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El tesoro de Shion (El secreto de la amatista de plata) por sherry29

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Capitulo XXXVI

 

Espíritu Vs Espíritu.

 

   Vladimir estaba destruido. Lo que no habían logrado las flechas, las espadas y todos aquellos enemigos que se lanzaban férreos en su contra, lo había conseguido el vacio de aquella ausencia. Estaba aniquilado, en ruinas; como un soldado batido que espera el momento del remate, el alivio de la muerte.

   Pero no sería así. Por más que rogara, que se lamentara y hasta amenazara, las diosas no parecían tener planeado llevarlo junto a Ariel… Por lo menos, no de momento.

   Era por eso que estaba ebrio de nuevo, o mejor dicho, estaba más borracho que horas atrás, pues en eso cuatro días que habían pasado desde el fallecimiento de su esposo, Vladimir no recordaba lo que era estar sobrio. Se la vivía encerrado en la biblioteca; el lugar donde Ariel había gastado tantos días sumergido en sus estudios. Miraba la silla donde aquel solía sentarse; muy cerca de la ventana para aprovechar la luz y ver las colinas. Pensaba que aun se hallaba allí, silencioso, callado, guardándose siempre sus penas. Imaginó que trenzaba sus cabellos mientras pasaba las hojas de un libro, imaginó que algo en aquel libro le hacía sonreír; imaginó que era de día y que los rayos de sol habían brillar sus cabellos. Imagino volvía a sonreír.

   Bebió otro sorbo de licor pensando, esta vez, en que Ariel le devolvía la mirada. Sus ojos tenían un brillo intenso que lo cegaba. Necesitó varios segundos para comprender que se trataba de la luz del corredor que le dio directo en la cara cuando alguien abrió la puerta de forma inesperada. Gruñó.

   —¡Maldita sea! ¡He dicho que dejen de fastidiarme! ¡Quiero estar solo!

   Vincent ignoró por completo el pedido de Vladimir y sin pausa siguió avanzando entre la penumbra. Tenía el cabello recogido, desarreglado; y en el rostro adusto, la palidez y el cansancio de alguien recién salido de las mazmorras.

   Caminó con paso firme haciendo oídos sordos a los improperios del otro varón y no se detuvo hasta ponerse frente a él, cruzándose de brazos al verle. Suspiró.

   —¿Estas borracho otra vez? —La pregunta fue hecha  en un tono afilado y frio, dejando de lado aquel tono compasivo con el Vincent  había estado tratado a Vladimir los días anteriores cuando había acudido a consolarle—.Ya me fastidie de tu actitud y no permitiré que continúes  portándote como un idiota —le soltó con tono de desdén—. Luces patético.

   —¡Lárgate de aquí! ¡Lárgate!

   —No —replicó Vincent avanzando un pie—. No hasta que me digas que tontería es esa de que vas a mandar al niño a Jaen —preguntó afilando peligrosamente la mirada—. ¿Acaso has perdido el juicio? Ni Milán, ni tu papá ni yo, vamos a permitir que por tu locura, espero momentánea, expongas a un recién nacido tan frágil, sometiéndolo a un viaje en plena nevada. ¿Escuchaste, Vladimir? ¿Lo escuchaste bien? ¡No lo permitiremos!

    —¡Ya cállate! —Fulminando a Vincent con la mirada, Vladimir hizo un esfuerzo y se puso en pie. Su respiración era jadeante y pesada, como la de un enfermo crónico—. Ese niño es mi hijo y yo decido qué hacer con él —escupió con rabia mientras se tambaleaba por la ebriedad—.  No quiero a ese malnacido aquí, cerca de mí —masculló—. Se lo mandaré a Xilon si es que él lo quiere, y me importa muy poco si se congela en medio de la llanura. Por mi ese niño se puede morir —remató—. ¡Auch!

   El puñetazo de Vincent no necesitó de demasiada fuerza para lograr su cometido. Vladimir cayó de bruces sobre el suelo y con intensa ira se revolvió un poco antes de lograr ponerse de pie otra vez, abalanzándose sobre su acompañante con las pocas fuerzas que le quedaban.

   —¡¿Qué te pasa, infeliz?! ¡¿Por qué has hecho eso, ah?! ¡Te mataré!¡Te mataré! —gritó como un loco.

   —¡Xilon aún no sabe lo que le pasó a Ariel! —le recordó Vincent logrando que Vladimir sintiera que un nudo se le formaba en la garganta y se quedara quieto, resoplando en silencio—.  Creo que lo más lógico es que cuando estés más repuesto, tú mismo vayas y le entregues el cuerpo —le propuso con calma—. Ariel quería descansar en su tierra natal, Vladimir. Por lo menos dale eso. Lo merece.

   —¿Descansar en Jaen? —Al escuchar sobre la última voluntad de Ariel, Vladimir se recostó a la pared y comenzó a sollozar en tono quedo. Nunca había hablado con Ariel sobre cosas como esa, nunca había conocido sus pensamientos al respecto. Nunca había pensado que las diosas se lo quitarían tan pronto, siendo casi un niño. Jamás pensó que no lo vería convertido en un gran señor, en un encantador papá. —¿Dónde está ahora?— preguntó entonces alzando un poco su vacía mirada—. ¿Dónde lo han puesto?

   —En uno de los laboratorios de los magos —respondió Vincent con parquedad—. Ayer terminé de embalsamarlo.

   —¿Lo embalsamaste tu mismo? —se sorprendió Vladimir dejando salir un jadeo, mirando a Vincent con sincero respeto.

   —Sí, lo hice —afirmó Vincent sintiendo que el recuerdo de aquello lo dejaba sin voz—. Sal de aquí, Vladimir —pidió luego de suspirar fuerte para recobrar el aplomo y avanzando un poco se acercó hasta Vladimir para rozarle un brazo con ternura—. Ven conmigo para que conozcas a tu hijo —le propuso dulcemente al instante—.  Eres su padre, te necesita. Por favor, Vlad. Ven a verlo.

   Un pequeño silencio se extendió por el recinto. Cuando Vladimir suspiró, Vincent pensó que aceptaría su propuesta, pero lo que el varón hizo fue arrugar el ceño y volverse a echar sobre el suelo de la biblioteca. Vincent suspiró agotado.

    —Vladimir…

    —Ya te he dicho miles de veces que no quiero conocer a ese niño —dijo Vladimir con tono irritado—. Y no me importa lo que piensen papá, Milán o tú. El niño se va a Jaen y punto. Está decidido.

   —¿Última palabra?

   —Última palabra.

