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Danza Húngara por Nasuada

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Notas del capitulo:

:I

Aquí estoy otra vez... bien tardada. 

 

Disfruten el capítulo, que es el ultimo de la tercera parte c:

XXVII

El amor regaló una lágrima

 

    Remembranza 12 

    Lawrence comenzó a buscar las llaves del automóvil de su madre sin dar explicaciones. Escuchó cómo se levantaban ambas, sobresaltadas y preguntándole porqué tanto ruido. No supo que contestarles. Ni siquiera se había percatado de lo que hacía, menos a qué volumen.

    —Necesito las llaves del coche— dijo, y ni el mismo reconoció su propia voz. Respiraba con dificultad. Sentía una energía que solamente la ansiedad podía provocarle.

    — ¿Lawrence, qué pasó? — exclamó su madre, ahora igual de asustada que él. Trataba de acercarse a su hijo para consolarle de lo que fuera que tuviera, pero Law no necesitaba ser consolado. Necesitaba que le dieran las putas llaves del automóvil, y rápido.

    —Michael está en el hospital— exclamó, arrebatándole a su hermana el llavero que le tendía con rapidez.

    Pronto ambas mujeres comenzaron a atacarlo con preguntas.

    —No sé, no sé que tiene— se dirigió prontamente a la entrada, y la abrió sintiendo el fresco de la noche lluviosa penetrar en el departamento—. Voy a verlo.

    No cerró la puerta tras de él. Solo escuchó como su madre le decía que las mantuviera informadas.

 

 

    Cuando Lawrence, despues de todo, repasaba en su mente lo que pasó esa noche, lo recordaba a medias. Y de verdad le sorprendía que el camino hacia el hospital en el mal condicionado coche de su madre, fuera una laguna mental que nunca había logrado recuperar. Eso no le pasaba ni en la mayor borrachera.

    Pero, aunque como un sueño, la llegada al Hospital Central de Brooklyn si la recordaba. Empujó las puertas de vidrio de la puerta de entrada con fuerza y caminó rapidamente hasta el vestíbulo de la sala de emergencias, en donde unas enfermeras charlaban en voz baja mientras ojeaban tediosamente una gran cantidad de papeles. Era una noche tranquila, al parecer; sin grandes accidentes que originaran caos entre los trabajadores. Las filas de sillas estaban completamente llenas de pacientes, o familiares, con rostros lúgubres, pasivos, resignados. Aquel escenario contrastaba con los nervios explosivos de Law. Intentaba mostrarse lo mas tranquilo posible, pero aun así, las enfermeras lo miraron preparadas, como si el enfermo fuera el.

    —Yo...— no sabía qué decirles, nunca había estado en esa situación—. Soy Lawrence Pullman, me llamaron por Michael Gatiss...

    No tuvo que decir mas, puesto que una de las enfermeras asintió, haciendo ademán de que bajara aquel tono tan alto de su voz del que no se había percatado.

     —El señor Gatiss está en la sala de terapia intensiva, pero se reporta fuera de peligro— dijo una de ellas, en voz baja, como si estuviesen en una biblioteca. Law no tuvo reparos en soltar un gran suspiro de alivio, y bajó la cabeza apoyando la frente en la superficie de mármol del recibidor. Estaba muy frío, y lo agradeció; puesto que el estaba sudando a mares. La sensación de tranquilidad que sintió fue tan repentina que le asfixió, y hasta entonces fue consciente de lo cansado que se sentía —. ¿Es usted familiar...? — la enfermera preguntó con un tono muy parecido a la irritación.

    Law tenía una teoría que era plenamente fundamentada en cada una de sus visitas al hospital: la gran mayoría de las enfermeras que ya rozaban la tercera edad, estaban un poco amargadas. Pero, haciendo un gran contraste, aquellas que parecían nuevas o jóvenes rebosaban una energía y simpatía que tranquilizaba a todo paciente, como si fuesen las madres de los hospitales.

    Law se incorporó rápidamente, descubriendo que estaba divagando, y se sintió de pronto acorralado en otro problema.

    —No, soy su pareja— dijo. No se sentía con fuerzas para mentir o inventarse algo. Y estaba acostumbrado, aun a esas alturas, a que lo miraran con cierto escepticismo ante ese tipo de revelaciones.

     — ¿Me permites alguna identificacion?

    Law agradeció que, en el bolsillo trasero de su pantalon, estuviera aquella identificacion falsa. Se la tendió a la enfermera con una seguridad que le sorprendió y ésta la ojeó un momento, mientras anotaba sus datos en un registro. Esperaba no estarse metiendo en problemas.

     —Disculpa, ¿qué fue lo que le pasó?— preguntó con ansiedad, totalmente desesperado por la lentitud de aquel trámite que ni siquiera entendía.

    —La enfermera en turno está dentro, por favor haga a ella las preguntas referentes al paciente— respondió ella sin siquiera levantar la mirada, con una voz tan burocrática que irritó a Lawrence. Se notaba a leguas que era lo que le decía a todos, y ya estaba tan dicho e incrustado en su memoria que parecía mecánico—. El paciente se encuentra en la habitación número cinco, área terapia intensiva ¿Me podría dar el numero de algun familiar cercano que necesitemos contactar?

    Law se lo pensó un momento.

     —No. No hay nadie.

 

    Ingresó en la sala y los nervios volvieron a él. Algunas habitaciones a los lados del pasillo estaban abiertas. En una de ellas, una enfermera muy delgada le tendía un vaso de agua con popote a un anciano que no dejaba de toser de forma espeluznante. En las demás todos parecían dormidos.

    Le pareció como una escena de terror. El pasillo estaba intensamente iluminado por esos focos de luz blanca que, según Lawrence, no deberían existir.

    Llegó hasta una especie de vestíbulo dentro del mismo complejo de habitaciones. En él, otra enfermera hacía anotaciones en un expediente medico. Parecía muy concentrada en su trabajo, puesto que al estar la sala completamente vacía, a excepción de Lawrence que no hacía ruido alguno, se sobresaltó al percatarse de su presencia. Y después se burló de si misma soltando un suspiro.

