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Xoloitzcuintle chicloso por Kiharu

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Notas del capitulo:

Tararán :3

XVIII.-


El día en que suponía que Akira le invitaría un trago a Ruki, asistimos al lugar donde los habíamos visto por primera vez.


Llegué con ánimo, después de todo, había estado indagando en internet sobre distintos nombres que podría darle al castaño. Quizá no me equivocaría. Akira iba aun un poco ansioso, la pelea de ese día con Takashima lo había dejado realmente furioso. Tampoco es como si yo le hubiera dado un apoyo incondicional, sólo me había limitado a escuchar y asentir. Nunca sabía muy bien que decir cuando me contaba de sus problemas; quizá por eso no me contaba muchas cosas.


Para la sorpresa de ambos, Ruki y… Flor, se acercaron en cuanto nos vieron sentados en la barra. Estaban ahí, como intuimos mi amigo y yo. Saludamos alegremente, Ruki se cayó en cuanto vio que Akira le saludaba con el saludo de chocar palmas y luego puños. Flor lo levantó del piso; los invitamos a que se sentaran. Observamos sus actos por las dos horas que estuvimos con ellos.


Ruki estaba fuera de juego desde que comenzamos a tomar. Él solamente empinaba su botella, y luego se reía para dejar finalmente su frente pegada a la mesa. Akira sonreía con incomodidad, mientras que charlábamos con Flor.


Flor estaba raro, bueno él era así. Es así. Nos sonreía con alegría, decía estar muy, pero muy feliz de estar hablando con el Señor Akira del que tanto Ruki le había contado. Yo me reía bobamente de algunos comentarios, tampoco estaba muy sobrio después de un rato ahí.


—Ruki me contó muchas cosas de ti, Señor Akira.


—¿Cómo qué? —preguntó.


—Pues dice que le invitaste una copa, y que le sonreíste todo el tiempo. Ruki ama a las personas que sonríen. Dice que me ama también, pero le digo que es muy joven para hacerlo, ¿saben? Apenas y cumplió los quince.


Akira se atragantó con el líquido que se tomaba.


—¿Viven juntos? —le pregunté.


—No, no realmente. Terry, ¿recuerdas mi casa?


—Sí.


Suzuki me miró sin comprender el nombre de Terry.


—Esa casa está muerta, como ya te he dicho. Ruki no quiere vivir conmigo porque dice que la casa se lo comerá vivo, y si se lo come vivo dejaría de amar las sonrisas.


—¿Dónde vive entonces?


—Afuera de la farmacia que está a la vuelta.


No mentiré en decir que sentí lástima. Había pasado por ahí alguna vez. Imaginé a Ruki ahí tirado pidiendo monedas. Akira palidecía a cada momento. Aunque el tiempo pase relativamente rápido aun recuerdo que pude leer en su cara lástima y dolor. Sabía que le compartía el sentimiento. Ruki era verdaderamente desafortunado.


—Terry, invítame a tu casa.


—¿Qué?


 


XIX.-


 


Cuando se terminó la sopa de Zapote que le preparé,


No se dio cuenta el canino que lo entoloaché.


 


Lo llevé en un taxi a su casa.


El muy atenido se quedó dormido mientras se tomaba un chocolate en mi casa. Volví a entrar en su casa, otra vez no tenía asegurada su cerradura. Lo dejé en el sofá.


Me arrepiento que en ese momento quise husmear en su casa para saber su nombre. Sí no lo hubiera hecho, no seguiría llamándole de la misma manera que como le dije aquel día. Busqué actas de nacimiento. Certificados de educación básica, título de universitario, cédula profesional, reconocimientos… no encontré nada de utilidad. Lo restante de la casa sólo eran muebles rústicos, viejos y empolvados. Nada de saber su nombre, o como era él. Nada. La casa no tenía nada que me dijera algo de Flor.


Me marché de allí, porque teniéndole tanta atención, era demasiado. Me asociaba con un tipo de personas que siempre detesté.


 


XX.-


Al día siguiente, por la tarde, después de clases, asistí de nuevo a la casa de Suzuki Akira. El tipo estaba hecho un desastre dentro de su misma casa. Tenía ojeras, el saco de box estaba tirado en el piso, había leche escurriendo por la mesa, sus cojines estaban desplumados… y un sinfín de cosillas que jamás esperé de él. Ese día, Akira no había asistido a la universidad, por eso mismo, le visité sin que él me llamara previamente.