   Después de esa tajante afirmación, hubo un momento de silencio en el cuál Vladimir volvió a aferrarse a la botella con Vincent mirándolo fijamente desde lo alto. El tema parecía resuelto y sin embargo, estaba muy lejos de ser así.

   —Muy bien  —apuntó finalmente el facultativo chasqueando la lengua—. Si esa es tu decisión final, entonces prepárate para dos entierros porque a ese niño solo lo sacan de aquí sobre mi cadáver. Y no exagero, Vladimir.

   —¿Me estás amenazando? —inquirió Vladimir volviéndose a poner en pie y sin mucho cuidado apresó a Vincent lanzándolo sobre una de las mesas— ¡¿Me estás amenazando?! —exclamó.

   —¡Tómalo como quieras! —se apartó Vincent.

   —¡No te atrevas a pasar por encima de mi autoridad! —gritó Vladimir ciego de ira, aventando la botella de licor contra una de las paredes del reciento—. ¡Ese niño es mío! ¿Entiendes? ¡Mío! ¡No tienes ninguna autoridad para decidir sobre su futuro! ¡Ninguna!

   Jadeando de rabia, Vincent se puso en pie apoyándose de una silla. Sus ojos brillaban de una forma terrible y furiosa; llenos de indignación y pesar. Desde hacía días veía venir aquel reclamo y finalmente lo escuchaba en el peor de los momentos. Quiso quedarse callado, hacerse el desentendido y dejar las cosas así, pero no pudo. Por las diosas que no pudo.

   —No sé a qué viene ese comentario —repuso calmadamente intentando no alterarse demasiado—. Tengo claro que el niño es tuyo y no mío —agregó.

   —¿Y eso te jode, no? —le provocó Vladimir con una sonrisa sarcástica y cruel mientras se apoyaba sobre la mesa—. Te arde que no sea tuyo.

   —¿Eso crees? —Vincent lo miró con lastima—. Eres patético, Vladimir —le dijo sin rencor tratando de marcharse de nuevo—. Realmente patético.

  —Patético tú —contestó Vladimir arrastrando las palabras e interponiéndose en el camino del otro hombre—, tú que tratas de apoderarte de un niño que no lleva tu sangre para recordar al hombre que te quité.

   —¿Al hombre que me quitaste? —Algo parecido a una sonrisa sarcástica se dibujó en el rostro de Vincent. Vladimir la notó y un jadeo salió de su boca al tiempo que su mano soltaba a su presa—. Ariel nunca fue mío —escuchó entonces que le decía Vincent mientras la sonrisa se convertía en mueca de dolor—. Pero tampoco fue tuyo —anotó el hombre con un peso terrible en la voz—. Ambos sabemos que Xilon siempre fue el primero en el corazón de Ariel y eso ni tu ni yo pudimos cambiarlo. Nunca pudimos.

  —¡Cállate! ¡Callate! —pidió Vladimir apartándose de Vincent mientras se echaba  sobre la mesa de la habitación.  

 —Nunca fue de ninguno de los dos  —continuó diciendo el facultativo sin compasión mientras sendas lágrimas comenzó a brotar de sus ojos—. ¿Qué se siente saber que también fuiste solo su refugio así como lo fui yo? —anotó un segundo después logrando que Vladimir le devolviera de nuevo la mirada—. ¿Qué se siente saber que aquel por el que habrías dado la vida nunca te amo? ¿Qué se siente, Vladimir? ¿Qué se siente? ¡Dímelo!

   —¡Basta! —Vladimir se arrinconó contra uno de los estantes de aquella biblioteca  llorando con desesperación. Vincent por su lado temblaba rabioso. No había querido decir esas cosas pero no había podido contenerse. Sabían que sus palabras no eran del todo ciertas y no las sentía de verdad, pero Vladimir se estaba comportando como un imbécil y era hora de que alguien lo hiciera reaccionar. Tenía que sacarlo de ese estado de estupor como fuese y tenía que hacerlo rápido.

   —Pero hubo alguien a quien Ariel amo más que a Xilon, ¿sabes?  —dijo entonces de repente volviendo a bajar el tono de la voz, logrando que Vladimir apaciguase sus sollozos para oírle.

    —¿Te refieres al bebé? —susurró éste último.

    —Así es —contestó Vincent—. Ariel no podía examinarse a sí mismo, no podía saber que su herida era mortal —explicó—.  El decidió venir conmigo porque pensó que podría ayudar al bebe, quien no nacería en buen estado.  En ese momento para él también estaba a la mano la posibilidad de ir al albergue, pero sabía que allí el niño moriría. Así que escogió arriesgar su vida para salvar a su hijo. Lo que hizo fue un verdadero sacrificio, ya que en ese momento él no sabía que no tenía forma de sobrevivir a esa herida.

    —¿Me estas tratando de decir que Ariel escogió la vida del bebé sobre la suya, pero que de no haberlo hecho de todas formas habría muerto? —inquirió estupefacto Vladimir.

   —Exactamente  —afirmó Vincent—.  Lo que mató a Ariel fue su gran herida, Vladimir, no el parto.

   —¿Entonces…?

   Sintiéndose mareado y cansado, Vladimir se dejó caer sobre una silla. Era como si todas las horas de sueño perdido y de ebriedad hubiesen caído sobre él, haciéndole sentir exhausto. Con cuidado hundió la cabeza entre los brazos y se quedó así por un momento, en silencio y calma.

   —Déjame solo, por favor —pidió un instante después suspirando profundamente.

    —¿Olvidaras esa idea de mandar al bebé a Jaen? —inquirió Vincent desde el umbral de la puerta, viendo como Vladimir asentía ligeramente—. Gracias—dijo con una sonrisa y cerró la puerta tras de él.

   Vladimir volvió a quedar completamente a oscuras.

 

 

 

   Milán y Benjamín estaban en el corredor que rodeaba la biblioteca. Desde allí escucharon retazos de la discusión entre Vincent y Vladimir, pero prefirieron no intervenir. Ya ambos sabían que la relación que habían mantenido los dos varones y Ariel en los últimos meses había sido intima en todo el sentido de la palabra, así que consideraron que era mejor no meterse.

   Cuando Vincent cerró la puerta de la biblioteca y se acercó al balcón que daba hacia las fuentes, Milán fue el primero en acercarse aunque sin saber muy bien cómo abordarlo. Benjamín fue entonces quien rompió el silencio y mirando al facultativo a los ojos le preguntó de lleno sin resquemores.

  —Vincent, querido. ¿Lograste algo? ¿Vladimir se ha retractado del absurdo de hacer viajar a esa criatura con este clima?

