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Danza Húngara por Nasuada

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Notas del capitulo:

Disfruten n.n

XX

Miedo no es cobardía

 

    Bueno, en realidad no lo “recordó”. Ella le robó un paquete de cerillos que tenía en el bolsillo de su chaqueta y…     

    — ¿Dónde está? — no le importaba en absoluto el nombre. Lo que quería era saber su ubicación.

    —Se llama El Capitán— parecía como si lo ignorara y estaba distraída. Y Law escuchaba que Sandra le dictaba cosas, como si lo hubieran investigado por algún medio—. Pero no es un Hotel serio, ni siquiera aparece en Google Maps.

    Law soltó una carcajada, por alguna razón que ni el comprendió.

    —Lo buscamos en el directorio. Espera…— de nuevo escuchaba la voz de Sandra—.  Está en la calle William, por el Museo de las finanzas.

    —Muchas gracias.

    Colgó. Era todo lo que necesitaba.

    La calle William. Estaba cerca. Afortunadamente cerca.

    Corrió tan solo tres calles antes de llegar a la indicada. El museo de las finanzas estaba al sur de donde se encontraba, así que bajó. La gente lo miraba pasar, molestos de que un solo transeúnte colmara con su obvia desesperación la tranquila noche, que era perfecta para pasar un rato ameno o lleno de diversión.

    Pero Law no se divertía en lo más mínimo. Su corazón latía con fuerza; no solo por los interminables jadeos agotados que se intensificaban en cuanto subía la velocidad. De vez en cuando se detenía a descansar, apoyando las palmas de las manos en sus rodillas e intentando controlar su cansancio. A pesar de que su condición física no era nada mala, el correr a esas velocidades comenzaba a cansar su cuerpo rápidamente. Además del cansancio emocional, que no le daba tregua.

    Le habían dado las indicaciones perfectamente. No tuvo que cansarse por buscar, porque allí estaba. Tenía un enorme letrero de neón azul colgado del edificio, el cual no se veía en excelente condiciones. La pintura estaba corroída por la lluvia ácida y por el tiempo; y las habitaciones se encontraban en una construcción separada de lo que pretendía ser la recepción.  Entró a ésta y lo recibió una mujer con mala cara y chicle en la boca. Estaba sentada detrás de una barra larga de madera, al parecer quitándose la masita de los dientes con la ayuda de un pequeño espejo. En cuanto lo vio, su rostro se apretó en lo que pretendía ser una sonrisa. Law se percató de que su perfume le resultaba terriblemente familiar. No porque le gustara, sino todo lo contrario. Siempre, el olisquear esa fragancia— que parecía ser bastante popular—, le empalagaba a tal punto que intentaba, por más segundos de los necesarios, dejar de respirar. La recepcionista lo observaba atentamente, sin decir palabra; solo esperando a que aquel cliente le dijese que se le ofrecía.

   —Buenas noches— dijo Law, acercándose rápidamente. Trataba de no divagar—. Podría… ¿podría decirme en donde se hospeda Liam Schmid?

    —No, lo siento. No damos información de nuestros clientes.

    Law maldijo en silencio. Sabía que esa era la política de todos los hoteles, y que ella hacía bien cumpliéndola. Pero en esos momentos lo menos que necesitaba era una señora con toda la cara de romper reglas y que, sin embargo, las cumplía.

    —Es un amigo mío, por favor.

    —Puedo anunciarlo primero, ¿cuál es su nombre? — levantó la bocina del teléfono fijo que tenía a un lado.

    — ¡No!... — lo único que consiguió fue asustarla—. Bueno yo…, se supone que es secreto. Usted sabe. Una fiesta secreta… sorpresa.

    Sonrió lo más radiante que podía, a pesar de que su humor se estaba desmoronando de angustia.

    —A decir verdad, creo que ese chico necesita divertirse. Se le veía… no sé. Muy demacrado, pero no es asunto mío.

    Su sonrisa flaqueó y consideró largarse de allí. No le importaba tocar puerta por puerta.

    —Está bien, querido. Solamente porque pareces demasiado ansioso…

    Aun así, tardó eternos segundos en dignarse a hablar de nuevo. Parecía querer algo que no podía decirse con palabras y Law no entendía qué. La miró con desdén e impaciencia, pero aun no se le ocurría nada. Después ella sonrió de una forma demasiado sugerente y se le iluminó el cerebro, maldiciendo su ingenuidad.

    Esa señora no se lo daría gratis.

