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Danza Húngara por Nasuada

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Notas del capitulo:

Hola~

Uf, por fin puedo actualizarles normalmente...

Disfruten este desastroso capitulo...

XVIII

La cobardía será el efecto

 

    La casa de la familia Bradbury se encontraba en un barrio acomodado de Manhattan. Era una casa discreta, por así decirlo. Con paredes de ladrillo y fachada familiar. Nada comparado con la belleza minimalista de la casa de Liam, o con el espontaneo brillo artístico del departamento de Evan, por ejemplo. Aquel día el señor y la señora Bradbury se habían ido por la mañana a su tercera luna de miel oficial. Hacían muchos viajes últimamente para salvar su, en palabras de Ellen, insalvable matrimonio.

    La calle estaba cerca de un parque encantador. Y una glorieta la adornaba. Algunos habían puesto ya arreglos navideños, demostrando su lealtad exagerada hacia las fiestas.

    Se escuchaba una música aturdidora en toda la cuadra. Música artificial, electrónica, monótona, y muy asfixiante. Los vecinos estaban tan invitados a la fiesta como cualquiera, así que los anfitriones suponían que no sería una molestia. La calle de alrededor estaba repleta de automóviles de lujo acomodados perfectamente en toda la manzana, y de ellos salían jóvenes sonrientes que avanzaban a paso seguro hasta la casa, y que esperaban, después de aquella gran fiesta, incrementar notablemente su número de amigos, o conseguirse una pareja duradera o no.

    Sandra llegó con una hora de anticipación y esperó en la entrada como si fuese un policía vigilando encubierto a algún criminal: mirando discretamente el retrovisor esperando que Oliver apareciese. Al lado de ella, en el asiento del copiloto, estaba Liam, con cara de pocos amigos y un ceño tan fruncido que provocaba un poco de gracia. Sandra comenzó a retocar su maquillaje, esperando pacientemente aunque con el firme propósito de no morderse las uñas recién adornadas con una cara manicura.

   —Allí viene— escuchó que Liam hablaba. Volteó rápidamente su mirada al espejo retrovisor. En efecto, Oliver caminaba tranquilamente por la acera, con las manos en los bolsillos. Sereno, atractivo, intimidante.

    Llevaba puesta una chaqueta de cuero sobre una playera a rayas rojas y blancas y parecía completamente tranquilo y arreglado a comparación de Liam, quien había tensado la mandíbula y su atuendo podía equipararse al de cualquiera que fuera sin bañarse al mercado un domingo por la mañana: un pantalón de mezclilla oscuro y un suéter azul marino de talla mayor a su complexión.

    Oliver, siguiendo las instrucciones que Sandra le había dado por teléfono el día anterior, entró sin pronunciar palabra alguna al automóvil. Suspiró y les dedicó una sonrisa, jugando con sus dedos apoyados en las rodillas.

    — ¿Qué hay? — dijo a modo de saludo, acercándose a Sandra para darle un cariñoso beso en la mejilla. Después miró a Liam, pero no supo que decirle, así que regresó a la postura inicial y esperó pacientemente, con una sonrisa en el rostro, a que alguien por fin le explicara las razones de su presencia allí, en una fiesta totalmente ajena.

     Sandra se volteó, recargando su espalda en el vidrio de la puerta, para poder mirar a ambos con facilidad. Llevaba puesta una blusa de botones de color rosa pálido, con una falda acinturada y estrecha. Y su peinado era la viva imagen de la complejidad: parecía una especie de chongo muy alto con muchos rizos acomodados de forma estratégicamente desordenada.

    —Muy bien, esto es lo que pasa… ¿Liam? — Sandra lo miró, sacándolo de sus pensamientos. Liam tragó saliva.

    —Bueno, yo…— miró a Oliver a los ojos, y éste, para su mala suerte, le sostuvo intensamente la mirada—. Supongo que Sandra te habrá dicho algo de…

    —Me lo ha dicho… descuida— Oliver le dedicó una mirada comprensiva que le hizo sentirse como la peor persona del mundo.

    Un corto, incomodo y raro silencio se apoderó, tan solo por unos segundos, del espacio.

    —Bien… pues ¿sabes que esto será una fiesta, no? —preguntó Liam señalando estúpidamente hacia la casa de Ellen, en la cual comenzaba a notarse el movimiento.

    —Sí, Sandra me dijo, y evitó decirme la razón por la que estoy invitado.

    —Oliver, tú conoces a mi familia, a mi madre…, sabrás que para mí no es sencillo, pues, decirles que me gusta un hombre y…— respiró profundamente—. Espero que puedas hacerme un favor, aunque no estás obligado a hacerlo— se apresuró a decir.

    Oliver cada vez se notaba más contrariado.

    —Ellen le pidió a Lawrence que trajera a su novio a la fiesta, y yo, estúpida, le dije que tú eras su novio— Sandra notó que Liam parecía a punto de vomitar de puro estrés, por lo que habló por él la parte más difícil de la petición.

    — ¿Yo? ¿Tengo que fingir que soy el novio de Lawrence?

    —Será sencillo ¿no?, ya has sido su novio antes…— dijo ella. Liam la miró con algo de desdén. Juntos, Sandra y él podían ser las personas con menos tacto de todo el mundo.

    —Pues… algo así— Oliver pasó una mano por su melena castaña y sonriendo maliciosamente—. De acuerdo. Será divertido, supongo.

    Courtney avanzó junto a él por la acera. Ambos tenían la nariz roja por caminar a la intemperie en el húmedo frío neoyorkino y buscaban entre las miles de casas idénticas el número 122.

    Había batallado lo suyo convenciendo a Court de que le acompañara. Ella solo iría un momento, se encontraría con Evan y seguramente, quince minutos después estarían en un taxi rumbo al departamento de él para jugar videojuegos.

    Solo quería enfrentarse a Oliver con alguien a su lado.

    Llegaron hasta una cuadra en la que inmediatamente supieron que la casa de Ellen debía encontrarse allí. Había docenas de autos aparcados a los alrededores. Reconoció a lo lejos el auto de Sandra, pero no vio por ningún lado el de Liam. Una sonrisa, casi sin querer, surcó en su rostro.

    Pero recordaba que su novio era Oliver y se enfadaba de nuevo, porque esa noche, lo menos que quería, era enfocarse en mantener una mentira piadosa.