   —Así es, Majestad —contestó Vincent apoyándose sobre el balcón… estaba agotadísimo—. Por lo pronto he conseguido que abandone la idea del viaje.

   —Pero…  —Milán seguía mostrándose muy preocupado—. ¿Aun no piensa conocer a su hijo? —preguntó indignado—. Vladimir no es así. ¡Por las diosas, es su bebé!

   —Supongo que habrá que darle un poco más de tiempo —suspiró Vincent mirando hacia la biblioteca—. Todo esto ha sido una verdadera tragedia y no es fácil de asimilar. Vladimir es un gran hombre, pero está asustado. Quizás tiene miedo de perder al bebé también y por eso reacciona tratando de convencerse que no le importa la suerte del pequeño. Estoy seguro de que se trata de eso.

   Por un momento todos se quedaron meditando las palabras de Vincent. Era cierto, Vladimir había sufrido grandes pérdidas y su corazón debía estar roto en mil pedazos. No sería fácil levantarlo de nuevo pero tenían que intentarlo. Vladimir era un Vilkas aunque no llevara sangre real y no pensaban abandonarlo en un momento tan terrible.

   —A propósito de eso —señaló Milán retomando la conversación—.  ¿Cómo está el niño? Cuando lo vi se veía tan pequeño que creo que no había terminado de madurarse en el vientre. ¿Estoy en lo correcto, Vincent?

  —Estás en lo correcto. El niño está peleando por vivir —afirmó Vincent recordando cómo el pequeño Jamil seguía en peligro de no sobrevivir—. Es difícil para él respirar y alimentarlo es complicado, pero sigue dando pelea. Justamente hoy hice una prueba.

   —¿Una prueba? —Milán y Benjamín lo miraron alarmados.

   —Era necesaria  —aseguró el hombre—. Desde que nació, Jamil no ha aprendido a respirar bien y debe hacerlo pronto si quiere vivir. Aunque suene cruel, es la única opción. Es momento de que ese pequeño elija si vivirá o morirá.

   Al escuchar el diagnostico certero de Vincent, Benjamín se llevó una mano al pecho. Todo ese asunto de hijos muertos lo estremecía. No quería que Vladimir perdiera también a su primogénito, quería que por lo menos las diosas le concedieran la bendición tener al niño y verlo crecer. Además, estaba también el sacrificio de Ariel. No parecía muy justo que después de que ese muchacho se sacrificara de esa forma, todo su esfuerzo fuera en vano.

   —Yo creo que sobrevivirá —expuso Vincent al ver que su comentario había mermado los ánimos—. A pesar de las malas condiciones de su nacimiento, es un pequeño bien fuerte —admitió.

   Milán y Benjamín escuchaban atentos cuando de repente, Vladimir abrió de golpe la puerta de la biblioteca y trastabillando llegó a la altura de todos ellos. Benjamín se sorprendió al verle en ese estado: transpirando alcohol, con el aspecto un reo y apestoso como un indigente. Su corazón se contrajo de dolor.

   —Vladimir…

   —He cambiado de opinión —dijo Vladimir con la lengua embolada y los ojos enrojecidos por el licor—. Definitivamente, el niño  irá a Jaen. Se lo regalaré a Xilon.

  —¡¿Qué has dicho?! —bramó Benjamín.

   —¡Tú no harás semejante barbaridad!—exclamó Milán.

   —¡No te lo permitiremos! —secundó Vincent.

   —¡¿Y qué harán para evitarlo, ah?! —replicó Vladimir irritado, tratando de empujar a Milán, quién intentaba sostenerlo para que no se callera—.   ¡Suéltame! —se zafó furioso viendo las caras de los presentes que lo miraban con reprobación y horror—. Ya no me importa nada —bufó con desdén—. Está claro que las diosas me odian. ¡Me odian!

  —Las diosas no te odian. ¡No digas tonterías! —replicó Benjamín parándose frente a él, tomando su rostro con amor—. Si las diosas te odiaran no estarías en este palacio, no habrías conocido el amor y no tendrías un hijo precioso que lucha por vivir.

   Vladimir tragó espeso.

  —Hijo —continuó diciendo el rey consorte, sobando esa cabellera rubia despeinada y enredada—, no cometas un error del que más tarde te arrepentirás. Esa criatura te necesita y es tu obligación asistirle. Ya perdió a su papá, no le quites también a su padre.  

   —Lo… lo siento –respondió Vladimir sacudiendo la cabeza—. No puedo tenerle cerca —sollozó ligeramente—. ¡No lo quiero cerca!

   —Pero, Vladimir…

   —¡Está decidido!—Vladimir vociferó apretando fuerte los ojos. No quería pensar en amar de nuevo y volver a perder. No pasaría por algo así de nuevo. No quería. No podía. —Se lo cederé a Xilon —decidió firmemente—. Que lo crie él.

   —Entonces por lo menos espera a que esté más fuerte —intervino Vincent pensando que ya no lograría convencer a Vladimir de dejar al niño en Midas—. Hace mucho frío afuera. No sobrevivirá al viaje... Vladimir, vas a matarlo.

   —Que las diosas decidan su suerte así como decidieron la mía.

   Vladimir se encogió de hombros e hizo ademán de alejarse, seguramente de vuelta a  la biblioteca. No había recorrido ni medio camino cuando de repente, otro de los facultativos de palacio llegó con rostro grave y luego de saludar respetuosamente, cruzo un par de palabras con Vincent.

  —Entiendo  —dijo Vincent con tono preocupado luego de escuchar a su colega—. Discúlpenme, su Majestad, su alteza pero parece que el niño se ha puesto mal —informó—. Iré a ver qué pasa.

   Y de esta forma ambos galenos corrieron con rumbo a la habitación que ocupaba el pequeño Jamil. Milán y Benjamín se sobrecogieron de inmediato, pero fue Vladimir quien más se vio afectado por aquello. Las palabras de Vincent : “El niño se ha puesto mal”, detuvieron su marcha. De inmediato giró su rostro para ver cómo su papá y su hermano corrían tras los galenos y se perdían por los inmensos corredores.

   Vladimir se quedó por un momento allí, de pie, sin saber qué hacer. Miraba a la biblioteca y luego al pasillo opuesto, sin decidir qué rumbo tomar. Se sentía perdido, como en aquella ocasión cuando trataba de huir de las llamas que acabaron con su primera familia, abrumado por no poderles salvar.