    — ¿Dinero? — preguntó estúpidamente. Sacó su cartera del bolsillo con una rapidez extraordinaria y le tendió todo lo que tenía. Ni siquiera le quedó cambio para el viaje de regreso, pero no era en eso en lo que estaba pensando.

    Ella cogió el dinero y lo contó. Pareció satisfecha, lo guardó en su escote y le sonrió de nuevo.

    —Habitación 21, querido.

    Le dio la espalda para salir por la puerta corriendo. Borró su sonrisa. Ya no le importaba si la recepcionista pensaba que era un lunático.

    Necesitaba llegar a Liam. Era lo único que le importaba.

 

    Idiota, idiota, idiota.

    Aquellas palabras era lo único que pasaba por la cabeza de Law mientras subía las escaleras. El vaho se hacía más espeso conforme sus respiraciones agitadas que no se molestaba en ocultar. El viento helado le enfriaba el rostro, entumeciéndolo.

    Estaba en el quinto piso de un edificio grisáceo, hasta el final de un pasillo con una docena de puertas. Y ya estando frente a la indicada, no supo cómo reaccionar. De pie en la puerta le resultaba sumamente tentador dar la media vuelta; no porque no quisiera ver a Liam, sino que el hecho de que la palpable posibilidad de que Liam no quisiera verlo le resultaba demasiado dolorosa.

     Sin pensarlo más, tocó la puerta.

    Al principio, nada sucedió. Pasaron cinco eternos minutos.

    Idiota, idiota, idiota.

    Tocó una vez más, pero no ocurrió nada de nuevo. Ni siquiera se escuchaba un leve susurro dentro de la habitación. Algo que le indicara que Liam estaba allí. Pensó con horror que quizás Liam no se encontraba, o peor, que no era la habitación correcta… Después pasó por su mente un pensamiento aun más pesimista: el hecho de que toda la información estuviese equivocada.

    Avanzó rápidamente hasta el balcón que daba vista al estacionamiento. No. Allí estaba el automóvil de Liam; ese lujoso y nada modesto deportivo rojo, perfectamente aparcado en uno de los cajones de contorno amarillo.

    Volvió a posicionarse enfrente de la superficie blanca y lustrosa de la puerta de entrada. Sintió el impulso de golpear la pared de concreto con sus nudillos. Volvió a tocar y esperó otros incesantes instantes a que alguien apareciera. Los minutos pasaron. Cinco minutos y Lawrence sintió que enloquecía. Volteó al balcón, observó sus blancas respiraciones, dio medias vueltas tratando de matar a la ansiedad. Pero de nuevo no sucedía nada. El frío había desaparecido completamente, nada existía más que la enloquecida esperanza de que Liam saliera y le hablara. Podía percibir la heladez en sus orejas y en su nariz, pero éstas eran completamente opacadas por los latidos de su corazón que hacían que todo su cuerpo se mantuviera cálido, alerta.

    Aun así, su garganta se negaba a emitir sonido alguno. Sabía, estaba seguro, de que Liam estaba adentro. Y que quizás no quería ver a nadie, menos a él; por lo tanto no quería estropearlo haciéndole notar su identidad tan rápidamente.

    Dio más golpecitos a la puerta. Liam no era tan paciente. Debía cansarse alguna vez de los insistentes golpeteos, que cada vez parecían más desesperados.

    Se rascó la nuca en un intento de liberar tensión, y volteó de nuevo al lúgubre paisaje que ofrecía el barandal blanco. Justo enfrente estaba el edificio continuo lleno de más habitaciones y, más al norte, se veían las azoteas de los edificios más altos, iluminados por las luces urbanas y por el halo blanquecino de los astros en el cielo.

    Por primera vez en toda la noche, su mente se quedó en blanco. Y sintió que ya no se le ocurría nada más que hacer.

    De pronto escuchó un crujido. Algo como…, como una puerta que se abre. Volteó su cabeza con una intensidad que lo mareó al instante, abrió sus ojos desmesuradamente dejando escapar la más profunda de las respiraciones. Y avanzó.

    Liam estaba allí. Su rostro parecía una perenne expresión de aburrimiento, pero sin duda, en esos momentos, estaba sorprendido. Una de sus manos se encontraba apoyada en el marco de la puerta y su cuerpo estaba extrañamente encorvado; Lawrence notó algo diferente en él. Su piel estaba pálida y sus oscuros ojos resaltaban por las marcadas ojeras que los rodeaban. Su preocupación, ya de por sí alterada, se disparó en cuanto le observó con atención. Igual que incrementó su culpabilidad. Últimamente, sabía que Liam no había estado bien, por tanta presión escolar, emocional y familiar. Se le veían las ojeras y la palidez, sí; pero aquella intensidad no se la había visto nunca.

