Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

[Reviews - 129]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Capitulo 11

Epicentro.

 

   El rostro de Ezequiel se tornó muy pálido al escuchar aquello de labios de Xilon. Sus manos aferraron con fuerza los brazos de su silla y su respiración se volvió agitada. Vladimir miró a Xilon con el rostro contraído. También se encontraba muy anonadado por lo que acababa de oír.

   —¿Qué es lo que has dicho? —preguntó el rey —. ¡Repítelo!

   Xilon se removió en su asiento.

   —Ya me ha oído, Majestad. Ya me ha oído.

   —¡Maldito, mientes! ¡Mientes, maldito! —De repente, el cuerpo crispado de Ezequiel dio un brinco de su asiento, y arremetiendo contra Xilon, lo agarró de las solapas de su traje arrinconándolo contra una pared. Alarmado, Vladimir intentaba separarlos mientras los dos hombres tropezaban contra todos los objetos a su paso.

   —¡Haga el favor de soltarme, Majestad! —rugió Xilon cuando se estrellaron contra una mesa—.Le explicaré todo con lujo de detalles, pero debe soltarme inmediatamente—. El muchacho logró separar en ese momento de su cuello las manos de Ezequiel. Ambos resoplaban mientras Xilon gozaba interiormente el haber logrado perturbar tan arrolladoramente a ese miserable rey. Sin embargo, tenía que aceptar que la broma se había ido un poco lejos y que era mejor aclarar las cosas.

   Cuando ambos se sentaron de nuevo, Ezequiel aun resoplaba y Xilon se componía su guerrera. La guardia se había alarmado, pero Vladimir les había calmado obligándolos a permanecer al margen tras las puertas del salón.

   —¡Habla! —espetó Ezequiel una vez todo volvió a la calma—. ¡Aclara lo que has dicho!

   —Con la afirmación de que Ariel es mi hijo, no me refiero a que sea mi hijo, literalmente —corrigió Xilon—. Me refiero a términos legales. Mi padre me cedió hace años los derechos tutelares de mi hermano, y para términos prácticos es como si fuera mi hijo.

   Vladimir y Ezequiel lo miraron estupefactos. El segundo suspiró profundo, sonrojándose de vergüenza por su anterior reacción. Había perdido completamente los papeles ante aquella revelación, y por primera vez se dio cuenta que Xilon lo sabía todo con respecto a esa historia que él y Lyon habían tenido. Siempre había sospechado que Xilon sabía algo, pero nunca había tenido tanta seguridad sobre eso como en ese instante. Se preguntó qué debía hacer, si debía romper de una vez aquella guerra fría que habían mantenido por años ambas familias o si debía seguir fingiendo hasta saber más.

   Optó por lo segundo.

   —Así que tu padre te entregó la custodia de Ariel— volvió a hablar recompuesto del todo—. ¿Pero… Por qué? ¿Por qué haría algo así?

   —Porque mi padre piensa que Ariel acataría mejor una orden dada por mí  que una dada por él —explicó Xilon—. No es un secreto que mi padre no es el mismo desde la muerte de mi papá… y Ariel… Ariel es un muchacho algo difícil.

   —¿No querrás decir más bien que Ariel le recuerda demasiado a Lyon? —La pregunta de Ezequiel fue un golpe duro para Xilon, aunque este no la dijo con intensión de molestar sino porque a él le ocurría lo mismo cada vez que veía a ese niño. Siempre que se lo topaba en algún baile su corazón parecía contraerse y a veces debía retirarse antes de cometer una locura.

   —Mi padre…

   —Bueno no importa. —Vladimir salvó a Xilon de tener que contestar aquella pregunta. Para él, la tensión que se había formado entre ese hombre y su padre no tenía ni el más mínimo sentido, y solo estaba logrando desviar el tema que de veras le concernía—. Lo importante ahora, es que no me ha dicho, alteza, si piensa o no acceder a mi propuesta—. Se sentó de nuevo cruzándose de piernas—. ¿Me dará o no me dará la mano de su hermano en matrimonio?

   Xilon volvió sus ojos a él. No podía esgrimir el argumento de su sangre plebeya como razón para negarle a Ariel, ni podía arriesgarse a perder todo lo que había ganado con los midianos en eso dos días. De manera que tenía que buscar una excusa que no hiriera a Vladimir y que fuese lo suficientemente efectiva para hacerle desistir de sus intensiones, o por lo menos, darle algo de tiempo para pensar en una solución a todo aquel embrollo. Su mente se retorció buscando todas las posibles disculpas que podía ofrecer y justo en el momento en que veía como Vladimir fruncía el ceño empezando a perder la paciencia, una idea fabulosa cruzó por su mente.

