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Danza Húngara por Nasuada

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Notas del capitulo:

Sin preambulos,los dejo con el capítulo c:

 

 

Espero les guste.

XXV

Palabras y silencios

 

    Una franja anaranjada en el horizonte difuminó a las estrellas lentamente, convirtiendo el cielo en una masa púrpura y azul. Las luces de los restaurantes y de la iluminación pública urbana se apagaron al sentir el contacto radiante del los primeros rayos solares. El restaurante de veinticuatro horas cambió sus turnos, enviando a casa a los trabajadores nocturnos y, con ello, llegaron nuevos jóvenes descansados y que despedían un aroma a ducha matutina. Liam se desperezó en su asiento acojinado. Estaban sentados en la esquina inferior,  la más alejada de la recepción y la cocina, de las miradas curiosas y los oídos ajenos. No podía creer que se hubieran pasado allí toda la noche, conversando tan solo.

    Observó el reloj digital que colgaba en la pared cerca del recibidor. Faltaban quince minutos para las ocho. En cuanto volvió la mirada descubrió que Lawrence lo observaba, con una sonrisa y su taza de café en las manos.

    — ¿Qué?— preguntó Liam, contagiado de la sonrisa.

    —Nada— respondió Law desviando la mirada hacia la ventana mientras daba un largo trago al café.

    No podía evitar verlo con una fascinación espléndida. Habían pasado semanas enteras y por fin Liam no tenía en su rostro esa expresión de que se encontraba al borde del precipicio.  Parecía liberado y con un buen humor real. Desaparecieron sus ojos apagados y los momentos tan efímeros de tranquilidad.

    — ¿Pedimos algo para desayunar?— preguntó Liam. Hasta ahora habían pasado la noche entera rellenando sus tazas con café cargado, que tomaban negro y con azúcar para poder seguir manteniendo una conversación civilizadas sin cabeceos de por medio. Era extraño que la mesera aun les siguiera atendiendo con amabilidad.

    Law negó con la cabeza.

    —No has dormido nada.

    — ¿Quién eres, mi madre?

    —No, pero es bueno que comiences a hacer bromas sobre madres. Estás progresando.

    —Cierra la boca— replicó Liam, tan solo por decir algo. Porque, a pesar del sarcasmo, había cierta verdad en el comentario.

    —Ya en serio— Law se levantó de su asiento, pues hasta ahora estaban sentados uno frente al otro, y se sentó al lado de Liam—. Deberías descansar.

    —No estoy cansado— la verdad, si lo estaba. Pero se sentía bien con Lawrence a su lado.

    —Ha sido demasiado por una noche— siguió, soltando una carcajada débil—. Oye, Liam...

    — ¿Qué?

    —Entonces... ¿Lo estás llevando bien?

     —Supongo que sí. ¿Por qué?

    —Bueno, estás demasiado tranquilo. Quiero decir, fueron semanas de mierda y de pronto todo se arreglará. Sé que Emma tiene buenas intenciones, pero es... demasiado fácil.

    Liam lo miró intensamente. Tragó saliva. Esperaba que no fuera el principio de una discusión, pero tenía que decir su opinión al respecto. 

    —No quiero juzgar las intenciones de mi madre— respondió, con un tono bastante tranquilo para la tensión en su mandíbula.

    —No, yo tampoco. Es solo....

    —Espera, Lawrence. Sé que estás preocupado por mí. Pero mi familia también lo está. Fue una oportunidad que no iba a desaprovechar por orgullo. Todavía me siento… un poco enojado con ella. Pero la necesito.

    Law torció el gesto, mostrando su desacuerdo de otra forma que no fueran palabras, para así no tener que iniciar una discusión.

     —Bien — respondió simplemente.

     Permanecieron en silencio unos minutos. Liam se acercó a Law lentamente, como buscándolo con la mirada. Se miraron, se sonrieron. Liam se inclinó para que ese fino pero molesto espacio entre ellos desapareciera, pero Law volvió a crearlo inclinando la cabeza. Y le sonrió otra vez, con burla. Se comunicaban sin palabras. La siguiente vez fue Law quien se acercó. Y fue Liam quien desvió la mirada, y fue su turno de sonreír. Al final, en un acuerdo tácito, unieron sus labios, delicadamente, sin prisas de ningún tipo. Law estaba sorprendido. Se estaban besando en un lugar público, y ambos lo deseaban y era plenamente acordado; como cualquier pareja común.