    — ¿Qué haces aquí? —preguntó Liam. Su voz sonó ronca, distante y monocorde. Cortante.

    Law estaba anonadado por la impresión, y no atinaba a formular en su cabeza oración alguna. Todo lo que quería era abrazarlo y decirle que todo iría bien; pero, a esas alturas, además de lo estúpido que podría sonar, sabía que no se lo permitiría.

    —Sandra…— el nombre de la chica fue lo único que alcanzó a pronunciar antes de arrepentirse.

    Liam parpadeó sorprendido y desvió la mirada.

    — Yo nunca le dije a Sandra...

    Lawrence le miró y ladeó La cabeza, extrañado, pero no tenía tiempo para pensar en detalles. En cuanto volvió la vista, Liam parecía enfadado de nuevo y toda perplejidad había desaparecido, reemplazada completamente por un ademán ironico.

    —Sandra…no puede dejar de meterse en asuntos ajenos, ¿cierto?

    Law pensó que no debería expresarse así de personas que solo estaban preocupados por él y querían ayudarlo, pero estaba tan aliviado de haberlo encontrado que no tuvo espacio en su corazón para enfadarse. Ahora hasta podía sentir el cansancio físico y sicológico comenzando a manifestarse pasadas las horas de adrenalina.

    —Yo… solo quería hablar contigo— dijo. Liam no se movió ni un ápice. Parecía esperar solo a que se fuera, pero no daría el brazo a torcer.

    —No me apetece hablar con nadie en estos momentos, ¿sí? — hizo ademán de cerrar la puerta, pero Law se lo impidió, colocando uno de sus brazos en ésta. Fue un movimiento casi automático. Se acercó un poco más y Liam deslizó su mano de la manija. Se le veía demasiado agotado hasta para intentar impedirle la entrada a Lawrence, así que solo le dio la espalda.

    Lawrence entró sin hacer ruido alguno. La habitación era simple y alfombrada. El único medio iluminador era una tosca lámpara que refulgía perfectamente puesta en la mesita de noche y hacía, por la palidez de Liam, que su rostro se tornara amarillento con una gran cantidad de sombras marrones. Un montón de ropa estaba acomodada en los cajones expuestos de un clóset de madera sencillo. Todo estaba limpio, inmaculadamente arreglado, o eso parecía a la vista. Inmediatamente percibió el olor penetrante de la nicotina, y abrió los ojos por la sorpresa. Liam no fumaba, no debía fumar.

    —Huele a cigarrillos— dijo, arrepintiéndose poco después por el tono en que formuló la oración— ¿Fumaste, Liam?

    No dejaba de observar cada uno de sus movimientos. Y éste le respondió su pregunta tomando de la mesita de noche una cajetilla, encendiendo poco después aquellos tubitos de tabaco. Parecía retarlo, pero su frívola mirada, que incluso podía ser confundida por aburrimiento, le decía lo contrario.

    — ¿Acaso importa? — preguntó, sentándose en la cama de un movimiento y aspirando el filtro, soltando el humo oloroso junto con las palabras.

    Law suspiró.

    —Por supuesto que importa, Liam— caminó a pasos largos para intentar quitarle de sus manos el cigarro, pero Liam le lanzó una mirada llena de desdén que casi le obligó a retroceder—. Liam, tu eres…

    —Lawrence, yo no te pedí que vinieras— dijo, mirándolo directo a los ojos. Sabía que, como era su costumbre, estaba escondiéndose. Sabía que aquella frialdad era falsa, y que tenía sentimientos por debajo de la máscara…—. Así que deja de reprocharme o vete.

 

    Se silenciaron un momento. Liam estaba harto de los silencios incómodos que, últimamente, eran bastante recurrentes entre ambos. Y no podía dejar de notar el aspecto de Lawrence; jadeaba de una forma extraña ligeramente disimulada y parecía agotado, y pequeños mechones de su cabello se le adherían a la piel empapada de sudor. Además, no llevaba nada encima que le cubriera del frío nocturno, que a esas alturas de la temporada era bastante intenso.

    Desvió la mirada y dio otra profunda calada a su cigarrillo. El hecho de que Lawrence fuera hasta allí para reprocharle estupideces no le ayudaba en lo más mínimo.