    — ¿Michael Gatiss? — preguntó ella en seguida, poniéndose de pie. Lawrence asintió, agradecido de no tener que pasar de nuevo por aquellas torpes explicaciones. La enfermera comenzó a hablar con un tono claro y bastante profesional. Obviamente era la encargada de explicarles a los neuróticos familiares—. Está estable. Lo trajeron aquí en ambulancia, fue reportado por el dueño del restaurante en donde trabaja. Sufrió un choque anafiláctico— levantó las páginas de aquel expediente que corregía hace unos segundos—. Es decir, una reacción alérgica grave producida por un medicamento. Fue tardía, y muy grave, pero…

    —Me dijeron que fue una sobredosis…— dijo Lawrence, con los ojos muy abiertos y un nudo en la garganta. No entendía nada. Su cabeza apenas podía procesar aquellas palabras.

    —Fue la versión de los paramédicos al verlo desmayado. Ningun testigo pudo decir con exactitud lo que ocurrió, pensaron que era un ataque epiléptico, pero en realidad fue un paro respiratorio provocado por el choque. Lo estabilizaron en la ambulancia, y en el hospital tuvimos que sedarlo debido a una hipotensión: vértigo, mareo, nauseas. Pero es afortunado. Su tipo de choque era mortal… Ahora está estable.

    Law no pudo evitar soltar una carcajada nerviosa ante lo mucho que tardó en aparecer la última frase.

   —Tendrá que permanecer en terapia intensiva hasta la mañana. Si no aparecen mas reacciones, será trasladado a una habitación común durante otras doce horas. Despues de ello, será dado de alta.

    Law asintió, sin saber qué decirle.

    — ¿Puedo verlo?

    —Tendrá que esperar hasta— miró su reloj, para comprobar que se acercaba la madrugada—. Solo unas horas. A las seis podrá recibir visitas…

    Law suspiró fastidiado, pero sabía que replicar no serviría de nada en un hospital. Y suficiente tenía con ilegalidades al estar allí dentro gracias a una identificación falsa.

    —De acuerdo— dijo. No reconoció su voz. Era demasiado débil y resignada. Observó que, al lado del escritorio, había una hilera de sillas. Una mini sala de espera. Era desesperante, puesto que Michael estaba a solo unos metros—. Otra cosa— dijo, antes de sentarse. La enfermera le miró con rostro comprensivo y, de cierta forma, empático—, ¿A qué es alérgico?

    —Por lo que nos dijo él, cambio sus píldoras para dormir recurrentes por otras nuevas— replicó ella, sentándose de nuevo en la silla detrás del escritorio—. Eso es lo mas seguro que fue, pero no estaremos seguros hasta que lleguen los análisis. Pudo también ocasionarlo un alimento, o algún insecto… Es muy inusual lo que le pasó a tu amigo. No hay ningún caso registrado en este hospital de choque anafiláctico tardío, y mucho menos por un somnífero.

    Law no pudo hacer otra cosa más que sonreír.

    —Gracias.

    Fue a sentarse a la fila de sillas. Y se produjo un silencio que jamás llegó a ser incomodo.

 

    No durmió. O quizás sí, pero soñó que esperaba. Y despertó y seguía esperando. El hecho es que, hasta las seis, las horas pasaron lentas y rápidas como un rayo. Fue la espera mas larga de su vida, pero no recordaba el intermedio. Nunca pudo hacerlo. De vez en cuando, echaba una mirada de reojo a la enfermera, quien parecía divertida con su ansiedad. Law pensó que debía ser un trabajo duro ante la perspectiva de que tu única diversión fuese las reacciones de la gente en la impotencia de no poder comprobar con tus propios ojos que aquél ser querido tras las puertas estaba bien.

    — ¿Puedo…?— preguntó con torpeza. Había esperado cinco razonables minutos después de las seis para preguntar y no verse como un desesperado. La enfermera, que hasta entonces notaba que en su gafete se leía Jen, se levantó del escritorio.

    —Déjame ir a chequearlo.

    Había hecho aquellos chequeos cada quince minutos durante todo el tiempo transcurrido. Suspiró tratando de no perder las casillas, y se preguntó donde estaban todos los doctores. Pasaban por el pasillo de vez en cuando algunos otros familiares a servirse un café de la maquina expendedora, e internos con caras de sueño, y enfermeras relucientes. Pero ningún doctor adulto intimidante.

    Jen salió de la habitación con una sonrisa.

   —Puedes entrar, está despierto.

   Su corazón se aceleró al escucharla. Le pareció que no lo había visto en mucho tiempo.

    Atravesó la habitación rápidamente. Estaba oscura. Solo la iluminaba una luz, blanca claro, encima de la cama donde yacía Michael. Se veía horrible. Su rostro estaba pálido, y su cabello no tenía brillo. Pero le estaba sonriendo. Lawrence cerró la puerta suavemente detrás de él, y se apoyó en ella. No se atrevía a avanzar más.

    —Hola— dijo Michael. Por lo menos, su voz parecía estar bien. Cansada, pero bien.

    —Hola— No sabía muy bien que era lo que sentía al verlo ahí. Su voz se escuchó angustiada, pero era más que eso—. ¿Qué mierda te metiste?

    ¿De verdad había dicho eso? Vaya.

    Michael desvió la mirada.

    —Los doctores dicen que pudo haber sido cualquier cosa, no solo el medicamento— respondió, tragando saliva.

    — ¿Y tú te crees eso? — se acercó a él por fin. Ahora que había empezado, nada mas le importaba que aclarar ese punto—. ¡Te dije que tuvieras cuidado con esas mierdas!

    — ¡Y cómo iba yo a saber! — respondió Michael, incorporándose hasta quedar sentado—. Pudo haberle pasado a cualquiera, no solo a mí.

    —El caso es que te pasó a ti— bajó el tono de su voz, y también la mirada. Se apoyó en el colchón. Sentía un nudo en la garganta, y sus ojos estaban peligrosamente rojos—. Pudo ser mortal ¿te das cuenta de eso?... ¿qué iba a hacer yo sí tu…?

    Se calló antes de que aquel incomodo líquido rondara sus mejillas. Para su sorpresa, no le pareció tan difícil como pensó formular la última pregunta, aunque no pudiera terminarla. No se había dado cuenta, hasta ahora, de lo mucho que significaba Michael. Porque era algo que estaba allí, y que ya no se iría.