    —Tenemos que irnos — dijo Law, en cuanto de separaron—. Hay que descansar ¿no crees?

    Liam se encogió de hombros.

   

    Al llegar al hotel, ambos fueron a parar a la cama. Y, completamente ajenos a algún deseo sexual que hubieran tenido previamente, se quedaron dormidos de inmediato. Law abrazando a Liam por la espalda.

    Un teléfono sonó en medio de la oscuridad. Liam gimió y se tapó la cara con la almohada. ¿Quién podía estar llamando a esa hora? Pero después recordó que debía ser de mañana, sino es que el día ya comenzaba a rozar la tarde.

    Se arrastró por el borde de la cama, hasta que encontró su teléfono perdido en la inmensidad de ropa amontonada en el piso, de la que había caído de la cama por los movimientos de sus cuerpos al dormir. Carraspeó y entornó los ojos para ver quien llamaba. Había guardado el número como La Señora. Sonrió ligeramente y contestó.

    — ¿Hola?— esperaba que su voz no delatara que había estado dormido hasta casi las doce del medio día.

    —Liam, qué tal. No voy a preguntar porque sé que Lawrence está contigo. Solo quiero saber donde están y hasta qué horas supone que regresará esta vez.

    Liam miró a Law en busca de apoyo, pero éste seguía completamente dormido con el cabello revuelto y la boca entreabierta.

    —Siento mucho, señora Pullman, que Lawrence no le haya comentado donde estaba— respondió, fingiendo inocencia—. Bueno, es que iremos a una cena... con mi madre. Lawrence me acompañará.

    La voz de Corey Pullman cambió por completo de tono al escuchar estás palabras:

    — ¡Liam! Por fin has hablado con tu madre. Me alegro, me alegro. Una cena ¡qué bien!

     —Sí. Gracias— sonrió—. Ah, a mi madre le encantaría que fuera también.

     —No quisiera ser inoportuna.

    —Para nada. Sería usted bienvenida. A mi madre le agrada mucho, y quizás podría darle algunos consejos, ya sabe...

    —Pues yo encantada de asistir, ¿a qué hora es la cita?

    —Llegaremos después de las cinco. Pasaremos por usted de todas formas ¿está bien?

    —Sí, sí. Los espero.

    —Hasta entonces.

    En cuanto colgó el teléfono, trató con todas sus fuerzas volver a dormirse, mas no lo consiguió. Y además, dio tantas vueltas en la cama tratando de acomodarse que despertó a Lawrence. Entonces le contó lo ocurrido con aquella llamada inoportuna y el hecho de que ahora había un invitado más para la reunión de la tarde.

    Lawrence solo se encogió de hombros y dijo:

    —Mi madre le dará buenos consejos. Qué bueno que se te ocurrió.

    Liam se duchó y se arregló con la ropa más decente que tenía disponible en aquellos momentos. Ahora que pensaba con mayor claridad todos los aspectos de regresar a casa, aparecieron las ventajas que, aunque triviales, eran bastante indispensables. Por ejemplo, tendría toda su ropa de regreso, y disfrutaría de nuevo de los deliciosos menús semanales que Leonor preparaba para el desayuno, el almuerzo y la cena.

    Se escuchaba el repiqueteo del agua contra el piso de la ducha. Lawrence se estaba bañando mientras el comenzaba poco a poco a ponerse nervioso y se miraba fijamente, sin verse realmente, en el espejo de la mesita tocador. Seguramente sería una cena en la que los temas incómodos invadirían cualquier tipo de conversación. Y allí, de pie, su mente se invadió de situaciones imaginarias. Bajó la mirada hasta sus pies descalzos, lamió sus labios y comenzó a jugar con los dedos de sus pies. Liam era una persona práctica. Siempre trataba de evitar, en lo posible, lo innecesariamente complicado. De pronto le dio un malestar general en su cuerpo. Apoyó las manos en su nuca e inclinó la cabeza. Soltó un largo suspiro, cerró los ojos. Debía tranquilizarse. ¿No era su familia?, debían ser naturales ese tipo de cosas, ¿no?