   —Mi hermano aun no tiene su menarquía —soltó, serio—. Aun no es fértil.

   —¡¿Qué?! —Sus interlocutores lo miraron como si hubiese hablado en dirgano antiguo. —. Eso no puede ser —rugió Vladimir—. ¡Tiene quince años!

   —Los facultativos dicen que se ha retrasado pero que aun es normal. Posiblemente suceda este año o el próximo.

   —¿Entonces por qué lo dejas asistir a los bailes? Los donceles que aun no son fértiles no deben codearse en reuniones sociales —le increpó el otro príncipe.

   —Lo hago porque no tengo más opción —bufó Xilon—. Mi hermano puede ser un verdadero dolor en el trasero cuando quiere. Pasó meses insistiéndome en que ya era lo suficientemente mayor para entrar en la corte y me harté de tanta suplica. —Suspiró profundo rogando porque aquella mentira diera resultado. Según le habían informado los facultativos de su reino, Ariel había tenido su menarquía el año anterior durante la época que él y su padre se encontraban de viaje en Dirgania. Pero decir aquella mentira había sido lo único que de momento se le había ocurrido.

   —En ese caso no hay nada que hacer por ahora —intervino Ezequiel—. Podríamos anunciar un compromiso pero no habría boda hasta que Ariel tenga su menarquía. ¿Estás dispuesto a esperar eso, Vladimir?

   El aludido miró a Xilon con odio. Estaba seguro que ese miserable le estaba mintiendo pero no tenía forma de comprobar nada. Pedir pruebas al respecto sería arriesgarse a afrentar el pudor de un niño. Y él no era tan miserable para hacer eso.

   —Lo pensaré —respondió abandonado el reciento. Y enojado, bajó a los patios.

   Encontró a Milán cerca de los patios de armas. Sostenía una sospechosa conversación con uno de los príncipes de Kazharia en el momento en que él llegó. Los vio despedirse respetuosamente antes de que el Kazharino partiera con rumbo a la mansión centrar, y luego de eso vio a Milán diciéndole algo a su guardia para después llegar hasta su altura.

   —¿Ese hombre era Nalib Elhall?—le preguntó una vez lo tuvo frente a él.

   Milán negó con la cabeza.

   —Era Paris —informó. Vladimir arqueó una ceja.

   —¿Y desde cuando te cae tan bien? —inquirió receloso—.¿Qué rayos planea tu obsesiva cabeza esta vez? La verdad ya me empiezas a asustar. 

   Como respuesta a aquella ultima aseveración, Milán no hizo otra cosa que soltar una carcajada.

   —Mira quién habla —replicó luego de varios segundos—. ¿Me lo dices justamente tú? ¿El que se quiere casar con un desconocido solo porque “Ya es hora de madurar”? —Se sentaron en unas bancas cercanas a la armería. Vladimir bufó contándole todo lo que había pasado en el estudio de su padre y como sus planes de boda estaban a punto de naufragar. En el fondo, Vladimir pensaba si las diosas no estarían salvándolo de cometer una locura y al parecer Milán compartía aquella opinión. Sin embargo, el presentimiento de que Xilon Tylenus le estaba mintiendo no le dejaba de rondar por la mente.

   —Ariel siempre me pareció un poco aniñado —comentaba Milán abriendo una bota de vino para darle un sorbo—, pero nunca imaginé que siguiera siendo un niño, literalmente. —Le pasó la bota a su hermano. Vladimir, que se acomodaba los vendajes de sus manos, dio un trago largo y un suspiro profundo abandonó su pecho.

   —La verdad es que pienso que Xilon está mintiendo para negármelo —apuntó frunciendo el ceño.

   —Y de ser así es poco lo que puedes hacer —replicó Milán—. Sería una grosería pedir pruebas al respecto.

   —¡Ya lo sé! —Vladimir se crispó sobándose el rostro—.Ya lo sé. —Y diciendo esto se puso de pie y se marchó, molesto. Milán ni siquiera intentó detenerlo, sabía que necesitaba estar a solas y lo mejor era dejarlo pensar bien.

   Entonces, cuando él también se disponía a volver a la mansión central, vio como Henry bajaba de su torreón y marchaba  con rumbo a las almenas del ala oeste, a unas habitaciones abandonadas que servían de despensas. Sonrió. El juego había empezado a ponerse interesante.

