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El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

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Capitulo 18

 

La partida de Ariel

 

   Inmediatamente después de concluida la reunión con Vincent, Milán se apresuró a adecuar todo para que el facultativo se trasladara a palacio. Le sería mucho más fácil atender a Benjamín desde la mansión central que trasladándose constantemente desde otras torres o desde la ciudadela externa.

   No necesitaba dos dedos de frente para saber que tal idea no le agradaría en lo más mínimo a Vladimir. Pero qué se le iba a hacer; las circunstancias no dejaban más alternativa y muy seguramente su hermano comprendería la situación teniendo en cuenta que se trataba del bienestar de Benjamín. 

   Agotado por tantos pensamientos se recostó en el sillón del estudio de su padre y reclinando su figura en el asiento cerró los ojos y suspiró. Estaba claro que la presencia de Vincent incomodaría en demasía a Vladimir, pero había algo peor: El hecho de convivir con Ariel tampoco se le hacía al él nada agradable.

   ¿Qué pasaría si ese mocoso trataba de conquistarle de nuevo? ¿Cómo iba a proceder si Ariel volvía con sus acosos y con sus demandas de amor? ¿Y si se portaba grosero con Henry?

   De meterse con su tesoro, Milán estaba seguro de no poder controlarse. Podía soportar el hecho de que ese niño le crispara los nervios con sus pretensiones y sus insinuaciones de amor pero el que se metiera con Henry no iba a tolerárselo jamás y mucho menos ahora que Henry estaba un poco más dócil.

   Justo pensaba en esto cuando dos toques de su guardia lo sorprendieron. Unos segundos después la figura de Henry, enfundado en una capa negra y con la larga cabellera suelta cubriéndole parte del rostro, le saludaba con una media sonrisa.

   —Hay buenas noticias —dijo el rey extendiéndole su mano diestra—. Ven conmigo.

   No hubo más palabras durante la marcha. Milán solo necesitaba dejarse guiar por aquella mano que bien podía llevarlo hasta los mismísimos infiernos mientras que para Henry aquel pequeño contacto se estaba convirtiendo en una sensación demasiado dulce e intensa.

   Cuando llegaron hasta la puerta de las habitaciones de Benjamín, Henry fue el primero en detener el paso, mirar a Milán y volver a hablar.

   —Su majestad se ha movido —anunció retomando la sonrisa—. Vincent dice que también ha balbuceado algunas palabras.

   —¿En serio? —El rostro de Milán se iluminó. Ya no quedaba ningún cortesano rondando por el lugar así que no sintió ningún reparo en estrechar a Henry entres sus brazos dándole un abrazo vigoroso.

   Henry se tensó. No entendía porque un contacto tan simple lo ponía tan nervioso cuando ya había compartido mucha más intimidad junto a Milán. Era increíble pero estaba casi sudando frio y su corazón latía con descontrol.

   —¿Pasa algo tesoro? —preguntó Milán sintiendo su temblor. Henry negó con la cabeza mientras se separaba para tocar la puerta de la recamara.

   —No pasa nada —aseguró dando un paso hacia un lado. Al instante uno de los ayudantes de Vincent abrió las puertas permitiendo el ingreso de ambos nobles. Milán fue el primero en ingresar mientras Henry lo esperaba en el umbral de la puerta. A cada paso la gran neblina de humos que se esparcían por el salón le cubrían como densas nubes. El lugar era un hervidero de esencias y de aromas que se expandían por doquier, dejando en cada rincón un aura de tenebrosa frialdad.

   Al llegar a los pies de Benjamín, Milán descorrió un poco el mosquitero y se sentó en una esquina del lecho. Desde allí, Henry podía observarlo en medio de las volutas de humo y el brillo del sol que matizaba un poco el panorama de frialdad.

   << Es hermoso >> pensó sin darse cuenta de ello, solo viéndolo, midiendo cada uno de sus movimientos y grabándolos en su mente. Era tan extraño y dulce lo que le estaba sucediendo que empezó a tener miedo de sí mismo. Pero era un miedo diferente a cualquier otro temor que hubiese sentido antes… era el temor de perder algo que acaba de descubrir.

   Durante toda su vida, Henry se había amoldado, a fuerza de costumbre, a su título de rey y a su compromiso con Shion. Su promesa le impidió aceptar el amor como algo ajeno al pecado o a la traición. La leyenda sobre su terrible belleza había avanzado por Earth con la potencia y la velocidad de un huracán, haciendo que su vida se convirtiera en una batalla permanente contra los pretendientes y muy en el fondo, contra él mismo.