    —Liam yo…— Law trató de hablar, pero aun teniéndolo a un metro y medio de distancia no tenía idea de que decirle—. Ya sé que has hablado… con Emma.

    Por primera vez desde que inició el silencio, el aludido volvió a mirarlo a los ojos. Respiró el pequeño pedazo que quedaba del cigarrillo y lo apagó en el cenicero de la mesita de noche. Volvió a mirar al piso. Sabía que nada le haría olvidar; ni el alcohol, ni el tabaco, ni las largas siestas que tomaba después de la universidad. Pero no necesitaba que Lawrence se lo dijera de esa manera. No quería que nadie, más que su propio subconsciente y su memoria, se lo repitieran.

    Suficiente tenía con que por recordarlo, las noches se volvieran eternas.

    —Emma… parece preocupada por ti.

    Lawrence notó como Liam alzaba la vista y expresaba con sus ojos que aquél comentario había hecho que la columna de frialdad que ocultaba sus verdaderos sentimientos se esfumara. Se levantó de la cama rápidamente, lo cual logró en Law un ligero sobresalto.

    —Vete, Lawrence— dijo, yendo hasta la puerta y abriéndola. El aludido no se movió, pero Liam insistió en un tono mucho más demandante: —. Vete.

    —No.

    —Lawrence— lo único que logró salir de su boca fue un susurro. Tragó saliva y su mandíbula se tensó. Law pudo percatarse de que se estaba reprimiendo lo más que podía—. Sal de aquí.

    — ¿Por qué no me lo dijiste? — sintió que era el momento adecuado para preguntarlo.

    Sorprendentemente, observó que Liam soltaba una carcajada; una sin humor alguno que le hizo estremecer. Cerró la puerta de un portazo y, lentamente, se acercó a él.

    — ¿De verdad, Lawrence? Después de todo lo que dijimos en la fiesta… ¿pensaste que correría directo a tus brazos? — el tono sarcástico de Liam logró que Law también se tensara.

    —Había tomado demasiado— por alguna razón le era demasiado difícil formular una disculpa—. Dije muchas cosas que no sentía realmente.

    Liam afirmó con la cabeza, pero su expresión no cambió.

    — ¿Es todo?

    —Escúchame, por favor…

   Liam parecía resignado y no decía palabra alguna, pero tampoco parecía ponerle demasiada atención a sus palabras. Y miraba hacia la ventana de la habitación como si la serie de ladrillos del callejón continuo fuese algo muchísimo más fascinante.

    Lawrence se percató de ello y, de un rápido movimiento, colocó sus dedos en la mandíbula de Liam, obligándole a voltear su rostro y mirarlo. Lo alejó de una sacudida, como si su contacto le quemara.

    —Estoy escuchándote.

    —Solo quiero decirte que no eres un cobarde, Liam. No pretendía decir eso, el alcohol…

    — ¡Ya entendí! ¡Estabas ebrio y nada de lo que dijiste era cierto! — Liam no deseaba escuchar más excusas—. ¿Pero de verdad no querías decirlo? ¿O solamente me lo dices para que me retracte yo también?

    Law no sabía que decirle.

    —Pues yo no me retracto, Lawrence. Pero tampoco esperes que te pida disculpas… ¡No quiero ser el único que siempre se disculpa por todo!

    La voz de Liam no mostraba nada más que un profundo dolor que se negaba a dejarlo salir. En cambio, quería ocultarlo con palabras lacónicas. Pero logró que Lawrence, de por sí, volviera a sentirse como un idiota. Volteó su rostro hacia cualquier otro lugar que no indicara ver a su acompañante a los ojos y se llevó una mano a sus labios, tratando de liberar tensión.

    Liam volvió a tomar asiento en la cama y sin mirarlo, tomó otra de sus botellas de cerveza que escondía debajo de la cama. Lawrence levantó la mirada y lo observó sorprendido.

    — ¿Cuántas has tomado esta noche? —le preguntó.

    —Da igual.

    — ¿Estas ebrio?

    — ¿Recuerdas la primera vez que dijiste que esperarías? — cuestionó Liam, ignorándolo completamente—. Fue en Central Park… ¿Y recuerdas aquélla noche en tu apartamento? Me dijiste que nada de mí podría decepcionarte.

    Lawrence no le dijo nada. Lo tomó por sorpresa el que formulara esas preguntas. Muy quieto, de pie y mirándolo, esperó a que volviera a hablar.