    Sintió unas manos colarse por su abdomen. Se sobresalto y luego se encontró a si mismo soltando una carcajada. Lawrence lo había tomado por sorpresa al abrazarlo por la espalda.

    —Hey— se burló Lawrence ante su reacción. Sentía su respiración en el cuello—. ¿Te confieso algo?

    Lawrence no llevaba puesta la camisa. Sentía la calidez de su cuerpo.

    — ¿Qué? — preguntó Liam. Su cuerpo se relajó un poco.

    Law le susurró en el oído, con un tono profundamente sugerente, e intensificó el abrazo.

    —Voy a extrañar esto.

    Liam sintió un escalofrío.

    — ¿Dormir juntos? — preguntó, con cierta ironía.

    —Estar juntos. Solos.

    —Cierto— dijo, volteándose para mirarlo—. Tienes que saber una cosa.

   Lawrence lo miró con perspicacia y cierta picardía. Liam le devolvió la mirada.

    — ¿Qué? —preguntó Law impaciente, al ver que seguía sin decir nada.

    —No tendremos sexo en mi casa. Nunca.

    Lawrence parecía realmente conmocionado. Frunció el ceño y Liam se burló de él.

    — ¡Pero cómo crees que yo…!— dijo Law, percatándose de la burla y deshaciendo aquel gesto desorientado—. Yo nunca lo había pensado.

    —No tuviste reparos en hacerlo en tu departamento, pero está prohibido en mi casa. Totalmente.

    Law lo miró con los ojos muy abiertos, tratando de mantener la seriedad. Le cohibía un poco aquella prohibición. Ya lo daba por hecho, por supuesto. En la casa de Liam había demasiadas personas, a todas horas y, obviamente, no era una opción muy viable. Pero sonaban desalentadoras las palabras tan físicas.

    — ¿Castidad? Comprendo— dijo y se alejó unos pasos, fingiendo indiferencia.

    Observó el rostro de Liam, que parecía igual de divertido.

    —Yo no he dicho eso.

    —No hay muchas oportunidades en mi departamento, y tu casa está prohibida.

    Liam se acercó a él, lentamente. Y lo miró fijo.

    —Tendremos que arreglarlo de alguna manera…

    Lawrence frunció el ceño. ¿Acaso Liam lo estaba provocando? Sus miradas se encontraron, tan cercanas que un simple movimiento hacia adelante los conectaría al instante. Lo tomó de la nuca con delicadeza e hizo desaparecer aquel molesto punto de espacio entre sus rostros. No era cansado, para nada. Quererlo, besar a Liam una y otra vez era la única repetición que parecía realmente valer la pena.

    Liam también se acercó, abrazándole por la cintura con suavidad, apenas rozando la piel cálida de su cintura.

    Cuando llegaron al departamento, Corey Pullman ya se encontraba perfectamente arreglada. Liam pensó que incluso se había puesto sus mejores ropas, pues la hacían lucir con una elegancia que no le había visto más que en la fiesta, cuando tocaron Danza Húngara.

    Liam estaba jodidamente nervioso. Podía hacer el tonto con Lawrence cerca, pero cuando se tomaba las cosas en serio sin aquellos sentimentalismos de por medio, las cosas se veían con una claridad abrumadora. Los planes de la cena comenzaban a surcar su mente; las conversaciones simuladas lo invadían. Y no quería eso, porque sabía que nunca salían como uno esperaba, y había dos opciones que se anteponían a la obvia decepción: la decepción buena de las apasionadas pero bajas expectativas, o la decepción real; aquella en la que esperabas demasiado.

    Temblaba de pies a cabeza y era crónico. No paraba. Demostraba su ansiedad con dosis de energía difíciles de disimular. No podía estar sentado bajo ninguna circunstancia.  Lawrence y su madre charlaban alegremente en la cocina mientras preparaban el famoso pay de limón que ella presumía en cada reunión a la que asistía; y Law, aparentemente, era su asistente— obligado— principal.

