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Danza Húngara por Nasuada

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Notas del capitulo:

Es tan maravilloso estar inspirada a tal punto que las letras forman palabras en Word como si las estuviese vomitando C:

¡Así es, mi inspiración regresó!, y la aprovecharé al maximo por si la maldita vuelve a abandonarme.

Por cierto, felicitaciones atrasadas:

¡Feliz día de Halloween a todos!, pero sobre todo...

¡¡Feliz día de los fieles difuntos y todos los santos!!

Me encantan estas fechas, lastima que ya han pasado TT.TT (quiero muucho pan de muerto)

Bueno, estoy divagando...

¡Disfruten el capitulo!

 

XIV

El día de los silencios

 

 

    Sandra salió de su ensimismamiento e incorporó su cuerpo de forma correcta, pues por el asombro la mitad de éste se había ido para adelante, inconscientemente. De repente las paredes de la enorme cafetería le parecían sumamente sofocantes, así que, con un nudo en la garganta, fue hasta el baño y allí, encerrada en la protección de un cubículo, lloró.

 

    Un ruido extraño le sacó de su ensimismamiento. Estaba sonando su teléfono, interrumpiendo la mirada que compartía con Lawrence. Cogió el aparato casi con despecho y vio el número. Era su madre, que había tratado de comunicarse con su hijo toda la mañana.

    —Mamá ¿Qué pasó?

    —Liam, cielo, debes llegar temprano a la casa. William organizó una cena con sus socios y quiere que todo salga perfecto ¿Por qué no contestabas mis llamadas?

    Liam sonrió con sarcasmo y maldijo en silencio. Odiaba las cenas de trabajo de William, eran demasiado aburridas porque su madre le pedía de antemano el no decir algún comentario insolente. Aunque de pronto se le ocurrió una buena idea.

    —No podré ir, mamá. Lawrence me pidió que le ayudara a estudiar… algo— mintió. Lawrence lo miró y levantó los brazos modulando un ¿yo? Pero sin que ningún sonido saliera de su boca.

    —Oh ¿De verdad? — Emma se escuchaba de repente muy feliz— Está bien, no llegues tarde. Dale a Law un saludo y un abrazo de mi parte.

    —Lo haré.

    Colgó y miró a Law, quien le devolvía la mirada levantando una ceja. Liam lo miró seriamente y se encogió de hombros.

    —Tendré que hacer una visita improvisada a tu apartamento.

    —Eso es genial, señor inteligente— replicó Lawrence sarcástico—. Espero que la pases bien sentado en la puerta de entrada porque yo tengo que trabajar. Y el departamento se queda vacío hasta las siete.

    Liam frunció el ceño sintiéndose como un idiota.

    —Puedes faltar un día…— replicó, hallando una solución al problema.

    —Sí, claro.

    — ¿Por mi?

    Lawrence sonrió con un deje de ironía.

    —Buen intento, pero a diferencia tuya, yo necesito ganarme mi propio dinero, y no puedo darme el lujo de tomarme un día libre.

         Liam se quedó en silencio, mirándolo. Con la boca ladeada tratando de encontrar una solución a su impulsiva llamada telefónica que no diera por resultado el tener que ir irremediablemente a la cena con los socios de William. Comenzó a jugar con sus dedos, y Lawrence se dispuso a comer, ajeno a las preocupaciones de Liam. Éste frunció el ceño, molesto ante la poca cooperación de su… ¿Amigo?

    No podían ser solo amigos después de lo que acababan de hacer en el aula de piano, pero aun no podía encontrar una palabra que les describiera completamente. Solo eran dos personas que se querían… y lo sabían.

    Sonrió y comenzó a morder su uña del pulgar. No podía recordarlo sin que un calor inundara todo su cuerpo. Y ahora estaba divagando…

    Escuchó un sonido metálico que le hizo salir de su ensimismamiento con un sospechoso sobresalto. Daniel se había sentado a su lado, y ninguno de los dos se había dado cuenta.

    — ¡Hola! — Repuso él, abriendo un refresco—. Liam, deberías venir con nosotros al club esta noche.

    A Liam le llegó una ola de esperanza, que se desvaneció como espuma dejando un muy mal sabor de boca al recordar que seguramente Oliver estaría allí.

    Mierda, que mala suerte.

    —Lo siento, no puedo. Tengo unos planes con… Law— replicó señalando al aludido, quien de nuevo frunció el ceño—. Quiero decir con… mi madre.

    Daniel observó primero a Liam y luego a Lawrence, intentando averiguar el porqué de esa actitud tan sospechosa. Después solo se encogió de hombros y dio un largo trago a su refresco de toronja que tenía en las manos.

    —Muy bien, como quieras— replicó sarcástico al averiguar en seguida la pobre mentira de su mejor amigo.

    Liam observó su teléfono celular y dio un respingo al darse cuenta de que su clase extracurricular con Edelman había comenzado hace cinco minutos, y el aula estaba hasta el otro lado del gran terreno que ocupaba la universidad. Cogió sus cosas y, sin decir una palabra, salió de la cafetería caminando muy deprisa. Edelman lo mataría, por llegar tarde.

    Law y Daniel se observaron unos segundos.

    — ¿Y qué hay de ti, Pullman? ¿Te apuntas?

    Lawrence lo miró sin entender la pregunta.

    — ¿Apuntarme a qué?

    — ¿Quieres venir al club? Por las últimas noticias que tuve tú y Oliver se hicieron muy buenos amigos aquel día del partido de tenis.

    Lawrence apretó la mandíbula y maldijo mentalmente. Alguien debía actualizar las noticias para Daniel, pero no había nadie lo suficientemente adecuado para que lo hiciera sin revelar ningún secreto indeseable.

    —Oh, no sabes lo mucho que me gustaría acompañarte. Pero tengo que trabajar— dijo irónicamente, levantándose de la mesa para ir con sus amigos—. Será la próxima vez.

    Fue su forma de despedirse antes de dar media vuelta y encontrarse con Evan y Courtney sentados en la mesa de la esquina de siempre, haciendo bromas y diciendo estupideces mientras dejaban que Lawrence los acompañara en su divertido intento de hacer que Evan sostuviera un pedazo de manzana rebanada entre su labio superior y su nariz…

    Al finalizar las clases Lawrence se dirigió a la parada de autobuses que tomaba para ir directamente al trabajo en la papelería. Ninguno de sus dos mejores amigos lo acompañaba, pues ambos tenían clases hasta las cuatro de la tarde, y esperarlos haría que se retrasara demasiado.

