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El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

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Capitulo 15

 

Fortuna inesperada.

  

   Con la partida de la mayoría de los asistentes a los funerales de Jamil Tylenus el palacio de Jaen había vuelto a recuperar un poco la rutina olvidada por tanto ajetreo. Los concejeros reales, y Xilon mismo, habían vuelto a reunirse en la mañana con el fin de organizar las principales tareas de reconstrucción del reino tras el desastre dejado por el huracán. Desde las almenas se podían ver los grandes grupos de soldados que se preparaban para las labores de rescate y aprovisionamiento de las víctimas, al igual que las aguas que poco a poco regresaban a su cauce.

    Sin embargo, aquel día no parecía haber despuntado bien para Dereck. El chico se sentía fatal, razón por la que, mareado y asqueado, vaciaba su estomago en una pequeña bacinica de barro mientras un esclavo le ayudaba sosteniéndole el cabello y la cabeza.

—¿Te sientes mejor? —le preguntó cuando Dereck terminó de vomitar. Este negó con la cabeza enjuagándose la boca con un poco de agua, y luego empezó a mascar unas hiervas amargas que le devolvieron un poco de control sobre su estomago. Despacio se sentó en una pequeña banca cerca a las cocinas y el olor de los guisos le hizo sentir que volvía a descomponerse. Entonces, con cuidado, se acomodó en su asiento aprovechando la nueva postura para palpar su vientre, el cual sabía, pronto empezaría a crecer.

   Estaba embarazado; embarazado de Xilon. Y lejos de sentir alegría por aquella noticia, su nuevo estado solo le traía preocupación. No sabía cómo era posible que a pesar de todas sus precauciones hubiera podido quedarse preñado, y tenía miedo de la reacción que tendría Xilon al enterarse. Era obvio que para este, aquello tampoco resultaría una grata sorpresa, y menos ahora que iba a casarse con el principito de Midas.

   —¡Diosas, diosas! —exclamó sintiéndose desesperado—. ¿Es que acaso juegan con nosotros con dados marcados? ¿Somos acaso fichas de alguna clase de juego que tejen desde allá arriba? —Señaló el cielo despejado con su dedo índice, enojado. El esclavo que le acompañaba se sentó a su lado y lo acunó despacio entre sus brazos.

   —¿Estas embarazado, verdad? —le preguntó cauteloso. Pero Dereck asintió comenzando a sollozar—. Tranquilo, ya pasará. Además, aun puedes pensar si quieres tenerlo. Conozco a alguien que podría ayudarte si deseas… ya sabes.

   Alzando el rostro, Dereck miró al otro muchacho comprendiendo enseguida a que se  estaba refiriendo. Sintió un escalofrío. A pesar de ser un puto no se consideraba un asesino y no estaba seguro de poder cargar con algo así en su conciencia. Sin embargo, solo asintió dejando la posibilidad en el aire. Su vida y sus planes acababan de dar un giro enorme y estaba aun demasiado confundido para decidir nada. Lo mejor sería esperar y pensar las cosas con cabeza fría.

   —Lo pensaré —respondió poniéndose de pie para alejarse del olor de las cocinas. El embarazo de los donceles era un proceso que duraba cinco meses, así que si decidía tener a la criatura, aun disponía de todo ese tiempo para pensar en lo qué haría después.

 

 

 

   “Esmaida” había dejado al reino  padeciendo de algo que los meteorólogos llamaban “desajuste climatico”. Jaen se encontraba oficialmente en otoño desde hacía algunos días, pero a pesar de eso, las temperaturas lograban ascender de una forma tan escandalosa que los niños pequeños partían huevos sobre pedazos de aluminio en medio de los patios de los armeros y los veían cocinarse frente a sus ojos. Hacía tanto calor que ni los propios habitantes del reino, personas que otrora habían aguantado fuertes jornadas de calor, soportaban el inclemente sol de los últimos días.

   Esa mañana en particular el calor era excesivo. Los soldados sentían que el sol les cocinaba mientras Xilon, frente a ellos, impartía las órdenes al respecto de las tareas de reconstrucción; estaba tan acalorado como sus hombres, y su rostro arrebolado por el bochorno, desprendía gotitas de sudor.

    —Hoy nos repartiremos por la distintas aldeas del reino, evaluando los daños al paso —decía caminando de un extremo a otro del patio. El calor le había hecho quitarse la guerrera y quedarse solo con una camisa delgada de hilo que se le pegaba al torso sudoroso—. Algunos serán asignados para realizar un censo —continuó diciendo mientras sus hombres asentían obedientes—, otros evaluaran las perdidas y el estado de los heridos. También necesito un grupo que se encargue de rescatar los cadáveres de las victimas… sus familiares por lo menos merecen un cuerpo que enterrar. Reúnan voluntarios entre la población, necesitaremos toda la ayuda posible. Midas ya ofreció colaborarnos, así que tendremos muchas manos que nos colaboren. ¡A trabajar!

   —¡Si, majestad! —Los uniformados rompieron filas y las cuadrillas se prepararon para partir cada una a su respectiva labor. Mientras, Xilon quitó de las manos de un sirviente una bota de agua, y sofocado, se echó el contenido encima sacudiéndose luego los cabellos húmedos.

    Estaba haciendo demasiado calor y aquello no era normal. Posiblemente lo que estaba sucediendo tuviese que ver con esa magia poderosa de la cual le habían hablado los concejeros a Ariel y de la cual fue puesto al corriente él también apenas regresó de Midas. Ariel le había dicho lo que los concejeros pensaban al respecto, y Xilon se mostraba de acuerdo. Jaen había pasado por huracanes anteriores pero ninguno le había golpeado antes con tanta magnitud. Definitivamente detrás de todo aquello había algo mucho más misterioso implicado, y sin duda era mejor descubrirlo pronto… Antes de que algo más grave sucediera.

