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El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

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Capitulo 16

Fichas sobre el tablero

 

   Encerrados en el salón del concejo de la mansión central, Divan y Milán esperaban la llegada de Henry, el cual, azorado por la llegada de intempestiva de su tutor, se había ido a colocar algo más apropiado.

   En el salón había un ambiente tenso. Milán reparaba muy bien a Divan estudiándolo a detalle, mientras éste le dirigía miradas de vez en vez sin atreverse a reprocharle nada después de la forma como había encontrado a su pupilo enredado entre sus brazos.

   Quince minutos más tarde Henry bajó por fin. Mientras lo acicalaban había tenido el tiempo suficiente para asimilar lo sucedido. ¡Diván por fin estaba allí! cerca de él, ¡Había venido por él! El momento que había deseado durante tres largos y solitarios años estaba sucediendo. Pero entonces, ¿Qué pasaba? ¿Por qué la sensación de inmensa felicidad que se suponía debía estar sintiendo no estaba allí haciendo latir su pecho? ¿Por qué en vez de sentir qué su corazón volvía a renacer estaba en cambio más preocupado por tener, muy posiblemente, que abandonar Midas? ¿Tendría Milán Vilkas algo que ver? ¿Tendría que ver el hecho de pensar que los dos días más felices de su vida habían terminado?

   << ¡No! >> Se reprochó internamente, sintiendo que le faltaban las fuerzas para llegar hasta aquel salón. Divan era el único hombre que había amado y el hombre indicado para él. Divan lo había ayudado a gobernar durante muchos años y respetaba sus votos.

   Divan se había ido del palacio el día en que Henry había cumplido su mayoría de edad. Y lo había hecho en silencio, sin aviso, sin palabras ni despedidas.

   << Pero si le confieso mis sentimientos se quedará >>, pensó Henry. Si esta vez le decía lo que sentía por él y no se quedaba callado, Divan se quedaría a su lado y ambos vivirían en un compromiso de castidad, gobernando Earth con rectitud y paz. En la nueva vida que Henry tenía planeada no había cabida para romances lascivos y mundanos, no había espacio para sueños pueriles y tontos… No había espacio para Milán Vilkas.

   << ¿Pero serás capaz de olvidarlo? >> habló una voz en el interior de Henry.

   La respuesta podía oírse alta y clara en el fondo de su corazón pero él aun era muy necio y sordo para escucharla.

   Digno, majestuoso y con esa misteriosa sensualidad que lo rodeaba como un aura entró al salón seguido del vaivén de terciopelo que dejaba su capa. Al entrar lo primero que sintió fue la tensión que flotaba en medio de los dos varones, sin embargo, aparentando calma, Henry se adelantó hasta donde su tutor, y esta vez, respetuosamente, le ofreció su mano enguantada mientras sus penetrantes ojos negros se clavaban en la mirada azul de Divan.

   —Asperves cam vikasu min ves esplendo (Sigues tan bello como te recordaba) —dijo Divan besando la mano de su pupilo—. Jal (No) —se corrigió—. Gemis fan vikasu kaoma (Estas más bello aun) —Sus ojos miraban a Henry con nostalgia. Del niño asustado que años atrás le había tocado terminar de criar no parecía quedar mucho a primera vista, sin embargo, tras el brillo intenso de los ojos oscuros de Henry, Divan pudo notar cierto atisbo de miedo. La hermosura del rey había crecido también con el paso de los años y su leyenda había llegado hasta los sitios más remotos de Earth, pero en el fondo, su muchacho seguía siendo un ser lleno de dudas y soledad.

   Suspiró tras el término de su escrutinio. Se sentía orgulloso de haber sido participe en la formación de aquel increíble joven y era justo por eso que le había resultado asombroso que Henry hubiese cedido tan fácilmente a la seducción de un extranjero. Durante todos esos años había creído conocer a la perfección a su pupilo, pero al parecer no estaba ni remotamente cerca de entender por completo el corazón de aquel doncel.

   La guardia de Earth le había dicho que Henry gustaba de salir solo para ir una vez al mes a ver a Shion. Divan sabía la razón de esto pero también pensaba que había algo más. Al parecer, en el fondo de su corazón, Henry amaba el reto, el desafío que le suponía enfrentarse a sus pretendientes, amaba la posibilidad de poder ser capturado alguna vez, tal como finalmente había sucedido.

   << ¿Acaso el riesgo te hacía sentirte libre, mi hermoso muchacho? —se preguntó Divan internamente—. Parece que aun sigues siendo un niño en muchos sentidos y eso es hasta cierto punto comprensible, pero es hora de que comprendas finalmente de que ya no lo eres. Ya no eres el niño que entrenaba y al que le decía que hacer, ahora eres un rey, un hombre. Y lo tendrás que asumir >>

   Henry se alejó varios pasos de su tutor y miró de soslayo a Milán. El príncipe se hallaba parado de brazos cruzados, medio sentado en la mesa del concejo; sus ojos parecían sonreír y lucía tranquilo. Henry suponía que ello se debía a que no entendía nada de los que Divan había dicho, ni de lo que él diría a continuación. No tenía ni idea de lo equivocado que estaba.

   —¿Tra zah? (¿Por qué?) —inquirió mirando de nuevo a Divan—. ¿Cam liere disc gemi bromo ves, zah ja dromes torko lia diesma qui xerima? (¿Tan poco importante fui para ti, que ni siquiera merecí un beso de despedida?).

   —Boricochana (Hijo) —Divan trató de acercarse y aferrar a Henry pero éste lo rechazó de un manotón que hizo sonar el talismán de su muñeca.

   —¡Jal ki vrie boricochana! (¡No me llames hijo!) —espetó con rabia—. ¿Mulyeki zah wago frevi min bromo belef hilar de nutves? (¿Tenía que pasar algo como esto para poder volver a verte?)

   — Yolaziji zah di jal ki lansemi… (Pensé que ya no me necesitabas…)

   — ¡Ventes ased zah ku roemmos ma o jal xeires pil frevi ve vranos! (¡Pudiste dejar que yo decidiera eso y no irte como lo hiciste!).

   Ambos suspiraron. Henry agachó la mirada y Divan se acercó tomándolo de ambas manos, caricia que esta vez su pupilo no rechazó.

   —Hilirf de Earth ve o ku o rolalus shivas. (Volvamos a Earth tú y yo y hablaremos bien) —pidió mirándolo con fervor—. Be ene Shion borichan ves enarki filir dioki vente elvirene qui zah reril min lim gemo mers lia espa qui labra. (Si los sacerdotes de Shion te ven llegar conmigo podremos convencerlos de que todo esto solo ha sido una visita de estado)

   —Jal ve ansi (No lo sé) —respondió Henry dubitativo, y en ese momento sus ojos volvieron a buscar la figura de Milán, quien inclinado sobre la mesa continuaba mirándolo todo, imperturbable—. Jal ve ansi (No lo sé) Ene Shion borichan gemene rie sung. (Los sacerdotes de Shion son muy suspicaces)

   —Kea jun qui ves mire formis li ve jum (La cinta de tu frente permanece en su puesto) —replicó Divan esbozando una media sonrisa que hizo sonrojar a Henry—. Jal mulveka marin bromo disbal qui ves. (No tendrán razones para dudar de ti)

   La duda volvió a asomarse en los ojos de Henry.

   << ¿Pero qué me pasa? >> se preguntaba. La oportunidad que necesitaba estaba frente a él, la única forma de volver a Earth con su honor inmaculado, y que los sacerdotes de Shion no dudaran de su castidad, era junto a su antiguo tutor, y estaba dudando. ¿Por qué? << Porque Earth es tu verdadera prisión; Shion y sus sacerdotes, tus verdaderos captores >> dijo nuevamente la voz interior. 

   —Divan… —Henry se acercó a su antiguo mentor, sus ojos temblaban tanto como el resto de su cuerpo.

   Mientras tanto, afuera, detrás de los grandes portalones de la entrada a la cámara, Benjamín trataba de buscar la manera de poder escuchar aquella conversación. Le era menester saber que se decía dentro de aquellos muros y de momento, Kuno era su única alternativa.

   —Sabes levitar… así que, vamos, sube hasta el calado que está allí y miras lo que sucede adentro.

   —¿Vamos a espiar la conversación de mi hermano con Henry y ese señor raro?

   —No, vamos a contar los adoquines de la sala del concejo —respondió Benjamín rodando los ojos.

   —¡Espiar es algo muy vulgar! —se quejó Kuno.

   —¡También lo es dejarte manosear a la vista de cualquiera!