    Escuchó que su amiga se sorbía la nariz ruidosamente y sonrió. Ella llevaba puesta un saco grueso de color azul agua y unos botines de lluvia, que lucían bastante rudos, sobre un pantalón de mezclilla ajustado. Lucía totalmente despreocupada y normal. Completamente anti-fiesta. Se había recogido el pelo en un chongo muy alto, y unas orejeras negras las cubrían del frío.

    Avanzaron más. Se veían de reojo de vez en cuando, pero no decían una sola palabra. Courtney debía sentirse mal. Lawrence sabía que ella odiaba el frío extremo.

    Law se había esforzado un poco más en su atuendo. Sólo un poco más. Vestía un suéter gris humo con unas botas de minero del mismo color, pantalón negro; y se agarró el cabello en una cola alta. Se sabía que era un momento especial cuando Lawrence Pullman agarraba su cabello.

    — ¿Dónde está, coño? — preguntó Court de repente, al no dar con la casa aun habiendo un montón de autos estacionados alrededor de las aceras.

    —Justo allí— dijo Law con una sonrisa, señalando a unos sujetos de la universidad que se adentraban a una ruidosa casa. De ahí provenía la música, eso era seguro. Y estaba en un volumen tan alto que podía sentirse vibrar en el interior.

    Apuraron el paso, esperando la calidez de la calefacción inundar sus cuerpos entumidos.

    Dentro olía a alcohol y a humo de cigarro, y el aire era espeso y caliente. Había mesas en cada esquina hasta el tope de botellas. Con todo tipo de alcohol: desde cerveza hasta bourbon; y frutas y refrescos de sabores para poder combinarlos. La mayoría tomaba latas de cerveza o se preparaba cocteles con vodka y bebidas azucaradas. También había ponches rojos y azules en grandes bowls, y piñas coladas cuidadosamente puestas en las muchas mesas que había a cada esquina.

    La casa parecía no tener espacio, pero era grande. Se veía amontonado por los miles de muros que separaban a las diferentes estancias. Había gente en las escaleras y en los sofás; en la cocina, en el jardín y en la sala de televisión y de visitas.

    Lawrence se sentía repentinamente extraño. Hacía mucho tiempo que no convivía en aquel tipo de ambiente, y nunca le habían gustado las fiestas en las que solamente se iba para emborracharse y, así mismo, conseguir una cogida de una noche placentera y anónima. No es que él no lo hiciera antes, pero…

    —Pensé que las fiestas universitarias serían más… maduras— dijo Court, tosiendo un poco por el intenso olor a nicotina. Law volteó a la dirección en que su amiga estaba mirando. Un grupo de segundo, primero y tercer año parecían participar en una orgía de besos bastante desagradable—. Parece una fiesta de secundaria— a pesar de sus palabras, Courtney ya tenía en sus manos un tarro de piña colada, y se lo tomaba a sorbos pequeñitos. Law estaba de acuerdo con ella. Eran pocas las personas que realmente bailaban al ritmo de la jodidamente molesta música electrónica que inundaba todo el lugar. La mayoría reía y flirteaba en los rincones.

    Fuera de todo aquel escenario lleno de humo y drogas, la casa de Ellen tenía una decoración hogareña bastante acogedora. Suponía que la fiesta era secreta, o quizás los señores Bradbury eran exageradamente despreocupados. La primera opción le hizo recordar aun más sus años en la secundaria, en las que se reunían en secreto con alcohol y cigarros clandestinos de nicotina y de marihuana.

   —Iré a buscar a Evan— Courtney lo abandonó en cuando vio que Ellen se acercaba sospechosamente. Hablaba con unos compañeros de primer año, pero en cuanto visualizó entre la multitud la brillante figura de Lawrence interrumpió aquella conversación para acercarse, a paso veloz, hasta donde estaba.

    —Law— se acercó hasta él. Su cabello naranja relucía con miles de sombras ante la luz ambarina de los focos incandescentes. Parecía bastante feliz—. Viniste.

    —Me hiciste prometerlo ¿qué más me quedaba? — intentaba que no se le notaran los nervios a flor de piel. No sabría que excusa poner si empezaba a hacerle preguntas, y Courtney, su querida amiga Courtney, lo había abandonado y se había perdido detrás del muro que iba hacia la cocina.

    Iba a decir algo cuando de pronto sintió una mano helada en la suya, enredando sus dedos con los propios y haciendo que se sobresaltara y volteara su rostro automáticamente. Era Oliver, sonriéndole. Ellen también le observaba, sorprendido. Oliver había enredado sus dedos, y parecía apresurado.

    —Hola— dijo el recién llegado, sonriendo radiante.

    Ellen dio un pequeño paso hacia atrás, como si la llegada de Oliver le hubiese dado un empujón invisible. Ambos esperaban que Lawrence dijera algo, porque era lo apropiado; pero éste había reaccionado bastante lento.

    —Oh, sí. Ellen él es Oliver… mi— esperó a ver la expresión de su falsa pareja. Al parecer, Liam le había explicado todo—, novio.

    —Mucho gusto— Ellen le estrechó una mano—. Eres afortunado.

    —Lo sé.

    Ellen parecía esperar algo. Lawrence evitaba a toda costa mirar a Oliver, pero tenía que hacerlo. Oliver lo miraba y le sonreía, como si no le afectara en lo más mínimo. Lo miró una vez, le sonrió. Todo normal. Después conversaban un rato con Ellen de cosas triviales, y lo volvió a mirar, sonreír. Todo bien. Se sentaron en los sofás de piel café que formaban parte de la sala. Ellen parecía muy interesado y Oliver no dejaba de entrelazar sus manos. Hablaban de la escuela, del piano, del violín, del club donde Oliver trabajaba, del tenis, etcétera.

    Conversaron durante largo rato. Veinte minutos, media hora, cuarenta minutos. Y el tiempo seguía corriendo. Lawrence sonreía, dejándose llevar por la alegría de sus acompañantes. De vez en cuando un amigo de Ellen se acercaba e intentaba formar parte de la conversación, pero se iban pronto al notar que, al parecer, aquello era una reunión específica de ellos tres. Nadie más. Lawrence volteaba su rostro ligeramente, intentando buscar a Liam en los alrededores. Había visto a Sandra pasar sospechosamente un par de veces, como revisando como iba todo.

