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El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

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Capítulo XXXIV

Incertidumbre.

 

   La aldea de Cagliari había sido liberada. Esa era la última noticia que Xilon había recibido antes de embarcarse en la costa Jaeniana del sur, rumbo al norte donde se encontraba su castillo. Salir de Earth no había sido labor sencilla, y menos con esos bosques repletos de desertores que echaban mano de todo lo que se moviera.

   Demoró quince días para atravesarlos, perdiendo hombres importantes en la travesía, pero gracias a las diosas su odisea había terminado, y justamente, el primer día de invierno había logrado dejar atrás la espesura del bosque y ver el mar tranquilo de olas mansas que rebotaban en los espolones cerca al muelle de Jaen.

   Se preguntó entonces por Dereck mientras observaba, desde el aflato del barco, un banco de pececillos que nadaba a unos milímetros por delante de la embarcación. Era posible que su hijo ya hubiese nacido y hasta sido bautizado. Esperaba que todo hubiera salido bien tanto para el papá como para la criatura, y que el doncel comprendiera sin problemas que sólo tendría al niño hasta el destete. Después debería entregarlo y dejarlo bajo su tutela para que fuese criado como el príncipe que era. Eso era lo correcto.

   Sería ese niño quien perpetuara el linaje real de los Tylenus, se dijo a sí mismo en ese momento.  Estaba seguro ya de que Kuno no quería darle hijos y él no pensaba obligarlo. Fuese que su esposo se estuviera cuidando a sus espaldas para no concebir, o que de veras estuviese seco, no importaba. Si Kuno no pretendía llevar a una criatura en su seno con verdadero deseo, entonces no valía la pena.

   Sonrió para sus adentros. El tampoco quería más hijos. De haber sido posible no habría tenido ninguno y habría dejado aquella tarea en manos de Ariel, para que fuese el primogénito de éste quien heredara la corona. Para Xilon, Ariel había sido como un hijo, uno con el cual había cometido infinidad de equivocaciones, la mayoría de ellas imposibles de enmendar.

   —Ariel… —susurró entonces, y su aliento salió como humo helado por su boca—. ¿Dónde estarás ahora, mi vida? ¿Pensarás en mí?

   Xilon tenía inmensas ganas de volver a ver a ver a su hermano. Se imaginaba que debía estar bellísimo en su estado. Se moría por abrazarlo, besarlo, pedirle perdón por haberlo abandonado en Midas y haberlo casado con un hombre al que no amaba.

   En medio de estas cavilaciones sacó un cigarro y lo encendió. Pronto podría hacerlo. Si la estrategia que él y su papá habían planeado salía bien, Ariel sería raptado del campamento donde estaba y en unos días estaría con ellos en Jaen. Xilon, sin embargo, tenía que admitir que aquel rapto no lo dejaba totalmente satisfecho. Su sentido del honor le estaba reclamando por algo que en el fondo consideraba desleal. Vladimir había demostrado ser un hombre de gran valía y no merecía que su esposo e hijo le fueran arrebatados de aquella forma. Se sentía mal por él pero de momento no tenía más opción. No quería que Ariel tuviese que seguir pagando por sus errores como lo había hecho en el pasado siendo maltratado por Jamil. En aquellas épocas no había encontrado el valor para defenderlo como merecía, no había sido capaz de matar a su padre como tanto se especulaba.  Ahora sería diferente; nuevamente la vida de daba la oportunidad de ayudar a su querido hermano y esta vez… esta vez no la dejaría pasar.

   Se levantó entonces de su posición, descendiendo a su camarote; encendió una pequeña lámpara de gas y se desvistió para dormir. Hacía frio, así que se colocó unos pantalones de pana y una camisa de lana. Había adelgazado un poco en esos días, pues notó que las prendas le quedaban algo flojas.  En ese momento recordó aquella marca de nacimiento que tenía en la base de la espalda y la tocó. Según su papá, su padre Diván tenía una igual. Esa era la prueba fehaciente de que eran padre e hijo, la marca de que llevaban la misma sangre.

   << Definitivamente tendré que reunirme con ese hombre >> pensó entonces. Tenía que reunirse con Divan, tenía que escuchar su versión de los hechos y aclarar qué fue lo que realmente pasó aquella mañana, hacía quince años atrás, cuando vio a su papá salir a solas de palacio para reunirse con ese sujeto.