   Pero de momento tenía otras tareas de las cuales ocuparse. Y una de ellas era despedir a su prometido y preparar los detalles de la boda y de su inminente coronación. Una punzada de miedo cruzó por su pecho, asumir la corona en un momento tan difícil para el reino no era algo para saltar de emoción, sin embargo lo que realmente le molestaba aquel día era la partida de Kuno, y el hecho de no saber con exactitud cuándo volverían a verse. ¿Por qué le molestaba tanto saberlo lejos? Pensó, ¿Por qué empezaba a sentir como si fuera una necesidad el tenerlo cerca, el poder estrecharlo entre sus brazos, el hacerle el amor? No podía estale pasando aquello, no a él, que siempre se había ufanado de ser un hombre controlado y racional en cuanto a asuntos amorosos se refería. Ahora en cambio había perdido el sano juicio, había perdido el control de sus emociones y se estaba comportando como un adolescente.

    Se puso en marcha hacía los torreones centrales con el fin de buscar a Kuno y a Benjamín, los cuales muy seguramente ya estarían preparándolo todo para partir. Sin embargo no alcanzó ni siquiera a terminar de cruzar el patio exterior. Antes de traspasar el gran arco que hacía de umbral entre este y los jardines, Xilon vio como Kuno venía hacia él, acompañado como era de esperarse por sus padre y un poco más atrás, por el tal Vladimir.

   —Buenos días, Xilon —saludó Benjamín deteniéndose bajo el arco para cobijarse bajo la sombra que este proyectaba. Los esclavos que los venían tapando con unos doseles se hicieron a un lado al no ser necesarios de momento.

   —Buenos días, majestad… Luce usted esplendido. —Xilon tomó la mano de Benjamín y la besó. Este le obsequió una modesta sonrisa apartándose para que ahora el rey se despidiera de Kuno—. Y tú Kuno…tú no tienes paragón —le dijo su prometido tomándolo de la mano. Pero en cambio del modesto beso en la mano que todos esperaban, Xilon tomó a Kuno del talle y acercándolo suavemente a su boca lo besó tierna y comedidamente. Benjamín no dijo nada al ver aquel gesto, ni siquiera se inmutó, pero Ezequiel y Vladimir, que se encontraban a pocos pasos de distancia, si parecieron disgustados, sobretodo Vladimir.

   —Bueno, creo que es mejor que se den prisa, papá —anotó a fin de interrumpir el beso—. No quiero que les sorprenda la noche a mitad de camino.

   —Mi hijo tiene razón —convino Ezequiel, evidentemente disgustado con aquella escena, en especial con Kuno que se había pasado de rebelde al cortar sus cabellos.

   Asintiendo mientras rompía el beso, Xilon se mostró de acuerdo con los otros dos varones y de esta manera todos se pusieron de nuevo en marcha hacia los establos. Cuando todos estuvieron frente a sus respectivas monturas, Vladimir ayudó a su papá a subir a su caballo mientras Xilon hacía lo propio tomando por la cintura a Kuno hasta depositarlo suavemente a lomos de su corcel.

   —Quiero que te cuides mucho hasta que volvamos a vernos—pidió el rey besando la mano del doncel mientras los ojos azules de éste le devolvían la mirada con un brillo cargado de pasión.

   —Lo haré… cuídate mucho tu también —le respondió el pequeño príncipe antes de que los dedos de Xilon dejaran del todo libre su mano.    

   —Volveremos a vernos pronto, lo prometo.

   ¿Sería verdad? Pensó Kuno en el momento en que su montura empezaba a andar. Xilon le había dicho que se cuidara y que se verían pronto, pero nada más. No había habido ningún te quiero, ningún te extrañaré, ningún me harás falta. Y para él eso era muy diciente. En su corazón aun existía la duda de que Xilon solo quisiera casarse con él para enmendar su falta y no porque sintiera algo realmente. La noche que pasaron juntos en el establo le había dicho cosas lindas… y luego la noche anterior estando ebrio. Pero aquello no significaba nada; no con un hombre que la mayor parte del tiempo parecía un pedazo de hielo. Xilon parecía un muro infranqueable, un castillo inexpugnable que solo con una poderosa estrategia podría conquistarse… La pregunta era… ¿Tendría él la inteligencia para lograrlo?

   Cuando la comitiva de Kuno y Benjamín dejó atrás las caballerizas de palacio, Ezequiel se volvió hacia los torreones centrales mientras Xilon se encaminaba hacia las torres de sus concejeros. Vladimir, que se sentía muy irritado a causa del calor y de la escenita que acababa de presenciar entre su hermano y el rey de Jaen, detuvo al susodicho antes de que éste saliera de los patios.

   —Xilon, espera… tenemos que hablar. —El calor hacía que la frente de Vladimir estuviese perlada de sudor, y su camisa también se pegaba a su torso. Xilon lo miró con recelo, deteniéndose.

   —¿Qué pasa? ¿Qué tendrías tú que hablar conmigo? —preguntó con algo de altanería.

   —De muchas cosas, por si no lo sabes —respondió Vladimir dando unos cortos pasos hacia él—. Pero por lo pronto solo quiero hacerlo sobre tu hermano, Ariel… Ya tuvo su menarquía así que… Ya puedes entregármelo.

   —¡No! —El rostro de Xilon palideció, pero aun así se obligó a mantener la compostura—. Quiero decir… Mi hermano está de luto, sería una grosería hablar de compromisos ahora.

   —¡Claro que no! —El rostro de Vladimir, sonrojado por el sofoco, se puso más colorado aun—. Tú también estás de luto y eso no te impide seguir tu compromiso con Kuno… Por lo tanto no veo problema en que yo pretenda a Ariel.

   —¿Es que no te das cuenta de que esto es una locura ? —replicó Xilon, nervioso—. Yo voy a casarme con tu hermano… voy a reparar el daño causado —prometió bajando el tono de voz—. No metas a Ariel en esto, por favor.

   —Tu hermano se metió solo en esto. —Los ojos de Vladimir brillaban como dos resplandecientes esmeraldas—. Con sus mentiras desató todo este caos y si tú no has sido capaz de enseñarle modales, entonces como su marido, lo haré yo.

   —Pero él es solo un niño, y yo te aseguro que está muy arrepentido de lo que hizo.

   —Pues su arrepentimiento no me sirve… ni el tuyo tampoco.

   La resolución en aquellas últimas palabras de Vladimir hizo crispar a Xilon. No sabía por qué ese hombre se empeñaba en tomarla contra Ariel, pero fuese la que fuese la razón, él no iba a permitirle que dañara a su hermano.

