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El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

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Capitulo 17

Colapso.

 

   La tarde de aquél largo día por fin cayó sobre Midas. Henry, que dormía en la habitación de su torreón despertó aturdido. Su cabeza daba vueltas y no podía recordar exactamente que estaba sucediendo.

   De repente, el brillo de un candil en su alcohola le recordó todo y el rey se impulsó sobre sus brazos con brusquedad quedando totalmente sentado sobre el lecho.

—¿Kea lamsa escalarte? (¿La amatista robada?) —susurró con espanto. Ahora entendía porque estaba tan aturdido.

   Después de que Divan le hubiese hecho aquella revelación, Henry había quedado tan abrumado que cayó en una locura tan demencial que fue preciso sedarlo. Había sido un espectáculo horrible pero no había podido evitarlo. La situación lo ameritaba. ¡La amatista de plata había sido robada! ¡¿Y por quién?! ¡Imposible saberlo! Henry siempre había pensado que solo él y Divan sabían de la existencia de esa maldita piedra, pero ahora… ahora sabía que no era así.

   << Shion, bendita ¿Qué es lo que haré ahora? >> pensó mientras salía del lecho y se acomodaba las ropas. Al llegar a la puerta de su torreón se dio cuenta que los pasillos estaban casi desiertos, solo algunos guardias quedaban apostados en sus puestos mientras desde la ventana podía observar una gran turba junto a las puertas de la mansión central.

   —¿Qué es lo que sucede? —preguntó a uno de los sirvientes que de casualidad pasaba por el pasillo.

   El jovencito hizo una reverencia antes de responder.

   —Se trata de Su majestad Benjamín, mi señor. Algo horrible le ha sucedido.

   —¿A su majestad, Benjamín? ¿Pero qué ha sido, qué ha sucedido?

   —Aun no se sabe con certeza —contestó el muchachito encogiéndose de hombres—, pero la cosa no pinta nada bien. Los facultativos tiene cara de preocupación y su Alteza, Milán está como loco.

   —¡Milán! —Al escuchar aquel nombre Henry pareció perder toda clase de resquemores y hábitos protocolarios. Como un loco salió corriendo de su torreón y en menos de diez minutos estaba ante las puertas de la mansión central.

   El romerío era tan apabullante que avanzar hasta dentro del torreón era casi una hazaña. A cada paso le tocaba ir pidiendo permiso para lograr deslizarse hasta el pie de la escalera que conducía hasta las habitaciones del rey.

   Cuando lo logró, vio que el pasillo hacia la recamara real estaba tan o más enredado que la puerta de la mansión. Sin embargo, paso a paso se deslizó entre la aglomeración que poco a poco al darse cuenta de su presencia se fue abriendo en dos flancos entre los cuales la figura de Henry quedó expuesta, hermosa y lívida frente a los ojos de Milán.

   —Milán… ¿Qué es lo que ha sucedido?

   —¡Tesoro! —Milán que se hallaba como una estatua frente a las habitaciones clausuradas de Benjamín esperando por una respuesta de los facultativos se arrojó a sus brazos apenas lo vio.

   Henry lo recibió como quien acoge a un niño pequeño que llora extraviado. El corazón le saltaba en el pecho. No sabía por qué pero ver a  Milán tan acongojado le producía una pena terrible. Quizás solo se debía a que él sabía bien lo que era el dolor de ver a un padre postrado y moribundo, pensó. Aunque muy en el fondo reconocía que tras aquella empatía que empezaba a sentir por ese hombre había algo más que compasión.

   —¿Qué es lo que ha pasado, Milán? ¿Qué ha sucedido con su Majestad?

   —No se sabe, no se sabe nada. Los facultativos están perplejos. No comprenden.

Los ojos de Milán estaban rojos a causa del llanto. Y eso rompió el corazón de Henry.

   —Pero… ¿Pero qué sucedió? ¿Qué pasó?

   —Colapsó de repente —contestó Milán zafándose del abrazo, aturdido—. Kuno dice que estaban hablando y de repente colapso… y desde entonces no ha vuelto a despertar. Nadie sabe que está pasando.

   —Pero eso… eso no tiene ningún sentido.

   —Lo sé, lo sé.