—¡Yuu!


—¿Qué pasó? —cuestioné, como siempre lo hacía que llegaba a su casa.


—Ruki. Ruki pasó.


Entonces, me comenzó a contar que cuando Flor y yo nos habíamos ido del lugar (yo le llevaría a mi casa, como me pidió… no lo hice por gusto, más bien para que mi punto de calificación no se me fuera por el caño), él se había traído a Ruki a su casa. Supongo que para no sentir culpa que lo dejó regresar a su lugar fuera de la farmacia. Me contó que Ruki era un torbellino torpe. Así le había llamado, además de que era agresivo si no le sonreía. Dijo haberle cantado (sin dejar de sonreír) hasta que cayó dormido en su cama.


—Le grité para que se calmara, pero solo me dijo que no le gritara. Que no estaba bien. Y, mordió los cojines hasta sacarle las plumas. También tiro mi refrigerador. Yuu… no me siento bien. No dormí.


Analicé la situación, y abracé a Suzuki.


Ahora comprendo que en ese momento realmente necesitaba un abrazo, tanto él, como yo. Porque, yo era el pañuelo de Akira. Tanto con el problema castaño que le proporcionaba Takashima, como que él no podía subir de notas y su padre se enfadaría con él, como que no sabía cocinar casi nada, el hecho de que su mamá no lo reconociera como su hijo, y que la muchacha a la que él quería, tuviera un novio. Ahora le podíamos sumar que por lástima destruyó su casa… aunque ahora pienso que realmente no le daba tristeza su casa, sino la situación de Ruki. Tan joven, y más desdichado que nosotros dos juntos.


—Yuu… por Dios, parece como si nosotros viviéramos en el puto cielo, él me miraba y se enfadaba porque no le sonreía, ni siquiera pidió de cenar… no sé si era por lo borracho o quién sabe. ¡Yuu! —gimió y me tomó por los hombros, noté el dolor que le había transmitido Ruki—, se tiró al piso… diciéndome que si ya no le quería sonreír que me fuera al infierno, pues el dormiría… ¡En el piso, Yuu!


—Akira, cálmate.


Lo llevé al sofá, y lo abracé ahí. Sollozaba fuertemente. Esa fue la primera vez que el corazón se me hizo nudo al verlo así de triste. Me fue increíble lo rápido que había aprendido del otro. Akira siempre fue de dinero, al igual que yo, por lo que ninguno de los dos sabía cómo era vivir al día. Se refugió en mi hombro. Teníamos problemas como cualquier joven de nuestra edad, tal vez él más por su enfermedad —la que yo en ese tiempo desconocía—, pero era la primera vez que decidió soltarlo tan repentinamente.


Su llanto me bañaba de tristeza. Estrechaba su cuerpo; quise ser una mujer en ese momento, porque envidié lo hermosas que eran y el hecho de que ellas sabían cómo curar el corazón de un hombre con llanto. Yo no lo sabía, no sabía que decirle. Su realidad era su realidad, y yo no tenía mucho juicio como para poder meterme a arreglarle los problemas… aunque si estuviera consiente de esas cosas… quizá si me hubieran dado su carga, le hubiera resuelto sus problemas sin pensármelo.


—Ya, ya, Akira, calma. No llores… Sh… no, no llores más…


—Mamá una vez me hizo leche caliente y dejé de llorar.


Observé que Ruki estaba parado mirándonos. Estaba amodorrado, lo notaba. Sonreí nerviosamente, y él sonrió también.


Esa fue la primera vez que vi a Ruki sobrio y sonriente.


 


XXI.-


Regresé cansado de su casa. De manera emocional principalmente. Ruki juró que cuidaría de Akira dormido. Después de que nos lloró por más de una hora, diciendo que era una mala persona, y que no merecía lo que tenía, después de beber la leche caliente, cedió ante el sueño. Limpié un poco su casa también.