   —¡Papá! —Los ojitos de Kuno se aguaron pero aquello sirvió para que cerrara la boca e hiciera lo que Benjamín le pedía. Desde hacía muchos años los poderes bionergeticos del príncipe le habían ayudado a manejar la levitación, pero varios años atrás, luego de  caerse desde una considerable altura, Kuno había decidido no practicar más y olvidar aquello. Pero esta vez Benjamín necesitaba de su poder y le parecía una buena oportunidad para que su hijo dejase el miedo. Pronto sería un doncel casado y se convertiría en todo un señor; debía dejar de evadir los problemas.

   —Te sostendré si resbalas, lo prometo —aseguró el rey consorte mientras Kuno se elevaba. Estaba tan nervioso que parecía que apenas estuviese aprendiendo a hacer aquello. Se elevaba con tanta lentitud que parecía que su cuerpecito menudo pesara toneladas. Cuando alcanzó los dos metros miró hacia abajo y dudó; su delicada figurita trastabilló en el aire, pero Benjamín, tal como había prometido, colocó sus brazos presto a recibirlo.

   Pero a pesar de eso, Kuno no cayó;  respiró profundo y terminó de ascender la distancia que le faltaba hasta poder sostenerse fuertemente de los calados y posar sus pies sobre una ancha cornisa.

   —Ya los veo —susurró desde arriba con una amplia sonrisa.

   —¿Y puedes escuchar que dicen? —inquirió Benjamín un tanto apurado.

   Kuno se concentró todo lo que pudo y agudizó el oído todo lo que le daba. Cuando las voces de Divan y Henry llegaron hasta sus oídos el pequeño príncipe arrugó el ceño, confundido.

   —Hablan en un idioma muy extraño —informó mirando a Benjamín—. No entiendo nada.

   —Deben estar hablando en saguay —meditó este—. ¿No entiendes nada de nada? ¿Ni un poquito si quiera?

   —Papá. —Fue el turno de Kuno de rodar los ojos—, yo solo hablo dos idiomas; Kraki y mal kraki —se burló.

   Benjamín chasqueó la lengua.

   —En ese caso sigue mirando… por lo menos dime que sucede.

   Obediente Kuno volvió a su quehacer. Dentro de la sala del concejo Henry y Diván seguían hablando bajo la atenta mirada de Milán. Divan había vuelto a toma a Henry, ahora de los hombros tratando de convencerlo de su idea de volver juntos a Earth.

   —Henry… Hilirf de Earth (Volvamos a Earth) —insistió—. Frevi laira wago ar Earth (Algo grave pasó en Earth) Frevi rie laira (Algo muy grave)

   —¿Frei rie laira? (¿Algo muy grave?)

   —Pil gemi (Así es) —Divan se acercó mucho más a Henry y sus labios rozaron la oreja derecha del doncel—. Kea lansa, kae porte Shion… gemu escalart (La amatista, el tesoro de Shion… fue robada) —susurró.

   Las rodillas de Henry temblaron, el rey sintió como si un gran ariete se hubiese estrellado contra su estomago dejándolo sin aire.

   —Jal… (No…) —dijo casi sin aliento y cayó exánime entre los brazos de Divan—. Kea lansa jal (La amatista no)

   Al ver a Henry caer casi desmayado en brazos de Divan, Milán avanzó a prisa hasta ellos. Las últimas palabras de su tesoro habían llegado claras hasta sus oídos pues Henry, afanado, había alzado la voz más de la cuenta.

   —¿Kea lansa? (La amatista) —preguntó asombrando a sus interlocutores con su exelente saguay— ¿Qui zah lansa rolef? (¿De qué amatista hablan?)

   Henry y Divan se miraron asombrados, según lo que tenían entendido solo la alta nobelza earthiana comprendía el saguay, pero era obvio que se habían equivocado y que hasta en eso se había preparado bien Milán Vilkas.

   —¡Henry! —exclamaron ambos varones cuando el susodicho perdió del todo los colores de su rostro.

   — Zah Shion lus azumi. (Que Shion nos proteja) —alcanzó a decir el doncel antes de quedar inconsciente del todo.

 

 

  

 

  El jardín privado de Ariel era cómo esos oasis kazharinos acerca de los cuales cantaban los bardos de Midas. Estaba lleno de una amplia, variada y espesa vegetación, y tenía una cadena de caminitos pedregosos que se comunicaban entre ellos de forma casi laberíntica, haciendo extraviar a más de un incauto.

   Aquella mañana, Ariel estaba sumergido en la alberca de aquel lugar. Rodeado de sus donceles de compañía; el príncipe se refrescaba en las aguas de la pileta, sintiéndose mucho más aliviado en su tercer día de menarquía. El dolor se había ido por completo de su cuerpo, la tranquilidad volvía a tomar poco a poco su espíritu y se sentía mucho más relajado. Sin embargo, sus humores seguían haciendo de las suyas entre los varones, que en aquel último día, no podían acercarse a menos de cincuenta metros del doncel.

   —Lava mi cabello bien, a ver si estos humores se van de una buena vez. Necesito hablar con mi hermano—. El sirviente que se hallaba frente a él se introdujo con sus ropas dentro de la pileta y la bata que llevaba puesta se transparentó, haciendo visible su cuerpo espigado y delicioso.

   —Su alteza parece de mejor humor —dijo haciéndose con el sándalo mientras soltaba la larga cabellera de Ariel y comenzaba a desenredar los risos rebeldes.

   —Me siento de mejor humor —aceptó el príncipe—, por lo menos mi hermano no se ha vuelto a pelear con ese hombre… Xilon no es así. Estoy seguro que ese Vladimir Girdenis lo provocó.

   —Cierto. ¿Le disgusta mucho ese hombre alteza?

   —¡Es un sujeto detestable! —gruñó, pero el suspiro que dejó escapar luego lo dejó en evidencia. El sirviente sonrió a sus espaldas.

   —En ese caso será mejor que no mire a su derecha, mi señor… podría dañársele el día. —Ariel se volvió para mirar a donde le decía su sirviente. Cuando una figura erguida y segura salió de entre unas largas hojas de palma, Ariel se tensó y su rostro se congestiono por completo.

   Vladimir vestía un pantalón holgado y una camisa de dril con los cordones delanteros desamarrados. Su cuello lucía perlado de gotitas de sudor y venía comiendo un fruto rojo y jugoso. Al verlo avanzar, el resto de los sirvientes trató de detenerlo mientras Ariel intentaba salir del agua. Sin embargo, cuando uno de los donceles de compañía se acercó hasta él, ofreciéndole una sábana con la que cubrirse antes de emerger de la pileta, la mano delicada pero decidida del sirviente que estaba lavándole el cabello lo detuvo.

   —¡No, alteza! —le susurró al oído mirando de reojo a Vladimir—. Si sale ahora de la alberca, ese hombre habrá logrado su propósito… fastidiarlo. ¿Va a permitirle eso?

   Los ojos rojos de Ariel se clavaron en la mirada levemente amarilla del otro chico. Ese sirviente era listó, pensó. Así que con un leve asentimiento le dio la razón y acomodándose para que el jovencito siguiera lavándole el cabello, dejó que Vladimir se acercara por completo.

   El midiano llegó casi hasta el borde de la pileta y de un salto se acomodó en el borde de un muro bajito que gozaba de la sombra.

   —Buenos días, alteza —saludó mientras seguía comiendo su fruto—.  Es una buena idea tomar un baño con este calor.

   —Y es una atrevimiento que usted esté aquí —espetó Ariel sin mirarlo siquiera.

   —Pues desde aquí no puedo ver nada que no haya visto antes —replicó Vladimir. Esta vez Ariel sí que se volvió a mirarlo y sus ojos rojos miraron al otro príncipe con dureza.

   —Si quiere mirar, mire… —dijo luego de unos instantes dándole de nuevo la espalda—. No le impediré mirar lo que nunca podrá tocar.

   La risita que brotó de labios de Vladimir hizo temblar a Ariel, pero éste no le dio el gusto de girar de nuevo. Con un movimiento pausado se recostó sobre el bordillo de la pileta mientras su sirviente le enjuagaba la espalda.

   —¿Cómo te llamas? —preguntó luego de un rato reparando bien en el suspicaz sirviente—. Nunca antes te había visto por aquí.

   —Mi nombre es Dereck, alteza —respondió el muchacho tallando suavemente la espalda de su señor—. Llegué hace unos días con la comitiva de su majestad, Xilon y desde entonces me he quedado en palacio.

   —¿Vienes de Midas? —Ariel se apartó confrontándolo con gesto hosco—. ¿Eres midiano?

   —¡No, mi señor! Soy de Jaen —corrigió Dereck con rapidez—. Servía a su majestad en el otro castillo, pero cuando mi señor viajó a Midas me llevó con él y ahora a su regreso prefirió que me quedara en este lugar y me pusiera a vuestras órdenes. 