   Finalmente, cuando su mente pareció por fin rendirse ante  el caos y la respiración pareció quedarse atascada en su garganta, sucedió lo increíble. Sin querer perder más tiempo, Vladimir tomó una decisión, y sosteniéndose en la pared se dispuso a seguir a los demás. El afligido hombre caminó por aquellos corredores largos y silenciosos aumentado cada vez más la ligereza de sus pies. Cuando llegó a la habitación donde estaba su hijo se encontró con una amarga escena: varios donceles se movían de un lado al otro obedeciendo a los pedidos de los galenos, mientras éstos, en torno al recién nacido, hablaban en voz baja negando de vez en vez con la cabeza como manifestando impotencia.  

   Vladimir sollozó en voz baja y miró hacía un lado. Milán consolaba a Benjamín, quien no podía hacer otra cosa que llorar sobre el regazo de su hijo, parados ambos a un lado de la cama adoselada. El rey consorte se sentía terriblemente culpable de todo lo que estaba pasando y no sabía si algún día podría ver el rostro de las diosas.

   —Por favor, preparen estas pociones  —ordenó Vincent a sus colegas en una de tantas idas y venidas, dándoles una especie de receta—. Yo me encargaré del niño —los apuró.

   Ante el pedido de Vincent, tres hombres asintieron y se retiraron. Vincent por su parte continuó un rato más asistiendo al bebé, sin decir ni una sola palabra a los que estaban esperando impacientes. Luego de un rato, el facultativo agachó la cabeza, colocando las manos una a cada lado del cuerpecito del niño, antes de jadear profundamente y apretar los ojos con fuerza.

   —Lo siento —fue todo lo que dijo antes de expirar profundamente—. Ya no será necesario que lo mandes a Jaen —dijo entornando su mirada hacia Vladimir—.  Las diosas te han complacido hoy, Vladimir. El niño ha muerto.

   A todos se les heló la sangre. Vladimir estaba completamente impactado. La noticia se sintió como una brasa sobre su piel; un fuego ardiendo y quemando, haciendo mucho, mucho daño.

   —Salgamos todos  —pidió entonces Vincent cubriendo el cuerpecito del bebé para acostarlo en la cuna—. Aquí lo dejaré un rato por si te dignas conocerlo antes de que lo enterremos —dijo por ultimo a Vladimir antes de tomar a Milán y Benjamín de los brazos para abandonar  todos la recamara seguidos por los sirvientes.

   Vladimir se quedó quieto, agarrado del umbral de aquella puerta. Desde la distancia veía el bultico inmóvil acostado entre los encajes blancos con el toldillo dándole sombra. Despacio se acercó, temblando visiblemente y no a causa del alcohol. Al principio no podía llorar, sentía las lágrimas atrancadas en la garganta pero no podía sacarlas. Fue sólo después, cuando estuvo cerca, a pocos pasos de la cuna, con la criatura amortajada de pies a cabeza frente a sus ojos, cuando por fin pudo romper en llanto. El corazón pareció habérsele terminado de destrozar y su dolor era tan intenso e infinito como la más terrible oscuridad.

   Cayó al piso aferrándose a los bordes de la cuna, con su mano dudando si tocar o no a la criatura. Era demasiado doloroso pensar que se trataba de su único hijo, el hijo de su amado Ariel. Despacio fue bajando sus manos hasta que lo alzó, sacándolo para cargarlo por primera vez. Se quedó impresionado porque era demasiado liviano, y aquello le estremeció un poco más el pecho. Vincent tenía razón: su hijito era una criatura muy frágil, sin duda ese viaje que planeaba para él lo habría matado. Sollozó un poco más fuerte. Ese pensamiento lo hizo sentirse tan culpable que no pudo hacer otra cosa que estrechar el menudo cuerpecito dulcemente contra su pecho.

   Lo acunó pidiéndole perdón, arrullándolo con las canciones que le cantaba cuando aún estaba en el vientre de Ariel. No podía odiarlo por más que quisiera. Era su bebe, aquel niño que soñaba ver crecer. Había hecho tantos planes con él: enseñarlo a cabalgar, zambullirlo en el lago, convertirlo en un excelente espadachín si era varón, o por el contrario, guardarlo celosamente si era doncel. Soñaba hacer todo eso junto a Ariel, y si aquel quería, hasta tener más hijos. Había soñado con todo eso y más, mucho más.

   Pero ahora no quedaba nada, ya no tenía nada. Ahora nuevamente, como hacía tantos años atrás estaba solo de nuevo, peleando contra sí mismo, contra sus propios temores. Su espíritu contra su espíritu.

   En esas estaba, hipando, con el niño entre los brazos recostado contra su pecho cuando se dio cuenta que no era él el único que lloraba. Un sonido agudo pero tenue lo acompañaba, un sonido bajito y tierno.

    Asombrado guardó silencio para escuchar mejor y entonces aquel otro llanto se acompañó de una ligera patadita. ¡No podía ser! ¡¿Podía ser posible?!

   —¡¿Qué rayos?!  —exclamó asustado, apartando un poco al bebé de su pecho. Instantáneamente se quedó mirando fijo aquel bultico, corroborando que de allí provenían los quebrados sollozos y con cuidado lo destapó, respirando entrecortadamente. Casi suelta un grito al ver que la criatura se removía incomoda, empapada de orines y completamente despierto. ¡Estaba vivo! ¡Su bebé vivía!

   —Maldito Vincent —susurró entonces, apenas comprendió lo que el facultativo había hecho. Sin embargo, estaba lejos de sentirse enojado. Tenía entre sus brazos a la criatura más hermosa que hubiese visto antes. Y le parecía terriblemente hermoso a pesar de que el bebé era, por su condición prematura, muy similar a una ratica arrugada y feúcha.

   Era largo porque Ariel, a pesar de ser doncel, fue siempre muy alto; tenía una barriga abultada con un ombligo prominente y el rostro fruncido como el de un viejito. También tenía una pelusa de pelo platinado, y orejitas pequeñas.

   Vladimir sonrió y el bebe abrió los ojos. Los tenía de un fuerte color magenta, con esa misma expresión que solía tener Ariel cuando se enfadaba. Tenía también una naricita pequeña y labios finos. Era todo un noble.

   —¿Así que tú eres mi hijo?  —le habló Vladimir al niño mirándolo a los ojos. El bebé le contestó con un estornudo que lo fastidió más haciéndole llorar muy enfadado. Vladimir se apresuró a colocarlo sobre la cama para quitarle esos paños mojados y fue entonces cuando una voz conocida lo sorprendió a sus espaldas.

   —Vaya, con que ya cambias pañales y todo —se burló Vincent sin poder ocultar lo feliz que se sentía por haber logrado que su plan diera resultado.

