SKLAVE DES HASSES
(Esclavo del Odio)
De nuevo, como la mayoría de sus noches desde que volvió al castillo, sale de la torre de Gryffindor, por segunda vez a la cámara de Salazar, de nuevo a pagar con su cuerpo por el silencio de su némesis.
Recuerda que después de su último encuentro con el rubio Slytherin después de pociones, se quedó un tiempo recostado en el frío muro de piedra, llorando amargamente como de costumbre, por todo y por nada a la vez. Su vida era un completo asco, y sabía que sí muy en el fondo no fuese un maldito cobarde, hace mucho hubiera terminado con su vida; últimamente la idea de hacerse un corte longitudinal en sus brazos, drenándose a sí mismo aquel líquido vital que corría por su cuerpo le llamaba mucho la atención, pero sabía cómo nadie más que sus manos le temblarían si intentase levantar una filosa daga contra la tierna piel de sus antebrazos.
Inconscientemente llegó a su destino; pronunció aquellas palabras en pársel que le llevarían a aquel cuarto secreto y como la última vez, se deslizó por el laberinto, pasando por aquel pasillo y llegando hacia el ahora estudio, donde Draco Malfoy leía un libro, cómodamente sentado en un sillón.
Al acercarse al platinado éste levantó los ojos de su lectura, cerrando al momento el libro, dejándolo en la mesita a su lado.
—Bienvenido de nuevo, Potter —Saludó el rubio enderezándose de su asiento y dirigiéndose al alma en pena que era el ojiverde.
—Deja el protocolo a un lado y terminemos con esto, por favor —Habló el moreno sintiendo como de costumbre cuan fácil era que las lágrimas llegaran a sus verdes ojos, dispuestas a salir en cualquier momento, expresando una pequeña parte del calvario que tenía a cuestas.
—Como quieras Potter — Respondió el Slytherin dándole la espalda, dirigiéndose de nuevo a las habitaciones tras las puertas de roble, sabiendo que el pelinegro lo seguía.
Ésta vez las cosas no fueron calmas como la primera vez. El rubio estaba ardiendo en furia y en un insano deseo, la atmósfera de la habitación no se encontraba como la última vez; solo eran ellos dos y la cama frente a ellos, esperando mudamente a cumplir con su propósito.
El platinado arrancó las ropas del moreno, quien solo se dejaba hacer. Después de tenerlo completamente desnudo lo arrojó hacia la cama mientras el mismo se quitaba las ropas que llevaba puestas, viendo como la verde y vacía mirada se encontraba posada en su cuerpo, carente de vida, de sentimiento alguno, siendo solamente una copia barata de los antes expresivos y vivaces ojos esmeralda del Gryffindor.
Se acercó con furia creciente arañándole el interior hacia el cuerpo en la cama; profanó los rojos labios, lastimándolos, probando el metálico y dulce sabor de la sangre de aquel inferi en vida, pasando sus labios por su cuello, mordiendo donde sentía el arrítmico pulso, bajando por el torso que cada vez se veía más delgado, mordiendo toda la piel a su paso, al alcance de su boca, sus manos acariciando y rasguñando con saña la delicada y blanca piel, que se encontraba marcada con imperceptibles cicatrices producto de la guerra, cicatrices que sabía que también tendría en el alma y que el mismo moreno no dejaba curar, por creerse el único culpable de todo el caos sucedido en el pasado.
Exploró aquel cuerpo con violencia e insano deseo, dejando marcas de uñas, pequeñas y largas líneas sangrantes por el torso y piernas del moreno, también algunos seguros indicios de lo que al día siguiente serían moretones en el cuello y en la cara interna de los muslos, así como en el abdomen del mismo. Los verdes ojos soltaban silenciosas lágrimas, mirando ciegamente al techo de la habitación.
El Slytherin ascendió por el cuerpo bajo el suyo, ahora completamente desnudo, ubicando su erección entre las laxas piernas del moreno. —Mírame, Potter. Quiero que me mires mientras entro en ti —Ordenó roncamente el platinado, perforando al Gryffindor con sus aceradas orbes plata.
Un destello de dolor apareció en las orbes verdes cuando el rubio invadió su cuerpo, esta vez no dio espera a que aquel cuerpo se acostumbrase aunque fuera levemente a la ahora, violenta intrusión comenzando con unas furiosas embestidas, en donde el heredero Malfoy quería expresarle al pelinegro Gryffindor todo lo que sentía en ese momento con sus acciones; el anhelo de volver a tener frente a sí a su antiguo némesis y no aquél cuerpo que se dejaba morir lentamente consumido en el dolor.
En un momento cegador, el clímax le llegó al rubio quien inundó con su simiente las ultrajadas paredes internas del Gryffindor quien por primera vez soltó un amortiguado sonido de dolor mientras mordía una de sus manos en puño.
Ésta vez el lastimado cuerpo del héroe y mártir de Gryffindor no se movió de la cama más que para formarse un ovillo, mientras lastimeros sollozos brotaban de la garganta de aquel ángel caído. El platinado, después de calmada levemente su ira, suavizó sus ojos ante aquella imagen que a cualquiera que estuviese mirando le partiría el corazón; realizó hacia ambos un hechizo de limpieza y cuidadosamente arropó el frío cuerpo del moreno mientras él salía de aquella infernal cama, con una leve culpa creciente en su pecho preguntándose cuanto dolor tenía aquel joven, saliendo de aquel cuarto inundado con olor a sexo, después de haber reparado las ropas dañadas del cuerpo en la cama, y dirigiéndose hacia la sala de estar, sus demonios internos martirizándolo a cada paso que daba, fuera de aquellas cuatro paredes.