   Si, ahora Xilon sabía que había sido con Divan Kundera y no con Ezequiel Vilkas con quien se había reunido Lyon el día que murió. Lyon le había contado todo en aquel oasis donde se reencontraron, aunque Xilon se cuidó muy bien de no decirle que él también había estado allí en esa ocasión, siendo sólo un niño, espiándolo a lo lejos.

  Era por esa razón que Xilon sabía que una parte de la historia contada por su papá Lyon no era cierta. Eso de que había ido a aquel encuentro amenazado y precavido era una completa mentira. Lo que él había visto esa mañana tenía nombre claro: Pelea de amantes.

   Suspiró profundo, apagó la lámpara de gas y cerró los ojos. De momento no haría nada más con respecto a sus dudas, solo esperaría. Una vez tuviera a Ariel consigo vería qué hacer. Sentía que algo no cuadraba en todo eso, que algo turbio estaba a punto de descubrirse. Acurrucándose en el lecho pensó que la vida era extraña. Tantos años había anhelado ver de nuevo a su papá y ahora que lo tenía de nuevo consigo sentía que aquello no estaba bien. Por muchos años se había hecho tantas preguntas que parecían no tener respuesta y ahora que las encontraba se preguntaba si tal vez era mejor no haber llegado a resolverlas jamás. Empezaba a creer que era cierto aquel dicho que decía: “No busques la verdad, podrías encontrarla”.

 

 

   Milán y Vladimir estaban preocupados. El invierno había llegado y amenazaba con ser uno de los más crudos de las últimas décadas. Aquello no les convenía en lo absoluto, pues para los Dirganos el frio era su mejor aliado; vivían la mayor parte del año con ese ambiente y sabían cómo manejarse entre la nieve y soportar el inclemente clima.

   Tenían entonces que tratar de acercarlos un poco más a Midas; alejarlos de las montañas donde se habían aglomerado durante esa última semana y atraerlos de nuevo a la planicie. Allí hacia un poco mas de calor y tendrían ventaja. Les urgía hacer esto ya el ejercito Midiano estaba empezando a perder terreno desde que la batalla había salido del valle para avanzar a zonas  altas y escarpadas, donde no les estaba yendo muy bien.

   —Esta es la frontera. Aquí estamos ubicados nosotros y aquí están los Dirganos ahora.  —Vladimir había extendido el mapa del reino sobre una mesa. A su alrededor varios rostros serios lo miraban—. Traerlos más al norte será lo mejor en estos momentos —opinó—. Es lo que pienso.

   —¿Estás loco? —Pero no todos opinaban igual. Nalib, oponiéndose a la idea, se puso de pie en el acto—. ¿Quieres meter a nuestros enemigos en Midas? —exclamó disgustado—. ¿Acaso has perdido el juicio?

   —No es una idea descabellada —le replicó Vladimir—. Luchamos mejor en la planicie, ya lo hemos demostrado. ¿O es que acaso… has tenido alguna visión?

   —No, no he tenido ninguna visión, pero de todas formas la idea me parece muy arriesgada.

   —Pues yo no veo otra salida, por lo menos, no de momento. —Vladimir suspiró cansado y tomó una silla para sentarse—. Tú siempre has peleado en terreno escarpado y tus hombres lo hacen maravillosamente —dijo dirigiéndose a Nalib—, pero por desgracia los míos no. Mis hombres se aturden en lo alto; no están acostumbrados.

   —Los Dirganos tampoco son expertos en las alturas. —La voz Divan se alzó fuerte y clara; no así su rostro, que lucía cansado y sombrío—. Sin embargo, por esta vez, estoy de acuerdo con su Alteza Vladimir —apuntó para malestar de Nalib—.  Tal vez los Dirganos no sean muy buenos en la montaña pero es que los Midianos simplemente apestan.

   —Entonces… ¿aprueban mi idea? —Vladimir sonrió ligeramente. Si Divan aprobaba su idea, Nalib y los demás seguramente cederían.

   —Yo si —dijo Kuno brillando su casco, feliz de que por fin le estuvieran dejando luchar.

   —Yo también —afirmó Ariel.

   —Ya conocen mi opinión  —apuntó Divan —. Les aseguró que Henry estaría de acuerdo también —sonrió con tristeza—. Y de no estarlo, tendría una idea mejor.

   —Entonces no hay nada más que hablar —dijo Nalib poniéndose de pie, tomando su espada y su casco—. Se hará como ustedes digan.