    Estaba por apoyarse en un tubo metálico de la estación cuando algo llamó su atención: La negra camioneta perteneciente a Daniel se estaba orillando justo donde estaba, bajando los vidrios polarizados para dejar ver al amigo de Liam, sonriente y con unos lentes tipo aviador.

    —Sube, te llevaré a tu empleo.

    Lawrence frunció el seño con extrañeza y, encogiéndose de hombros, aceptó la rara amabilidad de Daniel.

    Pero dar el último impulso para subir su pie derecho fue lo peor que pudo haber hecho aquella tarde.

     Daniel siguió al pie de la letra el camino que le indicaba Lawrence para ir a la papelería en donde trabajaba. Nadie hablaba. En la radio estaba puesto un disco de rock alternativo que ninguno de los dos se dispuso a escuchar con claridad. El murmullo del aire acondicionado hacía que el silencio fuera más soportable, pero ambos se dedicaban miradas de reojo cada vez que pensaban que el otro no se daba cuenta.

    ¿Qué tenían en común ellos dos? Nada, más que Liam. Entonces no podían hablar de nada. Lawrence practicaba piano en su mente, Daniel, intentaba encontrar desesperadamente un tema de conversación, antes de que lo importante surgiera. Algo que dejara el encasillamiento inhóspito del silencio en la camioneta, y la tensión que era pesada como una capa de niebla. No le agradaban los silencios incómodos, obviamente.

    Law se preguntaba el porqué de la invitación del mejor amigo de Liam que tan amablemente le había ofrecido. Era verdad que, en el primer año en la universidad, no se soportaban. Pero había sido tan trivial y tan insignificante aquella enemistad, que se había roto por el simple hecho de hablar en la cafetería como diez minutos. Pero ambos sabían que no eran amigos, aunque la cordialidad se había dado.

    — ¿Qué es lo que quieres? —preguntó Law por fin, para quitarse esa duda que daba vueltas en su cabeza y le hacía marearse constantemente. Se lamentó un poco por sonar tan brusco.

     Daniel lo miró por unos segundos e intentó responderle. Era cierto que desde hace tiempo que le preocupaba una cosa.

       —Quería hablar contigo. De Liam.

     Lawrence sintió mucho más pesada aquella niebla.

    — ¿El qué? —preguntó tratando de sonar casual. No podía ser lo que estaba pensando.

    —Bueno, hombre, no te alteres— al parecer Daniel notó su nerviosismo—. Como de pronto te veo muy amigo de Liam pensé en que podríamos apoyarle.

    Law frunció el ceño, pero se relajó. Era obvio que si supiera lo que supiera Daniel, no estaría así de calmado.

    — ¿Si te contó lo de Sandra, no?

     Negó con la cabeza.

    —Que la señora Rotwood ya hasta está planeando boda.

     Lawrence sintió como su corazón se encogía. Abrió los ojos, sin saber que decir.

    ¿Boda?

    Justo cuando terminó la clase de Edelman, terminó el día de Liam, y no sabía a dónde ir. No tenía planes y ni loco iría a su casa, aunque después de todo debía encontrar una forma de perder el tiempo. Pensó en irse a la casa de alguno de sus amigos, como Jason o Mark pero lo desechó en el momento. No estaba de humor como para comportarse como siempre con ellos, ya no podía seguir comportándose como lo hacía antes. Seguía siendo el mismo, pero definitivamente, algo había cambiado.

    Cruzó un pasillo amplio y alfombrado hasta que llegó a una estancia enorme: la biblioteca, que estaba llena de estantes con libros apilados y en perfecto orden y olía dulce, a libro antiguo, con las páginas secas y amarillentas por el tiempo.

Pasó por la puerta de vidrio, haciendo total silencio y concentrándose en un estante de literatura. Tenía ganas de concentrarse en otra cosa que no fuera su vida, por lo tanto sentía la necesidad de leer una novela muy dramática: una que le hiciera pensar en los problemas que realmente son preocupantes en la vida.

    Pasó sus ojos por todas las fichas de registro, hasta que encontró uno que llamó su atención y había leído en su tercer año de preparatoria: Crimen y castigo, de Dostoievski.

    Lo tomó con cuidado, una de las ediciones más nuevas para procurar no gastar las antiguas, y fue a sentarse hasta una mesa muy alejada de la bibliotecaria regañona que había sustituido de forma temporal a la señora Robinson. Todos extrañaban a la señora Robinson, era de esperarse. Echaban de menos su sonrisa y su discreta autoridad.

    Abrió el libro y comenzó a leer. Se sumió en los problemas de los protagonistas al punto de tapar con su mano izquierda sus labios, profundizando su concentración. Aunque, sin previo aviso, una mano helada le rozó su clavícula, y la apretó con fuerza.

    Dio un gran respingo, sumamente sorprendido. Y de un movimiento casi automático, volteó la mirada para descubrir a su “atacante”. La mueca angustiada que puso después fue sin querer.

    —Sandra— allí estaba su novia. Sonriéndole de oreja a oreja con un tierno vestido rosa y un adorno muy extraño en su cabello—. Hola.

    — ¡Hola, amor! — Dijo ella con cuidado de no hacer mucho ruido, mientras se sentaba a un lado de él y lo besaba—. No te he visto en todo el día.

    Ella colocó su bolsa encima de la mesa y comenzó a sacar su cuaderno de apuntes. Liam, que en aquellos momentos se comparaba con la mierda de un elefante, sonreía con incomodidad reprimida. Dejó a Dostoievski a un lado y apoyó sus codos en la mesa, tratando de actuar natural.

    — ¿Cómo te ha ido en clases de piano? — preguntó. Sin darse cuenta comenzó a morderse la uña del dedo pulgar.

    —Oh, muy bien…— dijo ella fingiendo una sonrisa—. He tratado de sacar Danza Húngara con Maggie— Maggie era su profesora particular—. Podríamos incluso tocarla nosotros dos ¿No sería encantador?