Cuando regresaba a la mía, me estremecí de tan solo recordar. Pensé que estaría mejor si dejaba de pensar en ellos dos, y simplemente gozar el frío de la noche de ese jueves. Puse mis manos en los bolsillos del saco, y apuré el paso. Ya era muy tarde.


Regresé a casa por ahí de las dos de la mañana.


Iba entrando en mi calle, cuando vi que alguien estaba en mi puerta. Me acerqué más. Era Flor, y estaba colocándose un polvillo blancuzco en la muñeca, que luego lo aspiró fuertemente por la nariz. Me acerqué corriendo a él. Me miró y dejó caer su cabeza hacia delante. Toqué su yugular, pues le llamé, y no me respondía. No tenía pulso. Me espanté.


Con nerviosismo abrí la puerta, lo cargué, y lo metí dentro de mi casa. Lo dejé en el sofá y busqué mi teléfono. Cuando revivo esa desesperación en mi mente, como ahora, me dan nervios. Era la primera vez que me ponía tan histérico.  Buscaba el teléfono, y no aparecía. Maldije mucho esa noche, lo recuerdo. Intenté encontrar mi celular, pero tampoco lo tenía. Al parecer lo había dejado con Ruki para que me llamara por si algo sucedía. ¿Cómo contestaría si ni siquiera encontraba el teléfono de casa?


Me jalé los cabellos desesperado. El corazón me latía horrible. De hecho, también fue la primera vez que escuché al latir de mi corazón. Pensaba que eso solo sucedía en las películas, pero esa noche me pasó. Creí que estaba muerto. No lo conocía, no conocía a Flor, pero ver morir a alguien era lo que mi joven mente no quería asimilar. En ese momento, si él hubiera muerto, seguramente yo no le habría llorado, no a él. Hubiera llorado, pero por otras razones, no exactamente por su vida.


Pasaba mi mano por la frente con frenesí, estaba sudando. Las lágrimas estaban a punto de salírseme, si no fuera porque escuché un gran resoplido, haciendo que lo mirara.


—Hola, Terry —saludó con voz soñadora.


—Ho-hola.


Luego pareciérame estúpido pensar que hablaba con un fantasma. Aunque era considerable, yo no sabía cómo actuaba la droga ésa cuando la consumías. Yo no sabía que se detenía el corazón y luego se ponía a andar de nuevo. Yo no sabía que Flor se estaba drogando. Sin decir mentiras, exhalé muerto del miedo, y me dejé caer al piso. Él se sentó en el sofá, viendo como languidecía frente suyo.


—¿Estás bien? —tosió un poco—, vine a verte, ¿sabes? Pasé por la farmacia y no vi a Ruki. Sentí pánico, así que vine a ver si tú sabías donde estaba.


—Está con Akira.


—Oh… que bueno. Pensé que alguien quería robárselo. Jamás me perdonaría que él pasara algo feo. Es como una dama para mí. Lo quiero mucho.


Suspiré. El susto que me había dado aun no pasaba.


 


XXII.-


Esa noche le pedí que se quedara en casa, porque quería que al día siguiente fuéramos con Ruki. Él me dijo que la noche era joven, y que debíamos jugar en el lago.


Estaba drogado, y su éxtasis, junto con su rareza, me irradiaba y chocaba con mi cara.


 


XXIII.-


—Te llamas… Kai.


—¿Kai?


—Sí, Kai.


—Es un buen nombre.


—¡¿No era ese?!


—No lo sé. Ruki me llama Uke.


Dejé caer mi cuerpo para atrás.


—¿Dejas que cualquiera de bautice?


—No te llames así, Terry. Se feliz, como yo. Debes aprende a vivir bien.


—¿Con drogas?


—¿Con qué?


—Drogas.


—¿Sabes? Vivo solo. Son las cinco de la mañana, y me siento como un panqué.


 


Y entrados en confianza el perro me ayudo a cumplir mi gran misión.


Finalmente este chucho escupió su secreto mayor.


 


—Ruki se llama Takanori Matsumoto.


—Oh.


—Aun no sé cómo te llamas tú… pero sigo pensándolo. Tendrías que llamarte como Luz, o algo por el estilo. Eres una persona curiosa, que debe ser como la luz.


—Eh…


—Quiero un vaso de… ay, no me acuerdo como se dice eso.


—Duérmete ya.