 

 

   Aquella habitación era grande y sombría, pensó Henry al entrar. Por el aspecto de la misma, seguramente era una especie de despensa para guardar las antigüedades o los recuerdos más viejos de la familia real. Mientras caminaba por ella se entretuvo por instantes mirando las espadas, los yelmos y los escudos que colgaban de algunas armaduras. Las corazas, oxidadas en su mayoría, despedían mínimos destellos a la luz del sol que entraba por las ventanas del torreón.

   Unas pequeñas escalerillas conducían hacia un desván donde se hallaba la armadura más grande de todas, sin yelmo pero con una enorme espada en su brazo derecho. ¿Por qué  Paris lo habría citado en aquel lugar? se preguntó Henry mientras avanzaba hasta llegar a ella. Y cuando finalmente la tuvo al alcance de su mano, alargó sus dedos para palpar con ellos su filo.

   ¿A cuál noble guerrero habría pertenecido? No tenía ninguna marca ni ningún grabado que aclarará quien había sido su dueño.

   Henry miró el resto de la armadura: el gorjal, los guanteletes, la cota de mallas que rodeaba el cuello y parte del pecho. Sin poderlo evitar una imagen volvió a su mente, y como un torbellino de recuerdos volvieron a su memoria días lejanos de su adolescencia… y un nombre: Divan Kundera. Henry casi que podía volver a sentir el aroma varonil que despedía aquel cuando sudaba durante los entrenamientos, y ese porte magnifico de hombre soberbio que le hacía parecerse tanto a Milán Vilkas.

   ¿Milán Vilkas? No, pensó reprochándose esas ideas. No debía comparar a ese absurdo y loco príncipe con alguien como Divan. Nadie, absolutamente nadie era digno de compararse con su primer amor.  

   Se llevó la mano al pecho recordando aquel lejano sentimiento que a pesar de los años no había logrado enterrar del todo. Se preguntó en ese momento si Divan volvería al saber de su secuestro. Quería estar seguro que sí, pero la verdad era que tenía dudas, y muchas. Muchos años atrás también había creído que Divan no lo abandonaría nunca y no fue así. De manera que no podía dar por sentado nada.

   —Buenos días, Majestad. —Henry dio un respingo cuando una voz sonó a sus espaldas. De inmediato, volteó a mirar, y al hacerlo se encontró con la silueta de Paris mirándolo embelesado.

 —¿Como esta, Alteza? —Se obligó a responder. Bajó lentamente las escalerillas del diván y sintiendo un extraño escalofrío se acercó hasta su acompañante—. Usted dirá para qué soy bueno.

   << Para muchas cosas<< ,pensó Paris, pero solo fue un escueto “Lo sé todo”, lo que salió de boca.   

   Henry estrechó la mirada comprendiendo aquellas palabras. No necesitaba ser avino para entender lo que sucedía.

   —¿Ha leído la carta que le di para que entregara a mi concejero, Vatir…Verdad?

   —Así es. —Paris respondió a aquello sin intentar negarlo siquiera. Se acariciaba los nudillos mientras se acercaba peligrosamente hasta el doncel. Cuando detuvo su marcha, su cuerpo estaba tan cerca de Henry que este podía sentir su aliento sobre su rostro—. Sé que realmente no está de visita en este palacio —le dijo, mirándolo con lascivia—, pero si quiere yo podría ayudarle.

   Los ojos negros y molestos del tesoro de Shion se clavaron sobre él. Estaba muy disgustado por la falta de respeto de aquel sujeto, y más, por lo que seguramente estaba pretendiendo.

   —Usted es igual que Milán Vilkas —le aseguró, acérrimo—. ¿Por qué debería aceptarlo a usted y no a él?... Deme una razón—. Paris sonrió lascivo. Se acercó un poco más hacía Henry y de un solo movimiento intentó tomarlo entre sus brazos. Quiso asirlo con brusquedad pero el doncel haciendo gala de sus tremendos reflejos, lo tomó de un brazo antes de que los ojos de Paris pudiesen siquiera fijarse en el movimiento. Y girando su cuerpo mientras le daba una patada en la espinilla, lo tiró de espaldas contra el suelo. Acto seguido, se hizo con una de las espadas que blandían aquellas armaduras y llevando la punta de esta al cuello del abatido príncipe, le fulminó con la mirada.

   —¿Sabe a cuantos hombres he degollado por intentar cosas menos osadas que la que usted acaba de realizar? —le amenazó desde lo alto—.No, no lo sabe. Y yo tampoco… Perdí la cuenta hace más de tres años.   