    —Creo que no eres bueno cumpliendo nada de lo que dices— siguió, mirándolo a los ojos esa vez. Pero Law permaneció en silencio—. Como sea…, supongo que era demasiado para ti el hecho de mantenerte leal a una persona. No sé ni siquiera que estás haciendo aquí. ¿De qué querías hablarme? No le dije la verdad a mi madre por ti. Lo hice por mí, así que no es necesario que tú y yo aclaremos nada.

    Liam sabía que eso no era del todo cierto, pero lo que más deseaba en esos momentos era estar solo. No sabía que más procedía. Realmente pensó que Lawrence nunca lo sabría, y que dejarían de hablarse durante mucho más tiempo, porque ninguno de los dos iba a disculparse. Sabía que Lawrence era la viva imagen del orgullo. Y él, bueno, quizás él también. Porque tampoco estaba dispuesto a decir nada.

    — ¿Recuerdas también…?— rio un poco, sintiéndose realmente mal. Pero no pudo evitar vomitar todas las palabras que, sin alcohol en sus venas, no sería capaz de pronunciar—. ¿Recuerdas también cuando te pregunté lo que había significado el sexo? ¿Recuerdas lo que me dijiste?

    Si lo recuerdo. Así que detente, pensó Lawrence, cerrando los ojos por un momento y tragando saliva.

    —Me dijiste “solo fue mi promesa fracasada de no tocarte”… o algo así — bajó el tono de su voz, como si ya no estuviese hablando con Law, sino consigo mismo—. Pero lo peor fue lo que le siguió: “no te lo tomes tan en serio”… ¿Qué significaba eso, Lawrence?

    —Deja de hablar— fue lo único que atinó a decir.

    —Estoy borracho— Liam ni siquiera volvió a mirarlo—. Eso significa que, no importa lo que haga o diga. Porque el haber tomado de más es una buena excusa. Si yo beso a un sujeto en frente de mi pareja ¡No importa! Porque estoy borracho y no hay que tomárselo en serio. ¿A eso te referías? ¿Es así como hay que llevar la relación? — observó a Law unos segundos y, al ver que no decía nada, volvió a hablar, a encerrarse en aquella burbuja—. Entonces: Yo le grito a mi pareja que es un cobarde, que como pude enamorarme de él ¡De un puto cobarde!

    —Basta, basta…

    —Y tampoco importa, ¿no es así? ¿Así será nuestra relación? ¿Así fueron todas tus relaciones anteriores?

    —Liam…

    Un silencio se prolongó durante unos minutos. Liam ya no lo miraba, ni siquiera parecía prestarle atención. Había encendido otro cigarrillo, que fumaba tranquilo alternándolo con tragos largos de cerveza. Lawrence tampoco sabía qué hacer. Simplemente permaneció allí de pie y en la misma posición, cargado de una tremenda incomodidad, pero formulando en su cabeza algún plan razonable que pudiese aplicar. Su cabeza era como un rememorando de días pasados. Todo lo que le recordó Liam le llegó a la mente como una cubeta de agua helada, así que se juntó y entrelazó con la memoria de la fiesta de Ellen, haciéndolo todo mucho más fácil de analizar, y definitivamente era él, Lawrence, quien se había equivocado. Y lo sabía, pero tenía que hacerle saber a Liam que sabía que lo sabía. Lo único malo era que no sabía cómo.

    No sabía nada de nada.

    Por primera vez, las palabras se secaban en su garganta y no podía escupirlas libremente. Sabía que la franqueza seguía siendo la mejor parte de aquello, pero no así. No a su crudo estilo.

    Tenía la frente perlada de sudor y los brazos cansados y el corazón golpeándole la mente y la mente conflictiva y culposa.

    Se arremangó su camiseta y comenzó a hablar. Basta de estupideces, basta de muros orgullosos:

    —Como lo siento, Liam— dijo, a su vez que se acercaba y se hincaba frente a él. Sabía, de reojo, que Liam se había volteado para mirarlo en cuanto comenzaron a manar palabras de su boca después de largos instantes en los cuales el único sonido era las respiraciones cansadas y soltadoras de humo—. Como lo siento— repitió, y ahora que estaba frente a él, Liam se negaba a mirarlo—. Pero no espero que me perdones, porque si lo hicieras ahora no sería real. Estás enojado, como es lógico. Y también estás triste, e irritado, y sumamente decepcionado…, Pero, Liam; ¡lo lamento tanto! Y es cierto, así como lo es el hecho de que mi orgullo no quería decírtelo. Pero perdóname— bajó la mirada unos segundos, pensando en si era adecuado lo siguiente que diría—. Soy un idiota, por todo lo que te dije e hice. Y me arrepiento, me arrepentiré siempre…

    — ¿Pero es verdad? — preguntó Liam, viéndolo esta vez, a los ojos. Había petrificado ambos brazos, dejando que el cigarro se consumiera y que la cerveza se entibiara con su palpar.