    Se le revolvió el estomago, y casi se le derraman lágrimas de pura angustia. Movió su pie incesantemente y trató de sonreírle para no tener que contestarle, pero la mirada de su novia le obligaba a darle una respuesta. El mundo estaba ajeno a sus sentimientos, quizás con peores pensamientos, quizás con historias triviales en su cabeza. Y él estaba teniendo el peor día de su vida. Sandra lo observaba con aquella ternura que nunca se le había quitado en todos esos años de conocerla, a pesar de ser la chica más mimada que conocía. Había peinado su cabello con ondas que le adornaban la espalda y se veía preciosa, y le sonreía.

    Ojalá dejara de sonreírle. Ojalá no la considerara su mejor amiga, y así todo sería mucho más sencillo.

    —Sandra yo…

    Liam abrió mucho los ojos al fijarse en algo que no se esperaba. El rostro de Sandra se desfiguró, la sonrisa desapareció de su rostro como una farsa, y apareció un ceño fruncido y sus ojos se enrojecieron. Las cejas, perfectamente depiladas, formaron un arco y su boca, pintada de color coral, emitió un gemido.

    Había comenzado a llorar, en silencio. Logrando que nadie, que no estuviese tan cerca como Liam, la escuchara. Liam no sabía qué hacer. Todo había pasado tan rápido que creyó verlo todo de un parpadeo a otro. El ver esa imagen le rompió el corazón. Vale que Sandra chillaba por cualquier cosa, fruncía el ceño cuando se enojaba y gritaba todos sus sentimientos. Esta no era la Sandra reveladora, no era la Sandra falta de atenciones ni la Sandra berrinchuda.

    Era la Sandra triste. La misma niña triste que solo había visto llorar en su infancia, cuando le confesó que sus padres se separaban. O cuando murió su querida abuela. Esa Sandra, que no había visto en mucho tiempo y ahora le oprimía el corazón y le obligaba casi a llorar con ella.

    —Sandra…—murmuró casi inaudiblemente.

    Sandra limpió rápidamente sus lágrimas, cuidando no dañar su maquillaje y guardó la compostura, levantándose de su asiento.

    —Sé que tenemos que hablar— dijo ella, ofreciéndole la mano para que lo acompañara—. Ven conmigo.

    Liam, sin reparos, le tomó la mano y se dirigieron a la azotea de uno de los edificios.

 

    Law contrajo su rostro convirtiéndose en una mueca de puro escepticismo. Abbie le había dicho algo así hace  unos días, el deseo casi aterrador de Emma de convertirse en abuela exagerada e innecesariamente pronto.

    —Sé que es una gilipollez— dijo Daniel riendo—. Pero a Liam siempre le ha gustado complacer a su madre, aunque no lo admita.

    Lawrence sonrió como si se tratara de una broma. Liam no aceptaría algo así.

    —No tenemos porque apoyarlos— replicó Law—. Ambos tienen toda una vida en la que hacer muchísimas cosas ¿Por qué tendrían que casarse ahora? Su relación ni siquiera es tan profunda.

    Law se sintió como un idiota. Había sonado demasiado enfadado para un asunto que, en aquellas circunstancias, debía de ser tan trivial si se casasen como si no. Igual, no debería importarle un comino.

    Justo cuando la conversación se dio por terminada Daniel se estacionó enfrente de la papelería y Law se bajó de la camioneta exhalando aliviado al sentir de repente como si el aire fresco y sin contaminaciones sentimentales comenzara a circular otra vez. Daniel se despidió de él con un gesto de cabeza y arrancó tan rápido que en una milésima de segundo ya había desaparecido tras una esquina.

    Law intentó quitarse de la cabeza ese sentimiento de angustia que le inundaba. En gran parte no era por Liam. Estaba casi seguro de que Liam había negado rotundamente las proposiciones indiscretas de matrimonio de Sandra y de Emma, pero ahora le preocupaba más el miedo que Liam tenía por salir del closet. Hasta ese momento no había entendido demasiado las razones que obligaban a Liam a guardar el secreto con un terror casi indescriptible, aunque lo ocultara cuando estaba con él.

    Ahora ya podía sentir esa empatía que le era imposible sentir anteriormente.

    Entró al pequeño negocio y sus jefes lo recibieron con un saludo alegre y un par de sonrisas bien radiantes, Law les devolvió la sonrisa, aunque después, en toda su jornada laboral, no pudo hacer ese gesto de nuevo. La angustia que sentía lo sobrepasaba como si de repente su corazón se hubiese abierto a algo desconocido que le embargara.

    Sentía como si fuera él mismo quien tenía que enfrentar todo a lo que Liam estaba por enfrentarse.

    Sandra estaba de espaldas a él, mirando fijamente los edificios que constituían la gran manzana. Liam no dijo ni una palabra, pues la conocía bastante bien. En esos momentos su novia estaba intentando calmarse para no llorar en cuanto Liam le dijera una sola palabra, así que la esperó con paciencia hasta que, por fin, después de unos cuantos minutos de total silencio, se volteó hacia él y lo miró con una profundidad y una tristeza que le hicieron que su corazón diera un vuelco de ciento ochenta grados.

    Estaba demasiado asustado. Cada vez que algún comentario pasaba por su mente y quería convertirse en palabras, éstas se le atoraban en la garganta como un desagradable nudo que intentaba deshacer tragando saliva largamente. Respiraba tratando de calmarse, pero en esos momentos no sabía ni que pensar. Quería que Sandra hablara primero, y le dijera que era lo que sus ojos habían descubierto.

    —No puedo creerlo— Sandra habló con una indignación propia de su decepción característica. Sus ojos estaban vidriosos pero se notaba que no quería llorar otra vez. Liam sintió como, por un segundo, su mundo se deshacía.

    Lo sabe…, mierda. Lo sabe

    — ¿Qué cosa? — preguntó, al escuchar después de eso sólo el leve murmullo del viento entre los árboles y el constante ronroneo de las máquinas enfriadoras del techo.

    Sandra aun así, no contestó. Su mirada estaba clavada en el piso y su cabeza, ladeada, parecía querer evitar cualquier contacto con su novio.

    Después de eso Liam se sorprendió al ver que una sonrisita sarcástica surcaba sus labios.

    —Siempre quise que me miraras así…— habló por fin Sandra, levantando su mirada. Para Liam fue como si el mundo se le viniera encima—. Los vi hoy. Hablando. En la cafetería.

    Él no dijo nada. No sabía que hacer, ni que decir. Como siempre, no podía tomar la iniciativa de nada. Como siempre, la cobardía le ganaba.