   —Perfecto —se regocijó Vladimir dando por concluida la reunión. El resto de los presentes siguió a Nalib y abandonaron la carpa,  dejando dentro a Vladimir, quien se dedicó a escoger algunas armas que tenían aprovisionadas allí.

   Justo estaba probando el filo de una espada cuando Milán entró de repente. Su rostro estaba lleno de expectación y tensión. Sus hombros estaban contraídos.

   —¿Qué decidieron?  —preguntó echándole una ojeada al mapa donde Vladimir había trazado enormes círculos—. ¿Les pareció buena mi idea?

  Vladimir se sentó de nuevo sobre su silla, puso una espada sobre la mesa y sonrió torcidamente.

   —La aprobaron por unanimidad y debo decirte que quien más concordó con el plan fue Divan.

   —¿Me estás jodiendo? —Milán lo fulminó con la mirada.

   —¡Ah, no! ¡No me mires así, Milán! —pero Vladimir le replicó de inmediato—. Yo no tengo la culpa de lo que está sucediendo —se quejó con un puchero—. No tengo la culpa de que el maridito de tu tesorito sea un hombre razonable.

   Milán bufó fastidiado y tomó asiento también; subió los pies a la mesa y comenzó a mecerse con las patas traseras de la silla. Parecía un niño pequeño molesto.

   —Ya lo sé —se excusó entonces—. Pero no puedo evitarlo. Los celos me están acabando.

   —Pues, contrólalos —pidió Vladimir entornando una sonrisa—. Además, te tengo buenas noticias —sonrío cómplice—. Por si no te has enterado, Divan partirá mañana a Earth y dejará a tu “Tesoro” a mi cargo, aquí, en este mismo campamento… ¡Oye! ¿Qué haces, Milán?... ¡Por las diosas!

   Al escuchar la noticia que le acababan de dar, Milán saltó de su asiento y ahora abrazaba a su hermano con todas sus fuerzas. Sentía que no cabía de dicha. Por fin, después de tantos días de desasosiego encontraba un poco de piedad de parte de las diosas.

   —Vladimir, ¿no me estas mintiendo? ¿No me estás engañando? —preguntó con lagrimas en los ojos. Su hermano negó con la cabeza—. ¡Qué felicidad siento! —exclamó de nuevo—. Estoy tan feliz que si no fueras mi hermano te besaría.

  —Te suplico que no lo hagas —sonrió Vladimir devolviéndolo el abrazo. Se alegraba de verlo de nuevo feliz después de tantos días de amargura.

   —¿Y por qué se marchará? —preguntó Milán retomando la compostura—. ¿Qué piensa hacer? ¿A dónde piensa ir?

   —Eso no me lo dijo —respondió Vladimir frunciendo el ceño, luego tomó un vaso y se sirvió un poco de vino—. Solo sé que está planeando algo. Es un hombre muy misterioso.  

   —Sí, y un gran estratega de guerra también —opinó Milán—. Por más que me cueste aceptarlo, es un digno rival.

   Milán volvió a tomar asiento y Vladimir asintió. Ambos concordaban en que Divan mostraba signos claros de ya no ser sólo un tutor para Henry. Algo le había pasado en las últimas semanas que le había cambiado el corazón, convirtiéndolo en un hombre perdidamente enamorado. Esto preocupaba mucho a Milán, quien temía que se fuera a repetir la historia de Paris y los antiguos pretendientes. Por eso estaba tan complacido con la idea de que Divan se alejara. Había estado temiendo que ahora que Henry y el bebé estaban fuera de peligro, el hombre decidiera llevárselos también. Gracias a Johary no había sido así. Divan había decidido marcharse solo.

   —Por cierto, ¿es verdad que mandarás a Ariel a palacio mañana temprano? —preguntó de repente Milán tomando él también una copa de vino.

   —Así es —respondió Vladimir—. Su embarazo está muy avanzado y le cuesta moverse con soltura. Creo que es lo mejor.

   Milán estuvo de acuerdo. Desde que se había enterado que Ariel era su medio hermano se interesaba mucho en él. Le habría gustado tanto que se criara junto a él y Kuno y ahora se sentía muy feliz de que estuviese con ellos en Midas. Además, reconocía el gran cambio que había sufrido el muchacho en los últimos meses y entendía por qué Vladimir se había enamorado de él: Ariel tenía un carisma excepcional, un coraje único y una dulzura inigualable.

   —Entonces… ¿te quedaras sin uno de tus chicos —preguntó entonces, haciendo lo posible por no reírse.

   —No te comprendo —respondió Vladimir enarcando una ceja.