    Se sentó en la cama y le tomó la mano que no estaba interferida por la intravenosa.

    —Yo solo quería dormir— dijo Michael, mirándolo a los ojos—. Perdoname.

    Lawrence lo abrazó. Hundió su cabeza en su hombro y lo abrazó con fuerza. Michael le respondió, y también se apoyó en él.

    —Creo que ha sido la peor de todas— dijo Michael sin deshacer el abrazo—. Solo gritos, pero qué gritos. Parecía como si se fueran a matar. En serio.

    Lawrence lo escuchaba atentamente, pero no supo que decirle. Cuando hablaban de eso, nunca le llegaba a la cabeza el consejo adecuado. Sí que no tenía idea de que se hace en ese tipo de situaciones. Michael parecía tener acumulado un gran odio por su papá, por como hablaba de él; pero, al contrario, siempre defendía a su mamá. No sabía a que se debía ello. Por los pocos detalles que conocía, su madre tampoco era una total víctima del problema. Probablemente ni siquiera se llevaba la peor parte. Y no parecía importarle demasiado que, dicha parte, le tocaba por entero a su hijo. Ninguno de los dos se importaba demasiado por él. Pero Law no podía decir sus opiniones en voz alta, puesto que solo conocía los pequeños detalles que, prácticamente, le había sonsacado con mucho esfuerzo a Michael.

    Así que, al seguir sin saber que decirle, simplemente lo abrazó con más fuerza. Y después de un momento acercó sus labios a la oreja de Michael, y le susurró:

    —Te amo.

   Y a pesar de que era la primera vez que decía aquellas palabras, no le costó ningún trabajo pronunciarlas. Solamente un sentimiento hecho palabras.

 

    Remembranza 13

    — ¿Es drogadicto? — preguntó Corey Pullman a través de la línea telefónica. Law pudo imaginársela con su bata de dormir, pero muy atenta a la conversación. Con Alex al lado, por supuesto, haciéndole ceñas, sin poder esperar a que colgase el teléfono para enterarse de todo.

    Law puso los ojos en blanco. No entendía porque a la gente le gustaba hacerse ideas que complicaban todo a cinco segundos de saber que era lo que en realidad estaba pasando. Estaba fuera de toda practicidad.

    —No, fue una reacción alérgica— dijo, comenzando a jugar con el cable metálico del teléfono público. Se apoyó en la cabina, preparándose mentalmente para una larga conversación.

    —No sé, Law. Eso explicaría sus ojos rojos ¿sabes?

    —Mamá, tomaba pastillas para dormir porque sufre de insomnio. Trabaja demasiado— respondió Law, cerrando los ojos y suspirando. Trataba de no perder la paciencia—. Las mantendré informa…

    — ¿Qué es lo que dices que le pasó? — preguntó de nuevo Corey, con tono desconfiado.

    —Una reacción alérgica, un…— trató de acordarse de las palabras correctas—. Un choque anafiláctico.

    —Por los medicamentos— dijo Corey. No era una pregunta, y Lawrence se enfadó un poco porque pensó que debía serlo.

   —No se sabe— dijo en tono seco, y le siguió un silencio de incertidumbre que lo desesperó—. ¿Qué, mamá? Ve al grano, ¿qué piensas?

   —Que tomaba tantas pastillas que de pronto se hizo alérgico. Eso pasa.

   —Pero eso no es ser un drogadicto. Son pastillas para dormir, por favor.

    —Es muy joven para tomar pastillas. Por algo las tomará… Tal vez es un chico… problemático.

    Lawrence fulminó con la mirada el teléfono, a sabiendas que nadie lo veía. Era desesperante ese silencio. Pero el asunto de los padres de Michael era un secreto.

    —Mamá, no quiero discutir. Luego te llamo.

    Y colgó. Y esa simple acción logró que Corey Pullman lo diera todo por hecho.

  

    Remembranza 14

    Ese hotel fue siempre su punto de reunión. No era un motel de paso cualquiera, ni tampoco algún lujo tipo El Plaza. Pero era acogedor, lindo, y barato. Las habitaciones estaban limpias, tenían shampoo y jabón de cortesía, camas con buenos colchones y había un papel tapiz diferente en cada habitación, con fotografías de músicos que iban desde Dion and the Belmonts hasta Jimmy Hendrix. El dueño, o quien parecía ser el dueño, era un excéntrico aficionado al arte y a la música en general. Siempre tenía habitaciones disponibles, sin importar la época del año. Michael y Lawrence pedían una para parejas y la pagaban entre los dos. Michael siempre le presumía de tener buenas propinas de las y los clientes que atendía con delicadeza en el bar cuando así se requería. Cuando le iba bien, incluso pedían algún servicio a la habitación, como un par de latas de cerveza y helado de chocolate con wafers.

    Law, de vez en cuando, llevaba sus partituras y se las enseñaba a Michael, quien parecía muy interesado en aprender a leer notas. Una vez, incluso, dibujaron un piano en una tira de hojas de papel pegadas entre sí, y con ello Lawrence le enseñó las posiciones de las manos.

    Tambien veían películas. Michael era fan de las películas cultas y de las series.

    —Eres un hipster— replicó Lawrence con una sonrisa de oreja a oreja al declararle Michael que amaba con pasión todas las películas de Hitchcock.

    Otras veces solo se besaban, y tenían sexo hasta que, agotados, dormían hasta el día siguiente. Michael le decía que solo a su lado podía dormir tranquilo. Lawrence solo le sonrió, sin saber qué decirle. En ocasiones, le asustaba lo mucho que le gustaba que Michael le dijera esas cosas.

 

    — ¿Ya tienes planes? — preguntó Michael una noche en un susurro íntimo, apoyado en su hombro mientras acariciaba despacio la espalda desnuda de Lawrence.

    — ¿Sobre qué? — Law se extrañó de la pregunta y frunció el ceño. Había estado a punto de dormirse. Despues de todo había sido una sesión agotadora de romance.

    Michael alzó las cejas con ironía, porque sabía que Lawrence le había entendido la pregunta perfectamente.

    —Ya pronto te gradúas…

    —Buscaré trabajo— respondió Law casi a la defensiva, apoyando la cabeza en sus brazos cruzados.