   —Bueno… —La expresión recelosa de Ariel se diluyó un poco, pero de repente aquel  instinto del que le había hablado su facultativo, esa capacidad de los donceles con menarquía de darse cuenta cuando otro doncel estaba embarazado, se activó. Y Ariel miró a Dereck justo en la panza—. Supongo que mi hermano te ha dejado quedarte aquí por tu estado. ¿Estás embarazado, verdad?

   El rostro de Dereck palideció por algunos instantes, pero su destreza para la actuación le permitió recuperar el aplomo de inmediato.

   —Sí, estoy embarazado —admitió—. Será mi primer bebe.

   —Pues últimamente hay peste de embarazos entre mis sirvientes —respondió Ariel, huraño—. Desde que estoy con la menarquía he contado al menos siete.

   —Pues no se preocupe mi joven señor, entre más experiencia tengamos sus sirvientes mejor le podremos servir cuando vengan los suyos.

   —Pues yo no creo que sea pronto—. Con un suspiró Ariel cerró los ojos y dejó que lo siguieran atendiendo. Dereck terminó de lavar la larga cabellera platinada del príncipe y luego comenzó a frotarle unas esencias perfumadas. Al cabo de un rato otro doncel entró al agua y abriendo una gruesa sabana cubrió la figura de Ariel mientras este salía de la alberca y cubría su cuerpo con una delgada túnica de seda. De manera que Vladimir no lo alcanzó a ver del todo desnudo.

   Instantes después la figura de Ariel reposaba sobre una litera; se sentía adormilado pero sus ojos se negaban a cerrarse. Dereck se sentó a su lado y comenzó a secarle el cabello. Ariel buscó con sus ojos a Vladimir, y lo encontró allí donde lo había dejado antes, con esos ojos verdes que no dejaban de mirarle.

   << No te dejaré ponerme nervioso —pensó—. No te daré ese gusto >>

   Pero al parecer no lo estaba logrando de a mucho, pues la sonrisa de Vladimir, descarada y altanera, mostraba satisfacción.

   << Eres tan hermoso que debes ser pecado >>, pensaba el midiano mientras sonreía. Que las diosas lo perdonaran pero él quería ser el único en tener el privilegio de tocar a aquel niño; de oler esos cabellos, de rozar esa dulce piel. La noche que se había metido a hurtadillas dentro de las habitaciones del príncipe, solo había tenido ocasión de presentarse, pues para su desgracia, unos sirvientes se habían despertado y él se había quedado sin la oportunidad de decirle a Ariel la forma como quería reparar la deshonra de Kuno.

   Pero ahora lo tenía allí de nuevo, a su merced, cerca, muy cerca. Y esta vez no desaprovecharía la oportunidad.

   Con el paso de la mañana, Ariel finalmente se quedó dormido en su litera. Dereck, que se había alejado un poco de los demás sirvientes, aparentando estar entretenido con la preparación de la merienda, se acercó lentamente a Vladimir, y una vez lo tuvo a una distancia considerable abrió la conversación.

   —Veo como mira a mi señor, alteza. ¿Le gusta, verdad?

   —Me fascina —respondió Vladimir sin apartar sus ojos verdes de la figura dormida de  Ariel—. ¿Cuánto quieres por ayudarme a tenerlo un rato a solas?

   Una sonrisa ladina adornó los labios de Dereck. Al parecer las diosas volvían a sonreírle.

   —¿Qué me dirá si le digo que mi precio es un poco alto?

   —Diré que pagaré lo que sea.

   —¿Y podré confiar en usted? ¿Cómo podré estar seguro que no quiere hacerle daño a mi joven señor?

   —A tu joven señor no le haré nada que él no quiera. Tienes mi palabra.

   —Y usted es de los hombres que respeta la palabra ¿No es así? —Dereck volvió a sonreír con esa coquetería típica de él. Vladimir se dio cuenta de inmediato que aquel sirviente era alguien que parecía saber más de la cuenta y aquello lo turbó.

   —¿Quién eres ? —le preguntó tomándolo de un brazo. Dereck se quejó un poco pero luego su sonrisa se amplió, divertida.

   —Quién soy, pregunta mi joven señor —susurró con sensualidad—. ¿Estaría mi señor satisfecho si le digo que soy el único camino que tiene para conseguir lo que quiere?

   —¿Y sabes acaso tú lo que quiero yo?

   —¿Acaso lo sabe usted?

   —Quiero a Ariel Tylenus… eso es lo que quiero —respondió Vladimir.

   —Y quiere también algo que le asegure que Xilon Tylenus no volverá a lastimar a su hermano, el principito de Midas ¿Verdad?

   Vladimir apretó con brusquedad el brazo de Dereck. ¿Cómo sabía ese sirviente algo así?

   —¿Quién eres? —volvió a preguntar esta vez haciendo más presión en el brazo que apresaba.

   —Soy un hombre libre, solía ser amante de su majestad, Xilon—. La mano que Dereck tenía libre toco su vientre—. Y seré el papá de su primogénito —confesó.

   —¡¿Qué?!

   —Su majestad ya sabe que le daré un hijo, y su hermano Kuno Vilkas no debe temer. No pienso hacer nada para arrebatar el trono que le corresponderá al primer hijo que él le dé a Xilon.

   —¿Y cómo podre confiar en eso? —Los ojos de Vladimir resplandecieron con un brillo helado.

   —Le doy mi palabra —sonrió Dereck, divertido—. Si usted me promete hacer lo que le pido… claro.

   —¿Y qué me pides? —inquirió Vladimir. Acababa de darse cuenta que estaba ante alguien que dependiendo de sus respuestas podía ser un gran aliado o un importante enemigo. Dereck miró bien a ambos lados antes de responder. El resto de los sirvientes seguían entretenidos en los preparativos de la merienda y en Ariel que ya se removía en tónica de despertar pronto.

   —Quiero que aleje a Ariel Tylenus de Jaen —respondió Dereck cuando se sintió seguro de que nadie más, excepto Vladimir, lo oía—. Ese niño tiene un gran poder sobre su hermano y temo que las acciones futuras de Xilon se puedan ver entorpecidas por los pedidos de ese niño. Y no me malinterprete —añadió muy serio esta vez—. No tengo nada en contra del pequeño príncipe; se que en el fondo es un buen chico, pero está lleno de resentimiento y dolor y temo que ahora que ha perdido a su padre y sienta que pierde a su hermano pueda estropear inconscientemente el matrimonio de su majestad, Xilon. Temo también que si se entera de que el niño que llevo en mi vientre es de su hermano intente algo contra nosotros.

   —Veo…—Vladimir sabía que lo que le proponía aquel doncel era una oportunidad única. Podría conseguir llevarse a Ariel consigo y solo tendría que prometer mantenerlo alejado—, ¿Qué tengo que hacer para poder llevármelo sin que Xilon pueda impedirlo?

   —Fácil. —Dereck miró de soslayo a Ariel que ya empezaba a incorporarse, medio adormilado aun—. Sígame la corriente a partir de ahora —le dijo a Vladimir antes de alejarse para volver al lado de su señor.

   Merendaron unos pastelillos rellenos de carne de cordero, con una deliciosa salsa agridulce. Ariel mandó a varios sirvientes para que le llevaran a Vladimir unas degustaciones, pues a pesar de toda circunstancia adversa entre ellos, él sabía ser un buen anfitrión.

   Más tarde cuando ya despuntaba el medio día en todo su esplendor, Ariel pidió una botella de un suave vino y comenzó a beber. Cuando iba por el quinto trago los estragos de la bebida empezaron a hacer mella en él y haciendo un mohín de fastidio llamó a Dereck, quien atento llegó a los pies de su señor de inmediato.

   —Estoy aburrido, Dereck —dijo echándose sobre su litera mientras entregaba su copa vacía. Dereck se sentó a sus espaldas y comenzó a trenzarle el cabello.

   —Hay un juego muy común entre los chicos del puerto, mi señor —comentó mientras tejía un complejo trenzado en la larga cabellera platinada—. Es el juego de la verdad.

   —Pues suena un poco aburrido —refunfuñó Ariel—. ¿En qué consiste?

   —Consiste en hacer preguntas y contestarlas solo con la verdad. Si la persona no quiere contestarla entonces tiene que pagar una penitencia.

   —¿Penitencia, dices?

   —Sí, mi señor.

   —Pues…—Ariel sonrió maliciosamente mirando a Vladimir—. Ahora suena un poco más interesante tu juego —murmuró entornando peligrosamente la mirada—. ¡Vamos a jugarlo, Dereck! Pero para hacerlo más interesante le pediremos a nuestro invitado que juegue también.

   —Como quiera mi señor. —Dereck se dio media vuelta y con su mano llamó la atención de Vladimir.

