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True My Heart por crimsonShadow

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Len salió del apartamento sin despedirse nuevamente. No se molestó en llamar el elevador, prefiriendo bajar a pie los seis pisos que lo separaban de la planta baja. Sentía más miedo del que podía reconocer y eso se notaba en su andar lento y algo caído. Alguien, alguna vez, le había dicho que la culpa era ese miedo que se presentaba cuando temíamos que otra persona se enterase de algo que no queremos que se sepa, y aunque en ese entonces le había parecido algo sin sentido, en ese momento no podía pensar en definición más acertada.

Cuando atravesó el portal del enorme edificio, recién ahí se percató del frío que hacía. Abrazándose a sí mismo, alzó los ojos hacia el cielo oscuro y repleto de nubes, sintiendo como el viento le daba de lleno, helado, rencoroso, como si quisiera congelar dentro suyo la tristeza que lo embargaba, para que no olvidara. ¿Cómo se había permitido llegar a eso?

 

Hacía casi dos años, cuando a penas cumplía los diecisiete, su hermana gemela Rin y él, habían acordado hacer una carrera al salir del instituto, que determinara quién sería el perdedor que comprara el postre para la cena.

En un primer momento, Len había decidido dejarla ganar, pero al ver que ella le estaba sacando ventaja por cuenta propia, apuró lo más que pudo, por fin alcanzándola y pasándola por poco. Pero antes de llegar al punto final y tan ensimismado como estaba, volteó hacia ella para regodearse de su casi-triunfo.

El claro resultado fue el terminar dando de lleno con alguien. Y cómo no, por la velocidad a la que iba, terminó empujando al otro, cayendo casi sobre él.

¡Len! ¿Te encuentras bien? —Enseguida, lo primero que oyó fue la voz de Rin llamándolo, pero antes de poder quejarse al sentir dolor en su mano izquierda y en las rodillas, aturdido, la risa de su gemela sustituyó la anterior preocupación.

La observó, molesto. Pensaba decirle que en cuanto a torpeza nadie le ganaba a ella, cuando sus sentidos terminaron de ubicarse y se percató de que algo frío estaba pegado a su mejilla. Y también se dio cuenta, tarde, de que aún estaba sobre otra persona.

¡Perdón! —exclamó Len, haciéndose hacia atrás como pudo, quedando sentado sobre el pasto de aquél parque, a la vez que llevaba la mano sana a su rostro. La sensación viscosa bajo sus dedos quizás le habría producido más aprehensión si en ese momento no hubiese conectado sus ojos con el de aquél extraño, que lo miraba de una forma que no lograba comprender.

¿T—te encuentras bien? —preguntó aquél, removiéndose, hasta que halló el pañuelo que buscaba en su chaqueta, y se lo tendió.

Sí. Lo siento… —repitió Len, aceptando el pañuelo, ahora haciendo lo posible por evitar esos ojos azules, aunque se traicionaba a sí mismo, buscándolos de a momentos. Cuando se pasó el trozo de tela por el rostro, un agradable aroma a vainilla lo inundó—. ¿Helado? —dijo, sin querer en voz alta.

Perdón… —Fue entonces que Len volvió a mirar al otro, esta vez notando la gran mancha sobre el suéter color azul-celeste, más algunos pedacitos de cono, en donde anteriormente estaría el helado. Luego subió nuevamente hasta su rostro y vio que se había puesto todo colorado. Parecía algo mayor que su hermana y él, no podía sonrojarse así.

Sin embargo, antes de poder decirle algo, lo que no creía que sucediese de todas formas, Rin lo tomó con fuerza de uno de sus brazos, tirando para que se pusiese de pie.

¡Rin, eso duele! —se quejó Len, más que nada molesto porque no lo dejase seguir hablando con ese sujeto. Aunque sí le dolían las rodillas al moverlas.

Está claro que perdiste —anunció ella, feliz, enganchándose a su brazo, ignorándolo mientras empezaba a caminar, casi arrastrando a su hermano—. Por cierto —dijo, deteniéndose y volteando hacia el chico que habían dejado tendido en el suelo, al parecer sin ganas de moverse de ahí—, mañana estaremos aquí a la misma hora. El torpe de mi hermano te traerá el pañuelo limpio.