   Desde el suelo, Paris parpadeaba incrédulo y sudoroso. Aquella mañana había llegado a un acuerdo con Milán: Cuando le contó que sabía sobre el rapto de Henry Vranjes y amenazó con delatarlo a los concejeros de Earth, Milán había fingido temor y le había prometido que lo dejaría poseer a Henry si no contaba nada. Pero ahora sabía que todo había sido una trampa. Milán Vilkas era consciente de las habilidades de ese hombre y sabía también que iba a defenderse y a humillarlo por completo.

   —Me engañó —resopló, temblando como una campana tras ser doblada—. Ese maldito me engañó.

   —¿A quién ser refiere?

   —Se refiere a mí. —La figura de Milán entró al recinto, sorprendiendo a Henry—. Y usted no debería insultar desde esa posición príncipe Paris —le dijo, mirándolo con esa típica sonrisa de triunfo clavada en su rostro—. Pero no me miré así, que no es nada personal —aseveró—. Esto es solo para que aprenda a no chantajearme en mis propios predios. ¿De veras pensó que iba a entregarle en solo cuatro días aquello por lo que llevo luchando por más de cinco años?

   En ese momento Henry retiró la espada del cuello de Paris y la llevó hasta la mejilla izquierda de Milán. La furia que destilaba su mirada parecía poder quemarle desde la distancia.

   —¿Este es el juego del que me habló? ¿Es esto algún tipo de jugada? ¡¿Qué pretende Milán Vilkas?!

   Paris aprovechó que se hallaba libre de amenaza para ponerse en pie.

   —¡Están locos! ¡Están locos los dos! —exclamó aterrorizado antes de salir huyendo a toda prisa.

   Entonces sucedió. Henry bajó la guardia por unos minutos mientras veía salir a Paris en estampida y Milán aprovecho aquello para abalanzarse sobre él haciéndole soltar la espada. Henry trató de quitárselo de encima pero Milán hacía peso sobre él impidiéndole incorporarse.

   —¡Suélteme! ¡Déjeme! —exigió mirando el talismán de su muñeca—. Si no fuera por esto que me ha puesto no me sentiría tan débil.

   —¡Oh! ¿El talismán? —Milán volvió a sonreír—. Pues te equivocas, tesoro —apuntó—. El talismán solo redujo un poco tu energía los tres primeros días en que lo llevaste puesto. Ahora solo sirve como una conexión energética entre ambos —acercó su boca a la oreja derecha de Henry—. Es como una marca personal para mostrarte que eres mío… Si no puedes zafarte de mi amarre es porque en el fondo no lo deseas.

   —¡Miserable, degenerado! —Henry se retorció sintiendo como su cuerpo se estremecía debajo de Milán—. Yo jamás, jamás seré suyo por voluntad propia.

   —¿Entonces necesitas que te obligue? ¿Necesitas creer que ha sido a la fuerza?

   —¡Será a la fuerza! ¡Es la única forma en que podría tenerme!

   —No, no lo es. —La voz de Milán sonaba segura—. Pero si es la única forma como aceptarás esto entonces te complaceré  ¡Guardias!

   Cinco hombres armados entraron con espadas y grilletes. Milán y su guardia tomaron a Henry de ambos brazos y en un catre que se hallaba tirado en un rincón, lo esposaron de manos y pies.

   —¿Qué es esto? ¿Qué es esto? —gritaba el rey mirando horrorizado las cadenas.

   —Es lo que deseas —le respondió Milán antes de hacer salir a sus hombre y caminar con rumbo a la puerta—. Ahora eres realmente un prisionero.

 

 

  

 

   A Xilon y a sus hombres les tocó desviarse un trayecto bastante grande del camino habitual para poder entrar de nuevo en Jaen.  A cada paso de sus corceles la panorámica que se dibujaba ante sus ojos era cada vez más espeluznante. Dereck pasaba saliva pesadamente y temblaba como un bebe, a tal punto que Xilon, temiendo que se cayera, lo pasó a su propia montura y lo llevó con él.

   Cuando entraron a una de las primeras aldeas jaenianas por las que encontraron paso, las corrientes de un rio desbordado sacaban cuerpos hinchados y verduscos hacia las riveras. Al alzar la vista se podían ver grandes aves en espera de bajar por su festín una vez los zorros y coyotes hubiesen terminado de devorar lo suyo. Sencillamente era aterrador, y conservar el estomago intacto ante el olor de la podredumbre y la muerte era casi  una tarea imposible.

   Xilon estaba muy preocupado por su familia. No sabía en qué condiciones había quedado el palacio, aunque era poco probable que llegara al nivel de destrucción que tenían aquellas aldeas. Estaba seguro que había poblados enteros desaparecidos o en ruinas. No se quería ni imaginar cuantos cultivos estaban perdidos y cuantos animales no serían carroñas también. Algunos aldeanos sobrevivientes le habían informado que mucha gente estaba migrando a Midas o a Dirgania. Le decían que el puerto era un caos porque estaba medio destruido y que todos los días había más de un muerto en riñas de hombres que buscaban a toda costa una embarcación con la cual salir del reino.