   Milán rompió de nuevo en llanto, recostado sobre una de las paredes cercanas a la recamara de su papá. Al verlo así, Henry se le acercó y sin importarle lo más mínimo las miradas acechantes de los cortesanos que aguardaban también en aquel lugar, atrajo a Milán hacia su cuerpo y lo abrazó con fuerza.

   —Tesoro, tesoro.

   —No llores, Milán. Las diosas no van a abandonar a Su majestad, estoy seguro. Esto va a pasar pronto.

   —Amor mío —El beso no se hizo esperar más. Alzando el mentón de Henry, Milán acercó su boca y sus labios apresaron la húmeda cavidad de su tesoro. Al ver aquello las miradas de los cortesanos que contemplaban la escena se convirtieron en un murmullo consternado—. No los escuches —pidió Milán rompiendo el beso pero apresando aun a Henry entre sus brazos.

   —No los escucho —respondió Henry con una sonrisa. Se sentía más vivo y libre que nunca y la sensación era tan mágica que no quería que le fuera arrebatada nunca.

   —Quédate a mi lado, tesoro —volvió a hablar Milán con su típico tono de ansiosa pasión—. No soportaría perderte en estos momentos. Te prometo que yo te ayudaré a buscar esa piedra que se te perdió… la tal amatista de plata, pero por favor… No te vayas.

    —Milán… —Henry suspiró entre los brazos de su príncipe pero en ese momento, la mención de la amatista junto con lo que sucedía con Benjamín Vilkas hicieron llegar una idea terrible a su mente.

   Abrumado Henry se separó del abrazo de Milán sintiendo su cuerpo desfallecer de miedo. ¡La amatista de plata había sido robada! ¡Benjamín Vilkas desfallecía de una forma muy parecida a la de sus padres años atrás! ¿Entonces… sería posible? ¿Benjamín Vilkas… la amatista de plata?

   —¿Tesoro, pasa algo? —Milán iba a acercarse de nuevo hasta Henry en busca de una explicación a su repentina turbación cuando de repente Kuno, que venía abriéndose paso a empujones, llegó hasta ellos entre gritos de angustia.

   —¡Quiero ver a mi papá, Milán! ¡¿Por qué me mandaste a encerrar?! ¡Quiero verlo!

      El príncipe resoplaba de rabia. Milán había mandado a encerrarlo apenas se enteró de lo ocurrido con su papá y Kuno se había mantenido todo ese tiempo en la más terrible de las angustias.

   Milán resopló. Estaba cansadísimo.

   —Ahora no, Kuno. Por favor, vuelve con tu doncel a tu recamará. Cuando sepamos algo te avisaremos.

   —¡Por supuesto que no! —replicó el muchacho—. ¡Es mi papá, tengo derecho a saber qué le pasa! ¡Tengo derecho a verlo!

   —¡Pero no podemos verlo! ¿No lo entiendes? ¡No sabemos ni siquiera si lo que tiene es contagioso! ¡Es peligroso!

—¡No me importa!

   Tozudo, Kuno intentó acercarse a las puertas cerradas tirando de la aldaba. Milán no tuvo más remedio que apartarlo y obligarlo a desistir de su locura. Kuno se revolvió entre los brazos de su hermano rompiendo de nuevo en llanto. Finalmente, cuando se dio cuenta que no ganaría aquella disputa y que de momento no lograría ver a su papá, el pequeño príncipe se abrazó fuerte a Milán impotente y dolido.

   —No quiero que le pase nada. No quiero que papa muera —gimoteó.

   Milán lo abrazó fuerte y luego le alzó la carita para limpiarle las lagrimas.

   —No pasará nada, lo prometo —dijo entre lágrimas también. Y en ese mismo momento un mensajero de palacio avanzó hasta ellos con una noticia que a juzgar por el rostro de Milán al recibirla, era muy buena.

   —El duque de Hirtz ha llegado, alteza. Ya viene hacia acá —dijo el guardia trayendo consigo a uno de los ayudantes del sujeto mencionado.

   Así que mientras Milán ordenaba que llevaran a Kuno de regreso a sus habitaciones y su hermano aceptaba la orden a regañadientes, Vincent de Hitrz, heredero de uno de los más grandes e importantes ducados de Midas y el mejor facultativo del reino arribaba a la mansión central con su ya muy conocida actitud de arrogante sensualidad.

