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La Flecha Negra De Eros por _Islander_

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Algo rezagado, Aioria seguía a Milo hacia las duchas, tratando de dejar su mente en blanco por el camino. ¡Pero era imposible! No podía evitar que grotescas imágenes de inverosímiles sucesos acudiesen a su mente, mostrándole recreaciones con todo lujo de detalle de hechos preocupantemente extraños dentro de las duchas, junto a su compañero.  

-Cálmate, Aioria… -murmuró para sí.

-¿Has dicho algo? –Preguntó Milo, mirándole de reojo desde la lejanía.

-No, no. Nada…

Aioria decidió seguir auto sermoneándose para sus adentros. “Venga, has ido a las duchas con tus compañeros miles de veces”, se decía, “es una estupidez, deja de ponerte nervioso”. Pero por más que intentaba calmarse más nervioso se ponía. Estaba tan enfrascado en sus cábalas internas que no fue consciente de hasta donde habían llegado hasta que Milo comenzó a bajarse los pantalones delante de él.

-¡Oh, Dios! –Soltó de pronto.

Milo le miró, sin entender.

-¿Qué pasa?

-Nada, es solo que… -¿Solo que qué? Aioria no sabía ni que decir-. Pues que… quizá… Creo que… que… -ante el fruncido ceño de Milo ante su triste elocuencia el joven Leo se obligó a ser fuerte y directo-. Creo que iré a ducharme a mi templo –declaró, finalmente-. Hoy tengo muchas cosas que hacer y… Bueno, así perderé menos tiempo.

Milo lo observó durante unos segundos, aún con el ceño fruncido, en actitud escéptica hacia su cada vez más extraño compañero. Pero pronto el peliazul volvió a mostrar esa sonrisa que (desde hacía tan solo unas pocas horas) había logrado derretir el corazón del castaño.

-Vamos, no digas tonterías –rió Milo-. Ni que tuviésemos mucho que hacer en estos días –decía, mientras se despojaba ahora de su última y más íntima prenda, ante la espantada mirada del pobre Leo, que creía que iba a explotar allí mismo-. Además, ya estamos aquí. Es absurdo que subas ahora a tu templo cuando tienes la ducha aquí mismo. Vamos, Aioria, estamos hechos un asco, duchémonos aquí.

-¡Dúchate tú si quieres! –Protestó el castaño, cada vez más sonrojado.

-¿Qué? No seas marrano. Tú te vas a duchar aquí y ahora. Faltaría más.

Y tras haber declarado su higiénica sentencia, un desnudo Milo se lanzó sobre un horrorizado Airoia, que no alcanzó ni a pestañear. Ahora, el Caballero de Escorpio, tal y como Dios lo trajo al mundo, trataba de bajarle los pantalones a un histérico Aioria, que trataba de mantenerlos desesperadamente en su sitio.

-¡Déjame en paz, Milo! –Gritaba Aioria, forcejeando como buenamente podía.

-Veo que quieres seguir con la pelea –reía Milo-. Muy bien.

El guardián del octavo templo le dio más énfasis a sus intentos de despojar a su compañero de sus sudorosas envolturas.

Aquello no podía ir peor para Aioria. Ahora Milo se creía que estaba jugando ¡No estaba jugando! Quería largarse de allí tan pronto como le fuese posible. Antes de cometer alguna estupidez de la pudiese lamentarse el resto de su vida…

-¡Milo, ya vale!

Pero el Escorpión no iba a detenerse. Con un último tirón los pantalones de Aioria cedieron, justo en el mismo momento en que este trató de retroceder, lo que dio lugar a que tropezase con los mismos y cayese dolorosamente al suelo. Milo aprovechó esta oportunidad para quitarle las botas y, con un último tirón, despojarle de los pantalones.

-¡Ja! ¡Gané! –Saltó Milo, pletórico.

-¡Argh!

Aioria rodó por el suelo, quedando boca abajo. Tratando por todos los medios de ocultar aquello que no quería que Milo viese.