    — ¿Así nada más? — preguntó a su vez, con voz retórica—. ¿No lo pensarás ni un poco?

    Lawrence no pudo seguir acostado. Se incorporó hasta quedar sentado apoyado en el respaldo de la cama. Michael lo imitó.

    —No hay nada que pensar. Ese ha sido el plan desde el principio.

    Michael miró fijamente sus pies por un momento, cruzó los brazos y negó con la cabeza.

    — ¿Sabes que hay becas universitarias?

    Lawrence lo miró y soltó una carcajada irónica.

    —Jamás tendré una beca con mis calificaciones. No son malas, pero tampoco son la gran cosa.

    Se observaron por un rato, Michael con una mirada indecifrable en sus ojos. Despues comenzó a vestirse poco a poco hasta quedar en pantalones y caminó por la habitación hasta el tocador donde estaba su mochila, y de ella sacó un pedazo de papel satinado que Law identificó como un folleto.

    Michael se lo tendió con elegancia, desde donde estaba. Esto obligó a Law a vestirse con las mismas prendas que el rubio y acercarse a él. Tenía muchísimo sueño. Lo único que quería era que dejaran de hablar del tema y volvieran a la cama, esta vez para dormir un poco antes de que el sol les indicara que era hora de regresar a la vida real.

    — ¿Qué es esto? — preguntó Law, aunque sabía exactamente lo que era: El folleto estaba promocionando un programa de becas escolares en la mejor universidad de música del estado, la más prestigiada. Y la más costosa, por supuesto.

    —Esa universidad es la mejor, es…

    —La conozco— interrumpió, irritado.

    Michael lo observó otra vez. Por el brillo en sus ojos, parecía emocionado.

    —Podrías hacerlo. Sé que podrías conseguirlo.

    Lawrence lo miró por un segundo. Aquella especie de emoción expresada por Michael hizo que todo posible enfado se desvaneciera. Por supuesto que quería ir a la universidad, pero algo como eso era probar demasiado alto.

     —Es por audiciones— continuó Michael al ver como Law no decía nada, mas la duda poco a poco se dibujaba en su semblante. Aquel rostro dubitativo era lo único que necesitaba para averiguar que Lawrence sentía deseos de cumplir sus ambiciones—. Tocar el piano. Es todo lo que tienes que hacer. Verán tu talento de inmediato.

    Lawrence permaneció de pie, sin moverse ni cambiar de gesto, durante un rato.

    — ¿Lo estás pensando? — preguntó Michael.

    —Lo repaso en mi cabeza— Lawrence levantó la mirada—. Pero la respuesta sigue siendo no.

    — ¿Por qué?

    —Porque si voy a la escuela, tendría que dejar de trabajar.

    —Puedes estudiar y trabajar.

    — ¿Tienes idea de lo absorbente que es estudiar música?

    —Podrías hacerlo.

    Law lo fulminó con la mirada, y comenzó a vestirse completamente.

    —No— dijo, enfáticamente y sin lugar a titubeo alguno—. Y no seguiremos hablando del tema.

    Se convirtió en una conversación tan prohibida como la de los padres de Michael.

 

    Remembranza 15

    A partir de que Michael dejó el hospital, no había vuelto a tomar ninguna pastilla. Ninguno de sus padres se enteró de lo ocurrido. Ni siquiera preguntaron donde había estado los casi dos días que permaneció en el hospital.

    Michael intentó, con la mayor discresión con la que era capaz de abordar el tema, convencer a Lawrence de que se planteara en serio la posibilidad de obtener aquella beca. Faltaban pocos meses para su graduación de la preparatoria, y sus planes a largo plazo eran desesperanzadores.

    Y sucedió otro día, que prometía ser como cualquiera. Estaban ambos acostados mirando el blanco techo de su hotel refugio. No decían nada. Muchas veces cuando estaban juntos, no pronunciaban palabra alguna. Bastaba con la presencia del otro, con escuchar sus respiraciones relajadas mientras, de fondo, un disco de Depeche Mode reproducía sus embriagadores temas musicales en la grabadora viejísima propiedad del hotelero. Con los pies descalzos y las manos entrelazadas.

    Lawrence de pronto lo soltó y se acostó sobre su propio abdomen, acercándose más a Michael. Le sonrió, le apartó sus rubios cabellos del rostro y lo besó. Eso era otra cosa que hacían. Besarse en el momento más inesperado.

    Michael siempre pensó que Law era una persona sin demasiado pudor para vivir su vida. Eso era lo que mas le gustaba de él, que era un atrevido. Seguramente él mismo, Michael, nunca hubiese hecho lo que Law a esa edad. Tomaba la iniciativa cuando le entraban las ganas de besarlo. Y podía, si quería, manosearlo descaradamente, libre de la característica vergüenza adolescente.

    Y esa era una de esas veces. Sin dejar de besarlo, deslizó sus manos frías por su pecho, levantándole la camisa. Entonces, cuando aquellas manifestaciones de afecto amenazaban por convertirse en algo más,  Michael habló de aquello que le había atormentado por semanas:

    —Law, no quiero que termines como yo.

    El aludido lo miró sin entender. Sus ojos aun estaban algo nublados por la excitación que comenzaba a absorberlo, pero logro controlarlo unos instantes mas tarde.

    — ¿De qué hablas? — preguntó, al tiempo que su respiración volvía a la normalidad.

    Michael le obligó a sentarse frente a él en la cama, ambos con las piernas cruzadas.

    —Servir mesas y atender a gente en bares— respondió, más serio que nunca—. Es horrible. Y si tú tienes la oportunidad de hacer algo diferente, hazlo. Ni siquiera deberías pensarlo.

    Lawrence lo miró con el entrecejo fruncido. Un par de veces intentó hablar, pero parecía que no encontraba las palabras correctas para expresar lo que sentía. Se veía de verdad desconcertado.

    —No quiero resultar inútil para nadie, Michael— dijo por fin—. Y siento que si estudio, voy a ser una carga para mi familia.

    — ¿Cómo puedes pensar eso? — le dijo con una sonrisa. Ahora era él el desconcertado—. No vas a ser una carga para nadie. Y si no lo haces te arrepentirás. He visto como tocas, como te entregas a las melodías que interpretas. Realmente te gusta, y realmente eres bueno. No lo dejes. No lo dejes por unas cuantas propinas o cinco dólares la hora en un supermercado.