   —Eres un grandísimo hijo de puto —le riñó Vladimir mientras se dirigía hacía un gran estante en buscar pañales secos.

   —¡Oye! —le advirtió Vincent levantando la mano—. Te recuerdo que conoces a mi papá y es todo un señor —increpó.

   —Es cierto —concedió Vladimir—. Debo recordar que aquí el único desalmado eres tú.

   —¿Desalmado yo? —Vincet dio un rodeo acercándose hasta la cama donde estaba el bebé—. ¿Me lo dice quién estuvo a punto de mandar a esta cosita hermosa de viaje en plena nevada? —ironizó haciéndole cosquillas al bebé.  Vladimir bufó y tomó al bebé con la zurda, acomodándolo sobre su antebrazo para llevarlo hasta donde se hallaba una jofaina. Vincent quedó asombrado por su habilidad hasta que recordó que Vladimir había tenido dos hermanitos menores a los cuales seguramente atendía en ausencia de sus padres. Siguió de cerca los movimientos del otro hombre, sonriendo al notar que el susto que le había pegado había sido tan fuerte que le había quitado hasta la borrachera.

   —¿No hay problema en que lo moje? —preguntó Vladimir antes de meter su mano en el agua para tibiarla con su bioenergía, sacando a Vincent de sus cavilaciones.

   —No hay problema —aseguró éste ojeando ligeramente al niño—. Por la forma como llora veo que de momento respira bien —sonrió.

 —¿Qué fue lo que le pasó hace un rato? —quiso saber Vladimir mientras suavemente bañaba al bebé que apestaba a amoniaco—. ¿Por qué vinieron tan a prisa a verlo diciendo que estaba mal?

 —Porque de repente se puso azul y respiraba feo —respondió Vincent, acercándole a Vladimir una mantica con la que secar al bebé—. El otro facultativo no lo sabía, pero hoy había decidido sacar al niño de la urna —comentó con voz cantarina—. Mientras se acostumbra al aire de ambiente tendrá periodos de falta de aire.

   —¿La urna?

   —Sí, la urna.

   Señalándola con su mano, Vincent le mostro una gran caja de madera colocada en una de las esquina de la habitación, era rectangular con una pequeña abertura en la parte superior y llena en el interior de muchas piedras blancas.

   —Esas piedras concentran el oxigeno puro, que es lo más importante que para nosotros tiene el aire —explicó Vincent afablemente—.  Metí al niño allí para que respirara mejor, pero ya es hora que se acostumbre a respirar sin ayuda.

   Vladimir arqueó una ceja.

   —¿Y eso en lenguaje castizo que significa? —inquirió ceñudo.

   —Significa que eres un aburrido, Vladimir —le reclamó Vincent con un puchero—. Años atrás por lo menos tenías la delicadeza de pretender que mis discursos médicos te interesaban.

   —Hace años intentaba llevarte a la cama —sonrió a medias el Midiano envolviendo al niño en unas mantas secas—. Pero ahora sí, en serio. No pensé que te inventaras algo así.

   —¡Oh! No, para nada —corrigió Vincent limpiando sus impertinentes con postura intelectual—. Me encantaría poder darme crédito por esa belleza pero por desgracia, la urna no es invento mío. Ese aparatito tan útil es producto de una brillante y seguramente ociosa mente Earthiana. Nada que ver con nuestros avances Midianos.

- Earthiana, vaya.

   Vladimir se acercó hasta el extraño aparato y lo reparó a detalle. Era un invento genial, el invento que había salvado la vida de su hijo y que seguramente había salvado y salvaría a muchos otros niños más.  

   —Pensé que los Earthianos sólo eran buenos para el arte y la guerra —dijo un segundo después meciendo al bebé que empezaba a lloriquear.

   —Sí, yo también —comentó Vincent acercándose también—, pero siempre hay por ahí alguna que otra oveja descarriada interesada en otras cosas —determinó.

   —¿Lo dices por ti? —preguntó Vladimir volviéndose a mirar al otro hombre con suspicacia.

    —No lo digo por nadie —respondió Vincent—. Aunque sí, podría decirlo por mí también.

   El niño estornudo, Vladimir sentó en la cama y con cuidado lo arrulló mirándolo con mucha ternura.

   —Gracias, Vincent  —dijo un instante después, sin apartar los ojos de su hijo quien gracias al baño empezaba a dormirse de nuevo—. Gracias por obligarme a hacer esto —sonrió con dulzura—. Gracias por atender a Ariel y por salvar al niño. Perdóname por las cosas que dije hace un rato.

   —No hay de qué —le respondió Vincent sentándose también en el lecho. Dulzura infinita corría por sus ojos—. Sabes que esto para mí no es un asunto médico —admitió con franqueza—.Tengo el alma metida aquí y mi corazón tan destruido como el tuyo, Vladimir. Ambos perdimos lo que más amábamos, ambos tenemos el corazón destrozado.

   Un momento después ambos estaban abrazados, con el pequeño Vladimir en medio de los dos. Vincent se permitió romper en llanto por primera vez en días y su llanto estremeció al bebé que empezó a llorar también.

   —Este niño también es hijo tuyo. De una u otra forma, eres tú quien lo ha mantenido con vida —dijo Vladimir consolando al pequeño mientras depositaba un dulce beso en la mejilla de Vincent.  Vincent  sonrió haciendo un gesto como de “no hay de qué” y entonces decidió decirle a Vladimir lo que verdaderamente pensaba:

 —Ariel sí te amaba, Vlad. Conocí a ese niño como a la palma de mi mano, lo conocí como jamás conocí a ningún otro ser humano y sé que llegó a amarte. Mi niño podía ser un mentiroso cuando le convenía, repelente y malcriado la mayor parte del tiempo, pero no era un falso. Cuando entregaba su corazón lo hacía intensamente, por completo. Y contigo quedó desarmado hasta los huesos, lo sé.

   —¿El… te lo dijo? —titubeó Vladimir con los ojos nuevamente envueltos en lágrimas.

   —¡Jamás! —exclamó Vincent y su mirada se envolvió en una aguda tristeza—.  Ariel no era idiota, él sabía que yo lo amaba y no iba a lastimarme con una confesión así —explicó entonces—. Aunque nunca me amó del modo que yo deseaba, sí me guardaba un gran aprecio y jamás me hubiera lastimado de esa forma. Fuimos grandes amigos, bueno… un poco más que simples amigos, pero la realidad es que siempre deseé estar para él en todo momento.

   —¿Por qué nunca le pediste matrimonio? —acudió Vladimir a la pregunta que se estaba haciendo desde hacía mucho rato.