   Henry aún recordaba, con una nitidez escalofriante, el primer ataque al que había sido sometido por parte uno de aquellos infelices enamorados. En su memoria aun viva la desesperación de aquellos ojos que se cerraron frente a él, vacios, perdidos y locos de deseo.

   “A empezado… al próximo deberás matarlo tú” le había advertido Divan en aquella ocasión, retirando la espada incrustada en el pecho de aquel infeliz moribundo. A partir de ese día Henry había tenido claro que ese sujeto solo era el primer eslabón de una larga, muy larga cadena. Y desde entonces, el niño indefenso, temeroso y débil tuvo que dejar su caparazón. Un largo y duro entrenamiento desquebrajaron cualquier rastro de miedo o duda, aniquilando sin piedad cualquier sentimiento de compasión hasta sembrar en su alma un poderoso y rígido sentido del deber.

   Por eso, cuando el amor nació en su corazón por primera vez, Henry lo mantuvo cautivo en el fondo de su ser, como un preso. Y cuando Divan finalmente se marchó de su lado, Henry sintió que moriría de pena, que la soledad lo consumiría hasta los huesos y lo mataría.

   Pero no fue así. Su corazón pudo soportarlo, la herida dolió, sangró pero no mató, y los sentimientos prohibidos volvieron a dormirse dentro de su corazón, nuevamente presos en su alma… presos hasta el día que Milán llegó.

   —¿No quiere acercarse, alteza? —preguntó Vincent en ese momento atrayéndolo a la realidad. Henry alzó el rostro con violencia y se apresuró en asentir. Con pasos lentos avanzó hasta una esquina del lecho y vislumbró el rostro pálido de Benjamín moribundo sobre las colchas.

   Milán lloraba con las manos de su papá entre las suyas. Sí, era cierto que el rey consorte había dado en la mañana algunas muestras de querer despertar, pero luego de un rato había vuelto a caer en el profundo sueño que parecía no querer soltarlo. En ese momento Vincent dio la orden a sus sirvientes de retirarse y Henry quedó a solas con el príncipe. Aprovechando la soledad, el doncel se sentó a su lado con cuidado y lo abrazó por la espalda. La impresión de Milán fue tanta que no pudo evitar voltear a mirarlo, feliz entre tanto desasosiego.

   —Tesoro…

   —Milán… yo… —El rostro de Henry con parte de sus cabellos velándole, estaba lleno de dulzura y compasión. Ver el sufrimiento de Milán le producía un sufrimiento horrible que no sabía cómo explicarse. Solo sabía que si de él dependiese, Milán no tendría que sufrir nunca. Una parte de si quería llevarlo lejos de allí y protegerlo de todo peligro.

   Entonces por segunda vez fue Henry quien rompió la distancia y robó el beso. Cómo si fuese él un varón, “el tesoro de Shion” atrajo al verdadero varón hacía si y le demandó más contacto. Por su parte, Milán no se resistía en lo absoluto; las caricias de su tesoro eran en ese momento el mejor bálsamo que pudiera enjuagar sus penas.

   El beso continuó. Entre caricia y caricia Henry recordó el maravilloso momento en que hizo suyo por primera vez a ese hombre, sintiendo la pasión recorrer su cuerpo con la violencia de un viento furioso.

   —Tesoro… no te separes de mí. No te separes de mi jamás —suplicó Milán cortando el beso.

   —Estoy aquí ahora —contestó Henry besándolo de nuevo—. Eso es lo único que importa.

   Sonrieron felices dedicándose un nuevo abrazo y una nueva caricia. Milán enredaba sus dedos entre los cabellos de Henry y suspiraba profundo tratando de absorber todo su aroma. Sin embargo, el momento de alegría duró poco, cómo una voluta de humo, etérea y efímera. La realidad cayó sobre ellos de nuevo y ambos jóvenes hubieron de ponerse en pie presurosos cuando un estremecimiento en el lecho les sacó de su sueño de amor.

   —No… no… ¡Diosas! ¿Qué hemos hecho? Xilon… ¿Qué hemos hecho? —Benjamín comenzó a estremecerse en el lecho como si una pesadilla terrible y pesada lo acosara. No despertaba, ni gritaba, pero aun así su desesperación era palpable.

