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Danza Húngara por Nasuada

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Notas del capitulo:

Hola, siento la tardanza. 

Disfruten n.n

XXI

La verdadera razón

 

   

       Lawrence, por primera vez en todo el semestre, llegó media hora antes de la entrada oficial de la universidad, y, además de ello, una hora libre les estaba asignada al principio del día. Mientras ordenaba su mochila—hacía limpieza general, porque era literalmente un basurero—, lo encontró. Aquel arrugado papel que había olvidado en la inmensidad de su ocupada mente y de su mochila. Pero entonces, teniendo ese papel en las manos, el momento le pareció tan cercano que una sonrisa surcó su rostro. Eran unos cuantos pentagramas escritos en una hoja pautada; y en la esquina de ésta se leía con claridad Liam. Aquél nombre, porque esa sonata de piano la había escrito para él. ¿Para él? No. Al principio no había sido para Liam, había sido creada con el simple propósito de desahogarse un poco,  cuando, en aquel entonces, el hecho de dedicársela hubiera sonado en su cabeza como una idea demente, disparatada.

    Lawrence sonreía,  pensó en lo afortunado que era. Imaginó que las cosas hubieran pasado de otra manera. Que el día de la fiesta, justo antes de tocar Danza Húngara no se hubieran demostrado nada... Que todo estuviera igual,  que quizás el seguiría con Oliver y Liam con Sandra. Ambos fingiendo lo que no sentían y haciéndoles daño a personas queridas.

    Que ellos dos estuviesen juntos había sido una casualidad, una broma, un simple momento, unas simples palabras— que no eran nada simples—,  que pasó porque así se dieron las cosas, casi impulsivamente, sin planear; como si hubiese sido una especie de improvisación. Lawrence imaginó que, si nada hubiese ocurrido todo estaría bien con su familia. Liam no estaría mal físicamente (por lo menos no por aquellas causas); ósea que, hipotéticamente, todo estaría en orden…

    Después le llegaron a la mente muchos más aspectos que se decían y contradecían: todos esos problemas valían la pena, porque Liam por fin estaba siendo honesto consigo mismo. Él mismo estaba feliz. Si todo fuera como antes, los dos pasarían incluso un momento peor del que ahora. No podrían besarse, ni abrazarse, ni pasar noches juntos..., ni siquiera hubieran sabido los sentimientos albergados mutuamente. Quedarían dentro, sepultados, reprimidos y, quizás, olvidados.

    Y de pronto otra hoja pautada con notas sobre Liam salió de la mente de Lawrence. El lápiz prácticamente se movía solo. Parecía como si solamente estuviese recordando algo que toda la vida estuvo allí; y que automáticamente había que reproducirlo a papel y pluma para poder explotar aquéllos sentimientos en forma de suaves notas musicales. Hasta que, después de una hora de recuerdos y pensamientos, logró estar satisfecho; no para el fin de la melodía (porque en su imaginación ésta parecía eterna), sino para la sana conclusión de aquélla etapa de amor imposible. Y otro comienzo.

    El lunes había llegado, todo era como siempre. Liam por fin se había comprado una ropa mucho más de su estilo que lograba alejar las sospechas de las personas más cercanas a él. Las vacaciones estaban tan cerca que los estudiantes aspiraban el dulce aroma del descanso. Liam envidiaba aquella felicidad que parecían tener todos, por las fiestas, por las vacaciones, por los viajes, por los regalos… Además, las pocas clases que les quedaban, los profesores las cedían a los preparativos para el recital de navidad. Pero nada de eso le preocupaba a Liam, el seguía estudiando como siempre tocando saxofón, e impartiéndole esas estúpidas clases a Milla Leniova.

    Fue hasta esa mañana que Liam se dio cuenta del pequeño detalle de ignorar por completo donde se encontraba el aula de Sandra y su profesor particular de piano.  Preguntó a una de sus amigas, que le miró con cierto desdén oculto tras una capa de miedo. Después de todo ellas, las amigas, habían sido las principales divulgadoras de los rumores relacionados a las razones de su rompimiento con Sandra, y Liam tenía todo el derecho de reprocharles. Sin embargo no lo hizo; se limitó a disfrutar aquel pequeño instante de obvia intimidación e instantes después hizo la pregunta principal.

    Ellas lo dijeron prácticamente besándole los pies.

    Sandra estaba practicando algo de Chópin. Y su profesora se encontraba al lado de ella, señalando el pentagrama de vez en cuando con una mano mientras con la otra mantenía erguida la espalda de Sandra.

   Liam miraba a través de la ventana, esperando pacientemente a que la clase finalizara. En cuanto la profesora se fue—saludando a Liam con un movimiento de cabeza— Sandra comenzó a recoger sus cosas. No había percatado la presencia de Liam, y le daba la espalda. 

    —Eres buena revisando bolsillos ajenos.

    Sandra inmediatamente volteó, con un gran sobresalto. Al ver a Liam soltó un suspiro, llevándose las manos al pecho, riéndose de sí misma, en señal de haberle dado un buen susto.