   Era un hombre alto y espigado, pálido y de facciones delicadas. Sus cabellos castaños y rizados llegaban justo hasta el límite entre donceles y varones, exactamente varios centímetros por encima de los hombros. Ese era el único detalle que permitía vislumbrar su naturaleza de varón ya que su cuerpo y su rostro de doncel por muchos años había supuesto dentro del reino y dentro de su propia familia un enigma al respecto de su verdadera naturaleza.

   Los primeros años de su vida Vincent de Hitrz había sido criado como un doncel y había sido considerado tal. Sus padres siempre habían tenido la duda pues a pesar de parecer un doncel los cabellos del muchacho nunca superaron el largo de un varón. Sin embargo decidieron criarlo como doncel por si las dudas y por temor a su castidad.

   Pero al llegar la adolescencia la duda por fin de disipó. Un facultativo dirgano que pasaba por Midas tuvo la oportunidad de ver al chico y después de estudiarlo a detalle confirmó que se trataba de un varón. En tierras dirganas el hombre había documentado varios casos como el de Vincent: varones con belleza de donceles y donceles con rudeza y virilidades más aumentadas de lo normal.

   De esta manera y sin más dudas al respecto a Vincent se le retiraron los tratos delicados y se le instruyó como un varón. Sin embargo, tarde había llegado la certidumbre de su verdadero ser y el chico nunca pudo dejar de sentirse como el doncel al que le habían acostumbrado a sentirse y como el que le gustaba ser.

   Y así Vincent había seguido su vida, sin ocultar sus delicadas maneras a pesar de las burlas de la gente ordinaria. Y sin importarle tampoco el muy poco cordial trato que le había dispensado la familia real después de su rompimiento con  Vladimir, Vincent no había dudado tampoco, ni un solo momento, en acudir al lecho de Su Majestad Benjamín cuando aquella carta suplicante de Milán se lo había solicitado. Quizás las cosas entre él y Vladimir nunca pudieran solucionarse pero en lo que respectaba al rey consorte él no podía hacerse la vista gorda.

   —Vincent… gracias, muchas gracias por venir. — Milán dio un paso adelante ofreciéndole al duque su mano enguantada. Vincent lo miró por algunos instantes antes de estrecharla y luego sus ojos brillaron con algo de picara diversión.

   —¿No me digas que en algún momento llegaste a pensar que no vendría, Milán? De veras me lastimas.

   —Vincent —carraspeando un poco Milán no pudo evitar un sonrojo—. Comprenderás que después de lo ocurrido entre tú y Vladimir, después de la forma como terminaron las cosas entre ustedes yo no sabía que pensar.

   —Pues te recuerdo que fueron ustedes los que rompieron relaciones conmigo y con mi familia, alteza. Yo no tengo nada en contra de ustedes pero al parecer Vladimir no quiere olvidar algo que pasó hace más de cuatro años.

   —Le rompiste el corazón.

   —Y rompí el mío de paso — Vincent sonrió con tristeza—, pero bueno eso no es lo importante ahora. ¿Qué ha pasado con tu papá? ¿Dónde está?

   Milán suspiró.  

   —Eso es lo que todos queremos saber… vamos, pasa adelante.

   Milán dio órdenes de abrir la puerta de la cámara real y Vincent se introdujo en ella acompañado solo por su ayudante. Cuando salió de allí, su rostro en principio sarcástico y socarrón se había convertido en una mueca de preocupación y algo muy parecido al temor.

   —Es necesario que hablemos a solas, Milán —expresó adusto. Milán asintió con la cabeza dispuesto a llevarlo al salón del concejo, pero en ese instante Henry intervino solicitando el favor de acompañarlos.

   Por primera vez los ojos grises de Vincent se encontraron con “El tesoro de Shion” y por primera vez su mirada volvió a impregnarse por algunos instantes de algo muy parecido a la picardía.

    —Es verdad… —se disculpó Milán tomando a Henry de la cintura—. Los presento: Vincent, éste es Henry Vranjes, rey de Earth. Henry éste es Vincent de Hirtz, heredero del ducado de Hirtz.