 


XXIV.-


—Yuu, ¿puedo quedarme a dormir hoy?


—Supongo que sí.


Había días festivos, por lo que no asistíamos a clases. Las tan famosas llamadas vacaciones invernales. ¡Ah! Ahora que lo menciono, estábamos cerca de navidad. Habían pasado como doce días del incidente con Ruki y Akira. La semana que le siguió, llevamos a los dos al centro de rehabilitación. Takanori tenía problemas mentales, pero Akira no dejo que lo internaran en algún centro psiquiátrico. Vivían juntos; puedo incluso decir que me sentí desplazado, pues ellos comenzaron a pasar muchísimo tiempo juntos. Akira decía que era como si tuviera un hermano pequeño. Ruki padecía algo similar a la esquizofrenia, producida por la ingesta de drogas. Kai, como finalmente terminé diciéndole, venía seguidamente a mi casa. Diario, diario iba por las tardes.


Ruki y Kai estaban muy ansiosos.


Suzuki decidió pasarse la noche de navidad en mi casa, y no se lo negué.


Eso era lo que más aconteció el veintitrés de diciembre de hace ya más de diez años.


 


XXV.-


Al día siguiente que invité a Akira a dormir, me levanté escuchando el ruido de los zapatos de Kai. Usualmente le dejaba dormir en el sofá. Me levanté para verlo. Estaba golpeándose las piernas mientras que con ellas ejercía una marcha como si fuera un soldado. Sabía que la ansiedad le carcomía el sistema nervioso.


Tenía días sin aspirar esa cosa blanca. Lo sabía pues a veces pasaba todo el día en el centro de rehabilitación, o porque se llegaba a quedar a dormir en mi casa. Más que nada lo sabía por su ansiedad. La primera vez que los llevamos a ese lugar, a mi amigo y a mí nos dieron una plática. Si queríamos deshacernos de ellos dejándolos ahí, estábamos equivocados. Nos dieron el punto en valores, pero también nos dieron a firmar una hoja donde nos comprometíamos a vigilar que no consumieran sustancias enervantes después de las sesiones. Eso sí, nosotros nunca entramos con ellos a sus sesiones.


—Kai, guarda la calma, me provocas nervios a mí también.


—Lo único que tienes tú, Terry, es amor por las mujeres.


—No te pregunté eso.


—¡Pero es verdad! —me gritó.


—Kai, cálmate.


—Es que… es que… hace rato vi a un pato, y de inmediato se fue. Me preocupa Terry, me preocupa mucho. Tengo un mal presentimiento.


—¿Sobre qué?


—Sobre navidad. Jamás he pasado una navidad mirando patos, Terry… Terry escúchame, las mujeres del lugar a donde me llevas me dicen que soy guapo y que tengo una vida. ¿Por qué no graznan Terry, por qué no?


—Las mujeres no graznan.


Ja Ja Ja Ja Ja Ja Ja Ja Ja Ja Jacarandoso.


Jo Jo Jo Jo Jo Jo Jo Jo Jo Jo Jocoso.


 


—¡Claro que lo hacen! Terry, ¿qué me están haciendo?, yo antes en navidad escuchaba perros y miraba gatos. ¡No quiero ver patos! Terry, Terry, ¿me estás escuchando? ¡Oh! ¡Un pato!


Observé como miraba para la puerta principal.


“Terry, Terry… y más Terry”. Había momentos que realmente me cansaba que me llamara así. Kai para mí no era más que alguien enfermo. Alguien con quien pasaba más tiempo que conmigo mismo. Siempre me decía lo que le pasaba, aunque yo ni siquiera quisiera saberlo. No me molestaba en sí, pero, me aburría. Akira parecía entrar en un mundo completamente mágico donde Takanori era su guía. No, no me refiero a que también se drogaban. Sino que Akira comprendió muchas cosas gracias a ese niño.


Kai me caía bien… y mal. Estaba loco. Desde ese día que obligado fui a su casa muerta, lo noté. Estaba loco. Cuando cayó casi muerto frente a mí porque aspiró la cosa blanca, reafirmé que estaba completamente loco. Intentaba armarme de paciencia. A veces funcionaba, a veces simplemente le abría la puerta y él salía corriendo al parque que estaba a la vuelta de la esquina. Eran esos momentos en los que optaba salirme de esa universidad y viajar a Canadá. Aunque, sin él, yo no hubiera aprendido todas esas cosas que ahora sé. Y no me arrepiento de haberme quedado a su lado. Con Kai, pasé muchísimas cosas que si hubiera estado solo, nunca hubiera notado.