    —Liam— le sonrió radiante, como cuando descubren a un niño haciendo alguna travesura—. No iba a dejarte abandonado allí... fumando y bebiendo como idiota.

     — ¿Y se te ocurrió llamar a Lawrence?— el tono de su voz estaba cargado de ironía.

     Sandra le miró con sumo interés, colocando su bolso en el hombro.   

    — ¿Y? ¿Arreglaron las cosas?

    —No es así de sencillo.

    Comenzaron a caminar, sintiéndose Liam un poco incomodo. Aun no se sentía con el derecho de decirle sus problemas sentimentales a Sandra, pero le animó el hecho de que ella se viera más curiosa que afectada.

    — ¿Por qué no? Vamos, el besar a Ellen fue un juego estúpido… Hoy en día está de moda que el ser infiel no importe realmente.

    Se quedaron en silencio un momento, bajando la velocidad de sus pasos. Sandra, sin darse cuenta, había abordado un tema delicado entre ellos. Liam, después de todo, había hecho algo muy parecido a la infidelidad, solo que el realmente había fallado, no solo en lo físico como en la mayoría de las veces de ese tipo de casos. Sandra bajó la mirada, siendo incapaz de recordarlo sin sentirse herida.

    —Sandra...

    — ¡Bueno! ¿Qué más da? Perdónalo, Liam. Te conviene.

   Llegaron hasta el aula donde se efectuaría La clase siguiente.  Su mejor amiga había evitado el delicado tema de su desastrosa relación con mucha elegancia, cosa que Liam apreció al punto de regalarle una sonrisa de esas que pertenecían a Lawrence y que, últimamente, parecían haberse extinguido.

    —Gracias— dijo cuando ya nadie estaba escuchándolo. Como un pensamiento al aire.

    ¿Por qué le sonreía así?

    Fue lo primero que pensó Lawrence al entrar al aula de contrapunto y observar como Liam se mostraba tan cómodo estando en compañía de Sandra. Se quedó como petrificado unos instantes, analizando cada uno de sus movimientos. Percatándose, con cierto alivio, de que Liam parecía mucho más tranquilo. Sus músculos se notaban más relajados, y hasta se había dado el lujo de sonreír a su amiga, cosa que Law tomó bastante mal. No pudo evitar fruncir el ceño.

   No pensaba aun con demasiada claridad, cuando de pronto se vio a si mismo sentado al lado de él. Liam se mostró claramente desconcertado, dándole a entender con la mirada que no cometiera ninguna imprudencia. No podían hablar de nada relativo a «ellos» en frente de Daniel, quien conversaba alegremente al lado de Sandra. Law se encogió de hombros y lo miró ceñudo, como diciéndole 'ya lo sé' con aire infantil.

    No lo diría en voz alta, pero, cómo deseaba que le sonriera.

    La clase en general, no fue demasiado productiva. Nadie tenía ganas ya de aprender, ni de enseñar. El recital de invierno sería el jueves de esa semana, el último día de clases y uno antes de la víspera navideña. De pronto la clase se centró en ese tema, y entre Liam y Lawrence se tornó un ambiente enrarecido e incomodo. Hablar del recital, era pensar en Ellen; y ello era un tema delicado, una presión en la llaga.

    —Perdónalo… Míralo, Ellen no le interesa en lo más mínimo— le susurró Sandra a Liam. Lawrence trataba, discretamente, de escucharlos. Pero entre sus susurros imperceptibles y la alta voz del profesor y del resto del alumnado no consiguió escuchar nada.

    —Ese no es el problema principal. No quiero hablar de eso…, no lo entiendes porque no lo sabes todo.

    — ¿Y piensas decírmelo alguna vez?

    —No. Es algo entre Lawrence y yo, no es de la incumbencia de nadie más.

    Sandra lo miró, ofendida por sus palabras. Liam sabía que tenía que cuidarse con ella; que estaba siendo sumamente malagradecido. Sandra había sacrificado su reputación por seguir siendo su amiga, y aun ahora las personas le miraban ceñudas porque pensaban que ella era una chica tonta y débil, que no podía permanecer alejada de su amor imposible. Nadie sabía las razones aun, pero por lo menos los rumores se desvanecían poco a poco. O eso era lo que parecía ser.

     Catherine le miró atentamente. Ellen estaba tocando el piano en una hora que no le correspondía. Lo observó desde la entrada, apreciando su técnica; era impecable, quizás demasiado. Ellen siempre tocaba sin errores, totalmente correcto, en una postura elegante y con mucha precisión. Como le enseñaron, seguramente desde que era pequeño. Era preciso, frío como nadie. No se parecía a la rebeldía de Lawrence o al estilo y técnica de otros de sus alumnos. No era nada especial, nada nuevo o innovador. Y Catherine pensaba que era un talento desperdiciado.

    — ¿No tienes clases? — preguntó, colocando sus listas y hojas de apuntes en el escritorio. Ellen dejó de tocar.

    —Oh, discúlpeme. El profesor dejó que preparamos nuestros números para el recital, y aquí estoy— respondió con una cordial sonrisa.

    —Qué bien. Solo necesitan ensayar la pieza unas cien veces para que les quede perfecta. ¿Qué clase tendrá Lawrence ahora mismo?