   —¿El nombre de Vincent si lo comprendes? —replicó Milán—. ¿O tal vez comprendas mejor la palabra orgía?

  Vladimir se quedó mudo y entonces Milán ya no pudo contener la risa.

   —Hace un par de noches me desvelé y pude ver que a eso de la media noche, tu antiguo amante se deslizaba a escondidas en la carpa donde duermes con Ariel y no salió hasta muy pasada el alba —explicó el príncipe.

   — Yo.. p.. pues.

 —¡Eres un pervertido Vladimir! —Milán puso falsa cara de indignación burlándose de su hermano que estaba rojo de la vergüenza—. ¡Y estas pervirtiendo a mi hermanito de quince años! —remató.

   —No es así, no es cómo crees —intentó explicar Vladimir—. ¡No es como tú piensas!

   —¿Y qué es lo que, según tú, estoy pensando? —devolvió Milán.

   —Algo muy malo, seguramente —contestó Vladimir haciendo un puchero.

   —Pues no es así, no es así para nada —replicó Milán con una pícara sonrisa. —Al contrario, lo que estoy pensando es muy bueno.

   —¿Y me llamas a mi pervertido? —le reclamó Vladimir empujándolo levemente. Milán se carcajeó de nuevo y luego, mirando a su hermano con rostro serio, le dijo:

   —Es broma Vlad, hasta me das envidia. Si los quieres a ambos y eres bien correspondido, no voy a censurar que hayas decidido volver a tomar a Vincent como amante, ni que tú y Ariel compartan placeres con él. Pero hay que cuidarse bien de que esto no llegue a oídos de la corte. A nuestro padre le daría un soponcio.

   —Padre ya va a matarme cuando sepa que preñé a su hijito menor —suspiró Vladimir rodando los ojos.

   —Eso no es cierto —reclamó Milán frunciendo el ceño—. Nuestro padre estaba de acuerdo con esa boda. Recuerda que la primera vez que pediste la mano de Ariel, él te representó ante Xilon.

   —Eso es verdad —reflexionó mejor Vladimir poniéndose muy serio de repente—. Temo mucho por nuestro padre —dijo de repente—. Hace días le escribí. Me dije a mi mismo que si no obtenía respuesta iría por él pero no esperaba que la guerra nos alcanzara tan rápido. No sé qué pensar.

   —¿Crees que haya sido capturado? —inquirió Milán apurando otra copa de vino—. Tal vez sólo este bloqueado por los disturbios. Los correos se las ven duras para llevar los mensajes. Sus hombres no le habrán dejado exponerse, ¿no crees?

   —Espero que así sea...  realmente eso espero. —Vladimir le dio la razón a Milan y suplicó a las diosas por su padre. Desde que se habían enterado de todo lo ocurrido entre Ezequiel y Lyon, Milan se sentía decepcionado de su padre; sin embargo Vladimir no se sentía igual, él no podía sentirse igual a su hermano en lo que respectaba a Ezequiel. El agradecimiento que tenía para con ese hombre era infinito y a prueba de todo. Y eso no cambiaría por nada ni por nadie.

   De esta forma, ambos hermanos continuaron hablando hasta muy entrada la noche, cuando cada uno se retiró a dormir a su respectiva tienda. Un día nuevo llegaría. Un día que traería asombrosas nuevas… nuevas que no serían necesariamente buenas.

 

 

   Kuno había esperado a Nalib junto a un árbol de almendros, un tanto alejados de los soldados. No consideraba apropiado reunirse con un varón en su tienda ni recibirlo a solas en la suya. A pesar de que en las últimas semanas su comportamiento distara del de un doncel ordinario, había protocolos que no se podía saltar. Y mantener su reputación era uno de ellos.

    Para su fortuna, Nalib llegó puntual, como lo había hecho las noches anteriores, pues con ésa, era la tercera vez que se reunían a solas. Se acercaba lentamente arrastrando su pesado abrigo y afilando su navaja como solía hacer siempre en las noches. Se saludaron con una inclinación cortés, sin tocarse; ya que la primera noche que se reunieron, Nalib había tenido la poca delicadeza de besarlo sin su consentimiento y Kuno se había ofuscado mucho. Se había visto en la obligación de responderle con una bofetada y decirle que tuviera la bondad de no tocarlo más. Ya no era el doncel soltero que había tratado de cortejar meses atrás en su palacio; ahora era un hombre casado, el rey consorte de Jaen.