   —Porque mi nombre estaba manchado por él escándalo que protagonicé contigo —respondió Vincent sin dudar—. Recuerdo que la primera vez que le conté Ariel que había tenido una relación con otro varón, logré mantenerlo con la boca abierta por más de quince minutos. Quedó fascinado y yo no lo podía creer. Sin embargo, la realidad es que a Xilon todo ese asunto no le habría encantado tanto. Tú contaste con mayor suerte porque ocurrieron sucesos que te favorecieron, pero sabes que Xilon era un hombre milimétrico en todo lo que se refería a su hermano.

   —Si, Xilon tenía su tutoría. La verdad es que temo por su cordura cuando reciba la noticia. —Vladimir se quedó meditabundo. No tenía ni idea cómo iba a darle semejante noticia a Xilon y la verdad no quería pensar en ello. Por lo menos, no en ese momento—. Sobre la reacción de Ariel al enterarse de lo nuestro puedo decirte que me sorprendió gratamente —dijo un momento después—. El hecho de que nunca censurara ese tipo de cosas fue lo que me hizo pensar que no le molestaría la idea de que tú, él y yo … bueno… ya sabes.

   —Sí, lo sé. —Vincent sonrió  con nostalgia—. Las diosas castigaron mi vanidad y mi orgullo. Hace años conocí el amor contigo y por mi falta de juicio lo perdí. Entonces me volví a enamorar de alguien que nunca sintió lo mismo por mi y que ahora pierdo del todo.

   —¿En ese caso que estoy pagando yo? – bufó Vladimir, sin querer saber de momento nada de las diosas—.  No creo haber hecho algo tan malo para perder a tanta gente amada.

   —Pues no lo sé, Vladimir. Tal vez no es cosa de que hagamos o no. Sino simplemente de quien resulta ser el cebo más fácil de atrapar y fastidiar —reflexionó Vincent acariciando dulcemente al bebé que terminó por quedarse dormido en los brazos de su padre.

   —¿Cómo vamos a vivir sin él, Vincent?  —le preguntó entonces Vladimir sin poder evitar que se le quebrara la voz— ¿Cómo vamos a superar esto?

   Tomando la manito del bebe para depositar un beso en ella, Vincent suspiró.

   —No lo superaremos, Vladimir —dijo con resignación—. A partir de hoy sólo nos dedicaremos a sobrevivir.

 

 

   Palpando la ligera hinchazón de sus piernas, Henry se sentó en la cama completamente lúcido después de tantos días de calenturas. No sentía dolor, no sentía frio y mucho menos incomodidad. Lo que tenía clavado en el pecho era un terrible sentimiento de furia y necesidad apremiante de venganza. Retaliación que quería ver traducida en el menor tiempo posible en mucha sangre dirgana.

   Lo habían humillando de la peor forma posible, haciéndole salir de sus propios predios. Esos malnacidos estaban ahora a sus anchas panzas, muy acomodados en su castillo. Seguramente estaban saqueando sus tesoros, colocando sobre putos cualquiera sus finos ropajes; y sabría Shion si usando sus recamaras para actos licenciosos con los esclavos.

   Temblaba de ira de imaginar su cama matrimonial siendo escenario de orgías y actos paganos de los que tanto gustaban esas ratas blasfemas. Incluso, sentía compasión pensando en que posiblemente hasta los mismísimos sacerdotes de Shion pudieran estar en ese momento siendo ultrajados dentro de sus templos.

   Maldito fuera Lyon Tylenus y todo su pueblo de cobardes asesinos. Qué disfrutaran de momento el fugaz triunfo porque no sería permanente. ¡Por Shion que no sería permanente! La sangre de Milán que alimentaba la tierra de Earth era su principal argumento para no permitirles a esos miserables salirse con la suya. No lo permitiría.

   Miró su vientre, dándose cuenta que su embarazo había avanzado más de lo conveniente para sus planes inmediatos. Perdía agilidad con ese vientre y eso le había quedado claro cuando no pudo huir de aquella flecha envenenada que habían lanzado desde una de las torres de su propio castillo. De haber estado con su cuerpo en completa condición, ese ataqué jamás lo habría rozado. Se sentía mal por estar pensando así pero ese niño se estaba gestando en muy mal momento. En el peor de todos mejor dicho.

   Henry quería luchar, matar, estar en la batalla. No quería permanecer ni un minuto más acostado en esa litera esperando los avances de los otros y noticas de Divan. Se puso en pie al ver a un esclavo entrar a su carpa. Era un doncel de Kuno que le había vendido su lealtad a cambio de mucho oro. Desde que había despertado días atras, Henry había notado que tanto el hermano menor de Milán como el príncipe Nalib se traían algo entre manos; y él estaba dispuesto a averiguar qué era, fuera como fuera.

   Gracias a las diosas había logrado sacar algo de sus riquezas antes de huir de Earth y con ello podía pagarle a su espía.

   —¡Habla! —exigió cuando el muchacho estuvo frente a él, poniendo una pieza dorada ante esos ojos codiciosos— ¿Qué has descubierto? —inquirió.

   Sonriendo ligeramente, el doncel rebuscó recelosamente entre sus ropas y sacó de debajo de su manto unos pergaminos algo ajados. Henry los tomó con premura y los extendió sobre su mesa antes de darle la paga. ¡No podía ser posible! ¡No podía ser!

   —¡Malditos! —exclamó al ver de qué se trataba aquello. ¿Por qué tenía Kuno tan celosamente guardados los planos de su castillo? ¿Acaso estaba jugando tanto del bando de los Dirganos como de los Midianos? ¿O acaso pretendía aprovechar la oportunidad y la ayuda de Nalib para tomarse Earth y anexarlo a midas?

   Lleno de ira desgarró los pergaminos haciéndolos añicos. Sin duda, él no los necesitaba; conocía perfectamente cada rincón de su castillo y se lo tenía grabado palmo a palmo en su cabeza.

   —Necesito que me hagas otro favor —dijo entonces volviéndose de nuevo al esclavo, esta vez poniendo entre aquellas manos ansiosas un saquito entero lleno de oro. El chico asintió emocionado, sintiendo el peso de las monedas y también el de esos ojos grises que parecían tener un poder sobrehumano.

   —Necesito que sigas a tu señor Kuno a donde quiera que este vaya. Incluso, aunque te pida que no lo acompañes, tú lo seguirás —explicó Henry—.  Me contarás todo lo que haga, todo lo que diga. Especialmente si se trata de alguna conversación entre él y el príncipe de Kazharia. ¿Me has comprendido?