   Milán se había tirado al lecho para tratar de despertarlo pero había sido inútil. Y Henry, aturdido, pues la frialdad horrible que se expandía por aquel recinto había vuelto a llegarle hasta los huesos, optó por hacer lo más lógico: Ir por Vincent y traerlo de nuevo a los aposentos del rey.

   Cuando Vincent llegó la crisis había pasado y Benjamín estaba nuevamente en estado de casi catatonía. Milán, pálido como un muerto, volvía a sostener su mano al tiempo que sus ojos miraban la escena con horror.

   —¿Qué ha sucedido? —preguntó Vincent.

   —No lo sé —respondió Milán aun atontado—. No lo sé.

   —Decía algo muy extraño —intervino Henry—. Mencionaba a Xilon… imagino que Xilon Tylenus.

   —¿A Xilon Tylenus?

   —Así es —. Henry miró las piedras bioenergéticas que rodeaban la cama de Benjamín. Tales piedras habían sido blancas en un principio, pero ahora, luego de permanecer horas enteras absorbiendo las energías que provenían del enfermo, se habían puesto turbias y grises, casi negras.

   Ahora lo tenía claro. No había duda sobre lo que estaba sucediendo y necesitaba hablar del tema con urgencia. Espero un momento a que Milán se sobrepusiera del susto y cuando Vincent pidió que lo dejaran a solas con su paciente, Henry tomó al príncipe de la mano y lo llevó con él hasta una esquina del amplió pasillo que colindaba con las habitaciones de Benjamín.

   Una vez lo tuvo en un lugar privado se atrevió a hablarle mientras Milán trataba de entender a qué se debía tanto misterio.

   —Milán… creo saber perfectamente lo que sucede con Su Majestad, pero para confirmarlo necesito tu ayuda.

   —¿Cómo? —Milán atrapó a Henry entre sus brazos y lo miró con una seriedad que éste jamás le había visto—. ¿Qué es lo que estás diciendo?

   —Digo lo que se —continuó Henry, imperturbable—. Milán, lo que sucede con tu papá es lo mismo que sucedió con los míos años atrás—. El rostro de Milán se puso lívido.

   —No es posible.

   —Sí lo es —replicó Henry con una mirada penetrante—. Misá gemis totel qui kea lamsa qui stud (Esto es obra de la amatista de plata).

 

 

 

 

   Ariel no había pensado mucho antes de atravesarse en el camino de su hermano y prendérsele de las solapas de su guerrera. Si era menester salir herido saldría herido, pero lo que no iba a permitir era que hubiese una tragedia más en su familia.

   — Apártate —resoplaba Xilon sin mirarlo a los ojos. De momento todas sus energías estaban puestas en su espada y en el ser sobre la que pensaba enterrarla. 

   — ¡Xilon, por el amor de Ditzha, no cometas una locura! ¡Envaina tu espada te lo pido! 

   —¿Tanto lo amas? —Los ojos azules se clavaron en el rostro estupefacto de Ariel. Como si hubiera recibido una bofetada a éste se le aguaron los ojos mientras negaba ferviente con la cabeza.

   —¡No seas ridículo! ¡¿Cómo puedes preguntarme algo así?!

   —¡¿Entonces, por qué hiciste lo que hiciste?! —replicó Xilon, lívido de ira—. ¡¿Acaso te volviste loco?!

   Avergonzado, Ariel bajó el rostro. No podía decirle a Xilon que todo lo había hecho por él. Su hermano se sentiría culpable y no iba a permitirlo.

   —No quiero darte explicaciones al respecto —dijo entonces sin alzar la mirada—. Es mi intimidad.

   —¡Eres mi hermano menor! ¡Te conozco! ¡Se que este maldito se aprovechó de ti! ¡A mí no me engañan!

   Xilon apartó de un manotón a Ariel y este fue a dar a los brazos de sus sirvientes. Ya se preparaba para iniciar la contienda con Vladimir, que le esperaba gustoso, cuando el pequeño doncel volvió a alzar la voz interrumpiendo la batalla.

   —¡Si le haces algo no te lo perdonaré, Xilon! ¡Ese hombre no me forzó a nada! ¡Lo hice porque quise! ¡Porque quise y porque me gustó!

   —¿Qué has dicho? —Xilon detuvo su marcha mirando a Ariel con rostro espantado—. ¡¿Estás hablando como un puto de taberna?! ¡Voy a darte una azotaina luego de matar a  este malnacido!  