    Lawrence seguía sin hablar. Era cierto que últimamente su cabeza era un caos. Había buscado en internet la página de la universidad, y claro que era increíble. Y a nadie se lo había planteado porque daba por hecho que era un sueño, y le aterraba pensar en la idea de que Michael no lo veía tan imposible. Porque ahora era como un reto personal. ¿Por qué no podría si alguien, ese alguien, tenía tantas esperanzas en que lo lograría?

    —Podría…— dijo, mirandolo—. Podría planteárselo a mi mamá y a Alex.

    Michael sonrió radiante.

    —Exacto.

 

    Remembranza 16

    Michael se sentía aterrado. Esa noticia lo dejó tan desconcertado que no atinó a decir mucho.

    Su madre lo miraba desconcertado, tragando saliva y limpiándose las lágrimas con un klynex que ahora parecía más una plasta blanca que papel higienico. Estaba palidísima. Tanto, que sus ojos rojos y su reciente primer moretón en el pómulo izquierdo, contrastaban como si fuese una obra de arte perfectamente compuesta por la teoría del color.

    La miró con sus ojos grises llenos de impotencia. El remolino de emociones que sentía le provocó ganas de vomitar. Alcanzó a sonreír, para que su madre, que lucía inconsolable, se calmara un poco. Lo aceptaba. Asintió con la cabeza. Se embarró la mano por el rostro para liberar tensión y trató de volver a sonreír. Estaba completamente de acuerdo, pero necesitaba tiempo.

    Tiempo para despedirse.

 

    Remembranza 17

   Michael lo citó en Central Park. En uno de los estanques mas escondidos entre los miles de arboles que componían el enorme terreno. Lawrence lo vio, sentado en una banca. Le sonrió, a pesar de que al parecer no se había percatado de su presencia. Estaba entusiasmado por darle las buenas nuevas.

   — ¡Oye! — le dijo, sentándose a su lado. Michael, con un sobresalto, se levantó de donde estaba. Lawrence frunció el ceño y soltó una carcajada, levantándose también de aquel fugaz descanso en la banquita—. Wo, tranquilo, paranoico.

    —Lo siento— dijo Michael, riendo también.

    Comenzaron a caminar por uno de los segmentos repletos de césped, cogidos de la mano.

    —Oye, le dije a mi mamá y a Alexandra— dijo Lawrence, sin poder guardarlo más.

    — ¿En serio? — replicó Michael, con una sonrisa llena de expectación— ¿Y…?

    —No puedo creerlo, pero les encanta la idea— respondió con una sonrisa que amenazaba con partir su rostro en dos—. Mi mamá me dijo lo mismo que tú.

    — ¿Qué cosa?

    —Que no quería que yo sirviera mesas toda mi vida.

    Michael le sonrió y lo abrazó sin dejar de caminar, hasta que llegaron a un árbol con un tronco tan grande que podrían ocultarse allí. Se detuvo y lo abrazó con fuerza. Law correspondió el abrazo, hasta que Michael lo tomó por ambas mejillas y le besó la frente.

    Law frunció el ceño y la sonrisa se escapó muy lejos. Michael estaba temblando.

    —Oye, ¿pasa algo? — le preguntó, deshaciendo el abrazo y mirándolo con seriedad.

    —Nada, yo— dijo Michael soltando una profunda exhalación—. Quiero que este día sea genial, porque vas a lograrlo. Y serás el mejor pianista del mundo.

   Law sonrió, pero solo por un momento, viendo a su novio comenzar a caminar otra vez.

   — ¡Michael! — Law no avanzó. Y el aludido tardó mucho en voltear a verle, como si estuviese pensando seriamente la posibilidad de escapar—. Dime que carajo pasa.

   —Nada, nada— Michael sabía que, cuando Lawrence incluia leperadas frente a él, es que algo comenzaría a pasar. Pero también sabía que de nada servía mentir, porque sus planes de un lindo paseo juntos se habían terminado desde que cometió la estupidez de abrazarlo como si fuese la última vez.

   Se acercó a él lentamente. Aquellos ojos verdes lo miraban en la búsqueda desesperada de una explicación.

   — ¿Qué ocurre? — preguntó otra vez, lentamente, porque comenzaba a exaltarse.

    Michael lo miró. Se miraron. El buen humor y lo radiante de aquella mañana se había desvanecido por completo, y no volvería. El ambiente se volvió lúgubre, a pesar de las risas de los niños y la música de las hojas de los arboles siendo mecidas por el viento. Una burbuja de tensión los encerró a los dos. Nada más existía.

    —Mi madre— comenzó Michael, sin dejar de mirarlo y respirando intensamente—, mi madre aceptó dejarlo. Por fin, lo va a dejar.

    Lawrence sonrió un momento, antes de darse cuenta de que no era lo único que Michael tenía que decirle.

   —Eso es bueno— le tomó las manos— ¿o no?

   —Es… es grandioso, pero— desvió la mirada un rato, y le apretó las manos como si se fuese a caer a un abismo—. Mi tía quiere alojarnos en su casa, incluso le consiguió un trabajo, ¿puedes creerlo? La única condición es que lo deje ya. Ella…

   No pudo seguir sin que la voz se le quebrara. Un par de lágrimas se deslizaron por sus mejillas, lo que hizo que Law se acercara más y que su rostro se llenara de preocupación.

   —Michael— susurró, comenzando a adivinar—. ¿Dónde vive tu tía?

   Otra vez, sus ojos verdes, sus ojos grises. Intercambiando sentimientos por la retina.

   —En California… En Los Angeles.

   Lawrence guardó silencio por un rato. Titubeaba, porque no sabía como reaccionar ante aquella cercana posibilidad de que eso estaba muy cerca de convertirse en una despedida. Michael lucía triste, triste de verdad. Pero también había algo más en su forma de expresarse, algo que jamás había tenido el placer de contemplar, por lo menos no en aquellas circunstancias.

    Había esperanza de recuperar la parte más importante de su familia.

