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El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

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   Capítulo XXXI

   La estrategia del canalla.

  

   Recostado sobre los suaves edredones de algodón, Vincent se recuperaba a cuentagotas de la herida en su costado. Había perdido mucha sangre pues, aunque la estocada no había sido demasiado profunda, sí le había alcanzado a lacerar un vaso sanguíneo de importante calibre. Las defensas le bajaron y, a pesar de no infectarse, tuvo un estado de shock causado por la hemorragia.

   Estaba muy pálido todavía, sin embargo, gracias a los caldos de hígado y los cuidados milimétricamente eficientes de Ariel, el sonrojo volvía tímidamente a chapear sus mejillas y a darle un leve toque de vida a sus labios. Lo mantenían sin ropa de cintura hacia arriba y sólo lo cubrían con las mantas para evitar la hipotermia. Era más fácil y menos incomodo para él permanecer con el torso descubierto; de esta forma no había que movilizarlo demasiado para cambiarle los vendajes.

   Ariel, a diario, se había encargado personalmente de estas tareas. Su pócima reconstituyente a base de plantas ornamentales cargadas con la luz del sol resultó muy efectiva, tal como lo había intuido en sus análisis médicos sobre el balance bioenergetico luego de una fuga masiva de sangre. Le había servido mucho pasarse horas leyendo en la biblioteca y experimentando en compañía de los magos. Sus conocimientos estaban siendo de gran ayuda.

   Con suavidad se acercó a la cama y se dedicó a cambiar las vendas teñidas de sangre. La herida estaba casi cerrada del todo y ahora sólo manchaba precariamente las tiras de gaza. Ariel la limpió suavemente con un desinfectante de un olor potente que, al producirle fuertes nauseas, lo obligaron a virar el rostro. Fue en ese momento que Vincent despertó…

   …reaccionó por el ardor del líquido y abrió los ojos. Miró a Ariel y lo notó descompuesto por las nauseas. Intentó alzar su mano y tocarlo, pero el príncipe, sin percatarse del despertar de su paciente, se levantó a prisa en busca de un vaso con agua.

   Vincent se incorporó un poco, quedando medio sentado apenas; miró a Ariel quien estaba de espaldas y cuyo cabello trenzado le afianzaba la ternura del rostro. Lo amaba, amaba cada hebra de cabello, cada suspiro, cada movimiento. Pero sobre todo, amaba su historia, sus miedos… su tristeza.

   —Ariel… —suspiró, pero su voz pareció quedar atrancada en su garganta. Un nudo parecía asfixiar su corazón.

   Recién llegado a Jaen, Vincent había ocupado de inmediato, debido a su talento y a sus conocimientos en técnicas de medicina alternativas, un lugar relevante entre los médicos de palacio. Durante sus años de entrenamiento había aprendido mucho, y no sólo con su padre, sino también con el papá de Vladimir. Ambos hombres le legaron lo mejor de ambos mundos médicos, mundos muy distintos en apariencia, pero que en manos de un curador innato como Vincent, sólo lograron complementarse de forma maravillosa.

   El día que conoció a Ariel, éste le resultó, como a casi todo el mundo, un chico francamente insoportable. El príncipe era exactamente como se lo habían descrito: un muchachito desdeñoso y huraño. Lo habían llamado para atenderle unas heridas, y durante todo el tiempo que duró aquella revisión, el jovencito no lo miró ni una vez. Al sentirlo entrar, el niño sólo atinó a estirar su mano derecha, la cual lucía una importante quemadura en la palma, mientras con la zurda continuaba resolviendo operaciones aritméticas. Vincent le realizó varias preguntas de las cuales no respondió ninguna y cuando trató de persuadirlo con consejos para evitar las cicatrices, Ariel se puso de pie y llamando a su doncel de compañía le pidió escoltar al facultativo hasta la puerta.

   Al principio creyó que el muchacho se lesionaba adrede. No eran raras esas conductas desequilibradas entre los nobles, pensó el día que le curó un dedo roto; también lo creyó así cuando le cosió un corte largo en el brazo. Pero ya no siguió pensando igual el día que encontró al niño con la nariz rota y un diente astillado.

   Aquel día, por primera vez, Ariel se permitió llorar en frente del facultativo al verse la cara desfigurada por la hinchazón. Entonces, Vincent ya no tuvo duda de que tenía frente a él un grave caso de maltrato. La sangre se le heló. Conocía a Xilon desde hacía muchos años atrás y sabía que jamás lastimaría a su hermano, por tanto la única opción posible era Jamil Tylenus. El rey era el único que podía dejar así al pequeño príncipe sin terminar en la horca.

   De inmediato Vincent quiso poner al corriente a Xilon, pues daba la casualidad de que los incidentes siempre ocurrían en su ausencia, pero Ariel, llenó de pánico y mostrando un carácter suplicante muy diferente a su temperamento habitual, lo convenció de no hacerlo. No era tonto como para creer que Xilon no sabía que los malos tratos habían seguido después de aquel terrible intento de violación, sin embargo, Ariel trataba a toda costa que su hermano no supiese qué tan extremadamente frecuentes eran, ni la gravedad de los mismos. Las cosas en Jaen se habían calmado un poco, pero la tensión en palacio continuaba. Los miembros del gabinete seguían teniendo fuertes dudas de la lealtad de Xilon con respecto al gobierno de su padre y los rumores de conspiración no se silenciaban del todo. A Ariel el corazón dejaba de latirle por instantes cada vez que pensaba en su hermano colgando de una viga en la plaza mayor después de recibir la pena impuesta a los traidores a la corona.

   Vincent quedó conmovido por la angustia de aquel niño. Esa criatura estaba atrapada en una jaula de oro y la única solución que se veía cercana era un matrimonio. Aun así, faltaba para aquello porque Ariel solo tenía doce años y no mostraba señales de desarrollo sexual. Sabrían las diosas cuantos años pasarían antes de lograr liberarse. Sin embargo…

   El día que le contó su idea, Ariel quedó pálido de la impresión. Fingir que ya había tenido su menarquía podía resultar peligroso y ponerlo en aprietos con Xilon, si éste lo descubría, así que se tomó un tiempo en meditarlo y dos semanas más tarde tomó la decisión.