   —¿En serio? —Una sonrisa triste despunto en el rostro de Ariel—. ¿Vas a golpearme por puto? ¿Vas a castigarme por algo por lo que papá también pecó?

   —¡¿Qué?! —Xilon no podía creer lo había oído. Ariel acababa de insultar a su papá llamándolo “puto” y eso no iba a permitírselo jamás. La ira lo poseyó como solía hacerlo cuando el recuerdo de Lyon Tylenus lo invadía, y enfundando su espada fue hasta la altura de su hermano agarrándolo con inmensa brusquedad hasta tenerlo a un palmo de narices de su rostro.

   —¡Suéltame Xilon! ¡Me haces daño! —chilló Ariel.

   —¡Repite lo que dijiste, mocoso estúpido! ¡Repítelo!

   —¡Dije que eres un hipócrita si quieres castigarme a mí por esto mientras a nuestro papá lo veneras como un santo a pesar de saber que también fue un puto al que no le importó engañar a nuestro padre y parir a un bastardo!

   —¡Maldito, cállate! ¡Cállate!

   Sin poder evitarlo Xilon descargo una violenta bofetada sobre su hermano. Ariel cayó pesadamente y si no hubiese sido por sus donceles de compañía que lo sostuvieron en el acto, el pequeño príncipe se abría dado de bruces contra el suelo.

   Vladimir que había observado todo el incidente sin musitar palabra, en parte porque era lo que había querido provocar, se sintió tan arrepentido por lo sucedido que también guardó su espada yendo de inmediato a consolar al chico. ¿De qué bastardo hablaban? ¿Y qué terrible secreto guardaba aquella familia como para alterar los nervios de esa manera?

   —Ariel… ¿Estás bien? —inquirió sacando un pañuelo al ver que el muchacho sangraba por el labio. Ariel temblaba mucho y había empezado a sollozar pero aceptó el gesto del midiano limpiándose la boca con el pañuelo que éste le ofrecía.

   —Nunca me habías golpeado —dijo después de un instante mirando a su hermano.

   —Nunca habías insultado a nuestro papá —replicó Xilon que con una rigidez casi cadavérica intentaba recuperar la calma.

   —No, nunca lo había insultado —convino el doncel poniéndose de pie con ayuda de sus donceles y de Vladimir—. Sin embargo, lo haré una última vez.

   Nadie supo lo que Ariel quiso decir hasta que éste, sacudiéndose las ropas ajadas y sudadas se adentró hacia el torreón central caminando en dirección al salón principal. Xilon, Vladimir y los dos sirvientes se fueron tras él, llegando justo en el instante en que Ariel, preso de una rabia infinita, descolgaba el cuadro de su papá del lugar donde por años había permanecido amargando con su recuerdo, y usando como inflamable un vino añejo que se hallaba en una mesa cercana, le encendió fuego usando una vela.

   Cuando Xilon vio el cuadro de su papá entre llamas, la locura volvió a apoderarse de él.

   —¡Por las diosas! ¡Papá! ¡No!  ¡Papá! —rugió lanzándose sobre las llamas para tratar de sofocarlas con su capa. Detrás suyo Ariel hipaba viendo el rostro de aquel hombre quedar consumido por el fuego.

   —Quémate, quémate —susurraba entre gimoteos—. Deja a mi hermano vivir en paz. Ya no lo amargues más con tu recuerdo.

   Por casi cinco minutos, Xilon trató inútilmente de salvar el retrato de Lyon, fracasando por completo. Cuando el retrato quedó por fin convertido en cenizas, el muchacho se puso de pie mirando a su hermano como si se tratara del más terrible de sus enemigos.

   —¿Por qué? ¡¿Por qué?! —Xilon trató de abalanzarse de nuevo sobre Ariel pero esta vez el cuerpo de Vladimir se interpuso a tiempo, cobijando al doncel entre sus brazos. El grotesco espectáculo parecía sacado de un libro de tragedia y Vladimir se sentía en el centro de la batalla. No era agradable, pero tampoco iba a permitir que maltrataran a su encanto.

   —Atrás, Xilon —dijo con calma—. Es mejor que te calmes.

   —¿Y qué sabes tú ,maldito campesino? —Los ojos de Xilon parecían dos mares furiosos—. Y tu —espetó mirando a Ariel—. ¿Es así como me pagas todo el amor que te he dado? ¡¿Es así como me lo pagas?!