    En una ocasión le pareció ver la silueta de Liam, pero no estaba seguro. En otra, lo vio pasar de largo con Daniel. Prácticamente lo ignoró, pero sabía que le había visto de reojo.

    El pelinaranja tomaba pequeños sorbos de una lata de cerveza que había tenido en sus manos desde el inicio de la fiesta. Lawrence se emborrachaba poco a poco con el silencioso vodka hecho coctel; se levantaba de vez en cuando para prepararse otro. Comenzaba a darse cuenta de que ya no estaba en sus cinco sentidos, pero no le importaba. Por lo menos era más resistente al alcohol que cualquiera.

    — ¿Y cómo se conocieron? — Lawrence se quedó como piedra. Había esperado las preguntas personales todo ese rato, y Ellen la moduló en el momento en que estaba menos preparado.

    —En el club, Liam nos presentó— dijo Oliver.

    Eso era verdad. Ellos así se habían conocido hace unos meses y a Lawrence no se le ocurrió. Definitivamente debía relajarse.

    “Deja de tomar…”

    No le hizo caso a su subconsciente.

    Sintió como Oliver le tomaba de la barbilla después de tomar un nuevo trago al vodka azul que tenía en las manos. Cuando menos lo pensó lo estaba besando. No recordaba la última vez en que se besaba con alguien ante un público medianamente conocido. Recordó los besos  con Oliver. Siempre fueron muy agradables, cómodos, placenteros. E instantes después se encontró a si mismo disfrutándolo, cerrando los ojos, tomando a Oliver de la mandíbula para alargarlo un poco más.

    Encontró un Ellen sorprendido cuando se separaron. Incluso Oliver parecía contrariado.

    Pero las preguntas personales culminaron con aquella evidente muestra de cariño.

 

    De lejos, Liam había estado vigilando todo el tiempo, sentado en un sofá individual acompañado por Daniel y con una copa de alcohol en sus manos. Y se esforzó por no abrir los ojos desmesuradamente. Dio un suspiro largo y tendido y cerró los ojos. Desvió la mirada, respiró profundamente, tragó saliva.

    “Son novios… son novios y tú provocaste esta mentira…”

    Sandra, del otro lado de la habitación y conversando con una Courtney muy indignada porque Evan la había dejado plantada, también lo vio, y sus ojos fueron directamente a Liam.

 

    Ellen desapareció un momento cuando escuchó su nombre en un grupo de novatos de primer semestre que, se notaba, comenzaban a caerse de borrachos. Lawrence sonrió y rodó los ojos. La fiesta no llevaba ni tres horas. Se imaginó como sería en la madrugada y pensó que no le gustaría quedarse, puesto que habría personas depresivas por todas partes y vómitos alrededor del terreno.

    Miró a Oliver. Se miraron. El alcohol bailaba en sus venas, por tanto ya no le resultaba tan incomodo sostenerle la mirada.

    — ¿Cómo estás? — preguntó Law, poniéndose serio de pronto—. Lamento esto…

    Oliver ladeó su rostro.

    — ¿Por qué?

    —Porque no tienes obligación de hacerlo. ¿Cómo lograron convencerte?

    —No es tan malo como crees, no seas arrogante— Oliver tenía un deje de burla en la voz. Lawrence borracho no lucía diferente en su aspecto, pero era mucho más desenvuelto con las palabras.

    —Yo no podría haberlo hecho, no importando si siguiera gustándome la persona o no.

    —Eso es porque eres peor persona que yo.

    Law soltó una carcajada. Oliver siguió hablando:

    —Podemos ser amigos si tú quieres, no me molesta. Además, ahora me debes un gran favor.

    —Somos amigos, claro. Pídeme lo que quieras.

    Oliver sonrió y tomó un sorbo a su lata de cerveza.

    —No digas eso.

     Lawrence sabía que debía detenerse. Lo que estaban haciendo era algo muy parecido al coqueteo, y estaba plenamente consciente de eso. Pero no podía parar. Además, era incapaz de evitar sentir aquel cruel placer de vengarse de Liam.

    Y tomó otro sorbo a su bebida.

    Liam salió a tomar aire y maldijo en silencio a todos los dioses que conocía. Se raspó la cara, sintiendo la baja temperatura del exterior enfriarle los músculos. Necesitaba golpear algo. A esas alturas el ponchar algún neumático desconocido o rayar el coche más cuidado que visualizara le parecía una buena idea.

    Recargó su cuerpo en el auto que estaba aparcado justo enfrente de la casa y se abrazó el torso con sus brazos, tratando de ahuyentar un poco el frío. Miró fijamente su teléfono en un afán por no sentir autocompasión. Después miró el cielo. Había llovido, extrañamente, la noche anterior; por lo que las estrellas podían verse muy claramente. La luna estaba amarilla y la cubrían un poco restos de nubes débiles que se distinguían tan solo por el intenso brillar plateado.

    Escuchó las risas de un grupo de jóvenes que salían de la casa y comenzaban a hacer alboroto afuera. Muchos se tambaleaban comprobando lo ebrios que se encontraban. Liam les dedicó una mirada de desagrado. Odiaba a la gente tomada. Le recordaba a su padre cuando…

    No deseaba pensar en ello.

    Nunca había deseado tanto irse a casa. Pero no podía. Sandra y él se irían juntos y, además, debía agradecerle a Oliver, aunque ahora lo único que quisiese era golpearlo en la cara.

    Al poco rato llegó Daniel y se colocó a su lado, prendiendo un cigarrillo que fumó a caladas lentas y profundas.

    —Que horrible fiesta— dijo, tirando su colilla al asfalto para pisarla, para después patearla y que cayera directamente en el hermoso jardín que, seguramente, la señora Bradbury había arreglado con esmero por muchos años—. Vamos a otro lugar, yo invito.

    Liam estuvo a punto de aceptar.

    —No puedo… debo quedarme a esperar a Oliver y a Sandra.

    —Me sorprende que Sandra y tu no tengan problemas.

    —Ella demostró ser muy madura, y la verdad no me lo esperaba. Pero lo agradezco.