    Y ésta no se iba de su voz ni aun con la aflicción que se notaba por cada una de sus reacciones. Comprendía sus lágrimas. Estaba hecho un desastre por dentro al igual que él mismo con la universidad. Entendía que todos sus sentimientos se contradecían, y explotaban dentro de sí al mismo tiempo y con la misma frecuencia. Sabía que se sentía irritado.

     Por tanto, tuvo que sonreírle. Ver el lado bueno de las cosas, aunque fuese muy difícil.

     — ¡Es fantástico! — exclamó. Pero no pudo decir nada más, puesto que de pronto sintió un vacío enorme dentro de él. Michael se iría lejos y no podía seguirlo. Cubrió con sus manos su rostro en un intento de serenarse, porque su intento de escucharse un poco feliz ante el hecho de que la persona que más quería se fuese al otro extremo del país había fracasado—. ¿Cuándo te vas?

    Levantó la mirada. El rostro de Michael ahora era de angustia pura, y Lawrence se maldijo por eso.

    — ¿Cuándo te vas? —preguntó de nuevo, al darse cuenta de que la pregunta anterior había sonado demasiado brusca. Esta vez intentó transmitirle la poca confianza que sentía ante aquel plan de mudanza.

    —Nos iremos sin que mi padre lo sepa— respondió Michael.

    —Lo tomaré como un pronto.

    No respondió.

    — ¿Michael?

    Ninguna palabra salió de su boca.

    —Dímelo— repitió—. Por favor.

    —Mi mamá compró los boletos ayer. El vuelo sale el  miércoles, en la mañana— contestó después de un momento, y por primera vez en todo el rato dejó de mirarlo.

    Lawrence se sintió aun peor. Tenía tres días antes de que todo se acabara. Ni siquiera podía pensar en la aterradora posibilidad de lo que tiene por nombre relación a distancia. Pensar en ello le enojaba, le entristecía y lo volvía egoísta.

    —En tres días— repitió, a modo de reproche—. Puesto que prácticamente te obligué a decirme esta revelación, ¿cuándo planeabas decírmelo?

    —Hoy, te lo juro— dijo, tomandolo de los hombros, estaba desesperado porque todo se estaba convirtiendo en un terrible malentendido—. Solo que más tarde, porque no sabía como decirlo…

    —Es demasiado pronto, Michael— Lawrence se sentía asustado—, ¿no pueden posponerlo un poco? Ya van a ser las vacaciones de verano, puedo irme contigo una temporada, solo necesito tiempo para conseguir el dinero y…

    Michael lo observó con preocupación. Lawrence no podía evitar el vomito verbal que salía por su boca. Sabía que se escuchaba como un demente, pero no concebía que Michael se fuera lejos. Y su cabeza pensaba a toda velocidad, analizando todas las opciones posibles, aunque fuese una locura.

    —Lawrence…— Michael solo negaba con la cabeza.

    —Necesito… necesito irme— dijo, comenzando a avanzar en dirección opuesta—, lo siento.

    Avanzó unos pasos. Sabía que Michael no lo estaba siguiendo. Se entendían demasiado bien como para saber lo que quería el otro. Pero le decepcionó un poco que, ni por un segundo, hubiera intentado detenerlo; hasta que escuchó su voz gritándole a sus espaldas:

    — ¡No me iré si tú me lo pides!

 

    Remembranza 18 (difícilmente)

    Esos dos últimos días desapareció. No contestaba las insistentes llamadas de Michael, ni sus mensajes. Lo peor es que Lawrence sabía que se estaba comportando como un completo idiota. Gastó todos sus ahorros hospedándose en un motel en Brooklyn bastante carente de comodidades. No le contestaba el teléfono a su madre porque sabía que estaba completamente enojada con él, y le gritaría hasta que de su boca no saliera nada más que jadeos pidiendo un poco de aire.

    Por esta razón, solamente se comunicaba con Alexandra, aunque lo único que le decía era que estaba bien. Nadie sabía donde estaba.

    Y de esos dos días, siempre se había arrepentido.

    La noche del martes la pasó con un insomnio increíble. Pensar toda la noche lo dejó agotado.

    Se la mantuvo preguntándose porque demonios estaba donde estaba. Michael se iría al día siguiente y ni siquiera había escuchado su voz. Todo se iría al carajo. ¿Cuál era la solución? ¿Una relación a distancia? De solo pensarlo, se irritaba. Se sentía como un idiota porque no podía concebir la vida sin verlo más.

    Tuvo que levantarse y salir. No podía pensar más.

    Necesitaba verlo.

 

    Fue a las dos de la madrugada al departamento de Michael. Tocó la puerta tres veces, y aunque en ese momento no le importaba un comino a quien sacaba de su sueño, después se percató de que había sido muy afortunado al no despertar al padre de Michael.

     —Yo sé que quieres mucho a tu madre— dijo en cuanto lo vio aparecer tras la entrada. Parecía sorprendido, pero Michael sabía que el único que podía llamar a esas horas de la noche sin avisar, era Lawrence—. La verdad no comprendo mucho las razones, pero que mas dá. Es tu madre. Supongo que esa es una razón completamente valida… Pero ahora te vas mañana y yo no hice nada para que los últimos días fueran, no sé, especiales— tomó aire un momento—. Me siento mal, Michael. No me gusta. Intento estar feliz por ti, pero no puedo.

    Michael lo observó un momento, inmóvil, sin decir una palabra. Y cuando habló lo hizo delicadamente, susurrando, quizás para no despertar a nadie, quizás para hacerlo mas íntimo.

    — ¿Te sientes como si una parte de ti estuviera feliz y la otra quisiera romper en llanto todo el tiempo?— preguntó con cautela. Lawrence le dedicó una sonrisa cansada y resignada, y asintió—. Ya somos dos.

    —Te vas mañana y yo no estoy listo para dejarte— susurró Lawrence, sin creerse lo cursi que estaba siendo—. ¿Qué puedo hacer para estar contigo solo un poco más?