   —¡Eres un infeliz! ¡No te le acerques a mi hermano! —bramó colérico. El calor había alterado los ánimos de todos aquella mañana y Vladimir no pudo evitar lanzarse contra Xilon al ver que este le alzaba la voz de aquella manera.

   —¡Y tu no me grites, malnacido! ¡Agradece que las suplicas de mi hermano han detenido mi mano! De lo contrario… Ya podrías darte por muerto.

   —¿En serio? —Xilon entornó la sonrisa, avanzando más hacía Vladimir—. ¿Y crees que te sería tan fácil mandarme con las diosas? —preguntó, provocador.

   —¡Tu no irías al paraíso, desgraciado! —estalló Vladimir—. ¡Los miserables como tú jamás conocen a las diosas!

   —¡Tampoco los bastardos recogidos que se creen los que no son!

   —¡Maldito!

   El puñetazo de Vladimir le dio a Xilon en toda la ceja izquierda haciéndole una brecha sobre esta. La sangre que brotó casi de inmediato por la herida se mezcló con el sudor de su mentón manchando rápidamente su camisa blanca. Aturdido, Xilon trastabilló un poco pero apenas pudo recobrar el equilibrio se aventó contra el otro varón, rugiendo de irá.

   —¡Eres hombre muerto, Girdenis! —le dijo iracundo, lanzándose sobre él. Los sirvientes y los guardias que se hallaban cerca a los patios acudieron a prisa al escuchar la algarabía, y al llegar, encontraron a los dos hombres tirados en el suelo dando botes e intentando a toda costa quedar uno sobre el otro. Vladimir sentía que sus manos punzaban del dolor al no tenerlas aun aliviadas del todo, sin embargo la rabia le daba las fuerzas para soportar el dolor y el orgullo le hacía soltar todos los improperios que conocía.

   Durante uno de los botes, Xilon logró quedar sobre su oponente. Resoplando como un poseído llevó sus manos al cuello de Vladimir mientras lo miraba con ojos asesinos. En ese momento habían llegado a su cabeza los recuerdos de su conversación con Benjamín Vilkas, los de su conversación con Ezequiel y todo el odio que sentía hacia aquel desgraciado hombre. Vladimir ciñó sus manos sobre las manos de Xilon tratando de liberarse del amarre, pero era inútil. Xilon lo apretaba con la fuerza de una garra, de manera que el midiano en un último intento por zafarse no tuvo más opción que descargar un rodillazo sobre el vientre de su adversario obligándolo a soltarlo en el acto.

   —¡Infeliz! —gruñó cayendo ahora él sobre Xilon. Una lluvia de puñetazos comenzó a caer sobre el rostro del jaeniano, el cual, se cubría a medias  con sus manos mientras despachaba también uno que otro golpe. En ese momento la guardia intentó intervenir pero su rey los detuvo con un grito.

   —¡No se acerquen. Esto es entre él y yo! —ordenó acertando un derechazo sobre Vladimir, dejándolo de nuevo debajo. —¡Muerde el polvo desgraciado!—exclamó hundiéndole la cabeza sobre la tierra hirviendo—. ¡Muérdelo para que no olvides lo que eres, sucio campesino!

 —¡Muérdelo tú! —replicó Vladimir, jadeante. Había tomado un puñado de tierra y lanzándola directo a los ojos de Xilon, logró que este se apartara enceguecido. Entonces, incorporándose un poco, tomó a su contrincante por los cabellos dándole un cabezazo certero y brutal, el cual le abrió más la herida de la frente.

   La algarabía se había adueñado del patio, una multitud de sirvientes abrumados y sin saber qué hacer se agolparon en torno a la escena. Los miembros de la guardia seguían empuñando sus espadas en caso de que su señor reconsiderara el dejarlos intervenir o por si su oponente intentaba usar el cuchillo que se veían asomado por encima de su bota, pues casualmente en ese momento, ninguno de los dos llevaba su espada. Cuando el par de hombres comenzaron de nuevo a lanzarse puñetazos a diestra y siniestra una figura seguida de una pequeña corte de donceles dio la vuelta por el recodo del patio, y mirando la escena con ojos consternados se aceró a toda prisa hacía aquellos que la protagonizaban. Varios varones, los más débiles, comenzaron a caer dormidos al paso de Ariel, pero el resto logró permanecer en pie, aunque medio adormilados, para  contemplar como el príncipe se interponía entre Vladimir y Xilon protegiendo como un gatito furioso a su hermano.

   —¡Por las diosas! —exclamó el doncel cubriendo a Xilon con su cuerpo. El puño de Vladimir se detuvo al ver quien era ahora el que se hallaba en su trayectoria, y alucinado, se quedó mirando a Ariel, impávido. Definitivamente aquel crio era más osado de lo que había supuesto. Nunca había conocido a un doncel que se atreviera a meterse entre la disputa física de un par de varones. Pero al parecer, aquel niño siempre estaba dispuesto a sorprenderlo.

   —¡No voy a permitir que irrespeten la memoria de mi padre cuyo cuerpo ni siquiera ha terminado de enfriarse! —riñó Ariel mirándolos a ambos—. Y usted… —apuntó dirigiéndose a Vladimir—. No le voy a permitir agredir a mi hermano por algo de lo que yo soy culpable. ¡No vuelva a ponerle un dedo encima ¿Me oyó?! ¡Nunca vuelva a tocarlo! —Y diciendo esto alzó su mano descargando una bofetada sobre la mejilla sonrojada del midiano. Vladimir alcanzó a presentir el golpe pero se quedó aturdido recordando que esa era la actitud que tanto le había gustado de él cuando lo conoció aquella noche en Midas. Su cuerpo pareció convertirse en un volcán y no precisamente por el calor radiante de aquella mañana. De un solo movimiento tomó a Ariel entre sus brazos tumbándolo sobre el suelo caliente; el muchacho, aturdido, no se esperaba aquello y mucho menos Xilon, quien incrédulo, vio obnubilado la forma como Vladimir reducía a su hermano y sin mayores permisos ni escrúpulos le estampaba un beso fogoso y demandante en medio de todo aquel gentío.