    —Creo que nadie se lo esperaba— Daniel prendió otro cigarrillo—. Creo que ha demostrado ser algo más que la Sandra que ha mostrado todos estos años. Supongo que algo así le hacía falta.

    Liam le miró con un deje de desdén.

    —Es mi mejor amiga.

    Daniel cambió bruscamente de tema:

    — ¿Has visto? Está haciendo migas con Courtney, la amiga de Lawrence. Quien lo diría…

    —Es cierto.

    Lawrence ahora veía todo con colores más interesantes, más nítidos. Estaba de pie, sirviéndose una copa más de vodka con jarabe de frambuesa. La voz chillona de una chica llamó su atención, y la de todos, en un instante. Volteó hacia aquel ruido y descubrió a una joven de cabello negro y cara sonrojada que se puso de pie, tambaleante, sobre la pequeña mesa de madera que se encontraba frente a uno de los sofás en la estancia de la televisión. Llevaba una botella consigo, y su blusa había desaparecido en algún lugar, mostrando un sujetador de color azul con encajes negros.

    — ¡Hey! — gritó, acabándose de uno los dos tragos que, aproximadamente, quedaban en la botella—. ¡Recordemos viejos tiempos! ¿Quién no jugó botella en la preparatoria? — agitó la botella con una sonrisa en el rostro.

    Muchos de los presentes se acercaron, entusiasmados exageradamente por la idea. Seguramente por el alcohol que intensificaba sus sentidos.

    Lawrence rodó los ojos, pensando en la estupidez que aquel grupo estaba a punto de cometer. De por sí, la fiesta ya era suficientemente estúpida…

    — ¿Alguno de ustedes es celoso? —preguntó Ellen repentinamente.

    Lawrence abrió los ojos con sorpresa; y estuvo a punto de decir que sí, que ambos eran muy celosos; que una vez Oliver le había visto muy cerca de alguien más y se puso como loco o alguna otra cosa exagerada, pero, gracias al alcohol que alentaba sus reflejos, su falso novio se le adelantó.

    —Para nada.

    —Pues juguemos.

    Liam y Daniel volvieron a entrar a la casa. Ambos escucharon el alboroto que esa chica en brassier había provocado.

    —Pensé que Law y Oliver habían terminado— dijo Daniel de repente, señalando a ambos, que se dirigían hacia el circulo improvisado de personas que se había formado en el jardín del patio que estaba pronto a la sala de estar.

    —Amm… sí, yo también— contestó Liam, distraído observando fijamente a Lawrence.

    ¿Qué demonios estaba pensando?

    

    Nadie parecía tener frío. La mayoría ya se habían quitado sus chaquetas, pues la excitación que incrementaba el nivel por el alcohol en las venas les hacía transpirar y acalorarse. Lawrence tenía una sonrisa en su cara. No sabía por qué; solo la tenía. Quizás era por los nervios, o por lo gracioso de haber terminado en una situación como esa. ¿Por qué no se alejaba? A saber, ni el mismo tenía las ideas claras. Lo acomodaron entre dos chicas. Una de ellas era la dueña de aquella tonta idea. La otra parecía con más casillas puestas, aunque igualmente reía a carcajadas por todo. Ellen caminó con una sonrisa en el rostro, pasando una mano por su anaranjado cabello y subiendo las largas mangas de su suéter. Al lado de él también se colocaron dos chicas y, a su derecha, se sentó Oliver.

    No conocía a nadie. Les sonaban sus caras, pero con ninguno había cruzado palabra alguna. Se sentía fuera del lugar, incomodo. Pero alegre. Soltaba carcajadas mientras la chica a su lado le sacaba una conversación trivial en lo que los demás tomaban sus lugares correspondientes.

    —La principal y única regla: A quien le toque, le toca— dijo la muchacha en brassier, señalando con el dedo a todos y soltando carcajadas. Colocó la botella en medio de todos—. Cinco segundos mínimo… Bueno, todos saben jugar ¿no? Quien está aquí se atiene a las consecuencias.

    —De aquí se van a hacer muchos homosexuales— replicó alguien. Lawrence no reconoció la voz, ni supo de donde provenía. Pero le dio gracia y, como todos, soltó una carcajada.

    Empezó la de la idea. La botella giró y emitió luces por toda la extensión del vidrio transparente. Law lo vio y le resultó fascinante, pero no tanto como a algunos de los demás chicos. Imaginó que, además de borrachos, se habían drogado con alguna sustancia. Algunos decían que la botella lucía hermosa. Con brillos de colores por todas partes y que olía a frutas silvestres, con aquel toque penetrante de la destilación.

    Se detuvo. Ella sería quien besaría, según las reglas que se habían impuesto. Y la boquilla indicó que el elegido era un sujeto de cabello rizado y lentes muy gruesos. Los demás rieron y los animaron con aplausos.

    — ¡Recuerden que más de cinco segundos! — gritó, exageradamente fuerte, una chica al lado de Oliver.

    Ambos chicos se acercaron, entre risas. Ella lo besó, apretujándolo contra su cuerpo. Todos comenzaron a gritar, contando hasta que fueron los cinco segundos.

   

    —Qué idiotas— dijo Daniel, tomándose hasta el fondo un caballito de tequila—. Oye, Lawrence debe estar muy ebrio. Me parece que no es del tipo de persona que haría ese tipo de cosas estando en sus cinco sentidos— soltó una carcajada burlona.

    Liam observaba a Lawrence como si las miradas mataran. A pesar del comentario de Daniel, Lawrence no lucía para nada ebrio. Físicamente parecía sobrio, normal, en sus cinco sentidos; por tanto aquello era más frustrante aun. Tom su cerveza hasta que se la acabó y aplastó la lata de tal forma que se deformó completamente. Sentía una impotencia tal que comenzaba a dolerle la cabeza. Observó a través del cristal que separaba el jardín de la sala de estar. Algunos otros invitados también miraban, como si fuese un espectáculo. Escuchó como Daniel decía algo acerca de estar harto, se despidió de él de forma distraída, y siguió observando.

    ¿Qué tan desafortunado podía ser el azar de aquella botella?

 

    Muy desafortunado.

    El turno de Ellen llegó. Lawrence apenas y le había prestado atención al movimiento de la botella. De repente las estrellas en la oscuridad le habían parecido sumamente interesantes, y entre todas trataba de encontrar alguna de las constelaciones que conocía.