    — ¿Desde cuándo? —preguntó Sandra sintiendo que otra vez perdía la compostura. Alzó la voz al ver que Liam no le contestaba. Se mantenía con la mirada gacha y con un rostro impregnado de miedo: — ¡Liam!

    — ¡No lo sé!— dijo Liam. De verdad no sabía cuando se había enamorado de Lawrence. Pensaba que había sido cuando las lecciones de piano se volvieron rutinarias y convertidas en una buena parte de su felicidad del día, pero analizándolo bien, tal vez era desde antes.

    Mucho antes.

    Sandra no aguantó y rompió a llorar otra vez. Esta vez se fue hasta la pared de la azotea y se deslizó por ella hasta quedar sentada con las rodillas flexionadas. Liam no sabía qué hacer. No quería ver a Sandra tan lastimada.

    Esperó a que se calmara para sentarse a su lado.

    — ¿Sabes? — dijo Sandra mirándolo directo a los ojos. Su mirada, que generalmente no era demasiado profunda, quemaba—. Me usaste. Ahora que he analizado con seriedad tu forma de comportarte y tu sequedad, me di cuenta.

    —Sandra, yo nunca quise lastimarte— respondió Liam mirándola también—. Y si te pedí que estuvieras conmigo fue porque de verdad deseaba enamorarme de ti.

    —No me gustan tus excusas, de cualquier forma— dijo, fulminándolo con la mirada—. Sé que soy una pesada, lo sé. No soy idiota. Sé que en ocasiones soy la chica más insoportable que podrías conocer pero no me lo merezco. Nadie se lo merece.

    —Lo siento— Liam aceptó en su cabeza que sus excusas no bastarían. Sandra tenía todo el derecho a odiarlo—. Lo siento, perdóname.

    Ella lo miró con el ceño fruncido.

    —Aunque tampoco es totalmente culpa tuya. Yo ya me lo sospechaba desde hace bastante tiempo. Solo me hacía la ciega porque pensaba que era imposible que tú…

    — ¿Qué sea…?—tragó saliva— ¿…gay?

    Liam se arrepintió de decir eso. Ni siquiera con Lawrence lo había dicho en voz alta. No le gustaba el término por más que le pasara con la cabeza que era exactamente lo que lo describía en ese tipo de situaciones.

    Sandra asintió con la cabeza, bastante ofuscada.

    — ¿Sabes lo qué pasará a partir de ahora?

    Liam la observó. Sabía a qué se refería: familia, amigos, conocidos. Todos aquellos que se involucrarían cuando se enteraran de aquello. El miedo se apoderó de él… otra vez. Había pensado en ello todas las noches, tenía unas ojeras de muerte e incluso le habían brotado unas cuantas espinillas por el estrés. Jamás le había pasado algo como eso. Sandra lo miraba con los ojos entornados porque el viento se había vuelto helado. Liam imaginó lo que pasaba por la mente de la chica, y le asustó la posibilidad de tener razón.

    —Por favor no se lo digas a mi madre.

    Sandra desvió la mirada, otra vez, observando sus delicados zapatos de piso de color hueso con un adorable moño en la punta. Mordió sus labios y bajó la cabeza para cubrir su rostro con las rodillas. Después negó con la cabeza.

    Sucedió otro silencio. Jamás estar con Sandra le había provocado esos sentimientos.

    —Tu madre quiere que nos casemos— dijo Sandra de repente, todavía con el rostro escondido—. Te juro que cuando me lo dijo, a diferencia de lo que te dije, hice de todo para hacer que se le quitara esa idea de la cabeza…, pero no pude. Hagas lo que hagas, cuando se lo digas, la destrozarás.

    Liam sintió un gran nudo apoderarse de su garganta y, con los ojos vidriosos, tragó saliva tratando de deshacerlo. Desvió la mirada. No estaba seguro de las razones que tenía Sandra para decirle la verdad de una forma tan terriblemente franca.

    Sandra se impulsó con un brazo y se levantó.

    —Dímelo— dijo de repente.

    — ¿Qué cosa? —preguntó Liam sin enterarse de nada.

    —Termina conmigo.

     Liam se quedó petrificado. Parecía que a Sandra le gustaba verlo sufrir. Aunque ella se veía, obviamente, mucho más triste que él. Liam no tuvo el valor de decirle que no lo jodiera, pero tampoco le salían las palabras ordenadas.

    —Sandra…

    —Dímelo, anda. Si no lo haces, no podré sentirlo completamente.

    —Q-quiero…—suspiró fastidiado, y se levantó al igual que ella, colocándose frente a frente—, quiero terminar.

    Sandra no se movió ni un ápice, pero sus ojos volvieron a estar vidriosos.

    —Sandra, nos conocemos desde hace años— dijo Liam. Estaba realmente arrepentido del día en que, en su desesperación, había dicho a Sandra que fueran novios—. Eres mi mejor amiga, aunque me odies.

    —Sí.

    Sandra parecía como fuera del mundo. Caminó unos cuantos pasos dispuesta a marcharse. Abrió la puerta que daba a los escalones y se fue. Liam se quedó allí, a pesar del viento helado y de las ganas que tenía de olvidarse de todo. Se sentó de nuevo. No sentía ánimos para quedarse de pie, y no estaba Lawrence.

    Law…

    Lawrence bajó las cortinas de metal del negocio y se agachó para colocarles el candado de combinación que las aseguraban. Las noches habían comenzado a estar frescas, así que llevaba puesta una sudadera gris, bastante vieja y deshilachada. Se levantó, con los huesos congelados, y metió las manos en los bolsillos. Caminó hasta la estación de autobús que le quedaba más cerca, e intentó deshacerse de esa angustia que había tenido toda la tarde.

    Quería ver a Liam, pero no sabría ni que decirle.

    En cuanto llegó a la parada sacó de su bolsillo del pantalón la tarifa.  Suspiró y se puso de puntillas una y otra vez, a causa del frío; esperando que aquella simple actividad física le calentara los músculos. Miró hacia la calle con una expresión que denotaba lo aburrido que estaba y el cansancio que consumía su cuerpo. Y de repente, en un parpadeo en el que no hizo más que mirar donde mismo, sintió como algo lo jalaba hacia atrás. Todo se volvió confuso por unos instantes. Su panorama se volteó y se revolvió, haciendo que las luces de la ciudad parpadearan y se gotearan convirtiéndose en manchas irreconocibles. Fue entonces cuando un dolor profundo en la espalda le hizo volver a la realidad, dándose cuenta de que lo habían estampado contra la pared de ladrillos del edificio continuo a la estación, y un sujeto con capucha y ojos oscuros lo miraba lleno de paranoia. Lawrence comprendió en un segundo y abrió los ojos mientras su corazón se aceleraba.