    Lawrence pensó muy bien aquella respuesta, pues debía ser sincera. Eso era lo importante.

    —Escucha— comenzó, después de un suspiro—. Soy una persona impaciente, eso es cierto. Y no me gustaba el hecho de que demoraras. Pero ahora me doy cuenta que fui yo quien no te dio suficiente tiempo. Y soy rencoroso, eso también es verdad. Pero, por nada del mundo, ni aunque me volviera loco, hubiera dejado de esperarte. A pesar de todo. A pesar de mis estúpidas palabras… Y además, todo este tiempo estuve pensando que eras un cobarde— aquella palabra logró que Liam desviara la mirada de nuevo—. Pero también estaba equivocado. No eres un cobarde, Liam. No lo eres; y yo soy un idiota por haberlo dicho así. Tener miedo no es ser un cobarde.

    Lawrence lo tomó suavemente por la mandíbula, para que le mirara. Liam tenía los ojos más cansados del universo y no parecía tener fuerzas para nada. Ninguno de los dos se percató de la cantidad de tiempo en la que se miraron directo a los ojos, como si estuviesen alimentándose de la energía del otro, o trataran de leerle el pensamiento; uno para ser perdonado, y el otro para que con ello le llegaran las ganas de perdonar.

    Liam desvió la mirada durante unos segundos que a Law le parecieron interminables. Necesitaba esa conexión, en aquellos instantes esos ojos le parecían indispensables. Pero sabía que no podía exigirle nada que no se mereciera.

    Liam estaba tanteando la situación. Definitivamente, no quería perdonarlo, pero tampoco podía asegurar el hecho de que estuviera totalmente imposibilitado para hacerlo alguna vez. Aquél maldito discurso de Law había empeorado sus sentimientos, y ahora no estaba más que confundido.

    Y lo peor es que había sonado absolutamente sincero.

    —Ella…— comenzó Liam, con un hilo de voz—. Ella se encerró en su habitación.

    Lawrence sintió como si el peso en su espalda se aligerara un poco. Y, con movimientos silenciosos, se sentó a su lado. Escuchó como las respiraciones de Liam se volvían más agitadas, como si estuviera reprimiéndose para no llorar. Pero no dijo nada, porque sabía que así lo querría Liam.

    —Recuerdo una vez que mi padre me contó una anécdota, hace muchos años— Law lo escuchó atentamente. No dejaban de mirarse—. Mi bisabuela se enfermó gravemente, pero el doctor en guardia dijo que sobreviviría esa noche, que volvía a estar ligeramente estable. Así que dejó a mi madre tranquila y ella fue a casa a descansar. A las dos horas le habló el doctor para decirle que mi bisabuela había fallecido, y no pudo hacer nada más…

    » Ella…, se encerró en su habitación durante horas y solo lloraba. Solamente mi padre podía ir y hablar con ella, ¿y sabes por qué? Porque aquello significaba que estaba triste, enojada y terriblemente decepcionada.

    Lawrence seguía escuchándolo atentamente, con un nudo incrustado en la garganta. Liam aun parecía estar enfadado con él, por lo que no creyó que fuese buena idea el hecho de acercársele y abrazarlo,  besarlo.

    Quería hacerlo, pero no le daría a Liam otra razón para enfadarse con él. Prefería esperar.

    El silencio de prolongó. Liam no había vuelto a darle un trago a la botella de cerveza que tenía en las manos, cosa que interpretó como una buena señal. Con algo de valor, que no supo muy bien de donde salió, le apartó la botella de las manos y la colocó sobre la mesita de noche sin decir palabra. Después lo tomó de las manos,  tratando de que lo interpretara como un gesto de apoyo incondicional.

    Law pensó que quizás estaba siendo demasiado adulador. Tal vez Liam sabría pronto que prácticamente rogaba para que de le perdonara.

   Le soltó las manos.

    — ¿Quieres continuar?— preguntó suavemente después de carraspear.

    —Pues eso, Lawrence— respondió en el mismo tono de voz—. Mi madre está triste, enfadada y sumamente decepcionada. Y creo que pasa lo mismo con William.