   Xilon quedó muy impresionado cuando le dijeron que su hermanito ya estaba en edad de merecer. A sus ojos, Ariel seguía luciendo aniñado y dulcemente inocente, sin embargo, pese a ello, decidió que sus sentimientos sobreprotectores no podían interponerse contra la naturaleza, y siguiendo el protocolo establecido permitió que Ariel empezara a asistir a los bailes y que pudiera ser cortejado.

   Casi de inmediato, Ariel comenzó a recibir propuestas de muchos miembros de la corte, las cuales, sin embargo, tuvo que rechazar. No podía quedarse en Jaen. Para librarse del tentáculo siniestro de su padre tenía que poner mucha tierra de por medio. Fue por eso que los primeros meses que transcurrieron luego de su falsa menarquía, sus ánimos empezaron a decaer y su paciencia se empezó a desquebrajar. Todo se vislumbraba muy oscuro para él; todo parecía ir en es su contra, como un bosque oscuro cuya maleza sólo parece crecer y crecer. Todo fue así hasta cierta noche, una noche en uno de los tantos bailes…

   Su nombre era Milán Vilkas. Ariel sintió que no podía encontrar nada mejor. El sujeto no sólo era apuesto, gallardo y noble heredero, sino que además era el hijo del gran enemigo de Jamil: Ezequiel Vilkas. ¡Era perfecto! pensó cuando se entero de ese detalle. Su esperanza volvió a renacer y sus ilusiones volvieron a llenarse de luz. Nada parecía poder empañar su felicidad, por lo menos no hasta el día que descubrió que el príncipe midiano, además de no dedicarle ni el más mínimo sentimiento amoroso, ya tenía el corazón ocupado en otro amor.

   Ariel sintió su orgullo herido y su única esperanza perdida. Se desesperó tanto que llego a recurrir a estrategias que le hicieron sentir humillado y vulgar. Deseo morir más que nunca por aquellos días, y se refugió por completo en Vincent a través de una relación que tomó rápidamente carices de extraño romance.

   Se veían más de lo necesario, más de lo adecuado. Fingiendo falsos malestares, Ariel lo recibía en sus habitaciones y le dejaba entrar en su lecho. Nunca, sin embargo, le permitió pasar más allá de los preliminares en cuanto a placer se debía. No iba a darle más razones a su padre para menospreciarlo, aunque él mismo no considerara aquello como algo realmente sexual.

   El juego amoroso con Vincent era exactamente eso, un juego. Desde el primer instante en que lo vio, Ariel lo intuyó como un doncel más. Cada movimiento, cada gesto del facultativo gritaba doncel a kilómetros. Sus besos, sus caricias eran suaves, delicadas; era como recostarse en una nube algodonosa y dejarse arrullar. Le tomó mucho apreció. Fue su primer y único amigo de verdad, el que lo curaba y lo entendía.

   Vincent se enamoró perdidamente. Le asombró descubrirlo puesto que siempre había sabido que lo suyo eran los varones, que le atraía la virilidad extrema y la rudeza no atenuada de éstos. No era la clase de hombre que necesitaba Ariel, aunque hubiera estado dispuesto a reprimir sus deseos por seguir a su corazón.

   En medio de éstas cavilaciones lo sorprendió Ariel cuando, una vez recompuesto de las nauseas, se dirigió de nuevo al lecho. Vincent, con ojos sorprendidos, alzó su mirada y la hermosa sonrisa del príncipe le iluminó con brillante dulzura. El corazón pareció hincharse y explayarse por todo su pecho. Lo amaba, lo amaba intensamente.

   —Vincent, querido mío. ¿Cómo te sientes? —preguntó Ariel.

   —Ariel… —contestó Vincent con un hilo de voz.

   —Es maravilloso que ya estés tan aliviado —añadió el príncipe—. Todos estuvimos tan preocupados, especialmente Vladimir.

   —¿Vladimir? —A Vincent le pareció extraño escuchar el nombre de su antiguo amante. ¿Vladimir había sido el más preocupado? ¿Por qué?

   —Por supuesto que sí. —Pero Ariel estaba muy seguro de lo dicho—. Vladimir no se perdona que hayas resultado herido por salvarle la vida —explicó—. Fue muy noble de tu parte interponerte entre esa espada y él. Mi hijo y yo te lo agradecemos mucho.

   —Ariel… yo…—Vincent se sintió dulcemente conmovido cuando vio la forma cómo Ariel se acariciaba su ya evidente panza. Una sonrisa se formó en su rostro aunque, de repente, se vio suspendida ante la sorpresiva pregunta de su interlocutor.

   —Vincent… ¿por qué lo hiciste? ¿Por qué arriesgaste tu vida por la de Vladimir? —inquirió Ariel mirando a su amigo y maestro a los ojos—. Sé que tú y Vladimir tienen una historia juntos. Dime, Vincent… ¿aún sientes algo por Vladimir? ¿Aún lo quieres?

   —¡Lo hice por ti! —Los ojos de Vincent se llenaron de lágrimas. La vergüenza recorrió todo su cuerpo y de repente se sintió como si estuviera completamente desnudo, como si no sólo su cuerpo sino también su alma estuviera expuesta sin contemplaciones; tan expuesta como un cuerpo abierto sobre una mesa de cirugía.

   Ariel le sonrió y la acarició el rostro. Le creía, claro que lo hacía, pero conocía muy bien a su amigo y se había dado cuenta de que el estar de nuevo cerca de Vladimir había revivido en él viejas pasiones. No lo culpaba por ello, no le reprochaba nada, sólo quería que Vincent también se percatara de ello; que no se sintiera culpable por confesárselo.

   —Yo te amo —declaró Vincent entonces.