   —¡Alteza! —exclamó desde la litera—. ¿Quiere venir con nosotros? Haremos un pequeño juego y mi señor quiere que usted también participe.

   —¿La realeza quiere juntarse con la plebe? —siseó Vladimir desde su puesto—. ¿Y eso a que se debe?

   —A nada en especial —contestó Ariel con tono inocente—. Solo que el día está aburrido y no me gusta ser un mal anfitrión. Quiero que al llegar a Midas tenga usted el placer de contar algo interesante a los cortesanos.

   —¿Y qué tan interesante será esto?

   —Que nos lo diga Dereck.

   Con una orden silente, Ariel dio su autorización para el juego; todos se pusieron en círculo a derredor de la alberca sobre mullidos almohadones. Solo Ariel se mantuvo recostado de medio lado sobre su litera mientras Dereck explicaba las reglas de juego.

   —Se llama el juego de la verdad. —La sonrisa del sirviente era la más maliciosa que Vladimir hubiese visto jamás. Dereck se desprendió de un pequeño talismán que siempre llevaba colgado del cuello y lo colocó en medio del círculo—. Este es el talismán de la verdad— dijo—, si mienten el talismán lo sabrá… y el precio por la mentira será caro—. Dejó el pequeño objeto con forma de cristal translucido en frente de todos y volvió al lado de Ariel; luego miró la daga que Vladimir llevaba colgada al ciento y  se la pidió prestada.

   —¿Para que la quieres? —preguntó éste precavido.

   —También hará parte del juego —respondió Dereck y sus ojos relampaguearon con un brillo que Vladimir reconoció como una señal. Suspiró con fuerza y finalmente entregó su puñal de acero con montura de marfil. Dereck puso el objeto a girar sobre el suelo de piedra del jardín, la hoja brillaba bajo el incandescente sol hasta que finalmente la punta señaló a un doncel menudo que tenía casi la misma edad de Ariel mientras la punta empuñadura hacia lo propio con otro chico. Las preguntas comenzaron a ir y venir pero eran tan aburridas y desabridas que Ariel comenzó a sentir sueño otra vez. Sin embargo, para su fortuna, luego de quince minutos de juego por fin la daga apuntó a Vladimir mientras el otro extremo señalaba al atrevido Dereck.

   —Vaya, vaya… —siseó el doncel riendo bajito. Ariel se emocionó tanto que se incorporó sobre su litera—. ¿Dirá la verdad, alteza o prefiere un reto? —preguntó el jovencito con un tono tan lascivo que los demás presentes se turbaron. Vladimir miró al muchacho unos instantes antes de responder.

   —Diré la verdad—. La sonrisa de Dereck fue amplia y descarada; su mano diestra masajeaba los pies de su señor mientras su boca se relamía anticipadamente. Finalmente soltó su pregunta, y al oírla, Ariel se sintió tan abrumado que un suspiro escapó de sus labios.

   —¿Cuándo fue la primera vez que su majestad deseó a alguien con todo su ser y cómo resultó? —preguntó Dereck relamiendo su labio superior con sensualidad.

   —No creo que ese tipo de preguntas sean adecuadas para oídos de su alteza —advirtió un doncel, uno de los mayores que se hallaban allí.

   —¿Y por qué no? —replicó Dereck—. Nuestro señor ya no es un niño y estoy seguro que quiere oír cosas más interesantes que simples travesuras de niños. ¿O me equivoco, mi señor? —Sus ojos buscaron a los de los de Ariel; el príncipe estaba sonrojado pero le gustaba que aquel criado no lo tratara como un niño. Se obligó a sonreír y mirando también a Vladimir ordenó:

   —Contesta la pregunta… queremos oír la respuesta.

   Vladimir se estiró sobre sus almohadones, su silueta quedó recostada de medio lado mientras su cabeza reposaba sobre su mano izquierda.

   —Tenía trece años —comenzó a relatar mientras sus ojos miraban sin discreción las piernas a medio cubrir de Ariel—, el tenía la misma edad; se llamaba Dimitri y era una belleza trigueña de cabellos rojos como los de Ditzha, largos hasta la cintura; sus ojos eran tan azules como el mismísimo océano, su nariz recta y sus labios carnosos—. La voz de Vladimir sonaba tan suave y profunda que Ariel no podía dejar de mirar sus labios—. Nos conocimos gracias a que ambos éramos pupilos de un mismo tutor de bioenergética —continuó hablando el midiano—. Aquel hombre nos dejaba a solas en su laboratorio privado para que ensayáramos lo aprendido en las lecciones. Así que un día simplemente ocurrió… Lo tiré sobre la mesa de las esencias —anotó relamiéndose el labio superior—; era tan virgen como yo, y su interior era tan cálido y apretado que creí que moriría entre sus brazos. Lo hicimos dos veces más aquella mañana; una contra la pared y otra sobre el piso.

   —¿Cómo los animales? —preguntó Ariel intentando parecer áspero, pero aquello solo le sirvió para darse cuenta de lo seca que se le había puesto la garganta.

   —Si, como los animales —respondió Vladimir, malicioso—. Como potros en los establos o conejos en el campo.

   —¿Y qué fue de él? —intervino Dereck tratando de ponerle más picante al asunto—. ¿Se siguieron viendo?

   —Por un par de meses seguí tomándolo después de las lecciones, en el laboratorio o en el campo, pero su padre descubrió lo nuestro y lo mandó lejos de mí. El era un señorito de buena cuna y yo solo un campesino. Supe luego que lo habían casado con un rico comerciante… Nunca más volví a verlo.

   —Parece que nunca gana usted —sonrió Ariel burlón—. Debe ser porque siempre aspira a cosas muy altas.

   —Es porque las merezco —replicó el príncipe con altivez—. Y en el caso de Dimitri gané… en todo sentido. Nunca estuve enamorado de él y nunca pretendí desposarlo; solo quería hacerlo mío, poseerlo… y lo hice.

   Ariel apartó los ojos sintiéndose tremendamente avergonzado. Dereck rompió la tensión haciendo girar el puñal de nuevo. Esta vez la daga lo escogió a él para formular la pregunta y su víctima resultó ser Ariel.

   —¡Qué emoción! —exclamó, mirando a su señor con un mohín travieso—. Le advierto que no seré compasivo con usted solo porque es usted —advirtió con un guiño—. Así que escoja muy bien, alteza. ¿Dirá la verdad o prefiere penitencia?

   El silencio se hizo momentáneamente en el jardín; el leve susurro del viento haciendo mover un poco las hojas de palma era lo único que se oía en aquel lugar. Ariel parecía un tanto nervioso, pero cuando un gesto de triunfo pareció asomarse en los labios de Vladimir, el pequeño príncipe se incorporó sobre su litera y se decidió.

   —Aceptaré una penitencia… la que sea.

   —¿Es acaso porque le resulta más fácil actuar que no mentir? —siseó Vladimir. Un cuchicheó se alzó entre los sirvientes pero Ariel los hizo callar con una mirada de advertencia.

   —No tengo nada que ocultar —aseguró—. Pero me resulta más divertido aceptar un reto.

   —Y a mí me resultará más divertido escogerlo —se relamió Dereck—. He visto que las manos de su alteza, Vladimir se encuentran lastimadas y sé que usted…

   —¡De ninguna manera! —protestó Ariel a sabiendas de lo que le pedirían.

   —Y se que usted tiene el poder de curar —continuó Dereck como si no hubiese oído el reclamo—. Quiero que se las cure, alteza.

   —No lo haré, mejor contestaré una pregunta.

   —¡Ah, no! —Dereck se quejó con un puchero—. Una vez se escoge la prueba no es posible retractarse; son las reglas mi señor y todos las hemos cumplido. ¿No será el único en ponerse en vergüenza, verdad?

   Ariel miró a Dereck con recelo; una parte de su instinto le decía que el sirviente estaba burlándose de él y otra que quería ayudarlo a humillar a ese midiano insolente. De mala gana se puso de pie y se colocó al lado de Vladimir sobre los almohadones. El otro príncipe se incorporó lentamente.

   —Déjeme ver —dijo Ariel tomándole las manos. Vladimir tenía colocados unos vendajes que le cubrían unas gruesas ampollas, las cuales ya empezaban a cicatrizar. Su piel era áspera y sus manos grandes y fuerte; manos de campesino, quien a pesar de llevar mucho tiempo en la realeza parecía gustar aun de las actividades de los lacayos.