A menudo charlábamos sobre Ruki. Una vez contó que vagamente recordaba el día que se habían conocido. Dijo que lo conoció igual que a mí, se golpeó con él fuera de un café… en ese entonces Ruki tenía catorce años y acababa de salirse de su casa. Kai no se acordó nunca donde estaban esa primera vez; él ya era drogadicto, y se llevó a Ruki con él. Cuenta que absorbió sus tristezas y le invitó un churro. Creo que si yo me hubiera encontrado con él simplemente le habría dicho que regresara a casa y que dejara de ser insolente. Yo no era como Kai. Éramos personas muy distintas.


Sabiendo eso, quise dejar de ponerle atención, porque me involucraría demasiado con él.


 


XXVI.-


—¡Yuu! Hombre, ¿qué has hecho de comer para navidad?


Akira había comprado ropa para Takanori. Él y mi amigo entraron  felizmente a mi casa, ese veinticuatro de diciembre y repararon en ir a sentarse en la mesa. Eran como las ocho de la noche. Kai avisó que iría a su casa por ropa y zapatos (el veinticuatro en la mañana se me había presentado con una camiseta, bóxers y descalzo).


—Hice sopa, carne… y pedí pizza.


—¿Trajiste cidra?


—No, ellos no pueden beber, acuérdate. Pero traje refresco y jugo.


—Bien… ¿y Kai?


Ahora todos le decíamos así. Incluso Ruki. Él mismo declaró que Kai sería su nombre de ahora en adelante. No objeté.


—No lo sé. Lo mandé de regreso a su casa porque venía apenas con ropa interior. Le presté un abrigo, pero ya tardó.


Ruki palideció.


—Oh, habrá que comenzar sin él, porque sino la comida se enfriará —Akira tenía razón. Sí no comíamos en ese momento la comida perdería calor, hacía un frío terrible—. Yuu, ve sirviéndonos. Cuando llegue Kai tendremos que calentar, ojalá                 que llegue para el brindis.


 


XXVII.-


Comimos tranquilamente. Ruki era demasiado tranquilo, pero siempre hablaba hasta por los codos. Igual que Kai. Akira estaba feliz, ¡muy feliz! Sonreía tontamente a cualquier cosa que dijéramos. Yo también lo hacía, no queríamos perder la calma que tenía Ruki.


Eran las once y media y aun no regresaba Kai.


—Akira, iré a buscarlo.


—Está bien, ve en taxi, aquí te esperamos nosotros, ¡lleguen antes de las doce!


Me coloqué el abrigo, las botas, la bufanda y, salí de casa. Estaba nevando y, por ello no podría conseguir un taxi. Pensé brevemente y, lo primero que se me ocurrió fue correr hasta su casa. La cabeza se me estaba calentando, me preocupaba que se hubiera perdido, o que lo hubieran asaltado. ¿Y si no lo encontraba? ¿Con qué cara se lo diría a Ruki? Me entraban los nervios.


Corrí pensando en mil y una cosas que le pudieran haber pasado. Rezaba a Dios porque nada de lo que me imaginaba hubiera acontecido, pero mi presentimiento seguía malo. Y mi mente se nubló cuando vi una llamarada de humo saliendo de su casa. Al inicio de la cuadra pude ver todo ese alboroto a un lado de su casa. Saqué mi teléfono celular de mi abrigo, y llamé a Akira.


—¿Lo encontraste, Yuu?


—Sí. Pero hay unos cuantos problemas con la vialidad. Ustedes brinden, si quieren pueden dormir en casa. Kai y yo brindaremos cuando estemos allá. No se preocupen.