   —Eso lo sé, pero no es eso lo que te pregunto ahora —le devolvió Ariel con un poco de maldad—. Te pregunto si sigues sintiendo algo por Vladimir—repitió—.Te quiero mucho, Vincent, pero sabes lo mucho que odio que me subestimen.

   —¡No te subestimo! —Los ojos de Vincent se aguaron de nuevo—. Todos estos años intenté cambiar para ti —confesó sin reparos—, quería ser un varón normal para poder tener tu amor. Todos estos años yo he tratado de ser el hombre que necesitas; quise ser como los demás varones y estar a la altura de todos esos hombres que te pretendían… Yo sólo quería…

   —… sólo querías ser diferente.

   —Así es.

   —¡Oh, Vincent! ¡Mi bello y dulce Vincent! —Sin poder contenerse más y con cuidado de no lastimarle la herida, Ariel se inclinó sobre Vincent y lo abrazó con afán. Sus ojos también estaban llenos de lágrimas; su corazón era un mar de emociones turbulentas—. Haz sido el amigo fiel, amable y bueno. Mi maravilloso maestro y refugio. Pero no debes cambiar por nadie, mi querido Vincent; no debes hacerlo por nadie y mucho menos por mí; yo, un bastardo que sólo sigue vivo gracias a la retorcida misericordia de un rey burlado en su amor.

   —¡No hables así de tu persona, vida mía!

   —¡Pero es la verdad! —replicó Ariel, nuevamente mirándolo a los ojos—. Sólo digo la verdad.

   —Tú no eres culpable de nada de lo que pasó.

   —Tampoco Jamil fue culpable por amar hasta la locura… y tú tampoco eres culpable de ser como eres.

   Vincent se alojó en el pecho suave de su amado y se dejó acunar como un bebé. A ratos, los suaves movimientos de la criatura que Ariel llevaba en su vientre le recordaban que su hermoso niño le pertenecía a alguien más. Y dolía, dolía como el golpe de un látigo.

   —Ariel… ¿ya te enteraste de todo lo que sucedió en Earth? —preguntó de repente, recordando ese otro asunto terrible que también le sacudía el pecho—. ¿Ya sabes que…?

   —¿…qué mi papá está vivo? Sí, ya lo sé.

   —¿Y qué piensas hacer?

   —¿Qué pienso hacer sobre qué? —preguntó Ariel, dando fin al abrazo.

   —¿Cómo que sobre qué? —se extrañó Vincent—. Ariel, tu papá es nuestro enemigo pero sigue siendo tu papá. ¿Xilon se habrá enterado ya? Cuando sucedió todo aquello, él y Kuno ya habían partido de Earth.

   —No lo sé —Ariel se llevó las manos al pecho y suspiró hondo. El día que Vladimir y los demás regresaron de Earth y le contaron todo lo ocurrido, creyó que iba a volverse loco. Desde ese día un horrible temor se apoderó de su corazón. Nunca sintió apreció por el hombre del que había nacido y siempre había pensado que ello se debía a que nunca lo había conocido. Sin embargo, ahora sabía que no era así. Su falta de afecto hacía su papá se debía a que siempre lo había intuido un hombre vil… y ahora lo confirmaba.

   —Tenemos que prevenir a Xilon. Es muy posible que tu papá intente buscarlo.

   —¡No! ¡No podemos permitirlo! —Ariel se alteró y sus ojos se llenaron de pavor. Creía que Xilon estaba a salvo en Jaen, donde la noticia de lo ocurrido en Earth tardaría todavía algunos días más en llegar. Sin embargo, ahora que Vincent lo mencionaba, era posible que se estuvieran tardando demasiado en ir a informa a Xilon de lo ocurrido. ¡Iba a ser terrible si se enteraba por boca de chismosos!

   —Tranquilo, ya me he encargado de ello —dijo entonces una voz desde la puerta. Ariel y Vincent voltearon, viendo sorprendidos la figura de Vladimir recostada sobre el marco de la puerta entreabierta.

   —Vladimir… —se sonrojó Vincent, percatándose de que estaba casi desnudo.

   —¿Cómo te sientes? —le devolvió el varón, muy consciente del sonrojo que su mirada había despertado.

   —Me siento mucho mejor —respondió Vincent bajando la mirada—. Tu esposo es el mejor —sonrió después.

   —¡Vincent! —se quejó Ariel, ganando también un marcado rubor. Pero Vladimir sólo acertó a chasquear la lengua y a darles la espalda.

   —Sí, es el mejor —convino antes de alejarse de allí—. Y también es mi esposo. No lo olvides.

 

 

   Cuatro días pasaron antes de que Vladimir regresara de un corto viaje que tuvo que realizar cerca a las fronteras. Se necesitaba su presencia en las guarniciones para organizar a los regimientos. El reino de Earth estaba oficialmente en guerra con Dirgania; vientos belicosos se movían entre las aldeas; pueblos enteros que podían aprovechar las circunstancias para buscar emancipación.

   Se sabía que en Earth habían estallado ya varias batallas en poblados cercanos a Kazharia. En las fronteras Midianas se empezaba a presentar éxodo masivo, sobre todo  en aquellas zonas donde el caos era mayor. Gran parte de los emigrantes intentaban entrar ilegalmente a Midas, tratando de escapar de la ruina y de la muerte.

  Todo aquello le había dificultado a Vladimir comunicarse con Ezequiel. Ya tenía muchos días sin noticias de su padre y empezaba a alarmarse. A ratos, se tranquilizaba con la idea de que los correos quedaban detenidos en medio de los conflictos armados y que les era muy difícil atravesar los caminos para llevar los mensajes, sin embargo, un presentimiento le decía que algo más estaba sucediendo, que tal vez algo malo le había ocurrido a su padre.

