrajara, El Cid pasó a verse a sí mismo en la piel de un herrero trabajando ante la fragua para conseguir un resultado perfecto. El sonido de la respiración de Sísifo se confundía en su mente nebulosa con el del fuelle que avivaba el fuego.

En un esfuerzo por retomar las riendas, El Cid entendió que primero debía dejar de oponerse a la fuerza que lo controlaba para luego conseguir analizar de manera fría lo que estaba ocurriendo con su cuerpo. Estaba perdiéndose en el deseo, y si no lograba detenerse, este lo iba a absorber por completo.

Había una sola manera de proceder. Dirigió un ataque a sí mismo que sustituyó por un segundo la sensación de placer por un dolor agudo, y ese instante le bastó para lograr apartarse de Sísifo.

—No te acerques... —advirtió El Cid, buscando con qué cubrirse.

No contestó ninguna pregunta ni le hizo caso a las protestas de Sísifo, que intentaba recuperar el aliento. Lo que El Cid necesitaba era salir de allí, y eso hizo. Bajó las escalinatas con un andar errático, ignorando a todo el que se cruzara en su camino. Escuchó murmullos a sus espaldas, pero siguió adelante, con la certeza de que debía alejarse lo más posible del templo de Sagitario, hasta que de pronto, alguien lo detuvo. Levantó la vista y se encontró con la mirada preocupada de Aldebarán, que puso las manos sobre sus hombros.

—¿El Cid? ¿Estás bien? —preguntó.

—Apártate —masculló El Cid.

—Quizás pueda ayudarte —insistió Aldebarán—, ¿tiene que ver con la misión?

—No es nada.

Aldebarán continuó diciendo cosas sin sentido, y El Cid comenzó a sentir que las enormes manos que se apoyaban en sus hombros le quemaban la piel. Quiso retroceder, pero el otro lo retuvo, y de alguna manera misteriosa, el forcejeo los llevó a terminar cara a cara.

Separado por una mínima distancia, El Cid pudo oler en el aliento del mayor un leve rastro de vino. El aroma dulzón le resultó insólitamente cautivante, y su cuerpo reaccionó a su estímulo disparando ráfagas de ansiedad que hicieron arder su sangre. Un impulso irrefrenable lo llevó a abalanzarse sobre la boca de Aldebarán para probar el sabor del néctar desde sus mismos labios.

En el momento en que el extraño beso se concretó, el calor se disipó y El Cid recobró el dominio sobre su propia voluntad. Retrocedió al instante, espantado por lo que había hecho, preguntándose cómo era posible que pudiera haber ocurrido. Aldebarán estaba boquiabierto, y sus mejillas teñidas de un rojo vivo. Ninguno de los dos sabía qué hacer a continuación.

—No te preocupes —dijo finalmente el toro—. ¿Estuviste bebiendo, también? No diré nada. Yo también he hecho algunas cosas raras con alcohol de por medio. Así que no es que vaya a juzgarte. ¡Aunque no voy a negar que me sorprendiste! ¡Buena manera de mandarme a callar! ¡Entendí, entendí! ¡No me meteré en tus asuntos!

El Cid no respondió. Aunque se sintiera por fin en control de sí mismo, no le encontraba ninguna lógica a lo que acababa de ocurrir. Sin importar lo que hubiera sido, el efecto se había desvanecido de un momento a otro. El patriarca no estaba en el santuario, por lo que no hacía falta que reportara inmediatamente el resultado de su misión. Eso le daría tiempo de ir a entrenar para poner en orden sus ideas.

Con una enorme sonrisa de incredulidad en su rostro, Aldebarán observó a su compañero alejarse. Se rió solo al pensar en lo que había pasado, porque no se le ocurría nada mejor que hacer. Meneó la cabeza para despejarse y se puso en camino hacia el pueblo. El insólito incidente le había despertado el apetito, aunque no estaba seguro de qué era exactamente lo que se le antojaba.

En las afueras del templo de Aries, a la entrada de las Doce Casas, el joven Shion reparaba armaduras. Estaba inclinado sobre una de ellas, concentrado en devolverle la forma a un casco abollado. El centelleo del metal se reflejaba curiosamente sobre su rostro, acariciando sus facciones. Shion estaba demasiado ocupado como para darse cuenta. A Aldebarán, en cambio, le llamó la atención.

Se acercó al muchacho y lo saludó de manera casual. Shion dio un respingo de sorpresa, y se disculpó sonriendo mientras se ponía de pie para recibirlo. Aldebarán dijo que no quería interrumpir su trabajo. Había bastantes armaduras por reparar, y cada una de ellas irradiaba un resplandor diferente, bañando a Shion con una luz que lo hacía verse especial.

Hasta ese momento, Aldebarán no había notado que el día estaba especialmente caluroso. La piel de Shion se veía sudorosa. Tuvo la intención de estirar la mano para sentirla, fascinado por el brillo que desprendía, pero se contuvo cuando vio al chico apartarse, mirándolo con extrañeza. Estaba preguntándole algo, pero Aldebarán no lograba escucharlo con claridad. Confundido, se despidió con torpeza y continuó su ruta hacia las afueras del santuario. Tenía la boca seca. Necesitaba un trago.

Continúa en el próximo capítulo :P

Notas finales:

Espero que no huyan al ver a Aldebarán xD Por favor, no se asusten de él, por favor... T_T

Quien haya leído Zona Prohibida sabrá que las cosas bizarras que pasan tendrán una explicación lógica al final de la historia. Pero quiero aclarar que nada de esto es una ilusión ni nada así xD

Creo que serán unos 5 o 6 capítulos. Más adelante aparecerán Aspros, Dégel y Kardia. Quienes no abandonden al ver a Aldebarán aparecer podrán llegar a ese punto xD Si no, bueno... gracias por su atención hasta el momento xD


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