    Lawrence analizó en su mente, muy cuidadosamente, lo que iba a decir.

    —Solo... tienes que darles tiempo. Ambos son tus padres y te aman, jamás, Liam, jamás, pienses que van a dejar de hacerlo.

    —No quiero pensar nada. No quiero sacar conclusiones.

    Law sintió que de le revolvía el estómago. Definitivamente, ver a Liam tan cansado y deshecho era de las pocas cosas que le estrujaban el corazón. Se sentía mal, culpable; sus sentimientos se contradecían pensando en que no debería de estar allí, porque no se lo merecía. Pero al mismo tiempo creía que Liam necesitaba desahogarse con alguien, y ese alguien quería ser él.

    —Liam…

    —Ya no quiero hablar de eso. Estoy muy cansado.

    No tenía ni que decirlo. Se le notaba a leguas.

    — ¿Quieres que me vaya?

    Liam, después de un rato de verlo fijamente, desvió la mirada y negó con la cabeza.

    Liam se recostó en silencio. Pero Law no tenía una idea muy clara de que hacer. Al principio pensó en que debería dormirse en el piso o algo parecido, pero lo reconsideró. Si Liam le había dicho que se quedara sería por algo las fuerte que el hecho de mera preocupación. Lawrence le dijo a Liam,  que ya comenzaba a hacer la cama, que entraría al baño por un segundo. El ambiente estaba enrarecido y había una obvia tensión entre ambos, Liam le miraba con cierto desdén y volvía a su burbuja de frialdad e indiferencia cuando a su mente volvían los recuerdos inevitables.

    Law prefería al Liam triste y que lo demostraba que al frío que intentaba ocultar sus sentimientos con una máscara inmutable.

    Salió del baño sin camisa y con el rostro oliendo a jabón de hotel.

    —Gracias por permitirme estar aquí contigo.

    —Aun no te he perdonado— dijo simplemente Liam, encerrándose a su vez en el baño para ponerse la piyama.

    Law suspiró.

    —Lo sé— dijo al aire.

    Se recostaron en silencio. Uno al lado del otro, pero dándose las espaldas sin las buenas noches, como un matrimonio agotado.

     Pero Law no quería rendirse tan fácilmente.

 

     Y Liam, al otro lado de la cama, de una forma u otra, deseaba que hubiese algo más. Escuchó el suave ronroneo del crujir de las sábanas y de los resortes del colchón. Al instante después de aquello le llegó el suave respirar de Lawrence, sintiéndolo tan cerca del oído que todo su cuerpo de estremeció. Lawrence le rodeó la cintura con uno de sus brazos y apoyó su cabeza en el hombro de Liam, aspirando su aroma: el mismo jabón que él había utilizado. Esperó unos segundos; y después sintió una ola cálida de gratitud.

    Liam no lo había rechazado.

    Se atrevió a besarle el cuello, aspirando su aroma más profundamente. Cerró los ojos. No quería despegarse de él. Jamás.

    —Esto no cambia nada— dijo Liam, sin las fuerzas suficientes. Más bien era un susurro suave en la oscuridad.

    —Lo sé— Law también susurró.

    —Y tú sigues siendo un imbécil.

    —Tienes razón.

    —Mañana no será tan sencillo.

    —Estoy seguro que no.

    Satisfecho, Liam se adentró en la intimidad de sus pensamientos, hasta que se quedó dormido.

    —Perdóname, Liam— y después de aquellas palabras,  el sueño también venció a Lawrence.

    Por la mañana, Liam fue el primero en despertarse. El callejón continuo a la habitación lograba que no se filtraran los rayos del sol por la ventana, haciendo que la habitación conservara su lúgubre oscuridad durante cualquier hora del día.

    No parecía ser fin de semana. Liam se levantó de la cama de un salto y miró el reloj colgaba de la pared. ¿Cómo había podido dormir tanto?

    Miró a Lawrence durante unos minutos. Seguía completamente dormido, acalorado por la incesante calefacción, dándole la espalda y ocultando su rostro con el cabello. Suspiró y lo observó otra vez. Se sentía débil e incapaz de perdonarlo tan rápido, pero tampoco tenía las fuerzas necesarias como para seguir lejos de él. Negó con la cabeza para sí mismo y salió. Casi quería golpear su cabeza contra la pared.

    Necesitaba tomar aire un momento, alejarse.

    Fue caminando hasta un puesto callejero de desayunos y café exprés: el lugar en donde había desayunado, comido y cenado en los últimos días al descubrir que el restaurante del hotel servía comida realmente mala.