   Sin embargo, Kuno le debía mucho a Nalib. Nalib había convencido a Vladimir de dejarlo ir en su grupo y le había permitido  luchar al frente con él, aunque obviamente sin que Vladimir se enterase de eso. Por fin Kuno había encontrado a alguien que no lo subestimaba y confiaba por completo en sus capacidades. No estaba seguro de que eso no fuese una estrategia de Nalib para conquistarlo, pero a él no le importaba. Quería seguir ayudando en la batalla y aunque Nalib le había vuelto a recalcar que no renunciaría a su amor también le había dejado claro que no volvería a intentar propasarse.

   —Gracias por aceptar verme de nuevo —dijo Kuno una vez el Kazharino estuvo frente a él. Nalib sonrió.

   —Siempre es un placer gozar de su compañía, Alteza —respondió—, y más, en noches tan bellas como esta.

   Kuno asintió al cumplido mirando el cielo estrellado. Dio un pequeño rodeo seguido por su acompañante y luego se recostó de espaldas sobre el árbol.

   —Seré directo, Nalib —rompió el silencio un momento después, mirando hacia el campamento—. Sé que en una semana llegará un grupo grande de Kkazharinos —informó—, y sé también que últimamente muchos Earthianos se han enlistado.

   —Así es —Nalib corroboró la información con parquedad—. ¿Y eso que significa? —preguntó—. ¿Qué hay con eso?

   —Significa que quiero que me ayudes a retomar el castillo de Earth  —le soltó Kuno sin titubeos—. Solo no podre hacerlo pero si tú me apoyas lo lograremos.

   —¿Qué? —Nalib tardó varios segundos en asimilar la gravedad de aquella propuesta—. Tú has enloquecido, muchacho —terminó soltando casi ofendido—. Jamás apoyaré una empresa tan absurda.

   —¡Por Johary bendita! No me digas que tú también estás de acuerdo con esperar y esperar como dicen Vladimir y Divan —replicó Kuno.

   —Vamos bien  —se defendió Nalib—. Recuperamos Cagliari, la aldea más importante.

   —Por eso mismo tenemos que aprovechar —insistió Kuno—. Es ahora o nunca. El camino está despejado para nosotros. Entremos antes de que lo bloqueen de nuevo.

  Nalib se llevó las manos a la cabeza y empezó a caminar en círculos.

   —No sé, no sé —susurró confundido.

   —¡Vamos!  —lo alentó Kuno—. Todos estos días he estado pensándolo bien y creo que es el momento adecuado. Tú confías en mí y yo también confió en ti. ¡Juntos vamos a lograrlo!

   Nalib miró muy serio a Kuno. Estaba empezando a considerar sus palabras.

   —Yo no conozco Earth tan bien para atreverme a hacer algo así —dijo un momento después—. El día de la boda de Henry Vranjes contaba con una persona experta que tenía los planos de ese castillo en la mente... pero ahora no. Esa persona no nos apoyará en esta locura.

   —¿Y quién es esa persona? —Kuno miró a Nalib con suspicacia—. ¿Acaso es ese hombre que siempre está cubierto? ¿Quién ese hombre, Nalib? Ariel también se ha estado preguntando acerca de la identidad de ese sujeto.

    La pregunta de Kuno puso a Nalib tan nervioso que sin querer se cortó el dedo índice con su navaja. Rápidamente se llevó el dedo a la boca para parar el sangrado. Kuno lo miró ceñudo.

   —¿Por qué te has puesto así? ¿Quién es ese hombre? —insistió.

   —Es un monje que vivía en el templo; un ungido —mintió Nalib—. No puede ser visto por casi nadie debido a un voto que hizo.

   —Entonces, ¿un hombre que ha vivido toda su vida en un templo a miles de millas de Earth conoce cada recoveco del castillo del rey? —devolvió Kuno mirando a Nalib con marcada molestia—.Por lo menos no insultes mi inteligencia, Nalib —pidió.

   —Kuno... no es eso, es que...

   —¡No! No me mientas más —ordenó el príncipe alzando su mano—. Realmente no me interesa quien sea  ese hombre y no preguntaré más por él si aceptas ayudarme. Nalib, escúchame —dijo entonces tomando las manos del varón para mirarle el corte que se había hecho en el dedo. Había un deje de ligera seducción en aquel acto. Una estudiada y premeditada estratagema—. No te preocupes por no conocer Earth —dijo en susurro acariciándole la palma—. Mi hermano tiene unos planos del castillo y he estado memorizándolos. Nunca he sido muy disciplinado para los estudios... pero tengo buena memoria.