   —Si tú besas a Kuno como si ya fuera tu marido, yo besaré a Ariel todo lo que me plazca y todo lo que él se deje. Sus labios son como agua para el sediento— dijo el midiano una vez  terminado el beso. Ariel se había quedado estático como si los labios de ese hombre aun siguieran robándole el aliento, mientras Xilon, luchando contra el sopor que le producía la cercanía de su hermano, intento de nuevo agredir a su rival.

   Sin embargo, sus ansias de retaliación no quedaron más que en eso. A pesar de que Ariel llevaba el cabello completamente apresado en un moño alto, el cual  le ayudara a controlas sus humores, estos terminaron por adormecer a todos los varones con excepción de Vladimir. Y Xilon cayendo sobre el pasto con un golpe seco, dio por terminada la pelea.

   —Espero que esto no vuelva a repetirse —exigió Ariel poniéndose de pie para limpiar sus ropas negras completamente sucias.

   —¿Te refieres a la pelea con tu hermano o al beso que te di? —le preguntó Vladimir aun en el suelo, pero mirando a Ariel con unos ojos que parecían querer devorarlo.

   —¡Me refiero a ambas cosas! —se sonrojó el doncel, alzando altivamente el mentón—. ¡Por supuesto que me refiero a ambas cosas! —remató dándole la espalda al único varón despierto para volver junto a su corte. En ese momento, Vladimir, poniéndose de pie, lo retuvo de un brazo obligando a volverse.

   —¡Te tomo la palabra! —le advirtió, mirándolo con intensión.

   —¿A qué se refiere? —inquirió Ariel poniéndose un poco nervioso.

   —Me refiero a lo que me pediste… Eso de no agredir a Xilon por algo de lo que tú eres culpable, encanto. A partir de ahora este asunto será algo entre ambos. ¿Qué te parece?

   —Me parece que no logrará amedrentarme —respondió el príncipe deshaciéndose del amarre del varón.

   —¿Quieres apostar? —replicó este sobándose la mejilla escocida por la bofetada que acababan de propinarle.

   —Pobre infeliz —fue todo lo que le dijo Ariel antes de volver a darle la espalda y retomar su camino. Sin embargo, al hacerlo, su corazón volvió a latir con la velocidad de un caballo desbocado. Presentía que aquel hombre se estaba comenzando a convertir en un enemigo, y a él no le gustaba subestimar a ningún enemigo. Por primera vez en su corazón, Ariel sintió aunque fuese por breves instantes, algo de respeto hacia Vladimir.

   Con la partida del príncipe menor, Vladimir decidió ir a lavarse y despejar un poco la cabeza. Sin los humores de Ariel rondando, Xilon y los demás varones despertarían y por lo pronto era mejor no seguir echando más leña al fuego.

   Bastante lastimado por los golpes se dispuso a volver al torreón que ocupaba junto a Ezequiel, pero justo en ese instante, su  padre, atraído por la algarabía que había oído desde la torre, se dirigía a los patios, preocupado.

   —¿Qué ha pasado? —exclamó consternado al ver a Vladimir en aquel estado—. ¡Por las diosas! ¿Me quieres explicar que ha sucedido?

   —Me pelee con Xilon —respondió Vladimir sin intensiones de mentir. Los ojos de su padre se abrieron como dos lunas llenas.

   —¡¿Y se puede saber por qué?! ¡Vladimir, por Johary. Somos invitados en este reino, no puedes pelearte con el rey! ¿Por qué ha sido? ¡Dímelo!

   —Nos peleamos por Ariel —contestó su hijo bufando—. Sigue insistiendo en que no me lo entregará. ¡Y no es justo! ¡El chico ya tuvo su menarquía! ¡No hay razones para que no me lo entregue!

   —¡El reino está de luto, hijo! Anunciar compromisos ahora sería una grosería —intentó mediar Ezequiel—. Mira —le dijo colocándole una mano sobre el hombre—, cuando haya pasado el tiempo prudente en el protocolo te aseguro que volveré a hablar con Xilon, pero por lo pronto dejemos las cosas así.

   —¡En lo absoluto! ¡Y me cago en los protocolos!

   —¡No seas insolente, mocoso! —Una nueva bofetada marcó la mejilla resentida del midiano. Ezequiel lo miró molesto retirando la mano de su hombro para señalarle ahora con el dedo índice—. Escúchame, Vladimir —anotó serio—. No quiero problemas con los Jaenianos y no quiero que intentes nada que vaya contra las determinaciones que tome Xilon con respecto a  su hermano ¿Me has oído? Fin del asunto.

   >>Y una mierda>> pensó Vladimir viendo a su padre alejarse. Lo siguió mientras trataba de controlar su rabia. Si su padre supiera lo que ese par habían hecho, seguramente no los defendería tanto. Pero no importaba; él no iba a dejar el tema tan fácilmente y menos ahora. No podía… No podía dejar a Ariel Tylenus fuera del juego, no después de ese beso que habían compartido minutos antes. El beso que le hizo sentir que ese mocoso era una flama entre sus brazos.

   Los sirvientes comenzaron a retirarse cuando acabó el espectáculo; se encontraban completamente boquiabiertos por lo que acababan de presenciar. Dereck que había llegado casi de último estaba algo anonadado también; había llegado a creer que conocía muy bien el carácter de Xilon, pero lo que había presenciado estaba lejos de llamase combate a secas; esa había sido una pelea totalmente pasional que tenía nombre propio: Kuno Vilkas. No había lugar a dudas… Su rey estaba loco por ese niño y estaba muriéndose de celos al pensar que Vladimir no quería al chico solo como hermano.  

   Le lanzó una mirada fugaz al verlo despertar e incorporarse. Xilon parecía de pésimo humor, tanto que no le importó quitarse la camisa ensangrentada delante de sus sirvientes. Dereck le miró por unos segundos más pero luego regresó a sus quehaceres. Por el contrario, Alan, el esclavo que había encontrado a Divan, sí que se quedó en el patio observando muy detenidamente al rey jaeniano. Sus ojos miraba la espalda de Xilon reparando en la marca de nacimiento que este llevaba en la baja espalda. El lunar era una mancha negra en forma de pez, y Alan la reconoció en el acto porque se la había visto a alguien más y en aquella otra ocasión, lo singular de la marca, también le había llamado la atención.