    Se miraron, como resignados. Nada. Esa era la respuesta, y ambos la sabían; mas nunca la pronunciaron en voz alta. Sus corazones se conectaron al igual que sus voces. Fue entonces cuando decidieron abrazarse, con tanta fuerza que pareciese que su único deseo fuera fundirse para ser uno. Luego sus labios se juntaron en un beso que casi parecía de absoluta despedida. Ambos, después de que todo pasara dieron gracias, ya sea al destino o a lo que fuese, de que no se le hubiera ocurrido al padre de Michael abandonar el sueño a esas alturas e ir a ver porqué parecía susurrar la alfombra de la sala. En esos momentos, ninguno pensaba las consecuencias, porque sabían que no había mejor momento de vivir el presente que ese. Se besaron hasta rendirse, hasta que por poco se tornaba inapropiado. Hasta que las palabras eran necesarias para que aquello no evolucionara.

    —No es el fin del mundo ¿verdad? — exclamó Michael, sosteniéndole las mejillas con suave firmeza—. Existen las llamadas, los mensajes de texto. Es perfectamente posible.

    Lawrence asintió, y se abrazaron.

    Pero por alguna razón seguía sin creérselo.

 

    Remembranza 19 (dolorosamente)

    El avión despegaría en una hora. Lawrence y Michael estaban sentados en las filas de espera de los aeropuertos. Su madre se mantenía al margen, alejada de ellos en una prudente barrera de dos asientos. Los Gatiss se notaban nerviosos, pues lo que estaban haciendo era huir de un hombre que no sabían como reaccionaría al percatarse de que se había quedado sin una familia, sin los ahorros familiares, y sin los papeles del acta de matrimonio. Por suerte, tenían la seguridad de que la cabeza principal no llegaría a casa hasta después de haber concretado su jornada laboral, y para esos entonces ya estarían aterrizando en el aeropuerto de Los Angeles, rumbo a una nueva vida que no conocían. Ninguno de los dos había estado jamás en California. Sería un comienzo difícil.

    Pronto entrarían en las salas de “El Limbo”, como lo conocían. En donde no estabas ya en aquel sitio al que pertenecías minutos antes, pero tampoco te encuentras a donde estás por viajar. De allí su extraño nombre.

    —Michael, creo que deberíamos…— dijo su madre con cautela. Law la miraba con cierto recelo, y no habían hecho más que torpes presentaciones y saludos rellenados con sonrisas hipócritas.

    Michael suspiró profundamente y lo miró. Sus ojos se encontraron otra vez, pero ya no reflejaban ningún sentimiento. Estaban demasiado resignados. Tristes, sí. Mucho. Pero, además de todo, era agotador concretar siempre miradas angustiadas. Simplemente se observaron, entendiéndose.

   —Llegó la hora— dijo Michael.

   —Llámame cuando aterrices. Y… no sé, recuerda pasarme tu dirección y el número de casa, por si acaso.

    Lawrence conservaba esa débil esperanza de poder ir a visitarlo de vez en cuando. Pero era débil porque, cuando vio el precio del boleto, no pudo hacer mas que pensar como demonios podría conseguir el dinero.

    —Me adelantaré— interrumpió la señora Gatiss. Y lo único que pudo hacer fue intercambiar una ligera sonrisa con Lawrence, que más bien parecía una mueca, y darles la espalda con una pequeña mochila al hombro. Sin embargo, aquel gesto fue, para Law, la muestra más sólida de sentido común que jamás habría esperado de aquella mujer.

    Michael lo rodeó con sus brazos y lo abrazó tan fuerte que casi se queda sin aliento.

    —Lo siento— dijo.

    — ¿Por qué? — preguntó Law frunciendo el ceño.

    —Porque sé que no quieres que me vaya.

    Lawrence tragó saliva.

    —Sobreviviré— fue lo único que pudo decir—. Yo también lo siento.

    — ¿Por qué?

    —Porque sé que no quieres dejarme.

    Ninguno de los dos podía ver el rostro del otro, pero ambos sabían que el otro dibujaba una sonrisa en su rostro. Se besaron, por segundos que parecieron eternos. Hasta que la voz casi indecifrable del altavoz del aeropuerto indicó que estaba a punto de salir el vuelo sin escalas a Los Angeles, California. Repitió el mensaje en español y en francés.

    El corazón de Lawrence comenzó a latir muy fuerte. Estaba asustado. El tiempo tan escaso que les quedaba le hizo extrañarlo antes de tiempo. Su cuerpo estaba demostrando con reacciones tardías lo mucho que deseaba que Michael se quedara. Un nudo enorme aprisionó su garganta, impidiéndole hablar si no quería romper en llanto. Se obligó a tragarse sus lágrimas. No le gustaba llorar frente a nadie.

    —Vete, antes de que comience a llorar— dijo Law, en tono de broma aunque no podía ser más en serio.

    Michael lo besó por última vez antes de recoger sus cosas con rapidez y entrar a la confidencial sala de abordaje. Fue rápido. No lo miró ni una vez. Lawrence le odió por ello, porque no sabía que, si acaso se volteaba a mirarlo, mandaría todo a la mierda y se quedaría en Nueva York.

 

    Remembranza 19

    Nada. Las vacaciones comenzaron, y Law apenas y pudo sobrevivir a los exámenes finales y la graduación. Se sentía aliviado por dejar la escuela, pero jamás se había sentido tan jodidamente solo.

    Conseguiría trabajo en cuanto las vacaciones oficiales de verano terminaran. Se las merecía.

    Pero no hacía nada. No le apetecía hacer nada. Se quedaba en su cuarto, escuchando música, observando detenidamente sus partituras, o pensando. Acostado en su cama, fundiéndose en la tristeza que sentía profundamente enterrada en su interior.

    Lo peor era que Michael le llamaba a diario. Y no pensó que podría ser tan doloroso escuchar su voz  teniéndole a más de cuatro mil kilómetros. Era una tortura. Se sentía mal porque, últimamente, no hacía más que fingir un buen humor que estaba muy lejos de sentir. Pretendía estar bien con aquel arreglo de relación a distancia en el que ninguno sabía cuando volverían a encontrarse, a besarse, a sentir la calidez del cuerpo del otro.

   Llegó un día en que comenzó a ignorar sus llamadas, con excusas de que había salido con amigos, o estaba demasiado ocupado en su falsa vida social como para contestarle. Pero es que, cada vez que colgaban de una llamada, que normalmente duraban más de una hora, se sentía mal. Michael parecía muy contento. O quizás estaba fingiendo tanto como él. El hecho es que le contaba lo increíble del departamento de su tía, el clima tan diferente de California, el bonito paisaje de las playas… y lo mucho que lo extrañaba. Eso era lo único que hacía falta para el colapso de su frágil estado mental, pues terminaba de consumirle la poca estabilidad emocional que le quedaba.