   —Sí, mi señor. —El esclavo afirmó sintiéndose un poco aturdido ante la presencia de aquel rey. Era cierto lo que se decía de él… que incluso algunos donceles caían bajo el hechizo de su abrumadora belleza—. Yo haré lo que usted me pida… mi señor —aceptó fascinado.

   —Bien. —sonrió Henry avanzando hasta tomar al chico del mentón. Conocía la ambición, la forma como tentaba a los humanos hasta llevarlos al límite y podía verla claramente en los ojos de ese muchacho. Supo por ello como lograr que la lealtad poco confiable de aquel chico permaneciera de su lado y sonrió por ello—. Permanece de mi lado —le pidió con una tenue caricia en su rostro— … y te haré marqués.

 

 

 

   Xilon no podía comer ni dormir. Estaba completamente angustiado pues, según sus cálculos, hacía más de un día que su papá y su hermano debían haber llegado a Jaen y sin embargo aún no tenía noticia de ninguna embarcación que estuviese ni siquiera arribando al muelle. Temía que sus planes hubiesen sido descubiertos por los Midianos y éstos los hubiesen capturado al intentar escapar, temía que los suyos estuvieran en peligro.

   Para completar su drama, tampoco tenía noticias de Dereck, de quien ya sabía había dado a luz un varón varias semanas atrás mientras él se hallaba fuera. Ese particular lo tenía más enfadado que nervioso. ¿Cómo osaba aquel infeliz largarse llevándose consigo a su primogénito? Ya vería cuando lo tuviera de nuevo frente a él… lo haría pagar caro.

   Suspiró. No comprendía la vida… se le hacía tan irónica. ¿De qué le servía tanto poder y riquezas si en ese momento estaba tan solo? Su padre muerto después de tantos rencores y odios que nunca pudieron superar, su hermano quizás odiándolo sin remedio, su único hijo extraviado en medio de la guerra y  su papá… su papá vuelto a la vida pero convertido en algo que no era capaz de reconocer y que le producía más recelo que felicidad.

   —Majestad… —Un sirviente entró de repente al gran salón sacándo a Xilon de sus cavilaciones—.Traigo un mensaje urgente —anunció sin más.

 

 

 

   Al llegar al muelle a esperar el desembarco de una importante embarcación que acababa de encallar, Xilon tembló de emoción pensando que vería a los suyos bajando de aquel barco. Sin embargo, la figura abrigada y ensombrecida que descendió por aquella rampa y llegó hasta su lado era la que menos se imaginaba; la que menos supondría.

   —Usted… -

   Divan se quitó el sombrero e hizo una reverencia. Aquel era el encuentro de dos reyes… dos reyes con sangre plebeya.

   Volvieron juntos al castillo y cenaron juntos. Un extraña opresión en el pecho, el llamado de la sangre quizás, les decía que esa era la última vez que se verían; la única oportunidad que tendrían de decirse todo lo que por años había estado oculto y debían aprovecharla.

   Xilon llevó a Divan hasta el salón que daba vista al mar y allí se sentaron juntos, como si se conociesen de toda la vida. Juntos también bebieron un vino amargo que ambos sintieron ideal para aquella plática.

   —Sé que usted es mi padre  —dijo Xilon después de dos copas sin intentar siquiera cortar el hielo con alguna entrada más agradable—. Sé que usted también mató a mi papá hace quince años —añadió sin un mínimo de suavidad—. Sé que ustedes fueron amantes.

   Divan apuró su copa sin decir nada. Sabía que su silencio equivaldría a convenir con aquellas dos afirmaciones, pero acaso, ¿era necesario seguir negando la verdad?

      No, no lo era, supo enseguida.

   —¿No lo negará?  —preguntó Xilon esperando impaciente una respuesta—. ¿No me dirá que todo es mentira? ¿Qué mi papá ha dicho todo eso para engañarme y ponerme de su lado? ¿No me lo dirá?

   —No, no te lo diré.  —Divan aceptó todas las acusaciones con su vista clavada en el inmenso mar. Su alma se sentía en paz en ese momento, como si flotara en la bruma del océano, como si ese mismo batir de olas le hiciera sentir que sus cuentas por ese crimen ya estaban saldadas—. Yo soy tu padre… y también maté a tu papá —aceptó entonces sin reparos—. Lo primero lo hice porque era un esclavo y no tenía opción y lo segundo lo hice por voluntad propia… porque Lyon era un hombre ambicioso y perverso hace quince años, un hombre perverso que ahora ha vuelto convertido un demonio.

   —Un demonio… —Aunque quiso, Xilon no tuvo forma de replicar aquello. No sabía por qué pero una parte de él también estaba de acuerdo con la última afirmación de Divan. Algo que le hacía sentir terriblemente inquieto se lo decía en lo profundo de su corazón; se lo hacía ver con terrible obstinación—. Usted era su cómplice hace quince años —fue lo que dijo entonces mirando a su invitado con furia—. Yo los vi hablando el día que mi papá murió. Vi que se besaron y que luego usted lo dejó ahí tirado, llorando en medio del bosque. ¿Va explicarme qué sucedió esa mañana, Divan Kundera? ¿Va a decirme por qué mi padre y usted discutieron de aquella forma?

   Ante la pregunta de Xilon, Divan arrugó el entrecejo recordando los sucesos acontecidos aquella mañana. Las cosas habían pasado exactamente así como Xilon se las narraba. El se había encontrado con Lyon para confesarle que ya no le ayudaría a robar la amatista y que lo delataría ante los consejeros de Earth. Lyon había enloquecido de ira y todo había tenido que terminar de la peor de las formas.

  —Tu papá me usó —apuntó Divan dispuesto a contarlo todo—. Después de engendrarte,  el rey Jamil me vendió a unos mercaderes Earthianos y Lyon y yo no volvimos a vernos hasta el día en el que él llegó al castillo de Earth como sanador de mis antiguos señores. Después de un tiempo, tu papá me sedujo sabiendo la posición privilegiada que yo había alcanzado en palacio y lo mucho que eso le servía para sus planes.

   ¿Seduciendo a un hombre por ambición? ¡Eso era cosa de putos! Xilon apretó las manos buscando calma; quería que todo aquello fuese mentira pero la realidad y los hechos mostraban que el que por años había considerado un hombre intachable era realmente un infame monstruo. La verdad llegaba a él después de tantos años… llegaba para quemarlo.

   —¿El le propuso que robaran la amatista en aquella época? —preguntó aunque ya conocía de sobra la respuesta. Divan asintió.