   —Es un gusto, Majestad. Aunque ya lo conocía—. Henry se quedó mirando la forma como Vincent tomaba su mano depositando una suave beso en el dorso.

   Sus ojos negros miraron al facultativo con intensión.

   —¿En serio? ¿Ya me conocía usted?

   —No en persona —Los labios de Vincet curvaron una sonrisa coqueta—. Pero he atendido como pacientes a varios de sus “pretendientes”. Su talento con la espada es increíble, mi señor. Y ya sabe como dicen: “Si conoces a un hombre con su espada, lo conoces a él”.

   Sin poder evitar una sonrisa Henry se dejó guiar por Milán y en pocos minutos los tres hombres se hallaban en  una de las cámaras del concejo, la cámara que Milán consideraba la más privada.

   —Bueno, Vincent. Ya puedes hablar —dijo el príncipe dejándose caer en el sillón frente al cual se hallaban situados sus otros dos invitados.

   Vincent se vio un poco dubitativo antes de empezar a hablar pero finalmente decidió soltarlo todo de golpe.

   —Milán, seré claro. Tu padre no está enfermo de nada. Lo que sucede con él es algo que va mucho más allá de algo físico. No sé si me comprendas pero hay algo muy malo involucrado aquí… Hay magia detrás de esto… magia horrible

   —¿De qué estás hablando, Vincent? —se estremeció Milán. Henry que había respingado en su asiento al oír aquello también miraba al facultativo aterrorizado.

   —Hice varias pruebas a Su Majestad —explicó Vincent serio—. No encontré absolutamente nada grave en su organismo, sin embargo… Su Majestad está muriendo.

   —¡¿Qué?! —El grito de Milán rebotó en el recinto. Su cuerpo había quedado exánime sobre el asiento mientras sus ojos miraban a Vincent con horror—. ¡No, Vincent! ¡Dime que mientes! ¡Dime que mientes, por favor!

   —Lo siento Milán pero es la verdad. Sin embargo…

   —¿Sin embargo qué? —preguntó Henry tan horrorizado como sus acompañantes.

   —Sin embargo aún queda una solución. Los facultativos ordinarios, los que hemos aprendido el arte de sanar a través de  los libros o de la tradición oral no podremos hacer mucho, sin embargo los que poseen el poder por gracia de las diosas pueden frenar esto.

   —¿Es decir…? —preguntó Milán reteniendo el aliento.

   —Qué solo un dirgano podría curarlo —susurró Henry, como aturdido.             

   Vincent asintió.

   —Los dirganos son la única raza de Earth capaz de curar este  tipo de cosas. Necesitamos traer a un poderoso sanador junto a su Majestad y posiblemente podremos detener esto.

   —¿Y tú conoces a alguno? —preguntó Milán con ojos esperanzados.

   —Sí, conozco uno —respondió Vincent recuperando un poco la sonrisa—. Aun es joven pero es poderoso, más de lo que el mismo sabe o se imagina. Con mi concejo y mi guía estoy seguro de que hará un buen trabajo.

   —¿Y de quién se trata? —quiso saber Milán.

   Vincent amplió del todo la sonrisa.

   —Se trata de Ariel… Ariel Tylenus.

 

 

 

 

   El mausoleo familiar nunca había sido el sitio preferido de Ariel. Sin embargo aquel día el príncipe había sentido la necesidad de bajar hasta las criptas y visitar a sus padres. A los dos.

   Era la primera vez que saldría después de haberse entregado a aquel campesino infeliz. Ni siquiera había permitido que Xilon lo mirara o le hablara pues sentía que su hermano se daría cuenta de que ya no era puro, que había regalado su virginidad como un prostituto de puerto y que estaba sucio.

   Sin embargo, Ariel estaba tranquilo, y hasta cierto punto satisfecho. ¿Acaso no era eso lo que tenía que hacer? Por su culpa Kuno había resultado mancillado y lo más justo era que él también entregara su virtud. No había otra forma de reparar aquello.

   Suspiró. Por lo menos Kuno se casaría con el hombre que le había tomado a la fuerza pero él… ¿El qué iba a hacer? ¿Cuándo su hermano finalmente resolviera casarlo con el hombre que escogiera para él cómo iba a excusar la pérdida de su virtud?