    — ¿Quiere que vaya? Podría pedir un permiso al profesor…

    Catherine lo dudó un momento, antes de asentir con la cabeza.

    —Sí, ve.

    Ellen se levantó, con una sonrisa triunfal en el rostro.

    Los alumnos comenzaron a irse. El profesor decidió que no era necesario adelantar clases del semestre siguiente, puesto que iban totalmente normal en el ritmo de los exámenes y las prácticas. Así que, por su parte, el semestre había finalizado. Liam se levantó en un afán de salir al tiempo que lo hacían Sandra y Daniel, pero Lawrence le tomó por la muñeca, mirándolo intensamente. Liam volvió a sentarse, fulminándolo con la mirada.

    El profesor fue el último en irse, pero de los alumnos ya no había nadie más que ellos dos. Les deseó un buen día a los muchachos y, por alguna razón, cerró la puerta.

    Se hizo el silencio. Un silencio incómodo, intenso y mutuo, que ninguno quería deshacer. Era algo compartido, algo de ellos. Liam lo quería tanto que comenzó a sentirse culpable por la frialdad con que le trataba, pero al poco rato regresaban los sentimientos encontrados y contradictorios. Primeramente pensaba que, si le trataba así, era porque se lo merecía. Pero en segundo plano estaban aquellas conclusiones adustas de que el también había sido algo cruel. Y de nuevo culpa, y de nuevo enfado. Pero el odio jamás estaba presente.

    — ¿Cómo estás? — la voz de Lawrence se escuchó como un susurró delicado, profundo pero intenso, íntimo, sus cuerdas vocales parecían telas de araña. Liam volvió a sentirse culpable y un nudo se le instaló en la garganta y en el estómago. Se quedó sin habla. Law nunca le había hablado con ese tono tan especial, que podía compararse con lo que sentía Lawrence cuando Liam le sonreía.

    —Bien— respondió al percatarse de que no había dicho nada en unos segundos. En realidad, no sabía cómo se sentía. Lo había dicho solo por decirlo. Aunque no quisiera admitirlo, la presencia de Lawrence había traído consigo una tranquilidad inmensa, pero seguía estando deprimido al punto de que todo en el era cansancio, cansancio y resignación. Resignación y esos pensamientos nocturnos que tanto le atormentaban.

    Y el silencio les inundó otra vez.

    —Alguna vez tenemos que hablar de esto.

    Liam desvió la mirada, tratando de reprimirse lo más que podía. Apretó los labios.

    —Sí.

    Lawrence le obligó a mirarlo, y le tomó la mano por debajo de la mesa. Se miraron, intensamente, sin hablar, fundiéndose en las pupilas del otro, admirando todos los sentimientos que refulgían como llamas en el color de sus ojos. Mutuamente, encarecidamente, adorándose sin decir nada. Law apartó la mirada en cuando sintió que las ganas de juntar sus labios eran insoportables. Sentía que estaba prohibido, que no poder tocarlo sería su castigo.

    — ¿Puedo ir a dónde te hospedas? — preguntó, después de un carraspeo.

    Liam sintió cierto alivio al escuchar eso.

    — ¿Cuándo?

    —Después de trabajar.

    Liam sonrió levemente, de lado. Y asintió con la cabeza.

         Ellen tardó un buen rato en asimilar lo que veían sus ojos. Sintió, de alguna extraña manera,  que un profundo alivio se apoderaba de su cuerpo. No era que se sintiera bien, ni que se lo esperara. Más bien  experimentaba una liberación de intriga resuelta que desde su fiesta no había podido comprender. Cuando conoció a Oliver y Lawrence lo presentó como su pareja, no pudo sino pensar que algo faltaba en aquel panorama de novios sensuales y enamorados. Una chispa, una reacción; realmente no lo sabía. Ni hubiese podido explicarlo en aquellos momentos, porque era un aspecto que tenía que verse.

    Y en esos momentos, a través de la diminuta ventana de una puerta de madera, lo veía. Y aunque le era extraño, no parecía difícil de explicar.

    No porque Lawrence hubiese tomado con ternura la mano de Liam entre las suyas. Era algo mucho más estúpido. Obvio entre los que conocían de esas cosas y que a la larga era imposible de ocultar: la mirada penetrante e intima que compartían mutuamente.

    Y fue aquella la respuesta a todas sus dudas, a la intriga que había quedado molestamente incrustada en su memoria desde el día de su fiesta. Esa mirada era la que había faltado entre Oliver y Lawrence. Parecía casi cómico haberlo descubierto así. Hubiera soltado una carcajada, pero el plan que surcó su cabeza era mucho más divertido y valía la pena esperar, callado y desapercibido.

    Tomó con silenciosa parsimonia su teléfono móvil del bolsillo derecho de su pantalón. Puso la cámara maldiciendo que los botones fueran tan escandalosos.

    Y un solo click capturó el nuevo chisme escolar.