   —Entonces... ¿estás dispuesto a arriesgar hasta tu propia vida, verdad? —preguntó Nalib.

   —Así es —sonrió Kuno.

   Nalib suspiró; no supo cómo pero terminó aceptando la propuesta de Kuno. Quizás se arrepintiera luego pero en el fondo aquello no era tan mala idea y tal vez esa acción podía significar que la balanza se pusiera definitivamente a favor de Midas y sus aliados.

   —Aceptaré con una condición —dijo entonces mirando a Kuno con firmeza—. Si llego a tener alguna visión fatídica sobre esto, estaré en mi derecho de retractarme. ¿Aceptas?

   —¿Qué acepte? —Kuno lo miró ofendido—. ¿Pides que acepte que me des tu palabra y que luego te retractes por una visión? ¿Una visión? ¿Dejaras botado nuestro plan si tienes una visión? ¡Por las diosas! ¡Hasta la lluvia suena más confiable que eso, Nalib!

   —¡No te burles, Kuno!

   —No me burlo —replicó el doncel—. Pero no comprendo ese don tuyo. Nunca puedes cambiar lo que ves. ¿De qué rayos te sirven entonces esas malditas visiones?

   —Mis visiones no son para cambiar el destino —lo miró ofuscado Nalib—; son para comprenderlo y aceptarlo —declaró.

   —¡Pues eso es estúpido! —concluyó Kuno—. Es más, ¿sabes algo? Deberías contarme una de tus visiones y por Johary que yo sí trataría de cambiarla —retó.

   —Eres un necio, Kuno. Tú no sabes nada. – Nalib suspiró y le dio la espalda dispuesto a marcharse. De inmediato, Kuno se lo impidió tomándolo del brazo. No le dejaría marcharse, no sin una respuesta clara.

   —Qué es lo que no sé? —preguntó entonces tratando de recuperar la buena disposición del varón—. Vamos, dímelo, Nalib. Te aseguro que no quiero fastidiarte, sólo entenderte.

   Nalib se soltó con más brusquedad de lo que le permitía la cortesía y le devolvió a Kuno una mirada llena de rabia y tristeza. Recuerdos terribles llegaron a su mente llenándolo de dolor y desolación; recuerdos que quería olvidar para siempre.

   —Tú no sabes lo que es tener siete años y tener una visión donde tú hermano gemelo muere envenenado —susurró despacio—. No sabes lo que es contárselo a tu familia y que éstos evadan el tema y te miren siempre como un ave de mal agüero.

   —Nalib...

   —Hace dos años Paris se enamoró de un miembro de la corte —continuó hablando el varón—. Se comprometieron para casarse en aquel verano y cuando ya todo estaba listo para la boda yo tuve de nuevo aquella visión. —Nalib hizo una pausa porque la voz se le quebró—. En esa ocasión mi padre sí me creyó pues ya había comprobado muchas veces la veracidad de mis oráculos —admitió con tristeza—. Así que un mes antes de la boda mi padre ordenó matar al prometido de mi hermano pensando que ese chico sería su asesino. Nos equivocamos. Me equivoqué. ¿Te das cuenta, Kuno? ¿Te das cuenta por qué no se debe tratar de cambiar lo que está escrito por las diosas? Ese chico era inocente y yo siempre seré responsable por su muerte. Soy el responsable de la muerte de un inocente y no evité la desgracia de Paris. Quizás fui yo quien lo condujo a su triste final. Si se hubiera casado con aquel chico quizás su corazón no se hubiera dejado dominar por esa pasión malsana que le nación por Henry Vranjes. Quizás...No... —reflexionó un momento después—, no se hubiera podido cambiar nada. Lo escrito, escrito estaba. Así es el destino. Así son las diosas.

   Kuno se cubrió la boca, escandalizado. Para ese momento Nalib ya lloraba a lágrima viva. El doncel se acercó al varón y lo abrazó con fuerza. No podía ser que el destino no dejara más opciones que las impuestas por las diosas. No era posible. ¡No lo aceptaba!

   —No podías adivinar en ese momento que Henry Vranjes sería el verdadero verdugo de tu hermano —le consoló—. No te sientas culpable.

   —¿Sigues pensando aún que mis visiones pueden cambiarse? —preguntó Nalib mientras se separaban del abrazo.