   Finalizada su reunión con un cónsul Erthiano, Vladimir escribió la última nota que pensaba mandarle a Ezequiel. Enrolló el pergamino después de leerlo varias veces y lo amarró con una gruesa fibra de caña. El mensaje estaba escrito de su puño y letra por lo que su padre no dudaría de la autenticidad del mismo. Si no obtenía respuesta esta vez, ya no esperaría más… iría en persona a buscarlo.

   —Entrégaselo en sus manos, ¿me has entendido? —ordenó al soldado encargado de llevar el recado. El uniformado hizo una venia, tomó el mensaje y se marchó. Vladimir miró hacia la ventana. Iba a llover.

 

 

 

    Un rato más tarde, agotado, Vladimir se dirigió a su recamara. Ariel no estaba allí. Tal como esperaba, a esas horas lo más probable era encontrarlo metido entre sus libros o realizando algún tipo de práctica médica con Vincent.

   Se recostó en la cama, dejando las piernas colgar. Se sentía un poco pervertido por estar teniendo esos sentimientos desde el día en que vio a Ariel y a Vincent abrazados con tanta ternura. Esa vez no había sentido ni la menor punzada de celos. Al contrario, la amistad de los dos muchachos le pareció hermosa, sincera, pura. Pensó con agrado en que Vincent, tan dulce como era, habría sido la cálida compañía que lograra mitigar un poco la soledad de su amado Ariel. Se sintió doblemente agradecido con él por eso. No sólo le había salvado la vida en Earth, sino que además, quien sabe cuántas veces había alegrado la vida de Ariel.

   Pensó en ellos como amantes y como un relámpago vino a su mente la imagen de dos cuerpos delgados suspirando bajo las sabanas, húmedos por el calor, brillantes por el salitre del mar. Carne trémula, caricias suaves, jadeos sofocados. Se le erizó cada vello del cuerpo. La sola idea lo había puesto increíblemente caliente. Llevó una mano a su entrepierna y la sintió a tono, la acariciaba lentamente en todo su extensión a través del lino del pantalón cuando una voz en la puerta lo asustó de repente.

   —Disculpa, estaba buscando a Ariel. —Vincent estaba en el umbral de la puerta y no había podido evitar pillar a Vladimir en su momento de personal intimidad—. Luego volveré —se turbó.

   —Espera —lo detuvo Vladmir antes de que partiera y ágilmente se acercó hasta él. Vincent vio como se le acercaba, con esa mirada salvaje que en el pasado lo hacía temblar de placer. Tal vez pensaba reclamarle por robarle su tiempo con Ariel, pensó por un momento, pero luego, la picardía en los ojos del varón le hizo temblar como antaño.

   Vladimir tomó un mechón de aquella cabellera rizada y lo acarició entre sus dedos. Vincent estaba completamente repuesto, con sus  rizos castaños perfectos afianzando el brillo magnifico de sus ojos; el cuello de la levita cubriéndolo con magnifico recato. Vladimir aspiró su aroma cuando estuvo lo suficientemente cerca. Olía como una dulce flor, como un narciso para ser exactos.

   —Esta noche, a las once, en esta habitación —dijo el príncipe susurrando sobre el oído del facultativo. Vincent se sintió desfallecer cuando el aliento cálido del otro varón se alejó de su cuello. Miró hacía la ventana. Iba a llover.

 

 

 

   La noche cayó rápido, más de lo que Vincent hubiera deseado. No entendía por qué había sido citado a semejantes horas y en semejante lugar. ¿Pretendía Vladimir acaso…? No, imposible. Ariel tenía que estar durmiendo junto a él. Lo más seguro es que quisiera tratar un tema delicado que necesitaba absoluta discreción.

   Se colocó un abrigo grueso y abandonó su recamara. El pasillo estaba levemente iluminado por la claridad de la luna y los candiles. La habitación de los príncipes estaba en el ala oeste del castillo, así que debía recorrer cuatro pasillos y doblar a la derecha en el último, justo por encima de la alberca y las fuentes. A medida que se desplazaba, sintió la suave brisa helada; olía un poco a lluvia y el cielo estaba nublado. Posiblemente llovería en la madrugada y no pararía hasta muy entrada la mañana.

   Por el camino se encontró con varios soldados que pasaban guardia. Los saludó con cortesía, a la vez que se distraía con las sombras de ramas bailoteando sobre el embaldosado. Justo cuando las campanas marcaban a lo lejos once repiques, llegó hasta el lugar de la cita. Le extrañó no ver guardias custodiando la puerta y aquello le hizo presentir aún más sobre los fines íntimos de aquel encuentro. Tocó dos veces con moderada determinación. No hubo respuesta. Tocó de nuevo con un poco mas de ímpetu y nuevamente le respondió el completo silencio. Aquello lo inquietó y acercando una oreja a la rendija intentó atrapar algún sonido. Se escuchaba algo, nada claro, un golpeteo para ser precisos. Pensó entonces en abrir la puerta y entrar, pero estaba seguro de que estaría clausurada por dentro. Probó suerte de todos modos aunque no esperaba ningún resultado. Para su incredulidad, la puerta se abrió un poco por el empuje; adentro todo estaba en penumbras. Vincent la empujó otro poco hasta poder entrar del todo, escurriendo su menudo cuerpo por la pequeña rendija. Una vez adentro los sonidos fueron más claros y la luz de varias lámparas de gas que iluminaban el lecho eran suficientes para enseñarle lo que sucedía. Era fascinante.

   Velados por un delgado toldo, Ariel y Vladimir hacían el amor entre sombras y luz. El más joven se sostenía del cabezal de la cama, mientras era azotado contra la pared a cada embestida. Allí estaba, entonces, el golpeteo que Vincent había escuchado desde antes de entrar. Los amantes estaban agitados, a punto de alcanzar el clímax. Vladimir mordía el hombro blanquísimo de Ariel y aferraba sus caderas con ahínco. Y tenía que estar siendo muy preciso y certero en sus estocadas a juzgar por los gemidos de gozo que exhalaba el pequeño príncipe.