   Era obvio que la parca estaba sobrecargada de trabajo, eso era evidente. Sin embargo, Xilon notó que el instinto de supervivencia se conservaba intacto en aquellos aldeanos. Se veían pálidos, ojerosos y algunos muy enfermos, pero con todo y eso seguían trabajando y luchando por reconstruir lo poco que les había dejado “Esmaida”.

   De repente, un grito se escuchó bajo aquel cielo despejado. Xilon y sus hombres reaccionaron alarmados y fue entonces cuando vieron de qué se trataba: Un niño, pequeño, que no superaba mas de los cinco años, se agarraba con ímpetu a una rama que estaba a punto de quebrarse. Se había acercado por curiosidad a una corriente del desbordado rio y ahora esta amenazaba con arrastrarlo. Su papá, un doncel jovencito y flacucho, comenzó a gritar despavorido.

   —¡Mi hijo! ¡Por las diosas, mi bebe!

   Xilon descabalgó por instinto bajo la mirada estupefacta de Dereck y la guardia. Veloz, corrió hacia la ribera y para horror de sus hombres se lanzó hacia la corriente justo cuando la rama de la que se sostenía el pequeño se rompió.

   —¡Te tengo! —le dijo apresándolo a tiempo. El niño se agarró a él como a una tabla, y Xilon comenzó a nadar contra la corriente con todo lo que sus fuerzas le daban. El capitán de la guardia y el resto de sus hombres llegaron con unos cáñamos que lanzaron hacia él, logrando sacarlo antes que la corriente los arrastrara.

   Mientras tanto, Dereck, que se había quedado pálido junto a la rivera, los vio salir sanos y salvos. Dio un suspiro al ver a Xilon empapado subiendo de nuevo al camino con las gotas de agua sobre su piel, brillantes bajo el inclemente sol de aquel día. Llevaba al niño de brazos y cuando el papá del pequeño se abalanzó a los pies del príncipe, sollozante de agradecimiento, Xilon le devolvió a su hijo con una sonrisa.

   —No te preocupes, está a salvo. Pero no lo dejes jugar máscon la corriente.

   —Sí, mi señor. —El doncel alzó la cabeza y en ese momento se fijo en quien había sido el salvador de su hijo. Años atrás, antes de poder comprar su libertad, había sido esclavo de palacio y había conocido a la familia real.

   Sonrojado de vergüenza cayó de rodillas al pie de su señor. La otra gente que se hallaba cerca se inquietó al ver aquello. Al ver a Xilon y su corte, los aldeanos habían creído que se trataba de algún vasallo real pero cuando se acercaron más y repararon mejor en los estandartes, comprobaron que eran los blasones reales y que ese muchacho era el propio príncipe Xilon Tylenus en persona.

   —¡El príncipe Xilon está aquí! ¡Es el príncipe Xilon! —comenzaron a gritar atrayendo a una tremenda multitud. En solo unos minutos Xilon y su comitiva se vieron rodeados por una marea humana que clamaba ayuda.

   —¡Tranquilos! ¡Tranquilos! —Intentando que las cosas no se salieran de control, Xilon tomó la palabra—. Les aseguro que me apersonaré de la situación en cuanto llegue al palacio y me reúna con los consejeros. ¡Solo deben tener un poco de paciencia!

   —¡¿Cuánta paciencia?! —La voz de un hombre se alzó entre los murmullos del gentío —. ¡Nos estamos muriendo aquí!

   —¡Lo sé! ¡Se que la situación es precaria, pero…! 

   —¡Pero nada!

   De repente los ánimos empezaron a calentarse. El populacho enfurecido gritaba consignas de protesta contra la familia real y la guardia tuvo que desenvainar las espadas para demandar orden. Xilon, sobre su semental otra vez, trató de calmar la situación intentando que lo escuchasen de nuevo, pero esta vez, la gente solo se contagiaba cada vez más y más de la rabia de unos pocos creando una pequeña turba que estaba dispuesta a lo que fuera.  

   —¡Tenemos hambre! ¡Tenemos hambre! —Se escuchaba por todas partes. Los aldeanos se empujaban unos a otros y varias veces estuvieron a punto de tumbar a Xilon de su montura. Dereck, que se había pasado otra vez a su corcel, también había estado a punto de caer en más de una ocasión.