   —Yo acepté ayudarle —confesó sonriendo torcidamente—. Pero solo lo hice actuando. Jamás pensé en robar esa piedra, ni en permitirle a él robarla… ya ves como terminaron mis señores  —comentó sorbiendo un poco de vino.

   —¿Fue por eso que usted lo mato? —inquirió de nuevo Xilon comenzando a ver todo más despejado—. ¿Para evitarle robar la joya?

  —Así es —afirmó Divan—.  Un hombre tan ambicioso como Lyon sólo podía ser detenido con la muerte. El día que nos encontramos por última vez, el día que nos vistes en aquel bosque, use un veneno potente que coloqué en mis labios. Al besarme, Lyon se envenenó pero yo no morí porque tenía el antídoto. Ni siquiera un sanador tan bueno como tu papá hubiese podido encontrar la fórmula del veneno y su contra en tan poco tiempo.

   —¡Maldito! —Xilon bramó poniéndose de pie aunque Divan no se inmutó, esperándose esa reacción. Xilon comenzó a pasearse por todo lo ancho y largo del recinto sobándose el rostro con ambas manos. Ahora entendía todo, comprendía finalmente por qué su papá había escrito esas cartas apresuradas antes de su muerte, por qué había revelado el secreto de la piedra a Ezequiel, en un intento desesperado de volver a la vida y poder llevar a cabo sus planes. Era mejor quedar ante los ojos de su marido y su hijo como un infiel despechado que como un conspirador ambicioso. Xilon se estremeció en medio de su desesperación… quería que todo fuese mentira pero no lo era; él con sus propios ojos había comprobado quince años atrás que las palabras de Divan eran ciertas…

   —Ariel… -susurro entonces, y luego repitió el mismo nombre con un grito potente que hizo eco por todas las paredes del amplio recinto. Un presentimiento cruzo hundiéndose en su corazón, presentimiento que se confirmó con la llegada por tierra de una comitiva proveniente de Midas.

   Desde el balcón del castillo, un poco antes del crepúsculo, tanto Xilon como Divan pudieron ver  a Vladimir, a Benjamín y a Dereck atravesando las puertas del palacio cabizbajos. La marcha de la comitiva era sombría y fúnebre. Escoltaban un féretro.

 

 

    La noticia de la muerte de Ariel cayó sobre el campamento de los Midianos como una flecha envenenada. El príncipe se había ganado el cariño de todos, tanto Midianos como Kazharinos, debido a sus labores como facultativo y muchos habían aprendido a quererlo y respetarlo. Los extranjeros lo llorarían como nunca lo harían sus compatriotas a los cuales no les dejó un buen recuerdo. 

   Kuno fue el más afectado con la noticia de la muerte de Ariel. Tuvo un ataque de nervios tras escuchar a un soldado trayendo la noticia desde palacio, y solo fue tras una larga plática con Nalib cuando volvió a recuperar el aplomo perdido volviendo a concentrarse en sus planes. Milán se había puesto al frente de los ejércitos, conservando por supuesto su estricto anonimato, logrando que la gente lo obedeciera gracias a Nalib, quien previamente lo autorizó frente a los suyos como suplente de Vladimir, quien estaba de luto.

   Henry, desde su tienda, aún sin salir afuera por temor a que el frio le hiciese daño y le abriera la herida, veía a Milán dar órdenes y liderar a los uniformados sin saber su identidad. No tenía duda ya de que se trataba del mismo hombre que le había salvado la vida el día de los banquetes de su boda, mas sin embargo, en el fondo de su corazón, había algo en la forma de actuar de ese sujeto que le recordaba mucho a Milán. Sus expresiones, su forma de dirigir los regimientos era muy parecida a la de su príncipe, pensaba mientras le veía pasar lista de sus hombres a lomo de caballo. Era demasiado inquietante.

   Sacudió la cabeza apartando esos recuerdos y volvió a meterse por completo dentro de la tienda. Quizás sólo era la añoranza de su amor perdido que le hacía alucinar. Tocó su vientre y lloró, lloró como hasta el momento no lo había hecho. Tal vez era el hecho de que el nacimiento de su hijo se acercaba lo que lo tenía tan sentimental, pero deseaba tener a Milán cerca de él. Estaba consciente que ahora era un hombre casado y que ya no podía romper su nueva promesa, sin embargo deseaba verlo de nuevo aunque fuese solo a la distancia. Pensar en una vida lejos de él era desgarrador, la penitencia de vivir sin el ser que ser amado era mucho más cruel que una vida en soledad.

   Mientras Henry se deshacía en aquellos melancólicos pensamientos, afuera Milán terminó de contabilizar al ejército. No sabía en esos momentos que Henry había recobrado la conciencia aunque de saberlo no hubiese podido presentarse ante él debido a la advertencia de Nalib, quien le dejó claro que sólo podría hacerlo una vez Henry encontrara el libro de la diosas y lo tuviera en su poder. Se sentía tan desesperado por revelarse en presencia de su amado, decirle que estaba vivo, que lucharía por él y que esta vez no se apartaría de su lado, que la desesperación a veces no lo dejaba ni pensar. No le importaba en lo absoluto que ahora Henry fuese un hombre casado. Ya antes había pasado por encima de su voto de castidad y no se detendría por uno de fidelidad a un hombre que sabía que Henry ya no amaba.

   ¿No lo amaba? ¿Estaba seguro de eso? Milán arrugó el ceño. Sí estaba seguro de eso. Henry ya no amaba a Divan, al menos ya no como hombre. Aquel pensamiento  le hacía sentirse incomodo porque respetaba a Divan, pero también sabía que Henry había sido suyo primero y que si se había casado había sido sólo movido por las circunstancias, las cuales, además, jugarían a su favor, pues estaba de por medio el hijo que esperaban y del cual no pensaba separarse.

   Con estos pensamientos terminó de dar las órdenes sobre los combates del día y se apresuró en volver a su carpa. No había recorrido ni dos metros, cuando un soldado se acercó hasta él a toda prisa y colocando frente a sus ojos un sombre lacrado, sonrió. El hombre venía de los lados de la frontera con una magnífica noticia. La mejor noticia de todas.

   —Hemos capturado a Lyon Tylenus,  mi señor. Lo tenemos en el campamento que está al este. Llegará antes del anochecer para que usted y el príncipe Nalib decidan su suerte.

   Milán sonrió casi resoplando de gusto. ¡Por supuesto que decidirían la suerte de ese miserable! La decidirían sin miramientos o compasión.

   …y teniendo en cuanta lo que habían preparado para él, lo que menos tendría ese monstruo sería suerte.

 

   Continuará…                             

 

 

 


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