-Ya solo nos queda una prenda… -susurró Milo, con sadismo, mientras se aproximaba hacia el derrotado Aioria moviendo siniestramente sus dedos.

-¡Vale, vale, tú ganas! –Gritó Aioria, como último y desesperado recurso-. Entraré en la ducha. Ve tú primero yo antes tengo que… ¡Que ir a hacer pis!

-Uhm… -Milo lo observó por unos segundos con reticencia, pero sin borrar aquella siniestra y juguetona sonrisa. Era como si por un lado no se fiase del castaño y por otro quisiese seguir con el juego-. Está bien –accedió finalmente-. Pero como tardes mucho iré por ti y… lo lamentarás –añadió, tiñendo sus últimas palabras de un morboso matiz de peligro.

Cuando vio que su amigo se metía en la ducha, Aioria por fin pudo respirar con calma. No tenía escapatoria… Sabía que si salía corriendo de allí ese chiflado de Milo era capaz de perseguirle desnudo por todo el Santuario, creyendo que aquello solo era un juego. Y lo peor es que a ninguno de los que pudiesen llegar a verlos les resultaría extraño, salvo a él mismo. Pero… ¿Por qué? ¿Por qué ahora cosas tan simples le resultaban tan… tan… extrañas? La idea de ver a Milo corriendo desnudo tras él para dejarle en similar estado le aterrorizaba tanto como le atraía. ¡¿Por qué?! ¡¿Desde cuándo veía a sus compañeros de aquella manera?! Nunca, dentro de su ajetreada vida como Caballero de Atenea había tenido tiempo de pararse a pensar ni en sus propias necesidades físicas y ahora… de golpe su cuerpo se había convertido en un hervidero de los más retorcidos e ilícitos actos que demanda todo ser vivo y con sexo… Sobre todo el humano… Pero… ¡¿Por qué con sus compañeros?! Desde que se despertó tras su repentino desmayo de aquella mañana había notado que algo dentro de él había cambiado, pero no supo precisar el que. ¡¿Qué demonios era lo que le estaba pasando?!

Pronto una descabellada idea acudió a su desfasada y agotada mente. ¡El desmayo! Ahí estaba la clave. Tal vez… Tal vez aquello no era más que una pesadilla. Tal vez nunca se desmayó. Tal vez aún estaba durmiendo en su templo a espera de que el plasta de su hermano fuese a despertarlo para seguir limpiando la polvorienta chatarra que los anteriores Patriarcas habían estado almacenando cual vagabundos… Si, tal vez podría haber sido eso. No… Aquello no podía ser. Había sentido todos y cada uno de los golpes que le propinó Milo. Sintió incluso el dolor del pellizco que se acaba de dar en un brazo. Estaba completamente despierto. Pero pronto dio con otra teoría: ¡De nuevo el desmayo! Tal vez si que de desmayo pero… ¿Y si al desmayarse se golpeó la cabeza? Estaba claro. Debió de haberse fastidiado algo en el cerebro. No había más explicación para su comportamiento actual. Iría a ver a un médico inmediatamente.

-¡¿Aioria?!

La demandante voz de Milo le hizo volver, una vez más, de su bucle de elucubraciones. Aún seguía tirado en el suelo, tal y como Milo lo había dejado.

-Ya… Ya voy… -respondió.

No tenía opción. Debía entrar en la ducha con Milo. Quizá aquello fuese lo mejor. Así el Caballero de Escorpio no sospecharía de su repentina fobia a ducharse en compañía y además… aquello le serviría a Aioria como una prueba de valor. Demostraría que podía refrenar aquellos extravagantes impulsos él mismo. Después de todo él era Aioria de Leo, uno de los más honorables y recios Caballeros de Atenea.

Pero antes iría al baño a solucionar otro problemilla…

-¡Aioria! ¡¿Estás en el váter o fabricando uno?!