    —Tu cartera— dijo el sujeto mirando hacia ambos lados de la calle. Law no tenía escapatoria. Los únicos testigos, un par de adolescentes, huyeron aterrados al notar aquella escena. El ladrón, que debía tener un par de años más que Law, dejó de aprisionarlo unos segundos y él sacó del bolsillo trasero del pantalón su cartera, maldiciendo en silencio, pues ese día sus jefes le habían pagado.

    Lawrence trataba de respirar con normalidad, aunque el susto no se apartaba de sí.

    — ¿Celular? — volvió a formular el sujeto.

    —Viejo… es la segunda vez que me asaltan en el mes— dijo Law, tratando de solucionar las cosas. Sabía que aquel joven estaba igual o más asustado que él, y en ocasiones se podía ser razonable—. Mi teléfono es una mierda, no te servirá de…

    No pudo seguir hablando, pues sintió un puñetazo muy cerca del ojo. Se cayó de rodillas y tocó el área afectada. Maldijo otra vez, sintiendo una rabia apoderarse de él. Se levantó dispuesto a devolver el golpe, aunque ello le costara una buena paliza, pero se detuvo al notar que el chico había sacado de su sudadera una especie de navaja. Se paralizó en el acto.

    — ¡Dame tu puto celular! — exclamó, presa de la paranoia y el miedo. Lawrence sacó su teléfono del bolsillo. El sujeto se lo arrebató y, antes de salir corriendo, golpeó a Law con el antebrazo fuertemente, en la comisura de sus labios.

    Esta vez pudo sostenerse para no caer al piso. Sintió el sabor metálico de la sangre en su boca. Levantó su rostro, y el chico ya no estaba por ninguna parte.

    — ¡Mierda! —replicó Lawrence, pasando su mano por el cabello. Ese definitivamente había sido un muy mal día.

    Por lo menos no le había quitado la tarifa del autobús.

  

    Llegó a los departamentos sintiendo las miradas de todo transeúnte que pasaba a su lado. Se le había hinchado el pómulo y su boca sangraba. Y lo peor era el dolor. Apenas había alcanzado a ver como estaba su rostro en el reflejo del ventanal del autobús. Le dolía un montón, y sentía que el ojo le punzaba y no podía abrir bien el parpado. Lo único que quería era llegar a su hogar, verse en el espejo y curarse como hiciera falta.

    Avanzó hasta la entrada de su edificio.

    Entró en su departamento prendiendo la luz de la sala. No había nadie. Recordó que Alexandra y su madre habían coincidido esa noche con sus turnos nocturnos mensuales. Fue rápidamente hacia el baño y se observó en el espejo. Su rostro mostró una mueca sorprendida y se inclinó más hacia el espejo como un impulso de que no se la creía. Se veía mucho peor de lo que le dolía. Volvió a erguirse y se desnudó, dispuesto a tomar una ducha. Con agua fría, porque las heridas no soportarían el ardor de otra manera. Sintió una heladez relajante en todo su cuerpo al empaparse con el agua de la regadera. Cerró los ojos lavándose la cara con mucho cuidado. Dejó que el agua lavara el estrés dentro de su cuerpo, y limpiara la tensión que se había acumulado en cada poro de su piel.

    —Joder— exclamó, en cuanto terminó de bañarse, y volvió a mirarse al espejo con una toalla enredada en su cintura.

    Dejó de mirarse un momento para abrir la puerta del espejo en donde estaba el botiquín. Sacó alcohol etílico y algodón. Fue hasta su habitación para colocarse su ropa de dormir: una playera negra lisa y un pantalón de cuadros rojos y negros. Volvió al baño. Y estaba a punto de ponerlo en su rostro cuando alguien tocó la puerta.  Lawrence se asomó por la puerta del baño (como si algo así le avisara quien tocaba a esas horas de la noche) y caminó hasta la puerta de entrada. Se acercó a la mirilla.

    Era Liam.

    — ¡No hay nadie! — replicó. Liam miraba fríamente la puerta esperando a que le abrieran, pero al escuchar esto, sonrió. Sonrió como solo Law le hacía sonreír, aunque un poco menos alegre de lo normal.

    Lawrence se sintió satisfecho y sonrió igual. Abrió la puerta. Liam había regresado a su mirada de siempre, fría y con grandes toques de aburrimiento, pero en cuanto observó bien a Lawrence la preocupación se hizo presente. Lawrence: Golpeado en el rostro y con el cabello húmedo.

    —Mierda, ¿qué te pasó? —preguntó.

    Liam estaba demasiado ocupado viendo el rostro de Lawrence como para entrar en el departamento, así que Law le tomó del brazo y lo jaló.

    — ¿Q-qué te pasó en la cara? —preguntó Liam otra vez, mirándolo fijamente mientras Lawrence le restaba importancia al asunto.

    —A un sujeto se le ocurrió que hoy era un buen día para asaltarme— dijo en tono sarcástico desviando su mirada. La preocupación de Liam era extraña para él.

    Liam abrió los ojos desmesuradamente, mientras que Lawrence caminaba hasta el baño, dispuesto a seguir con lo que estaba haciendo.

    — ¿¡Qué!? — Replicó, mirándole fijamente las heridas y siguiéndole el paso— Pero ¿estás bien? Tu rostro luce horrible, da asco.

     Lawrence soltó una carcajada. Liam no tenía el don de hacer sentir mejor a las personas con sus comentarios. Más bien, al contrario. Aunque también le divertía un poco aquella preocupación auténtica que estaba mostrando. No entendía muy bien la razón, pues en esa ciudad por lo que menos debía de preocuparse la gente, era el hecho de que un joven drogadicto sin nada más en su vida te quitara la cartera.

    —Si, bueno. Me quitaron mi dinero y el celular, la verdad me jodió un poco, pero ya qué— explicó de nuevo, intentando calmar la situación, con su habitual sarcasmo. Entró en el baño y sacó el alcohol etílico y el algodón. Después salió de allí divertido ante el hecho de que Liam jamás había entrado en su departamento, y no mostraba gran curiosidad por la preocupación que invadía todo su cerebro.