   Cuando los gritos de la plebe empezaron a convertirse en verdaderos alaridos ensordecedores, el chico vio con horror como algunos aldeanos comenzaba a tomar las piedras del camino. Uno de ellos, un hombre robusto y curtido, lanzó una con todas sus fuerzas, y la piedra, veloz cual flecha, viajó por el aire con una trayectoria que la llevaba justo a la cabeza de Xilon.

   —¡Por las diosas! —Dereck pegó un grito imaginando lo peor. Apretó los ojos con fuerzas para no ver lo que sucedería pero justo en ese mismo momento, un rayo de bioenergía, al parecer, salido de la nada, rompió en mil pedazos aquella roca y los enfurecidos aldeanos se silenciaron en el acto, aturdidos.

   —¡Arrodíllense delante de su Alteza, partida de insensatos! —Una gruesa voz tronó entre el gentío y un sujeto desconocido que sostenía una bola de incandescente bioenergía en su diestra se aproximó veloz hacia el lugar donde se encontraba la turba—. ¡Detengan este vulgar disturbio si no quieren que los haga arder aquí mismo junto a lo poco que les quedó! —les amenazó con ojos furiosos.

   Los iracundos alborotadores parecieron pensárselo mejor. La gente comenzó a dispersarse y aquel hombre apagando la esfera luminosa de su mano, llegó del todo hasta la altura de Xilon y su guardia. Los soldados lo miraban con desconfianza, pero cuando el mismo Xilon les ordenó guardar sus armas, a los guardias no les quedó de otra que obedecer y dejar acercarse por completo a aquel desconocido.

   —Muchas gracias, mi señor— dijo Xilon reparando en el extraño sujeto. Era alto, fornido y tenía una poblada barba de varios días. Vestía un jubón gris debajo de una capa negra y sus cabellos enmarañados como el ébano contrastaban con los brillantes y seguros ojos azules—. Me ha salvado la vida.

   —Sí que me la debe —. El sujeto esbozó una enigmática sonrisa—. Y ustedes insensatos. —Caracoleó su caballo volviéndose hacia el pueblo—. Dejen que su alteza por lo menos se reúna con sus concejeros. ¡No solucionará nada si no le dejan por lo menos tomar el mando! ¡Los reyes no trajeron “Esmaida” a ustedes! ¡Deben trabajar liderados por su príncipe, no tratar de matarlo!

   Hubo otro silencio entre la muchedumbre y poco a poco los ánimos se calmaron por completo. El líder de la aldea apareció después de varios minutos y excusándose por el comportamiento de su gente, invitó al príncipe a departir con ellos algunos pocos pescados que habían logrado pescar durante la madrugada. Las viandas no iban a ser suficientes pero Xilon ordenó repartir unas provisiones que le habían regalado en Midas y con ellas pudieron improvisar un almuerzo suficiente para todos.

   Junto a las riveras del rio, alejados de la corriente, la comitiva real tomó una breve pausa. Se le dio de beber a los caballos y Dereck, junto a un par de donceles más, prendieron una pequeña fogata para cocinar el pescado.

   Xilon se sentó junto al hombre que le había salvado. Empezaban a comer cuando Dereck llegó junto a ellos y otro muchacho se acercó también.

   —Debo agradecerle de nuevo por su ayuda —dijo Xilon escupiendo una espina—. ¿Puedo saber quién es y hacía donde se dirige?

   —Mi nombre es Divan Kundera, Alteza —respondió el susodicho. Xilon sintió que le sobrevenía una pequeña tos y rápidamente apuró un poco de vino que se había servido en un vaso.

   —¡¿Divan Kundera?! ¡¿Usted es Divan Kundera, el antiguo regente de Earth?! —Divan sonrió y asintió con la cabeza—. Pero… —continuó Xilon—, ¿Por qué está viajando de incognito? ¿Acaso se dirige a Earth?

   —¿Pero es que ustedes aun no lo saben? —El ceño de Divan se frunció un poco. Estaba seguro que si el príncipe Xilon venía de Midas ya debía estar al tanto del secuestro de Henry. Si la noticia ya se había regado por toda Dirgania, con más razón debía haber llegado a Midas—. ¿Aun no se sabe nada de lo recientemente ocurrido en Earth? —preguntó tanteando el terreno. Xilon supo de inmediato que se refería a la captura de Henry Vranjes, pero prefirió no adelantarse.

   —No sé qué ha sucedido en Earth —respondió, a secas—, pero no ha de ser nada grave cuando Su majestad Henry se encuentra en Midas de visita.

   —¡¿Qué Henry está en Midas?! —Divan se puso de pie alarmando a sus acompañantes—. ¡¿Usted lo vio?!