   << Deja de temblar, deja de temblar >>, se decía Ariel a sí mismo mientras sus manos quedaban sobre las de Vladimir y la bionergía curativa empezaba a pasar de su piel hacia la del otro príncipe con un calor reparador. Su poder era más fuerte que el de Xilon, y su tutor solía decirle que sería incluso más poderoso de lo que había sido su papá Lyon, quien había sido considerado uno de los sanadores más grandes de los cinco reinos. Mientras lo curaba, los ojos de Ariel se encontraron por un momento con los de Vladimir. Ambos se miraron por unos instantes que parecieron eternos; una mirada tan cercana e intensa que pareció dejarlos a ambos sin aliento.

   —Ya está —dijo Ariel al terminar.

   Las manos de Vladimir lucían como si hubiesen sido esculpidas en mármol de lo suaves y tersas que habían quedado.

   —¿Nos dirá cómo se las lastimó, alteza? —inquirió Dereck mientras Ariel volvía a su litera.

   —Pensé que no tenía que responder nada mientras la daga no me señalara —contestó el midiano, ladino. Dereck sonrió.

   —My astuto, alt…

   —Sin embargo contestaré —le interrumpió mirando de nuevo a Ariel con intensión—. Me hice estas heridas durante el paso de “Esmaida” por Midas. Intentaba ayudar a alguien, a alguien muy querido para mí. Intentaba que otra persona que lo había lastimado antes, no lo hiciera de nuevo.

   << Perfecto, esto se está yendo justo por donde quiero >>, pensó Dereck al ver la cara nerviosa que ponía Ariel.

   << Quiere  hacerme ver que sabe lo de Kuno >>, pensaba el príncipe. Xilon ya le había contado que Vladimir sabía lo del ultraje, pero ahora comprendía que Vladimir quería dejarlo claro.

   —Entonces sigamos jugando —pidió haciendo que Dereck pusiera a girar la daga otra vez. El puñal se movió eligiendo entre los sirvientes y olvidándose de los príncipes durante casi veinte minutos. Ariel estaba aburriéndose de nuevo cuando la daga volvió a señalarlo, esta vez con la base… La punta señalaba a Vladimir.

   —Bueno, esta vez se han intercambiado los papeles —siseó Dereck—. Esta vez será mi señor quien pregunte y su alteza Vladimir deberá responder.

   —¿Dirá la verdad… o prefiere un reto? —continuó Ariel. El sol del medio día estaba en todo lo alto haciendo que su piel volviera a traspirar levemente. Y la idea de tener a Vladimir en sus manos lo hacía sudar más.

   Vladimir lo miró con seguridad.

   —La verdad, siempre la verdad.

   —¿Y eso por qué? —siseó el príncipe—. ¿Acaso le da miedo aceptar alguno de mis retos? No pensé que fuera un hombre cobarde, alteza.

   —La cobardía solo está en la mentira y en el engaño —replicó Vladimir—. Se necesita ser muy valiente para hablar siempre con la verdad.

   La cara de Ariel se puso roja como una amapola. Ese hombre parecía siempre tener una respuesta preparada para todo y eso lo irritaba.

   —En ese caso cuéntenos cómo fue que terminó convertido en príncipe. ¿Es verdad que sus padres murieron en un incendio? —Apenas terminada de formular la pregunta, Ariel se dio cuenta de que se había excedido. El rostro de Vladimir había perdido cualquier leve atisbo de amabilidad y en sus facies solo quedaba una expresión adusta y contrariada.

   —No expondré mi tragedia solo para tu diversión, niño—anotó con voz ronca y carente de suavidad—. Si algún día quieres saber mi historia de verdad, con gusto te la contare… a solas.

   Apenado Ariel bajó el rostro y con ese silente gesto se disculpó. Pensándolo mejor a él tampoco le habría agradado que le preguntaran sobre la muerte de su papá Lyon o sobre su tensa relación con su padre Jamil. Sin duda había sido muy poco considerado con aquella pregunta, así que la cambio por otra que le interesaba más.

   —Siendo así, responda entonces cómo hizo para evadir mis humores. Ningún varón puede acercarse a mí, así que no entiendo como lo hace usted.

   La expresión de Vladimir se serenó por completo. Ahora una sonrisa burlona asomaba por sus labios.

   —La respuesta está en los jardines principales —se burló ampliando la sonrisa—. Es un fruto que tiene la capacidad de neutralizar los humores de los donceles en menarquía. Pocos facultativos saben eso… realmente solo lo saben los curanderos.

   —¿Y su papá, el verdadero, el que lo tuvo en su vientre fue un curandero, verdad? —Dereck preguntó aquello con intensión—. Oh, disculpe. No es mi turno de hacer preguntas.—Guardó silencio pero para ese momento Vladimir ya se había dado cuenta de lo que él sirviente había hecho. No caía duda ahora de que el antiguo amante de Xilon estaba al corriente de muchas cosas, cosas que estaban incluso a muchas leguas de distancia de los muros de Jaen.

   Ariel también miró a Dereck con suspicacia, pero tuvo que dejar de meditar en ello cuando el juego continuó y la daga volvía a señalarlo como la víctima. A Dereck le tocó el turno de preguntar de nuevo.

   —Hoy es mi día de suerte; el señor ha vuelto a caer en mis manos… ¿Dirá la verd…?

   —Diré la verdad —contestó Ariel sin esperar que le terminaran de hacer la pregunta. Se empezaba a hartar de aquel juego y más al ver que no estaba logrando fastidiar a Vladimir—. Pero te advierto que será la última pregunta que se haga… Ya me harté de este juego.

    —Muy bien —respondió Dereck cambiando la sonrisa por una mirada penetrante y mordaz—. En ese caso conteste su alteza… ¿Por qué no ha dejado de temblar usted durante toda la mañana? ¿Quién le hace temblar así? ¿Acaso se trata de nuestro invitado?

   Al oír aquello los ojos de Ariel se abrieron con total incredulidad. No podía creer que aquel sirviente lo estuviera dejando en tal evidencia cuando supuestamente iba a ayudarlo a molestar a aquel extranjero.

   —Dereck… —trató de reprochar, pero los ojos del otro doncel parecían carecer de respeto, de miedo o de la antigua complicidad que minutos antes le profesaban.

   —Conteste, alteza… y recuerde que el precio de la mentira es caro.

   Entonces Ariel miró a Vladimir con rabia. Su cuerpo temblaba sin control y a pesar de ser la máxima autoridad allí, se sentía acorralado como un cervatillo en medio de una manada de leones. Los demás sirvientes guardaban un sepulcral silencio, esperando ansiosamente.

   —No… —susurró finalmente, inseguro—. No, no es por él. ¡Jamás! —exclamó muy fastidiado. Su mirada vibrante buscó la de Dereck, preso de un temor extraño, pero su sirviente se hallaba concentrado en el talismán que luego de la respuesta del príncipe había empezado a brillar de una forma casi irreal.

Dereck miró a Ariel con mucha seriedad.

   —Le advertí que el talismán reconocía la mentira, alteza. —Su voz sonaba cavernosa y peligrosa—. Y que el precio era caro.

   Los ojos de todos se concentraron en el talismán, el extraño amuleto despedía una luz blanca muy resplandeciente. De repente, se elevó en el aire y algunos presentes se pusieron de pie aturdidos de pánico. Vladimir se puso de pie también, pero su actitud era más curiosidad que temor; sus ojos verdes brillaban contra la luz del talismán y vio asombrado como el objeto se desplazaba hasta ellos.

   Ariel dio un brinco sobre su litera y el talismán quedó justo frente a él. La luz que manaba de este lo cegaba y sus piernas no le respondían; todo su cuerpo parecía haber quedado paralizado ante el poder de ese amuleto. Entonces sucedió.

   Algo parecido a una esfera de luz salió de la boca de Ariel y fue absorbida por el talismán que luego de esto mermó su brillo hasta apagarse por completo. Dereck lo recogió cuando cayó sobre la piedra del jardín, colocándoselo nuevamente en el cuello.

   Ariel trató de gritarle algo al traidor de su sirviente… pero no pudo.

   —Ha perdido la voz, alteza. —Dereck señaló el talismán—. Durante un día no podrá hablar; es el precio de la mentira —informó—. Le advertí que era un juego para tomarse en serio, pero usted no me hizo caso.

   << ¿Qué? ¡No puede ser!, pensó el príncipe. ¿Por qué me ha hecho esto? Se suponía que estaba de mi parte, o… ¿Acaso fue todo planeado desde el principio? >> Miró a todos lados intentado comprender la situación, pero el resto de sus sirvientes parecían más asustados que él. Finalmente avanzó hasta la altura de Dereck y con ira le soltó una bofetada violenta.

   Dereck lo miró cabizbajo.

   —Solo quería divertir a mi señor. Pero veo que mi truco no le ha parecido divertido.—Una segunda cachetada escoció su mejilla y esta vez Ariel lo escupió antes de echarse a correr. La mayor parte de los sirvientes salió detrás de él mientras otros miraban a Dereck con una combinación de miedo y reproche.