    Pero entonces bajó la mirada en un momento de lucidez y descubrió que todos lo estaban mirando.

    La boca de la botella le apuntaba a él.

   Ya se habían besado una pareja de mujeres durante el juego, y otra más de dos tipos; pero hicieron el mismo escándalo. Incluso más. Ellen era algo así como la celebridad. Era como un Liam, pensó Lawrence. Solo que él si tenía claro hacia qué lado se iban sus intereses.

   Era la primera vez que veía a un Ellen avergonzado. Se sintió como un idiota, porque no le importaba. Lo miraba seriamente como si no fuese la gran cosa. Algo muy dentro de él le indicaba que no lo hicera, que era un error, que era un imbécil, que no debió aceptar desde el principio. Pero, ¿cómo era que lo rechazaba? Liam le había atado de manos y pies, aunque no quisiera, por esa farsa de estar con Oliver. Entonces no era malo. Liam era culpable, por estúpido. Y se lo merecía.

    Pero, adentro, le seguían diciendo un gran no.

    Aun siguió sin hacerle el menor caso.

    Junto sus labios, prometiéndose a sí mismo que daría el mejor beso que jamás hubiese dado a un desconocido sin importancia.

    Los labios de Ellen estaban muy calientes, quemaban. Y su boca sabía a tequila, a baileys y a frutas. Escuchó a lo lejos como los demás contaban, pero el conteo allí no importaba. Volvió a oír risas cuando pasaron de los diez segundos y sintió como Ellen se tensaba, sorprendido. Gozoso porque no esperaba aquella reacción, porque era un juego. Porque se suponía que no importaba.

 

    Liam abrió mucho los ojos. Sintió ganas de vomitar todo el alcohol que se había tomado. Sintió las miradas femeninas de Courtney y de Sandra, quienes conversaban a unos metros de él. Ellas también estaban sorprendidas, ambas. Pero por lo menos no sentían aquel horrible estruje en el pecho que Liam sentía. Apretó sus dedos, hasta que las uñas le lastimaron las palmas de las manos. Comenzó a sudar. Los nudillos se le tornaron blancos y la impotencia le hizo soltar más maldiciones de las que se conocían.

    Vio como Law se separaba de Ellen después de unos eternos doce segundos, según el irregular conteo gritado de todos los participantes. Muchos les aplaudieron, otorgando a Lawrence el premio del beso más intenso de todo el recorrido.

    Oliver también miraba a Liam. Aquella preocupación en su rostro era idéntica a la de ambas mujeres que también tenían la vista fija en él. Ojalá dejaran de mirarlo así.

    Tragó saliva. Saliva que le supo amarga y oxidada, como si tragase navajas.

    Desvió la mirada un segundo y sacó todo el aire que tenía acumulado en los pulmones. Intentó relajar sus músculos, pero se arrepintió al momento de hacerlo; porque ahora el coraje se estaba convirtiendo en una tristeza que le helaba la sangre.

    Levantó de nuevo la mirada y se arrepintió al instante. Lawrence estaba mirándolo.

    Y volvió a enfadarse. ¿Cómo se atrevía a mirarlo así?

    No había Nada en su mirada. Ni enfado, ni regocijo, ni arrepentimiento, ni alguna señal de “oh, lo arruiné todo, discúlpame”.

    Liam le devolvió una mirada llena de odio antes dar media vuelta para salir por la puerta principal a paso lento, pero decidido.

    No supo exactamente como llegó hasta aquel parque. Solo comenzó a pensar hasta que se sentó bruscamente en un banquillo encantador de color verde. Dio un largo suspiró y se desparramó, cual largo era, en el banco, cruzando los pies y pasando sus manos sobre la cara; en un intento por hacer desaparecer la frustración.

    Poco después escuchó el murmullo de unos zapatos caminando sobre el asfalto helado. Ladeó su mirada, encontrándose automáticamente con la de Lawrence. La apartó en el momento, mirando hacia el frente, totalmente resignado y ya cansado de maldecir su suerte.

    Sin dejar de mirar al vacío frontal, Lawrence se sentó a su lado.

    Liam tenía aun la vana esperanza de que no se atreviera a decirle nada.

    —No te enfades.

    Repitió ‘vana esperanza’ en su cabeza.

    —Liam…— acercó su mano hasta tocarle el hombro, pero Liam se apartó con una sonrisa amarga.

    —No me toques.

   

    Liam se levantó del banco y miró a Lawrence. Se sentía demasiado cansado. Incluso para mostrarse enojado.

    —No puedes enfadarte conmigo, yo ni siquiera sabía que iba a ser de mí y de Oliver. No me dijiste nada— comenzó Law mostrándose sereno. Su subconsciente hablaba de nuevo. Le reclamaba por sonar tranquilo, pero había dejado de prestarle atención desde hacía horas.

    —Te hubiera dicho, pero al parecer tu número de casa es privado y no aparece en el directorio— explicó Liam con enfado reprimido—. Y ¿por qué no pude localizarte? Oh, cierto. No tienes móvil y no quisiste aceptar el que te ofrecí.

    —Y seguiré rechazándolo, Liam.

    — ¿Por qué?

    — ¿Por qué? — Lawrence se levantó también. Ya no se oía tan jodidamente tranquilo, y eso a Liam le alivió un poco—. Porque no eres ni mi madre, ni mi esposo, ni mi padrino.

    — ¿Y qué soy, entonces?

    Avanzó unos pasos. Enfadarse, sacarlo todo, le venía bien. Pero Lawrence se veía distante y frío y eso hacía que el enojo incrementara.

    —Me gustaría saberlo— dijo Lawrence, mirándolo cansinamente—. Podría decirse que somos una pareja, novios, amantes. Pero luego recuerdo que no puedo besarte en un lugar público; que no puedes presentarme a tu familia más que como un amigo; y que en la universidad, en la que nos vemos el ochenta porciento de nuestra vida, también tengo que fingir por todo.

    Liam bajó la mirada por unos instantes, pero la devolvió enseguida. No podía dejarse vencer por Lawrence. Él era el idiota, el que no podía aguantarse nada.

    — ¿Estás tratando, de alguna forma, de justificar el hecho de comportarte así? — preguntó, acercándose lenta y peligrosamente.