-¡Que ya voy!

Los gritos de Milo no ayudaban. Aiora trataba de rebajar su “pequeño” problema en la entrepierna. Pero lo cierto era que no acostumbraba a hacer tales cosas… (Por triste que sonase).  Con una última y torpe sacudida logró vaciar su desobediente extremidad central. Más aliviado salió de allí, ya sin la ropa interior, y se metió en la ducha. ¡Horror! Nada más ver de nuevo a Milo desnudo bajo aquel chorro de agua su erección regreso tan rápido como se había ido.

-¡Porras!

-¿Qué pasa? –Preguntó Milo, volviéndose hacia él.

-¡Nada!

Aioria, con un rápido movimiento, avanzó y se situó a su lado. Por suerte Milo ya llevaba allí unos minutos, el tiempo suficiente para que una cortina de vapor se hubiese levantado, disminuyendo la percepción de los detalles visuales, para suerte de Aioria.

El Caballero de Leo abrió el grifo de la ducha junto a la de Milo, dejando que aquel chorro de agua caliente cayese sobre él. Quizá eso le relajase.

El joven Leo no le quitaba de encima el ojo a Milo, que ahora, con los ojos cerrados, se aclaraba su larga cabellera color océano. De pronto, estiró una mano, que rozó el erecto miembro de Aioria, que tuvo que morderse el labio para no soltar un sonido desagradable.

-Oh, eso era tu brazo, quería el champú.

Pero antes de que Milo abriese los ojos para poder ver mejor Aioria le puso el bote de champú en la mano.

-¡Aquí lo tienes!

-Gracias.

Creyó que no salía de esa… Por suerte Milo había tenido en ese momento la cara bajo el chorro de agua y no había abierto los ojos.

Aioria aprovechó a que Milo se estaba enjabonando la cabeza para volver a aliviar su endurecido miembro. Cuando terminó trató por todos los medios de no emitir sonido alguno, pero no puedo evitar que un extraño jadeo escapará de su boca.

-¿Ocurre algo? –Preguntó Milo, aún con los ojos cerrados, mientras seguía enjabonándose la cabeza.

-¡No, no! –Se apresuró a contestar el castaño-. Se me ha metido jabón en los ojos –mintió.

-Vaya… Ten más cuidado, hombre.

-Si…

Algo más relajado, Aioria empezó a lavarse la cabeza, tratando de nuevo dejar su enfermiza mente en blanco. Pero en cuanto cerró los ojos para evitar que entrase jabón, una nueva serie de sórdidas e impuras imágenes desfilaron ante él. ¡Aquello era insoportable! Se aclaró rápidamente la cabeza, debía salir de allí lo antes posible o terminaría cometiendo alguna atrocidad.

Cuando terminó de aclararse abrió los ojos, y se encontró con Milo, quieto, mirándolo fijamente. Casi dio un salto debido a la impresión.

-¡¿Qué quieres?!

-Esto… -a Milo pareció extrañarle aquella repentina reacción por parte de su compañero. Era como si hubiese visto un fantasma-. ¿Podrías jabonarme la espalda?

-¡¿Qué?!

-Yo no me llego, y ya que estamos aquí…

-Pero…

Aioria titubeaba, pero ya estaba Milo para ser lanzado por los dos. Con una sonrisa de oreja a oreja le plantó en las manos la esponja y el jabón al castaño, que seguía con la misma cara de incredulidad, aún sin poder creerse que le pudiesen pasar tantas cosas juntas.

-Vamos, que luego te la jabono yo a ti –le animó.

Y le dio la espalda para que Aioria pudiese empezar con su labor.

Con manos temblorosas, el pobre Leo dejó caer un chorro de gel sobre la esponja, y de manera nada sutil estampó la esponja sobre la espalda de Milo, al que le dio un pequeño espasmo.

-¡Eh! ¡Que está frío! –Protestó.