    Lawrence lo llevó hasta su cuarto, tomándolo de la muñeca. Fue entonces cuando Liam comenzó a experimentar verdadera curiosidad y, olvidándose completamente de Law y sus heridas, pasó sus ojos por aquella habitación. No tenía nada de especial: una cama individual en la esquina y a su lado estaba el escritorio (hecho un desastre). También había un ropero, y lo único verdaderamente de valor que había era un equipo de sonido.

    Lawrence se sentó en la cama y miró a Liam sonriendo: estaba muy distraído observándolo todo.

    — ¿Qué miras? —preguntó Liam con brusquedad, al descubrirlo. Se sentía intimidado cuando posaba su penetrante mirada verde en él.  Law se encogió de hombros y le invitó a sentarse mientras hacía un ademán que indicaba que empezaría a curar sus heridas; sin embargo, Liam le arrebató el alcohol de las manos y se sentó en la silla giratoria del escritorio, frente a él.

    Empapó un pedazo de algodón con alcohol y frotó la herida abierta que tenía Lawrence debajo del labio, y éste soltó una mueca de dolor. Lo curaba con delicadeza y concentración, como si se tratase de porcelana fina. Lawrence sonrió, mirando a Liam con sus ojos verdes. Aquel tacto le agradaba, por su calidez inigualable.

    —Mierda, ¿quién te hizo esto? —preguntó, más para sí mismo que para Law.

    —Su nombre era Rocky Balboa, tuvimos tiempo de conversar cuando me dio el puñetazo.

    Liam lo fulminó con la mirada, pero volvió a concentrarse en curarle.

    —Sí tan solo me enterara de quien es…

    — ¿Qué? ¿Enviarás a tu grupo de mafiosos a matarlo?

    — ¡Quieres callarte, por favor! — Gritó Liam, enojado en serio, mirándolo a los ojos—. Deja ya ese plan estúpido, por dios. ¿Soy el único que entiende la gravedad del asunto?

    Lawrence miró extrañado la reacción de Liam. Sabía que se estaba comportando como idiota, pero no pensó que fuera para tanto.

    — ¿Qué a ti nunca te han asaltado?

    —Nunca.

    — ¿De verdad?

    — ¿Tengo que repetirlo para que me creas? —preguntó fastidiado.

    Law lo miró anonadado y algo divertido.

    —Vamos a un callejón de Brooklyn. Es experiencia asegurada, si es que no nos violan.

    —Qué idiota eres.

    Liam se levantó de su lugar y le dio la espalda a Lawrence. El mal humor lo había corrompido, porque no le gustaba cuando él y Lawrence dejaban, por unos segundos, de entenderse mutuamente. Además, se sentía mal; por Sandra. La extrañaba, aunque no quisiera admitirlo y de alguna forma, la quería cerca de él. Le entristecía el hecho de que no volvieran a ser amigos.

    —Vamos, Liam, tranquilízate— replicó Law al darse cuenta de que su enfado era auténtico—. Fue solo una broma… ¿te das cuenta de que parece una pelea estúpida de novios?

    Liam sintió cómo se sonrojaba.

    Lawrence trató de que Liam volviera a mirarlo. Detrás de esa aura fría que había adoptado sabía que había una gran tristeza, y él no tenía idea de cómo manejarla. Después de lo que Daniel le había dicho acerca de los planes de Emma una gran preocupación había atravesado su corazón sin remedio. Y comportándose como un idiota era su forma de intentar quitarle importancia, porque Liam no necesitaba más problemas.

    Law tomó el hombro de Liam y lo condujo a su cama, para que se sentara en ella. Liam había cambiado totalmente su expresión: parecía cansado y triste y estaba más pálido de lo normal, cosa que se resaltaba por su sweater y por las intensas ojeras que rodeaban sus ojos.

    — ¿Qué tienes? — preguntó casi en un susurro, sentándose a su lado, muy cerca. Liam no le contestó, aunque Lawrence había empezado a pensar con racionalidad—. Por algo viniste hasta aquí ¿no? ¿Qué ibas a decirme?

    No quería mirarlo a los ojos porque tenía mucho miedo, y no quería que Lawrence lo tachara de cobarde.

    —Hoy terminé con Sandra— dijo, también susurrando, por fin clavando sus ojos en aquella mirada verde. Law abrió mucho los ojos. Liam parecía a punto de…

    De llorar.

    Lawrence no supo cómo reaccionar. Una mano invisible apretó su pecho y estrujo con fuerza sus órganos internos. Había pensado en ese momento muchas veces, y en la mayoría Liam tenía una respuesta positiva: feliz de terminar con ella de una vez por todas. Pero, contrariamente a lo que imaginó, parecía deshecho. Lucía incluso más asustado y más nervioso de lo que ya aparentaba días atrás, y Law no supo qué hacer.

    Una risa nerviosa y fugaz fue lo único que salió de sus labios. Luego apretó la boca, suprimiendo una mueca de dolor.

    Se miraron fijamente unos segundos. Lawrence trató de dibujar una sonrisa en su rostro, para animarlo, sin mucho éxito. En cambio, buscó su mano y la tomó, apretándola en forma de apoyo. Liam observó el gesto algo sorprendido, y después sonrió cálidamente y bajó la mirada, sintiéndose un poco menos abrumado, secando una lágrima que amenazaba salir.

    —No puedo decirle, Lawrence— dijo, refiriéndose a su madre.

    Lawrence se sintió afligido por un momento, aunque intentó comprenderlo.

    —Daniel me dijo que estaba planeando boda— dijo, tratando de que su voz sonara un poco humorística, para romper con la tensión  que se había formado.

    Liam lo miró sorprendido, pues no esperaba que Lawrence supiera ese dato. Inmediatamente se sintió culpable y el impulso de jugar con sus manos se apoderó de su cuerpo, aunque no pudo hacerlo por el agarre de Lawrence, que se había vuelto más fuerte y más íntimo, como alentándole a seguir hablando, desahogarse.

    —Sandra ha sido mi mejor amiga desde que somos niños— continuó, volviendo a hablar de su ex novia al no sentirse con el valor necesario para mencionar a su madre—. La quiero conmigo… ¡Dios, soy una mierda!

    —No, Solamente no quieres perderla porque es alguien muy importante para ti, eso es todo— replicó, sintiendo algo de celos. Aunque su tono era de amable comprensión.