 

    Se escuchó un chasquido en la puerta y, rápido como un rayo, Liam soltó la mano de Lawrence, mientras desviaba la mirada. La persona que entró le jodió el día como nadie tendría una idea. No pudo evitar fruncir el ceño cuando una serie de imágenes surcaron su cabeza. Recordaba como Lawrence besó a Ellen siempre como si fuese cámara rápida, pero una y otra vez. Lawrence se revolvió, visiblemente incomodo; y Ellen no dejaba de sonreír.

   —Perdón. No están en clases, ¿verdad?

    Liam puso los ojos en blanco. Vaya pregunta estúpida.

    —No— respondió Law de inmediato, queriendo terminar con lo que fuese de una buena vez. Ellen sonrió de nuevo.

    —Hola, Liam. Hace rato que no te veía...— dijo, a Liam siempre le resultaba que hablaba con un tono venenoso—. Desde la fiesta has estado como ausente, no te ubico con tus amigos y te vas de la facultad muy temprano.

    Liam trataba de no fulminarlo von la mirada.

    — ¿Y qué con eso? — preguntó. Un poco más rudo de lo planeado.

    Ellen se encogió de hombros.

    —Solo me parecía inusual. Disculpa, no era mi intención ofenderte.

    —Solo no hables y estará perfecto.

    Lawrence carraspeó, intentando que Ellen y Liam dejaran de verse de aquella manera, como si fuese un duelo mental. Funcionó. El de pelo naranja lo volteó a ver, cambiando drásticamente la expresión en su rostro por una sonrisa casi angelical que no engañaba a nadie.

    — ¿Qué pasa, Ellen? — preguntó. Ellen era de las personas que siempre iba al grano, y en esos momentos, gracias suerte, no lo hacía.

    —Catherine espera que puedas ir a ensayar, solo un momento. Dice que simplemente debemos tocar la pieza una y otra vez para perfeccionarla.

    Lawrence alternó sus miradas. Liam no lo observaba. Tenía la mirada en un punto fijo de la pared de enfrente y parecía enfadado, aunque no hubiese podido asegurarlo con facilidad. Se levantó y tomó sus cosas con rapidez, mientras le daba la espalda a Ellen para lanzarle a Liam una mirada, pidiéndole que dijese algo.

    —Ve. Estaré en la cafetería.

    Law sonrió y asintió con la cabeza.

    El día había sido tedioso y muy largo. La semana, a pesar de comenzar apenas, tenía el potencial completamente estructurado de convertirse en lenta y amarga.

    El hotel, como siempre, parecía vacío. Era aquélla una de sus características principales: su eterna y lúgubre fachada solitaria. Liam sabía que no era así. Casi todas las habitaciones estaban siendo ocupadas por personas que supuraban vibras aburridas y amargadas: esposos peleados con su pareja, hombres de negocios en alguna empresa humilde, gente rara que sabrá el cielo que hacían de su vida, hijos escapando del hogar…

    Pidió comida china a domicilio. En el tiempo que llevaba allí había querido llamar a su madre en más de una docena de ocasiones, y después recordaba que Emma no se había puesto en contacto con él. Ni siquiera se había tomado la molestia de investigar en donde se encontraba su único hijo. Liam no quería albergar en su corazón ese sentimiento: rencor. Rencor hacia la persona que le dio la vida.

    Definitivamente necesitaba salir, hacer algo. Dejar de pensar en tonterías y ocupar su mente en actividades más importantes. Pero era un hecho que ganas de salir no tenía.

    Sacó su saxofón del estuche y unas partituras que había estado practicando con el profesor Edelman. Pasaba horas tocando. Se había acostumbrado a aquél sentimiento que embargaba. Era una perpetua y ajetreada resignación. No tenía ganas de sonreír ni tenía muchas energías, pero tampoco deseaba fundirse en la lúgubre oscuridad en la que estuvo los primeros días.

    Después de un momento encendió la televisión. El domingo pasado había tirado todas las botellas de licor que escondía debajo de la cama. La habitación estaba completamente libre de alcohol. Ya no le apetecía amanecer con resaca todos los días.

    La televisión seguía encendida y el sol se ocultaba. La comida china estaba sin tocar en la mesita de noche. Y él se quedó profundamente dormido sin quererlo.

    Alguien le llamaba en sueños. Al principio con mucha delicadeza, suavemente. Meciéndolo con esa voz que embriagaba sus adormecidos sentidos, porque de verdad estaba soñando. Pero poco a poco se tornaron graves y con un volumen alto, demasiado. Y poco después fueron acompañados por golpes que iban de tres en tres. Primero un sonoro Liam y luego tres golpes, y comenzaba otra vez. Una, dos, tres, cuatro, cinco veces. ¿Qué estaba pasando? ¿Por qué gritaban su nombre tan insistentemente? Después descubrió que la voz grave y de carácter fuerte era la de Lawrence. Recordó donde se encontraba, recordó todo y sus sentidos por fin comenzaron a trabajar.

    Lawrence estaba tocando la puerta de su habitación de hotel.

    Se levantó de mala gana, frotándose los ojos al tiempo que iba hasta la puerta. La abrió. Afuera estaba helando. Lawrence lo miró con cierto aire enfadado, que se disipó por completo al observar su adormilado rostro, el cabello despeinado y los ojos abotagados.