-Lo siento…

El Caballero de Leo comenzó a deslizar la esponja por las amplias espaldas del guardián del octavo templo, casi de manera mecánica, como quien limpia un ventanal.

-Dale más brío, Aioria –demandó el peliazul.

El aludido tragó saliva con dificultad. Si hace un rato creía que las cosas no podían ir peor se había equivocado, y mucho. ¡Pero debía ser fuerte! Respirando hondo se acercó un poco más  Milo, tratando de tener el mayor control posible sobre sí mismo. No quería que su compañero sospechase nada, debía ser lo más natural posible. Siguió con el saneamiento de aquella suave y perfecta piel bronceada mientras que de nuevo, y sin poder evitarlo, su masculinidad volvió a cobrar vida propia, engrandeciéndose otra vez. Solo que ahora, y para más inri del pobre Aioria, la proximidad con Milo hizo que la punta de su miembro rozase sutilmente la línea de separación de los glúteos del peliazul, haciendo que Aioria casi se desmayase ahí mismo y que Milo sufriese un pequeño escalofrío, que vino acompañado de una carcajada.

-¡Oye! ¡Que me haces cosquillas! –Rió el peliazul-. No pases el dedo por ahí, que soy muy sensible.

Afortunadamente la pueril inocencia de Milo dejo aquel accidente como una simple broma entre hombres. Sin embargo Aioria no pensaba igual. Cada vez le costaba más trabajo respirar, y más trabajo aún no tirarse encima de su pobre compañero, ajeno a la situación por la que el castaño estaba pasando.

Aún aturdido, se le cayó la esponja de entre las manos. ¡Ahora sí que le había hecho buena! Agacharse en esos momentos para recogerla podía llegar a ser aún más catastrófico que proseguir sin ella. ¡¿Cómo podía ser todo aquello posible?! Aioria ya sentía hasta ganas de echarse a llorar. Pero debía sobreponerse de cualquier forma… ¡No! ¡No podía! ¡No en esa situación! Estaba comenzando a hartarse de todo aquello. Cada vez que intentaba refrenarse ocurría una desgracia aún peor. Estaba se dejaría llevar, con control.

Sus temblorosas manos se apoyaron sobre la espalda de Milo, y comenzaron a deslizarse con parsimoniosa suavidad. Milo dejó escapar un suspiro.

-Ey… Esto me gusta… Sigue… -dijo el pealizul, con voz casi suplicante.

¡¿Por qué tuvo que decir eso?! Aioria se mordía tan fuertemente el labio que estaba a punto de hacerse sangrar.

-Aioria… Más abajo… -demandaba Milo, rozando el éxtasis.

¡¿Pero porqué no se callaba?! Aioria estuvo a punto de gritárselo en voz alta, pero se contuvo. Después de todo Milo no estaba haciendo nada malo. Lo único malo en aquellas duchas era su retorcida mente.

Obedeciendo Milo, el León bajó poco a poco, masajeando aquella hermosa cadera, que hacia pequeños movimientos, demasiado sugerentes para el pobre Aioria, en una silenciosa petición de más atención. Aquello solo podía ser un mal sueño…

Las manos de Aioria bajaron un poco más y dieron una ligera pasada por aquellas fuertes nalgas, lo que dio lugar a otro pequeño respingo por parte de Milo, que rió de nuevo.

-No seas tonto –protestó, con tono bromista.

-Perdona…

Debía parar. Debía parar de inmediato o cometería alguna estupidez. Sin decir nada apartó un poco de Milo y se dio inmediatamente la vuelta, para ocultar su evidente problema en la entrepierna una vez más.

Al dejar de sentir el contacto de su compañero Milo se dio la vuelta y se encontró con las espaldas del cabizbajo Aioria. Sonrió.

-Vale, ahora me toca a mí.

Y sin darle tiempo a Aioria a decir nada, se agachó y tomó la esponja y el gel. Comenzó a frotar su espalda con bastante fiereza. Milo restregaba aquella esponja de forma firme y contundente, algo que Aioria casi agradeció. Pero su consuelo duró poco…

Milo dejó caer la esponja.