<< Pensaré en ello cuando sea el momento. Algo se me ocurrirá >> se dijo así mismo mientras atravesaba el puente que conducía hacia las criptas. Dos donceles de compañía le seguían, y cuando los tres llegaron hasta las inmensas bóvedas de piedra donde se encontraba el mausoleo, uno de los sirvientes sacó un grueso manojo de llaves mientras el otro encendía una lámpara de gas.

   Bajaron cobijados por la tenue luz de la lámpara, Ariel iniciando el cortejo y sus sirvientes detrás sosteniéndole la capa negra. Abajo todo se sentía húmedo y frio, como un glaciar de piedra. Ariel vio entre las sombras las grandes estatuas que inauguraban aquella fila de bóvedas. Eran Shion y Ditzha a derecha e izquierda respectivamente. Los tres muchachitos se inclinaron al verlas, encendieron una vela junto a ellas y siguieron su camino.

   Casi diez metros adelante la tumba de Jamil, abierta aun hasta cumplirse las nueve noches de su muerte se vislumbraba en todo su esplendor iluminada por las casi mil velas que se habían colocado el día de su sepelio y de las cuales, la mayoría aun se encontraban prendidas.

   Ariel ordenó entonces que lo dejaran a solas y sus donceles esperaron en el umbral mientras él se adentraba al la bóveda.

   El cuerpo de Jamil cubierto con una gran sabana reposaba sobre un mesón tallado en piedra. Estaba lívido y rígido como era de esperarse sin embargo para Ariel parecía más vivo que nunca.

   ¿Cuándo había sido la última vez que habían estado así en un mismo lugar en silencio y en calma? Posiblemente nunca, pensó Ariel con tristeza, y esa misma tristeza le hizo soltar las primeras lagrimas de aquel día.

   —Padre —dijo acercándose al cuerpo—. Padre… Mírame… Tenías razón. Siempre tuviste razón sobre mí. No sirvo para nada salvo para ocasionar problemas.

   Guardo silencio, como si esperara una réplica de parte del difunto. Pero tal replica obviamente no llegó como tampoco llegó la tranquilidad a su espíritu.

   Ahora era un hecho más que evidente: Su padre se había marchado y sus rencores, sus odios y el inmenso abismo que se había tejido entre ellos nunca había podido salvarse. Ariel se sentía más apenado de lo que se hubiese sentido jamás en toda su vida y eso se debía a la certidumbre de la batalla perdida. Su padre le había dejado solo, sin oportunidad de resolver los conflictos entre ambos y eso… eso Ariel se lo resentía más que ningún otro golpe que éste le hubiera dado en vida.

   Por casi media hora Ariel se dedicó a llorar. Era un llanto desgarrador, intenso, real. El lamento de su impotencia rebotaba por las paredes de las criptas y moría allí mismo donde más nadie excepto él y sus dos sirvientes podían escucharlo.

  Cuando finalmente pudo calmar su llanto, Ariel salió de la cripta y se dirigió ahora a la tumba de su papá Lyon. Su frente estaba empapada de sudor y le había tocado quitarse la capa debido al calor que desprendían las velas de la bóveda de Jamil. Sin embargo, mientras se dirigía a la tumba de su papá, Ariel volvió a sentir el gran frio de aquel lugar, aunque esta vez la gélida sensación era diferente, intensa, como si ya no fuera simplemente producto de la humedad y la profundidad de aquellas rocas.

   —Pásame la capa de nuevo —ordenó a su sirviente mientras avanzaba. De repente, el sueño horroroso que había tenido hacía dos noches le sacudió como un relámpago y la contundencia de algo horrible avecinándose le hizo encogerse entre sus propios brazos.

   Fue en ese momento cuando Ariel vio también eso mismo que había visto Xilon el día de los funerales de Jamil: La loza que cubría la entrada a la cripta de Lyon se hallaba descorrida y una de las vigas de soporte parecía a punto de colapsar. Ariel se acercó reparándolas con detenimiento y nuevamente ese frio aterrador y como de otro mundo lo recorrió integro.

   —¡Por las diosas! —exclamó apartándose—. ¿Desde cuándo está esto así? —preguntó inquieto.