    Liam lo miró. No se sentía nada bien consigo mismo, y no deseaba que lo consolaran. Se sentía tan culpable que lo último que quería era que le alentaran a seguir siendo como era. En esos momentos, Odiaba como era.

    —Y soy tan mierda que estamos hablando de mí, en vez de curar tus heridas.

    Law sintió como un nudo oprimía su pecho. No le agradaba que Liam estuviese tan mal…por Sandra.

    —Liam, ¿quieres dejar de sentir lástima de ti mismo? — el tono en el que lo dijo se volvió repentinamente molesto y se arrepintió en el acto. Emanaba frialdad por sus ojos verdes, y había dejado de apretar la mano de Liam; quien, lo único que atinó a hacer, fue bajar la mirada. Y si se podía, sentirse un poco peor. Y sus sentimientos no hacían más que contradecirse en una especie de remolino demasiado molesto.

    Hizo caso a Lawrence y no dijo nada más. Ninguno de los dos habló por un rato. Lawrence, completamente arrepentido de su comportamiento; Liam deseando desaparecer.

    Lawrence no sabía ni que pensar. Se sentía frustrado y de mal humor y, como siempre, se desquitaba con los que no lo merecían. Aunque, pensó, quizás Liam si lo merecía, de alguna forma u otra. Bufó y se maldijo a sí mismo; estaba hecho un lío. No podía pensar con claridad y el tener a Liam al lado de él con la cabeza gacha y hecho una mierda lo destrozaba. Soltó su mano y se levantó de la cama, cosa que Liam tomó bastante mal. Le dio la espalda sin saber cuál era el siguiente paso. De repente se sentía atascado y decepcionado, porque pensó que el término de la relación con Sandra lo arreglaría todo.

    Qué tonto había sido por pensar en eso.

    Liam comenzó a jugar con sus manos, porque la manta eléctrica de emociones y llena de tensión se había intensificado a tal punto que era insoportable.

    —Tengo una crema para las heridas que es muy buena— replicó, balbuceando un poco, intentando cambiar el tema—. Te la regalaré…—Lawrence siguió dándole la espalda y no dijo nada, pero lo escuchaba atentamente, cada palabra. Liam bajó la mirada otra vez, dolido por la situación y pensó que lo mejor sería irse. Se levantó lentamente de la cama caminando unos pasos, hasta la puerta—. Te la daré mañana, en clases.

    Estaba a punto de abrir la puerta cuando una mano le tomó de la muñeca y, en un movimiento involuntario, se volteó.

    —No te vayas— Lawrence lo miraba fijamente.

    Liam lo miró esperando lo que fuera a decirle, pero ninguna palabra salió de su boca. Sorprendentemente para él, Law le jaló con fuerza hasta él y lo rodeó con sus brazos, en un abrazo sumamente fuerte que hizo que perdiera las fuerzas y lo correspondiera, sintiendo como Law le ayudaba a que la tristeza saliera de su cuerpo. Estuvieron así unos minutos, abrazándose. Liam hundió su rostro en el hombro de Lawrence y dejó escapar unas cuantas lágrimas solitarias. En cuanto Lawrence sintió la cálida humedad de ellas, lo abrazó más fuerte y apoyó su barbilla en la cabeza de Liam, cerrando los ojos. Apoyándolo.

    Law se separó de él y le tomó ambas manos, comenzando a caminar nuevamente hasta la cama, abrazándolo por la cintura. Y en una milésima de segundo, Liam sintió como le empujaban de los hombros. Cerró los ojos esperando su caída, percatándose de que había aterrizado en la cama. Abrió los ojos…, Arriba de él estaba Lawrence.

    Ni siquiera se percató de el preciso instante en que su corazón comenzó a latir desenfrenado.

    — ¿Qué estás haciendo? —preguntó Liam con una risa infestada de nervios.

    Lawrence no le respondió. Lo miraba seriamente a los ojos. No podía sostenerle la mirada, así que desviaba su rostro a cualquier otra dirección; pero, como ya era usual entre ellos, Law tomó su barbilla obligándole a mirarlo.

    Después Lawrence se acercó rápidamente y lo besó, ignorando completamente el dolor que sentía por sus recientes heridas. Liam le correspondió porque no se sentía con las fuerzas necesarias para rechazarlo. Le abrazó la espalda y continuaron así bastante tiempo. Poco a poco aquel roce de labios comenzó a hacerse más profundo, pasional. Y desesperado. Se tomaron de las manos, enredando sus dedos.

    Law levantó a Liam por la espalda y lo colocó sobre sus caderas. No dejaban de besarse, y no solo era un beso. Aquello tenía claras intenciones de convertirse en otra cosa. Liam sentía un remolino en su cabeza que trataba de debatirse entre sus deseos y el miedo que le provocaba todo aquello. Y la vergüenza. Y la poca experiencia. 

    Esto último le hizo abrir los ojos y separarse.

    — ¡Espera, Lawrence! — Dijo, lleno de nervios y de vergüenza— Tu madre y Alexandra…

    —No vendrán— dijo Law, quien ya no podía (ni quería) pensar con clarida—. Ambas trabajaran hasta la madrugada.

    —Si, pero… tus heridas se ven fatal, déjame curártelas.

    — ¿Te molesta el aspecto de mi rostro?

    — ¡No! Pero…

    —Bien.

    Lawrence no le dejó hablar más porque volvió a besarlo. Esta vez Liam terminó por ceder. Los besos de Law lo sacaban de sus casillas literalmente. No necesitaba pensar nada más, ni saber nada del mundo.

    Esta vez volvió a ser un beso pausado y tranquilo. Muy lento y sin ningún apuro. Disfrutándose el uno al otro. Sin prisas, paulatino. Romántico como solo Law sabía. De nuevo fue tornándose, poco a poco, más apasionado e intenso. Law le obligó a abrir más la boca, para explorar lentamente y bailar con su lengua. Liam soltó algo parecido a un gemido, aunque le correspondió. Estaba intimidado de la poca timidez que mostraba Lawrence, quien comenzaba a tocarlo en terrenos peligrosos, hambriento, y eso le asustaba y le hacía sentir que era el único que estaba sonrojado y avergonzado. Incluso comenzó a pensar que era un idiota.