   —Que escandaloso eres— atinó a decir Liam, su voz aun ronca por la prolongada siesta.

    Liam le dio la espalda, pero alcanzó a escuchar una leve risita de Lawrence. Esa simple expresión logró que su corazón diera un vuelco. Le gustaba oírlo reír.

    —Lo siento. Pensé lo peor porque no me abrías....

    — ¿Cuánto tiempo llevas afuera?

    —Como quince minutos. No pensé que tuvieras el sueño tan pesado.

    —Yo tampoco.

    El silencio reinó la habitación, una exención de palabras llena de complicidad. Nada incomoda.

    Se sentaron en la cama, apoyados en la cabecera y con las piernas completamente estiradas. Lawrence descubrió en el buró la comida china intacta y enfriada.

    — ¿No has comido?— preguntó, frunciéndole el ceño mientras lo observaba.

    —No. Me quedé dormido toda la maldita tarde.

    —Ya me di cuenta. Come, anda.

    —Esta fría. Me la como después, tranquilo.

    Liam disfrutó de ese momento, viendo a Lawrence auténticamente preocupado por él.  

    — ¿Liam?— llamó Lawrence de repente interrumpiendo el silencio. El aludido volteó a verlo, dándole a entender con la mirada que lo escuchaba; pero Lawrence tragó saliva y Liam se puso de pronto algo nervioso—. ¿Cuándo piensas hablar con Emma?

    Liam desvió la mirada y sonrió como burlándose de sí mismo. Lo que le preguntaba Law, definitivamente, no tenía respuesta.

    —La verdad no tengo idea— dijo después de soltar un suspiro largo, para relajarse—. Lo he estado pensando todos los días, pero..., no sabría ni que decirle. Todo lo que tenía que confesar se ha dicho. Ahora depende de mi mamá lo que siga ¿no? quizás no quiere localizarme porque  no le interesa verme de nuevo.

    —No digas eso— Lawrence lo menos que quería era ver a Liam deprimido, pero necesitaban hablar del tema para comenzar a superarlo—. Liam, Emma te adora. Solamente está muy asustada...

    — ¿Y qué hay de mi? — desde aquél momento, Liam no pudo cerrar la boca. Necesitaba expresar todos los malos sentimientos que últimamente se había guardado—. Lawrence, solo somos ella y yo. Ella es mi única familia real y me ha despreciado ¿qué se supone que debo sentir yo? Es lo que soy, lo toma o lo deja. Y, como van las cosas, creo que dejara que me vaya.

    — ¡No! — exclamó Law, viendo como el rostro de Liam se deshacía en angustia. Ambos hablaban en voz baja, confidencialmente, abrigados en la intimidad de ese modesto cuarto de hotel—. Liam, dale tiempo. A los dos, porque William también es tu familia.

    Liam tragó saliva. Recostó su cabeza sobre la cabecera y cerró los ojos, repitiéndose una y otra vez que habían sido ya suficientes llantos. No recordaba haber derramado lágrimas nunca tanto como aquellos últimos meses. Debía dejar de ser tan débil.

    —Buscaré un departamento. Quizás es ya la hora en que me independice, si no lo había hecho antes es porque no quería dejarla sola, pero creo que ahora es el momento.

    —Y a mí me gustaría que estuvieras seguro y dejaras de «creerlo»— dijo Law, arrepintiéndose después del tono, maldiciéndose porque comenzaba  a ser cruel—. Escucha, si sí lo quieres iré contigo, pero habla con ellos. Alguno tiene que dar el siguiente paso, y como está todo ese alguien tendrás que ser tú.

    —No quiero que vengas conmigo— dijo Liam, dolido por el tono de Lawrence—. Y, por favor, deja de decirlo como si fuese tan fácil. No lo es, no lo entiendes.

    — Deja de decir que no lo entiendo. Sé por lo que estás pasando.

    —No, Lawrence, no lo sabes. No me lo has demostrado así.

    De nuevo silencio. Un silencio que Lawrence rompió con un susurro.

    —Mierda. Liam, no quiero discutir. Si estoy aquí es porque quiero apoyarte.

    Liam permaneció en silencio. Tampoco le apetecía discutir en esos momentos.

    —Te lo diré luego— respondió, mirándolo con intensidad —. Tengo que pensármelo.

    Lawrence esbozó una suave sonrisa y asintió en silencio. Su brazo se deslizó suavemente hasta la mejilla de Liam y la acarició, paseando sus dedos por su rostro suavemente, igual que la vez en que pasaron la noche juntos. Liam cerró los ojos, rememorando igualmente aquella noche. Deseaban que se repitiera con todo su corazón, pero no atinaban a dar el primer paso. Parecía como si nunca fuese el momento adecuado.

    —Quiero mostrarte algo— dijo Liam de pronto, abriendo rápidamente el cajón del buró. Lawrence vio atentamente como sacaba un gran tubo de papel que envolvía algo grumoso. Abrió los ojos con sorpresa al descubrir lo que era.

    — ¿De dónde sacaste ese porro?— preguntó, entre divertido y extrañado.