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Habían llegado las vacaciones de navidad. Todos aquellos que iban por esas dos semanas a ver a sus familias se encontraban terminando de organizar sus equipajes, y deseando buenos deseos a los pocos que se quedaban internados en el castillo en las fiestas.
En la sala de Gryffindor Ron y Hermione se encontraban frente a un taciturno Harry, quien miraba ausentemente las llamas de la chimenea frente a ellos; ambos Gryffindor estaban intentando convencer a su moreno amigo de que al día siguiente fuera con ellos a la madriguera a pasar navidades y año nuevo, pero recibiendo constantemente la negativa del mismo quien ahora después de varios intentos había dejado de prestarles atención a sus amigos y se había abstraído del mundo.
Viendo que no lograrían desistir a su mejor amigo de dejar el castillo, ambos jóvenes no sin darle una última y triste mirada al pelinegro, se fueron cada uno a sus habitaciones a terminar de preparar sus equipajes. Aunque con el corazón encogido, ya que éstas eran las primeras navidades después de la guerra, unas navidades agridulces, pero navidades que querían pasar ellos junto al moreno como familia, y que por lo tanto, no serían así, su amigo quería soledad.
Después de despedir a sus amigos y haberles entregado una carta dirigida a Molly y Arthur explicando el porqué de su decisión de quedarse en el castillo, Harry pasó todo el día deambulando por Hogwarts por los pasillos desconocidos por muchos hasta la hora de la cena, en donde por primera vez en todo el curso escolar faltó, últimamente no le apetecía comer nada, y únicamente se alimentaba porque no quería preocupar a sus amigos, pero con ellos finalmente lejos por dos semanas, podía simplemente saltarse las comidas a su antojo, al fin y al cabo su cuerpo no lo necesitaba.
Se dirigió con pasos arrastrados a la torre de Gryffindor, tenía sueño y mientras lo tuviera iba a aprovecharlo, no muchas veces tenía la oportunidad de dormir, sintiendo verdadero cansancio, lo sabía ya que sólo se quedaba dormido después de interminables minutos u horas de llanto o ayudado de odiosas pociones para dormir, las cuales no le gustaba consumir, a menos de que una preocupada Hermione se la hiciera beber en las noches, de resto, su sueño, después de la guerra, se había esfumado con muchas cosas de sí mismo.
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Abrió sus ojos en la oscuridad, conjurando un tempus vió que eran pasadas las dos de la mañana. Sabiendo que el sueño no volvería se levantó de su cama, de nuevo dirigiéndose rumbo hacia las afueras de su sala común vagando como un fantasma más del castillo por sus alrededores. Cogió una abrigadora túnica y calzándose los zapatos se sumergió de nuevo en la oscuridad de los pasillos de Hogwarts rumbo al helado lago.
Draco tras su mala experiencia durante la guerra en la mansión Malfoy, le escribió a sus padres diciendo que se quedaría a pasar las navidades en Hogwarts, no sin antes desearles buenos deseos. Era uno de los pocos que decidió quedarse en el castillo y ahora, en la fría noche, se encontraba caminando por los helados pasillos rumbo hacia la salida, hacia el lago; tenía mucho que pensar.
Llegó a su destino silenciosamente, y sorprendido se encontró al ver a unos metros de él al moreno Gryffindor, recostado contra un árbol cerca al lago bajo la helada nieve, llorando desconsoladamente hacia la oscura noche. Algo en el corazón del Slytherin se contrajo dolorosamente al ver aquel desgarrador cuadro; el Gryffindor era la imagen pura del dolor y la desolación y le dolía tanto así como le enfurecía ver en el despojo humano que se había vuelto aquel impetuoso y antes vivaz chico.
Con paso decidido se acercó al moreno, quien al verlo frente a él y con voz lastimera le rogó:
—Mátame, por favor, mátame; acaba con mi vida, por favor acaba con mi maldita vida —Susurró el pelinegro, sus ojos verdes anegados en heladas lágrimas, sus enrojecidas manos por el frío agarradas fuertemente al borde de su túnica.
Y aquello fue más de lo que pudo soportar el frío Slytherin, quien se permitió un momento de debilidad para y con el Gryffindor, arrodillándose junto a él en la fría nieve. —No — fue la palabra que salió de sus labios mientras veía como más de aquellas dolorosas lágrimas manaban de los verdes ojos del moreno.
—Por qué no, porque no acabas con mi sufrimiento — Fue la desgarradora interrogante del ojiverde.
—Porque si te destruyo ahora, te llevarás una maldita parte mía, te llevarás lo único normal en mi maldita vida — Respondió el platinado quién después de aquella especie de confesión se dispuso a besar con violencia los rojos y helados labios del chico frente a él, el cual se aferró a su cuerpo como una tabla de salvación en medio de su desesperación.
Aquel beso fue bajando de intensidad ante el frío e invernal viento que recogían sus pulmones, pero no así el cúmulo de sentimientos de ambos quienes ahora se encontraban recostados en la helada nieve, con la fría noche como mudo testigo de aquellas dos desgarradas almas, una, más lastimada que la otra.