    Pero Law seguía besándolo. Y, en un espacio en el que tomaron aliento, Lawrence volvió a empujarlo para que quedara encima de él. Y le quitó la camisa, mientras lo miraba fijamente.

    Fantástico, pensó Liam sintiendo unos enormes impulsos de tapar su rostro con las palmas, algo más por qué estar intimidado:

    A Law parecía no importarle en lo más mínimo lo avergonzado que Liam se encontraba. Su rubor resaltaba con sus ojeras y le hacía tener más calor del que ya de por sí tenía. Y Law observaba su pecho desnudo sin pudor alguno.

    —Lawr…— Liam iba a comenzar a hablar, intentando con otra excusa.

    —Déjame preguntarte algo, Liam— dijo Law mientras se quitaba su playera de un solo movimiento. Liam no sabía hacia donde mirar—. Cuando tuvimos sexo en la fiesta del concurso de talentos… obviamente no era tu primera vez con un hombre.

    Liam abrió los ojos desmesuradamente. Negó con la cabeza después de un momento y aquella vieja culpa que le trajeron los recuerdos no tardó en aparecer.

    — ¿Con quién follaste? —preguntó Lawrence con autentica curiosidad.

    Liam soltó una carcajada llena de ironía, poniéndose de repente de mal humor.

    — ¿Qué importa eso? —preguntó mordazmente, aunque sabía que era obvia aquella curiosidad. Él también se preguntaba sobre las anteriores experiencias de Lawrence; lo que le hizo cambiar, vivir y, por qué no, ser como es ahora.

    —Solo me gustaría saberlo.

    Liam tardó mucho en decidirse como empezar.

    —Fue… con mi mejor amigo de la preparatoria. Se llama Cameron.

    Lawrence se percató de que de repente el aura de Liam había cambiado. Era nostálgica y afligida, como un recuerdo muy desagradable que intentaba borrar con todas sus fuerzas de su memoria. Liam se sentía extraño por estar hablando así; él debajo de Lawrence y Lawrence con una rodilla a cada uno de sus costados, mientras su cabello aun húmedo caía a cascadas sobre su rostro. Desvió la mirada.

    — ¿Y qué pasó?

    —Nada— replicó Liam cortante. Era una anécdota perfecta para recordarle lo cobarde que era—. El me dijo que estaba enamorado de mí, tuvimos sexo en casa de mis padres y no volví a hablarle. ¿Algo más?

    Lawrence frunció el ceño y se incorporó, dejando a Liam confundido y arrepentido. Se sentó en la cama, tratando de analizar las palabras, la revelación, que Liam había hecho. Suponiendo que, con los pocos detalles que le había dado, Liam se había quedado completamente decepcionado de aquella experiencia. Liam le imitó y se sentó a su lado sin atreverse a mirarlo. Se apoyaron contra la pared y Lawrence le lanzaba de vez en cuando miradas de reproche entre el silencio de varios segundos que se formó entre ellos, antes de que se decidiera a hablar:

    —Si no quieres, no quieres. Y punto— replicó Lawrence, cambiando de tema al ver que Liam ya no quería seguir recordando su pasado—. No me des excusas, solo di no.

    — ¡No son excusas! —Liam en realidad quería decir que no era a eso a lo que se refería. De querer, quería…

    — ¿Crees que será decepcionante? Digo, se que sigue siendo algo nuevo para ti…— Lawrence miró la cara confundida de Liam y soltó un suspiro, frustrado—. Quiero que seas honesto conmigo, Liam.

    — ¡Tu no me decepcionarás en lo más mínimo! —Replicó Liam— ¿Por qué piensas eso? — se detuvo un momento. Lawrence tenía razón: honestidad; o si no, los malentendidos volverían a acorralarlos cual enredadera—. Yo… quizás sea yo el que te decepcione.

    Lawrence lo miró sin creérsela. ¿Era eso lo que le preocupaba? Sonrió con ternura impregnada en los labios y miró a Liam a los ojos.

    — ¿Eso es lo que crees? —preguntó sonriente—. Pues no lo harás. Sé que no me decepcionarás— bajó un poco la voz para decir lo siguiente: —, porque no hay nada en ti que pueda decepcionarme.

    Puso la palma de su mano en la mejilla de Liam y la acarició. Liam sonrió otra vez, radiante. Con esa sonrisa. ¿Eso estaba bien? Acababa de terminar con Sandra, pero lo sabía. Lawrence era el único, era la razón. Y acababan de asaltarlo, y sus heridas, y su madre le haría preguntas, y Daniel le haría preguntas. Y no sabía lo que haría Sandra, y seguía siendo un secreto…

    —Quiero estar contigo— lo dijo, aun estando todo eso en su cabeza. Eso debía significar algo.

    —No te arrepientas— respondió Law, en un susurro.

    Después se miraron fijamente unos segundos. Sus ojos lo indicaron: si sus labios se juntaban, no habría marcha atrás. Acercaron sus rostros, y miraron los labios y los ojos del otro, lentamente.

     Hasta que volvieron a besarse.

 

 

 

Notas finales:

Soy tan malvada.

Pues sí, alli está. Lawrence no pudo resistir más. Ufff...

¡Pues yo estoy feliz! Por fin estoy pasando por la etapa de la historia que mas disfrutaré (quizás ustedes tambien ;D) Así que espero no me maten y se pasen por aquí la próxima semana :DDDD

 

Una notita de una escritora de buenas y desesperada:

Me encantan los reviews, y atesoro con mucho cariño a cada persona que me escribe uno, para halagarme, aconsejarme o pedirme más :D.

Aunque no sean muchos los que recibo, siempre logran sacarme una sonrisa y, no sé, me hacen el día xD. SIEMPRE LOS LEO, y trato de contestarlos, aunque en ocasiones no me de tiempo. Y me encanta revisar y ver a quienes siempre de los siempres me dejan comentarios (como Yunue y Natishop :D)

Así que ¡Tu! Personita que sigue todas las semanas mi fic, y no se anima a dejarme comentarios (por cualquier razón) ¡Anímate y escribeme algo! Quizás crean que no sirven para nada, pero al contrario, me ayudan a inspirarme y me hacen feliz C:

Y puede sonar desesperado, pero no me importa xD.

Y, como siempre, gracias a quien me comenta y por leerme, los amo amo amo...

 

BESOS ENORMES (estoy de buenas, quizás es porque tengo un nuevo empleo y hay dinero de por medio jujuju)


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