   Xilon asintió pasando otro trago de vino con pasmosa calma. Había estado en lo cierto. Henry Vranjes había sido capturado por Milán y sus ministros seguramente habían dado aviso a Divan Kundera. Que las diosas lo perdonaran pero se moría de ganas por saber que iba a pasar cuando ese hombre llegara a Midas preguntando por su antiguo pupilo. La cosa iba a estar para alquilar balcón.

   —¡Alan, ven aquí! ¡De prisa! —El esclavo obedeció a Divan llegando a toda velocidad—. Te quedaras con su Alteza y su guardia e irás a Jaen con ellos —le ordenó—. Yo me iré a Midas solo.

   El chico asintió gustoso. Desde que él y su señor Divan se habían topado con los Jaenianos, sus ojos no habían podido desprenderse de Dereck. Aquel doncel le había robado por completo el aliento y estaba muy contento de poder seguir el camino a su lado.

   De esta manera todos retomaron la marcha. Xilon cabalgó con su guardia mientras Alan ayudaba a Dereck a subir a su corcel. Al hacerlo, sus manos tocaron con firmeza aquellas caderas y sus ojos miraron con intensidad la figura esbelta del doncel, el cual, le sonrió con coquetería. Media hora más tarde estaban fuera de la aldea, y Divan Kundera avanzaba  con rumbo a Midas.

 

 

 

   Los concejeros de Jaen tenían que admitir que el joven príncipe los había dejado boquiabiertos. Las medidas de contingencia implantadas por Ariel fueron lo suficientemente efectivas como para evitar motines y expansión de pestes durante los primeros días subsiguientes al desastre. Sin embargo, con el paso de las horas la situación se ponía cada vez más pesada y aun habían muchas zonas donde era imposible el ingreso de los soldados.

   Por ello, Ariel sintió un alivio enorme cuando vio la montura de su hermano atravesando las grandes puestas del palacio; tanto así, que no pudo esperar que ingresara dentro de los torreones principales sino que él mismo corrió hacia los establos y se abalanzó a sus brazos en cuanto lo tuvo a su lado.

   —¡Bienvenido, bienvenido! —lloraba  emocionado—. ¿Es cierto esto que veo hermano mío? ¿Las diosas te han devuelto a mi… entero?

Sonriendo, Xilon lo alzó como cuando era un niño pequeño. Ariel le devolvió la sonrisa dándole un corto beso en los labios; aquel era el saludo obligado de los hijos cuando sus padres llegaban luego de varios días de ausencia, y de esta forma el pequeño príncipe demostraba quien era para él su verdadera figura paterna.

   —Feliz aniversario de natalicio, vida mía. Aunque un poco atrasado —apuntó Xilon dejándolo en el suelo otra vez. En ese momento notó que la mejilla de su hermano estaba un poco inflamada y su labio inferior tenía una pequeña magulladura. —¿Qué rayos te pasó? —gruñó irritado. A sabiendas de quien había sido el responsable—. ¿Te golpeó, verdad? ¿Volvió a golpearte, no es cierto?... ¡Me va a oír!

   —¡No, por favor! —Ariel retuvo a Xilon colgándosele del brazo—. Por favor vamos a olvidarlo no fue tan grave —le suplicó—. Por favor.

   Xilon suspiró pero complació a su hermano. Alzó su mano y curó aquel golpe de la misma forma como había curado a Kuno. Luego, entraron juntos a los torreones principales del castillo y se encerraron en la sala del concejo. Ariel le mostró los informes que él y los concejeros habían elaborado al respecto de “Esmaida”, y Xilon espabilaba incrédulo por las tremendamente sabias decisiones que había tomado Ariel en su ausencia. Al parecer su hermano podía, ante la adversidad, dejar de ser el chiquillo malcriado que era y asumir responsabilidades con altura.

   —¿Y por qué padre no tomo cartas en el asunto? Su nombre no aparece en ningún informe —quiso saber Xilon. Ariel negó con la cabeza.

   —Padre no ha abandonado su habitación desde el aniversario de la muerte de papá. Su facultativo de cabecera dice que lo ve peor que en años anteriores.

   Eso sí que no agradó a Xilon. Quería hablarle a su padre sobre su compromiso con Kuno Vilkas pero en ese estado sería mejor que no. Fue entonces cuando Ariel le preguntó al respecto, y Xilon, sin poder ocultar su felicidad, se lo contó todo. Incluso el hecho de que a él también le habían solicitado en matrimonio.