    —No importa— en realidad no le apetecía contarle cuándo ni en qué circunstancias lo había conseguido— ¿Qué dices sí...?

    —No— respondió en seguida.  Liam lo miró decepcionado.

    — ¿Por qué? Es solamente una inofensiva y pequeñísima porción de marihuana. Será solo un probete, como en la secundaria.

    — ¿Un probete? Eso parece un jodido habano.

    —Da igual. Una vez al año no hace daño.

    Law lo miró con la cabeza ladeada, demostrándole lo tonta que le había parecido esa expresión.

   —Nunca me he metido esa mierda.

    Liam lo miró levantando las cejas en señal de auténtica incredulidad. Se apoyó con las rodillas en el colchón e inclinó su cuerpo.

    — ¿El experimentado y sabelotodo Lawrence Pullman no ha calado jamás un poco de hierba? ¿Un fumador y bebedor de antaño no ha probado la más inofensiva de las drogas, la querida de Marley, la hierba de los dioses?— su tono de voz era incitador, y muy irritante.

    Lawrence lo miró con una discreta llama de desafío en los ojos.

    —Prende el maldito cigarro.

    Liam sonrió. Había ganado aunque Lawrence pensara lo contrario. Ambos se incorporaron, quedando uno frente al otro con las piernas cruzadas. Liam sacó del cajoncito un encendedor de gas y lo accionó girando la tuerquita que tenía al costado. Colocó el porro entre sus labios mientras lo encendía, siempre mirando a Lawrence, a quien le parecía aquella una provocación bastante excitante. Liam tomó el cigarro entre el pulgar y el dedo corazón y exhaló lentamente un humo picante y denso de olor muy fuerte. Después se lo dio a Law.

    —Es fácil si ya has probado el tabaco.

    Lawrence lo tomó, dudando un poco al metérselo a la boca. Inhaló  como había aprendido a hacerlo con los de nicotina, pero definitivamente era mucho más fuerte. Invadió sus pulmones una llamarada asquerosamente poderosa. Tosió sin poder evitarlo, riendo entrelazadamente. Incluso sentía que le ardían los ojos.

    —Es terrible— dijo entre toses y risas. Liam también rio y sonrió divertido. Solo por ver aquélla expresión Law podría intentarlo de nuevo.

    Liam sentía una especie de adicción al observar como Lawrence era novato en algo, aunque fuese un aspecto tan estúpido como andarse drogando. Tomó el cigarro otra vez, y se le ocurrió algo. Mantuvo todo lo que pudo el humo dentro de sí, acercándose a Law lentamente, observando sus labios. Se acercó lo justo para exhalar dentro de su boca compartiéndole la humareda, y le susurró con suavidad, mirándolo:

    —Mantenlo todo lo que puedas.

    Así hizo Lawrence, demasiado provocado como para atinar a decir algo medianamente coherente. Logró sacar el humo sin grandes complicaciones más que un picor leve en la garganta que le provocó un carraspeo.

     Liam sonrió otra vez, alejándose. Lawrence agradeció las otras caladas a la marihuana, que hicieron que todos sus músculos se relajaran y todo le pareciese gracioso. Una provocación más y Lawrence no habría podido quedar satisfecho hasta poder comerse a Liam a besos y apoderarse de él, toda la noche.

 

    Amanecieron juntos en la cama, oliendo a drogas y sintiéndose peor que con una resaca. Liam fue quien se levantó primero, mirando el reloj y al escuchar un suspiro supo que Law también se había despertado.

    —Mierda, apesto y no tengo otra ropa— dijo con voz grave y ronca.

    —Te prestaré una camisa— Liam rió. Ver a Lawrence despertar era algo divertido.

    — Gracias.

    —Voy a bañarme.

    Lawrence estuvo completamente tentado a decirle «te acompaño», pero, afortunadamente, lo guardó para su íntima y pervertida mente.

    La camisa que Liam le prestó era una negra y simple de mangas largas que le quedaba ligeramente corta. Ambos se ducharon y arreglaron, entusiasmados porque compartir cosas tan simples y hogareñas les satisfacía. Law se imaginó como sería si vivieran juntos, y aquello le asustó un poco. En ocasiones se sentía intimidado de aquél sentimiento tan grande hacia Liam.

    — ¿Seguro que quieres que lleguemos juntos?

    Liam asintió con la cabeza, desinteresándose del tema. Confianzudo al imaginarse que las conclusiones que se haría la gente sería cualquiera menos la correcta.

    Cuan equivocado estaba.

    El tráfico a esas horas era irritante y muy denso. Se movía como arterias infestadas de mercurio y los conductores estaban malhumorados, desvelados y apresurados, ardientes en deseo por llegar a su trabajo o a su escuela. Law y Liam no hablaron demasiado en el camino. Ambos estaban de acuerdo en que, después de haberse fumado el porro entero en tan poco tiempo, necesitaban relajarse, pensar, acompañarse en silencio.  Sus ojos enrojecidos así lo decían.  Había sido algo estúpido e inmaduro, pero ninguno se arrepentía. En aquellos momentos tan delicados cualquier momento compartido y sin discusiones era bienvenido para ser guardado como una anécdota especial.