-Te haré lo mismo que me has hecho tú –anunció, para desgracia del otro-. Se siente muy bien.

Y comenzó a masajear las espaldas del castaño con sus húmedas y desnudas manos. El agonizante Aioria estaba sintiendo tantos espasmos seguidos que creyó terminaría desmayándose como en el Templo del Patriarca, solo que esta vez de placer. Por supuesto, si Aioria creía que algo iba mal era porque estaba a punto de ir aún peor. Y así fue. El juguetón dedo de Milo comenzó a deslizarse por la línea de sus glúteos, que se cerraron como la compuerta de un bunker. Al ver la silenciosa reacción de Aioria Milo rió.

-Tú también tienes cosquillas ¿eh?

Una vez más Aioria se vio muy tentado de decirle a Milo por donde podía meterse su impertinente dedo. Pero de nuevo se cayó la boca, ya que incluso esa insinuación se le antojaba atractiva de ver… ¡Aquello era horrible!

-Bien, ya estás limpio –declaró el peliazul-. Aclarémonos.

Y volvió a situarse bajo el cálido chorro de agua. Aioria esperó a que cerrase de nuevo los ojos para imitarle, y así pudo volver a calmar a su desobediente masculinidad.

Una vez terminaron de ducharse regresaron al vestuario, dónde hubo otro pequeño incidente cuando Milo, que tenía el día especialmente juguetón, trató de secar el húmedo cuerpo de Aioria en control de su voluntad.

Ya vestidos, y más calmados, salieron juntos del Coliseo e iniciaron su ascenso por las escaleras del Santuario.

Ya en el templo de Aioria Milo se despidió.

-Bueno, ahora tengo que ir a hablar con Saga –dijo-. Me he divertido mucho ¿Repetimos otro día?

La respuesta que cruzó la mente del castaño fue un rotundo y poco educado no. Pero… No podía resistirse a la encantadora sonrisa que exhibía Milo.

-Claro… -respondió.

-¡Genial! ¡Bueno, nos vemos luego!

Y con un movimiento de su mano, a modo de despedida, continuó su ascenso. Dejando a Aioria clavado en el sitio, viendo como se alejaba con una boba expresión en su rostro.

Tuvieron que pasar unos segundos desde que lo perdiera de vista para que su mente regresase a la realidad.  Con un cansado suspiro se dispuso a entrar en su templo, pero entonces apareció Shaka, que llevaba unas bolsas en la mano.

-Buenas tardes, Airoia –saludó el Caballero de Virgo, con un inusual buen humor.

-Buenas tardes –respondió el interpelado, absorbido por esa melena dorada que relucía al sol.

-¿Tienes algo de tiempo? –Preguntó el rubio.

-Eh… Pues… supongo que si…

-¡Genial! Mira –y le mostró las bolsas que llevaba en la mano-. Estuve de compras por el pueblo. Se acerca el verano y como ahora tenemos tan tiempo libre… Me gustaría ir a la playa. Así que me he comprado unos bañadores.

El rubio sonreía ampliamente. Aioria enarcaba una ceja, cada vez más nervioso.

-Pues… que bien…

-Sí. Espero que todos se animes. Oye ¿Te importaría venir conmigo a mi templo para ver cómo me quedan los bañadores? –Ante la propuesta del rubio los ojos de Aioria casi se le salen de las órbitas-. Yo no tengo mucha idea, cuando me los probé me vi bien pero… mejor una segunda opinión ¿no? –Y le lanzó otra radiante sonrisa.

-Claro…

-Iba a decírselo a Mu, pero no estaba en su templo. Bueno ¿Vamos?

Y comenzó a ascender por la escalera hacia su templo, bajo la perpleja mirada de Airoia, que se había quedado con la boca abierta.

-Esto no me puede estar pasando…


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