   —¡Hermano, todo es tan maravilloso! —El rostro de Ariel se iluminó. Las luces bionergeticas de las lámparas le daban más brillo a sus ojos—. ¿Dices que te casaras con Kuno y que Milán ha pedido mi mano?

   —No. —Xilon se apresuró en negar el malentendido—. Sí me he comprometido con Kuno pero no es Milán quien ha pedido tu mano… Ha sido el otro… Vladimir Girdenis.

   —¡¿Qué?! —Las facies del pequeño doncel se ensombrecieron tan rápido como se habían iluminado antes—. ¿Vladimir Girdenis? ¿El campesino ese que recogieron los reyes? ¡No me casaré con ese recogido! —se negó rotundo—. ¡No seré humillado de esa forma!

   —Por supuesto que no, tranquilo. No te exaltes.

   —¡Dime que le has dicho que no, hermano! ¡Dimelo!

   Xilon esbozó una sonrisa de triunfo, asintiendo feliz.

   —Les he contado una pequeña mentirita —se inclinó hacia delante en su asiento en actitud cómplice. Ariel sentado frente a él entornó la mirada—. Les he dicho que aun no has tenido tu menarquía y que por consiguiente aun no te puedes casar. Ha funcionado de maravilla.

   —Ya veo…—Los ojos de Ariel se extraviaron en los lacrados de su túnica y sus mejillas se tiñeron de carmín.

   —¿Qué pasa? ¿Es que no te alegra?—preguntó Xilon.

   —No es eso —respondió Ariel—. Es solo que…—Por un momento el muchacho pareció dudarlo, pero luego suspirando hondo, alzó la mirada y confrontó a su hermano—. Lo que dijiste no es una mentira —confesó—. Yo aun no he tenido mi menarquía.

   Aquello sí que Xilon no se lo esperaba, y el gemido que salió por su boca dio cuenta de ello.

   —¡Quería ir a los bailes, quería entrar en la corte! —comenzó a explicar Ariel, para excusarse por su mentira —. Por favor, perdóname hermano. Por favor.

   —¡He recibido propuestas de matrimonio para ti! ¡Y estaba considerado algunas! —El rostro de Xilon era ahora como una flama hirviente. La imagen madura y responsable que su hermano le había mostrado al llegar se había extinguido como la luz de un farolillo sin aceite—. Hay que llamar a los facultativos —dijo poniéndose de pie—. Tienes quince años, esto no debe ser normal.

   Al oír aquello, Ariel se tensó. Se puso pálido y trató echar a correr  a sus aposentos, pero Xilon fue más veloz y lo retuvo llevándole el mismo a rastras por las escaleras mientras ordenaba a unos sirvientes que buscaran al médico del príncipe de inmediato. Media hora más tarde el galeno abandonaba la habitación de Ariel tras un exhaustivo examen. En sus manos tenía la razón del retraso en la fertilidad del chico.

   —No sé por cuánto tiempo ha estado ingiriendo esto —informó mostrando a Xilon la petaca de licor que Ariel escondía tan recelosamente—, pero es definitivo que le ha afectado el desarrollo. De todas formas no se preocupe, le he dado algo que le hará tener su menarquía dentro de algunas horas.

   Xilon abrió la botella examinándola con la nariz. Apretó fuerte los ojos al percibir el fuerte olor del licor y su corazón pareció encogerse de dolor. ¿Cuánto tiempo podía llevar Ariel embriagándose como un tabernero y él sin darse cuenta? ¿Qué más cosas le ocultaba aquel niño de los infiernos? No lo sabía. Y en aquel momento le dio miedo preguntárselo.

   Devolvió la botella al facultativo y entró a la habitación de su hermano. El niño lloraba sobre las colchas y se apartó furioso cuando Xilon intentó incorporarlo. Entonces, a lo lejos, se empezó a oír el repique de muchas campanas; un sonido taladrante y ensordecedor que en medio de la noche resultó crispante y aterrador. Ariel se incorporó sobre el lecho mientras Xilon escuchaba aquel sonido con el corazón bombeándole en el pecho. Dos concejeros pidieron paso hacia la habitación de Ariel y entrando en ella se apostaron a los pies del heredero.

   —Majestad…—dijeron con los rostros más pétreos que Xilon hubiese visto jamás.

   Ariel, pálido, se levantó a toda prisa de su cama, e imitando la postura de los concejeros se tiró a los pies de su hermano besándole la mano diestra.

   —Mi rey  —rompió en llanto, temblando notoriamente. Xilon miró a todos los hombres apostados a sus pies y entendió por fin el significado del repique de las campanas: Su padre Jamil Tylenus había muerto… y él era el nuevo rey de Jaen.

 

Continuará…

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).