    Y Liam no tenía otro remedio que escuchar desde la sala, fingiéndose tranquilo y jugando obsesivamente con un hilo que colgaba de su suéter tejido, y que se había encargado de hacerlo cada vez mas grande.

    — ¿Ya estás listo, Liam? — se escuchó la voz de la señora Pullman. Era como la tercera vez que se lo preguntaba, y sin razón aparente; pues había estado listo desde el hotel.

   —Sí, señora— respondió después de carraspear.

    — ¿Llegaremos tarde ?— preguntó de nuevo ella. Esta vez en una especie de susurro que no excluía a ningún oído, pero indicando que hablaba con su hijo.

    —Si no te apuras, sí— Lawrence se escuchaba un poco exasperado, como si estuviese a punto de perder la paciencia.

    Era verdad. Liam miró el reloj que colgaba en la pared del extremo del comedor. Contando otros veinte minutos de estancia en el departamento, y el tráfico de hora pico, era seguro que llegarían atrasados. Eso le hacía sentirse con el pendiente de que su madre creyera que no asistiría, y volviera al hotel a preguntarle la razón de su tardanza o algo por el estilo.

    Vio a Lawrence salir de la cocina con un refractario forrado de aluminio. En cuanto se encontraron sus miradas, observó como su semblante se mostraba extrañado.

    — ¿Qué te pasa?— le preguntó con el ceño fruncido. Liam no supo que contestarle. No sabía a qué se refería.

    — ¿Por qué?

    — ¿Te dormiste o algo? Te ves, no sé, con sueño.

    Liam negó con la cabeza, encogiéndose de hombros. Aunque, analizándolo, constató que era verdad. Se sentía como drogado, como en una burbuja que lo protegía del estrés innecesario.

    —Supongo que estoy tratando de no enloquecer completamente— dijo, rascándose la cabeza y levantándose del sofá.

    —Tranquilo— Lawrence se acercó—. Esto es para mejorar.

    —Lo sé— respondió, con una sonrisa conciliadora.

    — ¡Leonor, faltan los tenedores aquí!

    La mesa estaba lista. Perfectamente alineada. Tan perfecta que parecía que nadie iba a comer allí, como si fuese algún comedor de aparador en el centro comercial. En la mesa, un precioso arreglo de anturios y cunas de moisés adornaba su centro. Repasó en su mente, por cuarta vez, la lista de accesorios de mesa. Todo estaba en su lugar, nada faltaba más que los tenedores que Leonor, justo en aquel momento, comenzó a colocar con una precisión casi robótica. Sintió unas manos firmes en sus hombros y un beso en la cabeza.

    —Todo irá bien— dijo la voz fuerte de William.

   Emma suspiró y aceptó las caricias delicadas de su esposo.

    —Lo sé.

    Las manos le temblaban. Sentía el ligeramente cálido destello del sol invernal en su rostro. El tiempo que pasó parado frente a su auto jamás lo supo. Miraba fijamente el destello débil de los rayos en la pintura roja, los diversos brillos que por ello se creaban. Hasta que sintió una presión firme pero suave en su hombro. Era Lawrence, que lo miraba con una sonrisa conciliadora y sus ojos verdes brillando de impaciencia.

     — ¿Quieres que conduzca yo? — preguntó, medio en broma. Liam le tendió las llaves inmediatamente, sin saber muy bien porqué; nadie jamás había conducido su auto además de él. Lawrence miró su mano extendida, con el ceño fruncido—. ¿Seguro?

    Liam asintió, descubriendo la razón: confianza, nada más.

    —Ay no, Liam— se escuchó la voz de Corey a sus espaldas—. Yo creo que tu deberías conducir, por el bien de todos. No recuerdo cuando fue la última vez que Law condujo un automóvil en buen estado.

    Pero fue demasiado tarde. La última palabra la pronunció cuando su hijo había encendido el motor y metía la primera velocidad.