   —Supongo que soy demasiado rebelde para creer en la predestinación —aceptó Kuno encogiéndose de hombros—. Creo en el libre albedrio.

   —En ese caso déjame contaré mi última visión —propuso el varón—. Veremos si tú logras cambiarla.

   Al oír la propuesta de Nalib, los ojos de Kuno brillaron con algo de extraña y morbosa diversión. Intentar cambiar el destino que tan fatalmente había jugado con ellos recientemente parecía algo que realmente valía la pena. Un juego por el que valía la pena apostar mucho. Una empresa más emocionante que mil batallas.

   —Hagámoslo —dijo entonces estrechando la mano de Nalib—. Luchemos contra las diosas y contra el destino. Luchemos contra tu visión.

 

 

   Kuno regresó muy alterado al campamento. Según la visión de Nalib, Ariel moriría muy pronto en un sitió que por la descripción dada era seguro de que se trataba de la habitación de su papá Benjamín, en el castillo de Midas. Los detalles de cómo y cuándo exactamente ocurriría aquella desgracia no las conocía, Nalib no las tenía muy claras, pero sin duda el momento estaba cerca porque ya todo estaba listo para que Ariel partiera a la mañana siguiente a palacio.

   Pensó si tal vez sería el viaje el que le sentaría mal y le adelantaría el parto o algo parecido. Tal vez una caída o un ataque durante la travesía. Estaba aturdido con todas las preguntas que se hacía: ¿Debía poner en sobre aviso a Vladimir? ¿Debía inventarse alguna excusa para impedir ese viaje? Se revolvió el cabello tratando de encontrar una salida. Ahora sabía lo que sentía el pobre Nalib al tener sus visiones y definitivamente el sentimiento no era nada agradable.

   Entró a su carpa y se tendió en su litera. Pensó en Xilon y se le oprimió el corazón. Su esposo no soportaría algo así; se consumiría, el dolor lo mataría. Estaba seguro de que la muerte de Ariel sería algo con lo que el varón no podría lidiar; moriría de pena y lo mismo le ocurriría a Vladimir. Nunca había visto a su hermano tan enamorado, ni siquiera de Vincent.    

   Vladimir ya había perdido demasiadas cosas en la vida y no era justo que ahora perdiera también a su esposo y quién sabe si también a su primogénito, pensó con horror. Perder a una familia de nuevo era algo que quizás su hermano no llegase a soportar. Ningún ser humano podía soportar tantos golpes sin morir un poco por dentro.

   Esa noche entonces, no pudo conciliar el sueño. Se la pasó todo el tiempo tratando de planear una estrategia convincente y poco sospechosa que evitara el viaje de Ariel. Si la visión de Nalib se cumplía en palacio entonces la solución estaba en alejar a Ariel de allí. Estando en el campamento no pasaría nada. Si, esa era la solución. Sonrió entonces cuando una idea brillante llegó a su mente. No perdería tiempo en llevarla a cabo.

 

 

   A la mañana siguiente Divan partió a Earth, dejando a varios hombres de la guardia custodiando a Henry. Vladimir le prometió que estaría al pendiente de él hasta que se recuperara por completo y decidiera qué iba a hacer. De esta forma, Divan partió más tranquilo aunque no dijo cuáles serían sus próximos movimientos. Sólo advirtió que pronto tendrían noticias suyas.

   Milán lo vio partir desde un costado de su tienda. Cuando el caballo donde iba montado Divan pasó por su lado, el susodicho se detuvo un momento, lo examinó sin escrúpulos por algunos instantes pese a que Milán seguía cubierto de pies a cabeza, y luego siguió su camino. Ya estaba casi saliendo del campamento cuando de repente, el hombre dio un giro a su montura y sacando un largo puñal lo lanzó directamente hacia Milán. Milán se sobresaltó ante el inesperado gesto, pero recomponiéndose casi de inmediato afiló su mirada y agarró el puñal a pocos centímetros de su entrecejo. Un silencio sobrecogedor asoló a los que presenciaron la escena. Se quedaron anonadados.

   —¡Por las diosas! —exclamó Vladimir corriendo hacia su hermano. Divan sonrió, devolviéndose hasta la altura de los príncipes.  

  —Excelentes reflejos  —felicitó dirigiéndose a Milán mientras éste, controlando sus nervios, se arrebujaba más en su manto sin decir palabra.

   —¿Está loco?—le riñó Vladimir—. ¿Por qué ha hecho eso? ¿Qué pretende?