    Saludó a la dependienta, quien ya le había cogido familiaridad. La señora debía tener unos sesenta años y parecía como si nunca se le terminaran los temas de conversación.

    Le dio las gracias por el café con leche y reemprendió su camino hacia algún lugar, pensando. Todos los días había estado lamentándose y repitiendo en su cabeza lo acontecido con Lawrence, que era un idiota y que, a pesar de todo, lo necesitaba. Y ahora que en efecto allí estaba casi prefería estar solo.

    Pensó en la noche anterior y se enfadó consigo mismo. Cuando de trataba de Lawrence se comportaba como un cachorro indefenso y débil; pero estando solo podía pensar con claridad y reprocharse su comportamiento. Quizás el perdonar a Lawrence, si es que lo hacía, pues no lo había hecho aún, sería un error. Se preguntaba si su relación de verdad funcionaría alguna vez sin pelearse por estupideces cada cinco minutos.

    Pero ese no era el principal aspecto que le preocupaba. Ya no de sentía tan capaz de confiar ciegamente en Law como había hecho todo este tiempo.

    El no era del tipo que ponía su racionalidad física y emocional en manos de cualquier persona. Prefería dañar a otras personas que herirse a sí mismo a través de seres que alguna vez consideró importantes. Y en cuanto de sentía traicionado simplemente de alejaba con su mejor rostro de «me importa una mierda».

    Pero refiriéndose a Lawrence, no era tan fácil alejarse. Y le era imposible alejarse de su madre.

    Pero jamás se había sentido tan herido por las dos personas que suponían una importantísima parte en su vida… Pero Lawrence le había pedido disculpas ¿habrían sido realmente sinceras?

    Se disculpó, ¿no?

 

    Lawrence despertó en cuanto dio una vuelta, miró hacia la ventana con rostro somnoliento y se percató de que Liam ya no estaba a su lado. Al principio pensó que estaba en el baño, descartando esa opción al darse cuenta de que la puerta de éste estaba abierta de par en par,  y dentro no se escuchaba   ningún sonido que delatara la presencia de alguien. Se levantó de un salto. La habitación no era demasiado grande, e inmediatamente se dio cuenta de que Liam había desaparecido. Maldijo en su mente; tratando de pensar con claridad. Ahora, más que nunca, el que Liam no estuviera a su lado le ponía nervioso.

    Recordó que tenía el teléfono de Courtney en el bolsillo, así que tecleó el numero de Liam, casi inmediatamente de escuchó su voz.

    — ¿Si?

    —Liam ¿dónde estás?

    —Fuera.

    Aquella escueta respuesta no impresionó a Lawrence, que cerró los ojos en un intento por tratar de relajarse. Y que su mal humor matutino no arruinara todo.

    — ¿Estás bien?—le preguntó, adivinando que Liam quería estar solo.

    —Sí.

    —Me... ¿me voy a casa?

    Esta vez Liam no respondió. No sabía que responder. Lawrence había hablado justo cuando su cabeza era un lío.

    Pero Law sabía, por sus respiraciones tranquilas, que  seguía en la línea.

    — ¿De quién es el teléfono del que me llamas?— preguntó de repente Liam. Y Law,  sin saber porque exactamente, de puso nervioso.

    —De Courtney. Pero Liam...

    —Sí, vete a casa…, te veré en clases.

    Colgó la comunicación tan pronto que Lawrence lo captó hasta después de formular media oración. Soltó una maldición, sabiendo que no podía hacer nada. Si testarudamente se quedaba allí hasta que Liam volviera ocasionaría un enfado innecesario. Necesitaba dejar de ser tan egoísta.

    No quería estar todo el fin de semana sin Liam. Pero lo sabía, sabía lo que Liam quería.

    Aquella palabra que odiaba, la que las parejas indecisas tenían que formular cuando se sentían inseguras…, la que llegaba cuando las cosas se ponían difíciles y que la mayoría de las veces se transformaba en algo peor:

    Liam quería «espacio».

 

 

 

Notas finales:

Tsss... gracias por leer. Es una parte triste de la historia, pero ya veran como todo se arregla (o no, muajajaja) 

Qué les pareció??

 

Por cierto:

Más disculpas, por no actualizar tan seguido como antes y por no responder los comentarios de caps anteriores. En vacaciones me vuelvo una roca holgazana y sin inspiración xD

Gracias por sus comentarios, los leo siempre. Son bien lindos todos C:

Besos enormes para repartir!

:DDD


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