   —¿Amor que me has dado? —Ariel miró a su hermano con infinito dolor, cómo si una flecha atravesara su pecho—. Tú nunca me has dado amor a mí —sollozó con una pena desgarradora—. Siempre has amado a nuestro papá a través de mí. Solo has querido proyectar en mí su recuerdo.

   —¿Eso no es cierto, Ariel?

   —¿No lo es?

   Ariel miró el cuadro hecho polvo y luego a su hermano. Xilon le devolvió la mirada por algunos instantes pero luego, sintiéndose tan consumido como aquella pintura, cayó de rodillas echándose a llorar.

   Había fallado en todo, en absolutamente todo con respecto a su hermano. La responsabilidad de su cuidado le había quedado grande y le había fallado a su papá. Al verlo así Ariel se libró del abrazó de Vladimir y fue a su encuentro. Tanto que se había esforzado para que su hermano no sufriera y ahora todo terminaba de esa manera. Tanto que le habían recriminado por mentir y ahora resultaba que decir la verdad era mucho más terrible.

   Camino sin prisas, y aunque su mano temblorosa dudó, finalmente fue a reposar sobre los cabellos castaños de Xilon.

   —Me iré con Vladimir a Midas —anunció con un hilo de voz—. Será lo mejor para todos.

   Xilon dejó de llorar.

   —Aun tengo tu custodia… No te dejaré ir.

   —Quiero irme, Xilon. Tú te casarás con Kuno y yo no tengo nada más que hacer aquí.

   —¿Y qué tienes que hacer en Midas? —replicó Xilon alzando el rostro, húmedo de llanto—. Este es tu hogar.

   —Ya no. Y tú lo sabes.

   Xilon no supo a que se refería exactamente Ariel con esas palabras. ¿Se estaría refiriendo a qué por su condición de bastardo ya no merecía estar en Jaen  o sería más bien qué pensaba que su lugar estaba junto a su verdadero padre, Ezequiel Vilkas?

   —Ariel. —Se puso de pie y tomó a su hermano de las manos. El muchacho lo miraba sin miedo ni dolor, ahora solo tenía en el rostro una expresión de vació y ausencia—. Hermano mío… este es tu hogar—aseguró Xilon.

   Ariel sonrió, quizás con una de las sonrisas más bellas que Xilon le vería jamás. Había ternura en ese gesto pero también una tristeza indefinible.

   —Dejame ir, Xilon. Déjame ir. 

   Con un suspiro Xilon obedeció soltando las manos de Ariel. Se dio media vuelta y llegó hasta el gran ventanal de aquel salón desde donde se observaba el inmenso mar de Jaen con el sol sacando brillos plateados de la bruma del mar.

   — Está bien. Si esa es tu decisión yo no me opondré —anunció luego de varios instantes con la vista clavada en el mar—. Pero tengo dos condiciones— agregó.

   —¿Y de qué condiciones se trata? —intervino Vladimir colocándose detrás de Ariel.

   Xilon giró sobre sus talones y lo enfrentó con la mirada. Por su expresión Vladimir presintió lo que vendría.

   —Yo iré con ustedes —exigió el jaeniano, rígido como un tronco—. Entregaré a mi hermano como un novio, con dignidad, como las diosas mandan… y luego…

   —¿Y luego…? —inquirió Vladimir tan rígido como el otro hombre.

   Xilon avanzó un par de pasos llegando hasta el lado de su hermano. Con su mano llena de bioenergía curó la herida que el mismo había ocasionado en el labio de Ariel y después sus ojos se clavaron en el otro varón con insolencia.

   —Luego regresaré a Jaen…—informó calmo—. Regresaré con Kuno.

   No hubo tiempo para que Vladimir respondiera a ese reto. Apenas pronunciadas las palabras de Xilon, Ezequiel había ingresado al salón donde estaban reunidos todos y con cara de acontecimiento les había dicho que debían partir ese mismo día.

   —Tenemos que volver a Midas enseguida, Vladimir —dijo extendiéndole la misiva que acababa de recibir de parte de Milán.

   —¿Qué sucede, padre? —preguntó Vladimir olvidando por un instante el asunto de Kuno.

   El rostro de Ezequiel pareció anunciar la tragedia antes que sus palabras.

   —Benjamín está muriendo —dijo sin más.

   Vladimir, Ariel y Xilon sintieron que sus corazones se detenían al unísono.

 

 Continuará…

 

 

 

 


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