   —Desde el funeral del Su majestad Jamil, alteza —respondió uno de los sirvientes—. Su Majestad Xilon lo notó y mandó a los ingenieros a que vinieran a reparar el daño pero ellos han estado fuera de palacio en reparación de los diques que dañó el huracán y por eso no han venido.

   —Entiendo. ¿Pero entonces se supone que fue el huracán el que rodó la loza y dañó la viga?

   —Es lo más probable, alteza.

   Ariel asintió. Quería pensar lo mismo que su sirviente pero algo le decía que algo no estaba bien. Aun así no intentó acercarse más a la cripta y simplemente ordenó a los donceles que lo custodiaban emprender el regreso. Ya estaba casi de nuevo en los jardines que daban hacia los torreones centrales del castillo cuando la presencia de Vladimir le salió al paso. Ariel intentó por todos los medios sortearlo y hacerse como si no lo hubiera visto, pero fue inútil. Vladimir lo alcanzó y cerrándole el paso lo obligó a confrontarlo.

   —Buenos días, alteza ¿Por qué tan apurado?

   El sonrojo de Ariel se acrecentó ante la mirada ardiente de aquel hombre. El sol estaba inclemente aquel día, pero a pesar de ello el jaeniano lo sentía corto ante el sofoco que le despertaba ese campesino.

   —¿Cómo le va, alteza? Si me permite, debo retirarme.

   —Pues como le parece que no se lo permito —respondió Vladimir—. Necesito hablar con usted —remarcó.

   —Pues no veo de que pueda usted querer hablar conmigo —replicó Ariel—. Entre nosotros todo está dicho.

   —¿En serio? —Vladimir arqueó una ceja—. Yo no lo creo así —afirmó—. De hecho creo que las cosas entre nosotros apenas empiezan. Voy a pedir su mano en matrimonio y tú aceptaras gustoso, encanto.  ¿Verdad que sí?

   La palidez de Ariel dio cuenta de que aquello no se lo esperaba. De veras había llegado a pensar que una vez hecho lo que hizo ese hombre perdería total interés en él. Abrumado comenzó a resoplar sintiendo que el calor volvía a ruborizarlo y antes de que sus sirvientes se dieran cuenta de lo que sucedía hizo a Vladimir apartarse a un lado y tomándolo de un brazo se lo llevó bajo la sombra de un árbol y lo miró a los ojos.

   —¿Qué es lo que quiere? —inquirió con voz temblorosa—. ¿Es que acaso no está satisfecho?

   Vladimir que le miraba fijo, sonrió. Su sonrisa llena de ironía crispó a Ariel.

   —¿Tu de veras crees que tu y yo estamos a mano, encanto?

   —Pero… pero hice lo que usted quería. Le entregue mi virginidad, la deuda se ha saldado.

Esta vez Vladimir se echo a reír sin ningún escrúpulo.

   —Ay, encanto. Eres una dulzura. Tú y yo no tenemos nada a mano. ¿Es que acaso no te das cuenta? —espetó perdiendo la sonrisa y tomando a Ariel de un brazo—. Mi hermano Kuno fue deshonrado como la peor basura en cambio tú… bueno, a ti no te vi quejándote mucho ayer.

   —¡Infeliz! —Indignado, Ariel trató de descargar una bofetada sobre Vladimir, sin embargo el midiano fue más rápido y antes de que el doncel alcanzara a reaccionar ya lo tenía atrapado entre sus brazos.

   —No tan rápido, muñeco. No tan rápido.

   —¡Suélteme, atrevido! ¡Me lástima!

   —¡No más de lo que Xilon lastimó a Ariel! ¡Así que no pienses que estamos a mano, encanto! ¡No pienses tamaña idiotez!

   Entre tirón y tirón Ariel miró a Vladimir directo a los ojos constatando que este no mentía. En uno de sus forcejeos el jaeniano logró zafase pero solo por instantes puesto que el varón lo retuvo de nuevo en un abrazo tan posesivo como un león con su presa.

   —Por favor —gimió Ariel asutado, pero lo que se encontró fue con la boca entreabierta y húmeda que buscaba la suya.

   El beso fue demandante y altanero. Vladimir prácticamente le comía la boca mientras Ariel se debatía entre la resistencia y la entrega. Al cabo de varios segundos la entrega fue la vencedora y el pequeño príncipe se vio vencido respondiendo al beso con igual intensidad.