   Impávido comenzó a atar cabos. Era imposible que dos personas tuvieran una marca de nacimiento igual si no estaban relacionadas directamente por la sangre. Era claro que había descubierto algo increíble, pero por lo pronto no diría nada de lo que había visto. De momento solo seguiría averiguando por su cuenta.

  

 

 

   El mediodía en Midas era tan refrescante como un buen baño de alberca en un día de verano. Kuno y Benjamín estaban felices de haber salido de aquel infierno que era el reino vecino, aunque si se hubiesen quedado un poco más dentro de palacio, habrían descubierto a Jaen le quedaba a la perfección ese calificativo.   

   Sin embargo, a pesar del buen clima el viaje estaba resultando un poco aburrido, pues durante todo el trayecto el paisaje otoñal solo ofrecía decorados sombríos y sobrios, junto al inmenso tapizado de hojas secas, las cuales se desprendían de los arboles al más ligero golpe de la brisa. La guardia real también parecía taciturna y Kuno, que cabalgaba a buen ritmo al lado de su papá, no terminaba aun de recuperar los ánimos. Se veía pensativo y a lo largo del viaje no había abierto la boca para absolutamente nada.

    —¿Se puede saber qué es lo que te pasa? —Benjamín espoleó su caballo para llegar hasta el lado de su hijo. Por el tono de su voz era obvio que seguía molesto por lo que había presenciado en la madrugada.

    —Papá, el estomago me duele y quiero vomitar —se quejó Kuno tocándose la panza. Una idea inquietante pasó por la mente de Benjamín, y atemorizado frenó ambas monturas para examinar bien a su hijo menor.

   —Déjame ver —dijo mientras revisaba los ojos azules de Kuno. Por lo pronto, estos no habían cambiado de color, así que en caso de que estuviese embarazado debía tener menos de quince días.  Avergonzado, Kuno rompió en llanto; conmovido Benjamín lo hizo pasarse a su montura junto a él. Una vez estuvo entre los brazos de su papá, Kuno se acunó sobre su pecho, hipando.

   —No quiero un hijo, papa. No ahora, no estoy preparado —sollozó un poco más alto.

   —Lo sé, cariño —le habló tiernamente Benjamín sobándole los cabellos cortos—. Es por eso es que estoy haciendo esto. Entiendo que estés enamorado pero debemos ser precavidos. No sé cómo te las arreglaste cuando estabas fuera de palacio, en la abadía a la que te envió Ezequiel, aunque supongo que alguien te habrá ayudado para que no te quedaras en cinta… ¿Cuánto tiempo llevas siendo amante de Xilon, hijo? ¿Y por qué no me contaste nada cuando volviste a palacio? Yo te habría apoyado. —Los ojos del doncel mayor se habían humedecido; sentía que todos los años que había vivido separado de Kuno habían urdido una brecha entre ambos. Sentía que la confianza que antaño se habían promulgado había perdido solidez y quizás aquella era la oportunidad perfecta para recuperarla. 

   Por su parte, Kuno no sabía si sería mejor contarlo todo a su papá y salir de aquella zozobra de una buena vez. Por un momento se sintió tentado a hacerlo pero el miedo no se lo permitió. En cambio, siguió con su mentira, diciéndole que Xilon y él llevaban varios años juntos y que cuando vivía en la abadía, un doncel de compañía era el encargado de buscarle las hierbas que le ayudaban a no concebir.   

   Después de eso, se abrazaron con ternura, emocionados de haber recuperado en parte la confianza extraviada por tantos años de lejanía. La angustia de Kuno mejoró cuando Benjamín le prometió que apenas llegaran a palacio pondrían en práctica un truco que conocía de antaño y que podía predecir con mucha exactitud si un doncel estaba o no estaba preñado, antes de que sus ojos cambiaran de color. Kuno lo había mirado desconfiado, pero no le quedó más remedio que esperar a ver qué cosa planeaba su siempre misterioso papá.

   Faltaba exactamente kilómetro y medio para llegar hasta una de las principales aldeas de Midas. El haber salido tan temprano de Jaen les permitió llegar justo un poco después del medio día, de forma que podrían hacer una pequeña pausa para comer algo antes de seguir la marcha. Pero las cosas no llegaron a ser tan así; al parecer las diosas tenían preparada una sorpresa para la comitiva real y esta no tardó en presentarse sorprendiendo a la guardia.

   —¡Un extraño se aproxima, todos a sus posiciones!— ordenó el capitán al resto de sus hombres. De inmediato los uniformados formaron un cerco alrededor del cual quedaron el rey consorte, el príncipe y una pequeña corte de nobles que los acompañaban.

   El jinete se acercaba a toda velocidad, cortando el viento como si de un filoso cuchillo se tratase; los soldados se pusieron en guardia ante el potencial ataque pero el hombre no intentó hacer nada raro una vez estuvo frente a ellos. 

   —¡Identifíquese!— exclamó el capitán de la guardia empuñando su espada—. Y no de un paso más.

   El hombre estaba totalmente encapuchado y no se podía ver su rostro, no hablaba ni se movía,  de manera que los soldados de la guardia terminaron por desenvainar sus espadas acercándose hasta él.

   El capitán al mando fue el primero en acercarse del todo, eso sí, siempre con la espada en alto, apuntando, rodeando y escudriñando sin reparos la figura misteriosa de aquel desconocido. Con total lentitud, temblando un poco, pues a pesar de su rango era un aún un muchacho joven; introdujo su arma entre el rostro de aquel sujeto y el pliegue de su capucha, dispuesto a bajarla y revelar su identidad. Sin embargo, no pudo prevenir que aquel hombre haciendo gala de una velocidad apabullante, lo desarmaría en el acto clavándole su propia espada en el hombro derecho.  

   El alarido del guardia estremeció a los donceles del grupo. Kuno, que se había quedado adormilado entre los brazos de Benjamín, se despertó asustado acurrucándose contra su papá, el cual, a su vez, estrechaba fuertemente a su hijo, viendo como aquel sujeto desenvainaba una brillante y larga espada abalanzándose contra el resto de los soldados.