   Vincent no dejó de mirarlos ni por un instante. En ese momento trató de recordar cuantas veces él mismo había estado así con Vladimir; siendo sodomizado con idénticos bríos, con igual voracidad. Parecía que Vladimir seguía siendo un animal salvaje en la cama, un macho en celo en el colchón; uno de esos amantes fogosos que le sacaban todo el jugo a sus acompañantes y que parecían nunca quedar saciados. Cuando pensaba en Vladimir y Ariel, siempre lo hacía lleno de celos y de rabia; mas ahora, viendo aquella escena, Vincent no podía impedir el deseo de estar recibiendo ese placer que a Ariel se le obsequiaba a borbotones.

   Los descarados esposos terminaron instantes después. Vladimir embistió un par de veces más a Ariel, como si quisiera llenarlo por completo, y Ariel se lo permitió, sacándolo luego con cuidado mientras giraba para besarlo. En ese momento vio a Vincent de pie frente a ellos y puso en aviso a su pareja. Vladimir entornó los ojos hacia el invitado y con una sonrisa lasciva y coqueta descorrió el toldo, llenando la estancia de un fascinante aroma a sexo.

   —Bienvenido —sonrió de nuevo, estrechando a Ariel contra si—. Espero que no te importe que hayamos empezado primero —añadió de inmediato—. Tú mismo debes saber lo difícil que es resistirse a este encanto.

   —Ven —le dijo también Ariel y estiró su mano invitándolo a la cama. Vincent parpadeó confuso, incrédulo. Por unos segundos se quedó allí, pasmado, aturdido, sin mover un musculo. Pero luego, mirando cómo lo reclamaban expectantes los ocupantes de aquel lecho, decidió seguir sus instintos; se agarró del baldaquín para trepar a la cama, y una vez en ésta, sólo se dejó llevar.

   Dos pares de manos lo desnudaron rápidamente. Cuando volvió a reaccionar estaba desnudo entre los brazos de su primer amor: Vladimir, el que le dio su primer beso y le  arrancó la virginidad sobre los juncos de la rivera de un rio, el motivo por el que escapaba en las noches para fornicar bajo claros de luna cuando era todavía un niño inexperto. Lo besó con pasión, recordando que aquel campesino era uno de los pocos hombres que conocía, capaz de amar con el corazón con igual ímpetu que con la carne. Vladimir lo besó más profundo, palpó sus pezones y le lamió el cuello; bajó una mano y acarició un glúteo respingado y abundante, carne magra, piel de seda.

   —No sabes cuánto tiempo he deseado volvértela a meter —ronroneó lascivo el mayor de los príncipes, con la voz ronca de deseo—. ¿Me has extrañado?

   Vincent apenas asintió, ahogado de placer. Había pasado tres años degustando hombres que parecían interesantes y que luego resultaban insípidos y egoístas para el placer. Ariel ni siquiera entraba en ese grupo porque con el príncipe de Jaen las cosas eran diferentes, harina de otro costal. Vladimir suspendió el beso y lo soltó, acogiendo entonces a Ariel entre sus brazos. El jovencito lucía sonrojado y sus ojos brillaban con evidente efusividad. Era evidente que estaba experimentando el mayor placer de su corta vida.

   —Este muñequito es delicioso en muchos lugares —dijo Vladimir, tomando entre sus manos el miembro húmedo de Ariel. Pero en este es exquisito —advirtió.

   —Lo sé  —Vincent sonrió mirando a Vladimir y luego a Ariel, quien también sonrió. El facultativo se acercó al menor de los príncipes y lo arrojó sobre el lecho, tomando aquel   miembro con deleite. Con deleite también recibió el aroma a fluidos y humedad, y aquello le invitó a atenderlo. Comenzó por la base, mientras la piel cubría y descubría la cabeza enrojecida. Subió por todo el tronco erecto, como si le hiciese el amor a un cuerpo desnudo. Cuando la lengua tocó la punta y los labios la besaron, Ariel se arqueó dejando salir un lento jadeo, al tiempo que Vincent sentía cómo el cuerpo de Vladimir, poderoso y macizo, le acariciaba todo. Siguió chupando, absorbiendo, disfrutando el temblor del cuerpo complacido y entonces, a sus espaldas, en cuatro como se hallaba, una invasión apetecida durante tanto tiempo le golpeó en la retaguardia. Un dolor agudo pareció partirlo en dos y gimió, aún con el sexo de Ariel en su boca.

   —Respira, vamos. Ya sabes cómo es —le aconsejó Vladimir, quien permanencia quieto a la espera de la total relajación de su amante. Era tenaz aguantar tan estoicamente las ganas de dejársela ir de una sola vez. Era duro pero al mismo tiempo, muy excitante.

   Ariel se incorporó sobre sus codos al verse desatendido. Miró como Vladimir, tan caballero como siempre, se resistía a moverse para no lastima a su amante de turno. Decidió ayudarlo un poco estirando el pie, tanteando hasta alcanzar un muslo sedoso y, enseguida, un poco más arriba, una virilidad hiniesta y dura. La acarició con movimientos lentos, sinuosos, mientras sonreía como niño desentendido viendo como Vincent lo miraba sorprendido. Al rato, le hizo un guiño a Vladimir y éste le arrojó un beso. Ahora, relajado con la masturbación, Vincent permitía la deliciosa invasión sin sentir dolor. Entraban dentro de su cuerpo, oral y caudal, diría su mente de facultativo. Se sentía deliciosamente sucio, abrazando por completo la perversión. Ariel alzaba las caderas y le tocaba la campanilla mientras que Vladimir se hundía a fondo, enloqueciéndolo de gozo.

   —Vincent, por las diosas. Sigues tan apretado como cuando eras un adolescente—resolló Vladimir montándoselo lentamente a fin de no lastimarle la herida.