   —Encanto…no te resistas más —dijo Vladimir entre suspiro y suspiro—. Sabes mejor que yo que terminarás haciendo lo que te digo.

   —Pero Xilon no me creerá. ¿Cómo voy a justificar este repentino cambio de idea?

   —Le dirás la verdad… —El beso de Vladimir se desplazó hacia el cuello del doncel y cuando su boca estuvo cerca de la oreja derecha de Ariel, el midiano le susurró al oído: —Le dirás que te he seducido.

   —Infeliz —respondió el Ariel pero su voz sonaba tan desfallecida que era obvio que no lo decía en mal sentido.

   Sus bocas volvieron a unirse pero cuando el beso parecía estar a punto de hacerlos desfallecer, el sonido de pasos que se acercaban desde el otro lado de los jardines alertó a los amantes.

   —Alteza, es su hermano —dijo uno de los donceles de compañía que a pocos pasos contemplaban la fogosa escena.

   De inmediato Ariel obligó a Vladimir a soltarlo y cuando Xilon estuvo finalmente frente a ellos lo recién vivido entre ambos parecía asunto pasado.

   —Llevo varias horas buscándote, Ariel —informó Xilon con el rostro fruncido. Ahora que finamente había cesado la menarquía de su hermano y que nuevamente podía volver a acercársele, sentía que no podía perder ni un minuto más en hablar con él y aclarar todo el asunto sobre Ezequiel Vilkas.  

   Sin embargo las cosas parecían ponérsele cada vez más difíciles y ahora a Xilon le interesaba más saber qué hacia Vladimir junto a Ariel.

   —¿Qué estás haciendo con este hombre? —preguntó—. Y a usted, Vladimir —dijo fulminando al susodicho con la mirada—. Creo haberle dejado muy claro que no lo quería cerca de mi hermano.

   —¿Y eso por qué? Si a él no le fastidia para nada mi presencia ¿Cierto, encanto? Es más si supiera la encantadora velada que tuvimos ayer en el jardín no se lo creería.

   —¡Vladimir! —exclamó Ariel sin darse cuenta que acababa de tutear a ese hombre frente a su hermano.

   Xilon palideció de desconcierto.

   —¡¿Que dice usted?! ¡¿Qué ayer se vio a solas con mi hermano en sus jardines privados?! Pero eso es imposible… ¡El tenía su menarquía! ¡Ningún varón se le podía acercar!

   —Pues yo si —aseguró Vladimir rayando la fanfarronería—. No sabe como disfrute comiendo alpiestes todos estos días. Casi nadie lo sabe pero ese fruto bloquea el efecto somnífero que los donceles en menarquía tienen sobre los varones.

   —¿Entonces… es verdad? —Los ojos de Xilon buscaron el rostro de Ariel. Era obvio que esa pregunta iba dirigida hacia él. Sin embargo, sumido en un tremendo mutismo Ariel no fue capaz de responder nada y lo siguiente que ocurrió fue la osadía de Vladimir retando a Xilon de la peor manera posible.

   —Los alpistes de su jardín resultaron una deliciosa golosina, Majestad —dijo el midiano acercándose hasta el otro varón—. ¿Pero sabe que resultó mejor aun?

   —¿Qué? —preguntó Xilon.

   —El sabor virginal de tu hermano en mi boca y mi esencia dentro de él.

   —¡Por las diosas! —exclamó Ariel necesitando sostenerse de sus dos sirvientes para no caer.

   —¿Es precioso el sol que tiene tatuado en el ombligo, verdad? Aunque mejor aun es el lunar que tiene entre sus muslos.

   Vladimir se deleitó fascinado con la cara como de piedra que se le había quedado a Xilon luego de oírle hablar. Ariel estaba que se desmayaba y cuando los ojos de su hermano le miraron con la más terrible de las furias, al pobre niño le fue imposible no empezar a llorar, dejando así confirmadas las palabras del midiano.

   —Maldito —susurró Xilon llevando su mano hasta el cinto. Vladimir lo imitó de inmediato y por un momento el sonido de las dos espadas abandonando las vainas fue el único sonido que resonó en los jardines de Jaen.

 

Continuará…


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