    —No, eso no tiene que ver. Pero me gustaría que no te enojaras por algo que tú mismo has provocado.

    — ¿¡Provocar qué, Lawrence!? — casi no pudo reprimir un grito—. ¿Provocar el hecho de besarte con un tipo frente a mí? ¿En un juego estúpido al que yo nunca te obligué a jugar?

    — ¡Vamos Liam, por favor! — respondió Law, poniendo los ojos en blanco—. No es para tanto…

    —Ah, gracias por decirlo. Ahora sé los límites de esta relación… poder coquetear y besar a cualquiera no es para tanto.

    Lawrence no dijo nada por unos segundos. Liam deseaba golpearle en la cara para que comenzara a mostrarse la mitad de enfadado que él mismo se encontraba. Ya lo sabía, sabía que él, en el fondo, era el que tenía la mayor culpa. Pero de eso, a afrontarla toda…

    — ¿Vas a aceptar el teléfono?

    —Que no, Liam. ¿Cuántas veces tengo que decírtelo para que lo entiendas? —su subconsciente hablaba otra vez. Sabía que estaba siendo demasiado cruel. Y se lo reprochaba, pero ya era tarde.

 — ¿Qué? ¿Hiere tu orgullo masculino el hecho de aceptar un simple regalo?

 Lawrence soltó una carcajada. Una carcajada llena de ironía, sin humor alguno y que hizo que Liam se estremeciera.

    — ¿De verdad tú me estás diciendo eso? — preguntó Lawrence con aires sarcásticos—. ¿¡Y qué hay de ti!? Hiere tu orgullo masculino el hecho de salir del armario, ¿no? No tienes derecho a reprocharme nada. Resistí todo lo que pude, Liam. Ya no quiero, ya me harté.

    Liam abrió los ojos, sorprendido. Que lo hubiera apuñalado en el pecho le hubiese dolido menos. Aquel era un dolor psicológico que desgarra hasta el punto de que no se puede respirar. Sintió una opresión en el pecho, como cuando alguien se encuentra lleno de ansiedad.

    Se decía a sí mismo que le respondiera a Lawrence, porque estaba completamente equivocado. No era la razón, aquella que estaba diciendo. Era una estupidez. Pero no podía decirle nada. No hasta tragarse por completo aquel nudo en la garganta. No iba a dejar que ese imbécil le viera deshecho.

    — ¿Qué estás diciendo? — dijo por fin, después de unos instantes de estar completamente petrificado—. No entiendes nada. Apuesto a que tú nunca temiste la reacción de los que más quieres. Estoy intentándolo y…

    —Eso ya me lo has dicho tantas veces. Los intentos dejaron de ser suficientes hace mucho tiempo… Que yo sepa ni siquiera lo has intentado.

    Quiso gritarle que dejara de hablar así, pero no podía. Sus fuerzas se habían terminado.

    — ¿Por qué será que no quiero contarte nada? — dijo Liam, ahora con la mirada en el piso—. Se nota que tu apoyo es incondicional…

    Lawrence, por fin, no tuvo más que decir.

     —Temes por la reacción de Emma, pero si te tardas más será peor— Lawrence comenzó con las palabras después de un largo e incomodo silencio.

    —Ya lo sé.

    — ¿¡Entonces!? — subió de pronto el tono de su voz.

    Liam tardó en responder. Las palabras cada vez eran más incomodas, más forzadas y más distantes. Cada uno tratando de asimilar lo que decía el otro sin que la reacción les afectara más allá que en sus propios pensamientos.

    —No puedo, Lawrence.

    Ahora sentía, más que nunca, que no podía. Que no sabía para que lo intentaba. Que ya no había razones.  Ambos miraron al piso por un instante, pero Lawrence volvió a dirigirle la mirada. Liam envidiaba aquella determinación. Aquel enorme poder que tenía de poder mirarlo a los ojos aun en las peores situaciones. Quizás era porque estaba plenamente consciente de la intensidad de su mirada.

    Lo siguiente que dijo Lawrence pareció ser dicho más para sí mismo. Fue como un susurro, como un pensamiento al aire. Pero a Liam le dolió mucho más que cualquier otra oración que fuera dirigida sin tapujos hacia él:

    — ¿Por qué tuve que enamorarme de un cobarde?

    Tragó aun más, tragó todo lo que pudo. Pero su voz se quebró, de igual manera.

    — ¿Qué estás tratando de decir?

    Pareció que Lawrence, por primera vez en la noche, mostró lo que de verdad sentía. Lo asió por los hombros bruscamente.

    —Dices que no puedes, pero claro que puedes. Aun si te rechazaran…— lo tomó tan fuerte que le hizo daño.  Liam ya no podía reprimir su angustia, y unas silenciosas lágrimas cayeron por sus mejillas. Se maldijo a sí mismo, deseando limpiarlas—… aunque te rechazaran, me tienes a mí.

    Liam negó con la cabeza. ¿Cómo se atrevía siquiera a decir eso, cuando ya lo había dicho todo? Respiró y lo miró a los ojos. Esos ojos verdes que cada vez eran más crueles. Con todas sus fuerzas y una carga extra y exhaustiva de determinación, logró que su oración sonara un poco más enfadada que triste:

    —No tengo a nadie.

    Lawrence lo soltó  y se apartó, como si le quemara; y Liam bajó la mirada automáticamente, borrando las lágrimas con las mangas de su suéter. Ambos dejaron de mirarse. Law le dio la espalda, pero no dijo nada ni se movió. En cambio Liam si lo hizo. No podía seguir allí. Sentía más frío de lo normal. Y su cuerpo temblaba.

    Caminó. Ya no esperaría a Sandra, ni le daría las gracias a Oliver. A la mierda con ellos.

    Tomaría el autobús, le daba igual.

    Ahora le daba igual todo.

    Lawrence regresó a la fiesta. En la casa de Ellen todo seguía como antes. Las personas bailaban y se besaban, y se iban a las habitaciones próximas y seguían tomando. Le pareció extraño ese cambio de ambiente, porque en el parque todo había sido horrible. Como tener una estaca enterrada en el pecho. Sintió como alguien le tomaba del brazo bruscamente, obligándolo a voltearse.