 

     El trayecto de Queens a Los Hamptons fue silencioso, e incomodo si no fuera porque Liam parecía tan perdido en sus pensamientos que, realmente, su presencia pasaba desapercibida. De vez en cuando, en los semáforos rojos o los embotellamientos típicos de las avenidas principales, la señora Pullman hacía un comentario sobre el clima, el estúpido conductor de junto, y demás trivialidades que se desvanecían en el viento tan rápido como fueron pronunciadas. Cruzaron hasta Medford en más de una hora. Por ello Lawrence demostraba—mediante largos apretones al claxon y maldiciones— que los trayectos largos en automóvil le ponían de malas. Siempre había preferido el calor corporal y las manoseadas involuntarias en el metro que permanecer en un mismo lugar durante quince minutos y avanzar medio metro al transcurso de ellos. Su nula paciencia no lo soportaba.

    Pero poco a poco, el tráfico comenzó a disminuir y los taxis amarillos y autos familiares fueron sustituidos por carros deportivos o camionetas de diez plazas. Law redujo la velocidad y bajó la ventanilla eléctrica en la caseta de vigilancia. El guardia, después de observar a Liam con curiosidad y asombro mal disimulados, le permitió la entrada sin reportar la visita.

    —Liam, tu vecindario es muy bonito— dijo Corey, asombrada al ver el tamaño de los condominios.

    Liam se limitó a asentir y respirar hondo. Algunos vecinos, que estaban fuera de sus casas por alguna razón, lo observaban sobre el hombro; y se preguntó qué clase de suposiciones se habían hecho de su ausencia (porque era obvio que la habían notado), o si acaso su madre los había puesto al tanto.

    — ¿Dónde lo estaciono? — preguntó Lawrence frenando casi por completo en frente de la casa. Había un lugar libre en la cochera, pero no sabía si Liam deseaba ser más discreto en su llegada.

    —Aquí mismo— respondió éste.

    Caminaron con lentitud hasta el adorable camino de asfalto que conducía a la puerta de entrada. Corey Pullman iba peinándose el cabello con las manos, palpando sus mejillas para enrojecerlas y peinando también sus cejas. Lawrence sostenía con mucha fuerza el pay de limón cubierto de aluminio que sostenía. Y Liam. Liam se dedicaba a mirar la puerta como si fuese la entrada al purgatorio.

    La señora Pullman fue la encargada de tocar la puerta al darse cuenta de que ninguno de los chicos estaba dispuesto a hacerlo. Les dedicó una mirada de regaño maternal por el miedo que, innecesariamente, sentían.

    —Si vinimos aquí es por algo— les dijo mientras esperaban a que alguien abriera—. Yo pasé por lo mismo, y no es tan malo como creen.

    Liam se preguntó si su madre y su reacción pensarían lo mismo.

    Se oyó el chasquido de la puerta, y detrás de ella apareció Leonor con un trapo en las manos. En cuanto vio a Liam, sus ojos brillaron.

    — ¡Oh! — exclamó la anciana, dándole un abrazo rápido. Liam no pudo corresponder el gesto, pues lo dejó petrificado aquella reacción inesperada—. Pasen, pasen, querido. Qué bien que vinieron, pasen.

    Dentro, Emma y William los esperaban en el umbral. Lawrence estuvo a punto de reírse, en parte de nervios en parte por diversión. Ambos padres de Liam tenían prácticamente la misma mirada de terror que su hijo hasta ahora. Él y Corey solo podían sonreír. Y Liam miró al frente esperando que alguien rompiera el silencio o se atreviera a moverse de donde estaba. Fue un momento realmente incomodo. Nadie decía absolutamente nada. Solo esperaban. Esperaban para saber si debían hacer como si nada, o hablarlo de forma indiferente, o solo no hablarlo, o hablarlo con seriedad. Law y Liam ni siquiera estaban cerca el uno del otro por temor a que la escena se hiciese más tensa, y por ello nadie podía hacer comentarios como “hacen bonita pareja después de todo” ó “me alegra que estén juntos, de verdad”, y así ambos intercambiaran una mirada sincera y una sonrisa como en algún patético final feliz de telenovela.