   —¡Basta! – ordenó Benjamín poniendo su diestra en alto. Evitaría un enfrentamiento a toda costa. Si ese hombre había sido capaz de desarmar con un solo movimiento al líder de su grupo, resultaba obvio que no se trataba de alguien ordinario y corriente. Era mejor ser precavidos—. Identifíquese— le volvió a pedir, esta vez en tono menos autoritario. Sus hombres, incluido el herido capitán, detuvieron sus ataques pero continuaron con sus espadas en alto apuntando a discreción la figura del desconocido. Cuando el sujeto avanzó varios pasos en su montura, Benjamín se apresuró a formar una barrera bioenergética entre ellos. El hombre misterioso sonrió tras su capucha.

   —No se preocupe, Majestad —dijo con una voz ronca y sensual, al tiempo que descubría su rostro—. Mi nombre es Divan Kundera, y jamás me atrevería a tocar a semejantes bellezas… A no ser, claro está, que dichas bellezas quieran ser tocadas. —Sus ojos miraron con intención a Benjamín. El rey consorte se sonrojó levemente pero de inmediato recobró la compostura. Cuando su mente procesó la información dicha por aquel sujeto, sus ojos se abrieron de par en par y sintió que la boca se le secaba.

   —¿Divan Kundera? —preguntó anonadado—. ¿El antiguo regente de Earth?

   —El mismo —respondió el susodicho—. En las épocas de mi regencia no tuve ocasión de conocerle bien, mi señor. Pero si conocí bien a su señor esposo y al hijo mayor de ambos. Su alteza, Milán.

   Mientras Divan hablaba, Kuno se pegaba cada vez más al regazo de su papá, sintiéndose temeroso por la mirada de ese hombre. No sabía por qué, pero su presencia aguerrida, fuerte y un tanto tosca le recordaban mucho a Xilon. Benjamín le calmaba sobándole los cabellos y luego, dándole un voto de confianza al recién llegado deshizo la barrera energética que había interpuesto entre ellos dejándolo acercarse un poco más.

   —Pues usted dirá qué necesita, señor Kundera. No creo que se haya acercado hasta nosotros solo para darnos los buenos días… Y herir a mi guardia de paso.

   Divan explayó una sonrisa ladina. Había atrasado su llegada a Midas al decidir qué mejor iría primero hasta el castillo de Earth a reunirse con los concejeros de palacio. Los hombres del concejo se habían aliviado mucho al verle y habían aceptado acatar sus órdenes hasta que Henry y él regresaran a palacio. Fue por esto que el camino de Divan se retrasó y por capricho de las diosas había terminado topándose de frente con la comitiva de los midianos. Aquello lo hacía sentirse muy afortunado, pues entrar al palacio de Midas sería muy fácil en compañía de sus propios habitantes.

   —Necesito entrar en el palacio y entrevistarme con el príncipe Milán —dijo, haciendo caracolear su montura—. Me han dicho que mi antiguo pupilo, Su Majestad Henry Vranjes se encuentra de visita en vuestro palacio… Pero, yo no sé qué tan invitado sea realmente.

   —¿Qué quiere decir? —Los ojos de Benjamín brillaron asustados. Sabía muy bien a lo que estaba refiriendo aquel hombre pero él no iba a ponérsela sencilla—. Henry Vranjes si está en mis predios —aceptó sin titubeos—, y se le está tratando con toda la cortesía que amerita su cargo.

   —¿Entonces no le importará que yo vaya a comprobarlo? —siseó Divan—. Los malos entendidos es mejor aclararlos de tajo… ¿No le parece, Majestad?

   —Sí que me lo parece —contestó este, altivo—. ¡Atención, guardias! —exclamó llamando la atención de sus hombres—. A partir de ahora el señor Kundera nos acompañará en nuestro viaje, así que guarden las espadas y trátenlo con cortesía… Vamos a mostrarle que los midianos somos personas elegantes.

   Y de esta forma la comitiva retomó la marcha con un nuevo integrante más. Benjamín se puso al lado de Divan dándole charla mientras rezaba a todas las diosas. Ahora no le quedaba duda que Milán había capturado a Henry Vranjes y lo había llevado a Midas en contra de su voluntad. Sin embargo estaba seguro que su hijo amaba a ese hombre con todo su corazón y que esa había sido la única forma que había encontrado para acercársele. Un hombre consagrado a una diosa por una promesa de castidad no era un candidato fácil…Pero tampoco lo sería un antiguo tutor preocupado por el que había sido casi como un hijo. Aquello no sería algo sencillo, y Benjamín tuvo mucho miedo de que su hijo no fuese a salir bien librado.

 

 

 

 

   Una pasta amarillenta, pegajosa y hedionda, era lo que preparaba Dereck con esmero para sanar las heridas de su rey. >>Parece mierda de pollo>>, le había dicho éste mientras la revolvía, pero solo fue hasta que la acercó a él que Xilon se lo preguntó con seriedad. A cambio, Dereck le había obsequiado una tierna sonrisa y negado con la cabeza, mientras le explicaba que se trataba de un alga marina curativa que al mezclarse con algunas esencias más producía aquel hedor. Xilon no había parecido quedar muy convencido del todo pero había aceptado que se la aplicase; prefería eso a los emplastos curativos de los facultativos que quemaban y picaban. Aunque lo que realmente hubiese preferido era que Ariel lo curase, pero su hermano estaba tan molesto por el espectáculo que había contemplado en la mañana que no había aceptado verle durante todo el día.

   A pesar de esto, Xilon se encontraba más tranquilo. Luego de pasada la rabia por lo de Vladimir, había vuelto a sus anteriores cavilaciones. Recordó su última conversación con Benjamín Vilkas, el cuál le había explicado la forma como se había enterado de que Ariel era hijo de su marido. Al parecer, quince años atrás mientras buscaba unas cosas en su cuarto nupcial, el doncel se había encontrado con una carta donde Lyon, con su sello real como respaldo de la enmienda, confesaba a Ezequiel que Ariel llevaba su sangre. También le decía  que ya no podía más con esa situación y que prefería estar muerto a seguir viviendo sin él. La carta, posiblemente había llegado a Midas luego de la muerte de Lyon, porque Benjamín decía haberla encontrado casi una semana después de los funerales de aquel.

   Sin embargo, aquella carta también revelaba algo más; un secreto más turbio y oscuro, algo que muy pronto Xilon tendría la oportunidad de comprobar.