Le colgué luego de esas líneas. El cerebro que me quemaba. ¿Y si estaba muerto? ¿Qué diría a las mujeres del centro de rehabilitación? Dios, Dios, Dios, Dios. Otra vez experimentaba esa angustia, ese pánico y desesperación de la otra vez. Me sentía responsable de él. Trotando, me acerqué a la llamarada. La gente había salido de sus casas y rumoreaban cosas como “pobre chico, le debió de pasar algo muy malo”. Eso no me ayudó. Estaba moviendo mis dedos con mucha ansiedad, y me dolían por tanto frío. Las piernas se me engarrotaron. Corrí al final de la calle, y me senté en la banqueta, queriendo evitar mi llanto.


Pero entonces, lo escuché.


—¿Terry?


—¿Kai? —Volteé hacia un lado, y lo encontré cubierto por un cobertor, en ropa interior y, otra vez, sin zapatos—. ¿Kai? ¡Kai!


El corazón me latió fuertemente cuando lo vi. Creo que lloré de la emoción de verlo vivo, aunque en realidad los recuerdos de esa ocasión están borrosos por lo que sucedió después. Kai estaba tirado en el piso, con lágrimas en los ojos. Me acerqué a él, y noté que tenía polvillo en el cobertor. Droga. Le di una cachetada tan fuerte como mis manos frías me dieron. Su mejilla quedó roja con la marca de cada uno de mis cinco dedos, y mi palma. Rabié.


—Kai… ¡¿Por qué carajo estás casi denudo y tu casa está incendiándose?! ¡Me preocupaste, carajo! ¡Pensé que estabas muerto! ¿Y sabes qué? ¡Mejor que lo hubieras estado!, Ruki preocupándose por ti, y tu aquí, sin hacer nada, drogándote… ¡Solo ibas por ropa y volvías! Mierda…


Esa no fue la única vez en la vida que le grité cosas así a Kai. En cuanto terminé de decirlo, me arrepentí. Sentí como si lo hubiera matado. Me odié, pero no supe que hacer. Kai se levantó y, con la cabeza mirando al piso, me pegó un doloroso puntapié en los bajos. Con su pie helado se sintió horrible. Y salió corriendo.


Me arrodillé para intentar disminuir el dolor, vi mi entrepierna con dolor, y noté su sangre. Tenía los pantalones manchados de sangre. De sus pies. Sobra decir que en ese momento me sentí el ser más miserable de la cuadra. Mi histeria me hizo decir esas cosas. No, mierda, no. No hay que mentir. Yo se lo había dicho. No realmente porque lo sintiera, pero me dolía tanto, estaba tan frustrado, enojado, y preocupado… que… Oh. ¿Qué diría ahora?


Wii, Wii, Wii, lo perdí…


Ay, ¿qué pasó?


Dime donde estoy.


¿Quién o cuándo soy?


Que resaca de hoy.


 


¿Qué les diría a los chicos ahora?


Pegué mi frente con un tubo de una reja, estaba frío. Muy frio. No pensé que el mundo terminaría ahí, ni me plateé que haría sin él. Sentía más que nada ira y frustración. Y desconcierto sobre cómo se sentiría Ruki. No es que estuviera enamorado de Ruki o algo así. No, no, no. Simplemente esas dos personas se fueron metiendo a mi vida poco a poco, pero Kai entró más despacio, aunque siempre estuvo ahí. Quizá lo dejé entrar a mi corazón muy lentamente. No me arrepiento en absoluto de eso, aunque de lo que si me arrepiento es de ser necio. Yo pensé que estaría bien. No, no lo pensé; me mentí diciéndome que estaría bien. ¿Pero a quién intentaba engañar? Iba casi desnudo y drogado.


No sé si iba borracho, venga, ¿por qué no? Eso aumentaría mi sentir de ser miserable. En ese momento rebusqué dentro de todo mi pasado cosas que sabía que había hecho mal, y con ello me entraba la culpa. No sé si lo pensaba así para sentir menos culpa por Kai, probablemente sí.


El fuego aun se extendía detrás de mí. Los bomberos comenzaron a llegar. Ni siquiera le había preguntado porque incendió él mismo su casa. Después de un tiempo, lo supe; el tiempo que duré en incógnita del porqué fue bastante amargo, pero cuando Kai decidió contármelo, fue como si una ráfaga de azúcar bendijera al té de manzanilla que tomamos esa tarde. 


 

Notas finales:

Ya solo uno más, y se termina :)

¿Review?

 


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