    — ¡Corey! — al final, Emma retiró la mirada de su hijo y miró a la señora Pullman, con aquella sonrisa radiante que no engañaba a nadie. Extendió los brazos y se acercó para abrazarla y besarla en las mejillas. Se escuchó un suspiro aliviado general, y pareció como si todos relajaran los hombros—. Qué bien que nos acompañes.

    —Es para apoyarlos. Puede que en estos momentos todo sea excesivamente embarazoso, pero ya verán como al final todo está bien— dijo Corey, sin pelos en la lengua, y después dio un vistazo general a la sala—. Tu casa es hermosa.

    Emma solo sonrió, un poco más honestamente.

    —Vamos al comedor. La cena ya casi está lista.

    Leonor los dirigió en silencio hasta la mesa. William se sentó en uno de los extremos cortos de la mesa rectangular. Emma se sentó a un lado de William, en el extremo largo. Y Liam estuvo a punto de sentarse a su lado, cuando Corey prácticamente lo empujó para que se sentara junto a Law. Movió sus labios en silencio modulando algo como “compórtense como pareja”.

    Y no tuvieron otro remedio que obedecer.  

    — ¿Y desde hace cuanto que viven aquí? — preguntó Corey inmediatamente, evitando los silencios a toda costa.

    —Oh, bastante ya. Desde que Liam tenía seis años.

    — ¿Es muy caro vivir en esta zona?

    —En realidad— esta vez fue William quien habló. Emma se giró a ver a su esposo con una dulce sonrisa—. Es mucho más caro y complicado vivir en Manhattan.

    —Vaya, no lo sabía. Aunque esta parte de la ciudad está muy lejos de todo ¿no le parece?

    —No especialmente. Nueva York es una ciudad pequeña. Nos desplazamos lentamente por el tráfico, más que nada. Emma en ocasiones va a la ciudad, pero yo procuro administrar el negocio desde el local principal, que está cerca de aquí.

    —Es cierto, Law me dijo que usted era dueño de una franquicia de gimnasios.

    —Así es.

    Leonor les sirvió a todos un plato con crema de zanahoria. Se interrumpieron un momento, observando cada movimiento de la anciana y sonriendo débilmente. También sirvió rollos de carne rellenos de puré de papas y ensalada de pepino con queso de cabra. La señora Pullman hablaba sin parar, deteniéndose de vez en cuando para darle un sorbo a su vino tinto. Lawrence y Liam se miraban de vez en cuando, sintiéndose fuera de lugar. Debían comenzar a hablar en algún momento, pero nunca encontraban el adecuado, o se sentían demasiado intimidados como para hacerlo. Law también pensó que era un poco cobarde el dejar que Corey lo arreglara todo, pero sentía como si miles de piedras invadieran sus cuerdas vocales.

    Lawrence se sorprendió de la habilidad de su madre para iniciar conversaciones con desconocidos. Supuso que, trabajando en un restaurante donde la mayoría de los clientes eran solitarios con mucho que decir, había aprendido a hilar las palabras y omitir los silencios pesados.

    Reían ante los chistes y decían un sí o un no cuando se requería. Pero eso era todo. Aun así, ya no se sentían tan nerviosos como al principio. De hecho, la tensión se había reducido casi a cero. Como aquellas peleas familiares en las que no es necesario pedir perdón, puesto que el tiempo y el silencio lo arreglan todo. 

    —Debe de ser cansado ser el dueño de un negocio tan enorme— dijo Corey. Todo ese tiempo se la habían mantenido hablando de negocios, de la vida de los señores Rodwood y de consejos comunes de padres.  

    —Lo es. En unos cuantos años tendré que retirarme. Entonces Liam se encargará de ello.

    Liam sonrió después de tomar una cucharada de sopa. Lo habían incluido a él. Eso era un progreso.

    — ¿Pero entonces Liam no se va a dedicar a la música? — preguntó Corey Pullman, extrañada y mirándolo.

    Emma sonrió.

    —Liam va a dirigir un negocio muy importante— dijo ella—. Mientras es joven, es bueno que haga lo que le gusta y que se divierta. Ya después podrá preocuparse por el negocio familiar.