   —No debiste haber hecho eso —le dijo uno, con voz bajita—. Te acabas de ganar un enemigo poderoso. Y mi señor no es de perdonar fácilmente.

   —Es verdad —apuntó otro—. ¿Por qué hiciste eso? ¿Estás loco?

   —Quizás. —Dereck se encogió de hombros mirando a Vladimir. Cuando la mayoría de los sirvientes se alejaron del jardín ambos volvieron a quedar a solas, y Dereck le entregó el talismán que había atrapado la voz de Ariel.

   —Los demás sirvientes tienen razón —afirmó el midiano mirando fijamente al doncel—. Te acabas de echar un enemigo muy fuerte.

   —Un enemigo que no será tan fuerte si usted lo contiene en Midas. El talismán que le acabo de entregar es la clave. —Los ojos de Vladimir se clavaron en el acristalado amuleto—. En él quedará guardada para siempre cada palabra que Ariel haya pronunciado durante lo largo de su vida, desde su primer balbuceo hasta ese “¡Jamás!” que exclamó antes de perderla. Con esto podrá chantajearlo; allí estará la conversación que tuvo con Kuno cuando entró a escondidas a Midas, y estarán también todas las conversaciones que habrá tenido con Xilon al respecto de lo ocurrido con el principito de Midas.

   —Dereck…

   —Como se da cuenta acabo de probar mi valía y mi palabra… ahora le toca a usted probar la suya. Si usted no aleja a Ariel de aquí en unos días yo estaré perdido. Estoy poniendo mi vida y la de mi hijo en sus manos. Y también la de mi señor, Xilon y la del propio  Ariel, al cual se que no dañará sin necesidad.

   —¿Y cómo estás seguro de ello?

   —Porque usted es un buen hombre, puedo sentirlo, mi talismán puede sentirlo. A partir de ahora es suyo, le pertenece, pero dele un buen uso. Ariel Tylenus no es un mal muchacho pero ha sufrido mucho en este lugar. Aunque usted no lo crea y aunque él nunca pueda verlo así, estoy haciéndole un favor a ambos.

   —¿Qué sabes tú de este lugar, Dereck? —Vladimir guardó el talismán en un bolsillo de su pantalón y miró a Dereck fijamente a los ojos—. ¿Qué tantos secretos guarda Jaen? —preguntó inquieto.

   —Más de los que usted se puede imaginar —respondió el sirviente—. Pero no me corresponde a mí contárselos ahora. Solo puedo decirle que se avecinan tiempos muy difíciles para el reino y será mejor que Xilon tenga un problema menos del que ocuparse. Nada será seguro aquí en estos primeros años de sucesión y si por algún motivo algo llegara a pasarle a Xilon, y Ariel se enterara de que hay un bastardo que pueda reclamar el trono, prefiero que se entere estando lejos de mí y de mi hijo.

   >>La muerte de su majestad Jamil es algo que tomó por sorpresa a muchos a pesar de  que la locura de aquel pobre hombre era un secreto a voces. En la corte se escuchan rumores, se conspira; la alianza con los midianos será algo bueno pero no se dejará de conspirar hasta que muchas verdades no salgan a la luz.

  —¿Qué tipo de verdades?

   —Cosas que su majestad Xilon me confió y que no son importantes ahora. En este momento lo único importante para usted debe ser tomar lo que quiere… porque de otra forma jamás le será entregado. Hasta el día de hoy el príncipe estará sin guardia, mañana sus humores desaparecerán y lo varones podrán acercársele de nuevo, por lo tanto la guardia volverá a vigilarlo de cerca.

   —¿Y qué hay de los sirvientes donceles? —inquirió Vladimir—. Esos tampoco lo dejan solo nunca.

   —Ellos estarán alejados mientras pasa el enfado del príncipe. A Ariel le gusta estar solo cuando se enoja, y lo que acaba de suceder lo ha puesto furioso. Así que tendrá la soledad, el espacio que necesita para verlo a solas… yo le daré la señal.

   Arreglaron todo para encontrarse dentro de la siguiente hora en uno de los pasillos del torreón del príncipe. Mientras Vladimir caminaba por éste la brisa marina entraba furiosa jugando con sus cabellos dorados.

   << ¿Estaré cayendo en una trampa? >>, se preguntaba mientras avanzaba. No era de admirarse que ese tal Dereck realmente le estuviera engañando y todo lo ocurrido en el jardín hubiese sido una farsa para hacerlo sentir seguro y luego darle la puñalada a traición. Sin embargo, en ese momento no le quedaba otra que confiar; el tiempo jugaba en su contra y jamás tendría una oportunidad como aquella de nuevo.

 

 

   Ariel estaba tan borracho que no podía casi ni sostenerse en pie; sus sirvientes le habían dejado solo luego de que el príncipe golpeara a dos de ellos hasta obligarlos a salir de sus aposentos. Nunca le habían humillado tanto pero el licor había logrado ponerlo en un estado muy parecido a la calma, algo así como un mar agitado pero no lo suficientemente airado como para resultar amenazante.

   Su vida se estaba precipitando a un abismo de una forma tan abrupta que era imposible detener la caída. Su padre había muerto, su hermano le había mentido por años, y el hombre que había deseado como esposo y como única vía de escape resultaba ser su medio hermano.

   << Milán, mi hermano >>. La idea era tan asquerosa que le revolvía el estomago. << No importa, ya no importa nada >>  pensó. En ese momento la puerta de su habitación se abrió con un sonido agudo de las bisagras. Ariel giró su rostro y vio la silueta de Vladimir acercándose hasta el lecho; se incorporó mirándolo con odio pero de su boca no pudo salir ni una sola palabra.

   Frustrado se echó de nuevo sobre la cama. Vladimir cerró las puertas tras de sí y cortó por completo la distancia hasta quedar de pie frente al lecho. Soberbio miraba a Ariel desde arriba.

   —Dereck tiene razón —dijo serio—. No eres más que un niño, un niño que necesita una lección.

   << ¿Y tú me darás esa lección? >>, parecían preguntar los ojos del príncipe.

   —Uso legeremancia —continuó diciendo Vladimir—. Si me permites ingresar a tu mente podré saber lo que estás pensando y así podremos comunicarnos ¿Qué me dices?

   Ariel bufó tirándose nuevamente sobre el lecho; ni loco dejaría que ese hombre escudriñara en su mente. Sin embargo al ver su reticencia a colaborar, Vladimir se echó junto a él incorporándolo con brusquedad.

   —¡Ya basta! —exclamó con verdadero fastidio—. Ya es hora de ponerle alto a esta situación. —Su mirada resultaba tan amenazante que Ariel se encogió sobre las sabanas—. He pasado por muchas cosas en la vida para permitir que un mocoso malcriado y egoísta se burle de mí. ¿Ves esto? —Se sacó el talismán del bolsillo y se lo enseñó—. En este talismán ha quedado grabada tu voz; todo lo que has dicho a lo largo de tu vida está aquí, cualquier conversación que hayas tenido, balbuceos en sueños, todo, absolutamente todo. Así que estoy seguro que habrá algo interesante sobre lo que ocurrió con Kuno… Y será más interesante enseñárselo a mi padre y ver como lo toma.

   La boca de Ariel se abrió consternada; sus ojos decían todo lo que su lengua no podía. De un solo golpe se incorporó más sobre el lecho y su mente dio la autorización que Vladimir necesitaba para entrar en ella.

   << ¿Qué es lo que quieres de mi? Por favor, por favor, no dañes a mi hermano >>.

   Vladimir sonrió. Por fin estaba obteniendo lo que quería.

   —Así está mejor… —dijo leyendo a la perfección los pensamientos de Ariel—. Lo que quiero contigo es fácil, encanto. Le dirás a tu hermano que has considerado mejor mi propuesta y que deseas ir conmigo a Midas para ser mi esposo.

   << Eso nunca >>

   —No tienes opción.

   << Si que la tengo >>. La embriaguez de Ariel se había disipado un poco debido a la gran tensión, sin embargo aun se sentía como si flotara en una gran nube. No estaba muy seguro de lo que estaba haciendo, de hecho no estaba seguro en lo absoluto, pero en ese momento lo mejor era actuar… Después, quizás, tendría tiempo para arrepentirse. << Se que me deseas >> dijo dentro de su mente mientras volvía a tirarse sobre el lecho. Abrió su bata con impúdico descaro y su cuerpecito menudo quedó expuesto a los ojos de Vladimir, sin ningún recato. Tenía un pantaloncito de bombachos hasta medio muslo decorados con encajes de seda; sus piernas eran largas y delgadas, y también se intuían suaves como un pétalo de rosa.