Len no tuvo tiempo a procesar lo que Rin acababa de decir, cuando ésta estaba arrastrándolo nuevamente por el parque.

Y así había empezado. El pañuelo. Un helado para los tres (que sin la iniciativa de Rin, aún ni sabrían sus nombres). Cine. Una cita de amigos. Planes imprevistos de su hermana que los hacían salir solos. Todo siguió un rumbo lento y apacible, hasta que poco después de un mes, les era imposible seguir jugando a que ahí no pasaba nada.


Kaito había resultado ser más dulce que los helados de vainilla que solía comer a diario y más tierno que el pequeño oso de felpa que le había regalado a Len, el cual ahora reposaba en su cama. Y además, quizás lo que más divertía al gemelo menor, era algo tímido, al punto de que le costaba, muchas veces, decirle abiertamente lo que quería o pensaba. Claro que eso cambiaría con el tiempo.

Y fue por eso mismo que aquella fría y lluviosa tarde de otoño, Len tomó la iniciativa de cambiar los planes del cine por una película en la casa de Kaito. Él mismo estaba nervioso, pero aún haciendo tan poco tiempo que se conocían, tenía la certeza de que le gustaba mucho. Y se atrevería a decir que también lo quería, pero decirlo muy abiertamente haría que se sintiese más como una colegiala.

Sospechándolo, pero sin haberlo planeado, aquella fue una noche que no iba a olvidarse nunca. Había sido su primera vez y Kaito lo había tratado con una delicadeza que no conocía, entre besos, caricias y palabras cálidas.

Sí. Colegiala o no, pero se sentía completamente enamorado.

Y eso fue sólo el principio.

Las cosas parecían no poder ir mejor. Incluso, cuando acordaron que Kaito conociese a sus padres, ellos lo adoraron. Se habían mostrado desconfiados cuando se enteraron de que su hijo salía con alguien tres años mayor, pero todas las dudas se fueron al conocerlo. Y Len no pudo evitar pensar que la vergüenza inicial de Kaito era muy útil en ese momento.

Cuando Len cumplió los dieciocho y terminó el instituto, no hubo dudas en Kaito al pedirle que se mudara con él y menos de Len, al aceptar. Poco después de la propuesta, haciendo un año que se habían conocido, Len ya estaba instalado en aquél lugar. Era increíble cómo se sentía al despertar todas las mañanas a su lado, el saber que tenían su espacio, pudiendo hacer lo que querían, cuando querían, no teniendo que rendirle cuentas a nadie. Claro que las primeras semanas todas las llamadas diarias de su madre podían llegar a sumar largas horas al teléfono, pero de todos modos era inmensamente feliz.

Fue entonces que decidió conseguirse un empleo de medio tiempo, porque pese a que Kaito le repitiera mil veces que no era así, no quería ser una carga y le haría sentir bien el ayudar con los gastos.

No era lo que más le gustaba, además de que le quedaba lejos de casa, pero de momento tuvo que conformarse con trabajar en un supermercado enorme que había a las afueras de la ciudad.

Y ahí fue cuando el caos que hoy era su corazón, comenzó.


Una gota de agua en la punta de su nariz consiguió distraerlo de sus recuerdos. A esa le siguieron otras tantas, cada vez más continuas, golpeándolo con más ahínco. De todas formas, no apuró el paso. Le gustaba caminar bajo la lluvia. Tenía la extraña sensación de que lo limpiaba por dentro, lo tranquilizaba.

Se sorprendió al percatarse de que estaba ya a casi dos cuadras de casa, sobretodo porque no quedaba cerca del departamento de Gakupo.

Se sintió peor, si cabía, al aceptar, una vez más, que sus pies lo llevaban automáticamente ahí porque ese era el lugar adonde él mismo quería regresar siempre, cada noche, y que Kaito lo esperase con esa sonrisa suya que le hacía sentir que todo estaba bien, o él esperarlo, como tantas veces, y decirle, sin mentirle, cuánto lo amaba y cuánto lo había extrañado...

Y al momento de abrir la puerta de calle, las lágrimas del cielo se fundieron con las suyas.

Notas finales:

Dah. Re leyéndolo, me di cuenta de que es un capítulo "de una sola escena", como los que yo tanto critico siempre, qué vergüenza D:


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