    Liam se estacionó en la última fila de cubículos amarillos del aparcamiento. Miró extrañado como, justo al entrar, todos y cada uno de los grupos de estudiantes acumulados en la entrada se voltearon para mirarlo.

    Frunció el ceño. Lawrence también lo notó pues volteó a verlo, extrañado. Las miradas de los de afuera eran entre sorprendidas, escépticas y desagradables y hablaban casi a cuchicheos, parpadeando, cambiando la dirección de sus ojos como si alguien fuese a descubrir alguna sorpresa o secreto.

    El corazón de Liam comenzó a latir con fuerza. Estaba tan hundido en secretos que se difundían que ya no le sorprendería un escándalo más. Salió del auto con lentitud, deseando postergar y volver a aquellos momentos de tranquilidad y silencio. Estaba temblando. Palpó con fuerza el botón de la alarma para activarla entre sus dedos temblorosos. Lawrence solo lo veía con preocupación. Pensaba exactamente lo mismo que él. Liam apretó los puños hasta cortarse la circulación. Estaba sudando. Escuchó que Law le preguntaba si se encontraba bien y se puso frente a él tomándolo de los hombros. Lo apartó. Todo debía terminar, y mejor que ninguna reacción o movimiento en falso lo empeorara.

    Tal vez no era nada, estaba exagerando. Qué estúpido.

    Aun así alejó todos los pensamientos medianamente positivos de su cabeza.

    Llegó a la entrada. Los miraban fijamente, a ambos. Avanzó un poco más. No sabía a dónde iba, solo andaba, agobiado por las miradas de todos y con Law pisándole los talones. Llegó, automáticamente, al aula de instrumento de orquesta. Sandra prácticamente lo recibió en la entrada. Junto a ella estaban Courtney y Evan, y Daniel.

    Liam solo miró a su mejor amiga. Sandra expresaba en su rostro angustiado una preocupación inmensurable. Él no sabía que pasaba y cómo deseaba que alguien le explicara. Avanzó lentamente hasta Sandra. El grupo estaba silenciado, lúgubre, nadie sabía que decir.

    — ¿Qué pasó? — al final Lawrence fue el único que atinó a decir algo más allá de todas aquellas significativas miradas y su tono de voz se escuchó irritado, como soltando una orden importante.

    Courtney se acercó y les tendió su teléfono celular, a ambos. Liam la miró con los ojos abiertos de par en par y lo tomó bruscamente, mientras Lawrence se acercaba a él.

    Era un archivo. Un archivo que se llamaba “la verdadera razón”. Una imagen. Liam la miró sin poder creerlo. Sintió como si todos los músculos de su cuerpo se petrificaran. No podía moverse. El celular se mantuvo pegado a la palma de su mano, y sus ojos completamente fijos a él. Estaba rígido, pero dentro su corazón palpitaba descontrolado y sentía escalofríos recorrerle desde la punta de la cabeza hasta los pies. Intentaba hablar. De veras lo intentaba, pero no podía abrir los labios. Escuchaba las voces lejanas y ecualizadas, como si estuviese atrapado dentro de una burbuja de cristal.

    Pensó en Daniel, porque era el único, de los que consideraba sus verdaderos amigos, que no lo sabía. Por fin pudo levantar la vista y se fijó en él, en Dan. Su amigo desde la preparatoria, con quien había compartido ciertos momentos buenos y otros no tanto. Daniel también lo miraba, igual de sorprendido y preocupado que todos; pero con cierto aire extraño, que a Liam comenzaba a serle familiar: decepción, furia e incredulidad. Volvió a bajar sus ojos a la imagen y sintió nauseas. ¿Quién pudo haberla tomado?

    Aquél momento que fuese perfecto para algo así: Lawrence y él, mirándose de cerca y tomados de la mano por debajo de la mesa. La fotografía parecía ser un segundo plano, y la calidad se perdía un poco porque una superficie obstaculizaba una visión ventajosa. La habían tomado desde la ventanita que tenían todos los salones. Pero lo más desagradable era la inscripción que tenía debajo. Unas letras, una simple y patética oración:

    “¿Liam Schmid, GAY?”

    —Liam, estás pálido— no supo ni quien formuló la oración, pero lo trajo a la realidad con la misma crudeza que si le hubieran lanzado una cubeta de agua congelada. Subió su mirada. Parecía una especie de interrogatorio. Ahora Courtney y Evan y Lawrence y Sandra y Daniel lo rodeaban con las mismas expresiones.

    Liam trataba de decir algo. La clase estaba a punto de empezar. El profesor estaba ya en el aula, y también lo miraba desde su escritorio con curiosidad, al igual que todos sus compañeros del grupo. Algunos también lo rodeaban en un círculo mucho más discreto y alejado, pero que se notaba. Los que caminaban por allí, de otros grupos o semestres, lo miraban de arriba abajo, juzgándolo. Algunas chicas parecían decepcionadas, otras personas le miraban con cierta repulsión. El nuevo chisme: Liam era homosexual y todo ese tiempo había estado ocultándolo, teniendo en secreto una relación con Lawrence Pullman.