  Alzó una de sus piernas y posó su pie sobre el pecho de Vladimir; con cuidado lo recorrió lentamente hasta llegar un poco más arriba de la pelvis e introducirlo por debajo de la camisa de dril. La piel de Vladimir también era suave en esa zona, comprobó instantes después, y comprobó también que estaba perlada de una incipiente capa de sudor que hizo resbalosa la caricia.

   —¿Qué estás haciendo? —le preguntó Vladimir cuando la planta de aquel pie comenzó a rozar su pezón derecho—. No juegues con fuego, niño.

   << ¿No es esto lo que deseas? —replicó Ariel—. ¿No es acaso esto lo que quieres de mi? ¿Cobrar oro con oro, plata con plata, honor con honor? >>

   —¿Crees que tomándote aquí y ahora lo que sucedió con Kuno estará saldado? ¿Es eso lo que piensas? —Vladimir sabía que entre la corte podía haber donceles descarados y lascivos pero nunca pensó que Ariel Tylenus fuera uno de esos. Ese niño lo había engañado con su supuesta inocencia, incluso el día en que lo había confundido con un esclavo la primera vez que se vieron en Midas. Lo que veía ahora era un doncel lleno de embriagante y abrumadora sensualidad; una criatura lasciva y hechizante.

   Y la sonrisa del muchacho no hizo más que corroborar su impresión. Ariel deslizó su pie por todo el tórax del varón; con el dedo pulgar jugueteó dentro del ombligo y después, con pausada intensión, bajó hasta la pelvis, soltó con los dedos del pie los cordones del pantalón de Vladimir y sin poder evitar un pequeño sonrojo adicional al que le creaba la embriaguez, acarició el miembro duro que pulsaba entre los pantalones del otro príncipe.

  —Es suficiente. —Vladimir incorporó a Ariel tomándolo de los hombros. Si no paraba eso enseguida no iba a poder pararlo jamás. Deseaba tanto hacerle el amor allí mismo que le dolía y estaba perdiendo el control de la situación. El espejo de cuerpo entero que Ariel tenía dentro de su recamara los reflejaba a ambos: sus torsos rozándose, sudorosos y agitados.

   Ariel se miró al espejo y los ojos de Vladimir lo siguieron; de un solo movimiento se quitó por completó la bata de seda y ésta resbaló con suavidad por su anatomía dejándolo solo en ropa interior. Sus manos buscaron los cordones de la camisa de Vladimir y la abrieron hasta dejar la mitad de su pecho al descubierto; sus manos temblaban pero no cesaban en su intento de desnudar al varón.

   —¡Muy bien, tu lo quisiste! —La voz de Vladimir estaba tan ronca de deseo que parecía gruñir. No valía la pena luchar contra sus deseos, iba a ser inútil; desde que había puesto los pies en esa habitación la batalla había estado perdida. Sus brazos fuertes apresaron el menudo cuerpecito de Ariel y fácilmente lo levantaron del suelo para besarlo con fiereza. Ariel enroscó sus piernas alrededor de las filosas caderas y sus brazos rodaron el cuello del varón.

   Cayeron al lecho entre besos y caricias. Vladimir se incorporó sacándose la camisa; su torso subía y bajaba sin compas. Bajo él, Ariel resoplaba sintiéndose mareado; sus manos tocaban el pecho sudoroso de Vladimir, ese plebeyo era una delicia de hombre, no podía negarlo, como tampoco podía evitar sentir que se derretía entre sus brazos.

  Sus labios volvieron a juntarse. La agresiva y casi brutal sensualidad de Vladimir se desprendía por cada uno de sus poros; le gustaba el sexo salvaje y brusco, tal como era su naturaleza, indómita y decidida. Ariel se perdía bajo su cuerpo torneado y macizo estremeciéndose ante cada caricia. La menarquía hacía que su piel estuviera muy sensible y que cada uno de sus nervios tuviera vida propia. Cuando los labios de Vladimir abandonaron su boca y llegaron a su cuello, el príncipe dejó salir un largo jadeo que era el mayor sonido que su garganta podía producir.

   Las manos de Vladimir recorrían aquel cuerpo como si quisieran moldearlo con su tacto. Ya había degustado los hombros tersos, el cuello suave y los labios jugosos, y ahora sus manos buscaban los cordones de los bombachos para bajarlos. Cuando la prenda cedió, el midiano introdujo su mano bajo la tela y capturó con su diestra un glúteo firme y abundante. Ariel dio un respingo frotándose contra las caderas del varón en un acto erótico muy bien aprendido. Vladimir paró toda caricia para observarle con atención: desde las primeras caricias se había dado cuenta que ese chico parecía demasiado experimentado en su forma de amar. Al principio había creído que solo besaba bien, cosa que podía ser aceptable, pero ahora era distinto. Resultaba obvio que no era la primera vez que ese muchacho intimaba con alguien y aquello le resultaba tan irritante que le dolía el estomago.

   —¿Quién fue? —preguntó izándose sobre sus brazos. Ariel resoplando de espaldas sobre el lecho lo miraba confundido.

   << ¿De qué hablas? >>, preguntó con gesto vago.

   —Hablo de esto —Como respuesta Vladimir tanteó entre sus glúteos. Ariel jadeó y se restregó contra la mano invasora con estudiada sensualidad—. ¿Lo ves? —inquirió el midiano—. Ningún doncel casto responde así a las caricias la primera vez que es tomado.

   << Es porque yo no soy igual a ningún otro doncel que tú hayas tomado antes >>

   —¡Mentira! —se crispó Vladimir—. Es porque no eres virgen y lo sabes.

   << ¿Y eso te molesta? >>. Ariel no podía creer que después de tanto buscar la forma de fastidiar a ese hombre, algo así era lo que terminaría por irritarle. No pudo evitar que una sonrisa de triunfo asomara por sus labios, e incorporándose de nuevo acarició con su mano delicada el pecho desnudo de Vladimir hasta llegar al rosado pezón que comenzó a frotar con intensión.

   —¿Quién fue? —volvió a preguntar Vladimir irritado—. No puedo creer que hayas entregado tu virginidad sin haber tenido ni siquiera tu menarquía… ¿Quién fue el depravado? ¿Acaso fue a la fuerza? ¡Dímelo!

   << ¡No! —Ariel detuvo la caricia fastidiado—. No fue a la fuerza; él jamás me dañaría… El me ama. —Los ojos de Ariel parecieron llenarse de una extraña ternura que Vladimir no le había visto nunca—. Y no te preocupes —remarcó—. Aun podrás cobrar honor con honor porque sigo siendo virgen… Nunca llegué con él más lejos que de lo que llegué contigo en Midas >>

   —Mientes… ¿Qué clase de varón podría tenerte entre sus brazos sin llegar hasta el final? ¿Qué clase de hombre puede contenerse de tal manera?

  << Un varón que conoce el sentir de los donceles porque se siente como uno… Un incomprendido >>.

   Vladimir sabía exactamente qué clase de varones eran esos. Vincent de Hirtz, su antiguo amante era exactamente así. Eran seres que no actuaban de acuerdo a la condición que les correspondía, unos varones a medias, unos donceles atrapados en cuerpos de varón.

   —En ese caso, yo te enseñaré lo que es un varón de verdad —le dijo tirándolo de nuevo sobre el lecho. Odiaba los celos que se habían despertado en su interior; el solo pensar en Ariel entre los brazos de otro lo enfermaba. Había llegado a pensar que el chico era tan puro como Kuno antes de ser tomado a la fuerza por Xilon. Ahora sabía que no… Ariel Tylenus no era ni de cerca como ningún otro doncel que hubiese conocido antes y que quizás no conocería jamás. No sabía cuantos más secretos podría guardar aquel niño pero era obvio que eran muchos… Y él no podría descansar hasta conocerlos todos.

   Los bombachos de Ariel quedaron completamente descartados cuando Vladimir se colocó por completo sobre él. Volvió a tomar sus labios con un beso exigente al cual Ariel supo responder a la altura. Vladimir, su pasión, su deseos de marcarlo, de hacerlo suyo, lo envolvían como un manto. La trenza que Dereck le había tejido, había quedado desecha por tanto movimiento sobre las colchas. Cuando Vladimir alzó uno de los muslos del doncel y le dio un mordisco suave, Ariel se retorció entre sus mantas jadeando libremente. Entonces sucedió lo esperado.

   Ariel fue volteado boca abajo sobre su cama. Los rayos de sol que traspasaban los visillos de sus ventanales resaltaban su piel nacarada dándole el aspecto de una figura de mármol. Vladimir se puso de rodillas escupiendo sobre su mano y solo necesitó tocarse un poco para estar completamente listo; con su brazo derecho alzó la pelvis de Ariel, dejando el respingado trasero enfrente de su miembro y arrimando la punta hasta la entrada apretada, dio un empujón fuerte y decidido.