    Alexandra y Corey no lo habían visto en días. Se encerraba en su cuarto y no hacía ningún ruido, a menos que estuviese sonando un depresivo disco de Radiohead. En ocasiones alguna de las dos abría unos centímetros su puerta, pues por alguna razón nunca ponía el pestillo, y observaba el movimiento de su pecho o de su espalda al respirar. Así sabían que no había cometido una locura y seguían preocupadas en silencio.

    Ninguna de las dos sabía cuándo o qué alimentos consumía estando allí encerrado. Lo único que podían asegurar era que no había muerto de inanición, por lo que surgía en sus mentes alguna teoría y trataban de tranquilizarse.

 

    Remembranza 20 (la peor)

    Escuchó el sonido de espera del teléfono. Ese día, precisamente, Michael había decidido hacerle esperar, siendo que nunca dejaba pasar más del primer pitido. Sus manos temblaban. Llevaba tanto tiempo deprimido que ya no pensaba con claridad. Lo único que deseaba era dejar de sentirse así. Dejar atrás aquella montaña rusa de emociones: feliz cuando se llamaban por teléfono, triste cuando colgaban, peor al cabo de unos instantes, y así paulatinamente hasta la siguiente llamada. Ya no podía.

    Y así, animado por media botella de tequila, esperó.

    — ¡Hola! — escuchó la voz de Michael del otro lado de la línea. Aun con sus lúgubres pensamientos, no pudo evitar que su corazón saltara de alegría al escucharlo—. Perdona por no contestar de inmediato, le estaba ayudando a mi madre a guardar las compras. Fuimos de compras ¿puedes creerlo? Por ropa, libros, cosas así. Me compré un tomo de poemas de Burns que es espec…

    —Te he estado mintiendo— dijo Law decidido a soltarlo todo de una vez—. No salgo con amigos, no paseo por Central Park, no juego videojuegos con mi hermana. Ni siquiera he tocado el piano una vez desde que te fuiste— le tembló la voz. Todo en el era reproche—. Lo único que espero durante el día es que suene mi maldito teléfono, para así poder oír tu voz.

    Se calló por un momento. Michael tampoco hablaba.

    — ¿Qué pasa, Law? — dijo. Sonaba terriblemente preocupado—. ¿Qué tienes?

    —Y aun así, esa llamada no me tranquiliza nunca— lo ignoró, comenzando otra vez cuando se sintió seguro de que su voz no temblaría—. Ni los mensajes, ni los correos, ni las fotografías que me envías por internet.

    Más silencio. Lawrence no se molestaba en limpiar sus lágrimas. Al fin y al cabo, nadie lo veía.

    —Yo…— Michael intentó hablar, pero se escuchaba demasiado sorprendido. Aun esa corta palabra pronunciada no pudo sonar más temblorosa.

    —No soy bueno para las relaciones a distancia, Michael. Lo siento. Pero esto me esta matando y ya no puedo— otra pausa. Tenía que terminarlo, porque estaba comenzando a arrepentirse—. Si… si esto es lo suficientemente fuerte, no habrá nadie más. De parte de los dos. Y si es así, entonces nos esperaremos mutuamente…

    —Lawrence, porfavor no sigas— Michael también estaba llorando. Se notaba.

    —Si vuelves, y si yo sigo amándote todo lo que te amo ahora, entonces será bueno ¿o no? Será importante.

    —Law, si nos dejamos de hablar ahora, si perdemos contacto, todo va a terminarse. Las relaciones se enfrían, se congelan.

    —Pero nada muere. Quizás si nos vemos después de muchos años,  lo que sentimos, simplemente, se caliente otra vez— sonrió con amargura y pronunció lo ultimo del discurso que llevaba atormentándole en su cabeza varios días—. Respondeme ¿me amas?

   —Lawrence…— Michael parecía asustado.

   —Solo responde, por favor.

   —…Mas de lo que te imaginas— dijo, resignado.

   —Entonces lo sabremos. En unos años…

   —Law, te lo suplico…

    Colgó.

 

    Colgó y nunca mas volvió a contestar sus llamadas, ni mensajes, ni correos electrónicos. Y se odió por eso, y se sintió peor.

    Pero, solo poco a poco, pudo comenzar a superarlo.

 

   Última remembranza (y las que vienen)

    Lawrence se acercó al módulo de recepción. Una secretaria, con sonrisa amable y largas uñas postizas, lo atendió.

    — ¿En qué te puedo ayudar? — preguntó. Su voz era gangosa pero dulce.

    Lawrence sonrió. Tuvo que pensarlo tanto. Era un legado de Michael, pero pensó: de todas formas todo le recordaba a Michael. Y jamás se quitaría el collar que le obsequió. Era una herida que, sentía, estaría allí por siempre. Despues de todo fue su salvador. Su salvador de aquel mundo cliché y tonto de “Nunca me he enamorado y nunca lo haré. En vez de eso tendré mucho sexo”. Sonrió. ¿Cómo estaría Michael? Lo único que lo mantenía de pie es que, algun día, si aquellos sentimientos se lo permitían, se volverían a encontrar.

    Miró a la secretaria y le sonrió.

    —Vengo por una solicitud de beca.

 

 

 

 

Notas finales:

Bueeno, primero que nada mil disculpas otra vez. He subido el capítulo en cuanto lo he terminado. Sí. Todo este tiempo me tardé en terminar.

Perdón de veras, pero estas ultimas semanas no han sido las mejores para mi. Tengo ciertos problemas personales, entre que lo intenté en otra universidad y no me quedé, y que mi familia está algo... mal. Pero bueno, no voy a agobiarlos conmigo.

Espero que les haya gustado.Cuentenme que les pareció. Tal vez se decepcionaron un poco porque no es la pareja principal la protagonista de este capítulo, pero ya vendrá Liam otra vez. No se impacienten jejeje.

Ahora que estamos de vacaciones lo subo en miércoles, ademas para no hacerles esperar mas.

Como siempre, muchas gracias por leer y por comentar. Los quiero mucho.

n.n

BESOS. 

 


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