   —¿Eres tu el hombre que salvó a mi marido en el castillo de Earth, verdad? —preguntó entonces Diván, ignorando el reclamo de Vladimir—. Henry me contó después que no estabas atacándolo sino que, por el contrario, le salvaste la vida… Muchas gracias.

   A las palabras de gratitud de Divan se siguió un breve silencio que resultó muy dramático para Vladimir.  Milán, por el contrario, pareció calmarse y con la cabeza cubierta y agachada hizo bailotear el puñal en su mano. Pasados unos instantes, estiró su brazo devolviéndole el arma a Divan. El hombre tomó su daga y sonrió. Antes de partir, sin embargo, dejó un último mensaje:

   —Que las diosas los protejan, mis amigos —dijo finalmente y volvió a partir, esta vez, sin mirar atrás.

   Cuando Divan se alejó por completo y su figura se hizo diminuta en el horizonte, Vladimir resopló. Aquello había estado muy cerca, pensó... muy cerca.

   —Eso estuvo cerca —dijo justamente colocándole una mano sobre el hombro de su hermano—. ¿Crees que sospeche algo?

   Milán negó con la cabeza.

   —No creo. Estoy completamente seguro de que sospecha algo —afirmó.

   —¿Y qué piensas hacer? —le preguntó de vuelta Vladimir. Pero no hubo tiempo de escuchar respuesta a su duda pues, justo en ese instante, un sirviente Jaeniano se acercó hasta ellos, muy apurado.

   —Alteza, por favor, venga conmigo. Se lo suplico —pidió el muchacho resoplando por las prisas.

  —¿Qué pasa?¿Qué es lo que sucede? —preguntó Vladimir alarmado.

   —Es su alteza Kuno —respondió el sirviente—. Amaneció muy mal; no ha dejado de vomitar y tiene muy mal semblante. Por favor, venga conmigo, Alteza. Creo que lo mejor sería que su esposo lo revise.

   Vladimir asintió y se fue corriendo con el sirviente. Milán los siguió muy de cerca. Al llegar encontraron a Kuno cerca del riachuelo, estaba de rodilla apretándose el vientre y tratando de respirar entre arcada y arcada mientras otro de sus criados le sostenía la frente y los cabellos. Su brillante idea no había resultado ser tan “brillante” y pensaba que quizás se le había ido la mano. Se sentía fatal.

  Durante la madrugada, Kuno logró conseguir unas raíces toxicas que crecían cerca al campamento y que aunque no eran letales en sí, tenían un efecto emético que podían llevar a estados graves de deshidratación. Se las tomó pensando en que serían la excusa perfecta para retener a Ariel en el campamento, pero ahora estaba asustado pensando en las consecuencias de sus actos. El estomago le dolía horrores.

   —¡Bendita Johary! –exclamó Vladimir al verlo con una coloración tan poco saludable en su tez—. ¿Qué te pasa? ¿Desde cuándo te has puesto así? —preguntó.

   Kuno se puso de pie a medias. Estaba a punto de desmayarse y lo habría hecho de no haber sido porque Vladimir se apresuró a alzarlo en brazos. Al hacerlo, el varón vio que el doncel sudaba a chorros a pesar del frio que hacía y temblaba mucho.

  Vladimir llevó rápidamente a Kuno hasta su tienda, y allí lo metió en  su litera y lo arropó. Luego lo dejó a cargo de sus donceles de compañía mientras él iba en busca de Ariel, quien seguramente ya estaría a punto de partir.

   Ariel estaba precisamente junto a sus sirvientes, alistando su caballo. Al ver llegar a Vladimir pensó que éste vendría a despedirlo, sin embargo, cuando vio el rostro lívido de su esposo y su aura de preocupación, supo de inmediato que algo grave estaba pasando.

   —¿Sucede algo, mi amor? —preguntó de inmediato angustiado. Había tanta tensión en ese momento que Vladimir no notó que era la primera vez que Ariel lo llamaba “mi amor”.

   —¡Rápido! —fue lo que le contestó en ese momento, tomándolo del brazo—. Ven conmigo. Kuno se ha puesto mal. Olvida el viaje, queda aplazado.

   —Sí, como digas. —Ariel asintió y se fue con su esposo. Vladimir recordaría tiempo después el primer y único “Te amo” de Ariel, y sabría también, tiempo después, lo poco que le alcanzaría la vida para arrepentirse de haber impedido su marcha. Nunca… nunca le alcanzó la vida para arrepentirse.

 

  Continuará…

  

 

 

 


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