   Ariel apretó fuerte los ojos y de su boca salió un grito que no se escuchó. Vladimir comprobó que el chico era virgen.

   —Si te hago un hijo hoy, lo parirás, le darás de mamar de tu pecho y lo criaremos juntos, pero serás mío por completo y me vendré dentro de ti. Vas a saber lo que es ser tomado de verdad.

   Cayeron sobre el lecho, quedando ambos de medio lado. Vladimir abrazaba el cuerpecito menudo que temblaba entre sus brazos mientras lo embestía con un ritmo sedoso y candente. Estaba tan apretado que parecía a punto de partirse en dos, y su interior era tan caliente que parecía preso de una intensa fiebre. Con un movimiento rápido abandonó el interior del doncel colocándolo de espaldas para colocarse él encima. Ariel resopló cuando sus piernas fueron izadas y Vladimir de una sola estocada volvió a invadir sus entrañas.

   —¿Ves la diferencia? ¿Sabes ahora lo que se siente ser tomado de verdad?

   El roce de aquel miembro caliente y pulsátil en medio de su cuerpo no dejaba pensar a Ariel. Sus manos palpaban la espalda torneada del varón hasta encontrar las nalgas fuertes que se contraían a cada embestida. Si, ahora lo sabía y era verdad. Aquello no se comparaba en nada a lo que había tendido con su antiguo amante.

   Ariel se había acostado por años con su tutor de bioenergética curativa, llevando a otro nivel una relación que había empezado como una genuina amistad. La corte había empezado a especular al respecto desde el principio pero a Ariel  nunca le importó. En el fondo lo que hacía con su amigo le parecía tan puro y tierno que no lo consideraba verdadera intimidad, además, el varón nunca se había propasado más lejos de los que Ariel le permitía, y el príncipe nunca le dejó ir muy lejos.    

  Ahora en cambio, entre los brazos de ese campesino, Ariel se sentía ardiendo de verdad. No era un simple juego de caricias; era una entrega real, completa y fatal. Todo lo que le hacía ese hombre se sentía perfecto, como si toda su vida se redujera a estar dentro de aquellos brazos.

   Los labios de Vladimir volvieron a tomarlo y Ariel se dejó besar con docilidad, rendido y feliz. Vladimir se sentía portador de la más preciosa de las flores, una que acababa de abrirse solo para él, y cuyo perfume lo podían hacer adicto muy fácilmente. Ariel poseía una miel que él sería el único en probar. Iba a hacerlo suyo para siempre, y nadie podría arrebatárselo.

   —Encanto… encanto. —La brisa del mar entró a la recamara moviendo los visillos justo en el momento en que ambos cuerpos quedaron exhaustos y laxos sobre el lecho. Vladimir agarró a Ariel por el mentón y le dio un beso húmedo en los labios. Permanecía dentro del cuerpo del doncel sintiendo como su miembro volvía a la flacidez. Finalmente cuando Ariel se dio media vuelta el otro príncipe se retiró de su cuerpo besándole uno hombro sudoroso.

   Pero entonces la realidad volvió a caer sobre ambos como un manto oscuro. Ariel se arrebujó en sus sabanas dándole la espalda a Vladimir. Después del alivio del placer, la embriaguez le había dejado por completo y ahora era completamente consciente de lo que había hecho. Vladimir trató de decirle algo pero el chico apartándose con algo de brusquedad se negó a darle la cara.

   << Por favor, déjame solo >>, pidió con amabilidad dejando escapar el primer sollozo. Vladimir salió del lecho vistiéndose de prisa. Dio una última mirada a la figura del doncel antes de abandonar la recamara, y su corazón también sintió congoja.

 

 

 

   Después de la conversación entre Henry y Divan, el rey de Earth tuvo que ser llevado a una de las habitaciones del castillo donde los facultativos lo pusieron a descansar con unas fuertes pociones tranquilizantes.

   Milán no sabía porque la perdida de una simple amatista podía poner a su tesoro en semejante estado, pero sin duda iba a averiguarlo. Por lo pronto lo dejaría reposar tranquilo hasta que sus nervios volvieran a la calma.

   Mientras tanto Benjamín se había encerrado con Kuno en la habitación real dispuesto a ayudarlo con su problema. Horas antes el rey consorte había ido a los torreones de los magos y había traído una cuantas cosas consigo, las cuales había colocado sobre la mesa del salón contiguo a la recamara. Kuno observaba todo con mucho recelo; conocía bien a su papá y de él podía esperarse cualquier cosa.

   —¿Esto de veras funciona, papá? —preguntó curioso mirando los recipientes y una caja sellada que había sobre la mesa.

   —Muchacho de poca fe —le riñó Benjamín acercándose a la mesa—. Ya tenemos casi todo lo que necesitamos, solo nos falta algo tuyo.

   —¿Algo mío? —La sonrisa que Benjamín había puesto al decir aquello hizo estremecer a Kuno. Sin embargo él era el más interesado en todo aquello así que sin más replicas aceptó que su papá desnudara su mano y le pinchara el dedo con una aguja. Las gotas de sangre que salieron de éste fueron a parar a un frasquito que tenía un liquido transparente en su interior. Cuando la sangre de Kuno se mezcló con aquel liquido el color de aquel cambió tornándose en una azul intenso.

   —Como el color de tus ojos —dijo Benjamín—. Ahora abre esa caja… vamos.

   Kuno avanzó con precaución y miró varias veces a su papá antes de atreverse a abrir aquella caja. A simple vista era una caja de madera ordinaria sin nada de asombroso, sin embargo, Kuno presentía que su interior contenía algo que no iba a resultar tan simple. Con manos temblorosas fue destapándola lentamente, manteniéndose por instinto lo suficientemente separado de la mesa en caso de cualquier cosa.

   Benjamín miraba a su hijo haciendo lo posible por no estallar en carcajadas. Cuando Kuno destapó por completo la caja y un grito de horror brotó de su garganta, el rey consorte no lo soportó más y casi se dobló de la risa.

   —Ay, ¿Qué es eso, papá? ¡Es asqueroso!

   —No seas exagerado, niño. —Benjamín se secó las lagrimillas que le produjeron las carcajadas y acercándose a la mesa sacó de la caja el enorme sapo que había dentro de esta—. Agárralo —ordenó acercándoselo a Kuno.

   El pequeño príncipe dio un brinco de terror.

   —Ni muerto voy a tocar eso papá. ¡Es horrible!

   —Entonces dejaremos esto así porque yo no puedo hacerlo por ti. ¡Y por las diosas deja el drama!

   Compungido Kuno terminó por ceder y venciendo la repulsión tomó con fuerza al animal dándole de beber la poción que minutos antes habían preparado con su sangre. Cuando el sapo termino de beber aquello Kuno lo volvió a dejar dentro de la caja y ambos donceles esperaron por cinco minutos a ver lo que sucedía.

   << Si el sapo eyacula estás embarazado si no, pues no >>, le había dicho Benjamín cuando se sentaron junto a la mesa a esperar. Kuno no sabía que tan confiable era aquel truco pero al parecer a Benjamín siempre le había funcionado. Pasado el tiempo de espera Kuno se puso de pie y recibiendo la dulce sonrisa de su papá destapó de nuevo la caja.

   El sapo se había dormido y el interior de la caja estaba seco… seco como lo estaba su vientre.

   —¿Eso significa que no estoy embarazado? —preguntó sin poder ocultar la alegría.

Benjamín asintió compartiendo el júbilo de su hijo. Sin embargo, al ponerse de pie un mareo tan fuerte como un torbellino pareció sacudirlo entero. Kuno se puso pálido al ver como su papá se desplomaba sobre los tapizados de la habitación. A toda prisa llegó hasta a su lado sosteniéndole la cabeza. Benjamín estaba más pálido que la nieve Dirgana.

   —¡Papá, papá! ¡Háblame! ¿Qué te sucede?

   —Un mareo —resopló Benjamín apretando fuerte los ojos—. Un mareo horrible. Ve por tu hermano… ve por Milán —pidió sintiendo que le faltaba el aliento.

   —Pero…

   —¡Ahora Kuno! —El grito de Benjamín hizo reaccionar a Kuno, quien como un poseso salió de la habitación llamando a la guardia.

   Una vez Kuno hubo salido de la recamara, el rey consorte se dejó desplomar del todo sobre el piso y llevándose una mano al pecho sintió que todo aliento lo abandonaba.

   —Oh diosas —rogó—. Que no sea lo que estoy pensando.  

 

 

Continuará…

 

 

 

 


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