    Era Courtney, con el ceño fruncido. Sandra estaba a su lado, lo que le extrañó realmente.

    — ¿Qué rayos estás pensando? — preguntó su mejor amiga. Lawrence no entendió de inmediato a que se refería. Y Courtney parecía analizarlo con ojos maternales. Tomó su rostro por las mejillas, acercándolo a él. Sus uñas se le enterraron en la piel pero a ella pareció no importarle—. Mierda, Lawrence, ¿cuánto tomaste exactamente?

    Law miraba al vacío y escuchó a Sandra preguntando algo que no entendió. Después la voz de Court, respondiendo.

    —Lawrence tiene la jodida desventaja, o ventaja, no lo sé, de ocultar muy bien su estado de ebriedad.

 Pero se puede ver muy bien ¿sabes? En sus ojos. Tiene cara de maldito de por sí, pero cuando está tomado incremente la maldad en sus ojos. Además de que es capaz de hacer muchas estupideces en una sola noche.

    —Oh, es cierto— Sandra se acercó también, haciendo la escena aun más rara.

    — ¿Quieren dejar de hablar de mí como si no estuviera?

    —Tienes razón, yo tenía que reprocharte lo idiota que eres.

    — ¿Por qué idiota?

    — ¿Por qué idiota? ¡Besaste a Ellen frente a un falso novio, y frente a un novio verdadero! Esa es la putada más grande que te he visto hacer. ¿Te disculpaste con Liam? Dime que lo hiciste.

    Lawrence desvió su mirada. Hablar de Liam en esos momentos le producía un muy mal sabor de boca.

     —No.

     — ¿Eres…?—parecía que no encontraba el insulto adecuado—. ¿Dónde está Liam?

    —No tengo idea. Deja de mencionarlo, ¿quieres?

    Courtney se puso seria de repente y miró a Lawrence con mayor atención. Se veía preocupado, pero aquella preocupación estaba oculta muy bien en una especie de escudo hecho con orgullo.

    —Lawrence, ¿qué hiciste? — sabía que su amigo no le respondería—. Se acabó la fiesta, vámonos a casa.

    —Los llevo porque es tarde— dijo Sandra de repente.

    Courtney sonrió y le agradeció.

    No sabía dónde estaba. Era una parte de Manhattan que no conocía. Le causaba mala espina, aunque aun había gente deambulando por las calles. Entró en un mini súper de veinticuatro horas y compró una cajetilla de cigarros, un encendedor y una lata de cerveza. Mientras caminaba se acabó la lata completa, y después comenzó con los cigarros. Se preguntó cuánto tiempo había estado caminando sin saber a dónde iba. Fue entonces cuando tomó un autobús que parecía ir a los Hamptons. Pero se bajó en cuanto recordó que no podía fumar.

    Acabó con diez de los cigarrillos, y siguió. Después supuso que la mejor forma de volver a su casa era regresar en taxi, así que no le dio mucha importancia a la hora.

    Llegó hasta unos locales comerciales que más bien eran bares nocturnos y pubs de mala muerte. También había moteles y prostitutas en cada esquina. Muchas lo llamaban, preguntándole si quería sus servicios. Estuvo a punto de aceptar a una rubia con un vestido rojo brillante y cara particularmente dulce; pero descubrió que el sexo era lo que menos le apetecía en esos momentos.

    La rechazó dulcemente, diciéndole que no le sería buena compañía.

    A todas rechazaba con palabras corteses. Ellas le lanzaban besos o cumplidos o algo como “será la próxima vez” ante su extraña amabilidad. No sabía por qué era amable.

    Quizás porque no necesitaba más insultos de parte de nadie.

    También había vendedores ambulantes con bolsas que contenían discos compactos de películas porno. De todo tipo. Para todos los gustos.

    Encontró a un vendedor de droga de pura casualidad. Le compró un cigarro de marihuana, y lo olió entre risas. Había probado uno en la preparatoria, en una de las muchas fiestas a las que asistió. No le había gustado nada.

     Se sentó en la barandilla de un motel. Varios transeúntes se le quedaban viendo. Quizás pensando que era un prostituto. Siguió allí, hasta que la cajetilla de cigarros se terminó. Encontró otra tienda y se compró otra cajetilla y, esta vez, un paquete de cuatro latas de cerveza.

    Encontró un parque bastante interesante, en el que se quedó observando a la nada. Caminó un momento, fumando y pateando las piedras que se encontraba en su camino. Era un caminito empedrado bastante adorable. Y tenía un lago artificial. Sentía la lúgubre soledad terrorífica. Estaba completamente solo en aquel lugar público, pero no le importaba demasiado. De hecho podía esperar lo peor, y seguía sin importarle.

    Se sentó en un banco próximo al lago y tomó largos tragos de cerveza. Se terminó las primeras dos latas y las arrojó al lago, observando cómo flotaban en el agua helada.

    Los cigarros se iban acabando, y él se sentía peor cada vez. Si alguien se le acercara, podría golpearlo con facilidad. Pero no, no quería. ¿O si quería? Estaba enfadado, sí. Pero más bien sentía un pesar en su cuerpo como si tuviese enterradas un millón de agujas, y cada una pesara una tonelada. Y además se sentía mal. Aun tenía algo extraño, como una mano invisible, inundando en su pecho. Clavándosele como si fuese una estaca.

    Un lúgubre silencio inundaba el ambiente. No había ni un alma rondando el terreno; además de Liam y un bulto hecho con cobijas viejas y llenas de grasa que, pensó Liam, era un vagabundo dormitando en el asfalto frío, con solo unas cajas de cartón como aislante.

   Pensó, tratando de encontrar alguna solución a su obvia depresión. Pero no encontraba ninguna. Le parecía sumamente difícil el tener que asumir algo que él mismo se negaba: su cobardía. Era cierto que siempre se autonombraba a sí mismo con aquel adjetivo; pero no se había percatado del hecho de que cada vez que lo hacía se colocaba una especie de escudo de oídos sordos como autodefensa.

    Tomó otro trago de su bebida. ¿Tenía que pensar en ello en aquellos momentos, aquellas circunstancias?