    Balbuceó un par de veces, pero su cabeza daba vueltas y no lograba ordenar sus ideas. Miró de nuevo el celular, observando la hora. Faltaban dos minutos para la entrada oficial. Todos estarían en sus clases, pero él necesitaba irse, tomar aire, dormir, lo que fuere para no tener que pensar en ello.

    Le entregó el celular a su dueña y salió del círculo que lo rodeaba, comenzando a caminar a un ritmo normal, hacia el pasillo que daba a la salida del edificio. Escuchó que algunos le llamaban y otros lo miraban. El no miraba a nadie más que el reluciente piso blanco.

    Y le miraron y lo llamaron hasta que desapareció tras la salida de emergencia.

    Llegó hasta la azotea del edificio principal. Los últimos pisos de éste estaban llenos de oficinas sin usar, instrumentos musicales descompuestos y bodegas llenas de archivo, por lo tanto nunca había nadie que quisiese pasarse por aquél techo a respirar aire fresco. Liam respiró, y el aire se sintió tan puro y relajante como si estuviese en seguida de un manantial de alguna selva tropical.

    Fue hasta uno de los bordes. La barda de resguardo le llegaba hasta la mitad de su torso. Apoyó los brazos extendidos, encorvando su espalda y soltando un gran suspiro. Después alzó la cabeza y miró el cielo grisáceo. Cerró los ojos. Se preguntaba, una y otra vez, que pasaría ahora. Ahora que todo había sido revelado a todos, incluso a quienes no tenían porque enterarse. Sonrió con ironía. Lo rechazarían, por lo menos. Ya lo habían rechazado. Eso le decían todas aquellas miradas llenas de un juicio brutal.

    Escuchó la puerta que conducían las escaleras. Se volteó rápido, impulsado por un impulso protector. No quería que nadie le molestase, y mucho menos las personas enteradas de la fotografía que, al parecer, estaba siendo difundida vía bluetooth por toda la universidad.

    Pero nadie desconocido apareció. Era Lawrence, que parecía haber corrido hasta allí. Avanzó tres pasos rápidos hacia él, pero Liam levantó su brazo izquierdo en un ademán de advertencia, que no se acercara más.

    —Estoy bien Lawrence, solo necesito estar solo. Déjame— exclamó, en un tono que mostraba fácilmente su desesperación: rápido y con un cierto tartamudeo—. Vete, por favor, no quiero hablar con nadie.

    Lawrence lo observaba con el ceño fruncido y una expresión verdaderamente preocupada y dolida. Liam probablemente no sabía cómo se veía en aquellos momentos. Tenía los ojos abiertos de par en par y parecía temblar, y sus movimientos eran nerviosos y compulsivos.

     —Liam…— se acercó más a él, testarudo.

    — ¡Te digo que estoy bien! ¡Vete! No te acerques más.

    Pero Lawrence nunca cedió. Fue acercándose más y más con movimientos lentos mientras Liam, a la par, seguía diciéndole que se fuera; pero parecía no querer alejarse. Como si todo su cuerpo estuviese completamente petrificado.

    Hasta que estuvieron ambos cerca. Liam no lo veía; respiraba aceleradamente. Era todo un manojo de nervios. Lawrence lo tomó de la mandíbula para que lo mirara y así hizo. Se miraron fijamente.

    —Lo siento, Liam.

    —Tú no hiciste nada malo— trataba de soltarse y dejar de mirarlo, pero no podía.

    — ¿Entonces por qué siento lo contrario?

    Liam frunció el ceño.   

    —Estoy bien, solo necesito un moment…

    Lawrence lo abrazó. Con fuerza, pero… delicado. No podía describirlo, era algo único. Al poco Liam se encontró a sí mismo devolviéndole el gesto, con igual firmeza y hundiendo la cabeza entre su cuello y su hombro. Fue el mejor consuelo que pudo tener. Las lágrimas ni siquiera salieron, porque no le parecieron necesarias. Era solamente un abrazo, en silencio, que se fue suavizando hasta que sintieron incluso que el viento podía mecerlos. Logró relajarse. Lawrence fue sintiendo como dejaba de temblar, de moverse y de respirar con dificultad. Liam tenía aun muchísimas preguntas en la cabeza, pero en esos momentos sentía que podían esperar, que estaba bien, que estaba en orden.

    Se abrazaron un largo rato, y ya no estaban solos.

 

 

 

Notas finales:

Uff no sé por qué, pero este capítulo me resulto mucho más díficil de escribir que cualquier otro. Quiero que siga en ese punto de "realismo" (aunque sé que no lo es demasiado). Ya saben, los problemas reales de una pareja con sus propios problemas y conflictos...

Qué les pareció? C:

Por cierto: Gracias a todos mis seguidores que dejan reviews. Ya casi son 100!!! Muchas gracias n.n, son todos bien linditos.

En fin, gracias por leerme. Hasta el próximo capítulo! (que, esperemos, llegue rapido jojojojo)

 

BESOTES ENORMES A TODOS. MUACS.


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