   —Lo sé —respondió coquetamente el duque respingando un poco más el trasero para mejorar el ángulo de la penetración. Experto como era, sabía cómo apretar el culo al compás de las embestidas. Vladimir le agradeció aquello frotándole el torso, pellizcándole un pezón endurecido. Con suavidad deslizó su mano por la espalda tersa, siguiendo la línea de la columna; despacio tiró más a fondo, hasta escuchar el sonido pegajoso de la cópula. Tan caliente, tan resbaloso allí adentro. Su Vincent era suyo de nuevo, o por lo menos, una parte de él.

   Ariel lo miraba. Se sonrieron cómplices, No sentían ningún tipo de traición en aquel acto. Ambos amaban a Vincent a su manera y Vincent los amaba a ellos a la suya. El destino los había juntado, había decidido que amistad, amor y deseo se juntaran. Y era una mezcla preciosa.

   Dentro del toldo todo se caldeó. Los gruñidos de Vladimir apagaban los jadeos suaves de Ariel. De repente, el más joven se agitó ondulante; un dedo delgado, suave, acariciaba su hendidura, la lubricaba, delimitaba los contornos para luego, despacio pero seguro, hundirse entre sus paredes. Vladimir lo escuchó perder el aliento, arquearse con ferviente júbilo, hundir los dedos en los risos castaños de Vincent susurrando frases ininteligibles. Aquello le robó la razón, se agitó un poco más fuerte en medio de su cadencioso ritmo, se recostó un poco sobre la espalda inclinada, enterró su cabeza al lado del cuello del duque y sintió sus músculos tensos, la manzana sobresaliendo al pasar un trago que intuyó espeso. Era el néctar de Ariel pasando por la garganta de su amigo, lechoso, caliente y tan abundante que se le escurrió un poco por las comisuras.

   Enloquecido y febril, Vladimir le volteó el rostro para lamer los restos de semen que resbalaban por su mentón. Ariel mientras tanto veía, aun entre espasmos de deleite, la forma como los dos varones se mecían con los últimos rezagos de sus fuerzas. El mayor de los príncipes sacó su miembro casi del todo y un instante después, como quien lanza una última flecha, volvió a enterrarse en aquel canal de carne. Vincent gritó sin dilación y se rindió a los brazos fuertes que lo alzaron y lo estrecharon, sintiendo entonces la marea cálida que le inundaba las entrañas y un aliento agónico deslizándose sobre su nuca. Se corrió también mientras se dejaba caer en el lecho con Vladimir; agotados ambos, sudorosos, con la piel pegajosa y la carne trémula.

   —Vincent, no sabía que te gustara el sexo tan rudo. Entre nosotros era tan diferente – le recordó Ariel subiéndosele encima a horcajadas, pero sin llegar a rozar la cicatriz de la herida. Vladimir se incorporó un poco, resoplando todavía. Era cierto, aún faltaba esa parte; que sus dos amantes le mostraran cómo era el sexo entre ellos, como era el amor suave y delicado entre un doncel y un varón que no se sentía tal.

   Hubo entonces una risilla por parte de los más jóvenes cuando Vladimir les pidió tocarse.  Vincent, agitado aún, alzó una mano y apartó los cabellos plateados mirando el rostro que a medias iluminaban las lámparas. Los labios sonrosados y delgados formaron una sonrisa divertida; los delineó y éstos atraparon sus dedos, los succionaron y los mordieron suavemente. Otra mano subió por el abdomen de Ariel, palpando la curvatura de su abdomen de gestante, deteniéndose en su pecho al lado izquierdo del esternón. El corazón agitado golpeaba aquella palma suave, la yema de un dedo se deslizó hasta alcanzar su pezón. Hubo un suspiro por parte de alguno de los dos y entonces, Ariel se inclinó hasta tocar los labios de Vincent en un beso pausado y suave. La miel de sus alientos degustándose, sus cuerpos recordándose.

   Ariel se estiró sobre Vincent y éste le dejó acomodarse entre sus piernas. Las manos delgadas de Ariel jugaron con los rizos castaños, desordenados por el sudor. Con lentitud descendió por el mentón hasta alcanzar el cuello, besando, mordiendo y dejando un chupón. Vincent se dejaba hacer mientras acariciaba la piel de porcelana, introduciendo su mano por debajo de la cascada de cabellos de plata. Descendió más hasta encontrarse con la línea divisoria de los glúteos, metió un dedo entre los dos ejemplares y sintió ya seco y frio, el semen dejado por Vladimir. Retiró la mano para ensalivarla y volver a llevarla hasta aquel trasero. Le masajeó toda la zona, encontró el anillito de carne  volviendo a introducir su dedo, esta vez más de prisa. Adentro, Ariel estaba mojado, inundado de la simiente de su marido. Estaba suave y cálido. Hermoso. Acuciado  por el deseo, Vincent hundió el dedo un poco más, encontrando la montañita rugosa. Al parparla, Ariel resopló y le mordió el hombro mientras le invadían con dulzura.

   —Vincent... mi hermoso y querido Vincent —susurró el príncipe estirando también su mano a fin de tantear la otra entrada, la de Vincent, que estaba tan mojada como la suya y seguía dilatada por la reciente penetración. Su dedo delgado quedó flojo entre las paredes estiradas por el miembro grueso de Vladimir. Rio bajito, encontrándole una particular gracia al asunto. Se sentía fascinantemente pervertido.

   Vladimir rio también. El príncipe mayor pensaba que si la mismísima muerte llegaba a buscarlo en ese momento, la mandaría de regreso a casa  porque no pensaba perderse ese espectáculo. Ese par de cuerpos tibios balanceándose con graciosa sutileza, como dos pequeños lirios mecidos por la suave brisa era lo más bello que había visto jamás. Las caricias tenues, tan ligeras que parecían tímidas sin serlo, eran un espectáculo sin precedentes. Las respiraciones espesas, los gemiditos apagados y débiles. El placer de ese par era como el sereno de la madrugada, bello y puro como el rocío.