   —¿Majestad, ha oído algo de lo que le he dicho? —Dereck terminaba de colocar el emplasto sobre la brecha de la frente del rey. Era claro que éste no le había prestado atención en lo más mínimo y que algo importante ocupaba sus pensamientos.

   —¿Dereck… cómo sabes cuando alguien te está mintiendo? —preguntó Xilon taciturno. El muchacho se encogió de hombros, crispado y en ese momento el olor de aquel emplasto volvió a agitarle el estomago llevando las nauseas de vuelta a él. Xilon lo vio descomponerse frente a sus ojos, y poniéndose de pie sostuvo a Dereck antes de que éste cayera al suelo. Pero no pudo evitar que la vasija que sostenía el emplasto, y que el muchacho había soltado, se estrellara contra el suelo de la habitación.

   —¡Por las diosas! —se quejó el doncel, tambaleante. Su rey lo miró consternado.

   —¿Estás bien, Dereck? ¿Qué rayos fue eso?

   —Un mareo… nada importante —respondió llevándose las manos a la cara—. Solo un mareo.

   —Ven aquí. —Con un movimiento algo brusco, Xilon tomó a su antiguo amante en brazos y lo recostó sobre su lecho. Dereck tembló al verse acostado en la mismísima cama real, pero cuando vio que el varón se le acercaba reparando en sus ojos, toda la sangre pareció írsele a los pies. Xilon también parecía a punto de desmayarse.

   —Tus ojos… tus ojos han cambiado de color.

   —Mi señor… —Dereck rompió en llanto. Estaba realmente asustado.

   —¿Cuánto tiempo tienes? —preguntó el rey—. ¿Desde cuándo lo sabes?

   —Mis ojos cambiaron de color ayer, Majestad. Eso significa que solo tengo quince días.

   —¡Eso significa que es mío! —rugió Xilon, y sus ojos parecieron atravesar al chico frente a él—. ¿Cuándo pensabas decírmelo? —exigió—. ¿Después de parirlo?

   —¿Me dejaras parirlo, mi señor? —La voz baja de Dereck temblaba. Su pregunta hizo estremecer a Xilon. ¿De veras era un hombre tan déspota como para que le preguntaran algo así?

   —¿Por qué supones que no te lo permitiré? —inquirió suavizando el tono. Se había sentado en el lecho junto al doncel y ahora alzaba su diestra para acariciarle los cabellos.

   —Porque es un bastardo, supongo —respondió Dereck encogiéndose de hombros.

   —Pues no será el primer ni el último bastardo Tylenus —replicó Xilon pensando en Ariel—. Así que no te preocupes. Tendrás a tu hijo y se te permitirá vivir con él con dignidad, te lo prometo.

   —Xilon. —Dereck se atrevió a llamarlo por su nombre por primera vez y estrechándose contra él, recibió el abrazo más cálido que este le hubiera dedicado jamás.

 

 

 

 

   Una corrientilla de aire helado recorría los campos midianos. La meseta real rodeada de montañas esplendorosas se decoraba de colores otoñales, antesala al invierno que si bien, estaba lejos de compararse al de Earth o al de Dirgania, tampoco era para tomarse a la ligera.

   Los aldeanos trabajaban mas a prisa por esas épocas posibilitando de esta forma que las bajas temperaturas los sorprendieran con los cultivos recogidos y bien aprovisionados para soportar hasta la llegada de la primavera, la cual, resplandeciente y primorosa, volvería a sonreírles al año siguiente masacrando sin remordimientos los vientos gélidos.

   Y era justo esa misma corrientilla la que erizaba la piel de Henry quien, sumergido entre las diáfanas aguas de la alberca del palacio midiano, nadaba con la gracia y la agilidad de un hermoso pez.

   Aquellas albercas midianas eran consideradas una joya arquitectónica entre los cinco reinos. Eran artificiales pero desde las torres más altas parecían una cadena de pequeños lagos conectados por delgados canalillos. Toda una obra de arte que databa de los años siguientes al “Gran pacto”. Cada “lago” medía casi cincuenta metros de largo y tres de profundidad en las partes más hondas, justo en el sitio donde desembocaba la fuente: una cabeza de león cuyas fauces despedían inmensos chorros de agua caliente, con agua que brotaba desde el mismo fondo de la tierra.

   —¿Sucede algo tesoro mío? – preguntó Milán avanzando hasta la pileta donde se encontraba Henry. Un esclavo se le acercó y le quitó la bata de seda con la que se cubría.

   —Tengo un poco de frio —contestó el earthiano nadando hasta el bordillo de la piscina. Milán, desnudo y magnifico, comenzó a descender por las escalerillas de la alberca hasta llegar a él.

   —No te preocupes. De inmediato te haré entrar en calor —le susurró despacio dándole cortos besos en la nuca mientras los sostenía por la cintura. Los dos cuerpos se entrelazaron bajo el agua mientras las ramas de algunos árboles soltaban hojas que caían sobre ellos.

   Henry no sabía que estaba haciendo. Pensaba y se decía a si mismo que todo aquello era una farsa, la única forma de lograr su libertad. Pero cada vez le parecía más certera la sensación de que aquello era solo una excusa. La verdad era que se sentía libre como nunca había soñado estarlo jamás. Milán Vilkas, su entrega desmedida, y el apasionado y feroz amor que le profesaba a cada instante, le habían conmovido por completo. El haberlo poseído aquella noche, y luego de eso, en dos ocasiones más, estaban haciendo que fuese él quien se sintiera ahora perdiendo la cabeza. No sabía que pasaría luego, no sabía cómo terminaría ese extraño juego que habían trazado los dos, pero sin duda era algo en lo que de momento no quería pensar. En ese instante solo quería sentir el cuerpo de Milán cerca al suyo, sentir su aroma, su aliento cálido sobre su cuello; el calor de sus besos, de su piel.

   >> Realmente he enloquecido>> se dijo a sí mismo. >> Es por esto que Shion me prohibió el deseo carnal… Porque la tentación es grande, muy grande. ¿Y tú lo sabías, verdad Milán Vilkas? ¿Sabías que una vez degustara el sabor de lo prohibido solo desearía más y más de esta miel?