    Se acabó la otra cajetilla de cigarrillos en tiempo récord y emprendió su viaje de regreso. Llegó hasta la avenida principal al lado oeste del parque, y un taxi se detuvo enseguida. Pasaron veinte minutos antes de que el chofer hablara por primera vez, para decirle que habían llegado y cuanto iba a cobrarle por sus servicios. Liam no escuchó esto último, porque le daba igual que billete sacaba de su bolsillo. No vio la cantidad, solo escuchó como el taxista, ahora con tono amable, le daba un largo gracias antes de cerrar la puerta del automóvil.

    Pero se mantuvo en la entrada, en el pórtico de su casa, durante más de quince minutos. Transpiraba y tenía calor como si estuvieran a treinta grados centígrados. Intentó calmarse, soltando respiros entrecortados, pero comenzó a temblar.

    Entonces, entró.

    Emma estaba en el sillón de la sala, con rostro preocupado. A su lado, William, cabizbajo y serio y Leonor con el teléfono en sus manos.

     — ¡Querido! — Emma corrió a abrazar a su hijo en cuanto puso un pie en el recibidor. Después frunció el ceño, adoptando una expresión que estaba lejos de parecer de un reproche—. ¿Dónde estabas?

    —Dijiste que volverías a la una, y no contestas tu teléfono— continuó William, también acercándose y con una mirada mucho más severa que la de su esposa.

     Leonor avanzó y saludó a Liam con un beso en la mejilla para después desaparecer tras la puerta que daba a su habitación.

    —Tengo que hablar con ustedes— no les dejó que dijeran nada más. Ambos lo miraron expectantes y caminaron hasta la sala de estar. Miraron a su hijo con un poco más de claridad. Olía a alcohol, pero eso no era tan raro. Lo extraño era que parecía totalmente demacrado.

    Se sentaron. Liam en el sofá individual y ambos padres enfrente de él.

    Liam se tomó la muñeca izquierda con la mano derecha, porque no podía dejar de temblar y hacer bailar sus dedos. Respiraba, tratando de que cada respiración no sonara entrecortada y ansiosa. Sintió como el nudo en su garganta le impedía hablar; pero aun así ya no podía con ello. Lo sacaría a pesar de todo, a pesar de los riesgos de quedarse solo.

     — ¿Pasa algo, querido? — Emma fue quien habló primero. Liam no se atrevía a mirarlos a los ojos, pero era hora. No podía permitir que dijesen nada más, ni esperar mucho más.

    Tragó saliva, levantó la mirada; suspiró. Apretó los puños. Miró alternadamente a su madre y a William. Su corazón comenzó a latir tan rápido que su respiración se agitó como si hubiese corrido kilómetros. Comenzó a sudar. Las sienes le latían también con fuerza. Su cabeza comenzó a doler por la ansiedad pura, que encandiló sus sentidos. Pero tenía que hacerlo.

    Por su propio bien; por él.

    —Terminé con Sandra porque… porque me enamoré de otra persona— suspiró y cerró los ojos. Comenzando lentamente a sentir bajar la adrenalina—. Me enamoré de Lawrence.

    La reacción de su madre era la que más le importaba. Ella no borró su sonrisa tranquilizadora hasta unos instantes después, en los que pareció que digería las palabras como si tragara píldoras. La expresión de su rostro fue cambiando paulatinamente. Su sonrisa desapareció de manera lenta, mientras parpadeaba con desconcierto y erguía su cuerpo, que había estado extendido hacia su hijo. Liam la miraba con expectación, y su cuerpo no dejaba de estar agitado. Emma, después de otros momentos que parecieron eternos ante la perspectiva de todos, abrió los ojos desmesuradamente y llevó sus manos hasta la boca, reprimiendo un gemido que Liam no supo como tomar. Después ella miró a William, quien estaba serio y con el ceño fruncido y parecía igual de desconcertado, pero mucho más tranquilo.

     Más tranquilo, porque Emma parecía estar a punto de soltar el llanto.

    Liam bajó la mirada y se mordió los labios, y apretó su muñeca al punto de hacerse daño. Volvió a mirar. Nadie decía nada.

    Emma parecía a punto de decir algo, pero tragaba saliva y, con ello, las palabras no salían. Miraba alternadamente. Liam supo que era el fin. Lo estaba mirando con decepción, con tristeza y con impotencia.

    —Pero…— las palabras de su madre sonaron a tan bajo volumen que parecieron nunca pronunciadas, y se desvanecieron en el aire como un fantasma. Liam la miró, deseoso de que le dijera algo, pero de nuevo se hizo el silencio y pareció mucho más penetrante que antes.

    El alma se le cayó a los pies cuando vio como Emma se levantaba y, sin decir palabra, caminaba lentamente. Se escucharon sus pasos en tacones por la escalera, después en el pasillo de la planta alta y el portazo de una habitación cerrándose con fuerza contenida.

    Liam bajó la mirada con los ojos abiertos de par en par. No. El no quería que aquello pasara. Su respiración volvió a ser entrecortada y se levantó de un salto. Necesitaba ver a su madre, hablar con ella, que entendiera.

    Pero William le tomó por el hombro suavemente y negó con la cabeza. Su mirada era severa, seria.

    —Déjame hablar con ella, Liam— lo miró a los ojos. Nunca había sabido interpretar muy bien los gestos de William. Parecía enfadado, pero esperó con todas sus fuerzas que no fuese así—. Déjalo por hoy… Déjalo.

    En instantes se quedó completamente solo. Sintió frío y escalofríos recorrieron todo su cuerpo, enfriándolo más. El ruido de la puerta de una habitación siendo cerrada otra vez sumió la casa en una especie de silencio aterrador.

    No supo ni que pensar. Lo había arruinado todo.

    Y luego escuchó sollozos. Sollozos de su madre.

   

     No regresó a su habitación. Ni siquiera volvió a sentarse en los sofás de su casa. Tomó las llaves de su auto y se fue. Al primer hotel que se topara en su camino.

     Por fin se había quedado completamente solo. 

 

 

 

Notas finales:

Pueden creerlo? u.u

Por otro lado:

Pueden creer que ya casi llevo trescientas páginas escritas? o,o

Gracias por leer. Diganme que les pareció este capítulo corta venas (pobre de mi Liam)

Bueno tengo prisa así que los dejo. 

Eh, reviews. Dónde estan?  D: 

Gracias a bella Okami y bella Sofi ;)

Besos.


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