   Vladimir se alivió con calma, tratando de llevarles el ritmo; disfrutando maravillado de aquella pasión calma. Se tocó la virilidad imaginando que su mano cerrada sobre ella era alguna de aquellas dos bocas que se besaban sensuales. Sintió que perdía el aliento cuando los dos jóvenes comenzaron a frotarse con lascivia, arriba, abajo, lento; piel contra piel, sacándose fuego. Transpiraban, respirando apenas mientras el placer se iba acercando de nuevo. Se llamaban por sus nombres, sonrosados y jadeantes, restregándose uno contra otro. Cuando el éxtasis comenzó a impregnarlos se movieron más a prisa, apretaron los ojos con fuerza y respiraron a bocanadas, hundidos en su frenético roce. Cada vez más rápido, cada vez más calientes, cada vez mas agotados. Arriba, abajo; rápido, rápido. Gimieron juntos cuando alcanzaron el orgasmo al unisonó. Tantos años de práctica les había obsequiado la capacidad de sincronizar el clímax. Quedaron jadeantes y satisfechos.

   —Diosas, esto es el paraíso —resopló Vladimir. Por un momento, Ariel alzó el rostro y lo encontró a punto de acabar. Con cuidado, el doncel se desembarazó del abrazo de Vincent para ir a su encuentro y ayudarle con su boca. Recibió la lechosa esencia de su esposo, relamiéndose esos labios hinchados de tanto besar para después, volviéndose hacia su otro amante, darle un beso final con sabor a Vladimir.

   A lo lejos las campanas anunciaron la media noche. Los amantes, exhaustos, se tumbaron sobre el lecho. Afuera se escuchaban el tronar de la tempestad que, tal como Vincent intuyó, terminó cayendo. La lluvia cada vez más fuerte repicaba en el techo mientras ellos fumaban una hierba medicinal y alucinógena, inocua para el embarazado y su criatura. A pesar de eso, Ariel no fumó; sólo de vez en cuando se acercaba a Vladimir o a Vincent y éstos le pasaban un poco del humo salido de sus bocas.

   —¿Recuerdas esa vez cuando robamos un poco del hachís que Xilon trajo de Kazharia? —preguntó de repente Ariel recordándole a Vincent una vieja anécdota de sus tiempos en Jaen. Vincent asintió, se echó a reír y se vino en tos—. Mi hermano inventó una visita de estado sólo para comprar más —denunció Ariel—. Es tan quisquilloso que si no la compra él mismo, no se la fuma.

   —Vaya, así que hasta Xilon se droga de vez en cuando —se sorprendió Vladimir—. Me alegra de que dé muestras de no ser un completo subnormal.

   —¡Oyeme! — Ariel quiso poner cara de enfadado pero terminó por echarse a reír. Sabía que en el fondo Vladimir tenía razón. Xilon tenía que relajarse puesto que toda su vida siempre había pecado de ser demasiado severo para su edad. En una de esas entonces, Ariel recordó ese temor que todavía rondaba en su corazón y sin mayores preámbulos aprovechó que el tema de su hermano había salido a colación para preguntar:

   —Vladimir… contéstame, por favor ¿Aun odias a Xilon? ¿Aun quieres vengarte de él?

   —Xilon deshonró a mi hermano —contestó Vladimir dejando salir una bocanada de humo. Ariel lo miraba con ojos vibrantes—.Pero Kuno siempre lo ha amado —suspiró—, desde que era un mocoso. Además, aunque yo no hubiera hecho lo mismo de haber estado en su lugar, sé que Xilon actuó por celo de hermano. Tú mentira le hizo llegar a esos límites.

   —Veo… —Ariel bajó la mirada—. ¿Entonces es a mí a quien aún no logras perdonar por completo, verdad?

   —Así es —Vladimir respondió de una forma tan tajante que Ariel se asustó. Intentó alejarse un poco pero el midiano, tomándolo fuerte de ambos brazos, lo acercó hasta tenerlo a un palmo de narices—. Pero no te apures —le calmó enseguida—, has madurado y te estás comportando como un gran esposo, curaste a mi papá y…

   —¿y…? —tanteó Ariel.

   —… y mientras me sigas hechizando con esos ojos como lo has hecho hasta ahora, todavía tendrás tiempo para buscar la forma de que finalmente estemos a mano.

   —Vladimir. —Ariel levantó sus ojos de nuevo y vio la sonrisa de su esposo. Le correspondió el gesto besándolo con fervor y al lado de ambos, Vincent también sonrió.

   —La encontrare, Vladimir —aseguró el príncipe al término del beso—. Haré lo que sea para encontrar la forma de que me perdones totalmente. Lo juro.

   —Muy bien. —Vladimir asentía en el momento en que se escuchó una fuerte algarabía en el patio de armas. Tomando rápido un abrigó, abrió las puertas del balcón y salió afuera. La fuerte brisa cargada de agua lo empapó casi al instante. Llovía a cantaros, el cielo centellaba y el viento traía un silbido agudo y relinche de caballos. Asomándose un poco vio a un grupo de guardias correr hacia la mansión central. Volvió a toda prisa a la habitación y comenzó a vestirse apresuradamente. Ariel y Vincent lo imitaron aunque Vladimir no consideraba apropiado que bajasen con él.

   —¿Qué ha pasado? —inquirió agitado Ariel, tomando sus ropas.

   —Alguien llegó —explicó Vladimir mientras se calzaba las botas y tomaba su espada—. Todavía no estoy seguro de quien sea pero a estas horas no debe ser nada bueno.

   —Diosas… —masculló Vincent y salió junto a ellos. Al salir casi chocaron con Benjamín. El rey consorte estaba pálido y ojeroso, se notaba que llevaba días sin dormir. Todos juntos bajaron a prisa la escalera principal y no acababan de llegar al salón principal cuando una figura, goteando de pies a cabeza, cubierta por un grueso capuchón de lana y titiritando del frio, atravesó el umbral de la puerta acompañado de varios nobles y soldados jaenianos.

   … Era Kuno.

   —¡Kuno! —gritaron todos cuando el susodicho se bajó la capucha.