    —Después tendré que hacer la otra carrera— explicó Liam—. O quizás solo algunos diplomados, aun no lo sé.

    —Dependerá de su progreso. Yo puedo enseñarle algunas cosas. De hecho, antes—  dijo William. Hubo una ligera pausa, como si analizara la importancia de ese <antes>—. Íbamos juntos a la oficina algunas veces, para que aprendiera el ambiente, los movimientos y la logística que suelo utilizar.

    La madre de Lawrence observaba y asentía con la cabeza, bastante interesada en el asunto.

    —Vaya— dijo, observando después a su propio hijo con una sonrisa en los labios—. Lawrence si quiere dedicarse a la música profesionalmente. Es maravilloso que los jóvenes se interesen por el arte ¿no lo creen?

    —Sí, claro— respondió Emma. Parecía muy contenta por el rumbo tan casual que había tomado la cena, y Law pensó que su madre era una salvadora—. Maravilloso, maravilloso.

    —El arte cultiva tanto. Y también ayuda a tener la mente abierta— siguió Corey, y Law se puso nervioso por alguna razón—. Abre los horizontes a todas las culturas del mundo, a las diferentes formas de ver las cosas, diferentes maneras de expresarse, de vestir… de amar.

    Silencio.

    Corey los miraba a todos con una astucia estremecedora. Emma había detenido la cuchara justo enfrente de su boca y Liam miraba todo con los ojos muy abiertos. Lawrence apretó sus labios y se rascó la nuca mientras tragaba una gran cantidad de saliva pegajosa que se había formado en su boca.

    —Es cierto— miraron todos hacia la voz que había hablado. Era Emma, más seria que antes y con determinación en sus ojos. Una determinación que brillaba desafiante, como si estuviera aceptando lo que Corey Pullman le ofrecía, fuese lo que fuera—. Lo mejor es abrir tu mente a lo complejas que pueden ser las personas. Y aceptarlo, y ya. ¿Por qué no aceptarlo? — subió el volumen de su voz un poco, como si explotara un deseo de opinar que le habían prohibido—. Muchos dicen que es tolerancia. “Hay que tolerar las diferentes religiones, hay que tolerar la homosexualidad y las adopciones” ¡No hay nada que tolerar! Son derechos. Los derechos están ahí, y se respetan como reglas. Punto.

    Tomó rápidamente un trago a su copa con vino. Y todos la miraban sin saber qué decir.

     Corey Pullman le sonreía; con una simpatía que hasta entonces no le había demostrado. Y levantó su copa.

    —Salud por eso, querida.

    Liam y Lawrence se miraron. Law levantó las cejas y le sonrió. William y Emma se tomaron de la mano con aquella sonrisa tan cómplice entre esposos. Y Corey. Corey miró a su hijo y a Liam y les guiñó el ojo.

    — ¿Cuándo te instalas de nuevo, Liam? — preguntó William.

    El aludido miró a su padrastro con una sonrisa. Ahora era capaz de mirarlos a los ojos, porque por fin esa barrera de tema prohibido había desaparecido completamente.

   —Hoy mismo, si puedo.

   

    Corey salió un momento a tomar aire. Observó el hermoso jardín trasero, asombrada. Sintió una presencia a su lado. Era Emma, que la había seguido hasta allí mientras los hombres ayudaban a Leonor a limpiar los platos y servir el postre.

   Se miraron un momento y la madre de Liam sacó de su bolsillo un paquete de cigarrillos.

    — ¿Fumas? — preguntó Corey Pullman algo cohibida, pues Emma parecía de ese tipo de señoras que harían todo por seguir luciendo jóvenes aun después de superar los cuarenta.

    —William— respondió—, pero no hace mal compartir uno de vez en cuando.

   Le ofreció la cajita y Corey, dudosa, aceptó. Emma sacó un fósforo y encendió ambos.

    —No he hecho esto desde que tuve a Lawrence— dijo, tosiendo un poco y observando el tubo de tabaco con una mueca.