   Milán lo acercó más hacia la fuente de la que manaba el agua caliente. El vapor que empezó a correr por su rostro hizo que Henry se sintiera entre brumas y niebla; la silueta de Milán frente a él era todo lo que veía, y cuando éste lo puso de espaldas para lavarle los cabellos, el tesoro de Shion pensó que podía pasarse la vida entre aquellos brazos, que podía dejarse caer totalmente en el pecado.

   >>¿Pero, qué cosas estoy pensando?>> se reprochó a sí mismo. >Pronto me iré de aquí, pronto volveré a mi reino y esto no habrá sido más que un bonito sueño>> >>Ahora, en este momento solo soy Henry Vranjes, el hombre que desea ser amado, pero cuando este en Earth tendré que ser otra vez “El tesoro de Shion”, el ungido de la diosa>>

   Se volvió de nuevo hacia Milán y sin dilación lo besó. Le encantaba la entrega y la pasión que sentía siempre en aquellos labios, como si ese príncipe hubiese nacido solo para amarlo a él… para ser suyo.

   —¿Eres mío Milán Vilkas?

   —Soy tuyo —respondió el aludido con su boca sobre la otra—. Y lo seré hasta que me muera. Ni el temor a Shion pudo detenerme.

   —Eres un loco, un apasionado loco. Nunca me cansaré de repetirlo.

   —Y tú eres la fruta prohibida que las diosas lanzaron al mundo para tentar a los hombres. Las diosas son crueles.

   —No más que los hombres —replicó Henry—. Tú me has llevado a la perdición.

   Con una sonrisa Milán volvió a besarlo con ardor. Henry le entrelazó las piernas por las caderas y sus sexos se rozaron sin pudor. Ninguno de los dos podía creer lo que estaba sucediendo; que estuviesen allí unidos como viejos amantes, que sus cuerpos se sintieran tan bien acoplados que no quisieran separarse jamás. En medio del frenesí, Milán atrapó a Henry en una esquina de la alberca y lo puso de espaldas contra él, tallándole la espalda con sus manos, en un sinfín de movimientos sinuosos y delicados.

   Henry sintió las manos de Milán toqueteando sus muslos, rozando sus glúteos y ciñendo sus caderas. Los labios del príncipe recorrieron su espalda y descendieron bajo el agua buscando el sexo mojado y pulsátil. Cuando llegaron a este, Henry apoyó la cabeza sobre el bordillo de la piscina y se entregó por completo a las sensaciones. Se preguntó cuánto tiempo podría resistir Milán bajo el agua haciéndole aquello, pero realmente no pudo contabilizar por más de medio minuto; el deseo que comenzó a arder en su vientre se lo impidió, y cuando quiso abrir de nuevo los ojos Milán ya estaba junto a él limpiándose la boca.

   Al rato salieron del agua y se tiraron sobre la orilla de la piscina. Henry temblaba y Milán se echó sobre él tapándose ambos con una gruesa piel de bisonte. Las caricias se prolongaron casi durante toda la mañana y Milán se había dejado poseer de nuevo, esta vez incluso, a la vista de varios de sus sirvientes.

   —¿Desde cuándo estás enamorado de mi, Milán? —preguntó Henry de repente, observando al varón que debajo suyo volvía a compasar su respiración luego del orgasmo.

   —Fue el día que sembré las rosas negras que viste en el jardín —respondió el príncipe, jadeante.

   —¿Las sembraste tu mismo? —se sorprendió Henry, y el corazón pareció hervirle dentro del pecho.

   —Así es —asintió Milán—. Cuando terminé de plantarlas me paré de la tierra removida y me vi todo sucio, con la ropa mugre y sudada, entonces me dije: ¡Rayos Milán, mírate! Estás cultivando rosas. Tú, un experto en combate y armas. Fue en ese momento que lo supe —aseguró mirando a Henry con dulzura—. Te amaba.

   Con el rostro arrebolado, Henry acabó con la distancia que los separaba y su boca volvió a tomar la de Milán. Tal vez estaba cayendo como un tonto pero en ese momento no le importaba. La única persona que había amado nunca lo había conocido tan bien como para hacer algo así. En cambio Milán Vilkas parecía saber hasta sus pensamientos.

   Divan se había ido sin ni siquiera despedirse, le había abandonado sin palabras y sin razones, sin una palabra de consuelo, sin un por qué.

   El beso se rompió cuando una algarabía rompió la paz de los jardines donde se encontraban las albercas. Al parecer el rey consorte había llegado y exigía ver de inmediato a su hijo. Detrás le seguían Kuno, algunos guardias y un sujeto alto y corpulento que parecía más bien un bandolero.

   —¿Dónde está mi hijo? —preguntó Benjamín pasando por en medio de los esclavos. Milán y Henry se apresuraron en ponerse de pie, cubriéndose a medias con la piel de bisonte. Entonces la figura de Diván salió de detrás de los guardias encontrándose con su pupilo, medio desnudo, mojado y abrazado sin ningún pudor a la figura de Milán Vilkas.

   —¡Vaya, vaya! —ironizó Benjamín mirando a la pareja—. ¿Ve que no le mentía cuando le dije que Henry Vranjes era un invitado de honor?

   Pero la broma de Benjamín no pareció contener los ánimos del antiguo regente Earthiano. Su rostro se había congestionado de rabia y no podía creer lo que sus ojos veían.

   —Divan… —dijo Henry con un temblor creciente en sus piernas. Sin embargo, lo que hizo a continuación lo sorprendería hasta a él mismo.

   Con movimientos lentos se deshizo del amarre de Milán y salió del abrigo de piel. Su desnudez, sublime como la de una ser celestial, se paseó por todo el corredor de la piscina llegando a la altura de su antiguo mentor, el cual, aturdido, lo miraba como si lo estuviese viéndolo por primera vez.

   —Henry… —susurró como hipnotizado. Pero en ese momento la fuerte bofetada que el muchacho descargó sobre su mejilla le impidió decir algo más.

   —Divan… grati zah tra cla ves sachin. (Divan… hasta que por fin te apareces) —dijo Henry en perfecto Saguay, lengua natal de los Earthaianos—. Ves es gemis tractana (Te he estado esperando).

 

 

Continuará…

 

 


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