   —¡Por la diosas! —exclamó alarmado Vladimir dirigiéndose a él para tomarlo entre sus brazos—. ¿Qué estás haciendo aquí? —le pregunto mientras pedía un abrigo seco con el que cubrirlo—¡A estas horas! ¡En este estado!

   —Es Xilon —sollozó el príncipe con un hilo de voz—. ¡Se trata de Xilon!

   —¿Xilon? —Ariel se puso pálido al escuchar el nombre de su hermano. Lentamente se adelantó varios pasos y sus ojos se posaron temblorosos sobre Kuno—. ¡¿Qué le ha sucedido a Xilon?! ¡¿Qué le ha pasado a mi hermano?! ¡Por Ditzha, responde!

   —¡Se marchó a Kazharia! —La voz de Kuno se apagó. Con un temblor inaudito se llevó las manos al cuello como buscando encontrar de nuevo aliento para hablar—. Un mensajero de Dirgania… —continuó diciendo cuando sintió de nuevo el aire—… un mensajero enviado por tu papá llegó ayer, nos contó todo lo que sucedió en Earth durante la última noche de los banquetes de boda de Henry. Xilon se puso como loco. No pude detenerlo. Se puso como loco y se fue a buscar a Lyon. Se fue a buscar a su papá.

   Kuno cayó a tierra sollozando como un poseído. Ariel sintió que todas sus fuerzas lo abandonaban y de no haber sido por Vincent, quién lo sostuvo a tiempo, se habría desmayado allí mismo.

   —Por las diosas —gruñó el facultativo, sosteniendo a Ariel mientras unos sirvientes buscaban el frasco de las sales. Una vez recuperado, Ariel y todos los demás se reunieron en el salón central y meditaron todo con más calma.

   —Veo entonces que mi mensajero no llegó a tiempo —se lamentó Vladimir—. Envié a un hombre hace algunos días, pero por desgracia el mensajero dirgano se nos adelantó.

   —En estos momentos es más fácil llegar a Jaen por mar que por tierra —explicó Kuno, seco de nuevo y bebiendo un confortante té caliente—. Los conflictos en las fronteras retrasan los tránsitos terrestres. Yo tomé “El camino de las agujas” para venir hoy.

   —¿El camino de las agujas? —preguntó Ariel, recordando aquella peligrosa ruta que meses atrás él mismo había recorrido con la única compañía de un esclavo. Kuno asintió y puso la tasa de te sobre una mesa. Benjamín suspiró.

   —¿Xilon entiende que su papá es un vil criminal? —inquirió entonces con increíble calma—¿Entiende que esto es una guerra y que si se pone del lado de los dirganos será también nuestro enemigo?

   —¡Papá! —Kuno se crispó.

   —¡Majestad Benjamín! —exclamó también Ariel. Pero Benjamín, poniéndose de pie, les dio la espalda y se posó frente a la ventana.

   —Sólo digo lo que pasará. Si Xilon se pone de parte de Dirgania será oficialmente enemigo de Earth y de Midas. Algo como eso no se lo podremos perdonar.

   —¡Eso no pasará! ¡Mi hermano no hará tal cosa! —chilló Ariel.

   —¿Estás seguro? —Benjamín dio media vuelta y miró al pequeño príncipe a los ojos. Ariel tragó espeso y oculto el rostro en sus manos empezando a llorar. No podía estar seguro de lo que Xilon haría de ahora en adelante. No podía estar seguro de nada.

   —Si Jaen se convierte en aliado de Dirgania, tú tendrás que volver a Midas definitivamente, Kuno —continuó Benjamín con el mismo tono frio que había usado con Ariel—. No permitiré que vivas en un país dominado por nuestros enemigos.

   —¡Yo no abandonaré a Xilon! —chilló Kuno.

   —¡En ese caso deberás hacer que retome la cordura! —le recomendó su papá—. Si Xilon deja que su reino caiga en manos de Dirgania estaremos perdidos. No habrá retorno para esta pesadilla.

   Hubo un largo silencio en la estancia. Ariel, en brazos de Vladimir, volvió a recomponer sus quebrados nervios mientras Kuno, ahora acunado por el regazo de Benjamín, recuperó también la sangre fría.

      —Está bien. Juro que si Xilon se pone de lado de los dirganos, regresaré a Midas y disolveré nuestro matrimonio —dijo—. Yo tampoco quiero vivir con los asesinos de mi hermano.

   —Bien… —contestó Benjamín.

   —Pero por lo pronto tienen que darme tiempo. ¡Por lo que más quieran, ayúdenme a recuperar a Xilon y traerlo de vuelta con nosotros! ¡Se los suplico!

   —¿Y qué quieres que hagamos? —preguntó Vladimir.

   —De momento no tengo nada claro, lo único que sé es que de ahora en adelante debemos ser más cuidados. Miren esto.

    Kuno sacó de debajo de sus ropas un sobre lacrado y con cuidado lo extendió sobre la mesa que se hallaba frente a todos.

   —Esta es una de las enmiendas que el mensajero dirgano trajo. Una era la de Xilon y ésta es la tuya, Ariel. El remitente es Lyon. Parece que no está enterado de tu boda y de que ya no vives en Jaen, por eso la envió junto con la de Xilon.

   Ariel tomó el sobre entre sus manos y con cuidado lo estudió. Tenía lacrado un sello nobiliario, pero no era el escudo de la noble casa a la que pertenecía su papá. El sello era el del linaje real de Dirgania. ¡El sello del rey!

   —¡Este es el sello real! ¡La enmienda está lacrada con el sello real! —dijo entonces, presintiendo lo peor.

   —Así es —convino Kuno, mirándolos a todos—. Jericó De Launas murió sin dejar herederos directos al trono. No sabemos de qué artimañas se habrá valido Lyon, pero el asunto es que a pesar de no ser descendiente directo del rey ha ascendido al trono. Sí, así como lo oyen. Lyon es el nuevo rey de Dirgania.

 

   Continuará…

 

   


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