    —Yo solo fumé cuando conocí a William. Intentaba impresionarlo. Tenía una ligera crisis de “juventud perdida”

    Ambas rieron. Y después la alegría se esfumó como si viniera algo malo.

    —No pongas esa cara, querida— dijo Corey—. Deberías estar feliz, ¿o no?

    —Sí, sí. Lo estoy— respondió Emma, sonriendo un poco—. Es que…, ese discurso no fue en vano.

    — ¿A qué te refieres?

    —Bueno… William, está preocupado tanto como yo. Su familia es sumamente conservadora, son presbiterianos muy apegados a su iglesia y a las ideas de los ancianos de allí. Una hermana de William da una especie de… tutorías. Después del culto, es algo como una escuela. Hace unos días nos invitó a verla y… ¿Profesas alguna religión, querida?

    Corey se la pensó un poco.

    —No soy atea.

    — ¿Pero?

    —Pero no asisto a iglesias de ningún tipo. El padre de Law era judío y quería que Law también lo fuera, pero ese niño nació siendo un bobo irreverente. Ni siquiera quiso hacer su Bar Mitzvah.

    Emma sonrió un poco.

    —Pero continúa, querida, continúa— pidió Corey.

    —Bueno. Fuimos a las clases el domingo pasado. Asisten todos los hermanos de William y su madre (su padre ya falleció). Y… — Emma la miró con horror—. Justamente, precisamente, tuvieron que hablar de la homosexualidad. Yo no les dije nada de que Liam se había ido de casa. No saben nada del tema.

   — ¿Y? — Corey Pullman se veía muy interesada.

   —Pues, lo peor que pudieron decir, lo dijeron. Lo ven como si fuese algo horrible. Los gays son perversos, las lesbianas son pervertidas. Y las adopciones… — comenzó a recitar— “¿Cómo pueden siquiera pensar en el matrimonio, en tener hijos…, es una aberración, es un pecado”. Prácticamente homosexual es sinónimo de pedófilo para ellos. William y yo nos mirábamos con terror, y fingimos un compromiso para irnos lo más pronto posible. Yo estaba anonadada y Will, Will estaba avergonzado.

   » Lo peor es que, de todos los templos a los que pudieron asistir, de todas las demás iglesias más liberales que pudieron escoger, eligieron precisamente esa. Ellos adoran a Liam. Son buenas personas, pero… Dan por hecho tantas cosas incorrectas.

    Corey miró a Emma con una sonrisa alentadora y la tomó del brazo, y voltearon la mirada para contemplar el cielo, con un sol, cubierto de nubes débiles, que se ocultaba en el horizonte.

 

    William le estaba hablando seriamente, acerca de lo mucho que les preocupó durante aquellos días en que estuvo ausente. Le dijo que, por lo menos, esperaban que se hubiera alimentado adecuadamente, en un buen hotel; y cosas por el estilo. Pero Liam no lo estaba escuchando, o sí lo hacía; pero simplemente estaba perdido en sus pensamientos y no procesaba la información como debía.

    Estaban ayudando a Leonor a repartir el pay de limón que había preparado la madre de Lawrence, en platos pequeños con su debida cucharita de té.

    A partir de ese momento, todo mejoraría, ¿cierto? Aquella sonrisa discreta y el brillo de los ojos de todos confirmaban que por fin un problema se había resuelto. Todavía tenían asuntos por resolver, pero las cosas se estaban acomodando.

 

    No podía haber más problemas.

 

 

 

 

Notas finales:

Les gustó?

Uff... pues acabo de terminar este capítulo. Espero que no se hayan olvidado de mí. La verdad ya ni recuerdo la ultima vez que actualicé u.u Lo siento mucho.

Pero, en efecto, mi vida es un caos por ahora. Con más estrés del que tiene Liam (que melodramática soy)

Pero espero que pronto se arregle todo.

Muchas gracias por seguir mi historia, y por sus hermosos comentarios que por ahora no podré responder porque, para variar, tengo mucha (jodida) tarea D:

 

De nuevo gracias, y perdonen por tardar tantísimo en actualizar. Pero... no puedo enfocarme en este lindo hobby por ahora :c

 

BESOS. 


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